Historia crítica de la literatura uruguaya. Tomo V - Carlos Roxlo - E-Book

Historia crítica de la literatura uruguaya. Tomo V E-Book

Carlos Roxlo

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En este tomo, titulado «La influencia realista», de la monumental obra «Historia crítica de la literatura uruguaya», Carlos Roxlo analiza y explica la literatura uruguaya publicada entre 1885 y 1898 y aborda temas como el modernismo de Pérez Petit, la producción de Daniel Martínez Vigil o la retórica aristotélica.

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Seitenzahl: 685

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Carlos Roxlo

Historia crítica de la literatura uruguaya. Tomo V

 

Saga

Historia crítica de la literatura uruguaya. Tomo V

 

Copyright © 1913, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726681475

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

CAPÍTULO VII

Pérez Petit y los modernistas

SUMARIO:

— La escuela simbólica. — Lo que dicen Vannoz y Lacuzon. — El ritmo y el pensamiento. — Párrafos de Piazzi. — De algunos poetas modernistas. — Lo que sobrevivirá de lo decadente y de lo simbólico. — Más citas de Piazzi y algunas citas de La Bruyère. — El dolor verdadero. — Escuelas transitorias. — Lo que Manuel Ugarte acertó al hablar de nuestra literatura. — Nuestro ambiente republicano y la aristocracia intelectual. — La retórica de lo porvenir. — Los excepcionales. — Belkiss. — Los dos femeninos. — El justificado y el que contraría á la naturaleza. — Un error gravisimo de la mujer moderna. — Un derecho triste. — Hauptmann y Leroy Beaulieu. — La cuestión social. — El lujo. — La igualdad absoluta. — Un folleto de Zeboglío. — Mis ideas. — Preparad el futuro. — Ruben Darío. — Homero. — D’Annunzio. — El pobre Lelian. — Clemencias malsanas. — Una vida que asquea. — Los errores del genio también son errores. — La infancia. — Su juventud. — Los primeros versos. — La musa verde. — Proyectos regicidas. — Un amor puro. — El sueño del hogar. — Nuevo derrumbe. — Cóleras de alcohólico. — Sagesse. — Estética y cambios de Verlaine. — Obscuridad é imprecisión. — Influjo pernicioso. — De otras páginas de Los Modernistas. — Joyeles bárbaros. — Su parnasianismo. — Sonetos como exige la métrica castellana. — Numen é imitación. — Un poco de artificio. — Aciertos de la musa. — La forma del soneto. — Lo que es para mi. — Conclusión.

I

Continuemos.

En resumen, ¿qué fué y qué pretendió la escuela simbolista? Nace, como la decadente, del romanticismo. Tiene su estética. Tiene sus cánones calológicos expuestos, defendidos y vulgarizados por los estudios de Adolfo Lacuzon, Sebastián Leconte, Cubelier de Beynac y Adolfo Retté. León Vannoz ha condensado, en algunos artículos, las ideas estéticas substanciales de estos preceptistas y estos combatientes, cuyo modo de ver aclara y aprueba la filosofía sólida y resistente de Bergson. ¿Qué dice Vannoz? Vannoz dice que las leyes del universo y de la naturaleza humana le imponen al arte la obligación de colar la realidad fluida en un molde que le dará su forma. La realidad, en sí misma, es inaferrable, no puede asirse, no se deja embargar y no nos permite que conozcamos, sino en apariencia, la representación simbólica que de ella tenemos. Cuando el músico, el pintor ó el poeta, sienten una emoción de carácter estético, no pueden traducirla en su estado puro y se ven obligados á servirse de un símbolo para comunicársela á los demás, símbolo que no viene á ser otra cosa que una generalización del pensamiento por la imagen. El valor de la obra artística dependerá, pues, de la belleza y del significado y del poder evocador que la imagen tenga. El criterio racional de la hermosura nace del símbolo, de la imagen generalizadora del pensamiento. La obra del pintor, del músico y del poeta, psicológicamente considerada, es el producto de una emoción estética. Esta primera emoción es como el embrión de la obra, y se desenvuelve en la conciencia de los creadores como un niño en el seno de su madre. En torno de este punto central, la emoción primitiva, las ideas se asocian por contigüidad y por semejanza. Toda la vida de la conciencia tiende á agruparse en torno del punto central, la emoción primitiva, ó más exactamente, este punto central atrae hacia sí á todas las ideas y á todas las sensaciones que rozan nuestro espíritu ó pasan por el cielo de nuestras almas. Este trabajo de agregación, que es á un mismo tiempo consciente é inconsciente, se propone y se empeña en hacer que coincida el alma individual con el alma del universo, con el alma del todo, integrando en un símbolo la suma de este esfuerzo hacia el conocimiento total. Adolfo Lacuzón dice: “En el poeta es necesario que el alma pase, dinamizándose, del estado efectivo al estado activo, que esto y no otra cosa es la inspiración. Para que haya creación poética es necesario que el estado de alma, convirtiéndose así en noción de alma, sea inscripto en su símbolo. Esta inscripción simbólica es una integración. Más todavía y mejor aún: es una integración de función, porque las palabras y las frases, representativas del pensamiento, representativas del sentir y del emocionar, son valores y valores de función, desde que la mutabilidad de una sola de ellas requiere y trae consigo la mutabilidad de las otras. Que el ritmo intervenga y la obra nacerá.” León Vannoz, que acepta como bueno lo dicho por Adolfo Lacuzón, sostiene después que cada época debe conocer lo material del arte. El alma humana tiende perpetuamente á salir de sí misma, á espaciar sus límites, á nacionalizarse en la ciudad colectiva y solidaria de los creadores, á ponerse en íntimo contacto con el misterio último. Servirse de todo lo conocido para penetrar en lo más allá de lo conocido, en la gran noche del total ignorado, es el método á que el arte debe tender; pero el arte no conseguiría ninguno de sus propósitos sin la ayuda del ritmo. El poeta, sólo por el ritmo, entra en rela ciones con lo que hay de más universal y de más inteligible en la creación. El alma, por el ritmo, coincide con el movimiento cósmico, se convierte ella misma en movimiento é individualiza por un instante la fuerza universal. Todas las almas individuales, todas, se desenvuelven siguiendo un ritmo que les es propio; pero en tanto que este ritmo es mediocre, débil y banal en los seres rudimentarios, este ritmo es largo, potente y novedoso en los hombres de genio Los simbolistas, como los decadentes, aceptan y admiran la concepción pitagórica de que el alma es un número que se desenvuelve y el universo es un número en movimiento. Lacuzón acierta cuando dice que el ritmo es el gesto del alma. La emoción estética, la simpatía, la admiración, no son sino el encuentro, el choque, las nupcias estelares del ritmo individual del lector con el ritmo individual del poeta. Hay comprensión cuando estos ritmos concuerdan. como hay júbilo calológico, es decir puro y desinteresado, cuando un ritmo más débil se siente transportado por un ritmo más fuerte hacia una perfección más alta. Y Vannoz afirma: “Un alma pequeña, arrastrada por el entusiasmo de un gran poeta, es parecida á un arroyo que un río potente arrastra hacia el mar.” Desaparece, gracias al ritmo, la incomunidad que existe entre los hombres. Si el universo se nos aparece como una vasta orquestación de ritmos, si vemos á cada alma individual á modo de fórmula que puede entrar en combinaciones con las fórmulas de las otras almas, nos será forzoso reconocer que existe un vínculo de sociabilidad entre las criaturas. Ese vínculo se halla en el ritmo que no es otra cosa que el movimiento con que la imagen generaliza el modo de ser de la emoción primera, del embrión de la obra desde su despertar hasta su plenitud. Y no es despreciable, sino muy racional, lo sostenido por Vannoz y Lacuzón. Hay mucho de bueno y de útil en su estética. ¡Lástima que las exageraciones la desvirtúen al practicarla, olvidando que estos preceptistas del simbolismo no separan el ritmo del pensamiento, la forma del fondo, ni dicen que la originalidad sea el obligado producto de la ignorancia! Por el contrario, Lacuzón y Vennoz sostienen, y sostienen con verdad, que el arte debe servirse de todo lo conocido, de todo lo que nos proporcionan nuestros estudios y nuestras reflexiones y nuestros ensueños, para ascender hasta “la región ignota medio iluminada por una luz que ya no es la luz de la ciencia.” No son ellos, no, los que han tomado al pie de la letra los versos de Verlaine:

De la musique avant toute chose. . . .

De la musique encore et toujours!

Piazzi nos dice en el segundo tomo de El arte en la muchedumbre: — “El arte decadente se encuentra siempre en un retorno á las formas anteriores, combinado con una investigación de emociones secundarias, y con una gran perfección: mejor dicho, refinamiento de los medios de expresión. Toda verdadera decadencia artística presenta este carácter: la esencia del arte tradicional, la forma alambicada; la novedad de los decadentes no consiste en hallar nuevas actitudes, nuevas relaciones de la verdad, en descubrir nuevas relaciones intelectuales ó sociales y dejarse llevar inconscientemente por ellas, sino en presentar la vieja esencia en hermosas formas, nobles expresiones y apariencias agradables y difíciles. Es el caso del Alejandrinismo y de Licofronte.” — “El hombre es arrastrado por su propia naturaleza á la admiración de todo esfuerzo: todo lo que le parece difícil es para él elevado, y el acrobatismo es siempre una manifestación genial que tiene sus fanáticos admiradores. Tales preferencias crean una forma de arte regresivo, que alcanza alturas vertiginosas en la investigación de los medios subsidiarios y de los coeficientes estéticos; pero que queda en la parte de afuera de la sociedad, de la que no refleja las necesidades, y á lo más constituye un placer superficial y de lujo.” — “El poeta regresivo no vive, no piensa, no sueña más que en tornear fatigosamente un verso, y se considera feliz al encontrar una nueva combinación de palabras que presenten hermosos contrastes de sonidos y de matices. Hace estilo por el estilo; poco le importa si este estilo tiene un alma; su mente acartonada sólo da sonidos, sólo tiene vibraciones para imágenes sensibles, para colores sugestivos por sí mismos é independientes de la forma, para perfumes penetrantes y embriagadores.” — “El poeta regresivo suda, se afana, se martiriza y ruge de entusiasmo, cuando sale de sus manos un hermoso verso, un hermoso contraste de matices, una hermosa y aguda disonancia. De seguro que no sentiría tanta alegría si llegara á descubrir, por casualidad, una verdad profunda, porque la esencia del pensamiento no tiene valor alguno para él; su simbolismo es una petrificación de abstracciones, aspectos indeterminados que hacen más confusos indeterminados conceptos, lo individual que absorbe lo universal, porque este último no cabe en la pequeña mente del poeta. La esencia del arte regresivo es la tradición, es un retorno á conceptos muertos, es la resurrección de un cadáver; y las imágenes que han de producir este milagro son imágenes de orden inferior, puramente relacionadas con los sentidos; la imaginación artificial está toda en el campo de las excitaciones fisiológicas, sensaciones olfatorias, sobreexcitaciones sexuales, refinamientos y perversión.”

El juicio es cruel; pero verdadero. Casi todos los númenes del decadentismo se adaptan al molde cortado por Piazzi.

No faltará quien piense que abuso de las citas en mis modestos libros; pero, ¿por qué expresar como cosa propia lo que otros han dicho antes y mejor que yo? Mi probidad literaria, que es mi única riqueza, me lo reprocharía, y es preferible que los descontentadizos me acusen de pedante á que me acusen de poco honesto. Desde que mis observaciones personales apenas difieren de las observaciones personales de los que me han precedido y encaminado, no sé con qué derecho alardearía mentirosamente de originalidad, vanagloriándome de adivinador de las ideas y de las doctrinas que los libros de otros me sugirieron. Nunca me asocié á los que devastan los frutales del prójimo, y le doy á Guyot lo que es de Guyot, á Brunetière lo que es de Brunetière, á Vaz Ferreira lo que es de Vaz Ferreira, á Piazzi lo que le debo á Piazzi, y á Pérez Petit lo que es de propiedad de Pérez Petit. Confío en que algo me quedará, aun cuando no pase lo que me quede del empeño que pongo en coadyuvar á la cultura de mis conciudadanos, que es de creer que responderán al que les hable de lo modesto de mis orígenes y de la falta de filiación universitaria de mis estudios, la republicanísima frase de Voltaire: “El que sirve á su país no necesita abuelos ni ejecutorias.”

Concluyamos con lo que ya cayó en desuso y casi en olvido. Si insistí en la estética del simbolismo, es porque parecióme que esta estética no se hallaba tan detallada como debiera en las páginas admirables del capítulo primero de LosModernistas. Por lo demás, comparto en un todo las opiniones que Víctor Pérez Petit nos da á conocer sobre los soles del decadentismo que se apellidaron Verlaine, Rimbaud, Rodembach, Laforgue, Kahn, Rambosson, Dubus, Mazade y todos aquellos que hicieron suyo el célebre verso:

Pas la Couleur, rien que la Nuance.

Creo, como Víctor Pérez Petit, que “Jean Moréas es un griego de la decadencia, un adorador de los mármoles de Scopas, que al cruzar bajo los vidriales de los templos decadentes, lleva aún, en sus pupilas, la blancura de la Afrodita, y en sus oídos, la vibración sensual de la lira de Catulo; y como una teoría de sirenas jónicas, sus versos revuelan perezosamente sobre la gloria inflamada de un sol que agoniza en occidente.” — Yo también pienso así. Yo también he admirado la perfección rarísima y la discreta sensibilidad de aquel que cantaba:

“La rose du jardin que j’avais méprisée

A cause de son simple et modeste contour,

Sans se baigner d’azur, sans humer la rosée,

Dans le vase, captive, a vécu plus d’un jour,

Puis lasse, abandonnée á ses pâleurs fatales,

Ayant fini d’éclore et de s’épanouir,

Elle laissa tomber lentement ses pétales,

Indifférente au soin de vivre ou de mourir.

Lorsque l’obscur destin passe, sachons nous taire.

Pourquoi ce souvenir que j’emporte aujourd’hui?

Mon cœur est trop chargé d’ombres et de mystére;

Le spectre d’une fleur est un fardeau pour lui.”

Pérez Petit está en lo justo cuando nos dice que “Pierre Quillard, alma encendida por el paganismo, navega sobre una galera cargada de opulentos esclavos hacia los archipiélagos de púrpura del mundo heleno, donde apura las delicias carnales; y después de haber visto marchitarse los días como rosas breves, parte, en pos de otras fantasmagorías, para lejanos países.” — También está en lo cierto Pérez Petit cuando nos asegura que “Ferdinand Herold, viviendo en las leyendas olvidadas y en las historias remotas, vislumbra entre nimbos ambarinos y claridades de gemas, las Damas de Lys y las Reinas rubias, Anfélize, Marozie ó Aélis, subyugando nuestro corazón con su poesía dulce y suave, con su poesía perfumada y pura.” — Y no se engaña tampoco Víctor Pérez Petit cuando nos afirma que “Tristán Corbière, el marino bretón que dialoga con las cóleras del Océano y se embriaga con las auras salinas, desliza en sus versos, en frases cortadas y bruscas, risas y lloros, burlas y quejas, asustándonos con las contradicciones de su alma y conmoviéndonos con sus chispazos de genio.”

Yo también pienso así. Hay lirismo, hay arte, hay una potencia intelectual enorme en aquella legión de poetas quiméricos que nos profetizaban orgullosamente el pronto amanecer del siglo de Pericles. Borrachos de ensueño, absortos en los sones de su música interna, á solas con la visión confusa de sus idealidades, despreciando los gozos del materialismo, con la frente hundida en el etéreo azul, todos esos poetas forman como un himno difícil de entender si se le fracciona, pero cuyas partes se unen y se completan, impregnándonos con suavidad en sus melancolías de amor y de alejamiento. Todos ellos dicen como dice Vannoz:

 

“La Vie en fleurs rêve toujours: Tout dans les choses N’est que reflet léger ou symbole émouvant:

Ce sont poussières d’or que transporte le vent,

Ce sont couleurs, désirs, ce sont métamorphoses;

Mais il n’est rien qui dure et la vie elle - même

N’est qu’un jeu très subtil, d’un intérêt suprême

Où tout ce que l’on voit entre comme élément,

La lumiére et la nuit, la joie et le tourment. . . . ”

No me extraña, pues, que Víctor Pérez Petit nos sostenga que “Jules Laforgue es el ironista delicado ante la pequeñez del hombre, lo irremediable del destino y la insuficiencia de las cosas, que va cantando sus trovas con la muerte que lleva en el corazón y las hondas tristezas que llueven sobre su alma”, como no nos extraña que Víctor Pérez Petit nos sostenga también que “Gustave Kahn, extraviado en un oasis del Sahara, ve alzarse sobre las lejanías de las arenas una ciudad ideal, esos palacios nómades que refulgen sobre el cielo como una visión de esperanza hasta que el aliento abrasador de los vientos nubios los derrumba implacablemente ante los ojos atónitos.” — Sería absurdo imaginar que todas aquellas musas emplean un lenguaje tan obscuro y caótico como el lenguaje intraducible de Renato Ghil, que nos da como versos muchas líneas de esta extraña naturaleza:

“Et cendres d’elle - même qui germaient le Feu et

des soleils s’étaient éteints: planètes que tait

la gangue en heurt des pesanteurs. Et, le tollie

et rouge nuit qui sur sa mort se pleut emplie

du monstre inséparé des éléments! et seule

des seules mathématiques de la totale

gravitation qui repère l’Espace. . . .”

Adolfo Retté, á quien no puede acusarse de adversario de los decadentes y de los simbolistas, criticó los excesos de la musa de Ghil. No todos los comparten ni los justifican en el grupo inmortal. Leed, en revancha, este soneto de Fernando Gregh:

“La vigne, aux vieux treillis du balcon vermoulu,

Tresse un jeune entrelacs traversé de lumière,

Sur un fond plus massif de frondaison première,

Sombre et glacé de bleu comme s’il avait plu.

 

En bas, dans le gazon mouvant et chevelu,

Un cri semble jaillir d’une rose trémière;

Et je suis là, devant la table coutumière,

Gardant un livre en main que je n’aurais pas lu.

 

La chaleur, où défaille un souffle qui circule,

Fait s’énerver des jeux d’enfants, au crépuscule;

Sur le gravier, des pas traînent, irrésolus.

 

Et l’ombre s’épaissit aux branches des érables;

Et c’est un soir pareil à des soirs innombrables

Où je ne vivais pas, où je ne vivrai plus.”

Leed igualmente este otro soneto de Jorge Pioch:

“L’océan est la forme éternelle du rêve. . . .

Voici que sur sa face ont fleuri des îlots

Et qu’en une langueur il étire ses flots

Vers un matin limpide étendu sur la grève.

 

Une vague suprême accourt, scintille et lève

Sa plainte vers le ciel où l’azur est éclos;

Son écume est de chair et se rosit de séve:

Aphrodite surgit du plus doux des sanglots.

 

Elle marche à la terre, aussitôt consciente

Du charme impérieux qui la sacre l’amante

Où tendront la douleur et l’ivresse des temps.

 

En vain l’onde la suit et l’adule et l’appelle:

Elle fuit. . . . Et soudain, ranimant ses antans,

La mer pleure à jamais sa vague la plus belle!”

Y no sigo, porque me basta lo que antecede para poder afirmar con resolución que lo que vivirá, de lo decadente y de lo simbólico, no es lo que loan los fanáticos del simbolismo y de la decadencia, sino lo que las musas de la escuela integral nos dijeron clara, precisa, y también melodiosa y románticamente. El todo á media luz, los matices difusos, la imagen que no debe ser imagen y sí como un ligero brochazo de impresión, la música atendida con solicitud y la idea abandonada á todos los vientos, el diletantismo orquestal y las sonrisas de color de topacio, es decir, lo quintaesenciado de la quinta esencia de la sensibilidad artificiosa, enfermiza, extraña y no siempre pulcra, no son prendas que el futuro debe recoger como granos de oro. El futuro en cambio recogerá con amor, y hará bien recogiéndolo, la fiebre de ideal, la sed de azul, el culto de ritmo, el ansia de sentir, las melancolías otoñales, el panteísmo apasionado, las trémulas ternuras, las noches de insomnio, las languideces consoladoras, la meditación larga, la clarovidente piedad, el ensueño dulce y columpiador que todos admiramos y todos compartimos al recitar las salves de la musa de Alberto Samain.

Oid de nuevo á Piazzi: — “La verdadera ciencia es muy sencilla, pero exige atención y sinceridad: la falsa se contenta con la sugestión de un nombre ó de un sonido, del ruido de una teoría, del fascinador oropel de la falsedad y del engaño.” — “El arte superior no da lugar á sugestiones, excepto para quien no le comprende y le sufre por influencias externas: sin ser comprendido es aceptado y admirado; la admiración consciente exige todas las energías de la psiquis, y la sugestión las elimina y reduce la concepción artística á un sonido prolongado, á un color predominante, á un rayo deslumbrador. Será tal vez un medio de difusión del arte; pero prueba siempre la ineptitud ó debilidad de quien de este modo se lo explica.” — “Por esto todos los elementos de que se sirve el arte regresivo tienen este carácter inferior, inferhumano, permítaseme la palabra; son en apariencia idealistas, y explotan los bajos instintos y los apetitos inferiores del bruto, siendo una gran verdad que la forma mística se confunde con las excitaciones sensuales más violentas, y toda hiperestesia encuentra su equivalente patológico en una anestesia.” — El modernismo es un arte enfermo. Es la regresión á la credulidad romántica, superaguzada en el culto de la forma que distingue á los clásicos. Muchas veces es el producto neuropatológico de una hipnosis alucinatoria producida por el alcohol, el éter ó la morfina. Su complejidad de ritmos es artificiosa, es una astucia métrica y se obtiene por los mismos medios, con los mismos útiles y con una labor que en nada sobrepuja á la labor que exige la sencillez leal, mucho más durable y mucho más artística La claridad es el más alto de los dones concedidos al genio. La Bruyère dice en el primer capítulo de Les caractères:— “Todo el talento de un autor consiste en el bien definir y en el bien pintar. Moisés, Homero, Platón, Virgilio y Horacio no sobrepasan á los otros escritores sino por sus expresiones y por sus imágenes: es fuerza transparentar lo verdadero para escribir natural, viril y delicadamente.” — “El escritor, para escribir con claridad, debe sustituirse á sus lectores, examinando su propia obra como si le fuese desconocida, como si la leyese por primera vez, como si no tuviese parte alguna en ella, como si la hubiesen sometido á su crítica desinteresada, y persuadirse de que uno es entendido no sólo por el hecho de entenderse á sí mismo, sino porque en realidad uno es inteligible.” — “Se escribe para ser entendido; pero es necesario, por lo menos, escribir expresando cosas bellas. Son indispensables, sin duda alguna, la pureza de la dicción y la propiedad de los términos; pero es necesario que los términos apropiados expresen pensamientos nobles, vividos, sólidos, y que encierren no poco sentido común.” — La sencillez, la naturalidad y la nítida traducción de nuestras ideas son condiciones del bien escribir para La Bruyère. El arte modernista, el que tiene por musa á las excitaciones sensoriales quintaesenciadas, el que prefiere los sonidos á las ideas, es un arte retrógrado, que vale mucho menos y que no merece la estima que se merece el arte superior, el arte considerado como función social, el arte de que nos hablan La Bruyère y Piazzi.

Sigamos, después de espigar en Les caractères, escuchando al último: — “El simbolismo usurpa un carácter superior del arte que, se puede decir, es todo simbólico, puesto que el genio generaliza por naturaleza propia, y el simbolismo verdadero se parece en último término á una generalización. El simbolismo de las naturalezas vulgares, de los intelectos limitados, es cosa muy distinta; es precisamente todo lo contrario del simbolismo superior. Consiste en reducir á un solo signo todo un conjunto de fenómenos y de causas; en atribuir efectos inmediatos á causas inmediatas; en ocuparse de modos de sentir personal perdiendo de vista los principios y las generalizaciones. Es el simbolismo del indio que atribuye caracteres misteriosos á las letras del alfabeto y se las come para participar de aquel carácter; del niño que cree, cuando truena, que los ángeles juegan á los bolos; del noble, lleno de deudas, que cifra su honor en su título; en una palabra, es el simbolismo de las inteligencias pequeñas que honran cualquier tontería, unos adornos, las fórmulas, sin preocuparse de su significado, ni de la razón tradicional de tales símbolos.”

Y Piazzi agrega implacable, pero muy acertadamente:

“Los pseudo simbolistas se valen, como hemos dicho, de la sugestión, que quita al fenómeno artístico toda la esencia intelectual; creyendo elevar la mente á los campos de la abstracción ideal, se sirven en gran cantidad de asociaciones inferiores y fisiológicas; abusan de imágenes mixtas, de sensaciones sobrepuestas como, por ejemplo, de las que emanan del color de los sonidos, estando este fenómeno muy lejos de poder ser considerado como un fenómeno superior de la inteligencia, pudiendo por el contrario considerársele tanto más general cuanto menos elevado es el grado de inteligencia y de cultura.” — “La audición coloreada tiene lugar por asociaciones inferiores que nada tienen que ver con el arte, y lo demuestra el haberse hecho estas experiencias precisamente sobre niños. Así es que de los párvulos de la escuela de Boston, (en donde se hicieron las experiencias), cerca del cuarenta por ciento describían el color de ciertos instrumentos; pero el color variaba en cada niño, resultando claramente demostrado que es la asociación de las ideas lo que provoca el fenómeno.” — “La asociación coloreada tiene caracteres infantiles, y depende de la tendencia de los niños á vestir con imágenes brillantes las impresiones de los sentidos. Tal carácter es también confirmado por Sully, el cual se inclina á suponer que cuando la audición coloreada y otros fenómenos semejantes persisten después de la infancia, pueden ser considerados como restos de la fatiga cerebral de los primeros años de la existencia. De este modo queda todo el arte pseudo simbolista reducido á un pasatiempo de muchachos.”

Ya reduciré lo que antecede á su justa expresión cuando me ocupe del decadentismo en nuestro país. En substancia y en tesis general, me parecen ciertas las apreciaciones críticas de Piazzi, que no es más duro de lo que lo han sido Gener y Guyau.

El pesimismo y la melancolía son caracteres comunes á la escuela simbólica y á la decadente. Esos caracteres se encuentran también en todas las llamadas escuelas modernistas, como ya observaba en 1906 la gallega ilustrísima, la prodigiosa doña Emilia Pardo Bazán. Es que lo simbólico y lo decadente son desviaciones que han ido á aumentar su dosis de amargor en las aguas de la filosofía de Nietzsche. No siempre la amargura cantada es real y sincera. Cuando se goza en presentarse entre exotismos y obscuridades, podéis asegurar que tiene mucho de artificiosa. El dolor verdadero no busca palabras, fuera de uso, en las hojas menos leídas de los diccionarios. El dolor verdadero tiene un lenguaje que es de este mundo, y no del país de las extrañezas, porque si hay algo humano y universal, ese algo es el dolor. No es dudoso, como dice Víctor Pérez Petit, que decadentes y simbolistas deben lo que son á más de una influencia de las distintas modalidades del romanticismo. Esto explica su pesadumbre y su orquestalidad. Escuchemos á Víctor Pérez Petit: — “Leconte de Lisie les presta su acento épico y su impasibilidad, su amor á lo exótico y á lo raro; Teófilo Gautier les enseña la magia del estilo y el arco - iris del idioma; Baudelaire les da su satanismo, sus rebeldías, sus extraordinarias flores del mal; Banville les dicta las reglas estéticas y les revela el secreto de las rimas; y de todos ellos tomando algo y exagerándolo, los decadentes forman su credo. Y de este maridaje, precisamente, resulta también la confusión en que han incurrido algunos críticos al pretender buscar el antecesor de los nuevos poetas en Leconte de Lisie, ó en Banville, ó en Baudelaire. No, mil veces no. No es un poeta solo el que ha inspirado á estos modernísimos: es toda la generación de Apolos fenecida, es la escuela romántica, en una palabra. Pero el decadentismo es un momento en el arte. Su sol declina también al horizonte. Los últimos arpegios agonizan en las distancias.” — Mejor. Nos felicitamos sinceramente que así suceda. Adivinábamos que así sucedería. Las dianas de la última victoria no pueden ser el patrimonio de los clarines de lo artificial. Los iniciadores del decadentismo en nuestro país no se dieron cuenta de que acogían con júbilo á un cadáver, ya sepultado en las necrópolis literarias del mundo europeo. ¿Para qué quiere muertos esta tierra de vida? ¿Qué aire de sabiá esperáis que salga del sacudimiento de los sudarios de lo decadente y de lo simbólico? ¡Si después de ellos han pasado ya, para no volver, los integralistas y los visionarios, á pesar de la favorable opinión que sobre los últimos manifestó el espíritu selecto de Anatole France! Si el modernismo quiere decir, como quiere decir, avance, remozamiento, armonía entre el arte y el alma de nuestra edad, ¿cómo creéis que lo decadente y lo simbólico, la música superpuesta á las ideas y la soledad superpuesta al consorcio humano, á la fraternidad de los hombres, es decir, lo anormal y lo no modernista, puedan ser el decálogo poético de este país y de esta centuria? Nuestro mundo es un milagro que sólo espera para surgir en forma de belleza, como dice Manuel Ugarte, que la pluma describa sus maravillas. No hay razón alguna, como dice también Manuel Ugarte, para que nuestra literatura siga siendo exótica, cuando tenemos territorios y costumbres y pensamientos que no son parisinos. Pero todo ello, como igualmente nos dice. Manuel Ugarte, “ha de venir en forma sencilla y accesible. El arte complicado no puede tener pretexto en las tierras nuevas, donde toda aristocracia resulta artificiosa y falaz. No somos el producto de una larga elaboración y de selecciones múltiples. No componemos un conjunto de hombres refinados por los siglos. No pesa sobre nuestros hombros la herencia de frivolidad de las cortes y las capitales históricas. Somos más bastos, más duros, más sólidos y más sanos, y necesitamos un arte en consonancia con nuestras naturalezas silvestremente rústicas, donde tejen todavía su nido los deberes, las bondades y los entusiasmos de la primera edad. Somos democracias indómitas y revolucionarias, compuestas de elementos que han venido de los cuatro puntos cardinales, atraídos por nuevas probabilidades de felicidad ó de riqueza, y no podemos adoptar las palideces y los escepticismos de las razas seculares, cuya fatiga hace brotar extrañas flores de invernáculo. Así como entre los individuos cada edad tiene su traje, cada etapa de la vida de un pueblo trae una manifestación artística que concuerda con ella. Estamos en plena juventud, y hay que expresar ideas simples y saludables en formas espontáneas y cristalinas.”

El decadentismo y el simbolismo se preciaban y se precian aún de ser una aristocracia intelectual. No son, por lo tanto, formas de arte que puedan arraigar en países democráticos é igualadores como los nuestros. No es posible vivir aislado donde todo se sabe y siente con solidaridad en la labor común. Á nadie le es permitido, en un mundo nuevo, mantenerse á las márgenes del movimiento que crea lo aun inexistente, como el alma de la raza y lo característico de la verba. Si ésta ha de enriquecerse con nuevas voces y nuevos ritmos, las nuevas voces no pueden ser caducas y exóticas, sino productos naturales de una nueva zoología y una nueva botánica, como los nuevos ritmos no pueden ser los ritmos ya abandonados por un mundo viejo, sino los ritmos que nos sugieran el chispeo de la lluvia en las ramazones endardadas de los árboles vírgenes y el paso de los soplos crepusculares por los claveles que cuajan sus ambrosías entre los huecos de los pedruscos de nuestras sierras. Esta es la retórica que hay que predicar. Esta es la retórica de lo porvenir. Esta es la retórica charrúa, la buena y la santa y la fecundadora y la permanente al través de los tiempos. Buscad líneas en nuestra estructura orográfica, ritmos en el músico caer de nuestros arroyos por sus declives de orillas leñosas, colores fuertes en lo fuerte rosado de nuestros durazneros, y colores tiernos en la tierna blancura de nuestros guayacanes, perfumes no sentidos en el aromático respirar de nuestros tembeteríes y de nuestro gracioso jazmín diminuto, porque en verdad os digo que vuestra inspiración no es inspiración sino se anima y si no se caldea puesta en contacto con las languideces femeninas del sauce, con el parlero silbar de la calandria y con las pupilas melancólicas de los vacunos de manchada piel. ¡Vivid para nosotros, que recogimos vuestro primer vagido y que recogeremos vuestro suspiro último, oh soñadores que pasáis sin ver á ese solitario y á ese soñador de las cuchillas patrias, al ombú que sabe viejas leyendas y en donde brilla el copete purpúreo, el penacho guerrero del cardenal arisco! ¡Salve al país del pitanga y del molle, del hornero y del mirasol, del tucutuco y del aguarí, de las amatistas salteñas y de los helechos tacuaremboenses! ¡Salve al país de la mulita resignada y el ñandú bravío, del yaribá altanero y el ñangapiré dulce, de la achira flexible y el culantrillo medicinal, salve cien veces y que todas las musas, que rezan sobre la herbácea vegetación de sus llanadas con perfume á trébol, no canten otro canto que el himno fervoroso de su belleza, de su juventud, de su laboriosidad, de su gallardía y de su porvenir! ¡Eso es lo nuevo, eso es lo útil, eso es lo hermoso y eso es lo grande, oh Patria!

II

Víctor Pérez Petit abandona después al decadentismo, “que fulguró en estos últimos años en el cielo del arte como una aurora boreal”, para ocuparse con acertado conocimiento de algunos excepcionales como Haupmann, D’Annunzio, Tolstoy, Verlaine, Castro, Strindberg, Darío, Yakchacof, Mallarmé y Nietzsche. — No seguiremos á nuestro crítico en toda su larga é interesante peregrinación, contentándonos con loar nuevamente sus retóricas galas, su mucho saber y su constante acierto. Si las dos primeras de estas tres condiciones échanse de ver en toda su obra, la última resalta también en toda ella, como obsérvase en el estudio de los autores menos conocidos de que nos habla de un modo magistral, pues magistral es el modo como nos habla de Eugenio de Castro, el que evoca y reanima la beldad de Belkiss, la enamorada de Salomón. El vuelo de una noche de orgía en el palacio de Jerusalén le bastó para desilusionarse, para conocer los secretos del doloroso hastío, á la fabulosa reina de Saba. La muerte de su ensueño la matará. Lo que empezó en romance de honda lujuria termina en tragedia de lágrimas amarguísimas. El gran desencanto sólo puede esconderse en la sombra sin fin, en la sombra sin voces y sin latidos. La que entró en la ciudad de las alcobas donde se canta el cantar salomónico, que huele á sándalo y huele á mirra, cubierta de púrpura y sobre un elefante tan blanco como su tentadora virginidad; la que vió danzar voluptuosamente, entre ritmos de arpas y sones de sistros, á las esclavas desnudas y de color de ébano que tenían anillos de flores en torno de las sienes; la reina, á la que angustia el afán de darse ávida y totalmente, sale de los brazos del rey profeta, cuando amanece sobre las cumbres la sonrisa del sol, lívida, exangüe, lúgubre, tediosa, con los ojos sin brillo, con el pecho lacio, pronta para morir. Belkiss es el símbolo del placer que precede á la vaciedad y de la vaciedad que sigue al placer. Oigamos á Víctor Pérez Petit: “El sensualismo del poema de Eugenio de Castro tiene todos los caracteres de una religión. Es un sensualismo fino, delicado, con refinamientos y delicadezas orientales, que no tiene el torpe erotismo moderno. Cada gesto de la lujuria es allí solemne como una imposición teúrgica; cada espasmo de placer es harmonioso como una teoría de ondinas. Aun los transportes más candentes lucen una serenidad augusta que los equilibra y ennoblece. Y he aquí por qué, también, el sensualismo de Belkiss no tiene, aun en sus períodos más álgidos, nada de común con el erotismo que sella, como una lápida de mármol, las obras avanzadas del naturalismo. Los sueños eróticos de la reina de Saba no excitan nuestros sentidos, sino que caen sobre nuestro sensorio como un blando revoloteo de flores deshojadas, en una maravilla de perfumes. Y cuando la enamorada, ardiente como un sol, se entra á la alcoba de Salomón, lo mismo que cuando sale de ella, cubiertos sus deseos por un sudario de nieve, hollando un sendero de lirios salpicados con sangre, no flotan ante nuestra vista las ponzoñosas visiones que flotaron ante el santo inmortal de Flaubert, sino que, por el contrario, vemos bañarse nuestro espíritu en las claras linfas del idealismo — una verdadera lujuria dorada, un revuelo de cantáridas en una mancha de luna.”

Oigamos todavía al crítico que tiene aún más de retórico que de censor. Ese crítico nos dirá que Belkiss no es la torpe, la brutal, la prosaica sacerdotisa del espasmo violento y la exótica satisfacción. Belkiss es la eterna engañada, la mujer eterna, la niña eternamente amante y curiosa. “Belkiss es el ensueño, la ilusión, la poesía, lo intelectual de la lujuria. Es símbolo é idea, fuerza y abstracción, norma y virtud de la universal religión del placer. No habla á la carne, aun en medio de sus refinamientos, porque no es más que una representación del eterno femenino. Su lujuria es legal é hija de la más grande de las leyes de la naturaleza. Es la poesía del instinto, la deificación del sexo, el símbolo de la creación. . . . Y por eso sus refinamientos carnales, sus lascivias inmensas, sus caricias más ardorosas, sus besos frenéticos y devoradores no hacen de ella un vil hacinamiento de carnes femeninas, sino una diosa del placer, una virgen del deseo, una mártir del celo — trémula, desmayada, inquietante como Atys — fugitiva, ideal, soñadora como las enamoradas de Luhit. Y por eso, en fin, su sensualismo tiene todos los caracteres de una religión, y es cada gesto de la lujuria solemne y hierático como una imposición teúrgica, y tienen todos sus espasmos una augusta serenidad que los equilibra y ennoblece, y caen sus besos sobre nuestro sensorio como un blando revoloteo de flores deshojadas, en una maravilla de perfumes. . . .”

Conformes, muy conformes, oh crítico y poeta. Belkiss, cuando termina su primera y última lección de placer, es como la lámpara de plata, en que la luz falta y el nardo ya no humea, que lleva entre sus manos la dolorosa de los amores al salir de los aposentos del hijo de David y de Betsabé. Salomón puede mucho: Salomón puede extender sus dominios hasta el rojo Egipto y llevar sus dominios hasta la cálida Palestina; Salomón puede construir el templo de Jerusalén y levantar una ciudadela sobre una cumbre próxima á Sion. Salomón puede mucho; pero no puede, oh crítico y poeta, impedir que el hastío acompañe á la saciedad como la sombra al cuerpo y la angustia á la desesperanza. ¡Eso no lo puede, á pesar de las infinitas ebriedades de sus versículos voluptuosos, el rey Salomón!

Víctor Pérez Petit se ocupa luego de Augusto Strindberg. La Suecia es una gran productora de obras fuertes y revolucionarias. En Suecia el feminismo es casi una verdad. En Suecia las escritoras florecen entre endiosamientos, formando una legión que sigue las huellas de Federica Bremer y Rosaura Carlen. Strindberg miró con ceño á las sublevadas, á pesar del escándalo á que daba lugar la múltiple idiología de sus propios libros. Es un desordenado, un agitador, un utopista, un formidable, un temperamento; pero es, también, un misógeno empecatado é impenitente. Casóse mal, el odio le separó de su compañera y escribió un libro en que nos revelaba todas las pútridas lacras de su hogar. Strindberg sostiene, como nos dice Pérez Petit, que “la mujer, necesaria al hombre para el amor, se convierte en un ser peligroso y perverso cuando pretende equipararse á su esposo ó á su amante, en la inteligencia y en el goce de los derechos civiles. La mujer vive para la reproducción de la especie; posee todos los atractivos, debilidades y cariños para conquistar al hombre; está exenta de las tareas pesadas y rudas de la vida; es mantenida y cuidada por su padre primero y por su marido después: ¿qué otra cosa puede desear en su existencia? ¿más libertad, acaso? Pero, ¿no la obtiene suficiente cuando se aleja del hogar paterno para convertirse de niña en mujer bajo el techo conyugal? Es cierto que el hombre es considerado intelectualmente como un ser superior á ella; mas este leve sacrificio de libertad individual, ¿no está compensado con las atenciones, cuidados y cariños de que es objeto? Las opiniones de Strindberg, como se ve, no son las que le dan sus detractores: él no ataca á la mujer en general, sino á aquellas que pretenden igualarse al hombre. Y tal y no otra es la tendencia y fin de sus libros.” Y Víctor Pérez Petit agrega: “Sin tener para nada en cuenta el hecho de la inferioridad intelectual de la mujer respecto al hombre y de sus innatas pretensiones de superioridad y predominio, bueno es recordar á los que atacan ciegamente al dramaturgo de Stockholmo que dos eminentes escritores franceses, por citar los más admirados, han manifestado desde hace tiempo ideas parecidas. ¿Quién no ha leído Las mujeres de artistas, de Alfonso Daudet, y Manette Salomón, de los Goncourt? ¿Y cuál es la idea que se desprende de tales libros, sino la misma que anima el drama de Strindberg? ¿No es siempre el mismo caso, el eterno femenino minando arteramente una inteligencia superior, descomponiendo lentamente su organismo, corrompiéndolo pérfidamente por el dolor, la crueldad, las asechanzas y las desilusiones, hasta aniquilarle completamente? ¿Y por qué, siendo esto así, se aplaude á Daudet y los Goncourt y se reprueba á Strindberg?” Y Víctor Pérez Petit añade: “Á otra razón obedecen aún las obras del autor de Les Camarades, y ésta no es otra que la lucha sostenida hace algún tiempo en los países escandinavos por la emancipación de la mujer. Los que tanto atacan á Strindberg, debieran enterarse de la historia social de Suecia y Noruega. En ninguna nación europea se ha luchado como en aquellos países por la igualdad de los dos sexos, ni se han producido tantos odios, ni se han escrito más audacias. Los más ardientes defensores de la mujer en las regiones meridionales, las más decididas Luisas Michel, son niños de pecho si se les compara con los emancipadores del Norte. Allí sus pretensiones no han conocido vallas ni restricciones, y las mujeres han llegado al extremo de exigir al hombre en la cámara nupcial la virginidad que nosotros, en nuestros países, les exigimos á ellas.”

Esta exigencia no nos parece que sea tan de recriminar como imagina Víctor Pérez Petit. Si la mujer no pretendiese otra cosa que recibir lo mismo que ella nos entrega, — la pureza del cuerpo y la del alma, — la mujer tendría razón, como la tendría si la mujer quisiese que sus derechos de madre no fuesen inferiores á los derechos que van unidos á la paternidad, y como la tendría si nos exigiese que cultivásemos su inteligencia ó su carácter con la misma solicitud con que cultivamos nuestro cerebro, armándola, como nosotros nos armamos, para las rencorosas luchas de la vida. El hombre no es el amo, sino el compañero. La mujer no es la sierva, sino la aliada. En tanto el hombre reclame el uso y el abuso de su libertad, negando á la mujer el abuso y hasta el uso de ella, existirá una parte del sexo femenino, la menos digna de adoración, que viva con el hombre en lucha terrible y traidora de rivalidades; pero Augusto Strindberg, que fué un rencoroso, un apasionado, un frenético y un anormal que varió de ideas como el camaleón cambia de colores cuando se le irrita, — á pesar de su estilo maravillante y su maravillante fecundidad y su saber no menos maravillante, — es el escritor menos á propósito para entregarse á estudios reflexivos y moralizadores sobre el hogar y sobre la mujer. Lo que no obsta para que aplaudamos, — aunque como literatura y no como sociología, — lo escrito para el teatro y para la novela por Augusto Strindberg, reconociendo que, en este sentido, tiene razón sobrada para alabarle nuestro Víctor Pérez Petit.

Observo y anoto cierto antagonismo entre mis ideas y las ideas del autor de Los Modernistas. No es de extrañar si se tiene presente que la segunda edición de dicho volumen fué publicada en 1903. Es muy posible que desde entonces el autor de aquellas hermosas páginas haya rectificado algunas de sus opiniones, como yo he rectificado muchas de las mías. Sólo los brutos no se transforman. Los intelectuales se metamorfosean incesantemente hacia la perfección. El feminismo, si le limpiáis de exageraciones, está muy lejos de ser una delictuosa amenaza. Nace en la Francia del siglo XVII y se extiende en la Francia del siglo XVIII, pasando á florecer, en el reino alemán, hacia el año de I850. ¿Qué es lo que reclama? El absurdo, el mal entendido, el vesánico y el molieresco, reclama la igualdad de todos los derechos y la igualdad de todas las actividades para el hombre y la mujer. ¿Triunfará? No, pues se opone á su triunfo la naturaleza, desde que la completa igualdad de vidas es imposible y es ilusoria ante la desigualdad de funciones sexuales. La mujer, que ejerce la soberanía en los dominios azules del sentimiento, no puede ejercer la soberanía en los dominios grisáceos de la acción. El acto de sentir requiere una energía espiritual que en nada se parece á la energía espiritual que requiere el acto de pensar. La energía de la voluntad consciente dirige y activa los actos de la existencia práctica, en tanto que los actos de la existencia del sentimiento traban y anulan la energía motriz de la voluntad razonadora. Podéis estar seguros y convencidos de que siempre, siempre y siempre, suceda lo que suceda y legíslese lo que se legisle, las actividades del hombre y de la mujer tendrán la aplicación especialísima que les corresponde dentro de lo creado bajo las estrellas. Así lo sabe el feminismo ecuánime y no aparatoso, el no arlequinesco y no paradojal, que lo que pide y quiere son los mismos derechos ante las cunas, la misma libertad para ganarse probamente la vida dentro de la organización que la naturaleza le dió á cada ser, y la cultura educacional precisa para convertirse en esposa y madre en toda la amplitud de estas nobles palabras. ¿Triunfará? Sí, porque todas las aspiraciones legítimas se imponen saltando por encima de los prejuicios con que tratamos de detenerlas y aprisionarlas. Voy más lejos aún, mucho más lejos. Á mí las abogadas, las médicas, las electricistas, no me parecen mal, á condición de que sepan y sirvan lo mismo que los electricistas, los médicos y los abogados. La igualdad de aptitudes reclama é importa la igualdad de prerrogativas y de servicios. Lo que encuentro antinómico y perturbador es que, á pretexto de que las mujeres ilustradas son excepcionales, se exija menos y se gloríe más á las abogadas, á las médicas y á las electricistas que á los electricistas, á los médicos y á los abogados. ¿No quieres ser madre como todas las madres, ni esposa como todas las esposas, ni hija como todas las hijas? Perfectamente; pero en ese caso, pequeña mía, aíslate y reconcéntrate y sufre y batalla y rómpete contra la realidad como aquellos á quienes te proclamas igual y de cuya protección alardeas de prescindir. ¡Á correrla, muchacha! ¡Á iguales destinos, iguales dolores! ¡Á los mismos empeños, las mismas angustias! Encarado así el problema del feminismo, — pues no hay para que ser galantes ni bondadosos con las desdeñosas de la bondad y la galantería, — ¿qué resultará? Pues resultará la bancarrota de la tendencia insana y el triunfo de la tendencia digna de encomio, porque rápidamente se observará que si la mujer es por lo común más apacible y más dócil que el hombre, es también por lo común menos resistente y menos adaptable y menos invectiva, no por razones de hábito y cultura, sino por designios y fatalidades de la naturaleza. ¿Qué es lo que se nota, magüer el desarrollo de las actividades feministas, desde 1901? Se nota que, á pesar de las prédicas y los reclamos de las continuadoras de Luisa Paters, las telegrafistas son rechazadas con acritud por la mayor parte de las administraciones de la Unión Postal. Es que la actividad sexual, si atendéis á los casos generales, no se desenvuelve ni en el mismo universo psíquico ni se desarrolla en el mismo universo práctico, siendo tan digno de ser colocado al margen de su sexo el hombre que renuncia á la virilidad como la mujer que se olvida de que más vale un beso en la mano que el apretón en uso á la moda inglesa, porque el beso en la mano es signo de rendido homenaje y el saludo á la inglesa no es el suspiro con que Buckingham reveló sus amores por Ana de Austria. El verdadero error está en querer que os amemos como mujeres, cuando aspiráis á vivir como hombres. Fuera de eso, que es lo substancial y lo lamentable, no hay que confundir el matriarcado ni la ginecocracia con el noble y el justo deseo de mejorar las condiciones de la mujer, que puede y debe disponer y gozar de todos los derechos compatibles con su naturaleza, ejercitando cuantas actividades y menesteres no se hallen con esa misma naturaleza en conflicto y en pugna. En las universidades cabe la mujer, como cabe la mujer en las fábricas y como cabe la mujer en las oficinas administradoras, siempre que armonice sus aspiraciones y sus aptitudes con esas tareas intelectuales y reguladas, — siendo inicuo negar que Luisa Otto tenía tanta razón al combatir valerosamente por la libertad del trabajo femenino como la tenía la filantrópica Octavia Kill al solicitar que las sociedades benéficas, las que se ocupan de los enfermos y los niños pobres, estuviesen á cargo de las mujeres, porque todo enfermo necesita una hermana que alivie su dolor y porque todo niño necesita una madre que le enseñe á querer con purezas del alma. Eso es lo que no dijo, cegado por sus odios, Augusto Strindberg.

Preguntad á las pocas intelectuales con que contamos si no se sienten aisladas en el armonioso concierto de los espíritus; si no se saben menos mujeres ante la familia y el medio social en que han crecido y de que forman parte; si los jóvenes hablan con ellas con el mismo abandono con que hablan á las que se resignan á ser perfume y matiz, como las rosas empurpuradas y los jazmines blancos; si hay en los ancianos, que se les acercan, el mismo aire de protección y hechizo con que se acercan á las mujercitas que renuncian valientemente á la independencia que da la torva y secante sabiduría; si el beso del hijo es para sus cabellos lo que es para los cabellos de las que han consagrado la vida entera, no á brillar con luz propia, sino á brillar con los triunfos del esposo y la prole, que ven en sus méritos y virtudes, no una propiedad pública, sino una propiedad doméstica, fuente sellada y huerto cerrado de todos los que viven bajo su dulce sombra. ¡Preguntad sabiamente, y si son sinceras, que os respondan dejando que suba á sus labios de desencantadas toda la hiel de su corazón!

¡El orgullo tiene más dardos que el zarzal! ¡Las cumbres son alturas y en las alturas, expuestas al furor de los vientos, ni se teje el nido ni se construye el rancho!

No faltará quien de loco me tilde, porque sostengo que la mujer que quiere vivir á lo hombre, debe renunciar á todos los júbilos y á todas las glorias de la mujer. ¿Loco? ¿Por qué? ¿No proclamáis la ley de la igualdad? Pues la igualdad rechaza las anormalidades, y tener dos sexos entra en los dominios de lo extraordinario. ¿Sería curioso? Ser mujer para que la adulen, la mimen, la adoren, la protejan, la ensalcen y la respeten; pero ser hombre para rivalizar, para competir, para hacer más difícil la labor diaria y para alzarse despreciativas, como un estorbo, en el camino de aquellos de quienes se esperan, con los ojos húmedos, los goces del amor. ¡Oh, no, señoras mías! ¡De ninguna manera! ¡No lo esperéis! ¡Podremos olvidar en un instante de locura erótica vuestra ambición de anularnos y suprimirnos; pero, no bien la ceguera pase, no veremos en vosotras sino un púgil que nos amenaza, con el puño en alto, y no una mujer como la mujer que el niño veía en la madre adorada, ó en aquella novia que presintió el mancebo en sus noches de insomnio torturador! Basadas en una supuesta ó probada igualdad de aptitudes y de energías, aspiráis á mediros con vuestros padres, con vuestros hermanos y con vuestros esposos. Es justo. Pasad. Nadie os cierra el camino. Pasad; pero sabed que, desde ese instante, habéis dejado de ser la aliada, la compañera, la musa, la endulzadora, la inmortal, la adorable, porque os habéis manchado con el lodo de nuestros egoísmos y de nuestras miserias de gladiadores tristes, presentándoos en la liza frente á nosotros, que ya teníamos harto que hacer para defendernos sin que vuestras manos, pequeñitas y blancas, agregasen sus golpes á los golpes que nos hacen sufrir. Erais el puerto y os trocáis en escollo. Erais la fuente cantadora, el oasis esmeraldado, y os volvéis arena, soledad, rugir de leones. Bueno. Nadie os discute vuestro derecho. Nadie os lo discute; pero pasad solas, pasad sombrías, pasad en angustias, pasad en guardia, pasad con miedo, como nosotros, ¡como nosotros que no creemos en la amistad, ni en la política, ni en lo perdurable de la gloria y que ya no podremos tampoco creer en el amor! Las bellas artes, ánforas é intérpretes del sentimiento, deben ser las compañeras y las endulzadoras de los ocios ensoñadores de la mujer. No importa. El problema es complicadísimo. Nos hallamos en presencia de un derecho legislable, derecho que reclama insistentemente y cuyo reclamo revoluciona todas nuestras ideas sobre el hogar, justificando casi á los misógenos como Schopenhauer, Strindberg y Baudelaire. El problema es complicadísimo. Aceptábamos que la mujer debe recibir la misma cultura moral é intelectual que recibe el hombre; pero no admitíamos que debiera encarnizarse, como nosotros, en la caza de los empleos y de los honores y de la fortuna, viendo en esta pugna odiosa de los sexos un enemigo de la felicidad doméstica. Esa concurrencia rompe los lazos de la familia, concluye con la casa, deforma los afectos y los caracteres. ¿Acaso, por eso, la mujer queda olvidada ante la posteridad justiciera? No. Todos sabemos que fué el influjo materno muy poderoso en la floración genial de Ary Scheffer, Gæthe, Schiller, Lamartine y Michelet. Todos sabemos que sus esposas, sus compañeras dulces y amantes, labraron hondamente sobre el espíritu y la labor de Burke, Baxter, Grocio, Galvani, Fichte, Fadaray, Stuart Mili, Tocqueville, Guizot y Carlyle. Todos lo sabemos y todos reverenciamos á esas santas mujeres. No importa. El problema es de una complicación horrible. Todo derecho, cuando es derecho, debe ser atendido, aunque nosotros entendamos que la mejor de las astrónomas y de las botánicas, la más experta en geología y en derecho de gentes, no cumple tan bien y tan profundamente su misión femenina como las visitadoras de prisiones y de hospitales, las angélicas coronadas como Isabel de Hungría ó las angélicas sin corona como Sara Martín. ¡No importa! El derecho llama y es forzoso abrirle; pero eso no puede impedir que lamentemos las aberraciones á que la práctica de ese derecho nos conducirá. ¡Ay de las clases pobres! ¡Hay de los humildes y desheredados! ¡Lo lógico sería que el hombre, el obrero, tuviese lo necesario para formar un nido y vivir dichoso! ¡Nada de aprendizajes! ¡Nada de trabajo, fuera del hogar, para la mujer! ¡Hasta los catorce años, el hijo del obrero á la escuela! ¡Nada de igualdad en el dolor y en la servidumbre, desde que no hay igualdad en los sexos y en las virilidades! ¡La mujer y la hija del obrero en su casa, junto al fogón y junto á las cunas, porque el taller fabril deforma, envejece, anemia y prostituye; porque el ruido de las máquinas apaga las voces de la virginidad que pide socorro; porque el lenguaje de la capataza es untoso como el aceite, pero impregna el espíritu de las que lo escuchan de un óleo imbalsámico, pérfido y corruptor! He meditado mucho y he leído mucho sobre estos dolorosos, complejos y terribles problemas. ¿Soy un egoísta diciéndole al derecho que no hace bien? ¡Sí, soy un egoísta! Tengo el egoísmo de la especie, de la raza, del amor, de la cuna, del hogar, de la dicha, de las ternuras frágiles, de las misericordias iluminadas. ¡Tengo el egoísmo, el grande y afectuoso egoísmo de lo porvenir!

Las desemejanzas entre mis ideas y las ideas del autor de Los Modernistas me parecen mayores cuando releo su estudio sobre Gerardo Hauptmann. Los dramas de este ingenio agitan y remueven las conciencias. Su visión trágica es muy profunda. Si sus procedimientos son sencillos como los procedimientos del teatro griego, su musa, como la musa griega, hace de la fatalidad el resorte y el eje de todas sus obras. Leed Las campanas y leed Antes de salir el sol. Víctor Pérez Petit nos presenta á Gerardo Hauptmann visitando á Pablo Leroy Beaulieu. Leroy Beaulieu es el patricio, el soberbio, el desdeñoso, el rico Dreissiger. Hauptmann es Baecker. Bajo el artesonado techo de un palacio que se hiergue sobre una de las márgenes del Sena, discuten el hambre y la abundancia, la plétora y la flacidez, lo rubicundo y lo macilento como en Lostejedores. Los obreros desfilan angustiados ante el pagador. Todos están pálidos, todos sienten frío, todos llevan en las almas y en las pupilas lo negro de sus noches de miseria. Falta el pan, falta la leña, falta la luz, falta la ropa, falta el libro, falta la higiene y falta la alegría en el hogar de todos. Baecker se irrita. Se altera. Se exalta. Es el vengador. Es el convulsionario. Al contemplarlo fuerte, altivo, con los puños crispados, con la boca contraída por un mohín de rabia, los obreros le cercan y le obedecen. — ¡Hacen bien! — dice Hauptmann. Le toca su turno á Leroy Beaulieu. Este se ronríe con dulce malicia. Dreissiger es más fuerte que Baecker en materia económica. ¿Más sutil? Más sofista, si os parece mejor. — Las huelgas son terribles, murmura con suavidad. Impiden que los industriales cumplan sus compromisos beneficiando á sus concurrentes, y no consiguen que las ventajas de la victoria compensen las pérdidas sufridas por las asociaciones de resistencia. Después, el ingenioso y hábil Dreissiger defiende el lujo, padre de las artes, y defiende la desigualdad social, origen y razón del progreso. ¿Quién hace vivir á los pobres? El lujo. El lujo es la providencia del tapicero, del pintor, del gasista, del sastre, de la costurera, del pinche, del que cose zapatos. El hombre no aspira á ser rico por el estéril placer de ser rico. El hombre desea ser rico para ser feliz. La dicha es el progreso, es el fin supremo de la humanidad, y la riqueza, útil de la ventura, impulsa los hombres hacia el progreso valiéndose de su amor al oro. Hauptmann, más triste y más ceñudo que antes, no encuentra qué responder á estas palabras lapidadoras. Hace mal. Debió decirle á Leroy Beaulieu: — Si la riqueza es el progreso, una sociedad, donde las pesadumbres son en mucho mayor número que las fortunas, no es una sociedad progresista. Si el fin de los hombres es la felicidad, y en las sociedades modernas no se alcanza la felicidad sino á precio de oro, es preciso cambiar la organización de las sociedades modernas para hacer que la felicidad esté al alcance de todos los humanos. Suprimid la causa y los efectos quedarán suprimidos. ¿Qué es lo que motiva las huelgas arruinadoras? Vosotros mismos lo confesáis: una injusticia, porque es injusticia que vuestra riqueza explote mi labor, para proporcionarse el lujo, la dicha á que á mí también debía corresponderme, desde que el fin de los hombres es la felicidad y desde que yo formo parte de la especie humana. Me dais la razón, desde que reconocéis que la sociedad está mal constituída, pues no está constituída con arreglo á sus fines una sociedad en que la dicha y la cultura son el patrimonio del menor número. Cambiad todo esto. Si no lo cambiáis, persuadíos de que tengo que demoler, porque es natural que reclame mi parte de cultura y que conquiste mi porción de dicha.

Y Nautpmann pudo seguir diciendo: