El hombre por su palabra - Lope de Vega - E-Book

El hombre por su palabra E-Book

Лопе де Вега

0,0

Beschreibung

El hombre por su palabra es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso articulado en torno a un rey que se ve ante la obligación de casar a su hija con un villano por una promesa.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 87

Veröffentlichungsjahr: 2020

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Lope de Vega

El hombre por su palabra

 

Saga

El hombre por su palabraCopyright © 1625, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617122

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

DEDICADA AL LICENCIADO DIEGO DE MOLINO Y AVELLANEDA. RELATOR DEL CONSEJO DE SU MAJESTAD EN EL SUPREMO DE CASTILLA

Tres cosas inclinan a los que escriben a dirigir sus obras: obligación a las personas de quien hacen elección, favor que esperan, o ser tan insignes en lo que profesan, que de justicia se les deba alabanza y reconocimiento, lo último me ha movido el ánimo muchas veces para ofrecer a Vuestra Merced alguna parte de mis escritos, que la que tienen las Musas en tantas facultades, cuantas atribuye la Antigüedad a sus nombres, es general para todos, aunque no lo parezca la materia, y hallándome en ocasión que venció el deseo las dificultades que miraba el temor, quise (pues tiene ley el derecho para que la causa natural prefiera a la accidental) ponerle en ejecución, dirigiendo a Vuestra Merced los versos de esta fábula, pues no es mi ánimo alterar su modestia con la licencia de poeta, ni con estilo retórico atreverme a la pintura de sus méritos, que valiéndome de sus figuras y colores, bien pudiera yo decir aquí aquella conclusión de Sócrates tan alabada de Cicerón en su Tusculana quinta: Cual es el afecto del ánimo, tal es el hombre; como el hombre, las palabras; como las palabras, los hechos, y como los hechos, la vida. Y prosigue: Affectus autem animan in bono viro laudabilis, et vita igitur laudabilis boni viri, honest ergo, quoniam laudabilis, ex quibus bonorum beatam vitam esse concluditur. Y añadir asimismo por su ejercicio aquella docta censura, que después de haber leído cincuenta libros de los Digestos, escogidos entre los más famosos jurisconsultos, dio (si bien generalmente) Laurencio Vala; pues en Vuestra Merced es tan cierta que no habrá hombre en el mundo que la contradiga, Primum quod nescias, utrum diligentiam ne, an gravitas. Prudentia an aequitas. Scientia rerum an orationis dignitas praestet. ¿Qué palabras tan a propósito para dichas por tal diligencia, gravedad, prudencia, equidad, ciencia y oración relativa? Pero, ¿quién tuviera tal atrevimiento?, y más si de su parte pusiera facilidad del decir, como quiso Fabio Quintiliano, después de haber pintado las partes de un orador perfecto que no le pareció que lo eran: Nisi illis firma quedam (como la ley penúltima de milit testam lo dispone) podría hacer que estas líneas pareciesen alabanzas, como los diseños de la pintura sin los colores; pero como lo fueran faltando las de su nacimiento y casa de Vuestra Merced en la Torre de los Cameros, cuyo apellido solo bastara a confirmar su nobleza, a no estarlo tanto, ni era justo olvidar sus estudios en Valladolid, con tal aprobación de sus contemporáneos, que han puesto en mala opinión a la fortuna, si ella es más dueño del premio de los méritos. Daré, finalmente (pues no me atrevo a hablar en su virtud, letras y nobleza), felicísimo principio a esta segunda parte de la parte veinte con el nombre de Vuestra Merced, a cuya justa opinión ni puedo añadir gloria ni deseo ofender su modestia, sino que Dios le guarde muchos años. Su capellán de Vuestra Merced, Lope Félix de Vega Carpio.

FIGURAS DE LA COMEDIA

FEDERICO villano ALBERTO villano CELIA villana FINEO villano ARMINDA princesa LUCINDA LISANDRO rey de Macedonia EL PRÍNCIPE LISARDO EL DUQUE ALBANO CESARINO caballero MARIO caballero DELIA LEONELO ALEJANDRO MÚSICOS [FLORA] [dama] [UN SOLDADO]

Acto I

Salen CELIA, FEDERICO, ALBERTO, viejo, FINEO, labradores.

FEDERICO

¿De qué sirve persuadirme

ni con palabras cansarme,

pues suerte de porfiarme

que esté en mi opinión más firme?

Y vosotros, a quererme

como os merece mi amor,

con el consejo mejor

debiérades socorrerme,

que el buen consejo es la cosa

de más valor.

 

ALBERTO

Así es,

mas cuando engañado estés

de opinión tan rigurosa,

¿qué sirve nuestro consejo,

si tu condición tirana

atropella el de una hermana

y de un padre honrado y viejo?

 

CELIA

Si el consejo es el tesoro

de más valor en la tierra,

mucho, Federico, yerra

quien atropella el decoro

debido a un padre por ley

divina y razón humana.

 

ALBERTO

Nacer de sangre villana

con pensamientos de rey

es una loca porfía,

es una necia locura.

 

FINEO

Un camino de ventura

oigo decir cada día

que cuantos nacieron tienen;

si es este el de Federico,

más a su opinión me aplico.

 

CELIA

Más las nuestras le convienen.

 

FINEO

Dejalde salir de aquí;

busque su dicha en la guerra,

que nunca en la propia tierra

es nada un hombre.

 

CELIA

Es así,

pero también se han perdido

muchos que salieron de ella.

 

FEDERICO

Que nadie es profeta en ella,

palabras de Dios han sido.

La propia patria no estima

a ningún hombre de bien,

que aquello que siempre ven

se desprecia y desestima.

Allí veréis mil que llenos

de envidias siempre enemigas,

ni viendo en sus ojos vigas

ven pajas en los ajenos.

Allí veréis, si le ha dado

ingenio el cielo a algún hombre,

para escurecer su nombre

todo el lugar conjurado.

Y el que mil naciones honran

si de letras o armas trata,

veréis que en su patria ingrata

le infaman y le deshonran.

Y cuando está el extranjero

honrándole en su ciudad

y procura su amistad

con regalo y con dinero,

en su patria mil demonios,

de malas lenguas caudillos,

están haciendo corrillos

y inventando testimonios;

y con tener cada uno

tanto que mirar en sí,

hablan del ausente allí

sin miedo o respeto alguno.

Solía un sabio decir

en loor de la tierra ajena

que la patria solo es buena

para nacer y morir.

 

FINEO

Y vive Dios que es verdad,

porque donde un hombre nace

cuanto él hace le deshace

la envidia y la enemistad.

Esos Césares romanos

unos hombrecillos fueron

que los más de ellos tuvieron

las estaturas de enanos;

y ahora la edad moderna

los pinta como gigantes:

altos, gruesos, arrogantes,

tales, que solo una pierna

no se pudiera calzar

con cuarenta cordobanes.

Filósofos, capitanes

solemos imaginar

con barbas a lo letrado,

y yo sé que hay opinión

que fue lampiño Platón

y Alejandro mal barbado.

Treinta cortinas que tiene

el Sofí, manda quitar

cuando le vienen a hablar

por espantar al que viene.

Con esto la fama abona

de la ignorancia del trato,

porque supla en aparato

la falta de la persona.

No más patria; en ella son

los hombres manoseados

y siempre vistos, y hablados

no tienen estimación.

Parte, que yo voy contigo.

 

FEDERICO

¡Oh, buen amigo Fineo!

Partamos, que más deseo

que me mate el enemigo

que no que me venda aquí

quien con fingida amistad

nunca me trata verdad.

 

CELIA

¿Es esta la Infanta?

 

ALBERTO

Sí,

que sale cada mañana

a pasearse a la huerta.

 

FEDERICO

¡Qué primavera más cierta!

¡Qué aurora más soberana!

¡Con qué contento las flores,

aunque de verla se espantan,

se alegran y se levantan

a hurtar y a imitar colores!

¡Qué risa tienen las fuentes!

¡Qué contrapunto las aves

sobre los bajos suaves

de sus sonoras corrientes!

¡Ay, Dios, Fineo, cuán bien

huyo del bien, pues es tal,

que me mata como mal

si me alegra como bien!

¿Qué piensas que está leyendo?

 

FINEO

¿Estás loco?

 

FEDERICO

La sentencia

de mi muerte; de mi ausencia

ni apelo ni me defiendo,

aunque mis males dichosos

bien pudieran, condenados,

apelar, ojos airados,

para cuando estéis piadosos.

 

LUCINDA

Yo he leído, y dice aquí

el Rey mi señor, que está

cerca del asalto ya.

 

MARIO

Prevenir la gente vi

para dar asalto al muro,

si pueden desembarcar,

que en aquella parte el mar

ni es fácil ni está seguro.

 

LUCINDA

¿Qué gente es aquesta?

 

MARIO

Son

los hortelanos.

 

LUCINDA

¡Oh, amigos!

 

FEDERICO

Pues me matan, y hay testigos,

haga amor la información.

 

ALBERTO

Si de un padre la tristeza

puede dar atrevimiento

para que os hable, señora,

siendo yo tierra y vos cielo,

ya que os trujo mi ventura

a estos jardines que riego

con lágrimas, si hasta aquí

son las fuentes que estáis viendo,

sabed que mi hijo, ingrato

a mí mismo, pues que tengo

mi sangre en él, se me parte

de esta tierra y de este pecho.

A la guerra quiere ir,

y aunque es valiente mancebo,

más sabe del azadón

que del acerado fresno.

Esta huerta le ha criado,

y él a ella, y estoy cierto

que quien se cría entre flores

no será en las armas diestro.

Maldalde que no se vaya,

así traiga el cielo inmenso

de la guerra de Dalmacia

victoriosa al padre vuestro.

 

LUCINDA

Federico.

 

FEDERICO

Gran señora.

 

LUCINDA

¿A la guerra tú? ¿Qué es esto?

¿Y contra la voluntad

de tu padre?

 

FEDERICO

Daros quiero

debida satisfacción.

 

LUCINDA

¿De quitar a un padre viejo

la vida la puede haber?

 

FEDERICO

Que me deis licencia os ruego

para que aparte os informe.

 

LUCINDA

¡Hola! Apartaos.

 

FEDERICO

No pienso

que informada culparéis,

señora, mi buen deseo.

 

LUCINDA

¿Qué puedes dar en disculpa

de esta crueldad?

 

FEDERICO

Un suceso

que si no es con ausentarme

no tiene humano remedio.

Yo, puesto que labrador,

alma tengo, entendimiento

y voluntad; mis sentidos

hacen también sus efectos.

Entre estas flores Amor

estaba una vez durmiendo.

Debile yo de pisar;

es áspid, todo es veneno.

Matome con unos ojos,

negros sospecho que fueron,

que es la color victoriosa

de cuantas el cielo ha hecho,

porque si los garzos llaman,

los verdes piden respeto;

los garzos son amorosos

y los pintados soberbios;

y si los azules ruegan

vestidos de blanco hielo,

los negros mandan, que son

siempre señores los negros.

El dueño que los tenía

estaba por nacimiento

con tanta distancia al mío

como de la tierra al cielo.

Comenceme a enflaquecer,

perdí el sustento y el sueño,

porque cuidado tan alto

era en mis hombros más peso

que aquel peñasco que oprime

a Sísifo en el infierno.