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«El libro de las rimas» recoge más de cincuenta poemas de Carlos Roxlo, divididos en dos partes: «Elegías otoñales» y «Pro aris et focis», algunos de los cuales son, por ejemplo, «El alma me dice», «Como las hojas de otoño», «En el fondo de los cielos», «Estrella de los ríos» o «Tiene tu voz música cantora».
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Seitenzahl: 85
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Carlos Roxlo
Saga
El libro de las rimas
Copyright © 1907, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681567
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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El alma me dice
Tantas cosas buenas,
Que á veces presumo que tengo el espíritu
Poblado de estrellas.
Todos los matices
De la humana pena,
Como en un espejo bruñido la imájen,
En mí se reflejan.
La sombra en el monte,
La fuente en la sierra,
No tienen la santa, la santa frescura
Que hay en mis ideas.
La luz de la tarde
Que agónica tiembla,
No tiene el divino fulgor melancólico
Que hay en mis endechas.
Soy eco que pasa
Y acorde que vuela,
Dejando en pos suyo un rastro lumínico
De amante clemencia.
Con mi aliento enfloro
La campiña seca.
Y al churrinche de alitas quebradas
Le pongo alas nuevas.
La araña permite
Que toque su tela,
Para que, con mis dedos, refuerce
La urdimbre arabesca.
Todo lo que sufre,
Todo lo que sueña,
Se enternece al compás de mi lira
De armónicas cuerdas.
En cambio los viles,
Las aves de presa,
Los que tienen encima del alma
Corcovas de lepra,
Huyen si preludias
Tu salve hechicera
A todo lo débil y á todo lo puro,
¡Oh lira soberbia!
Como las hojas de otoño,
Las secas, las amarillas,
Se van cayendo del árbol
Cuando la tarde agoniza,
Para juntar de la tarde
A la gran melancolía
Los melancólicos roces
De su angustiosa caída,
Así mis últimos sueños,
Mis ilusiones marchitas,
Me van dejando, dejando
Desnudo frente á la vida.
¡Ay de las hojas de otoño,
De las hojas amarillas,
Cuando el crepúsculo llega,
Cuando la luz agoniza!
En el fondo de los cielos,
Donde la tarde se acaba,
Dulcemente flota y brilla
Una estrella solitaria.
Ya recojieron las plumas
De su abanico las alas,
Y se vuelven incoloras
Del horizonte las franjas.
Hace frío, mucho frío,
Y yo, pensando en mi alma,
Digo al mirar á la estrella:
— ¡Está sola; pero irradia! —
Hay mucha luz, mucha luz
En tus grandes ojos pardos:
No te asombre si con loca
Ternura los idolatro.
En el bajel de la vida,
Por el mar del desengaño,
Mis ilusiones han hecho
Un viaje largo, muy largo.
¡Regresan con mucho frío,
Como emigradores pájaros,
A curarse bajo el sol
De tus grandes ojos pardos!
Olvidado del otoño
En esta tarde de sol,
Mi zorzal se esponja y suelta
Un dulce canto de amor;
Pero á medida que huye
La luz de la habitación,
Va entristeciendo sus notas
El pájaro silbador.
Yo también, como el zorzal,
Cuando á tus plantas estoy,
Tengo en el fondo del alma
Mucho, muchísimo sol;
Pero si de tus pupilas
Me falta el suave calor,
¡Todo el frío del otoño
Penetra en mi corazón!
¡No me mires no me mires,
Que en mis sienes hay ceniza
Y son tus ojos tan jóvenes
Que tiemblo, cuando me miras!
¡Junta tus largas pestañas,
Cierra tus grandes pupilas,
Y tu cabeza amorosa
En mi corazón reclina!
¡Así, sin que tú me veas,
Juntando las manos mías
En actitudes de súplica
Sobre tu espalda de olímpica,
Te diré frases tan dulces,
Te diré cosas tan lindas,
Te diré tantas leyendas
De soledad y de dicha,
Que arrullada por el himno
De mi pasión infinita,
Me verás como yo quiero
Que me vean tus pupilas!
Con que angustia, con que inmensa angustia,
Con que angustia recóndita y grave,
Cuando bajan las hojas enfermas,
Crujiendo dolientes, girando en el aire;
Con que clementísima y ardiente ternura,
Cuando del pampero la racha salvaje,
En estos crepúsculos nublados de otoño,
Sacude á los árboles,
¡Pensarán en las hojas dolientes,
Que ruedan solitas por plazas y calles,
Las madres sin hijos,
Los hijos sin madre!
Sonaba de un organillo
La música callejera
Cerquita de los balcones
Cerrados de su vivienda.
Era un aire dulce y viejo.
Era un aire de tristeza,
Aquel aire que cantaban
Del organillo las teclas.
Murió el sol. Le dí al chicuelo
Flaco y rubio una moneda,
Mientras sin hablar decía
La angustia de mi alma enferma:
— ¡Como es tan triste, tan triste
La música callejera,
Me hace pensar en las cosas
Que espero y que nunca llegan!
Solos los dos nos quedamos
En el borde del camino,
Puesta mi mano en la suya
Y sus ojos en los míos.
Llegó el tren, los pasajeros
Se asomaron á los vidrios,
Y huyó la locomotora
Llevando al convoy cautivo.
Solté su mano. ¡Qué angustia
Tan honda nubló mi espíritu,
Al pensar que ella es muy niña
Para este inmenso amor mío!
¡Qué pronto el último tren,
El de los grandes olvidos,
No dejará que le diga
Las ternuras que le digo!
¡Qué pronto los pasajeros
Asomados á los vidrios,
La verán sola, muy sola,
En el borde del camino!
Hace muchos, muchos meses,
Me sigue un hombre enlutado,
Que echa á andar, cuando camino,
Y se para, si me paro.
Sin volverme, estoy seguro
De que me vá acompañando,
Porque sus pasos resuenan
Como el eco de mis pasos.
Cuando al espejo me miro,
Siempre en el espejo me hallo,
Cerca de la imagen mía,
Con su rostro triste y pálido.
Cuando escribo, centinela
De mis pensamientos malos,
Por encima de mis hombros
Lee las líneas que trazo.
Cuando alguna frase innoble
En las carillas estampo,
Con sus dedos de fantasma
La sombra la vá borrando.
Cuando mi boca acaricia
Dulcemente á tu retrato,
Sobre la amorosa huella
Pone el fantasma sus labios.
Se acuesta en mi mismo lecho,
Su soplo moja mis párpados,
Y duerme mi corazón
Tranquilo bajo su mano.
¿Por qué será que ese hombre
No me parece un extraño?
Cuando le miro, se endulzan
De su semblante los rasgos.
Recuerdo la vez primera
Que oí el rumor de sus pasos:
¡Amortajaba á mi padre
En mi poncho de soldado!
¡Está la tarde tan triste!
¡Está mi frente tan pálida!
¡Hay tanta lluvia en las nubes!
Hay tanto lloro en mi alma!
¿Cuándo vendrás, primavera.
De amapolas coronada,
Con verdores de retoño
Y con conciertos de alas?
Ignoro porque te llamo,
Pues si tu lumbre me falta,
Tengo, cerquita de mí,
Toda la luz de sus cartas.
¡Ellas me hablarán de azules
Arroyos llenos de garzas,
De ombúes en que se escucha
El canto de la calandria,
Y ellas, con el dulce fuego
De sus amantes palabras,
Me llenarán el espíritu
De rasgueos de guitarra!
Siempre que cerca te miro,
Siempre que cerca te tengo,
El aire me huele á nardos
Y á jazmines paisaneros.
¿Sabes tú, de tu semblante,
Sabes tú lo que prefiero?
¡Tus labios, broche de rosa!
¡Tus ojos, que son dos ciclos!
¡Deja que en tus labios zumbe
La avispa de mi deseo,
Y haz, para rondar tus ojos,
Satélites con mis besos!
¡Háblame, que parecen tus labios
Los bordes de un nido!
¡Es tu voz una estrofa campera,
Un rezo dulcísimo!
¡La lluvia sacude
Temblando los vidrios,
Y la cruel surestada, en las calles,
Forma remolinos!
Atardece; lo gris se sombrea;
Se hace negro, más negro lo lívido:
¡Háblame, que parecen tus labios
Los bordes de un nido!
¡En las calles, la atroz surestada
Forma remolinos,
Y la lluvia gotea furiosa,
Gotea en los vidrios!
De una lámpara brilla á lo lejos
El tinte amarillo:
¡Háblame, que parecen tus labios
Los bordes de un nido!
Con saudades de luz, á estas horas
Se agita el espíritu:
¡Son las noches de otoño tan largas,
Tan largas, bien mío!
¡Es tu voz un arrullo de décima
Amorosa que cruza los guindos!
¡Háblame, que parecen tus labios
Los bordes de un nido!
Corazón, cuando te canses
De latir y de soñar,
Cuando te rompas y dejes
A mi pensamiento en paz,
Cuando la tierra nos cubra
De olvido y de obscuridad,
¡Aunque Dios te haga de nuevo,
No vuelvas á caminar,
Y si lates otra vez,
No sueñes, no sueñes más!
En la ciudad maragata
Y en una plazuela amplísima,
Circundada por los muros
De unas viejísimas quintas;
En la ciudad á que tantos
Dulces recuerdos me ligan,
Una estatua rememora
Al blandengue sin mancilla.
Un hornero, el pajarillo
Que entre las aves nativas
Las virtudes del trabajo
Y del hogar simboliza,
Su vivienda de terrón,
Su rancho de urdimbre artística,
Puso, pensando en la patria,
En el sombrero de Artigas.
Los ediles, que no entienden
De leyendas ni de rimas,
Una tarde derrumbaron
Del hornero la casita,
Sin notar que del blandengue
El rostro se ensombrecía.
¡Hicieron mal los ediles!
¡Lo que hicieron no se explica!
¡La que forjó la vivienda
Del ave de las campiñas,
Era el alma de la patria,
La de las glorias antiguas,
La del lazo silbador
Y la del fusil de chispa,
La saludada, entre víctores,
Por el sombrero de Artigas!
¡Mal los ediles hicieron!
¡Lo que hicieron no se explica!
¡Quiso, con lógica noble,
El dulce y alado artista
Unir la patria que fué
Y la patria que principia,
La tricolor abnegada
Y la bicolor bendita,
El denuedo que liberta
Y el trabajo que sublima,
Haciendo que sostuviese
Su vivienda campesina,
Su ranchito primoroso,
El brazo hérculeo de Artigas!
Está la calle desierta,
Muy desierta y no fulguran
Los astros, que en el otoño
Como diamantes relumbran,
¡Pasan con frío las nubes!
¡Las nubes pasan con lluvia!
De su piano las notas
Apasionadas se escuchan,
Y un nocturno de Chopin
La desierta calle cruza.
¡Oh divino y melodioso
Cancionero de la música,
Haz que en la ronda de sones
Se abracen y se confundan
Su alma con el alma mía,
Mi recuerdo y su ternura!
Un perfume de heliotropos
Me vá envolviendo, envolviendo,
Como un soplo de caricia,
Como la sombra de un beso.
Miro tu dulce retrato,
A mi corazón lo acerco,
Y lloro bajo el suavísimo
Perfume de tu recuerdo.