Don Gil de las calzas verdes - Tirso de Molina - E-Book

Don Gil de las calzas verdes E-Book

Tirso de Molina

0,0

Beschreibung

  Don Gil de las calzas verdes es una comedia de intriga y enredo obra de Tirso de Molina(1579-1648). Se sabe que fue estrenada en Toledo en julio de 1615, por la compañía de Pedro de Valdés. Se publicó por primera vez en 1635, en la Quarta parte de las comedias del Maestro Tirso de Molina editadas por Francisco Lucas de Ávila, sobrino de Tirso. Don Gil de las calzas verdes es considerada una de las obras más logradas del teatro barroco español, por la calidad de su trama de enredo. Es un ejemplo destacado de uno de los recursos más habituales de la comedia nueva creada por Lope de Vega: el de la doncella disfrazada de varón. Tirso de Molina fue un gran autor de piezas teatrales en las que destacan personajes femeninos de gran fuerza, como esta Doña Juana (protagonista de la obra) que ha de conquistar a su amor verdadero disfrazándose de hombre. Así comienza una serie de enredos hacia el final feliz del amor por encima de todas las cosas. En el trayecto, risas y suspense porque el devenir del quiero y no puedo alienta toda clase de suspicacias y tropiezos peligrosos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 97

Veröffentlichungsjahr: 2019

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Tirso de Molina

Don Gil de las calzas verdes

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Don Gil de las calzas verdes.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9897-328-0.

ISBN rústica: 978-84-9816-489-3.

ISBN ebook: 978-84-9897-042-5.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 51

Jornada tercera 97

Libros a la carta 151

Brevísima presentación

La vida

Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.

Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria, en 1600, y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias y por entonces viajó por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.

En esta comedia de enredo doña Juana, haciéndose pasar por don Gil y por doña Elvira, logra el amor de don Martín y el matrimonio de don Juan y doña Inés.

Personajes

Doña Juana

Don Diego

Don Martín

Don Antonio

Doña Inés

Celio

Don Pedro, viejo

Fabio

Doña Clara

Decio

Don Juan

Valdivieso, escudero

Quintana, criado

Aguilar, paje

Caramanchel, lacayo

Un alguacil

Osorio

Músicos

Jornada primera

(Sale Doña Juana de hombre con calzas y vestido todo verde, y Quintana, criado.)

Quintana Ya que a vista de Madrid

y en su Puente Segoviana

olvidamos, doña Juana,

huertas de Valladolid,

Puerta del Campo, Espolón,

puentes, galeras, Esgueva,

con todo aquello que lleva,

por ser como inquisición

de [la] pinciana nobleza,

pues cual brazo de justicia,

desterrando su inmundicia

califica su limpieza;

ya que nos traen tus pesares

a que desta insigne puente

veas la humilde corriente

del enano Manzanares,

que por arenales rojos

corre, y se debe correr,

que en tal puente venga a ser

lágrima de tantos ojos;

¿no sabremos qué ocasión

te ha traído desa traza?

¿Qué peligro te disfraza

de damisela en varón?

Juana Por agora no, Quintana.

Quintana Cinco días hace hoy

que mudo contigo voy.

Un lunes por la mañana

en Valladolid quisiste

fiarte de mi lealtad:

dejaste aquella ciudad;

a esta Corte te partiste,

quedando sola la casa

de la vejez que te adora,

sin ser posible hasta agora

saber de ti lo que pasa,

por conjurarme primero

que no examine qué tienes,

por qué, cómo o dónde vienes,

y yo, humilde majadero,

callo y camino tras ti

haciendo más conjeturas

que un matemático a escuras.

¿Dónde me llevas ansí?

Aclara mi confusión

si a lástima te he movido,

que si contigo he venido,

fue tu determinación

de suerte que, temeroso

de que, si sola salías,

a riesgo tu honor ponías,

tuve por más provechoso

seguirte y ser de tu honor

guardajoyas, que quedar,

yéndote tú, a consolar

las congojas de señor.

Ten ya compasión de mí,

que suspensa el alma está

hasta saberlo.

Juana Será

para admirarte. Oye.

Quintana Di.

Juana Dos meses ha que pasó

la pascua, que por abril

viste bizarra los campos

de felpas y de tabís,

cuando a la puente, que a medias

hicieron, a lo que oí,

Pero Anzures y su esposa,

va todo Valladolid.

Iba yo con los demás,

pero no sé si volví,

a lo menos con el alma,

que no he vuelto a reducir,

porque junto a la Vitoria

un Adonis bello vi

que a mil Venus daba amores

y a mil Martes celos mil.

Dióme un vuelto el corazón,

porque amor es alguacil

de las almas, y temblé

como a la justicia vi.

Tropecé, si con los pies,

con los ojos al salir,

la libertad en la cara,

en el umbral un chapín.

Llegó, descalzado el guante,

una mano de marfil

a tenerme de su mano.

¡Qué bien me tuvo! ¡Ay de mí!

Y diciéndome: «Señora,

tened; que no es bien que así

imite al querub soberbio

cayendo, tal serafín»,

un guante me llevó en prendas

del alma, y si he de decir

la verdad, dentro del guante

el alma que le ofrecí.

Toda aquella tarde corta,

digo corta para mí,

que aunque las de abril son largas

mi amor no las juzgó ansí,

bebió el alma por los ojos

sin poderse resistir

el veneno que brindaba

su talle airoso y gentil.

Acostóse el Sol de envidia,

y llegóse a despedir

de mí al estribo de un coche

adonde supo fingir

amores, celos, firmezas,

suspirar, temer, sentir

ausencias, desdén, mudanzas

y otros embelecos mil,

con que, engañándome el alma,

Troya soy, si Scitia fui.

Entré en casa enajenada:

si amaste, juzga por ti

en desvelos principiantes

qué tal llegué. No dormí,

no sosegué; parecióme

que olvidado de salir

el Sol ya se desdeñaba

de dorar nuestro cenit.

Levantéme con ojeras

desojada, por abrir

un balcón, de donde luego

mi adorado ingrato vi.

Aprestó desde aquel día

asaltos para batir

mi libertad descuidada.

Dio en servirme desde allí;

papeles leí de día,

músicas de noche oí,

joyas recibí, y ya sabes

qué se sigue al recibir.

¿Para qué te canso en esto?

En dos meses don Martín

de Guzmán, que así se llama

quien me obliga a andar ansí,

allanó dificultades

tan arduas de resistir

en quien ama, cuanto amor

invencible todo ardid.

Dióme palabra de esposo,

pero fue palabra en fin

tan pródiga en las promesas

como avara en el cumplir.

Llegó a oídos de su padre,

debióselo de decir

mi desdicha nuestro amor,

y aunque sabe que nací

si no tan rica, tan noble,

el oro, que es sangre vil

que califica interés,

un portillo supo abrir

en su codicia. ¡Qué mucho,

siendo él viejo, y yo infeliz!

Ofrecióse un casamiento

de una doña Inés, que aquí

con setenta mil ducados

se hace adorar y aplaudir.

Escribió su viejo padre

al padre de don Martín

pidiéndole para yerno.

No se atrevió a dar el sí

claramente por saber

que era forzoso salir

a la causa mi deshonra.

Oye una industria civil:

previno postas el viejo

y hizo a mi esposo partir

a esta Corte, toda engaños;

ya, Quintana, está en Madrid.

Díjole que se mudase

el nombre de don Martín,

atajando inconvenientes,

en el nombre de don Gil,

porque, si de parte mía

viniese en su busca aquí

la justicia, deslumbrase

su diligencia este ardid.

Escribió luego a don Pedro

Mendoza y Velasteguí,

padre de mi opositora,

dándole en él a sentir

el pesar de que impidiese

la liviandad juvenil

de su hijo el concluirse

casamiento tan feliz,

que por estar desposado

con doña Juana Solís,

si bien noble, no tan rica

como pudiera elegir,

enviaba en su lugar

y en vez de su hijo a un don Gil

de no sé quién, de lo bueno

que ilustra a Valladolid.

Partióse con este embuste;

mas la sospecha, adalid,

lince de los pensamientos

y Argos cauteloso en mí,

adivinó mis desgracias,

sabiéndolas descubrir

el oro, que dos diamantes

bastante[s] son para abrir

secretos de cal y canto.

Supe todo el caso, en fin,

y la distancia que hay

del prometer al cumplir.

Saqué fuerzas de flaqueza,

dejé el temor femenil,

dióme alientos el agravio,

y de la industria adquirí

la determinación cuerda,

porque pocas veces vi

no vencer la diligencia

cualquier fortuna infeliz.

Disfracéme como ves

y, fiándome de ti,

a la fortuna me arrojo

y al puerto pienso salir.

Dos días ha que mi amante,

cuando mucho, está en Madrid;

mi amor midió sus jornadas.

¿Y quién duda, siendo ansí,

que no habrá visto a don Pedro

sin primero prevenir

galas con que enamorar

y trazas con que mentir?

Yo, pues que he de ser estorbo

de su ciego frenesí,

a vista tengo de andar

de mi ingrato don Martín,

malogrando cuanto hiciere;

el cómo, déjalo a mí.

Para que no me conozca,

que no hará, vestida ansí,

falta solo que te ausentes,

no me descubran por ti.

Vallecas dista una legua:

disponte luego a partir

allá, que de cualquier cosa,

o próspera o infeliz,

con los que a vender pan vienen

de allá, te podré escribir.

Quintana Verdaderas has sacado

las fábulas de Merlín;

No te quiero aconsejar.

Dios te deje conseguir

el fin de tus esperanzas.

Juana Adiós.

Quintana ¿Escribirás?

Juana Sí.

(Vase. Sale Caramanchel, lacayo.)

Caramanchel Pues para fiador no valgo,

sal acá, bodegonero,

que en esta puente te espero.

Juana ¡Hola! ¿Qué es eso?

Caramanchel Oye, hidalgo:

eso de «hola», al que a la cola

como contera le siga

y a las doce solo diga:

«olla, olla» y no «hola, hola».

Juana Yo, que «hola» agora os llamo,

daros esotro podré.

Caramanchel Perdóneme, pues, usté.

Juana ¿Buscáis amo?

Caramanchel Busco un amo;

que si el cielo los lloviera

y las chinches se tornaran

amos, si amos pregonaran

por las calles, si estuviera

Madrid de amos empedrado

y ciego yo los pisara,

nunca en uno tropezara,

según soy de desdichado.

Juana ¿Qué tantos habéis tenido?

Caramanchel Muchos, pero más inormes,

que Lazarillo de Tormes.

Un mes serví no cumplido

a un médico muy barbado,

belfo, sin ser alemán,

guantes de ámbar, gorgorán,

mula de felpa, engomado,

muchos libros, poca ciencia,

pero no se me lograba

el salario que me daba,

porque con poca conciencia

lo ganaba su mercé,

y huyendo de tal azar

me acogí con Cañamar.

Juana ¿Mal lo ganaba? ¿Por qué?

Caramanchel Por mil causas: la primera,

porque con cuatro aforismos,

dos textos, tres silogismos,

curaba una calle entera.

No hay facultad que más pida

estudios, libros galenos,

ni gente que estudie menos,

con importarnos la vida.

Pero, ¿cómo han de estudiar,

no parando en todo el día?

Yo te diré lo que hacía

mi médico. Al madrugar,

almorzaba de ordinario

una lonja de lo añejo,

porque era cristiano viejo,

y con este letuario

«aqua vitis», que es de vid,

visitaba sin trabajo,

calle arriba, calle abajo,

los egrotos de Madrid.

Volvíamos a las once;

considere el pío lector

si podría el mi doctor,

puesto que fuese de bronce,

harto de ver orinales

y fístulas, revolver

Hipócrates y leer

las curas de tantos males.

Comía luego su olla,

con un asado manido,

y después de haber comido,

jugaba cientos o polla.

Daban las tres y tornaba

a la médica atahona,

yo la maza y él la mona,

y cuando a casa llegaba,

ya era de noche. Acudía

al estudio, deseoso,

aunque no era escrupuloso,

de ocupar algo del día

en ver los expositores

de sus Rasis y Avicenas;

asentábase y apenas

ojeaba dos autores,

cuando doña Estefanía

gritaba: «Hola, Inés, Leonor,

id a llamar al doctor,

que la cazuela se enfría».

Respondía él: «En un hora

no hay que llamarme a cenar;

déjenme un rato estudiar.

Decid a vuestra señora

que le ha dado garrotillo

al hijo de tal condesa,

y que está la ginovesa,

su amiga, con tabardillo,

que es fuerza mirar si es bueno

sangrarla estando preñada,

que a Dioscórides le agrada,

mas no lo aprueba Galeno».

Enfadábase la dama,

y entrando a ver su doctor,

decía: «Acabad, señor.

cobrado habéis harta fama,

y demasiado sabéis

para lo que aquí ganáis.