Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Una historia inolvidable, un terror sin nombre, un final escalofriante. Chapel, un hombre común y corriente de un pueblo anodino en la Inglaterra del s.XIX, encuentra un manuscrito misterioso con un mensaje: haz un agujero en la pared y encierra en él a tu esposa. Poco a poco, la idea se va metiendo dentro de la cabeza de Chapel, que es incapaz de resistirse a ella. A partir de esta premisa, se desarrolla una trama de terror enfermizo y abstracto, llena de visiones y apariciones sobrenaturales, que culminará con uno de los finales más demoledores de la literatura de terror contemporánea. Imprescindible.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 44
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Claudio Hernandez
Saga
El regreso de Chapel
Copyright © 2022 Claudio Hernández and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728331026
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Este libro se lo dedico a mi esposa Mary, quien aguanta cada día niñeces como esta. Y espero que nunca deje de hacerlo. Esta vez me he embarcado en otra aventura que empecé en mi niñez y que, con tesón y apoyo, he terminado. Otro sueño hecho realidad. Ella dice que, a veces, brillo... A veces... Y aquí estoy de nuevo... Pero en esta segunda edición existe una persona muy importante para mí, y ella es Sheila, quien ha leído todas mis obras, y en esta ocasión-como en muchas-se ha encargado de corregir todo el manuscrito... Y a mi padre Ángel, que desde el cielo me está cuidando... Y mi gato Wisky que también está en el cielo y me mima todavía...
Bosh Chapel tenía la mirada perdida.
Sus ojos se encaramaban en la pared de la habitación, donde estaba ella, su amada, su esposa, eternamente emparedada, y dentro de su ataúd.
Chapel contempló cada arruga de aquella pared de madera carcomida que inspiraba aquel olor empalagoso de ella. Hasta el final. Y recordó cómo fue su despedida.
Había cierta paz interior, pero no conseguía ser él mismo, y le dominaban las dudas desde aquel momento. Marino él, fue cruzando el golfo de Maine, que no era más que un gran golfo del océano Atlántico hasta la costa noreste. Era mar en continua zozobra y calma a la vez. Aquel día, el sol rabiaba sobre la vela del barco, que resbalaba sobre el agua, y su sombrero podría ser en breve un flamante candil cuando ella dejó que los párpados conquistaran su corazón, como la luna a la noche. Se llevó sus palabras y marcó la distancia de dos mundos en paralelo; y él, sin llorar, necesitó verla, pidiéndoselo a ese Dios que nunca se ve, diciéndole que no le bastaba la imaginación; y que, por favor, le permitiera contemplarla una vez más.
Pálida como un cirio, su tez casi intacta. Fría pero suave, dormía llevándose con ella el calor de las palabras en la distancia, mientras él seguía rogando para poder escucharla una vez más.
Tuvo la tentación de tirarla al mar, pero eso era una canallada, solo propia para los marineros de antaño. No conseguía comprender eso ahora —un ritual con bastante peso—; y mientras el vaivén de la proa le masajeaba los pies y hacía que sus oscuros ojos le dolieran dentro de sus cuencas, ella conseguía mantenerse como una roca blancuzca.
La contempló con tristeza y dolor, tanto que parecía que su corazón se destruiría como la boca de un volcán dentro de su afligido pecho. Apretó la mano como si machacara un puñado de tierra, pero lo único que consiguió fue hacerse dos medialunas sangrantes en la palma de la mano.
El calor se había ido y, ahora, vivía en la distancia.
Y de repente, pensó: «ella me está mirando tras los párpados, deshojando palabras de amor».
Y lloró por un instante.
Siempre, en alguna parte, debía brillar el sol; pero, en Lot Hill, una amorfa cara opaca parecía sonreír desde lo alto del cielo más negro que el culo de una marmota. Y, además, las tumbas del cementerio parecían mandíbulas batientes bajo esa pequeña y mezquina luz; y entonces, él llegó al pueblo, ese que un día había ardido como la paja de un establo.
Todavía se podía oler en la distancia ese toque a chamuscado, que ambiguamente se podría decir que era de cabellos y piel humanos; o de entes errantes que una vez estuvieron allí.
Y allí y allí.
En todas partes.
Todavía estaba mirando la pared y olisqueando aquel perfume caro que te regala la muerte. Dientes prietos y mandíbula rígida. Sus ojos acababan de lagrimear, y la gota de sangre ya había recorrido la ladera de la mano, como la lava hasta dejarse caer al vacío.
Como una gota salpicada de una ola, o la de una lluvia, impactó sobre el suelo polvoriento y levantó una pequeña nube alrededor de un zumbido como el de un mosquito. La madera, sedienta, devoró la sangre hasta dejar una mancha marrón.
Y Chapel seguía recordando.
—Señor Chapel, ¿dónde quiere que pongamos el cuadro? —había preguntado uno de los trabajadores con bigote como el carril de un tren. Aquellos ojos tan blancos como la porcelana lo estaban mirando con especial obcecación.
Chapel levantó la mano y dijo:
—Quiero guardar mis cuadros ahí mismo.
—¿Guardar? ¿No era colgar un cuadro del tamaño de un hombre?
—Más o menos, solo que es del tamaño de una mujer.
El hombre esperó un cumplido.
—¿Qué?
—Ya sabe. Las mujeres son algo más pequeñas, es decir, tienen menor estatura.