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«Luces y sombras» es la recopilación de varios poemarios de Carlos Roxlo: «Fuegos fatuos», «El libro de los sáficos», «Cromos y arabescos», «Armonías crepusculares», «Soledades», y de algunos poemas como «En viaje», «¡Por los caídos!» y los tres poemas de «Las noches».
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Seitenzahl: 230
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Carlos Roxlo
(POESÍAS Y POEMAS)
3.a EDICIÓN
Saga
Luces y sombras
Copyright © 1919, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681383
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
(Al Dr. Vicente Ponce de León).
¡El angel de la noche tenebrosa
Labrando por doquier sus negos velos!
¡La fatídica calma de la fosa
Imperando en el campo de los cielos!
¡El vacío sin fondo y sin orillas!
¡La soledad inerte de la nada
Oprimiendo brutal con sus rodillas
La infinita extensión inanimada!
¡El silencio profundo e invariable
Huyendo sorprendido del mutismo
¡Lo invisible besando a lo insondable!
¡El antro cabalgando en el abismo!
¡El no ser del no ser único dueño!
¡La negación a la abstracción unida!
¡La muerte desposada con el sueño!
¡La sombra por la sombra perseguida!
De pronto, tenue y blanquecino rayo
La eterna noche iluminó; la nada
Pareció despertar de su desmayo;
La soledad sonrióse alborozada.
Con júbilo el silencio pavoroso
Cedió veloz su puesto a los rumores
De aquel trémulo rayo misterioso
Invisibles y alados moradores.
Lo incoloro fué azul; el antro, cielo
Y palpitó la inmensidad con brío
Al ver alzarse el majestuoso vuelo
Del alma de la vida en el vacío.
Comenzó la creación alborozada,
Vistiendo el traje de sus galas todas,
De záfiros y azahares coronada,
Como una joven virgen desposada
En la alegre mañana de sus bodas.
Y los astros sus luces encendieron,
Las campiñas de flores se alfombraron,
Las fieras en sus grutas se escondieron,
Las perlas en sus conchas despertaron.
La blanca vestidura de los fríos
La cresta coronó de las montañas,
Y se cubrió la orilla de los ríos
De un cerco de oro de flexibles cañas.
Y limpió sus escamas la serpiente,
Y cantaron los roncos huracanes,
Y a los abismos descendió el torrente,
Y alzaron sus banderas los volcanes.
Y centelleó la aguda estalactita,
Y en las ondas del aire conducidos
Subieron a la bóveda infinita
Gérmenes, llamas, vahos y sonidos.
¡Oh santo despertar, dulce alborada!
De la embriaguez ignota del deseo!
¡Del sol y de la tierra enamorada
Inefable y espléndido himeneo!
¡Oh santo despertar, celeste aurora
Del virginal Edén recién creado,
Catarata de luz deslumbradora,
Incendio del abismo ilimitado!
¡Oh suprema mañana, excelso día,
Oh claridad sin fin, destello inmenso,
Alma, fuerza, ilusión, beso, armonía,
Polvillo de iris y volcán de incienso!
Cuando las tenues ondas del ambiente
Los rayos de aquel día iluminaron,
Eva y Adán, en el Edén naciente,
Del sueño de la nada despertaron.
De Eva la tierna y cándida hermosura
Tanto donaire primoroso encierra
Que sienten los querubes de la altura
No ser hijos del sol y de la tierra.
Tiene aquella mujer los labios rojos
Como guinda en sazón, la tez nevada
Y hay en el dulce fuego de sus ojos
Luz de luna y cambiantes de alborada.
Al contemplar sus gracias de hechicera,
¡Te amo! — le dice Adán y temblorosa
Baja su frente la mujer primera,
Como se inclina el cáliz de la rosa
Al suspiro del aura pasajera.
Luego volviendo al hombre su mirada,
Como tórtola dócil al reclamo,
Murmura palpitante, emocionada,
Con divino rubor: — ¡Yo también te amo!
¡Mágica unión, sublimes esponsales,
Connubio sin igual, hostia bendita,
Por ti corren al mar los manantiales,
Por ti hacia el bien la humanidad gravita!
¡Gracias a tus efluvios bienhechores,
Todo la fiebre del amor lo enerva,
Desde el astro, fecundo en resplandores,
Hasta el reptil, dormido entre la yerba,
Y hasta el perfume, verbo de las flores!
En el instante aquel, cuando a la boca
De Adán, por la pasión enardecida,
Se acercan de Eva, palpitante y loca,
Los rojos labios, manantial de vida,
Es más azul, lo azul; más armonioso
El murmullo del mar; más placentero,
En las hojas del árbol tembloroso,
El suspiro del aire pasajero.
Canta una bendición cada sonido,
Vibra un epitalamio en cada aroma,
Y entreteje las hebras de su nido,
Con rastrojos del monte, la paloma,
¡Mientras salmo nupcial, salmo de amores,
Salmo de venturanza y de alegría,
Tiende el iris sus curvas de colores
Como hostia santa del altar del día,
Con que consagra Dios, en el sereno
Templo de luz de la extensión lejana,
El primer triunfo del amor terreno
Y el vasto hogar de la familia humana!
__________
Es el rayo de sol que centellea
En las floridas ramas del lenguaje,
Y es la canción azul del oleaje
Cuando choca en los riscos la marea;
Con las alas del cóndor aletea
Para imponer su libertad salvaje,
Y es el joyero que enriquece el traje
Con que se viste el alma de la idea.
Cercados por sus rondas de visiones,
Al compás de los himnos del deseo,
Palpitan los ardientes corazones;
Y junta lo sublime a lo pigmeo,
¡Siendo ósculo de Safo en las canciones
Y espada en las canciones de Tirteo!
__________
Dice la noche fría
Al moribundo luminar del día:
— Porque me ves envuelta en negros tules
Y no tienen mis alas la armonía
De tus alas azules,
¿Desprecias, inclemente, mi suspiro,
Sabiendo, como sabes, que te adoro
Y que, sedienta de tu lumbre, giro
Asida al fleco de tu manto de oro?. . .
Oh! baja altivo desde el monte al prado;
Crezca invencible tu aversión injusta:
¡Si tu azul es sagrado,
Mi tristeza es augusta!
Tú cantas con la luz de la alborada
Y el incendio voraz del mediodía:
“¡Amaos hasta el fin de la jornada!
¡Para adorar la tierra fué creada!
¡El sol es la alegría!”
Mas cuando, por mis sombras perseguido,
Huye el fulgor de tus rosadas huellas,
Yo murmuro en las ondas y en el nido
Bajo la claridad de mis estrellas:
“¡Compadeced! ¡acaso en este instante
Hay alguno que muere de fatiga,
Y hace mal a la causa del gigante
El odio de la hormiga!
¡Al espléndido sol, de la luz dueño,
Sigue la sombra de la noche fiera
Y nadie sabe, cuando cede al sueño,
Lo que mañana, al despertar, le espera!”. . .
__________
Junto al mar de Istambul, cuyas espumas
El blanco disco de la luna argenta,
Se extienden los jardines del serrallo
Donde la brisa con las hojas juega.
Es una noche plácida; destilan
Como llanto de lumbre las estrellas,
Y los nidos, pendientes de las frondas,
De gorjeos bucólicos se pueblan.
El ambiente, cargado de perfumes,
Como las notas de una guzla ondea,
Y abrazan a los árboles dormidos,
Con lujurioso ardor, las madreselvas.
¡Noche de paz! El disco de la luna
En el Bósforo azul sus rayos quiebra,
Y moviendo sus rémiges de sombra
En calma el ángel de los sueños vuela.
En riquísima estancia que perfuman
Del opio de Kaisar las ondas sueltas,
Y cuyos muros de jaspeado brillo
Tapizó Diabekir con blandas sedas;
Bajo un guerrero pabellón que forman
Alfanjes de Erzerún, en donde tiemblan
Las dulces claridades de una lámpara
De plata de Serés, bruñida y tersa;
Sobre tapices de Bagdad y en lecho
Que de la luz se cubre con espléndidas
Muselinas de Elkoch, en cuyos pliegues
El mar de Ormuz depositó sus perlas,
Abul - Atmet reposa descuidado,
Duerme seguro el hijo del profeta,
Conversa con las pálidas huríes
El niño rey de las kabilas negras.
Sobre el lecho, al alcance de la mano
Del dormido sultán y mal envuelta
Por la flotante colgadura, enrosca
Sus anillos de hierro una culebra.
Es un juguete, obsequio que las turbas
De Samakov al soberano hicieran
Cuando el infante pernoctó en las minas
A que debe Bulgaria su opulencia.
Es un juguete de color rojizo,
Un áspid de coral, cuyas siniestras
Y vidriosas pupilas imantadas
Se podría decir que nos contemplan,
Pues siempre que un destello de la lumbre
Del vaso de Serés se filtra en ellas,
¡En su verde color late la vida!
¡Los ojos del reptil relampaguean!
Cerca del áspid, contemplando al niño
Que descuidado y apacible sueña,
El gran visir Mahomad siente en su alma
De la ambición la punzadura intensa.
Hijo de reyes, le alejó del trono
La caprichosa voluntad paterna,
Y hermano del que duerme sobre el lecho
Un fratricida ardor bulle en sus venas.
Sabe que a los genízaros hastía
Aquel tiempo de paz, y que sin tregua
La belicosa turba mercenaria
En el botín de las conquistas piensa.
La voz de la ambición canta en su oído,
Con acordado acento, sus endechas,
¡Y enceguecen sus ojos los fulgores
Con que de Abul relumbra la diadema!
Mahomad se hiergue; la mortal gumía
Destellos lanza en su crispada diestra;
Fija en el niño sus pupilas torvas,
Y sobre el niño su puñal eleva.
Entonces, desdoblando sus anillos,
Con las horribles fauces entreabiertas,
Con roja lumbre en las pupilas verdes,
Dejando ver la bifurcada lengua,
El inerte reptil, cobrando vida,
Cara a cara a Mahomad feroz contempla,
El serpentino cuerpo estremecido
Por una extraña y misteriosa fuerza.
— ¡Es un niño! — murmura sacudiendo
La vibración de sus escamas férreas;
¡Los niños son sagrados como el humo
De la mirra y la piel de la gacela! —
Mahomad sonríe y hasta el lecho avanza,
El niño con espanto se despierta,
Las cortinas de Elkoch se vuelven rojas,
Del vaso de Serés la luz humea.
Entonces, junto al niño que agoniza,
El reptil de metal salta y aprieta,
Con sus férreos anillos, la garganta
Del nuevo rey de las kabilas negras.
Y al hundirle en el cuello musculoso
Los diminutos dientes, que envenenan,
— ¡Atreverse a lo azul de las auroras! —
Murmura enfurecida la culebra:
—¡Atreverse a lo azul, a lo que tiene
La augusta majestad de la inocencia!
¡Atreverse a lo azul, hachar el árbol
Donde el dátil en flor se balancea! —
Mahomad en vano desasirse quiere,
En las escamas su puñal se quiebra,
Se oye después un grito de agonía,
Algo se arrastra y hasta el lecho llega,
¡En tanto que el visir, lívido, horrible,
Se retuerce en las ansias postrimeras,
Arañando y mordiendo con angustia
Los dobles hilos del tapiz de Persia!
La lumbre de la lámpara vacila,
El regio camarín yace en tinieblas,
Y en el hondo mutismo de la noche
Se oyen los ecos de un lejano alerta;
Pero aun cuando las luces de la aurora
En el sangriento camarín penetran,
¡Los ojos del reptil, roto en dos partes,
Con airada piedad relampaguean!
__________
Escenario: — un conventillo,
Rojo suelo de ladrillo
Que exhala sangriento hedor,
Y sobre un lecho sencillo
La imagen del Redentor.
En el lecho un serafín,
Y en la ventana un cristal
Que colora de carmín
La refulgencia espectral
De un crepúsculo sin fin.
Dormido el niño, en el suelo
Extendida una mujer,
Y en su rostro, que es de hielo,
Una lágrima de duelo
Que no acaba de correr.
Sobre la humilde ventana,
Muestra el tiesto de un rosal
Algunas flores de grana;
Cerca del niño, una anciana;
Junto a la muerta, un puñal;
Y bajo la luz incierta
Que cae temblando del cielo,
¡La mirada de la muerta
Siempre fija, siempre abierta
Sobre el pobre pequeñuelo!
— ¿Quién a esta mujer mató? —
Pregunto, y dice la anciana:
— Ella a su esposo engañó
Y él, loco, la asesinó
Por celos esta mañana. —
Se va la sombra agrandando
En el crisol mal bruñido;
La anciana vela rezando,
La muerta sigue llorando
Y el niño sigue dormido.
— ¡La quería con locura! —
Luego la anciana murmura;
Y atravesando el crisol,
Besa al niño sin ventura
La postrera luz del sol.
Después todo queda en paz:
Se borra el lampo fugaz
Que la ventana colora,
La lágrima se evapora
Del cadáver en la faz,
Y guardando al niño puro
Y a la muerta sin pudor,
¡Relumbra sólo en lo obscuro,
Sobre lo negro del muro,
La imagen del Redentor!
__________
¡Levita, ven!. . . El bosque está dormido,
La blanca luna al Uruguay desciende,
Y un plateado jirón de su vestido
Sobre las ramas de los sauces tiende.
Es la hora de rezar. — De Dios hablemos:
¡Del Dios amor, misericordia, olvido,
A quien la luz de la razón debemos!
De rodillas, levita. — De esta hora
En el silencio augusto y solitario,
Dios levanta su diestra redentora
Sobre el sagrado altar de la natura,
En donde toda flor es incensario
Y en cada astro una lámpara fulgura.
¡Oremos, pues! — ¡Con alas de paloma
La sencilla oración alce su vuelo,
Y como nube de azulado aroma
Ascienda, suba y se remonte al cielo!
¡Noche de excelsa claridad!. . . Palpita
El germen en el aire embalsamado,
Y como un himno de pasión gravita
Sobre el surco a hospedarle preparado.
¡La madre tierra!. . . En su caliente seno
Cobija igual y con el mismo hechizo,
Al germen sano, fecundante y bueno,
Que al germen doloroso y enfermizo.
¡Tal vez a éste mejor!. . . ¡Tal vez la planta
De jugos pobre y robustez sedienta,
De la madre inmortal, augusta y santa
Un esfuerzo indecible representa!
¡Amar así es orar!. . . ¡Tiene la sombra
Derecho al corazón!. . . ¡Algo secreto
Existe que nos busca y que nos nombra
Hasta en la misma larva del vermeto!
Y a estas horas el bosque es el santuario
Donde se ordena el alma en la ternura
Que partiendo del mísero entozoario
Llega al borde sin bordes de la altura!
¡La oración es el beso recibido
Por todo cuanto existe!. . . ¡Hasta la hormiga
Debe sentir el roce del chasquido
Del ósculo que pide enternecido
Al cielo que la ampare y la bendiga!
El ángel de alas de color nevado
Que espera a la oración, puesto de hinojos
En el portal azul de lo estrellado,
¡La rechaza, enjugándose los ojos,
Si el átomo más ruin quedó olvidado!
¡Oremos, pues!. . . Pidamos con cariño
Por los que gozan y ¡ay! por los que gimen;
Por la piedra, la flor, el ave, el niño;
Por la blanca virtud y el negro crimen.
Levita, esa es la ley. — El hombre bueno
Debe abrazarlo y estrecharlo todo,
Con amante efusión, contra su seno:
¡Más que el armiño despreciando al lodo,
Es puro el sol filtrándose en el cieno!
¡Dirijamos las preces, las benditas
Ondas de suave luz de la plegaria,
Más que al Dios que inmoló a los Madianitas,
Al Dios de la cisterna de Samaria!
¡Cerremos nuestro espíritu a la hiena
Del mezquino rencor!. . . Libre de dudas,
La prez universal se alce serena:
¡Yo sé que Cristo, al terminar la Cena,
Tendió los brazos bendiciendo a Judas!
¡Esa es la ley! — Cuando la dulce aurora
Con su ósculo suavísimo de llamas,
Sonrisa de los cielos, tiñe y dora
Los tumbos de la mar murmuradora
Y la amarilla flor de las retamas;
Cuando en ondas de luz despierta el día
Igual que cuando el disco de la sierra
Con un jirón de luna se atavía,
¡Su mensaje de paz mi Dios envía
A todos los hogares de la tierra!
La bóveda, que esplende tachonada
De mundos incendiados, luz y abrigo
Prestó igual a Molay que a Torquemada:
¡La justicia inviolable, la inviolada,
Es la que retrocede ante el castigo!
Seamos puros y dulces. — ¡Aun destella
El sapo que la noche confundía
Con la gran claridad! ¡Para la estrella
Un charco es una flor!. . . ¡Santa miopía!
Tiembla por el raposo y el milano
La paloma infeliz. — Caín el maldito
Huyendo del cadáver de su hermano,
Conmueve al muerto Abel. — La noche piensa:
—¡El buho es un dolor; otro el delito!—
Y los envuelve en su cortina inmensa.
¡El llanto, con que el yelmo de la palma
Refresca al arenal, caiga en la frente
De los eunucos míseros del alma;
Y apaguemos, cerrándoles el paso,
Su oculta sed de amor, su sed ardiente,
Aunque al beber enturbien nuestro vaso!
Oremos, pues: pidamos con ternura
Por los que gozan y ¡ay! por los que gimen;
Por el disco sin luz y el que fulgura;
Por la blanca virtud y el negro crimen.
¡Miserere, Señor! ¡piedad, Dios mío,
Y escuden siempre tus increadas manos
Lo mismo a los viajeros del vacío
Que al pajarillo gris de los pantanos!
¡Miserere, Señor ¡salve, oh augusto
Artífice inmortal y halle en tu seno
La maldad, redención; justicia, el justo;
Apoyo, el débil; recompensa, el bueno.
__________
Oh sabio, el ruin materialismo ciego,
Causa de tus insomnios de agonía,
No me roba un instante de sosiego.
Si la materia deleznable y fría,
Cuando el aura vital su vuelo emprende,
Se desgrana y transforma y atavía;
Si es ala que fugaz el aire hiende,
Flor que columpia el cefirillo errante,
Molécula invisible que se enciende;
Si es sol en las facetas del brillante,
Copo de espuma sobre el mar en calma
Y yambo rudo en el laúd vibrante;
Si es gloria en los verdores de la palma,
¿Valdrá menos que el polvo del camino,
Durará menos, que su esclavo, el alma?
Más sublime, sin duda, es su destino;
La muerte no es el fin de su existencia;
Se funde en lo inmortal su sér divino.
Rayo de una infinita inteligencia,
De Epaminondas dirigió el acero
Y aquilató de Arquímedes la ciencia;
Sudó sangre de Cristo en el madero,
Y encerró de la duda el angustioso
Batallar en la celda de Lutero;
Ella encendió la luz del portentoso
Ingenio que en los campos de Castilla
Fué a hablar con Dulcinea de Toboso;
De Fultón el vapor llevó a la orilla,
Y encadenó con Franklin al sombrío
Rayo que en forma de serpiente brilla.
Si renace sin tregua el polvo frío,
¿Cómo puede morir lo que afianza
La augusta majestad de su albedrío?
El temor a la muerte no me alcanza;
No son sus nombres soledad y arcano;
Sus nombres son clemencia y esperanza.
La fosa es cuna del ropaje vano;
Pero es también la aurora enrojecida
Del noble y libre pensamiento humano.
Su cruel voracidad, no interrumpida,
Nos dice que en las cuevas de la muerte
Se elaboran los filtros de la vida.
El ropaje carnal, el polvo inerte,
El matiz variará de sus colores,
Mudando al par de formas y de suerte,
Y el alma, — que resiste a los dolores,
Y sube del ideal a la montaña,
Y siente la inquietud de los amores, —
¿Valdrá menos que el nido en la espadaña,
El rubí temblador en la diadema,
Y el humo en el hogar de la cabaña?
¡Tu ciencia, sabio, criminal blasfema,
Ofende a la razón, torpe delira,
Y al ir en pos de la verdad suprema
Se pierde en el fangal de la mentira!
Si quitáis a las turbas el ensueño
Divino de lo azul, hoy en que vagan
Turbios los ojos y enarcado el ceño;
Hoy que con frases de igualdad se embriagan,
Y piden a las horas del futuro
Que sus fiebres de dicha satisfagan;
¿Quién las hará ceder, cuando el impuro
Mar saltador de los instintos ruja?
¡No será vuestra ciencia de seguro!
Cuando el navío hasta en sus bases cruja,
Llevado hacia la noche por el viento
De expiación que a todos nos empuja;
Cuando las gentes de vinoso aliento,
Armadas con el pico y con la tea,
De vuestro hogar derrumben el cimiento;
Cuando de todos lo de todos sea,
¿Pensáis, acaso, que a la turba enfrene
La espiritual pujanza de la idea?
¡Cuando del cauce la amplitud se llene,
El cauce no ahondaréis con su pujanza,
Que sólo por milagro se sostiene!
¡El mundo rueda y el oleaje avanza!
¡Tiene razón la furia del oleaje!
¡Le habéis arrebatado la esperanza!
¡Nada queda de azul en el miraje
Con que su sed de goces apacienta,
Y nada ve de azul sobre el zarzaje!
¡Nada queda de azul! La Cenicienta
La que esperaba, — porque en Dios creía —
Esgrimiendo el cuchillo se presenta;
Y con las mismas manos con que hacía
La hostia y el pan, ¡levanta los pendones,
Los guiñapos del odio y la anarquía!
¡Tiene razón! ¡Le sobran las razones
Para movernos iracunda guerra,
Para agitar sus lúgubres blandones!
¡Si nada el manto sideral encierra,
Si en lo azul no hay justicias ni piedades,
El más fuerte es el sueño de la tierra!
Si del fondo del sér de las verdades
Sólo resulta la verdad dudosa
De que hay soles que engendran claridades,
¡Tiene razón la turba rencorosa!
¡Proceden bien la tea y el cuchillo!
¡Está en lo justo la implacable diosa!
¿Por qué han de ser la pala y el rastrillo
Su única herencia, cuando en otras frentes
Hay diamantes que ciegan con su brillo?
Si la oración sus alas displicentes
No sabe a dónde dirigir, pues nada
Ocultan de los astros las rompientes,
¡Tiene razón la turba desbocada
Y es justo que paguéis la inmerecida
Diferencia de goce y de mesnada!
Pero esto no es verdad; no es esta vida
El término del término del viaje;
No es ésta, no, la tierra prometida.
¡Tras el azul y hermoso cortinaje
Por que los astros van en raudo vuelo,
Otra posada nos dará hospedaje!
¡La piedad no es de aquí; pero en el velo
Azul están las curvas de sus rastros,
Pues crispean las lágrimas del cielo
En las rémiges de oro de los astros!
__________
Próceres, dignidades, — los que altivos
Queréis a la ventura de la tierra
Encadenar, con grillos de diamantes,
Al pie de un lecho de crujiente seda, —
¡La humanidad es una gran familia!
¡Su patrimonio gobernáis! ¡La herencia
Del trabajo de cien generaciones
Colocó lo ignorado en vuestra diestra!. . .
Próceres, dignidades, — con las lágrimas
De los pobres se engarzan vuestras perlas,
Y a cada grito que febril arroja
La codicia dorada y satisfecha,
¡Con fratricida maldición responde
El enconado mar de las miserias!
¡Pensad en esto alguna vez: el niño
Que en un palacio espléndido se alberga,
Es hermano del huérfano sin dichas
Que con el lodo de las calles juega.
Hermanos son el juez y el asesino;
La virgen pura y la falaz ramera;
El sacerdote que ante el ara oficia
Del Dios del Sinaí, y el que en las selvas
Del África se postra ante los astros
O al voraz cocodrilo reverencia.
Hay un fondo común, y al repartirle,
El misterio, la suerte, — lo que vuela
Sobre el negro caballo de la noche
Y el rojizo corcel de la centella, —
Desheredando a muchos, da a unos pocos
De la familia universal la hacienda.
¡Esto es todo, magnates! ¡A un capricho
De lo oculto debéis vuestras riquezas!
¿Oís ese rumor?. . . ¡Viene de abajo,
De la sima, la sombra, la caverna,
La desesperación, la duda, el hambre,
El lupanar, la desnudez, la lepra!
¿Sabéis qué pide?. . . ¡Que le deis lo suyo!
La injusticia le cansa y forcejea
Por recobrar la parte que le toca
De la heredad común. — ¡Ricos, es fuerza
Que os hagáis perdonar el ser los solos,
Los felices, los dueños de la tierra!
¡Abrid las arcas, descosed las túnicas,
Las ánforas vaciad!. . . La hora suprema
Sonó ya en el reloj de las edades;
Los que fuisteis de bronce, sed de cera;
Los que jamás llorasteis, compasivos
Comed el pan de la desdicha ajena.
¡Descender es subir! ¡Dios está en lo hondo!
¡El que huye de la luz, a ella se acerca!
¡El que acalla un gemido, escucha un salmo,
Y en la mansión de la justicia eterna
Más pronto que las preces de los ricos,
Las bendiciones de los pobres entran!
Amad y sed amados. ¡Es tan dulce
Que nuestras almas de otras almas beban
El aliento, el perfume, el cinamomo
Que el rosal del amor en ondas suelta!
¡Es tan hermoso amar y se perdona
Tan fácilmente a los que se ama!. . . ¡Célica
Y bienhadada conjunción! ¡Enlace
De la luz y las sombras gigantescas!
Entrad en las covachas: no os asuste
La atmósfera glacial que las infecta,
Que allí también, sobre el desnudo suelo,
Hay cabecitas rubias que gorjean;
¡En todo nido hay gérmenes de alas!
¡También los niños en los antros sueñan!
En los vuestros pensad. — ¡Fuera espantoso
Que creciesen así! — ¡Lúgubre fuera
Verlos temblar de frío cuando azota
El pampero otoñal las hojas secas!
¡Los que todo lo sois, pensad piadosos
En los que nada son y nada esperan!
¡Que la augusta piedad alce su vuelo!
¡Que al hogar de todos los proscriptos vuelvan!. . .
Los que os reís del hambre y de la lluvia,
¿Sabéis qué es lo que forma, lo que engendra
Los vastos mundos que en la altura brillan
Para dorar las noches de la tierra?
¡El desposorio de los pobres átomos!
¡La enamorada unión de las moléculas!
__________
La virgen de los últimos amores,
La desposada de los ojos huecos,
La novia muda cuyos labios secos
Mi frente amarillenta besarán,
No me inspira los íntimos pavores
Que a la terrestre mascarada inspira,
Y la evocan las cuerdas de mi lira
Sin inquietud y sin cobarde afán.
Hace ya mucho tiempo que estoy solo,
Hace ya mucho tiempo que me hastío,
Y hace ya mucho tiempo que a su frío
Mi flacidez aclimatando voy;
Hace ya mucho tiempo que enarbolo
Sobre todas mis ruinas su bandera,
Diciéndole a la muda compañera:
— ¿Por qué no vienes? ¡Esperando estoy!
Es dulce cuando el alma dolorida
Ensangrentó sus pies en la jornada,
Lloviendo en nuestra frente su nevada
De la tristeza el resplandor lunar;
Es dulce cuando el jugo de la vida
Dejamos en las breñas del camino,
Como deja la nave su argentino
Surco de luz sobre el verdoso mar;
Acostarse y dormir con muelle calma
En el sosiego de la tierra obscura,
Olvidando gozosos la impostura
Del amor, de la gloria y del placer;
Dormirse sin sentir dentro del alma
Corromperse los lloros que vertieron
Las grandes ilusiones, que se fueron,
Aun en capullo, para no volver;
Dormirse y olvidar lo inolvidable
Mientras la idea en el cerebro ondee
Y el codicioso corazón desee,
Lo que logrado, le hastiaría al fin;
Dormirse en la inquietud de lo insondable
Sin ver, entre los vuelos de la danza,
De continuo a la flor de la esperanza
Deshojarse en la copa del festín;
Dormirse entre los brazos de la muerte,
Sin que amarguen la calma del dormido
De la envidia el aliento corrompido
Y de la gloria el insaciable ardor;
Dormirse y a la esfinge de la suerte
Gritarle desde el sueño de los sueños:
— ¡Protectora de todos los pequeños,
Ya no me harás sufrir con tu rencor! —
Morir es renacer. — ¡Es desbordarse,
Vertiendo la materia desgranada,
De lo infinito en la extensión dorada
Por todo aquello que destila luz!
¡Morir es extenderse y agrandarse
Repartiendo su sér entre las cosas,
Y ondear con el perfume de las rosas
Sobre el oro del cáliz y la cruz!
¡Morir es renacer siendo sonido
En los dúlcidos cantos maternales,
Y rémige en las alas colosales