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El hombre de bien es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo.
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Seitenzahl: 101
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
El hombre de bienCopyright © 1930, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617115
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Felicio aparece también como Feliciano.
Salen el REY, LUCINDA y JACINTO.
REY
¿Tu nombre no me dirás?
LUCINDA
Ni mi nombre has de saber.
REY
Advierte que eres mujer
y que en este campo estás.
LUCINDA
Pensad, señor cazador,
quienquiera que vos seáis
cuánto más sujeto estáis
a mi disgusto y rigor.
De aquel castillo soy dueño,
y con una voz que dé,
gente a caballo y a pie
os sabrán quitar el sueño.
Hacedme la cortesía
que se debe a ser mujer,
porque estáis en mi poder
y toda esta hacienda es mía.
REY
La libertad de ser hombre
y la que este campo ofrece,
limitada me parece
para saber vuestro nombre.
No he sido tan descortés
como os habré parecido,
y si la culpa he tenido,
no es mía, que vuestra es.
Cazando entré por aquí,
y viendo en esta aspereza
vuestra divina belleza,
en sus bellos lazos di.
Vine con plantas ligeras
a daros mil verdes palmas,
porque andáis a cazar algunas
donde yo silvestres fieras.
Que seáis de aquel castillo
el dueño, poco me ofendo;
como serviros pretendo,
del rigor me maravillo.
Que no hay por qué venga gente;
no por temor, que la mía
pasa en esta fuente fría
el rigor del sol ardiente.
Y también viniera acá,
si yo alguna voz les diera
y esta vida defendiera
de quien la muerte me da.
LUCINDA
¿Quién sois deseo saber,
ya que más templado habláis?
REY
Cuando vos quién soy sepáis,
no os tendré que agradecer.
¡Jacinto!
JACINTO
¿Señor?
REY
Advierte.
JACINTO
Ya sé el estado en que estáis.
REY
No puedo decirte más
de que he llegado a mi muerte.
A Escila llegué, Jacinto;
Jacinto, a Circe llegué
hoy, sin ver por dónde, entré
de Creta en el laberinto.
¡Vive Dios!, de no salir
del bosque sin esperanza
de algún remedio!
JACINTO
Ese alcanza
un siempre honesto sufrir.
Y aunque en materia de amor
yo tengo poca experiencia,
presumo que la paciencia
es el principio mejor.
No muestres aquí el poder;
pretende, sigue, confía,
sirve, ama, sufre, porfía:
también es ciencia el querer.
En los términos estás:
ve estudiando, que no es bien
que el grado de amor te den
mientras que no sabes más.
REY
Esta divina señora,
ninfa de esta verde selva,
no es mucho que se resuelva
al desdén que muestra agora.
Mientras no sabe quién soy,
dile, Jacinto, mi nombre.
JACINTO
He pensado que se asombre,
si tales nuevas le doy.
Pero habré de hacer tu gusto.
REY
Pues advierte, que se va.
JACINTO
No irá, que yo sé que está
con más gusto que era justo.–
Hablaros aparte quiero.
LUCINDA
Ya estoy aparte con vos.
JACINTO
¡Ay, Lucinda, plegue a Dios
que mueras del mal que muero!
Dime, cruel, ¿no sabías
que andaba el Príncipe a caza
en este bosque? ¿Esa traza
para matarme traías?
Cuando corren por los dos
tan grandes obligaciones,
¿en este punto me pones?
¡Bien lo has pensado, por Dios!
Que será tu pensamiento
de haberte puesto en lugar,
que a un príncipe le ha de dar
para tanto atrevimiento.
Al paso nos ha salido;
pero dijera mejor
que, por robarme el honor,
como salteador ha sido.
Mira, cruel, lo que has hecho,
pues ya te quiere, y de suerte
que dice que está a la muerte
y que se le abrasa el pecho.
El Rey es mozo, yo soy
su criado; tú, mujer,
lo que ha de venir a ser
adivinándolo voy.
El Rey mostrará su fuerza,
tú la flaqueza del ser
y yo aquel poco poder
que mi grande amor esfuerza.
De donde vengo a inferir,
porque tú has dado lugar,
que el Rey te vendrá a gozar,
tú a dejarme y yo a morir.
LUCINDA
Si no tuviera el amor,
como los locos, licencia
para cualquiera insolencia
efecto de su furor,
respondiérate agraviada
y agraviárame enojosa,
enojárame quejosa
y dejárame enojada.
Yo no supe que venía
el Príncipe donde está,
que a verte me trujo acá
la amorosa estrella mía.
En los álamos que ves,
olmos blancos de este río,
suele el pensamiento mío
escribir que tuyo es.
A ver las letras venía
en este entretenimiento,
y a ver si mi pensamiento,
escrito en ello, crecía.
Estaba pensando en ti,
cuando [a] orillas de esta fuente
vi tus perros, y la gente
que era tuya presumí.
Por eso me he detenido,
y porque mientras halago
tus perros, pienso que pago
el haberme conocido.
Al Príncipe, ya tú sabes
que no le he visto en mi vida;
que me pudiera en huida
por otros respetos graves.
Que hasta ahora que me adviertes,
entendí que era tu igual;
y si los que dicen mal
no nos tienen por muy fuertes,
mira que lo es la que quieres,
y que habrá también algunas;
que no serán todas unas,
como dicen, las mujeres.
Que aunque el Rey tiene poder,
no es en las almas, y ansí,
ni tú me pierdes a mí,
ni yo haré como mujer.
JACINTO
Mucho consuelo me has dado;
si el Príncipe no me viera,
con abrazos te dijera
lo que he de callar forzado.
Ya te ha visto, gran fortuna
ha de levantar su amor
en el mar de mi temor;
que te hable me importuna.
¿Qué le podré responder?
LUCINDA
Que si hay rocas en el mar,
las aguas podrán pasar,
pero no mudar mi ser.
Y tú, en aquesta tormenta,
amaina velas, Jacinto,
mientras el puerto distinto
te muestra mi luz atenta
Que con recato y secreto,
polos en que amor estriba,
gozarás de tu cautiva
hasta el prometido efecto.
JACINTO
Tus desdenes le diré,
por que no cobre esperanza.
LUCINDA
Háblale.
JACINTO
Voy.
REY
Tu tardanza
toda mi esperanza fue,
que en ver que te detenías,
le cobré de mi remedio.
JACINTO
Pensé que era honesto medio
el decir que la darías
marido, hacienda y estado
conforme a su calidad,
si con igual voluntad
paga tu amor de contado.
Y en mi vida pensé oír,
señor, tan libres razones.
A un imposible te pones.
REY
No lo supiste decir.
¿Has querido?
JACINTO
No, señor.
REY
¿En tu vida?
JACINTO
Eternamente.
[Aparte]
(La boca, Lucinda, miente,
porque os tengo eterno amor.)
REY
Pues mal puede terciar bien
quien no entiende lo que trata.
JACINTO
Ya la dije que era ingrata
el tratarte con desdén.
Y aun hasta necia en pensar
que a un rey se le puede huir.
REY
¿En qué se funda?
JACINTO
En decir
que solo la ha de gozar
el que fuere su marido.
REY
Pues eso no puede ser,
que aunque es principal mujer,
soy su rey.
JACINTO
Ya lo ha entendido.
REY
Pues si lo entendió y desprecia
mi valor y mi poder,
presto verá que es mujer.
JACINTO
Y, por Dios, que es harto necia.
Si la hablases sin amor,
como yo, verías mil cosas
que en las mujeres hermosas
son de imperfecto valor.
REY
¿No las hay discretas?
JACINTO
Sí,
mas suele ser su pensión
necedad y presunción,
que hoy en esta conocí.
Vale más el pie, la cinta
del zapato de Clavela,
que cuanto aquí te desvela
de esta que tu igual se pinta.
En efecto, se ha criado
en montes; rústica es.
Ese castillo que ves
sobre ese bosque fundado,
un padre viejo, un mancebo
hermano, son su caudal.
REY
No me digas de ella mal,
que yo sé que al sol me atrevo.
Y como el sol no se mira
sin notable turbación,
así de tu imperfección
su resplandor se retira.
¿Dice que va a la ciudad?
JACINTO
Muchas veces vive en ella.
REY
Aunque va allá, quiero vella.
Que aquí me quedo avisad.
Que diciendo que no quiero
volver a la corte, iré
a su castillo y veré
la vida y luz por quien muero.
Esta noche estaré allí,
adonde habrá más lugar
para que la pueda hablar.
JACINTO
No te lo aconsejo así,
que es caballero discreto
su hermano, y es cosa llana
que entienda que por su hermana
vas al castillo, en efeto.
Pero si dos o tres días
en la caza te detienes,
y al cabo perdido vienes
por estas montañas frías,
y con dos o tres criados
quieres aquí descansar,
¿qué lince podrá mirar
el blanco de tus cuidados?
REY
Linda e ingeniosa traza.
¡Oh, Jacinto, qué invención
para encubrir mi pasión!
JACINTO
Pues prosigamos la caza.
REY
¿No me podré despedir?
JACINTO
Cortésmente, bien podrás.
REY
Disimular quiero más,
y algún desamor fingir.
Voyme, y mientras en la fuente
tomo el caballo que aguarda,
dile a esa dama gallarda
que viva seguramente,
pues me voy por no ofendella.
JACINTO
¡Oh, qué entendimiento grave
te dio el cielo!
REY
El cielo sabe
que voy muriendo por ella.
Vase el REY.
JACINTO
Lucinda mía, el príncipe Rugero
alojarse quería en tu castillo;
yo le engañé, porque de celos muero;
díjele, aunque de ver me maravillo
en mi nobleza cosa tan extraña,
y en mi lealtad y corazón sencillo,
que se fuese a cazar por la montaña
y que volviese al cabo de tres días,
por ver si a tu discreto hermano engaña.
Tú, hermoso dueño de las prendas mías,
a la ciudad te irás, porque si viene
hallé las cuadras de tu luz vacías.
Di a tu padre y hermano que conviene
mudar tu casa, o mudarás mi vida,
donde tu voluntad por alma tiene,
que si se aloja aquí, tú vas perdida;
perdido va tu honor, por más que quieras
mostrarte a sus regalos desabrida;
esto le dije porque tú pudieras
ponerte en la ciudad. No me respondas,
si mis obligaciones consideras,
que antes verás volver atrás las ondas
de aqueste río, y que la mar distante
cubra de tu castillo el foso y rondas;
mudarse a España el africano Atlante
y derribarse el cielo de los ejes
donde estriba su máquina constante,
que vuelva a verte mientras no te alejes
de esta ocasión con la presente huida.
LUCINDA
Escúchame primero que te quejes.
JACINTO
Mi honor tienes allá, tuya es mi vida.
Vase.
LUCINDA
¿Ansí te vas? ¡Ay, justa confianza,
a tantas prendas de mi amor asida!
Pues yo haré tan segura tu esperanza,
que primero, Rugero, que me goces,
tenga sosiego el mar; amor, templanza;
el infierno, quietud; y el cielo, voces.
[Vase. Entran BELARDA y GABINO.]
BELARDA
No me podrás aplacar,
si me dieses.
GABINO
No lo digas.
BELARDA
Si me dieses…
GABINO
No prosigas.
BELARDA
¿Aún no me dejas hablar?
GABINO
No, mas si el alma te he dado,
¿qué te puedo dar de precio?
BELARDA
Lo que tienes sobre necio,
Gabino, es ser porfiado.
GABINO
Porfiar con libertad,
tras ser necio, es discreción;
la porfía es guarnición
de la misma necedad.
Como sobre azul sería
el oro gala de precio,
están en paño de necio
pasamanos de porfía.
BELARDA
Necio, en fin te has confesado.
GABINO
Quien lo conoce, no creo
que lo es, porque yo veo
todo necio confiado.
Si es que me has aborrecido,
si es que acaso te has mudado,
si has puesto en algún criado
el amor que me has tenido,
dímelo, Belarda mía,
más claro, ansí Dios te guarde,