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El cuerdo loco es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso escenificado en la corte de Albania, donde el príncipe Antonio corteja a la hermana de su amigo el conde Próspero, de quien tendrá que librarse para consumar su amor.
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Seitenzahl: 102
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
El cuerdo locoCopyright © 1620, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617054
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Hablando Cicerón del filósofo Panecio en el libro IV de Finibus, dijo, para alabarle, que era digno de la amistad de Cipión y Lelio: Homo quidem ingenuus, & gravis, dignus illa familiaritate Scipionis, & Lelii. Y yo, hablando de Vuestra Merced, solo dijera que había sido digno de la familiar amistad del padre doctor Juan de Mariana, porque aquella infinidad universal de letras, graves costumbres y venerables años no admitieran menos iguales excelencias, aunque en la edad desiguales. Vi su defensa, si merece este nombre quien no ha ofendido, contra las objeciones, mejor dijera ignorancias y atrevimientos libres, a su famosa y verdadera historia. Doy gracias a Vuestra Merced por tan bien empleado cuidado, y se las deben todos los que saben y que no ignoran lo que va de escribir a censurar y de enseñar a reprender. Salió un libro de este reprensor, fue parto ridículo y ofensivo, borrose de la memoria de las gentes, aunque ya de la de su dueño lo estaba. Con la ignorancia no hay más venganza que dejar que ella la tome de sí misma, cual sucedió al referido, a quien, faltando el poderoso muro en que se arrimaba, cayó marchito, pues ya su atrevimiento quería frisar con Alejandro, como Diógenes, e imitar las libertades de los filósofos con los reyes. De hoc satis?, y porque hay tantas especies de locuras, no tan grandes, advierta Vuestra Merced que esta comedia que le dedico, la fingí en un hombre cuerdo, cosa de que se hallará ejemplo en las Sagradas Letras, que la de por soberbia de sangre, hacienda, ciencia o lugares altos, anda en el mundo, no merece memoria, si ya no fuese para reprenderla. No veo a los hombres doctos arrogantes, no veo a los ignorantes humildes; aquí bien se ofrecía desatar el abecedario de los lugares comunes para Vuestra Merced cuales no lo fueran. Andamos, finalmente, defendiéndonos de cartas y de objeciones. Mi Jerusalén padece; algunos no tienen por poema el que no sigue a Virgilio. Digo yo que volver a escribir su historia sería acertado, pues no conocen que las imitaciones no son el mismo contexto, sino la alteza de las locuciones, términos y lugares felicemente escritos, las sentencias, el ornamento, propiedad y hermosura exquisita de las voces. En dos estancias latinas del libro IV dice: Missile telo. Buscó la ‘i’ un docto que no sabía cuán ordinaria cosa es en ella mudar la ‘e’ en ‘i’ y la ‘i’ en ‘e’, como se ve en Ovidio, en la epístola de Paris a Elena:
Hoc mihi non recolo fore, ut a coeleste sagitta. Aquí está ‘coeleste’ por ‘coelesti’. Pues ¿qué más tiene Missile? Y no hay decir que es yerro de la impresión, que no consta el verso de otra suerte. Idem in epist. ad Her. Humene incultae fonte perenne genae.
Lucrecio, en el libro VI, ‘Cupedo’ por ‘Cupido’.
Et finem statuit Cupedinis, atque timoris.
De la ‘e’ en ‘i’, Ausonio, en la imagen de la ocasión:
Ocipiti calvo.
Plauto: Sorti sum victus.
Varrón, en el libro V de la Lengua Latina:
In campo cum prima luci.
Como, Vesperi pro Vespere.
Y en las inscripciones antiguas: ‘Deana’ por ‘Diana’, ‘Dolea’ por ‘Dolía’, ‘Genetrix’, ‘Mereto’, ‘Soledas’, por ‘Genitrix’, ‘Merito’ y ‘Solidas’; ‘Cavias’, ‘Camina’, ‘Mircurius’, ‘Pontifix’, por ‘Caveas’, ‘Camena’, ‘Mercurius’ y ‘Pontifex’, como se hallarán muchas en el índice de Sinecio. Más se espantara este lego objetador si yo hubiera hecho alguna paragoge o adución qua fini jungitur aliqua sillaba, como ‘Dicier’ por ‘Dici’ (Horatio a Filida, Od. II) Avet inmolato.
Spargier agno. La razón de colocar bien una oración, dice Dionisio Alicarnaseo que se conoce Ex aspero aut molli concursu literarum.
Y así se ve con cuánta más elegancia está ‘Missile’ que ‘Missili telo’, como se ve en su pronunciación. Esto dicen algunos por lo que oyen, que realmente aún les falta lo necesario para decirlo de su Marte propio: Turpe vero est judicare, que pulchra sint maiore ex turbe murmure, como dijo el doctísimo Pedro de Valencia, en la prefación a los Himnos de Arias Montano, porque, ex collatione, requè ipsa, non es opinione estimare, ac decernere equum est. Con Vuestra Merced pudiera haberme excusado esta digresión, pues fuera más bien empleada en su alabanza, pero tal vez se deja llevar la pluma de la ofensa propia, pues por leyes divinas y humanas parece justa, aunque donde no había que defender, como dice la ley. Domitus: Fatua quaestio, quae non habet rationem dubitandi. Vuestra Merced lea el cuerdo loco que ingeniosamente se hizo señor de sus enemigos con industria, en tanto que con obras más dignas de su excelente ingenio y universales letras, griegas, hebreas y latinas, en tan floridos como bien empleados celebro su ilustre nombre, si las Musas me dan favor y el cielo vida. Guarde Dios la de Vuestra Merced como deseo y merece la honra que ha hecho a esa ilustrísima ciudad en que ha nacido. Capellán de Vuestra Merced, Lope de Vega Carpio.
CELIO aparece en el elenco como CELIA por error.
ARISTEO figura en el elenco, pero no actúa.
Salen el príncipe Antonio, rebozado; el conde Próspero con la espada desnuda para matarle, y Lucinda, su hermana, poniéndose en medio
LUCINDA
Tente, hermano.
PRÓSPERO
Aparta, infame,
o harás que primero muerta
sirva ese pecho de puerta
por quien su sangre derrame.
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¿En mi casa hombre embozado
y que no se me defiende?
LUCINDA
Yo pienso que no te ofende,
y que por eso ha callado.
PRÓSPERO
Diga a lo menos quién es,
10
si es que te buscaba a ti.
LUCINDA
¿A mí? ¿Por qué?
PRÓSPERO
Pues ¿a mí?
Tú misma di lo que ves.
Déjame pasar.
LUCINDA
¡Detente!
PRÓSPERO
Muestre a lo menos la cara.
LUCINDA
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Antes que mostrarla hablara
si fuera cosa decente,
pues él no se desemboza,
su secreto da a entender.
PRÓSPERO
¡Traidora! ¿Quién puede ser
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sino un hombre que te goza?
LUCINDA
Hablad, hermano, con tiento,
que yo quise ver quién era
cuando vos por la escalera
subistes de mi aposento.
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Y aunque porque sois mi hermano
parte os toca de mi honor,
no es de marido el rigor,
aunque uséis de lengua y mano.
Una y otra refrenad,
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que damas hay en mi casa
con quien por ventura pasa
esa ciega liviandad.
PRÓSPERO
Cuando yo quiera creer
que este no viene por ti,
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por honra de quien nací,
que fue tu madre, y mujer,
¿cómo me he de persuadir
que aquí por verte no está,
pues ni se mueve ni va
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viendo que le voy a herir?
Descubra el rostro.
LUCINDA
Eso no.
PRÓSPERO
¿Es posible que me aguarde?
O me tiene por cobarde,
o es mayor señor que yo.
LUCINDA
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Debe de aguardar a ver
si pones en mí la mano.
PRÓSPERO
Hombre, sombra o viento vano,
¿qué buscas?
ANTONIO
A mi mujer.
Vase
PRÓSPERO
¿Es esta?
LUCINDA
Ya se partió.
PRÓSPERO
50
Déjame seguirle.
LUCINDA
Espera,
no tenga gente allá fuera.
PRÓSPERO
Pues ¿qué es esto?
LUCINDA
¡Qué sé yo!
PRÓSPERO
Pues ¿cómo dice aquel hombre
que aquí busca a su mujer,
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que él debe de conocer,
y no sabes tú su nombre?
LUCINDA
Habiendo tantas mujeres
que me sirven, bien podía
ser alguna dama mía.
PRÓSPERO
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¡Ay, Lucinda, que tú eres!
LUCINDA
¿Yo?
PRÓSPERO
Pues ¿quién?
LUCINDA
Alguna dama
de mi servicio.
PRÓSPERO
De suerte
estoy, que a darte la muerte
mi honor me provoca y llama.
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Dime lo que es, enemiga,
porque remedie mi honor;
si este es hombre de valor,
su justa esperanza siga,
que yo no quiero estorbar
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tu remedio.
LUCINDA
Yo, en mi vida
fui, Conde, tan atrevida.
¿Cuándo me has visto culpar
de desenvuelta ni he dado
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ocasión que me sirviese
algún hombre que te diese
celos, enojo y cuidado?
PRÓSPERO
Antes eso es contra ti,
que una mujer principal
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que se sirve en general
segura vive de sí;
y pues nadie has admitido,
Lucinda, en público amor,
[...]
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vive en secreto perdido.
¡Ah, desleal! ¿Aprendiste
de nuestros padres a ser
tan vil e infame mujer
que hombre humano te conquiste?
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¿Hombre embozado en la puerta
de tu aposento en mi casa?
LUCINDA
Pon a las blasfemias tasa,
con que mi honor desconcierta,
o dejarela y tendré
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la libertad que quisiere
donde ni tu pecho altere
ni el mío ocasión te dé.
Y si aquí viven mujeres
hermosas, no he de ser yo
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a quien aqueste buscó
para que luego te alteres,
ni menos pudiera ser
cuando lo que dices fuera,
porque ni aqueste dijera
105
que buscaba a su mujer.
Salen dos Alabarderos
ALABARDERO
El Príncipe, noble Conde,
os llama.
PRÓSPERO
¿El Príncipe?
ALABARDERO
Sí.
PRÓSPERO
Decid que ya voy.
ALABARDERO
¿Ansí
a su alteza se responde?
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Venid luego, que ha mandado
que no fuésemos sin vos.
PRÓSPERO
¿Y venía más que los dos?
ALABARDERO
Treinta a la puerta han quedado.
PRÓSPERO
¿Para qué?
ALABARDERO
Para que gusta
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que os acompañen.
PRÓSPERO
¿A mí?
ALABARDERO
A vos.
PRÓSPERO
¿Qué es esto?
ALABARDERO
Que ansí
te ha querido honrar.
PRÓSPERO
¡Ah, injusta!,
sin duda el Príncipe fue.
LUCINDA
Ya qué verás que no sea
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lo que piensas.
PRÓSPERO
¿Que no crea
quieres lo que aquí se ve?
Voy, que es fuerza, y no las tengo
contra las que tiene un rey.
¡Ah, necesidad sin ley!
ALABARDERO
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¿No venís, Conde?
PRÓSPERO
Ya vengo.
Vase la Guarda y el Conde
LUCINDA
Menos daño ha sucedido
del que tuve imaginado.
Esta guarda que ha enviado
guarda de mi vida ha sido;
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sospecho que la perdiera.
Ya el Conde entendiendo va
que un rey de por medio está
y que ser mi esposo espera;
y cuando pierda el decoro
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al Príncipe de otra suerte,
venga mil veces la muerte,
pues es la vida que adoro.
Vase, y entren Dinardo, duque de Iberia, y Rosania, madrastra del príncipe Antonio
DINARDO
La ocasión nos ofrece los cabellos
para gozar de aqueste principado;
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si agora no procuras asir de ellos,
el viento romperá con vuestro airado.
Yo tengo mil amigos que por ellos
pudiera con el mundo haberme alzado,
y tú, muerto Filipo, eres, Rosania,
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madrastra vil del príncipe de Albania.
Este querrá casarse, y en trayendo
nuera a su casa, ha de querer mandarte,
y él también, tu imperio aborreciendo,
ha de querer de su palacio echarte.
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El que, vivo su padre, obedeciendo
tu voluntad estuvo en toda parte,
no dudes de que muerto le parezca,
que es infamia a su honor que te obedezca.
Y cuando solo vea por venganza
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de algunas malas obras que le has hecho
mientras vivió su padre, en confianza
del grande amor que le rindió a su pecho,
agora que de Albania el cetro alcanza
se ha de poner tu vida en tanto estrecho,
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que desees la muerte, si no aspiras
al verde lauro que en su frente miras.
Quítale el principado, pues que tienes