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Abby Weiss podía convertirse en una afamada estilista gracias a una sesión de fotos de dos semanas en una paradisíaca isla tropical. Y aún mejor: Judd Calloway, su mejor amigo, sería el fotógrafo. Nada podría ser más divertido que trabajar a su lado... excepto vivir unas tórridas noches de pasión con él. Tras años sin verse, Judd se había convertido en un hombre muy atractivo, además de encantador. Abby no podía quitarle las manos de encima... y la atracción era mutua.
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Seitenzahl: 178
Veröffentlichungsjahr: 2010
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2008 Nicola Marsh. Todos los derechos reservados. EL MEJOR DE LOS AMIGOS, N.º 1761 - diciembre 2010 Título original: Hot Nights with a Playboy Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres Publicada en español en 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9319-0 Editor responsable: Luis Pugni
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La gurú del estilo Abby Weiss asombra al mundo de la moda con su impresionante trabajo para Finesse, la revista femenina líder en Australia. Las islas Whitsunday han sido el fabuloso escenario donde Weiss ha demostrado su talento. La artista, gracias a esta editorial estelar, se ha asegurado el puesto de directora de moda en Finesse. No pierdan de vista a esta brillante promesa de la industria de la moda.
Abby podía imaginarse los titulares.
No había pensado en otra cosa desde la llamada de Mark Pyman, director de Finesse, anunciándole que había logrado el lucrativo encargo para el número de verano de la revista; tampoco lo había olvidado durante el viaje hasta su llegada al exclusivo hotel en Isla Zafiro.
Lo que había visto de aquel lugar hasta el momento había disparado su imaginación, y sabía que con un poco de creatividad y mucho trabajo, aquella editorial de moda supondría su mejor baza para alcanzar el ansiado puesto de directora en la revista.
Aquélla era su oportunidad para triunfar.
Paseó hasta el bar junto a la piscina del hotel con brío renovado, se maravilló de la abundancia de plantas tropicales y orquídeas exóticas, y se emocionó aún más cuando encontró varias localizaciones para las fotos.
Isla Zafiro constituía el lugar ideal para exhibir la moda de los diseñadores más destacados de Australia. Como era de esperar, Mark había contratado a varias top models, lo cual facilitaría mucho su labor.
Cuando trabajaba con profesionales y veía los resultados, siempre se sentía orgullosa de formar parte de la despiadada industria de la moda. Todavía no había visto al fotógrafo, pero sabía que Mark sólo empleaba a los mejores.
Al pensar en fotógrafos, se preguntó en qué parte el mundo estaría escondiéndose Judd. No habían hablado en los últimos tres meses, algo extraño dada su íntima amistad. Lo íntima que podía resultar por teléfono e Internet...
Ni siquiera había recibido ninguna de sus postales de una sola línea. Sonrió pensando qué diría si supiera que había hecho un mural con todas ellas, y adornaba la pared de su estudio: seguramente algo ingenioso con la intención de bajarle los humos, al más puro estilo Judd Calloway.
«Ciertas cosas no cambian nunca», pensó. Tampoco las aceptaría si cambiaran.
Afortunadamente, habían superado su pequeño error de la noche de la graduación y habían conseguido mantener una profunda amistad.
Nada como la negación, para aguantar los últimos ocho años teniéndolo como su mejor amigo y confidente.
–Es asombroso lo que el océano puede dejar en tierra hoy en día.
Abby dio un respingo y se giró.
–¡No puede ser!
Alargó la mano y golpeó a Judd en el pecho. Sí que era real. Muy real, a juzgar por aquellos músculos duros como piedras.
–¿Qué haces aquí?
Lo vio esbozar su habitual sonrisa, la que resaltaba las motas doradas de sus ojos castaños. Abby le devolvió la sonrisa, instintivamente, a pesar de que no había vuelto a verlo desde aquella fatídica noche tras el baile de graduación.
–¿Crees que ésa es manera de saludar a tu nuevo fotógrafo estrella?
–¿Vas a realizar este editorial? Pero se trata de moda, no de vida salvaje.
Judd se sentó en un taburete y le indicó que ocupara otro a su lado.
–No estoy tan seguro de eso. He visto la forma en que algunos de tus amigos se divierten y no son tan distintos.
–No son mis amigos, sólo trabajo con ellos.
–Y sales a divertirte con ellos –bromeó él, recogiéndole un mechón de pelo tras la oreja–. No tienes muy buen gusto, me temo.
Consciente de que era una batalla perdida, Abby se ruborizó mientras el calor le subía por el cuello, hasta detenerse cerca de donde él la había rozado.
Hacía mucho tiempo que él no la tocaba. Sus tórridos sueños en las noches de Sidney, donde él la acariciaba tal y como ella deseaba, no contaban.
–No lo tengo, dado que sigo en contacto contigo...
Lo oyó reír, y aquel familiar sonido la reconfortó como los dulces que compartían de niños.
–Ponme al día. Tu última postal decía que te encontrabas en la selva de Sudáfrica, fotografiando cebras, y ahora estás aquí. ¿Qué podría tentar al mejor fotógrafo de Naturaleza a realizar un editorial de moda con pájaros de los que no tienen plumas?
Judd había criticado «el superficial mundo de la moda», según lo llamaba, desde que ella había empezado a trabajar en la industria, así que sabía que debía de haber algo o alguien importante tras aquello.
–Todo se desvelará a su tiempo –respondió Judd, llamando al camarero–. ¿Quieres beber algo?
–Lo de siempre, por favor.
Él sonrió, y se le formaron las arrugas de siempre en las comisuras de los ojos.
–¿Esto es una prueba?
–Ya lo creo.
Él rió mientras sacudía la cabeza.
–¿Sigues bebiendo el mismo veneno que en el instituto? Qué triste...
–Como si lo recordaras –se mofó ella.
–Agua con gas y lima para la dama y una cerveza para mí, gracias –pidió él al camarero, y se giró hacia ella–. ¿He aprobado?
–Siempre has tenido muy buena memoria –murmuró Abby, emocionada porque él recordaba algo tan poco relevante como su bebida favorita–. Y ahora, dime cómo has llegado aquí.
–Una amiga me rogó que accediera, como un favor para un tipo que le encarga muchos trabajos, un tal Mark Pyman, así que aquí estoy.
Firmó la cuenta mientras ella sólo podía pensar en una cosa: él había dicho «una amiga».
¿Quién era aquella misteriosa mujer a la cual él tenía en tanta estima como para dejar su amada Naturaleza y regresar a casa? Algo que había evitado a toda costa desde que por fin había escapado de Pier Point.
Dio un sorbo a su copa y trató de ocultar su malestar.
–¿Conozco a esa amiga tuya?
–Probablemente. Paula trabaja mucho para Finesse.
–¿Te refieres a Paula, la mejor top model australiana? Sí, hemos trabajado juntas unas cuantas veces. Es simpática. No sabía que la conocías.
Él siguió bebiendo su cerveza, ignorante de su envidia al pensar que Paula tenía tanta influencia sobre su mejor amigo.
–Nos conocimos en Sudamérica. Al terminar un reportaje sobre anacondas, me tomé un respiro en Río, donde Paula estaba posando para un reportaje de bikinis.
–No me lo habías contado –señaló Abby, intentando sonar despreocupada, pero sabiendo que no lo lograba.
¿Desde cuándo él tenía que contarle que había conocido a alguien nuevo?
Lo vio encogerse de hombros y reparó en lo anchos que eran. Otra cosa que apenas había cambiado. De hecho, cargar el equipo fotográfico había hecho que los fortaleciera hasta proporciones espectaculares. ¿Seguirían siendo tan firmes y sólidos como la noche en que se había agarrado fuertemente a ellos, mientras los labios de él la volvían loca?
–Paula es una chica estupenda. Tenemos mucho en común.
–¿Ah, sí? –preguntó, presa de los celos.
Había envidiado a las pocas y afortunadas novias que él había tenido, y había sentido un gran alivio cuando no habían durado más de una o dos semanas.
Algo lamentable, dado que ella había salido con muchos hombres, con la vana esperanza de demostrarse a sí misma y a Judd que había superado su atracción hacia él. Siempre le había contado sus desastrosas citas, y habían pasado horas riéndose de los defectos de sus ex novios.
Entonces, ¿por qué la idea de que Judd estuviera saliendo con la espectacular Paula le resultaba amarga? Tenía que deberse a un exceso de lima en su bebida.
En realidad, sabía muy bien por qué: las otras mujeres no habían significado nada para él; sin embargo, por Paula había renunciado a sus preciados viajes para regresar a casa por primera vez en ocho años. Eso no era nada bueno.
–Sí, ambos hemos recorrido el mundo y nos encanta hacerlo, ambos odiamos atarnos a un solo lugar, y compartimos nuestra pasión por los helados sundae.
–¿Bromeas? ¿Paula «la Pretzel» come helados?
Él la miró entrecerrando los ojos.
–Tú no sueles ser así de hiriente, ¿qué ocurre?
Abby sacudió la cabeza, preguntándose si el calor de la isla no le habría derretido el cerebro. Judd era su mejor amigo, no lo había visto en ocho años, y estaba echándole en cara que hiciera un favor a una amiga.
–Nada. Debe de ser el cansancio.
Él le hizo elevar la barbilla.
–A mí me ha sonado a que estás celosa.
–En ese caso, deberías ir al otorrino.
Que él la tocara la confundía, y no debería ser así. Ella ya había pasado por aquello.
Intentó no reaccionar cuando él se le acercó, con ojos llenos de ternura, y la besó brevemente en la nariz.
–Te he echado de menos, Weiss.
Su colonia la arropó, un aroma a almizcle que le sentaba perfecto. En el instituto no lo usaba, pero olía igual de maravilloso.
Y ella lo sabía bien. Había conservado sin lavar durante un mes la camiseta que él le había regalado el día después del baile de graduación, y se la había puesto cada noche para dormir y soñar con él.
Lo triste era que todavía la conservaba cuidadosamente doblada en el cajón de su ropa interior, recuerdo de la única vez que había creído que podrían tener algo más que amistad.
Se separó rápidamente, molesta por los recuerdos de un tiempo lejano.
–Hablamos a menudo. ¿Cómo es que me has echado de menos?
–Hablar por teléfono no es lo mismo que esto, ¿no crees? –dijo él, sonriendo y tomándola de la mano.
Abby se recreó en el calor de sus dedos rodeándola, a pesar de la desmesurada reacción de su cuerpo al verlo después de tanto tiempo. Había echado de menos el contacto físico con él: los pellizcos juguetones, el ir agarrados de la mano, los abrazos de oso. En el instituto, habían sido inseparables. Judd tenía razón: conversar por teléfono no tenía nada que ver con aquel afecto compartido de dos amigos íntimos, charlando como si nunca se hubieran separado.
–Ha pasado algo de tiempo.
–¿Qué son ocho años para unos amigos?
–Cierto –reconoció, preguntándose por qué de pronto estaba tan tensa a su lado.
Aquél era Judd, su mejor amigo. ¿A qué se debía aquel extraño sentimiento de que algo había cambiado entre ambos? Después de todo, ella había contenido su enamoramiento, lo había dejado en suspenso, y había disfrutado de su amistad a distancia mucho más de lo que habría creído posible, durante aquellos ocho años.
Había madurado. Entonces, ¿qué había cambiado en los últimos minutos, que estaba tensa, nerviosa, y de pronto era demasiado consciente de lo sexy que era Judd?
Deseosa de cambiar de tema y romper la repentina intimidad que los rodeaba, habló:
–¿Qué tal te va el trabajo? ¿El mundo de los primates y los grandes felinos es tan maravilloso como creías?
–Mejor aún. Deberías probarlo algún día –respondió él, soltando su mano y agarrando su cerveza.
¿Por qué su sonrisa se había disipado? ¿Había metido la pata?, se preguntó Abby.
–No estoy tan segura. Además, si estas fotos salen perfectas, Mark comentó que me haría una oferta muy interesante.
–Entonces, ¿este trabajo es importante para ti?
–Por supuesto –respondió ella.
Se abstuvo de añadir: «Es lo que me motiva últimamente».
Aunque le encantaba ser estilista de moda, a veces eso no era suficiente. Su mejor amigo se pasaba la vida recorriendo el mundo, y ella nunca lo veía, mientras que el resto de su círculo social consistía en colegas de trabajo y conocidos entregados a la fiesta día y noche. Y ella ya se había apartado de esa vida hacía tiempo.
No comprendió la emoción que cruzó el rostro de él ante su respuesta, casi parecía decepción. Era evidente que, para él, su trabajo también lo significaba todo. ¿Cómo si no habría soportado la existencia nómada de los últimos ocho años?
–Por nosotros y porque realicemos un buen trabajo durante la semana –dijo él, elevando su jarra, junto con las esperanzas de Abby.
Una semana completa en compañía de su mejor amigo, el único hombre capaz de hacerla sonreír, y a quien había echado terriblemente de menos, a juzgar por lo nerviosa que se sentía.
–Brindo por ello.
Al chocar sus copas, la de Abby se agrietó ligeramente, y ella rezó porque no le ocurriera lo mismo a su amistad.
Tal vez se había exigido demasiado a sí misma últimamente.
Tal vez había transcurrido demasiado tiempo entre citas.
Tal vez tan sólo necesitaba un par de días en compañía de Judd para volver a sonreír.
Fuera lo que fuera que estaba causando aquella tensión entre ambos, necesitaba superarla. Judd era lo más importante para ella, y de ninguna manera pondría en peligro su amistad.
Por nada del mundo.
Judd se pasó una mano por el rostro y se miró en el espejo tras la barra del bar.
Los mismos ojos, la misma nariz, la misma barbilla. Entonces, ¿por qué Abby lo había mirado tan extrañada cuando la había sorprendido hacía unos minutos?
Él había supuesto que daría saltos de alegría al verlo y, aunque había parecido alegrarse, algo la preocupaba.
Aunque habían transcurrido varios meses sin hablarse, la conocía casi mejor que a sí mismo. Su relación tan íntima lo asustaba a veces. Después de todo, ella era una mujer, y las mujeres solían tener expectativas.
Sin embargo, ella era diferente. No pretendía nada de él, se contentaba con que fueran amigos. Si alguna vez le exigiera algo diferente, él saldría corriendo, igual que hacía ocho años.
–¿Acicalándote delante del espejo, Calloway? Algunas cosas no cambian nunca.
Se giró hacia Abby, que volvía del aseo, y la observó sentarse de nuevo a su lado en el bar. Le impresionaba lo guapa que estaba.
Se habían enviado fotos por correo electrónico a lo largo de los años, así que sabía que ella no se había cortado el pelo y que seguía llevando ropa informal en lugar de los modelos de diseño con los que trabajaba, pero verla en carne y hueso lo había excitado de manera inesperada.
Las fotos no le hacían justicia, considerando su cuerpo adulto: piernas torneadas, cintura delgada, delicioso trasero y pechos fabulosos. Su figura atlética de la época del instituto había desarrollado curvas en los lugares adecuados, y él estaría ciego si no lo advirtiera, fueran amigos o no.
–Yo nunca me he acicalado –replicó él, con fingida expresión de ofendido que ella no se creyó, teniendo en cuenta que siempre discutían así.
Abby enarcó una ceja.
–¿De veras? Recuerdo perfectamente a un adolescente de instituto sacando músculo delante de mi espejo, en cuanto se inscribió en el gimnasio. Y la vez en que te compraste aquella lamentable camiseta de franela con músculos dibujados. Y la vez en que...
–De acuerdo, dame un respiro.
Elevó las manos defendiéndose y ella se las apartó. Pero su desenfadado contacto le provocó a Judd un efecto extraño, la calidez de la mano de ella pareció permanecer en su piel.
Judd apretó los dientes, esperando que su rostro no reflejara aquella repentina consciencia.
Él creía que ya había superado aquello con Abby.
Se había equivocado. Ocho años de ausencia no habían aplacado la atracción.
–Tienes una memoria de elefante. No quiero saber qué más recuerdas.
–Te asombrarías –dijo ella bajando la voz y elevando el vaso hacia él, con una enigmática sonrisa.
Judd, conmocionado, se dio cuenta de que estaba flirteando con él.
Ellos dos nunca flirteaban. Bromeaban, se contaban intimidades, pero nunca flirteaban.
Los amigos no lo hacían. Al menos, ellos dos nunca lo habían hecho en todos aquellos años, como si aquel beso de la noche de la graduación nunca hubiera sucedido. Y él quería mantenerlo así.
Entonces, ¿por qué aquella urgencia suya de corresponder al flirteo, de comprobar adónde podía llevarles aquella chispa de deseo entre ambos?
–Hay que ver qué duro trabajas, jefe.
La alegre voz de su ayudante, Tom Bradley, precedió a su palmoteo en la espalda. Judd no sabía si sentirse aliviado o irritado por la interrupción.
–Estoy en mitad de una reunión de negocios –anunció, guiñándole un ojo a Abby como diciéndole «enseguida regreso contigo, muñeca», y sintiendo satisfacción al verla ruborizarse.
A su mejor amiga le gustaba flirtear, pero parecía que tenía problemas recibiendo ese flirteo.
–Te presento a Abby Weiss, extraordinaria estilista de moda.
Al ver la cara de tonto que se le puso a Tom, Judd acercó su taburete al de Abby antes de darse cuenta de lo que hacía.
–Encantado de conocerte –saludó Tom, acercándose otro asiento.
–Igualmente –respondió Abby, estrechándole la mano.
Algo perfectamente natural, normal y educado. Lo que no resultó normal fue la ola de celos que le quemó el estómago a Judd mientras explicaba:
–Abby y yo fuimos juntos al colegio.
Tom se irguió en su asiento y lo miró desconcertado.
–¿La famosa Abby, tu mejor amiga?
Judd asintió.
–La única y verdadera.
Tom los miró alternativamente con una sonrisa cómplice.
–¿No os parece fabuloso? Los dos vais a trabajar y a disfrutar juntos.
Abby rió.
–No sé si sentirme halagada de que Calloway haya hablado de mí, o deseosa de averiguar qué ha estado diciendo.
–Todo cosas buenas –le aseguró Tom, pidiendo por señas una cerveza al camarero antes de concentrarse de nuevo en Abby–. Aunque no había mencionado lo despampanante que eres.
–Gracias, caballero –dijo ella, batiendo las pestañas en un exagerado despliegue de coquetería, uniéndose a las risas de Tom, mientras Judd intentaba ignorar los celos que lo invadieron de nuevo.
Maldición, debía de estar más afectado por el jet lag de lo que creía. Cuando Abby le había hablado de sus novios anteriores, él había bromeado al respecto. Entonces, ¿por qué la idea de que Tom la deseara lo sacaba de quicio?
–¿Vosotros dos habéis sido amigos toda la vida?
–Así es –respondió Judd, contento de que el hombre hubiera «apagado» su encanto.
Judd había visto a las mujeres abalanzarse sobre
Tom, con su belleza nórdica y su estatura de más de metro ochenta, y desconocía cómo reaccionaría Abby si su ayudante le ponía el ojo encima.
«¿Por qué te importa tanto?».
Se le erizó el cabello de la nuca conforme observaba aquellos ojazos azules, la sonrisa auténtica, el cabello castaño y las gloriosas curvas, sabiendo perfectamente por qué le importaba, pero demasiado asustado para admitirlo.
–¿Habéis sido más que amigos alguna vez?
Abby ahogó un sonido entre un bufido y una carcajada, antes de esconder rápidamente su sonrisa tras su copa, al tiempo que se giraba hacia Judd esperando su respuesta.
La pregunta de Tom hizo renacer recuerdos de la única vez que se habían besado, un hecho que Judd no tenía intención de repetir.
La primera vez ya había sido suficientemente peligrosa.
Había sentido demasiado, disfrutado demasiado de la respuesta del cuerpo de ella. En aquel momento lo había achacado a sus hormonas disparadas. ¿Qué adolescente de dieciocho años no aprovecharía la oportunidad de besar a la chica más popular del instituto?
Sin embargo, no había estado preparado para el profundo sentimiento que lo había embargado tras el beso, y la respuesta en la mirada de ella lo había hecho salir corriendo... y no había dejado de correr desde entonces.
Dirigió a Tom su mirada más fulminante y le dijo:
–Don Curioso, corta las preguntas y mueve el trasero. Tenemos que estar en la playa en menos de una hora para la primera sesión, así que carga el equipo y nos veremos allí abajo.
–¡Sí, señor! –exclamó Tom, saludándolo burlón a lo militar, y luego se giró hacia Abby–. Encantado de conocerte. Estoy deseando trabajar contigo.
–Lo mismo digo.
Judd esperó hasta que Tom hubo desaparecido, para inclinarse sobre Abby y susurrarle al oído:
–¿Y bien? ¿Lo hemos sido?
Ella abrió los ojos levemente al advertir a lo que él se refería, pero prefirió hacerse la tonta.
–¿Si hemos sido qué?
–Algo más que amigos.
–Dímelo tú –contraatacó ella, apartándose un mechón de su glorioso cabello.
Judd rió y se irguió, cómodo con la manera en que bromeaban, y sintiéndose cada vez ás estúpido por su reacción ante el leve flirteo de Tom con ella.
–Supongo que nunca piensas en aquel sensacional beso de la noche de graduación, ¿verdad?
–Supones bien –contestó ella, jugueteando con el bajo de su falda, y deteniendo su mano cuando vio que él la miraba–. Y no fue tan fabuloso.
–Mentirosa –murmuró él, y puso la mano encima de la suya, demasiado consciente de la pierna desnuda a meros milímetros de sus dedos curiosos.
¿Sería su piel tan suave como parecía? ¿Tocarla supondría un preludio de algo más?
–De acuerdo, me has pillado. Nadie me ha besado mejor que tú. Ahí lo tienes. ¿Satisface eso tu enorme ego?