Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
El galán escarmentado es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso articulado en torno a un soldado que regresa a Madrid tras la batalla naval de Terceira para descubrir que su prometida ha decidido casarse con otro.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 96
Veröffentlichungsjahr: 2020
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Lope de Vega
Saga
El galán escarmentadoCopyright © 1916, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726616644
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
(Salen CELIO, galán, y ROBERTO, su criado, un poco atrás.)
CELIO.
No te quedes tan atrás.
ROBERTO.
Vengo mirando la gente,
que de haber estado ausente
me da el parabién no más.
CELIO.
5
¿Y no de la guerra?
ROBERTO.
No;
que no habiendo pierna o brazo
manca de algún mosquetazo
dicen que el hombre huyó.
CELIO.
No hemos peleado mal,
10
para nacer en Madrid.
ROBERTO.
Luego ¿cuéntase del Cid
hazaña a la tuya igual?
CELIO.
El Cid y los de sus días
podrían, muy a la larga,
15
con la lanza y con la adarga
ejecutar valentías.
¡Si él oyera un arcabuz!...
ROBERTO.
¿Si no es por ti y por mí hubiera
triunfado de la Tercera
20
el Marqués de Santa Cruz?
Y eso de Madrid, señor,
no te lo quiero sufrir,
porque de él suelen salir
hombre de mucho valor.
25
Hay muchos nobles en él
de muchas casas antiguas.
CELIO.
Si eso, Roberto, averiguas,
yo tengo mi origen de él;
y, por Dios, que en nacimiento
30
y en condiciones de honrado,
me puedo poner al lado
del más alto pensamiento.
Y a esta prueba te reduce,
que basta alcanzar tal cielo
35
para ser benigno el suelo
y bueno cuanto produce;
que yo, lo que te decía,
en un lugar cortesano;
no hace tan en la mano
40
la guerra y la valentía.
El que vive en la frontera
tendrá mayor ocasión,
mas lo que es el corazón
siempre es uno donde quiera.
45
Lo que aquí falta, Roberto,
es experiencia eficaz;
pero trátase de paz,
de policía y concierto,
porque es como la cabeza
50
que rige los pies y manos,
siendo aquí los cortesanos
gobierno, ejemplo y nobleza.
Mas contigo no es bien, no,
tratar materia de Estado.
ROBERTO.
55
¿No soy un lacayo honrado?
¿Quién más de estado que yo?
CELIO.
¡Qué Tácito o Machabelo,
qué Juan Botero o Bodino!
(Salen GODOFRE y POMPILIO, galanes.)
GODOFRE.
Vile pasar de camino.
POMPILIO.
60
¡Oh, Celio, que os guarde el cielo!
Dadme un abrazo y seáis
muchas veces bien venido.
CELIO.
Ya con veros lo habré sido,
y en sabiendo cómo estáis.
GODOFRE.
65
¿Cómo ha ido en la conquista?
CELIO.
¡Así me fuera en Madrid!
POMPILIO.
Algo de paso decid,
como testigo de vista.
CELIO.
Para serviros.
POMPILIO.
Y vos,
70
¿venís bueno?
CELIO.
Ya lo veis.
Y vos, Godofre, ¿tenéis
salud?
GODOFRE.
Sí, gracias a Dios;
que acá no sabemos más
que como el Marqués tomó
75
la Tercera.
CELIO.
Así pasó.
ROBERTO.
Señor.
CELIO.
¿Qué?
ROBERTO.
Ven donde vas,
que es domingo y no habrá misa
ni verás lo que deseas.
CELIO.
Que me descuide no creas.
GODOFRE.
80
¿De qué es, Roberto, la priesa?
ROBERTO.
Vamos a San Nicolás
a oír misa.
GODOFRE.
Aún es temprano.
POMPILIO.
Antes pienso que es en vano,
y aunque madrugara más.
GODOFRE.
85
Vamos juntos poco a poco.
CELIO.
Vamos, sabréis la victoria.
POMPILIO.
Otra hallarás de tu historia
que baste a volverte loco.
CELIO.
Del gran río de Lisboa,
90
la víspera de aquel grande,
que Dios le puso este nombre
y Juan sus dichosos padres,
a quien cristianos y moros
con tanto amor fiestas hacen,
95
el Marqués de Santa Cruz
con cinco galeones parte,
treinta naos, doce galeras
y doce armados patajes,
dos galeazas, quince cebras,
100
siete barcas chatas grandes,
con catorce carabelas
y con nueve mil infantes
de bizarros españoles,
italianos y alemanes;
105
cuatro mil hombres de mar
en faenas y balances,
y cincuenta aventureros
señores particulares.
Maestres de campo lleva
110
aquel invencible Marte
don Lope de Figueroa,
famoso del Tajo al Ganges;
don Francisco Bobadilla,
ilustre en armas y sangre,
115
y don Juan de Sandoval,
claro en obras y en linaje.
Lleva la coronelía
de alemanes arrogantes
el conde ilustre Lodrón,
120
cuyas hazañas se saben;
Lucio Pinatelo lleva
los de Italia inexpugnable,
y don Félix de Aragón
los portugueses leales.
125
Los cachopos de Navarra
hicieron volver la nave
de don Miguel de Cardona;
lo demás paso adelante,
haciendo que los soldados
130
en los patajes se embarquen,
y con vientos por bolina
se fue siguiendo el viaje
hasta ver a San Miguel,
isla entonces sin el Ángel.
135
A Villafranca y la Punta
Delgada, que está distante
cuatro leguas, el Marqués
pasó a embarcar los infantes
de la muestra del Maestre
140
de Campo famoso y grave.
Agustín Íñiguez luego
a San Sebastián se parte.
Surge en la playa, a pesar
de sus cañones, y hace
145
que un soldado y un trompeta
a los fuertes se acercasen
a publicar el perdón
que del Rey de España trae;
mas respondieron las piezas
150
de muros y de baluartes.
Reconociose la isla,
y con acuerdo bastante,
por una ensenada y calas,
entra a seis de julio, un martes,
155
remolcando los barcones,
las pinazas y patajes
en que irían cuatro mil
y más quinientos infantes
de los tercios de don Lope
160
y de otros tres capitanes.
Entró, en efecto, el Marqués
al tiempo que el alba sale,
llevando en su capitana
muchas personas notables.
165
El Duque de Fernandina,
nuevo español Alejandro;
don Pedro Ponce de León,
Juan Martínez de Recalde,
don Jorge y don Juan Manríquez,
170
con don Alonso de Idiáquez,
a don Cristóbal de Heraso
y al honor de Sandovales,
don Luis, y los dos Antonios
de Enríquez y Portugales,
175
a don Pedro de Padilla
y otros tales capitanes,
comenzando a un cuerpo
de galera el gran combate,
las que llegaban haciendo
180
de suerte, que en varias partes
la gente en barcas arrojan
de asperísimos lugares.
Ganaron, al fin, los fuertes,
sin que a defender bastasen
185
los franceses las trincheras,
y manda que desembarquen,
ordenándole a don Lope
los escuadrones formase,
mejorándose los nuestros
190
con valor incomparable.
Vino la segunda gente;
y como al cuerpo llegasen
del ejército enemigo,
se mostraron arrogantes;
195
quisieron desbaratarnos
con mil vacas a la tarde;
mas la orden del Marqués
fue que a ninguna tirasen.
Resueltos estaban todos
200
que de perdón no les traten,
sino que un poder y otro
en la campaña batallen,
y esto fue por el socorro
que trujo monsiur de Xatres,
205
y así tornaron al alba
a escaramuzar como antes.
Pero los nuestros lo hicieron
de suerte en este combate,
que del agua los retiran
210
y por la montaña esparcen.
Ganose la artillería,
San Sebastián luego dase,
y a la ciudad de Angra vuelve
nuestro ejército triunfante,
215
donde a la armada francesa
la nuestra acomete y bate,
y así se entró en la ciudad
sin resistencia notable.
Concedió saco tres días,
220
y después, por bien de paces,
diez y ocho banderas rinden
los franceses capitanes,
dando licencia a los nuestros
que uno a uno los desarmen,
225
y quedando victoriosa
la gloria de los Bazanes.
POMPILIO.
Suceso extraño.
ROBERTO.
Señor,
ya el sermón acabó.
CELIO.
Entremos.
GODOFRE.
¿Quieres que aquí te aguardemos?
CELIO.
230
Tendrelo a mucho favor.
Adiós, que me importa entrar.
Roberto, mira si hay misa.
(Vanse.)
POMPILIO.
Justamente su divisa
puede el Marqués ensalzar.
GODOFRE.
235
Por cierto, con gran razón
le da el mundo nombre y fama.
POMPILIO.
Y nuestra España le llama
Pirro, Alejandro, Escipión.
Ningún capitán de guerra
240
se ha merecido igualar
al de Santa Cruz por mar
y al Duque de Alba en la tierra.
Cuando tales españoles
miro en el gobierno y manos,
245
no me espantan los romanos
que fueron del mundo soles.
(Salen CELIO y ROBERTO.)
GODOFRE.
Tuvieron valor y dicha:
uno propio, otro importante.
CELIO.
¿Hay suceso semejante?
250
¿Hay tal cosa? ¿Hay tal desdicha?
¡Jesús, Jesús, dos mil veces!
¡Válame Dios! ¡Dios me valga!
ROBERTO.
¡Ah, señor!
CELIO.
¿Quieres que salga
de seso?
ROBERTO.
Ya lo pareces.
POMPILIO.
255
¿Qué descompostura es esta?
CELIO.
¡Ay, Pompilio, muerto soy!
POMPILIO.
Roberto, ¿qué fue?
ROBERTO.
No estoy
para darte la respuesta.
GODOFRE.
Celio, ¿no se fue de aquí
260
en este mismo momento?
CELIO.
En un momento me siento,
Godofre, fuera de mí.
¡Jesús, Jesús!
POMPILIO.
¿Hanle hurtado
en la iglesia alguna cosa?
CELIO.
265
¡Qué bien dicen que es dichosa
la muerte al que es desdichado!
¿A esto vine, a esto corrí,
desde Lisboa, la posta,
juzgando la tierra angosta,
270
Madrid, hasta verme en ti?
Pues en la Punta Delgada
no me acabó la refriega,
Tajo en aldea gallega
fuera el fin de mi jornada.
275
¡Jesús, Jesús!
GODOFRE.
Mal parece
que no digáis que os tenéis,
y que así desconfiéis
de quien la sangre os ofrece.
CELIO.
Dejadme, no me apretéis,
280
que daré voces.
ROBERTO.
Dejalde.
¿Pensáis que se queja en balde?
POMPILIO.
Celio, decid qué tenéis.
CELIO.
¡Oh pesia quien tal pregunta!
¡Matadme!
POMPILIO.
¡Tenedle al loco!
CELIO.
285
¡Dejadme, dejadme un poco,
o arrojareme en la punta!
GODOFRE.
Poneos la capa y sombrero.
¡Jesús! ¿Así la arrojáis?
CELIO.
¡Verdugos, pues me matáis,
290
daros los vestidos quiero!
(Vase.)
POMPILIO.
¡Por Dios, que se va furioso!
Godofre, ¿qué haremos?
GODOFRE.
Di:
¿cómo enmudeces así?
Habla.
ROBERTO.
No puedo, ni oso.
295
Al acabar el serón…
POMPILIO.
¿Que estás tragando saliva?
ROBERTO.
Bajó un clérigo de arriba…
POMPILIO.
Ya imagino la ocasión.
ROBERTO.
Y puesto junto al altar,
300
un papel…
POMPILIO.
Acaba.
ROBERTO.
Aguarda;
diciendo: "Julio y Ricarda…"
GODOFRE.
¿Oyolos amonestar?
ROBERTO.
Sí, que Ricarda decía
con Julio,
y que era tercera
305
amonestación.
GODOFRE.
¿Quién diera
en que tal suceso había?
Que, aunque la tercera es,
agora lo sé, por Dios.
POMPILIO.
Presente estuve a las dos,
310
y sospecho lo que es,
pero no lo oso decir.
ROBERTO.
¿Y no fuera harto mejor?
GODOFRE.
Ve siguiendo a tu señor.
ROBERTO.
¿A un loco podré seguir?
315
¡Oh! ¡Nunca, ingrata Ricarda
engañado a Celio hubieras!
POMPILIO.
¿En mujer ausente esperas?
Eso le dan al que tarda;
porque el agua del olvido
320
vale barata en Madrid.
ROBERTO.
Los dos conmigo venid,
que a casa, sin duda, es ido,
y allí le sosegaréis.
GODOFRE.
¿Para qué fue a la Tercera
325
cuando casarse pudiera?
ROBERTO.
Allá se lo reñiréis.
(Vanse, y salen RICARDA y FINEA.)
FINEA.
Bien estás vestida así,
y es esta noche, sin duda.
RICARDA.