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El condenado por desconfiado plantea Tirso de Molina (1584-1648) el drama del destino paralelo de dos personajes: Enrico, un bandido famoso por sus crímenes, y Paulo, el buen ermitaño que viene a saber que su fin será el mismo que el de Enrico. Mientras éste, confiado en la misericordia divina, se arrepiente a última hora y se salva, el ermitaño, desconfiado por la premonición recibida, abandona la vida religiosa, se entrega al mal y, desoyendo las amonestaciones que le reclaman a la esperanza, se condena.
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Veröffentlichungsjahr: 2020
Tirso de Molina
EL CONDENADO POR DESCONFIADO
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 978-88-3295-759-4
Greenbooks editore
Edición digital
Mayo 2020
www.greenbooks-editore.com
Jornada primera
Jornada segunda
Jornada tercera
Selva, dos grutas entre elevados peñascos.
PAULO (De ermitaño.) ¡Dichoso albergue mío! Soledad apacible y deleitosa, que en el calor y el frío
me dais posada en esta selva umbrosa,
donde el huésped se llama 5 o verde yerba o pálida retama.
Agora, cuando el alba cubre las esmeraldas de cristales,
haciendo al sol la salva
que de su coche sale por jarales, 10
con manos de luz pura,
quitando sombras de la noche oscura [4] salgo de aquesta cueva,
que en pirámides altos de estas peñas
naturaleza eleva, 15
y a las errantes nubes hace señas
para que noche y día, ya que no otra, le hagan compañía.
Salgo a ver este cielo,
alfombra azul de aquellos pies hermo-
sos. 20
¿Quién, oh celeste velo, aquesos tafetanes luminosos rasgar pudiera un poco para ver?... ¡Ay de mí! Vuélvome loco.
Mas ya que es imposible 25
y sé cierto, Señor, que me estáis viendo
desde ese inaccesible
trono de luz hermoso, a quien sirviendo están ángeles bellos,
más que la luz del sol hermosos ellos,
30 mil gracias quiero daros por las mercedes que me estáis haciendo
sin saber obligaros.
¿Cuándo yo merecí que del estruendo
me sacarais del mundo 35
que es umbral de las puertas del pro-
fundo?
¿Cuándo, Señor divino, podrá mi indignidad agradeceros
el volverme al camino
que, si no lo abandono, es fuerza el ve-
ros 40
y tras esa victoria darme en aquestas selvas tanta gloria?
Aquí los pajarillos,
amorosas canciones repitiendo
por juncos y tomillos, 45
de Vos me acuerdan, y yo estoy dicien-
do:
«Si esta gloria da el suelo,
¿qué gloria será aquella que da el cielo?»
Aquí estos arroyuelos,
jirones de cristal en campo verde, 50
me quitan mis desvelos y son la causa a que de Vos me acuerde.
Tal es el gran contento que infunde al alma su sonoro acento.
Aquí silvestres flores 55 el fugitivo viento aromatizan y de varios colores
aquesta vega humilde fertilizan. [5]
Su belleza me asombra;
calle el tapete y berberisca alfombra. 60
Pues con estos regalos, con aquestos contentos y alegrías,
¡bendito seas mil veces,
inmenso Dios, que tanto bien me ofreces!
Aquí pienso servirte, 65
ya que el mundo dejé para bien mío;
aquí pienso seguirte, sin que jamás humano desvarío,
por más que abra la puerta el mundo a sus engaños, me divierta. 70
Quiero, Señor divino, pediros de rodillas, humilmente, que en aqueste camino
siempre me conservéis piadosamente.
Ved que el hombre se hizo 75 de barro vil, de barro quebradizo.
( Entra en una de las grutas. )
PEDRISCO (Sale trayendo un haz de leña.)
Como si fuera borrico vengo de yerba cargado, de quien el monte está rico; si esto como, ¡desdichado!, 80 triste fin me pronostico. ¡Que he de comer hierba yo, manjar que el cielo crió para brutos animales!
Deme el cielo en tantos males 85
paciencia. Cuando me echó mi madre al mundo, decía: «Mis ojos santo te vean,
Pedrisco del alma mía.» Si esto las madres desean, 90 una suegra y una tía,
¿qué desearán? Que aunque el ser santo un hombre es gran ventura
es desdicha el no comer. Perdonad esta locura 95 y este loco proceder, mi Dios; y pues conocida ya mi condición tenéis, no os enojéis porque os pida que la hambre me quitéis 100 o no sea santo en mi vida. Y si puede ser, señor, pues que vuestro inmenso amor
todo lo imposible doma, que sea santo y que coma 105 mi Dios, mejor que mejor,
De mi tierra me sacó Paulo diez años habrá ya aqueste monte apartó; él en una cueva está 110 y en otra cueva estoy yo. Aquí penitencia hacemos, y sólo yerba comemos, y a veces nos acordamos de lo mucho que dejamos 115 por lo poco que tenemos. Aquí, al sonoro raudal de un despeñado cristal, digo a estos olmos sombríos:
¿Dónde estáis, jamones míos, 120
que no os doléis de mi mal? [6]
Cuando yo solía cursar la ciudad y no las peñas ( ¡memorias me hacen llorar!), de las hambres más pequeñas 125
gran pesar solíais tomar.
Erais, jamones, leales: bien os puedo así llamar, pues merecéis nombres tales, aunque ya de los mortales 130 no tengáis ningún pesar. Mas ya está todo perdido; hierbas comeré afligido, aunque llegue a presumir que algún mayo he de parir 135 por las flores que he comido. Mas Paulo sale de la cueva oscura, entrar quiero en la mía tenebrosa y comerlas allí.
( Vase. )
PAULO ( Saliendo.) ¡ Q ué desventura ! 140
¡Y qué desgracia, cierta, lastimosa!
El sueño me venció, viva figura ( por lo menos imagen temerosa )
de la muerte cruel; y al fin, rendido, la devota oración puse en olvido. 145 Siguióse luego al sueño otro, de suerte, sin duda, que a mi Dios tengo enojado, si no es que acaso el enemigo fuerte haya aquesta ilusión representado.
Siguiose al fin, ¡ay, Dios!, de ver la
muerte. 150
¡Qué espantosa figura! ¡Ay, desdichado! Si el verla en sueño causa tal quimera, el que vivo la ve, ¿qué es lo que espera? Tirome el golpe con el brazo diestro no cortó la guadaña; el arco toma 155 la flecha en el derecho; en el siniestro, el arco mismo que altiveces doma; tirome al corazón; yo, que me muestro al golpe herido, porque el cuerpo coma
la madre tierra, como a su despojo 160 desencarcelo al alma, al cuerpo arrojo.
Salió el alma en un vuelo, en un instante vi de Dios la presencia. ¡Quién pudiera no verle entonces! ¡Qué cruel semblante! Resplandeciente espada y justiciera 165 en la derecha mano, y arrogante ( como ya por derecho suyo era )
el fiscal de las almas miré a un lado, que aun con ser victorioso estaba airado. Leyó mis culpas, y mi guarda santa 170
leyó mis buenas obras, y el justicia
mayor del cielo, que es aquel que espanta
de la infernal morada la malicia, [7]las puso en dos balanzas; mas levantael peso de mi culpa y mi injusticia 175 tomis obras buenas, tanto, que el juez san-me condena a los reinos del espanto.Con aquella fatiga y aquel miedo nadadesperté, aunque temblando, y no vi que vibra contra mí su ardiente espada, no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo, Lisandro, que es el peor hombre que en Nápoles ha nacido. [11] Aquesta mujer le da cuanto puede, y cuando el vicio ENRICO Ella, ¿no sabrá pedillo? ¿Para qué lo pides tú?