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El hombre por su palabra es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso articulado en torno a un rey que se ve ante la obligación de casar a su hija con un villano por una promesa.
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Seitenzahl: 87
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
El hombre por su palabraCopyright © 1625, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617122
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Tres cosas inclinan a los que escriben a dirigir sus obras: obligación a las personas de quien hacen elección, favor que esperan, o ser tan insignes en lo que profesan, que de justicia se les deba alabanza y reconocimiento, lo último me ha movido el ánimo muchas veces para ofrecer a Vuestra Merced alguna parte de mis escritos, que la que tienen las Musas en tantas facultades, cuantas atribuye la Antigüedad a sus nombres, es general para todos, aunque no lo parezca la materia, y hallándome en ocasión que venció el deseo las dificultades que miraba el temor, quise (pues tiene ley el derecho para que la causa natural prefiera a la accidental) ponerle en ejecución, dirigiendo a Vuestra Merced los versos de esta fábula, pues no es mi ánimo alterar su modestia con la licencia de poeta, ni con estilo retórico atreverme a la pintura de sus méritos, que valiéndome de sus figuras y colores, bien pudiera yo decir aquí aquella conclusión de Sócrates tan alabada de Cicerón en su Tusculana quinta: Cual es el afecto del ánimo, tal es el hombre; como el hombre, las palabras; como las palabras, los hechos, y como los hechos, la vida. Y prosigue: Affectus autem animan in bono viro laudabilis, et vita igitur laudabilis boni viri, honest ergo, quoniam laudabilis, ex quibus bonorum beatam vitam esse concluditur. Y añadir asimismo por su ejercicio aquella docta censura, que después de haber leído cincuenta libros de los Digestos, escogidos entre los más famosos jurisconsultos, dio (si bien generalmente) Laurencio Vala; pues en Vuestra Merced es tan cierta que no habrá hombre en el mundo que la contradiga, Primum quod nescias, utrum diligentiam ne, an gravitas. Prudentia an aequitas. Scientia rerum an orationis dignitas praestet. ¿Qué palabras tan a propósito para dichas por tal diligencia, gravedad, prudencia, equidad, ciencia y oración relativa? Pero, ¿quién tuviera tal atrevimiento?, y más si de su parte pusiera facilidad del decir, como quiso Fabio Quintiliano, después de haber pintado las partes de un orador perfecto que no le pareció que lo eran: Nisi illis firma quedam (como la ley penúltima de milit testam lo dispone) podría hacer que estas líneas pareciesen alabanzas, como los diseños de la pintura sin los colores; pero como lo fueran faltando las de su nacimiento y casa de Vuestra Merced en la Torre de los Cameros, cuyo apellido solo bastara a confirmar su nobleza, a no estarlo tanto, ni era justo olvidar sus estudios en Valladolid, con tal aprobación de sus contemporáneos, que han puesto en mala opinión a la fortuna, si ella es más dueño del premio de los méritos. Daré, finalmente (pues no me atrevo a hablar en su virtud, letras y nobleza), felicísimo principio a esta segunda parte de la parte veinte con el nombre de Vuestra Merced, a cuya justa opinión ni puedo añadir gloria ni deseo ofender su modestia, sino que Dios le guarde muchos años. Su capellán de Vuestra Merced, Lope Félix de Vega Carpio.
Salen CELIA, FEDERICO, ALBERTO, viejo, FINEO, labradores.
FEDERICO
¿De qué sirve persuadirme
ni con palabras cansarme,
pues suerte de porfiarme
que esté en mi opinión más firme?
Y vosotros, a quererme
como os merece mi amor,
con el consejo mejor
debiérades socorrerme,
que el buen consejo es la cosa
de más valor.
ALBERTO
Así es,
mas cuando engañado estés
de opinión tan rigurosa,
¿qué sirve nuestro consejo,
si tu condición tirana
atropella el de una hermana
y de un padre honrado y viejo?
CELIA
Si el consejo es el tesoro
de más valor en la tierra,
mucho, Federico, yerra
quien atropella el decoro
debido a un padre por ley
divina y razón humana.
ALBERTO
Nacer de sangre villana
con pensamientos de rey
es una loca porfía,
es una necia locura.
FINEO
Un camino de ventura
oigo decir cada día
que cuantos nacieron tienen;
si es este el de Federico,
más a su opinión me aplico.
CELIA
Más las nuestras le convienen.
FINEO
Dejalde salir de aquí;
busque su dicha en la guerra,
que nunca en la propia tierra
es nada un hombre.
CELIA
Es así,
pero también se han perdido
muchos que salieron de ella.
FEDERICO
Que nadie es profeta en ella,
palabras de Dios han sido.
La propia patria no estima
a ningún hombre de bien,
que aquello que siempre ven
se desprecia y desestima.
Allí veréis mil que llenos
de envidias siempre enemigas,
ni viendo en sus ojos vigas
ven pajas en los ajenos.
Allí veréis, si le ha dado
ingenio el cielo a algún hombre,
para escurecer su nombre
todo el lugar conjurado.
Y el que mil naciones honran
si de letras o armas trata,
veréis que en su patria ingrata
le infaman y le deshonran.
Y cuando está el extranjero
honrándole en su ciudad
y procura su amistad
con regalo y con dinero,
en su patria mil demonios,
de malas lenguas caudillos,
están haciendo corrillos
y inventando testimonios;
y con tener cada uno
tanto que mirar en sí,
hablan del ausente allí
sin miedo o respeto alguno.
Solía un sabio decir
en loor de la tierra ajena
que la patria solo es buena
para nacer y morir.
FINEO
Y vive Dios que es verdad,
porque donde un hombre nace
cuanto él hace le deshace
la envidia y la enemistad.
Esos Césares romanos
unos hombrecillos fueron
que los más de ellos tuvieron
las estaturas de enanos;
y ahora la edad moderna
los pinta como gigantes:
altos, gruesos, arrogantes,
tales, que solo una pierna
no se pudiera calzar
con cuarenta cordobanes.
Filósofos, capitanes
solemos imaginar
con barbas a lo letrado,
y yo sé que hay opinión
que fue lampiño Platón
y Alejandro mal barbado.
Treinta cortinas que tiene
el Sofí, manda quitar
cuando le vienen a hablar
por espantar al que viene.
Con esto la fama abona
de la ignorancia del trato,
porque supla en aparato
la falta de la persona.
No más patria; en ella son
los hombres manoseados
y siempre vistos, y hablados
no tienen estimación.
Parte, que yo voy contigo.
FEDERICO
¡Oh, buen amigo Fineo!
Partamos, que más deseo
que me mate el enemigo
que no que me venda aquí
quien con fingida amistad
nunca me trata verdad.
CELIA
¿Es esta la Infanta?
ALBERTO
Sí,
que sale cada mañana
a pasearse a la huerta.
FEDERICO
¡Qué primavera más cierta!
¡Qué aurora más soberana!
¡Con qué contento las flores,
aunque de verla se espantan,
se alegran y se levantan
a hurtar y a imitar colores!
¡Qué risa tienen las fuentes!
¡Qué contrapunto las aves
sobre los bajos suaves
de sus sonoras corrientes!
¡Ay, Dios, Fineo, cuán bien
huyo del bien, pues es tal,
que me mata como mal
si me alegra como bien!
¿Qué piensas que está leyendo?
FINEO
¿Estás loco?
FEDERICO
La sentencia
de mi muerte; de mi ausencia
ni apelo ni me defiendo,
aunque mis males dichosos
bien pudieran, condenados,
apelar, ojos airados,
para cuando estéis piadosos.
LUCINDA
Yo he leído, y dice aquí
el Rey mi señor, que está
cerca del asalto ya.
MARIO
Prevenir la gente vi
para dar asalto al muro,
si pueden desembarcar,
que en aquella parte el mar
ni es fácil ni está seguro.
LUCINDA
¿Qué gente es aquesta?
MARIO
Son
los hortelanos.
LUCINDA
¡Oh, amigos!
FEDERICO
Pues me matan, y hay testigos,
haga amor la información.
ALBERTO
Si de un padre la tristeza
puede dar atrevimiento
para que os hable, señora,
siendo yo tierra y vos cielo,
ya que os trujo mi ventura
a estos jardines que riego
con lágrimas, si hasta aquí
son las fuentes que estáis viendo,
sabed que mi hijo, ingrato
a mí mismo, pues que tengo
mi sangre en él, se me parte
de esta tierra y de este pecho.
A la guerra quiere ir,
y aunque es valiente mancebo,
más sabe del azadón
que del acerado fresno.
Esta huerta le ha criado,
y él a ella, y estoy cierto
que quien se cría entre flores
no será en las armas diestro.
Maldalde que no se vaya,
así traiga el cielo inmenso
de la guerra de Dalmacia
victoriosa al padre vuestro.
LUCINDA
Federico.
FEDERICO
Gran señora.
LUCINDA
¿A la guerra tú? ¿Qué es esto?
¿Y contra la voluntad
de tu padre?
FEDERICO
Daros quiero
debida satisfacción.
LUCINDA
¿De quitar a un padre viejo
la vida la puede haber?
FEDERICO
Que me deis licencia os ruego
para que aparte os informe.
LUCINDA
¡Hola! Apartaos.
FEDERICO
No pienso
que informada culparéis,
señora, mi buen deseo.
LUCINDA
¿Qué puedes dar en disculpa
de esta crueldad?
FEDERICO
Un suceso
que si no es con ausentarme
no tiene humano remedio.
Yo, puesto que labrador,
alma tengo, entendimiento
y voluntad; mis sentidos
hacen también sus efectos.
Entre estas flores Amor
estaba una vez durmiendo.
Debile yo de pisar;
es áspid, todo es veneno.
Matome con unos ojos,
negros sospecho que fueron,
que es la color victoriosa
de cuantas el cielo ha hecho,
porque si los garzos llaman,
los verdes piden respeto;
los garzos son amorosos
y los pintados soberbios;
y si los azules ruegan
vestidos de blanco hielo,
los negros mandan, que son
siempre señores los negros.
El dueño que los tenía
estaba por nacimiento
con tanta distancia al mío
como de la tierra al cielo.
Comenceme a enflaquecer,
perdí el sustento y el sueño,
porque cuidado tan alto
era en mis hombros más peso
que aquel peñasco que oprime
a Sísifo en el infierno.