El país del trébol - Carlos Roxlo - E-Book

El país del trébol E-Book

Carlos Roxlo

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Beschreibung

«El país del trébol» (1913) es una recopilación de poemas de Carlos Roxlo entre los que se encuentran, por ejemplo, «Cielo y suelo», «Rama de siemprevivas», «A mi musa», «El eterno diálogo de Verona», «A Diego Fernández Spiro», «En la noche», «La barricada», «Los cuentos de mi madre» o «A las justicias rojas».

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Seitenzahl: 72

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Carlos Roxlo

El país del trébol

(Colección de versos)

Saga

El país del trébol

 

Copyright © 1913, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726681444

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A la santa memoría de mís padres.

La Plata, 1912.

CIELO Y SUELO

Una turquesa cuando nace el día,

Como un diamante con el sol poniente,

Es el fúlgido, el limpio, el transparente

Cielo sin nubes de la patria mía.

Desde el llano á la curva serranía

Óleos de trebolar nutren su ambiente,

Y desde el viento al cauce del torrente

Cantan derroches de órfica armonía.

Un ensueño flotando en cada estrella,

En cada nido una oración alada,

Los churrinches con brillos de centella,

Las espigas con oros de alborada. . . .

¡Así es el cielo de la patria bella

Y así es el campo de la madre amada!

_________

RAMA DE SIEMPREVIVAS

Mi espíritu, lectores, es una pajarera;

Redoblan en mi espíritu la calandria parlera

Y el cardenal charrúa. Cuando hierve el verano,

Mi espíritu es un dulce jilguero americano,

Es una gargantilla que reza melancólica

Posada sobre un sauce de ramazón eólica.

¿Qué dicen los cantores que en mi espíritu trinan?

Cosas que no se entienden, pero que se adivinan

Cuando recién la luna por el confín se eleva

Y los jazmines zurcen una fragancia nueva.

El picaflor nos habla del placer fugitivo,

El zorzal de lo hermoso del terruño nativo,

La paloma me cuenta lo que vió por el mundo

Y el hornero es la salve del trabajo fecundo.

Los pájaros del alma, que son aves y flores,

Me ofrecen sus perfumes, me brindan sus colores:

El cardenal redobla, y el chingolo gorjea;

El incienso es un ritmo y el matiz una idea.

¡Cuántas cosas me dicen en la tarde azulada,

La luna que renace, la flor embalsamada,

El ombú que medita, y la purpúrea nube

Que rompiéndose en flecos por el espacio sube!

En mi espíritu cantan su treno desolado

Los seres que se han ido, las cosas que han pasado.

Á veces, á los sones de su canturia tierna,

Vuelvo á vivir la vida de la casa paterna.

Veo á mi padre fuerte, veo á mi madre hermosa

Con su cabello en bucles y sus labios de rosa.

Tenía la adorada un broche de granate

Rojo como una roja bandera de combate,

Y el broche parecía cinco veces más bello

Brillando entre los rizos de su obscuro cabello.

¡Cuántas veces, Dios mío, mi devota ternura,

Contemplando aquel broche, recordó su hermosura!

De sus obscuros bucles, de su boca de fresa,

De su talle de palma y sus pies de duquesa,

Supo mucho la roja claridad de aquel broche

Que brillaba lo mismo que una estrella en la noche.

La viudez, la pobreza, los vientos de la vida

Amustiaron el triunfo de la frente querida;

Pero no consiguieron, oh mi madre adorada,

Que fueran menos dulces tu voz y tu mirada.

El trigo que madura y la fuente que suena,

Viejecita inefable, te adoraron por buena.

El rosal que florece y el jilguero que canta,

Viejecita inefable, te adoraron por santa.

¡La noche en que tus hijos lloraban sin consuelo,

Dios salía á buscarte á las puertas del cielo!

¡Oh, las madres, las madres! ¿Recordáis á Fantina?

Aquella desdentada es heroica y divina;

Aquella desdentada, que tose y que se vende,

Perfuma como un lirio y como un astro asciende.

¡Oh, las madres, las madres! ¡Excelsitud febea!

La Virgen, con el niño se alejó de Judea.

El centurión, que sigue los pasos de María,

La encuentra cuando muere la claridad del día.

Las esfinges brillaban á la luz del trasmonte.

El óleo del olivo cruzaba el horizonte.

El centurión pregunta, asiéndola del brazo:

— ¿Qué llevas en el nido de amor de tu regazo? —

Se angustian sollozantes las brisas armoniosas.

La Virgen le responde: — ¡Noble señor, son rosas! —

Y entreabriendo la falda donde dormía el niño,

Muestra un montón de rosas más blancas que el armiño.

¡Oh las madres, las madres! ¡Excelsitud febea!

Su niño es, para todas, el niño de Judea.

El aire huele á nardos y el éter se abrillanta

Cuando revén mis ojos á la viejita santa

Que emplumó mis ensueños, á la viejita buena

Como el pan y el azúcar y la noche serena.

Mi madre se llamaba Mansedumbre y Dulzura;

Caminaba envolviéndose en una gran blancura;

Y tuvo siempre, siempre, siempre los ojos fijos

En el idolatrado semblante de sus hijos!

¡Qué cosas nos contaba la dulce soñadora!

El colibrí que quiso casarse con la aurora,

El enano fogoso que acuchilló al gigante,

La payesa que tuvo á un duque por amante,

La niña que consigue burlar á un bandolero

Transformándose en mosca rondatriz del romero,

Y el cruzado que sabe que su esposa le engaña

Cuando el Santo Sepulcro le devuelve á su España.

¡Qué cuentos nos narraba la dulce soñadora!

Jesús pasa y bendice á la sierpe traidora;

Por ser mala, en lechuza transformóse una bella,

Y un grajo, por ser bueno, se convirtió en estrella;

Un nido es una casa y una casa es un fuero;

Algún día los lobos amarán al cordero;

Y mi madre rezaba su rosario querido

En la iglesia en que oficia Monseñor Bienvenido!

Mi madre era la lámpara que perfuma, que brilla,

Y mi padre era un viejo amador de Zorrilla.

Fué su voz sonorosa como el agua que corre:

Aprendió á decir versos escuchando á Latorre,

Mi padre era un devoto de los ritmos cantantes.

Él me habló de Quevedo y me habló de Cervantes.

Se supo de memoria aquel buen caballero

Las cuartetas que dice el rey Pedro Primero.

Sus labios me leyeron la zorrillesca joya,

La macabra leyenda del capitán Montoya.

En sus labios cobraban magnificiente brillo

El burlador Tenorio y el alcalde Ronquillo.

¡Tuvo el noble almogavar la gentil bizarría

Y el generoso brío de don Sancho García!

Mi padre me enseñaba á querer á mi tierra,

A servirla lo mismo en la paz que en la guerra,

Y mi padre quería que arraigase en mi pecho,

Con el culto á la Patria, el amor al Derecho.

Mi padre fué un apóstol de la naturaleza:

Conoció los secretos de su augusta belleza.

La hormiga le contaba sus hercúleas labores

Y la abeja el distinto sabor de los colores.

Miraba pensativo, á la luz vespertina,

Las curvas que en el aire traza la golondrina.

Á veces bendecía y á veces protestaba;

Cuando Dios no era bueno, Dios no le amedrentaba.

Decía del futuro: — Cuestión educadora.

Si ahondáis en un espíritu, encontráis una aurora.

¡La miseria ignorante es la nutriz del bruto! —

Era la fé de erratas de un libro: lo Absoluto.

Eso es lo que me dicen, con los últimos oros

De la luz de las puestas, mis pájaros sonoros;

Y eso es lo que me dice, mis amados lectores,

La verde pajarera de jilgueros cantores.

¡Dormid y sed benditos en la paz de la nada,

Oh mi padre adorado, oh mi madre adorada!

__________

Á MI MUSA

Lo confieso,

Musa mía:

Cada ritmo es como un beso

Que tu boca dá á la mía.

Muchas veces,

Reina pura,

En las trovas que me ofreces

Hay un poco de amargura.

No lo oculto:

Son tus yambos varoniles

Como flechas que sepulto

En la carne de los viles.

En tu mano,

El buril de mi lenguaje

Es acero toledano

Que acuchilla al bandidaje.

Fué, desde niño, mi mote

Lucirme con tu librea:

¡Siempre será don Quijote

Esclavo de Dulcinea!

Soy un rudo

Adalid de tu milicia

Y llevo escrito en mi escudo:

— ¡Verdad, Clemencia, Justicia! —

Caballero

Que te adora,

Luzco sin mancha el plumero

Que tu cariño sincero

Puso en mi casco, señora.

¡Alma - lira

Y alma - flor,

Hechizado por tu amor

Soy la inocente mentira

De un jilguerillo que aspira

Á pasar por ruiseñor!

___

La ligera

Red de tus alas de tul,

Es la cimbrante escalera

Por donde subo á lo azul.

Ascendiendo se consume

Mi espíritu sublimado,

Como si fuese el perfume