Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
El hijo venturoso es un texto teatral de Lope de Vega en el que el autor aborda uno de sus temas estrellas, el del linaje desconocido. Venturoso, ignorante de quiénes son sus padres ni cuál es su derecho de nacimiento, emprende la vida soldadesca en busca de aventuras, hasta alcanzar por sus propios medios lo que de otro modo le habría dado el trasfondo ilustre del que proviene.-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 103
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Lope de Vega
Saga
El hijo venturosoCopyright © 1916, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726616729
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
(Salen SERAFINA y CLARA, damas, cubiertas con sus mantos.)
SERAFINA.
Bien te puedes descubrir,
que a San Juna llegamos ya.
CLARA.
Quien tan descubierta está,
¿cómo se puede encubrir?
5
Que aunque soy en nombre Clara,
mal en las obras lo he sido.
SERAFINA.
Clara, en haberte perdido
tu oscuridad te declara;
mas cree que en la mujer
10
puede tanto la pasión,
que se ciega la razón
y el alma no acierto a ver.
Pues si la razón es guía
del alma, a quien luz le da,
15
mira tú qué bien irá
ciego que en ciego se fía.
CLARA.
Es más llano que la palma
de confesar, Serafina,
que fue la razón divina
20
siempre los ojos del alma,
y si los del cuerpo son
puertas para entrar la muerte,
todos ciegos, de tal suerte,
mal seguirán la razón.
25
Ciégame el amor cruel
razón, alma y voluntad,
que el daño y la ceguedad
son propios efectos de él.
No vino el daño primero
30
que a la ceguedad siguió,
y así vengo a verle yo
cuando remedio no espero.
SERAFINA.
Ese hidalgo, si lo es,
¿no te amaba con verdad?
CLARA.
35
No es mucha la voluntad
cuando la vence interés.
Amábame hasta gozarme,
que, en efecto, antes de aquesto,
tuvo honrado prosupuesto
40
de casarse y regalarme.
A mis padres me pidió;
pero como siempre al pobre
de su soberbia le sobre
lo que del oro faltó,
45
porque no era tan honrado
como ellos, su petición
le negaron, sin razón,
pues ya sin honra han quedado,
que luego me persuadió
50
que dejándome gozar
la honra vendría a rogar
lo que deshonra negó.
Yo triste, ciega, y turbada,
y creyendo su intención,
55
di lugar a su pasión
en solo interés fundada.
Quedome de él este fruto
que estoy cerca de parir,
o de pagar, con morir,
60
doblé a la muerte el tributo,
que habiendo dos homicidas,
su padre y madre enemigo,
matando el hijo conmigo
daré dos almas y vidas.
65
Mas no hayas miedo que aguarde
la víbora que sustento,
que él romperá el aposento
para no salir tan tarde.
Finalmente, huye de mí
70
y lo que me debe niega,
porque dice que le ruega
otro dote y otro sí,
y que no es justo casarse
con una pobre mujer.
SERAFINA.
75
¿Qué tal puede un hombre hacer
y sufrirse sin vengarse?
¡Maldígame el cielo, amén,
si misma yo no intentara
con que el alma le sacara!
80
Cuando no tuviera quién,
buscara un esclavo, o moro
que por un infame precio
matara un hombre tan necio.
CLARA.
¡Ay, amiga, que lo adoro!
85
Más vale que muera yo
que no que falte del suelo
el que hizo único el cielo
entre cuentos hoy crió.
¿Quién pudiera, de tal suerte,
90
quitar tan rara hermosura
del mundo? ¿Quién , por ventura,
a un ángel diera la muerte?
SERAFINA.
Calla, que no eres mujer,
que así deshonras las famas.
95
Los hombres, que ángelas llamas,
ángeles de Lucifer.
Hallote [muleta] en cerro,
que a esas tales bobillas
echan sus frenos y sillas
100
y las marcan de su hierro.
A la fe la que es discreta
la coz le sabe tirar
que suele a un hombre arrojar
más alto que una veleta.
105
Si por lindezas y talles
ángeles llamas los hombres,
no solo al tuyo le nombre,
que hay muchos por esas calles.
Y pues ya una vez erraste
110
y no te quieres vengar,
con el hierro has de arar
lo que con yerro pecaste.
Pues no verás al honor
cura alguna, busca al justo
115
otro que te dé más gusto,
que hallarás mil de mejor.
Entretente y no te mueras,
que tanto llorar te acaba.
CLARA.
¿Cómo puede un alma esclava
120
tener dos dueños de veras?
Y cuando por consolarme
pusiera en otro hombre el gusto,
parida una vez, ¿es justo
engañarle y deshonrarme?
SERAFINA.
125
Eso del parto me agrada.
Ese temor y decoro
sería en la edad de oro,
pero no en la edad dorada.
Allá en aquella vejez,
130
más necia que religiosa,
se casaría medrosa
la que pariese una vez.
Mas ahora, que a su punto
la habilidad ha llegado,
135
no hay lugar tan apartado
que no venga a quedar junto.
CLARA.
Yo pienso morir primero
que ser de otro hombre ninguno.
SERAFINA.
Siempre el número de uno
140
dio poco valor al cero.
¿Qué vale un solo vestido,
un lugar solo en que estar,
un amigo en quien fiar,
solo un señor conocido?
145
Sola una gloria perdida,
que por eso, en lo que toco,
vale la vida tan poco,
porque no es más de una vida.
CLARA.
Esta es ya resolución,
150
como lo verás aquí.
SERAFINA.
¿Y vendrá, sin duda?
CLARA.
Sí,
que tiene a Horacio afición;
y él palabra me ha dado
que a San Juan vendrá con él.
155
Y sin esto, a mi papel
la misma respuesta ha dado.
Pero aquí vienen los dos.
(Salen MAURICIO y HORACIO, galanes.)
MAURICIO.
Por vos vengo, que por ella,
digo que me muero en vella.
HORACIO.
160
¿Es posible?
MAURICIO.
Sí, por Dios.
HORACIO.
¿No veis las obligaciones
de vuestro amor y su fe?
MAURICIO.
Mirá que me volveré
si me habláis tales razones.
165
Baste que contra mi gusto
por vos venga a ver mi muerte.
HORACIO.
En tratalla de tal suerte,
Mauricio, no hacéis lo justo.
No os pido que la tengáis
170
amor, que el amor no es fuerza;
pero que la deuda esfuerza
de esa opinión en que ya estáis.
Mirad que está ya en los días
de parir un hijo vuestro.
MAURICIO.
175
No sean del amor nuestro
rompimiento estas porfías.
Que el hijo que me obligara,
si algún amor le tuviera,
aborrezco de manera
180
que en ella se le matara.
Por bajo me despreciaron
sus padres; pues si lo soy,
ya con propósito estoy
de olvidar lo que negaron.
185
¿Queréis vos que tal linaje
ofenda en juntarle al mío?
HORACIO.
Ese es claro desvarío
y hacerse, a quien sois, ultraje.
Cuanto y más que si eso es,
190
Clara no lo ha de pagar,
pues tanto os sabe estimar
que se humilla a vuestros pies.
Habladla, que veisla allí.
MAURICIO.
¡Pluguiera a Dios que yo viera
195
mi muerte y no a quien más fiera
me ha de parecer aquí!
HORACIO.
Calla, que sois loco.—Estén
vuesas mercedes, señoras,
muy en buena hora.
SERAFINA.
¿Qué, lloras?
CLARA.
200
¿Puedo miraros, mi bien?
¿Daisme licencia que os vea?
¿Podrán mis indignos ojos
mirar en vuestros enojos?
¿Qué, tanto os parezco fea?
205
¿Podré, como el tornasol,
con lágrimas infinitas
del alba abrir las marchitas
hojas al rayo del sol?
¿Podré abrasarme en el fuego
210
como mariposa ciega
pues menos perdida llega
que yo a vuestros brazos llego?
¿Dais ventura al triste fruto
de esta sin ventura madre,
215
que se alegre en ver su padre,
en sus tinieblas y luto
de estas entrañas serán
el ataúd sin ventura
que lleve a la sepultura
220
las prendas que en él están?
SERAFINA.
No llores de aquese modo,
que te sentirá la gente.
MAURICIO.
Si ella, señora, lo siente,
ella lo merece todo,
225
porque sus locos hermanos
y su padre, no muy cuerdo,
han mostrado en este acuerdo
sus pensamientos villanos.
¿Qué más he podido hacer?
230
¿Por mujer no la pedí?
SERAFINA.
¿Hánosla negado?
MAURICIO.
Sí;
que ya fuera mi mujer.
SERAFINA.
Pues no seáis su marido,
queredla como galán,
235
que más de cuatro en Milán
lo hubieran agradecido.
Y si tan forzoso es
que un mozo tenga su gusto,
aquí os viene más al justo
240
que os lo dan sin interés.
MAURICIO.
¿No veis que ya se mormura
nuestro amor en la ciudad,
y que donde hay voluntad
jamás el secreto dura?
245
Pues si sus hermanos locos
lo viniesen a entender,
¿no imagináis que han de ser
mis deudos y amigos pocos?
Parir puede, y darme el hijo,
250
y entrarse en un monesterio.
CLARA.
Para tanto vituperio,
que me des la muerte elijo.
Desnuda, traidor, la espada,
que es menos inconveniente,
255
y mata un hijo inocente
con una mujer culpada.
Culpada en tenerle tuyo,
que no en más, y esto no es poco,
pues no hay animal tan loco
260
que no reconozca el suyo.
Tu espada a los dos iguale,
que también es él culpado
en acogerse en sagrado
de madre que no le vale.
265
No pido yo que te cases
conmigo, fiero enemigo;
pero que al tratar conmigo
con menos silencio pases.
Que me escribas, que me veas
270
sola una vez en un mes,
y si aquesto mucho es,
en los años que desea.
¡Ay, que nunca me verás!
¡Que nunca tendrás deseo!
HORACIO.
275
¿Que esto has de ver?
MAURICIO.
Esto veo.
¿Es mucho?
HORACIO.
¿Puede ser más?
SERAFINA.
Ya, Mauricio, esa locura
a las piedras hace hablar,
porque el llanto suele hallar
280
entre las piedras blandura.
¿Eso es tema o es venganza?
CLARA.
Venganza debe de ser,
que es honra, en una mujer,
hacer pedazos la lanza.
285
¿En qué te resuelves, di,
tirano, de estas dos vidas?
MAURICIO.
En que de hoy más no me pidas
lo que otra espera de mí.
Yo concierto de casarme.
CLARA.
290
Suelta aquesa espada, Horacio;
suelta, que ya es mucho espacio
el que me doy por matarme.
HORACIO.
Suelta la espada, no tires.—
¿Eres tigre? ¿Eres león?
295
¿Posible es, fiero león,
que aquellas locuras mires?
Llega allí, tenle los brazos,
que quiere matar tu hijo.
MAURICIO.
Que no hará, aunque lo dijo;
300
que hay aquí mil embarazos.
Ya se pasó aquella edad
en que matarse solían
unas necias que tenían
por cielo la voluntad.
305
Hay agora alma y infierno.
CLARA.
Ese me abrase, villano,
si más tocare tu mano.
MAURICIO.
¿Eternamente?
CLARA.
En eterno.
MAURICIO.
¿Y albricias no me has pedido?
CLARA.
310
Anda, cásate, ¿qué aguardas?
Hallaste tu igual, ¿qué tardas?
A tal mujer, tal marido.
Rica es, pero no es noble,
que es lo que tú has menester.
MAURICIO.
315
¡Qué vergüenza de mujer!
Desde hoy la aborrezco el doble.
HORACIO.
Pues ¿quién ha de tener seso?
¿No veis que es perro con rabia?
MAURICIO.
No sé nada; ella se agravia,
320
si es noble, con tanto eceso
ya la nobleza perdió,
que de hoy más cobrar no espere,
porque el hijo se pariere
no será mejor que yo.
CLARA.
325
Antes otro tú será,
que si le aguardo a nacer
es porque en él he de hacer
lo que después se verá.
¡Oh, traidor! ¡Qué de tormentos
330
a tu sangre pienso dar!
Medea no ha de igualar
mis celosos pensamientos.
Que cuanto aventaja al mirto
la hermosa palma en alteza,
335
he de vencer su firmeza
y hacelle segundo Abcirto.
Y ojalá que te parezca,
porque, siendo tu retrato,