Doña Beatriz de Silva - Tirso de Molina - E-Book

Doña Beatriz de Silva E-Book

Tirso de Molina

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Beschreibung

En Doña Beatriz de Silva Tirso de Molina relata la historia de la fundadora de la orden religiosa de las Concepcionistas. La obra contiene elementos históricos, y rasgos de la comedia palaciega. El día treinta de abril de 1489, a petición de Beatriz y de la reina Isabel, el Papa Inocencio VIII autorizó la fundación de un nuevo monasterio en España y aprobó las principales reglas que, entre tanto, habrían de observarse en el mismo. Sin embargo, antes de que, conforme al permiso pontificio, se iniciara a la vida regular en el nuevo monasterio, Beatriz subió a los cielos.

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Seitenzahl: 91

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Tirso de Molina

Doña Beatriz de Silva

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Doña Beatriz de Silva.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-9897-332-7.

ISBN rústica: 978-84-9816-490-9.

ISBN ebook: 978-84-9897-183-5.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 49

Jornada tercera 89

Libros a la carta 131

Brevísima presentación

La vida

Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.

Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria en 1600 y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias, al tiempo que viajaba por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana), regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.

Personajes

Silveira

Olivenza

Don Juan de Meneses

Don Fernando, conde de Arroyolos

Don Pedro Pereira

Don Pedro Girón

Melgar

Rey don Juan

Don Pedro de Aragón

Don Enrique

Girón

Pereira

Doña Beatriz de Silva

Doña Isabel

Doña Leonor

Don Diego de Silva, el Conde de Portalegre

Don Álvaro de Luna

Don Álvaro de Estúñiga

Doña Inés

Don Luis de Velasco

Don Diego Sarmiento

Nuestra Señora, Niña

San Antonio de Padua

Jornada primera

(Tiros de artillería; música de todo género; fiestas de dentro, y saca Silveira sobre los corredores de arriba, a un lado, una bandera con las armas de Portugal y Castilla.)

Silveira La hermosa doña Isabel,

infanta de Portugal,

que va a dar mano de esposa

al segundo rey don Juan,

nieta del rey don Duarte

hija de aquel capitán

que con la cruz portuguesa

ganó renombre inmortal,

¡viva siglos infinitos

por gloria de nuestra edad!

(Disparan y tocan chirimías.)

Voces (Dentro.) ¡Vivan don Juan e Isabel

por Castilla y Portugal!

(Al otro lado saca arriba Olivenza otra bandera con las armas de Portugal y del Imperio.)

Olivenza La infanta doña Leonor

que gloria a estos reinos da

y a Federico tercero,

que del imperio alemán

es monarca, llama esposo.

¡Viva!

Voces (Dentro.) ¡Viva!

Olivenza Desde el mar

toquen festivos clarines,

que a ellos responderá,

con marciales intrumentos,

Lisboa.

(Éntranse los de arriba.)

Silveira Haced disparar

las piezas de este castillo.

(Música y tiros.)

Voces (Dentro.) ¡Alemania! ¡Portugal!

(Salen don Juan y don Fernando.)

Juan Dejad las festivas voces

crueles, que atormentáis

un alma, entre amor y celos,

hecha esfera de un volcán.

No disparéis culebrinas,

o con ellas me apuntad

al corazón, que hecho piezas

suspira por su mitad.

vuestra galas son mi luto,

vuestras fiestas mi pesar,

vuestras bodas mis obsequias;

sin Leonor no vivo ya.

Fernando Mirad don Juan de Meneses,

que dais nota en la ciudad

con esos locos extremos,

y que en vos parecen mal.

Atentos en vos reparan

cuantos castellanos hay

en Lisboa, a quien envía

por su esposa, el rey don Juan.

Encubrid vuestras pasiones,

o, si amigo me llamáis,

decidme la causa de ellas,

que ofendéis nuestra amistad.

Juan Conde ilustre de Arroyolos,

¿para qué me preguntáis

lo que a voces manifiestan

mis desdichas?

Fernando Un año ha

que de estos reinos, y vos

ausente, troqué la paz

en África, por la guerra

que eterniza a Portugal.

Libre entonces os dejé

sin que arpones del rapaz

pudiesen en vuestro pecho

sus ciegas llamas lograr.

Si agora, pues que he venido,

olas al mar aumentáis,

quejas de viento, a los vientos,

sin que os merezca sacar

la causa, ignorarla es fuerza.

Juan ¡Ay, don Fernando!

Fernando ¿Qué hay?

Juan El médico por el pulso

conoce la enfermedad;

todo es pulsos un celoso

que son fuego de alquitrán

los celos, y humo de Amor

de sus incendios señal.

Mas, pues, no sabéis la causa

de mis ansias, escuchad;

que mi pena, hasta aquí muda,

ya revienta por hablar.

Después que al rey don Duarte,

que de Dios gozando está

para luto de estos reinos,

llevó la muerte voraz,

entre los pequeños hijos,

ramo de su tronco real,

que nos dejó para alivio

de su triste soledad,

fueron. El rey don Alonso

el quinto, en tan tierna edad

que aún cinco años no tenía,

dejándonosle en agraz,

y doña Leonor, su hermana,

que, de cuatro años no más,

como el Sol, nos amanece

sobre su cuna oriental.

Quedaron los dos a cargo

del duque de Guimarán

y de Coimbra, tío suyo,

espejo de la lealtad.

Púsoles casa, y a mí

casi en los años su igual,

me introdujo su menino;

yo muchacho, Amor rapaz;

criéme, con la licencia

que suelen los años dar,

con el rey y con la infanta,

privando entre los demás;

tanto, que sin mí los dos

no acertaban a jugar,

ni les supo cosa bien,

ni en mi ausencia hubo solaz.

Pero, quien se aventajaba

en mostrarse liberal

dándome favores tiernos,

que en desdichas vuelto se han,

fue la infanta, mi señora,

comenzando Amor rapaz

entre niños, a ser niño;

fue creciendo, viejo es ya.

Mil veces por el jardín,

entre calles de arrayán

y murtas, cogiendo flores

se vinieron a encontrar

las manos, al elegir

ya el clavel, ya el azahar,

abrasando a fuego lento

su nieve mi voluntad.

Y si entonces daban glorias

estos encuentros, ¿qué harán

cuando saliendo del nido

sepa el ciego dios volar?

Mil veces, que a los colores

jugamos, sentí enlazar

entre favores de cintas

mi crédula libertad

que sin saber los peligros,

como el pájaro que va

al reclamo que le burla,

quise bien, salióme mal.

Crecimos y creció el fuego,

volviéndose en natural

la costumbre poderosa;

y cuando a filosofar

comenzaban mis discursos

en alegre facultad

de amor, todo sutilezas,

que inventa la ociosidad.

Con los años en la infanta

creciendo el respeto real,

crecieron los imposibles,

avaros en ver y hablar.

Desde entonces comencé,

Fernando, a experimentar

los efectos de mi fuego,

leve hasta allí, ya alquitrán.

Tuve celos, desveléme,

versos hice, di en rondar,

saqué galas, lucí motes,

frecuenté la soledad,

y otros varios ejercicios

de esta profesión; juzgad

con tales huéspedes, conde,

qué tal mi alma estará.

Las veces que, desde entonces,

permitió la autoridad

de la infanta y sus retiros,

para asistirla lugar,

con equívocos favores,

con afable gravedad,

tuvo en pie mis pensamientos

y mi amor entre el compás

de esperanzas y recelos

non plus ultra de este mar,

puesto que juzgaréis loco

un amor tan desigual;

pero, no tanto, que dado

que es rama de un tronco real

y de Duarte heredera,

dio a mi sangre calidad

el conde de Portalegre,

primero, heroico Anibal

en las guerras, y del rey

don Pedro hijo natural.

Abuelo materno mío

fue el marqués de Villareal,

descendiente de Diademas

Augustas, cuya igualdad

y la de mi amor perdido

pueden, conde, disculpar

altiveces de mi empleo,

si amor es temeridad.

En efecto, llegó el fin

de mi vida, ya se va

la infanta doña Leonor

a Alemania, a coronar

por fénix de Federico

y por Sol que osen mirar

las dos cabezas de un cuerpo

blasón del ave imperial.

Ya se parte de Lisboa,

ya, conde, se va embarcar

sobre los hombros del Tajo

que, de perlas y coral

guarneciendo su cabeza,

celos tiene, porque el mar

en sus brazos la reciba

y su azul hurtando está,

como yo, que, imagen suya,

de los muros de San Gian,

arrojándome a sus olas,

mi fuego he de sepultar;

pues en mortajas turquíes

bien los celos morirán

que me abrasan, si para ellos

no es poca su inmensidad.

¡Hoy muero, hoy fenezco, conde!

Fernando Los imposibles, don Juan,

cuando es discreto el amante,

redimen la libertad;

no lo ha sido vuestro amor,

su bien pudo recelar

tan remontados empleos;

mas serálo desde hoy más,

que es la infanta emperatriz

Sol que nació en Portugal

y va a derretir la nieve

del venturoso alemán,

de quien antípoda sois;

y, pues a oscuras quedáis,

a otra luz, no tan difícil,

si sois cuerdo, os alumbrad,

y Leonor goce mil años

el tálamo conyugal

del tercero Federico

que la aguarda en Aquisgrán.

Juan Ya van saliendo las damas.

Fernando ¡Brava salva!

(Música y tiros.)

Juan Imitarán

a mis suspiros, que encienden

celos, xonde, de alquitrán.

(Salen don Pedro Pereira y don Pedro Girón y en medio doña Beatriz de Silva, de camino, todos muy bizarros.)

Pereira Cuando en público acá la infanta sale,

un caballero solo ocupa el lado

de la dama a quien sirve, porque iguale

el premio de su dicha a su cuidado;

mi amor quiere que en ello me señale,

y la presente suerte me ha costado

un año de servicios y desvelos

que aumentan ya esperanzas y ya celos.

Si allá en Castilla, noble caballero,

no se practica este uso cortesano,

ya que os aviso, aconsejaros quiero,

dejéis el puesto que ocupáis en vano.

Pedro Nunca es blasón el término grosero,

que acostumbra el que es noble castellano,

que la corte del rey don Juan segundo

puede enseñar mesura a todo el mundo.

Esa ley, que contáis por maravilla,

es muv antigua allá y hala heredado

Portugal, de la corte de Castilla,

como el reino también, antes condado.

Obligación os corre de cumplilla;

pues siendo negligente enamorado

ni el uso que alegáis es de provecho,

ni a este lugar, por hoy, tenéis derecho.

Yo le ocupé primero y daré nota

de para poco, si por vos le dejo.

Pereira ¿Sabéis quién soy?

Pedro Nunca eso me alborota;

seréis de sangre y de valor espejo.

Pereira Soy nieto del que os dio en Aljubarrota,

mozo en el brío si en los años viejo,

noticia de la sangre de Pereira.

Pedro La hazaña saldrá aquí de la Forneira

que hacéis de blasonar esa victoria,

propio del pobre, cuya corta hacienda

no se le cae jamás de memoria,

y más cuando se cifra en una prenda;

hidalgo parecéis de ejecutoria

que no hay corrillo, calle, plaza o tienda,

donde venga ó no venga, dando enfado,

no salga el pergamino iluminado.

Castilla tantas veces ha vencido

a Portugal, desde su rey primero,

que la memoria de ellas ha perdido,

aunque no vuestra sangre, nuestro acero.

Pero, por qué del caso hemos salido,

si vos hidalgo sois, yo caballero;

si vos Pereira, yo Girón, que enseña

los tres, blasón antiguo del de Ureña.

Si vos acción tenéis a la ventura

que se me sigue de este hermoso lado,

yo le adquirí primero, y no es cordura

el ser tras negligente, mal criado.

(A ella.) Pero por no ofender vuestra hermosura,