Teatro: dramas en dos actos - Carlos Roxlo - E-Book

Teatro: dramas en dos actos E-Book

Carlos Roxlo

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«Teatro: dramas en dos actos» (1915) reúne cinco dramas románticos en prosa y en dos actos de Carlos Roxlo: «El murmullo del río», «La pantera de Java», «La huelga», «La fiesta de los Mitotes» y «La flor de oro», donde las pasiones son las protagonistas, y tres textos en verso a modo de prólogo, intermedio y epílogo, en los que el poeta interpela a las musas.

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Seitenzahl: 253

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Carlos Roxlo

Teatro: dramas en dos actos

 

Saga

Teatro: dramas en dos actos

 

Copyright © 1915, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726681413

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

COMO DE COSTUMBRE

Señores Barreiro y Cía .—Montevideo.

 

Muy señores míos:

 

Yo no concibo más teatro que el teatro de ideas.

El fin del teatro es conmover y perfeccionar.

Por eso, mi musa es romántica lo mismo en el teatro que fuera del teatro.

Mi musa ama lo azul, lo etéreo, lo inmortal, lo dignificador, en la vida del mundo y en la vida del arte.

Esto quiere decir que mi teatro es triste, sincero y compasivo.

Lo grotesco, me choca; lo burdo, me fatiga; lo ruin, me repele; lo que degrada al público, no lo escribe mi pluma.

La ejecución, á los ojos míos, es dar forma á un ensueño. — Concebir equivale á ensoñar. — No hallo placer en concebir lo malo. — Tampoco me deleito si mi frase rastrea. — Al ensueño con alas corresponde el vocablo con rémiges.

La escena, para mí, no es una diversión en la que muestro mi habilidad. La escena, para mí, es la más influyente de las tribunas. Mi musa, en el teatro, sufre, compadece, aclara, consuela, perora, adoctrina y hace pensar. Mi musa, en el teatro, es un cerebro, una experiencia y un corazón.

Todas las pasiones, hasta las más impuras, caben en el teatro. Lo difícil es describirlas y descarnarlas con dignidad, de un modo que su lepra no nos contamine. Eso es cuestión de verbo ó cuestión de idioma. Mi verbo es casto. Mi idioma es pulero. Mi musa, que quiere respetarse á sí misma, no tolera en su traje manchas de barro. Tampoco las tolera en su pensamiento. ¡Si nació con alas! ¡Si puede, sin mancharse ni en la orla de su vestido, flotar sobre lo pútrido como el perfume y como la luz!

Amo á la multitud. Del pueblo soy y para el pueblo escribo. Quiero que, si algún día se representa lo que he soñado, — cuando caiga el telón y mis visiones vuelvan á mí, — pase sobre la sala un soplo de bondad, de misericordia, de ternura purísima, de apetitos de cumbre, de generosas ansias de mejoramiento.

Para eso ensoñé; para eso escribí; para eso publico. Ustedes lo saben, ustedes me ayudan, ustedes difunden mi pensamiento por todos los ámbitos de mi hermoso edén, y es natural que les agradezca, libro por libro y obra por obra, el noble apoyo que en ustedes hallan mi ambición de hombre y mi ambición de artista.

Agradecido estoy. Déjenme que lo diga. Si á ustedes les molesta mi mucho insistir, á mí me sabe á gloria mi terquedad. Y no se enojen ustedes conmigo.

Carlos Roxlo.

Buenos Aires, 19 de Junio de 1914.

__________

PRÓLOGO

Cúmplase mi destino; solo, muy solo

Cruzaré por la vida con mi bandera:

No tiene mancha alguna la que tremolo;

¡La encontraréis sin mancha cuando me muera!

Yo pertenezco al grupo de los cantores

De plumas engrisadas, pero muy finas;

¡Unas veces mi salve rimo entre flores,

Y otras veces mi canto suelto entre espinas!

La tierra es como un bosque rudo y potente,

Donde tejí mi nido y alzo mi vuelo;

¡No me asustan los silbos de la scrpiente,

Y amo bien á las rojas luces del cielo!

Hay chispas de sus rayos en mis querellas,

Y en la copa más alta del bosque umbrío

Converso dulcemente con las estrellas

Que azulan los cristales del patrio río.

La tierra es como un monte fosco y espeso;

Pero sobre su cripta ruda y boscana.

Cada salve que rimo parece un beso,

¡Un repique á las glorias de lo mañana!

No me asombran ni hastían mis soledades;

Me basta con mis gozos de cancionero;

¡Me basta con las tiernas intimidades

De la musa á quien siempre quise sincero!

Ya conozco del bosque las angosturas,

Ya me herí con los dardos de sus malezas,

Y no tiene el tesoro de sus venturas

La mitad del hechizo de mis tristezas.

Cada cual á lo suyo; ¡yo á mis ensueños!

Cada cual á lo suyo; ¡yo á mis canciones!

¡Á poner margaritas entre los breños!

¡Á poblar de quimeras las ramazones!

¡Á zurcir, de mis pagos sobre la escena,

Un telón donde brillen engrandecidos

Algunos corazones muertos de pena

Y algunos ideales nunca rendidos!

¡Á tejer, de mis dramas con los bordados,

Los credos de la aurora resplandeciente,

Cuando la noche baje de los collados

Con nubes de llovizna sobre la frente!

¡Á sembrar, en la sala, de las piedades

Los transportes, los lloros y las dulzuras,

Como siembra los cielos de claridades

El sol de mis cuchillas y mis llanuras!

Cúmplase mi destino; con gallardía

Levanto los colores de mi bandera:

¡Me la entregó sin manchas la musa mía,

Y la hallaréis sin manchas cuando me muera!

1914 — Junio.

__________

EL MURMULLO DEL RÍO

DRAMA EN DOS ACTOS Y EN PROSA

Al doctor Manuel M. de Iriondo. Tributo de afecto, de respetuoso y acendrado afecto.

Su admirador agradecidísimo,

C. R.

PERSONAJES

María Teresa . Mercedes . Don Teodoro . Pablo . Armando . Rodolfo . Nicolás . Eduardo . El Comisario de Policía .

Derecha é izquierda del espectador.

Edad contemporánea.

En Montevideo.

__________

ACTO PRIMERO

Terraza de un hotel balneario. — El mar en el fondo. — Á la derecha, baranda de la terraza. — Á la izquierda, pared de edificio con dos puertas, una á la playa y otra al comedor del hotel. — Tarde de sol.

ESCENA PRIMERA

Armando , Rodolfo y Nicolás

 

Nicolás . — Armando es un cartujo. No conoce la vida.

Armando . — Como vosotros la conocéis, confieso que no.

Rodolfo . — Si este escándalo ha sido la comidilla de toda la semana.

Nicolás . — Y ya forma parte de la historia antigua.

Armando . — Para mí siempre es nuevo lo que contáis.

Nicolás . — Porque no sabes ver.

Rodolfo . — Ni sabes oir.

Armando . — Pero, ¿es posible que una señora de claros timbres, con hijos ya mozos é hijas casaderas, deje que la sorprendan con un amante? ¿Que la sorprendan en un sitio público? ¿Que la sorprendan, casi desnuda, en el jardín de un hotel de canallesca fama próximo á la ciudad, á un paso de la quinta en que vive su esposo y viven sus hijos?

Nicolás . — Es posible, posibilísimo.

Rodolfo . — Como que el amante tenía interés en que la sorprendieran.

Armando . — ¿Para qué?

Nicolás . — ¡Toma! Para explotarla.

Rodolfo . — Para impedir que la presa se le escapase.

Nicolás . — “Paga, y me callo; resiste, y hablaré: tengo testigos”. Esta es la síntesis del cuento escandaloso.

Armando . — Y ¿el marido? ¿No decís que el marido es un hombre de bien?

Nicolás . — De los mejores que yo conozco; pero no sabrá nada. Nadie se lo dirá. El amante y la dama seguirán su odisea, siendo recibidos con palabras amables y saludos corteses en todos los salones.

Rodolfo . — Somos muy indulgentes, con esos pecados, los mortales de ahora.

Armando . — Sí, tenéis la indulgencia de los rufianes. Os burláis del marido y de la mujer, festejando la gracia del galán. Es capaz de hacer trampas en la mesa de juego; pero, ¿qué importa? Baila con donosa desenvoltura, os tutea delante de los criados, y tira el florete con maestría. ¡Es peligroso; pero encantador!

Rodolfo . — Pues dicen más; dicen que el consejero del héroe de la aventura fué don Teodoro.

Armando . — Un miserable Está podrido en plata; pero podrido hasta la médula de los huesos. ¡Yago y Harpagón!

Nicolás . — Parece que el galán le debía una suma de cierta importancia. No quiso perderla. Dirigió la farsa, preparó el sainete, y figura en el número de los testigos.

Rodolfo . — La dama pagará. ¡Es mucho hombre nuestro don Teodoro!

Armando . — ¡Callad! Me dais náuseas. El mundo no es así. Os digo que hay mujeres que llegan inmaculadas al lecho nupcial, como hay madres que encanecen junto á las cunas. Hay todo eso que negáis vosotros, que no sois malos, y que creéis, como creo yo, que la vida no se hizo para enfangarla. ¡La vida se hizo para ennoblecerla!

Nicolás . — Díselo á don Teodoro.

Rodolfo . — Don Teodoro sabe que no es así. Empezó vendiendo periódicos viejos, alfajores rancios y fruta verde en la estación de no sé qué ferrocarril departamental. Agrandó su comercio con billetes de lotería, y en uno de los números, que no pudo vender, le cayó la grande.

Nicolás . — Ya trasquilado, perdido el pelo de la dehesa, se vino á la ciudad y se dedicó al agio. Prestó, con garantía, al doscientos por ciento.

Rodolfo . — Al doscientos cincuenta.

Nicolás . — Se rió de las lágrimas y de los suicidios. Creció y enriquecióse, no habiendo hoy hermosura que le resista, ni altivez que no le salude con humildad.

Rodolfo . — Puede comprarlo todo; todo le pertenece.

Nicolás . — Cuerpos y conciencias.

Armando . — La mía no.

Nicolás . — ¿Quién habla de la tuya?

Rodolfo . — La tuya ya se sabe que es un cuarzo lapídeo: ágata zafirina, dura y muy azulada.

Nicolás . — No te acalores.

Armando . — No me acaloro. Se que bailáis al son de la moda. Hoy es aristocrático fingirse escéptico, burlarse de lo ideal, maldecir de lo hermoso. Las sensiblerías, — ¿no las llamáis así? — son vetusteces para el rebaño que todas las tardes, á las cinco en punto, se congrega para murmurar en torno de las masas y de la tetera. ¡Pobre rebaño! Cuando está solo, si se le muere el perro, llora sinceramente lágrimas buenas. Es que el rebaño tiene necesidad de afectos y de lealtades. Es que el rebaño reconoce en el perro, y en el perro bendice, las virtudes de que se burla en el te de las cinco. Es que al rebaño no se le oculta que vale menos, un poco menos, que Linda y que Lulú.

Nicolás . — Mira que eres bobote.

Rodolfo . — En el medio social, á que pertenecemos, la honradez se disuelve como el azúcar se disuelve en el agua. El azúcar, lo sólido, se dispersa en el líquido sin endulzarlo ni darle estabilidad, porque el mar de la vida es más profundo, amargo y movedizo que el agua que se extiende ante nuestros ojos.

Nicolás . — Armando no está hecho para los goces de la verdad.

Armando . — Mejor para mí. Si la verdad es como decís vosotros, me felicito de no conocerla. Las malas relaciones deben evitarse. Por eso nunca quise que me presentaran á don Teodoro.

ESCENA II

Dichos y Pablo

 

Pablo . — ¡Qué tarde más hermosa! Hicisteis bien aguardándome aquí.

Rodolfo . — Nos detuvimos para que éste no se quedara solo.

Nicolás . — Tú llegaste y nos vamos. El aire libre y las verdes olas son propiedad de los poetas y los enamorados.

Rodolfo . — Á mí la música me da sueño y el amor me fatiga. Soy más viejo que Fausto.

Nicolás . — Y yo me río de Mefistófeles.

Armando . — Se comprende. ¿Qué haría, con vuestras almas, el tentador?

Nicolás . — Nada, de seguro.

Rodolfo , (á Pablo.) — Tú, mirando al sol, piensa en el oro de los cabellos de Margarita.

Nicolás , (á Armando.) — Y tú, viendo el agua, — que griega parece por lo azul y suave, — evoca la clásica figura de Helena.

Pablo . — No seais tilingos. Dejadnos en paz.

Rodolfo . — Hasta la noche.

Nicolás . — Os esperamos en el Jockey Club.

Armando . — No es seguro que vaya; no me aguardéis.

Pablo . — Adiós.

ESCENA III

Pablo y Armando

 

Armando . — ¡Qué par de maldicientes!

Pablo . — ¿Vas á imitarles?

Armando . — Fuera justicia.

Parlo . — Tienen ingenio, y en algo han de emplear su nativa viveza.

Armando . — Eres muy generoso. Eso que llamas viveza criolla, tumor maligno se me figura. Sirve, en política, para transigir con todo lo innoble, transformando en gracejo la venalidad. ¡Viveza terrible! El hombre de leyes pasa por vivo, por vivo á nuestro modo, cuando se adueña mañosamente del bien de la viuda y la heredad del huérfano. El comerciante se sirve de la viveza á que te refieres, y que hemos convertido en virtud nacional, para expender lo falsificado como legítimo, lo que nos envenena como provechoso para la robustez, y en la vida mundana, en la vida social, por vivo tenemos al que desnuda con la lengua y los ojos á nuestras madres y á nuestras hijas, tejiendo una duda sobre cada inocencia y arrojando una sombra sobre cada candor.

Pablo . — El mal está en el medio, y el medio es así. No filosofes más.

Armando . — Es que no hay intención que no se deforme. Es que todos rodamos, como pelotas, sobre el piso fangoso del mentidero. ¡Tú, yo, la misma María Teresa!

Pablo . — Sí, ya sé lo que dicen. En Roma, con un príncipe napolitano; con un conde alemán ó ruso en París.

Armando . — La centella cae sobre los árboles de mayor altura. Eso es lo que me exalta. ¡Que muerdan en lo vil!

Pablo . — La ven opulenta, hermosa, inteligente, viuda sin hijos, feliz en la tierra. Es natural que todas sus acciones sean juzgadas con despechado y envidioso amargor.

Armando . — El murmullo del río, que plañe débilmente en las tardes de sol y que nos amenaza en las noches de tempestad, está formado por las calumnias con que satisfacemos nuestra sed de infamias. Vivimos como las mujerzuelas en el tugurio infecto. ¿La virtud? Mentira. ¿El honor? Falsedad. Lo único respetable es nuestra hediondez.

Pablo . — Sé misericordioso con nuestras corcovas. Déjalos que censuren la superioridad de María Teresa.

Armando . — Y ¿eso no te subleva? ¿Eso no te indigna?

Pablo . — Á mí me basta con no creerlo. Arañan en el mármol. Este sigue, á mis ojos, terso y pulido. El roce de las uñas abrillanta, y no amengua, lo puro de la estatua. ¡Si siempre mintieran! Por desgracia no mienten cuando hablan de mí.

Armando . — Entonces, ¿es cierto lo que se murmura?

Pablo . — Por eso me huyen. Me esquivan por eso. Estoy arruinado. Nada me queda ya, fuera de los terrones que heredé de mi madre.

Armando . — ¿Cómo has podido, en tan poco tiempo, derrochar lo tuyo?

Pablo . — El juego, el ansia de ostentación, mis últimos viajes. ¡Quise seguirla, convertirme en su sombra, mirarme en sus ojos, respirar el perfume de sus cabellos!

Armando . — Ella podía tirar á montones. Lo tuyo era poco.

Pablo . — Vivía á lo reina, y he vivido á lo príncipe. Quise que sus miradas se fijasen en mí, en el hombre de afuera, en el campesino que tú pulimentaste cariñosamente. El sueño ha concluído; pero, recordando, se sueña también. ¡Recordar es vivir el sueño que pasó!

Armando . — ¡Loco! ¡Pobre loco! Y ella ¿lo sabe?

Pablo . — No puede ignorarlo. Cuando me acerco, todo me dice que conoce mi situación. Sus ojos, compadecen; su labio, desdeña.

Armando . — Compadecerte, sí; desdeñarte, no. ¿Por qué motivo te desdeñaría?

Pablo . — ¿Y tú hablas del poder de los que calumnian? Has estudiado mal la fuerza del río. Me he vuelto pobre. Ella es el salvavidas en este naufragio de mis vanidades. Lo piensan y lo dicen. Es cierto que lo dicen en voz muy baja; pero lo dicen bastante alto para que sus oídos perciban el rumor.

Armando . — ¿Y qué piensas hacer?

Pablo . — Vivir donde ella vive, sin esperar nada, en tanto mi destino me tolere esa dicha, y volverme después con el recuerdo suyo, al rancho en que nací, para hablar de los goces, con que he soñado y se han desvanecido, al zarzal espinero y al ombú rugoso.

Armando . — Vete mañana mismo. No agraves tu locura con locuras nuevas.

Pablo . — Déjame almacenar memorias y visiones para más tarde. Cuanto más la mire y cuanto más la escuche, mejor y más clara veré su imagen cuando la luna llore melancolías sobre el campo dormido. ¡Mi María Teresa! ¡Mi María Teresa!

Armando . — Vete y olvida. Procura olvidar. Tu mundo no es el mundo en que te agitas, como se agita el pez que sacaron del agua y se siente morir.

Pablo . — Mi vida es ella. Mi mundo es ella. ¡Ella es mi eternidad!

Armando . — Tu mundo es el campo, el campo siempre abierto al aire y al sol. Vuélvete á tus zarzales, que enfloran los estíos con sus besos de luz. Los zarzales de aquí, los que ya te punzaron en el corazón, no enfloran jamás. ¡Vete y no vuelvas, Pablo!

ESCENA IV

Dichos y Eduardo

 

Eduardo , (á Pablo.) — Vengo en su busca. Don Rodolfo me dijo que aquí le encontraría.

Pablo , (á Armando.) — Perdóname, pero…

Armando . — Ya me voy. Estás más loco de lo que yo pensaba. ¡Loco de remate!

Pablo . — Es cuestión de un minuto.

Armando . — Con un minuto basta. Dos te molestarían. En dos minutos se reflexiona. Búscame en la playa cuando concluyas. ¡Me das compassión!

ESCENA V

Pablo y Eduardo

 

Pablo . — ¿Qué responden? ¿Aceptan?

Eduardo . — Sí. Ya está hecho. Difícil fué; pero se consiguió.

Pablo . — ¿Los diez mil pesos?

Eduardo . — Los diez mil pesos.

Pablo . — ¿Sin garantías?

Eduardo . — Con el campo basta.

Pablo . — El campo no se vende, ni se hipoteca.

Eduardo . — Así se lo dije al que da el dinero; pero como el campo es propiedad de usted, si usted no cumple en la fecha debida, sobre el campo cacrán.

Pablo . — ¿Y tendré los fondos?

Eduardo . — Esta noche misma. Es claro que descontándole el interés y la comisión. Le quedarán siete mil pesos limpios. Y no ha costado poco. Se lo aseguro.

Pablo . — ¿Quién es el que presta?

Eduardo . — Yo soy el que aparezco, el hombre de paja. El que presta no quiere que sepan su nombre. ¿Le conviene á usted?

Pablo . — Ya he dicho que sí.

Eduardo . — ¿Dónde puedo verle para que usted firme y darle el dinero?

Pablo . — En mi casa, á las nueve. Necesito pagar una deuda de juego antes de las doce.

Eduardo . — ¿Por qué juega usted? El juego es el peor de todos los vicios.

Pablo . — Cobre y no importune. Esos diez mil pesos le serán pagados.

Eduardo . — Es que aún quedan los otros pagarés. Gasta mucho, pero muchísimo, la juventud de hoy. No tiene conducta.

Pablo . — Usted es el que menos debiera reprochárselo.

Eduardo . — ¡Si el dinero no es mío! Lo único que gano es la comisión. Una miseria. ¡Una gran miseria! Créalo usted. Y no es poca fortuna encontrar quien preste. Usted es de los dichosos.

Pablo . — ¡De los más dichosos! . . . ¿Dijimos que á las nueve?

Eduardo . — Á las nueve en punto estaré en su casa. Y con los siete mil. ¡Bonita cantidad! Hasta luego, don Pablo.

(Pablo sale por la puerta que da á la playa. Eduardo se dirige á la que da al café).

ESCENA VI

Eduardo , Don Teodoro , María Teresa y Mercedes

 

Eduardo . — ¡Pobre muchacho! ¡Como mixto, es mixto de verdad!

D. Teodoro . — ¡Hola, Eduardito! — (Presentando.) La señora de Alcedo …Mercedes Salgado. — El caballero Yáñez.

Eduardo . — ¿Quién no conoce, cuando menos de vista, á estas dos señoras?

D. Teodoro . — Con su permiso. (Se aparta con Sánchez. María Teresa y Mercedes van hacia el fondo de la terraza.) ¿Se acabó el negocio?

Eduardo . — Firmará á las nueve.

D. Teodoro . — ¡Pretendiente al agua! Y era el más peligroso.

Eduardo . — ¡Si es una oveja!

D. Teodoro . — Está bien. Búsqueme más tarde. Le daré el dinero. ¿Siete mil, no?

Eduardo . — Sí, señor; siete mil. ¿Y la forma del pagaré?

D. Teodoro . — La misma de siempre. Y ahora váyase usted. Aquí sobra uno.

Eduardo . — Señoras . . . Don Teodoro . . . (Mutis. Por el café.)

ESCENA VII

María Teresa , Mercedes y Don Teodoro

 

M. Teresa. — ¿No sabe usted que me disgustan ciertas presentaciones?

Mercedes . — Afortunadamente conoció que estorbaba.

D. Teodoro . — No sea orgullosa. Yáñez es un buen hombre. No tiene vicios.

Mercedes . — Pero explota los vicios de los demás.

D. Teodoro . — ¿Ustedes le conocen?

Mercedes . — ¿Está usted loco?

M. Teresa . — Á esos señores se les adivina por el olor que esparcen, por lo meloso de sus palabras y por el corte de su vestido. Nos los presentan por casualidad, vuelven á presentárnoslos por casualidad, y siempre que por casualidad tropezamos con ellos, nos parece antihigiénica la costumbre británica de dar la mano.

Mercedes . — ¡Qué amigos tiene usted! . . . ¡Y le llama Eduardito!

D. Teodoro . — Yáñez es un curial experimentado, suave como el aceite y sagaz como el zorro. En todos los estudios se le considera.

Mercedes . — Dígalo usted más claro. Su amigo forma parte de la familia de los testaferros. Es de esos maniquíes que, por poca plata, ponen su firma al pie de un contrato que no les ennoblece y otros aprovechan.

D. Teodoro . — ¡Maliciosilla!

M. Teresa . — Hablemos de otra cosa. Sus negocios y sus amigos no nos interesan. Mercedes no necesita pedir prestado, y yo creo que sus amigos no forman parte de la humanidad.

D. Teodoro . — ¿Qué sería, sin ellos, el mundo de apariencias en que usted vive? Uno les debe el frac; otra el encaje de sus vestidos. La miseria dorada se sostiene por la ayuda que ellos le prestan.

Mercedes . — ¿Defiende usted su causa ó la causa de Yáñez?

M. Teresa . — ¡Mala defensa! Sin la codicia de sus amigos, el que no tiene frac, andaría sin él, y la que no pudiera vestir encajes, si honrada fuese, de pudores y modestias se vestiría. ¡Mala defensa!

D. Teodoro . — Bueno. Me rindo. No me mire usted con la mirada de sus días malos. (Pausa.) Lo que me asombra y lo que no concibo es su tolerancia con los que piden prestado á Yáñez.

Mercedes . — Eso sí que es verdad. Eres muy crédula, muy confiada. Muchos caballeretes, que no te dejan á sol ni á sombra, no valen más que el Eduardito de don Teodoro.

M. Teresa . — No sé de quién hablas.

Mercedes . — ¿Esperas, por ventura, que te arrulle el oído?

M. Teresa. — Es público y notorio que yo no pienso volverme á casar.

Mercedes . — ¿Se lo dijiste á Pablo? Pues se lo has dicho mal, porque no te cree.

M. Teresa . — Pablo me galantea. No confundas la ama bilidad con el interés.

Mercedes . — Pablo es de aquellos que te suspiran requiebros dulces á todas horas: en la playa, en el hipódromo, en el visiteo, en el salón de baile, en los lunes tuyos y en los miércoles míos. ¡Buzos de dotes, buzos de dotes, María Teresa!

M. Teresa . — ¡Cómo me adulas! Si agrado no es por mí, sino porque soy rica. Muchas gracias, Mercedes.

D. Teodoro . — Es que así es el universo de falsedades en que usted vive. Hacen, los sin fortuna, comedias de afecto. Hacen, los con fortuna, comedias de amistad. Los unos dejan, en el club y el sport, el pan de sus hijos. Las otras todo lo sacrifican al oropel de la vida mundana. Yáñez, aún siendo Yáñez, no los explota como pudiera.

M. Teresa . — No hable más de ese hombre. Gozarse en el martirio y en la deshonra de una mujer, que pecó por amor, es una indignidad. ¡Yáñez es un malvado!

D. Teodoro . — ¡Si no fué como dicen! El galán contaba lo de las citas en el hotel, y ellos no lo creyeron. Apostó á que probaría sus afirmaciones, le aceptaron la apuesta, y el escándalo vino. Si hubo negocio, no lo hizo Yáñez.

Mercedes . — Lo hizo el galán; pero no hay duda de que su amigo, aceptando la apuesta, ayudó á que el negocio, como usted dice, se realizara.

M. Teresa . — La honra de una familia y el sosiego de una mujer me imagino que valen un poco más que las apuestas de esos caballeros. No los defienda usted. No tienen disculpa.

D. Teodoro . — El mundo es un mercado. Hasta los valores morales están en venta. Lo difícil es acertar con el precio. Hay que cuidar de que ninguno pueda comprarnos el honor ó la dicha. Usted es rica. Por eso no se vende. Y aun así, ¿quién sabe? No es el dinero la única moneda de que disponen los que compran almas. Basta un desliz, la sombra de un desliz, propio ó de los que amamos. El desliz, efectivo ó supuesto, se tasa y se cobra.

M. Teresa — Tiene usted la insolencia de los advenedizos. Me hace usted reir. ¿Cuánto vale, en el mercado de las conciencias, la virtud de Mercedes?

Mercedes , (á don Teodoro.) — No le permito á usted que me ponga precio. Hay bromas de mal gusto. Usted traficará con el sol y la luna. ¡Á Mercedes Salgado no se la compra!

D. Teodoro . — De usted no hablaba. Usted es impagable. Lo único que hice fué devolver muy suavemente, muy suavemente, sus alfilerazos á esta señora. (A María Teresa.) ¿Dice usted que se ríe de mi vaticinio? ¡Ríase cuanto guste; pero no lo olvide, no lo olvide jamás, María Teresa!

M. Teresa . — ¿Es una amenaza?

D. Teodoro . — ¿Amenazarla á usted? Ni con una flor. Fuena una cobardía. ¡Yo no amenazo nunca á las mujeres, señora de Alcedo!

ESCENA VIII

Dichos y Pablo

 

Pablo . — Acerté á verlas desde la playa, y vengo á hacerles mi saludo de despedida.

M. Teresa . — ¿Usted se marcha?

Pablo . — Esta misma noche. (A don Teodoro.) ¿Sería usted tan bueno que me hiciese un favor? Discúlpeme con Yáñez. Dígale que no hay nada de lo convenido. Le dí cita para las nueve, y el tren sale á las ocho.

Mercedes . — Pero, de veras, ¿se marcha usted?

Pablo . — Si usted no se opone.

Mercedes . — ¡Parece imposible! . . . Perdóneme usted. Diga que me perdona.

Pablo . — ¿De qué, Mercedes?

Mercedes . — De un mal pensamiento. Le debo una compensación, y voy á ofrecérsela. (A don Teodoro.) ¿Quiére usted obsequiarme con un poco de te?

D. Teodoro . — Con mil amores; pero su amiga va á quedarse sola.

Mercedes . — ¿Sola? No. Con Pablo, que no va á comérsela. Desde el comedor se ve la terraza, y los vigilaremos. (A María Teresa.) Vuelvo en seguida.

Pablo .— Gracias, Mercedes.

ESCENA IX

Pablo y María Teresa

 

M. Teresa . — ¿Por qué nos deja? ¿Por qué se marcha?

Pablo . — Porque soy pobre, porque soy muy pobre, y porque adoro á usted.

M. Teresa . — Y ¿por qué me dice con sinceridad, al darme sus adioses, lo que antes me decía con palabras de snob?

Pablo . — Antes estaba loco y he recobrado la lucidez. Usted no es para mí. Usted necesita un príncipe encantador, un príncipe que transforme su existencia en un cuento árabe, y yo no tengo la lámpara de Aladino.

M. Teresa . — ¿Quién sabe? No se vaya. Yo soy muy caprichosa. ¿No ha oído usted lo que dicen de mí?

Pablo . — ¿Cree aún que le finjo lo que no siento? ¿Que trato de especular con sus emociones? Ni por un mundo me quedaría. ¿Qué lograríaimos si yo realizara mi mejor sueño? Que usted dudase, que otros dudasen lo mismo que usted, y que hasta yo, influenciado por el ambiente, dudara de la pureza de lo que siento.

M. Teresa . — Voy encontrando más agradable de lo que creía su modo de decir. Continúe. Le escucho.

Pablo . — Gracias á Armando, que curó mi ceguera, voy á dejarle la certidumbre de que ha sido amada con un amor profundo y desinteresado. Así el recuerdo de esta hora crepuscular será siempre delicioso y castísimo para su corazón y mi corazón.

M. Teresa . — No lo dudo. No puedo dudarlo. Si la realidad de esta hora me parece dulce, ¿por qué no he de creer en la dulzura de su recuerdo? Vuelvo á decírselo, sin prometer nada: no se vaya usted.

Pablo . — Armando me ha convencido de que hay preocupaciones que son respetables en el mundo de vetusteces en que usted vive. Es pernicioso lo que sacrifica el bien colectivo al bien particular. Viéndome pretenderla, los necios dudan de la altivez humana y del amor puro. Renunciando á usted, proclamo que la dignidad proba y el amor sin mancilla no son falsedades. Me voy sin tristezas desoladoras, porque sembré en su alma, purificando el ambiente que usted respira, un poco de lo azul del ideal. Gracias á mí, sabrá usted que pueden amarla por usted misma, María Teresa.

M. Teresa . — Es usted presumido como ninguno de sus rivales. Renuncia usted á un dón que todavía no le han otorgado. ¿Me daba usted ya como conquistada?

Pablo . — ¿Quién resiste al hechizo del amor verdadero? Y mi amor hacia usted era un amor sin sombra de mezquindades. ¡En él se quemaba, como un perfume místico y vagaroso, toda el alma de Pablo!

M. Teresa . — Y ¿va usted á olvidarme entre sus cerros y sus ovejas?

Pablo . — No se burle de mí. Usted está segura de ser recordada. Usted es joven, hermosa, inteligente, fina, muy elegante. Yo soy un campesino que he vivido dos años cerca de usted. Es natural que llene mis soledades con la memoria de lo más primoroso, de lo más gentil, de lo más hechicero con que tropecé en las comarcas donde gobierna su dulce hermosura.

M. Teresa . — Como el becerro de oro; ¿no es así, amigo mío?

Pablo . — No, no es así, y usted ya no lo cree. Esta es la más dulce de mis satisfacciones, mi mejor consuelo. Y no sólo me voy por generosidad. También hay egoísmos en mi corazón.

M. Teresa . — No se calumnie usted. No engrise, amigo mío, la turbación que siento. Esta tarde es la tarde más azul de mi vida.

Pablo