El burlador de Sevilla - Tirso de Molina - E-Book

El burlador de Sevilla E-Book

Tirso de Molina

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Beschreibung

El burlador de Sevilla es la primera obra donde aparece el legendario burlador de la fe y de las mujeres. Se trata de Don Juan que, conjuntamente con el Quijote, es el otro gran héroe de la literatura clásica española. Unos de sus personajes más universales y populares. El don Juan de Tirso de Molina seduce a doña Isabela haciéndose pasar por su marido. El asunto inspiró posteriormente a otros autores como Moliere, Verdi o José Zorrilla. Sin embargo, este don Juan original, padre de todos ellos, es curiosamente el menos conocido.

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Seitenzahl: 87

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Tirso de Molina

El burlador de Sevilla

Barcelona 2021

linkgua-digital.com

Créditos

Título original: El burlador de Sevilla.

© 2021, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño cubierta: Michel Mallard

ISBN rústica: 978-84-96428-29-4.

ISBN ebook: 978-84-9816-915-7.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Presentación 7

La vida 7

El eterno seductor 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 51

Jornada tercera 91

Libros a la carta 145

Presentación

La vida

Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.

Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria, en 1600, y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias, al tiempo que viajaba por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Española (actual República Dominicana), regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.

El eterno seductor

Esta es la primera obra donde aparece el legendario burlador de la fe y de las mujeres, don Juan, que es uno de los personajes más célebres de la literatura clásica española. El don Juan de Tirso, que seduce a doña Isabela haciéndose pasar por su marido, inspiró después a otros autores como Moliere, Verdi o Zorrilla. Sin embargo, este don Juan original, padre de todos los demás, es el menos conocido.

Ana Caro utilizó este mismo tema en su parodia Valor, agravio y mujer.

Personajes

Don Diego Tenorio, viejo

Don Juan Tenorio, su hijo

Catalinón, lacayo

El rey de Nápoles

El duque Octavio

Don Pedro Tenorio, tío

El marqués de la Mota

Don Gonzalo de Ulloa

El rey de Castilla, Alfonso XI

Fabio, criado

Isabela, duquesa

Tisbea, pescadora

Belisa, villana

Anfriso, pescador

Coridón, pescador

Gaseno, labrador

Batricio, labrador

Ripio, cirado

Doña Ana de Ulloa

Aminta, labradora

Acompañamiento

Cantores

Guardas

Criados

Enlutados

Músicos

Pastores

Pescadores

Jornada primera

(Salen don Juan Tenorio e Isabela, duquesa.)

Isabela Duque Octavio, por aquí

podrás salir más seguro.

Juan Duquesa, de nuevo os juro

de cumplir el dulce sí.

Isabela Mis glorias serán verdades

promesas y ofrecimientos,

regalos y cumplimientos,

voluntades y amistades.

Juan Sí, mi bien.

Isabela Quiero sacar

una luz.

Juan ¿Pues, para qué?

Isabela Para que el alma dé fe

del bien que llego a gozar.

Juan Mataréte la luz yo.

Isabela ¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre?

Juan ¿Quién soy? Un hombre sin nombre.

Isabela ¿Que no eres el duque?

Juan No.

Isabela ¡Ah de palacio!

Juan Detente.

Dame, duquesa, la mano.

Isabela No me detengas, villano.

¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!

(Sale el rey de Nápoles, con una vela en un candelero.)

Rey ¿Qué es esto?

Isabela ¡El rey! ¡Ay, triste,

Rey ¿Quién eres?

Juan ¿Quién ha de ser?

Un hombre y una mujer.

Rey (Aparte.) (Esto en prudencia consiste.)

¡Ah de mi guarda! Prendé

a este hombre.

Isabela ¡Ay, perdido honor!

(Vase Isabela. Sale don Pedro Tenorio, embajador de España, y guarda.)

Pedro ¿En tu cuarto, gran señor

voces? ¿Quién la causa fue?

Rey Don Pedro Tenorio, a vos

esta prisión os encargo,

siendo corto, andad vos largo.

Mirad quién son estos dos.

Y con secreto ha de ser,

que algún mal suceso creo;

porque si yo aquí los veo,

no me queda más que ver.

(Vase el rey.)

Pedro Prendedle.

Juan ¿Quién ha de osar?

Bien puedo perder la vida;

mas ha de ir tan bien vendida

que a alguno le ha de pesar.

Pedro Matadle.

Juan ¿Quién os engaña?

Resuelto en morir estoy,

porque caballero soy,

del embajador de España.

Llegue; que, solo, ha de ser

él quien me rinda.

Pedro Apartad;

a ese cuarto os retirad

todos con esa mujer.

(Vanse los otros.)

Ya estamos solos los dos;

muestra aquí tu esfuerzo y brío.

Juan Aunque tengo esfuerzo, tío,

no le tengo para vos.

Pedro Di quién eres.

Juan Ya lo digo.

Tu sobrino.

Pedro ¡Ay, corazón,

que temo alguna traición!

¿Qué es lo que has hecho, enemigo?

¿Cómo estás de aquesta suerte?

Dime presto lo que ha sido.

¡Desobediente, atrevido!

Estoy por darte la muerte.

Acaba.

Juan Tío y señor,

mozo soy y mozo fuiste;

y pues que de amor supiste,

tenga disculpa mi amor.

Y pues a decir me obligas

la verdad, oye y diréla.

Yo engañé y gocé a Isabela

la duquesa.

Pedro No prosigas.

Tente. ¿Cómo la engañaste?

Habla quedo, y cierra el labio.

Juan Fingí ser el duque Octavio.

Pedro No digas más. ¡Calla! ¡Baste!

(Aparte.) (Perdido soy si el rey sabe

este caso. ¿Qué he de hacer?

Industria me ha de valer

en un negocio tan grave.)

Di, vil, ¿no bastó emprender

con ira y fiereza extraña

tan gran traición en España

con otra noble mujer,

sino en Nápoles también,

y en el palacio real

con mujer tan principal?

¡Castíguete el cielo, amén!

Tu padre desde Castilla

a Nápoles te envió,

y en sus márgenes te dio

tierra la espumosa orilla

del mar de Italia, atendiendo

que el haberte recibido

pagaras agradecido,

y estás su honor ofendiendo.

¡Y en tan principal mujer!

Pero en aquesta ocasión

nos daña la dilación.

Mira qué quieres hacer.

Juan No quiero daros disculpa,

que la habré de dar siniestra.

Mi sangre es, señor, la vuestra;

sacadla, y pague la culpa.

A esos pies estoy rendido,

y ésta es mi espada, señor.

Pedro Alzate, y muestra valor,

que esa humildad me ha vencido.

¿Atreveráste a bajar

por ese balcón?

Juan Sí atrevo,

que alas en tu favor llevo.

Pedro Pues yo te quiero ayudar.

Vete a Sicilia o Milán,

donde vivas encubierto.

Juan Luego me iré.

Pedro ¿Cierto?

Juan Cierto.

Pedro Mis cartas te avisarán

en qué para este suceso

triste, que causado has.

Juan Para mí alegre dirás.

Que tuve culpa confieso.

Pedro Esa mocedad te engaña.

Baja, pues, ese balcón.

Juan (Aparte.) (Con tan justa pretensión,

gozoso me parto a España.)

(Vase don Juan y entra el rey.)

Pedro Ejecutando, señor,

tu justicia justa y recta,

el hombre...

Rey ¿Murió?

Pedro ...escapóse

de las cuchillas soberbias.

Rey ¿De qué forma?

Pedro De esta forma:

aun no lo mandaste apenas,

cuando, sin dar más disculpa,

la espada en la mano aprieta,

revuelve la capa al brazo,

y con gallarda presteza,

ofendiendo a los soldados

y buscando su defensa,

viendo vecina la muerte,

por el balcón de la huerta

se arroja desesperado.

Siguióle con diligencia

tu gente. Cuando salieron

por esa vecina puerta,

le hallaron agonizando

como enroscada culebra.

Levantóse, y al decir

los soldados, «¡Muera, muera!»,

bañado de sangre el rostro,

con tan heroica presteza

se fue, que quedé confuso.

La mujer, que es Isabela

—que para admirarte nombro—

retirada en esa pieza,

dice que fue el duque Octavio

quien, con engaño y cautela,

la gozó.

Rey ¿Qué dices?

Pedro Digo

lo que ella propia confiesa.

Rey ¡Ah, pobre honor! Si eres alma

del hombre, ¿por qué te dejan

en la mujer inconstante,

si es la misma ligereza?

¡Hola!

(Sale un criado.)

Criado ¿Gran señor?

Rey Traed

delante de mi presencia

esa mujer.

Pedro Ya la guardia

viene, gran señor, con ella.

(Trae la guarda a Isabela.)

Isabela (Aparte.) (¿Con qué ojos veré al rey?)

Rey Idos, y guardad la puerta

de esa cuadra. Di, mujer,

¿qué rigor, qué airada estrella

te incitó, que en mi palacio,

con hermosura y soberbia,

profanases sus umbrales?

Isabela Señor...

Rey Calla, que la lengua

no podrá dorar el yerro

que has cometido en mi ofensa.

¡Aquél era del duque Octavio!

Isabela ¡Señor!

Rey No, no importan fuerzas,

guardas, criados, murallas,

fortalecidas almenas,

para Amor, que la de un niño

hasta los muros penetra.

Don Pedro Tenorio, al punto

a esa mujer llevad presa

a una torre, y con secreto

haced que al duque le prendan;

que quiero hacer que le cumpla

la palabra, o la promesa.

Isabela Gran señor, ¡volvedme el rostro!

Rey Ofensa a mi espalda hecha,

es justicia y es razón

castigarla a espaldas vueltas.

(Vase el rey.)

Pedro Vamos, duquesa.

Isabela (Aparte.) (Mi culpa

no hay disculpa que la venza,

mas no será el yerro tanto

si el duque Octavio lo enmienda.)

(Vanse todos. Salen el duque Octavio, y Ripio su criado.)

Ripio ¿Tan de mañana, señor,

te levantas?

Octavio No hay sosiego

que pueda apagar el fuego

que enciende en mi alma Amor.

Porque, como al fin es niño,

no apetece cama blanda,

entre regalada holanda,

cubierta de blanco armiño.

Acuéstase. No sosiega.

Siempre quiere madrugar

por levantarse a jugar,

que al fin como niño juega.

Pensamientos de Isabela

me tienen, amigo, en calma;

que como vive en el alma,

anda el cuerpo siempre en vela,

guardando ausente y presente,

el castillo del honor.

Ripio Perdóname, que tu amor

es amor impertinente.

Octavio ¿Qué dices, necio?

Ripio Esto digo,

impertinencia es amar

como amas. ¿Vas a escuchar?

Octavio Sí, prosigue.

Ripio Ya prosigo.

¿Quiérete Isabela a ti

Octavio ¿Eso, necio, has de dudar?

Ripio No, mas quiero preguntar,

¿Y tú no la quieres?

Octavio Sí.

Ripio Pues, ¿no seré majadero,

y de solar conocido,

si pierdo yo mi sentido

por quien me quiere y la quiero?

Si ella a ti no te quisiera,

fuera bien el porfiarla,

regalarla y adorarla,

y aguardar que se rindiera;

mas si los dos os queréis

con una misma igualdad,

dime, ¿hay más dificultad

de que luego os desposéis?

Octavio Eso fuera, necio, a ser

de lacayo o lavandera

la boda.

Ripio ¿Pues, es quienquiera

una lavandriz mujer,

lavando y fregatrizando,

defendiendo y ofendiendo,

los paños suyos tendiendo,

regalando y remendando?

Dando, dije, porque al dar

no hay cosa que se le iguale,

y si no, a Isabela dale,

a ver si sabe tomar.

(Sale un criado.)

Criado El embajador de España

en este punto se apea

en el zaguán, y desea,

con ira y fiereza extraña,

hablarte, y si no entendí

yo mal, entiendo es prisión.

Octavio ¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión?

Decid que entre.

(Entra don Pedro Tenorio con guardas.)

Pedro Quien así

con tanto descuido duerme,

limpia tiene la conciencia.

Octavio