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El loco por fuerza es una comedia teatral de corte histórico del autor Lope de Vega. Versa sobre los enfrentamientos entre castellanos y aragoneses en Zaragoza y sus montañas alrededor de las revueltas aragonesas de 1591.
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Seitenzahl: 88
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
El loco por fuerzaCopyright © 1608, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617191
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Salen FELICIANO, sin espada, asido de ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2, con varas cortas, como se usa en Aragón, y un ESCRIBANO, CRIADO 1 y CRIADO 2
FELICIANO: ¿A un hidalgo como yo
llevan de esta suerte asido?
ALGUACIL 1: Culpad a quien lo mandó.
FELICIANO: Qué delito he cometido?
¿Soy ladrón, señores?
ALGUACIL 2: No.
FELICIANO: Soy homicida?
ESCRIBANO: Tampoco.
FELICIANO: Pues ¿qué soy? ¿Loco?
ALGUACIL 1: Ni loco.
FELICIANO: Pues ¿qué soy?... Mas bien lo sé.
ALGUACIL 2: Causa la que distes fue.
FELICIANO: A más furor me provoco.
¿Fue causa volver por mí?
¿O eslo el ser forastero
en esta ciudad? No creí
el que un noble caballero
tratara a un hidalgo así.
Yo paso a Italia, y llegué
a Zaragoza esta noche.
¿Por qué me prende? ¿Por qué?
A aquella dama en un coche
a medio camino hallé.
Verdad es que la he servido,
regalado y pretendido;
soy hombre; no es ocasión
para ponerme en prisión
decir que soy su marido.
ESCRIBANO: Aquí no hay, señor hidalgo,
que informar ni que decir;
por vuestra fïanza salgo;
mirad si os puedo servir
con lo que yo valgo en algo.
Pero dejarse de hacer
lo que el Justicia ha mandado
ya veis que no puede ser,
porque no está averiguado
quién es aquella mujer;
y, cuanto más principal
parece a los que la ven,
tanto más sospechan mal.
FELICIANO: ¿Pudieran sospechar bien
si fuera el intento mal?
Yo sé bien de qué ha nacido,
que es haberle parecido
a Leonardo como a mí,
y querer...
ALGUACIL 1: No habléís ansí.
FELICIANO: Que me deis lugar os pido
y entre los tres repartáis
esta bolsa, en que lleváis
cien escudos, si queréis.
ALGUACIL 2: De suerte que nos ponéis
más sospecha que pensáis.
Cuando fuera esta prisión
por orden nuestra, pudiera
dar el oro tentación,
que es un son que el alma altera,
y no hay quien pierda ese son.
Mas ¿qué disculpa tendría
quien os soltase, mandado
del que a los tres os confía?
FELICIANO: (Pues el oro no ha bastado,
bastará la industria mía.)
¿Que, en fin, no hay remedio?
ALGUACIL 1: No.
FELICIANO: Pues ¿para qué quiero yo
este cuchillo encubierto?
Finge dar a los alguaciles y huye FELICIANO
ALGUACIL 2: ¡Muerto soy!
ALGUACIL 1: ¡Ay, que me ha muerto!
ESCRIBANO: ¡A los dos juntos mató!
¡Seguidle!
CRIADO 1: Vamos tras él.
ALGUACIL 1: ¡Terrible golpe me ha dado!
ALGUACIL 2: ¡Y a mí terrible y crüel!
ESCRIBANO: ¡Estoy del suceso helado!
¡No lo imaginara de él!
¿Mirástele?
ALGUACIL 1: El cuerpo todo.
ESCRIBANO: ¿Dónde el cuchillo traía,
que le encubrió de este modo?
ALGUACIL 2: No sé; a la desdicha mía
este artificio acomodo.
El brazo no le miré.
ALGUACIL 1: Sin duda allí le escondió.
ESCRIBANO: ¡Extraño descuido fue!
Yo no os veo sangre.
ALGUACIL 2: ¿No?
ESCRIBANO: ¡No, por Dios! — Ni a vos se os ve.
ALGUACIL 1: ¿A mí tampoco?
ESCRIBANO: Ni a vos.
Abrid el pecho.
ALGUACIL 1: ¡Por Dios,
que apenas tengo señal!
ALGUACIL 2: ¡Yo, menos!
ESCRIBANO: ¿Hay cosa igual?
Pues yo vi dar a los dos.
ALGUACIL 2: ¡Vive el Cielo, que he caído
en que cuchillo ha fingido
el dedo con que nos dio!
ESCRIBANO: ¡Lindamente os engañó!
ALGUACIL 1: Yo le estoy agradecido.
ALGUACIL 2: Esos engaños me haga.
ESCRIBANO: Mejor fuera haber tomado
los cien escudos.
ALGUACIL 1: No hay paga
que como haber escapado
de un traidor me satisfaga.
ALGUACIL 2: Yo llevo sano el pellejo,
y voy contento.
ESCRIBANO: Si a mí
me pidiérades consejo,
el oro estuviera aquí.
ALGUACIL 1: Ahora bien, mi parte os dejo.
ESCRIBANO: ¿No miráis que os desangráis?
ALGUACIL 2: Yo me huelgo que os burléis.
ESCRIBANO: Mucho sin curar estáis.
ALGUACIL 1: A fe que no le alcancéis
con la pluma que voláis.
ESCRIBANO: Todos corridos estamos.
ALGUACIL 2: Los escudillos os comen.
ESCRIBANO: Mi parte siento; mas vamos
adonde la sangre os tomen.
ALGUACIL 1: ¡Lindamente la tragamos!
Vanse ALGUALCIL 1, ALGUACIL 2, el ESCRIBANO, CRIADO 1 y CRIADO 2. Salen LEONARDO, el JUSTICIA con criados y CLARINDA con capotillo y sombrero
JUSTICIA: Yo os quiero depositar,
señor Leonardo, esta dama..
LEONARDO: Aunque ofendida en la fama,
con mi hermana puede estar,
porque no puedo creer
defecto de tal persona.
JUSTICIA: Su talle honesto la abona.
CLARINDA: Abóneme el ser mujer;
y, para ser amparada
de vuestros nobles aceros,
más pueda el ser caballeros
que el ser yo tan desdichada.
JUSTICIA: Que sois mujer principal
se mira muy bien en vos,
porque parece que Dios
pone a los nobles señal.
Al oro no permitió
que jamás se corrompiese,
sino que permaneciese
en el valor que le dio.
Por excelencia al diamante
tal firmeza quiso dar,
que no le pueda labrar
menos que su semejante.
Y como aquesta excelencia
a una piedra, a un metal dio,
parece que señaló
los nobles en la presencia;
porque a respetarlos mueve,
al que en su vista repara,
un cierto honor, en la cara,
diferente de la plebe.
LEONARDO: (Ap. al JUST. No sólo tiene ese honor,
señor Justicia, esta dama,
con que asegura su fama
y informa de su valor,
mas tiénele acreditado
de la gracia y hermosura,
que honestamente asegura
su no conocido estado.
Preguntadle cómo viene
con un hombre y dónde va.)
JUSTICIA: (¡Triste por extremo está!)
LEONARDO: (No dudo que amor le tiene.)
JUSTICIA: De vos deseo saber
de dónde sois y a qué vais.
CLARINDA: Todo cuanto preguntáis
os responde el ser mujer.
Mi tierra no importa nada
que la sepáis, y quién soy
menos, pues que presa estoy.
LEONARDO: Presa no; depositada
conmigo; a mi casa vais.
Una hermana tengo allí
para que de ella y de mí
en esta tierra os sirváis.
Si os importa el encubrir
quién sois, al Justicia ruego
que no os lo pregunte. (Hoy llego
poco menos que a morir.
Notable es la gentileza
de esta bella castellana.
¿Qué sol, qué fresca mañana
compite con su belleza?
Bien se ha trazado mi gusto.
A mi casa, en fin, la llevo,
pues, sirviéndola, me atrevo
a suspender su disgusto.
Sabré quién es, y de mí
sabrá mi amor.)
Salen ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2
ALGUACIL 1: Con cuidado
a tu presencia he llegado.
ALGUACIL 2: Y yo temblando de ti.
JUSTICIA: ¿Por qué razón?
ALGUACIL 1: Aquel preso
se nos fue.
JUSTICIA: ¿Cómo?
ALGUACIL 2: Señor,
la industria vence al valor.
ALGUACIL 1: Él fue un extraño suceso.
Tirónos dos puñaladas
con un cuchillo encubierto
y está en sagrado.
JUSTICIA: ¡Por cierto
que sois dos varas honradas!
¡Qué bien empleara el rey
dos castillos en los dos!
ALGUACIL 1: A fuerza o traición, ¡por Dios!,
que no hay espada de ley.
Él las tiró de manera
que nos contamos por muertos.
ALGUACIL 2: Al dar el golpe soltamos
y él comenzó la carrera,
de suerte que, como el viento,
en la iglesia se metió.
JUSTICIA: Pues iré a sacarle yo,
que de esta burla me afrento.
¡Villanos, gente cobarde!
¿Con amenazas se os va
un preso?
LEONARDO: Si es ido ya
llegaréis, don Pedro, tarde.
Dejadle, que lo más cierto
será ponelle dos guardas.
JUSTICIA: ¿Tú, Leonardo, me acobardas?
LEONARDO: No te acobardo; te advierto.
JUSTICIA: Ahora bien, venid conmigo,
que si os ha burlado ansí,
no me ha de burlar a mí
ni escaparse del castigo.
Vanse el JUSTICIA, ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2
LEONARDO: Parece que os alegráis
del suceso de aquel hombre.
CLARINDA: De Feliciano, que es nombre
del que vos “hombre” llamáis,
tengo justa obligación
para alegrarme en su bien.
LEONARDO: Y bien lo dicen también
las lenguas del corazón,
porque en los hermosos ojos
se ve lo que le queréis.
Mas ¿qué obligación tenéis
para sentir sus enojos
y alegraros de su bien?
CLARINDA: Cuando el Justicia, señor,
os nombre por asesor,
os lo diré yo tambié
Dejad los nuevos desvelos;
no uséis de tanto rigor,
ni a quien confiesa el amor
le deis tormentos con celos.
LEONARDO: Quien de vos no los tuviese
luego que ajena os mirase,
era justo que cesase
para que otra vez no os viese.
No os quiero dar pena aquí,
sino serviros allá.
Por dicha os obligará,
para valeros de mí,
que soy noble, como veis,
y a quien el Justicia fía
que os tenga en mi compañía.
CLARINDA: Creo que merced me hacéis,
pero advertid que el amor
no se rinde a la violencia.
LEONARDO: Ya sé yo que es la paciencia
fundamento del favor.
CLARINDA: Amor es niño, y se ablanda
regalado.
LEONARDO: A Amor, señora,
llevo por huésped ahora.
Yo haré lo que Amor me manda.
Vanse. Salen FELICIANO y OSUNA
OSUNA: Si valiera la hoja mil ducados,
la presentara de la misma suerte.
FELICIANO: Conozco de esos términos honrados
lo que también vuestra persona advierte;
y pues que los hidalgos obligados
sirven el beneficio hasta la muerte,
la espada que a mi lado habéis ceñido
tendréis al vuestro.
OSUNA: Vuestras manos pido.
FELICIANO: Dadme los brazos y tocad, que os juro,
por el templo en que estamos, y así el cielo
me libre y a la prenda que procuro,
de agradeceros este hidalgo celo.
OSUNA: En esa hoja os doy un monte, un muro.
Merece ¡vive Dios! de terciopelo
camisa o vaina, y de diamante y oro
pomo y contera.
FELICIANO: Puede abrir un toro.
OSUNA: Tenedla en algo, que podéis, sin duda,
con ella y una cuenta de perdones,
sacar un alma, aunque de andar desnuda
se ha resfrïado en ciertas ocasiones.
Contra los turcos la he tenido en Buda,
y entre los indios. Contra mil naciones