En la cresta de la ola - Nicola Marsh - E-Book
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En la cresta de la ola E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Era el mismo chico malo de siempre… Callie Umberto había abjurado de los hombres para siempre después de que la mejor aventura de su vida terminara con un amargo desengaño y una brusca despedida. Ocho años después, aquel amante de ensueño volvía a aparecer para pedirle que la acompañara a la boda de su hermano. El campeón de surf Archer Flett seguía siendo endiabladamente sexy, pero su fobia al compromiso era la misma de siempre. Callie tendría que estar loca para aceptar su invitación. El problema era que con Archer no podía resistirse a la tentación de hacer locuras...

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Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Nicola Marsh. Todos los derechos reservados.

EN LA CRESTA DE LA OLA, N.º 2505 - abril 2013

Título original: Wedding Date with Mr. Wrong

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3034-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

–COMO digas una tontería más sobre la boda, la Navidad o Santa Claus, te voy a hacer tragar esta cera –Archer Flett amenazó con la cera de la tabla de surf a su hermano pequeño, Travis, quien sonrió tranquilamente y se la arrebató de la mano.

–Resístete todo lo que quieras, hermano, pero estás librando una batalla perdida.

En lo que se refería a su familia, Archer tenía la sensación de estar librando permanentemente una batalla perdida.

A pesar de los avances conseguidos con sus hermanos, Tom y Trav, la relación con sus padres no había cambiado nada con el paso de los años. Por eso lo ponía de los nervios volver todos los años a casa por Navidad y por eso rara vez se quedaba más de unos pocos días.

Aquel año no sería una excepción, por mucho que Travis se hubiera vuelto un romántico.

–¿Cómo te se ocurre organizar una boda navideña? –le preguntó Archer mientras clavaba verticalmente la tabla en la arena–. ¿Desde cuándo eres tan cursi?

Los ojos de su hermano destellaron de furia y Archer se preparó para oír más bobadas sobre su novia.

–Shelly quería casarse en Navidad y no había ningún motivo para retrasar la ceremonia.

Archer le puso el dedo pulgar en la frente.

–Has perdido el juicio. Lo sabes, ¿verdad?

–Estamos enamorados.

Enamorados... Como si aquello pudiera ser la excusa para todo.

Los Flett habían vivido en Torquay, en el sudeste de Australia, desde hacía tres generaciones, y era fácil imaginarse la fiesta que organizarían sus padres para celebrar el enlace. Todo el pueblo acudiría al acontecimiento. Navidad y boda en casa... La combinación perfecta para hacer huir a Archer en cuanto hubieran cortado la tarta nupcial.

–Eres demasiado joven para casarte –le reprochó a su hermano, quien se había pasado años incordiándolo para que le enseñara a hacer surf.

En los ocho años que Archer se había pasado fuera de casa, Travis había dejado de ser un crío flacucho y desgarbado para convertirse en un joven esbelto, atractivo e insufriblemente bondadoso. Solo tenía veintidós años, pero no era extraño que quisiera casarse tan pronto. Trav era un sentimental y un blando que haría cualquier cosa por su novia, y aunque Shelly parecía una buena chica a Archer le seguía pareciendo un disparate contraer matrimonio a una edad tan temprana.

Con veintidós años Archer se había dedicado a recorrer el mundo, hacer surf en las mejores playas, salir con cuantas mujeres pudiera e intentar olvidar la verdad que le habían ocultado sus padres.

Un recuerdo largamente reprimido volvió a brotar desde su subconsciente. Sur de Italia. Capri. Tórridas noches de verano llenas de risas y pasión.

Cada vez que algún conocido cometía la locura de comprometerse, lo asaltaban las imágenes de Callie.

–¿A quién vas a traer a la boda? –le preguntó Travis, arrugando la nariz–. ¿A otra de esas chicas de ciudad con las que siempre apareces en Navidad?

Archer salía con aquel tipo de chicas por una razón muy simple: eran mujeres que le exigían toda su atención y así no le dejaban tiempo para estar con sus padres.

Había hecho de la prudencia un arte y nunca decía nada de lo que se pudiera arrepentir. Como por ejemplo, preguntarles por qué demonios no habían confiado en él para ayudar años atrás.

Él no era el surfista imprudente y caprichoso que ellos creían, y así se lo demostraría en aquella visita. Confiaba que la escuela de surf que había montado fuese la prueba suficiente.

–Deja que yo decida con quién quiero ir –arrancó la tabla de la arena y se la colocó bajo el brazo–. ¿Piensas quedarte aquí todo el día, cotilleando como una vieja? ¿O vas a demostrarme de lo que eres capaz en el agua?

Trav lo apuntó con el dedo.

–Voy a enseñarte quién es el mejor.

–Adelante, pequeño.

Archer echó a correr hacia la orilla, deleitándose con el calor de la arena bajo sus pies y el viento en la cara. Se tumbó sobre la tabla y dejó que las frías olas de Bell’s Beach lo mecieran suavemente. Nunca se había sentido más vivo que cuando estaba en el mar.

El océano era siempre el mismo, siempre lo acogía con los brazos abiertos y nunca lo rechazaba.

No como sus padres.

Empezó a remar con brazos y pies en un denodado pero vano esfuerzo por alejarse de los demonios del pasado, sabiendo que en los próximos días tendría que enfrentarse a ellos de nuevo.

Cuatro años antes había hecho las paces con sus hermanos, aprovechando que Tom había necesitado su apoyo. La relación con su madre también mejoró, considerando que Archer no la culpaba por lo ocurrido y que ella siempre haría cualquier cosa por Frank. Pero con su padre todo había seguido igual. A Archer le habría gustado arreglar las cosas, pero el orgullo, la distancia y el paso del tiempo lo hicieron imposible.

Tal vez, con un poco de suerte, aquella visita a casa fuera distinta.

Callie daba vueltas por su salón al ritmo del tango que sonaba ensordecedoramente en el equipo estéreo. Giraba y avanzaba con un brazo extendido, la cabeza ladeada y una rosa de plástico entre los dientes.

Se había pasado dos horas limpiando el apartamento, subiendo el volumen de la música mientras barría, sacaba brillo y pasaba la aspiradora, pero no dejaba de pensar en lo que la aguardaba aquella tarde. Una reunión con su mejor cliente. El cliente que CJU Designs, su pequeño negocio de diseños virtuales, no podía permitirse perder. El cliente que seguramente pusiera pies en polvorosa en cuanto descubriera la identidad de Callie.

Archer Flett no creía en el compromiso ni las relaciones serias. Así de claro lo había dejado en la isla italiana de Capri, ocho años atrás. ¿Cuál sería su reacción al descubrir que le había encargado su campaña a una mujer a la que había dejado por intimar más de la cuenta?

Callie se dio con el dedo del pie contra la mesa de hierro forjado. Masculló en voz alta y le dio otra patada a la pata para desahogarse. Estaba furiosa consigo misma por no haberse enfrentado antes a la situación. ¿Qué esperaba? ¿No volver a cruzarse con Archer nunca más?

Sí, justamente eso.

Habían pasado tres años desde que le ofreciera sus servicios por Internet a Torquay Tan, sin saber que el boyante negocio era propiedad de aquel surfista de fama mundial. Y la sorpresa fue doble cuando descubrió que el seductor tranquilo y despreocupado al que había conocido años antes en Capri tenía el talento empresarial necesario para convertirse en un próspero hombre de negocios. Al parecer, el hombre por el que se había enamorado como una tonta estaba lleno de sorpresas.

En esos momentos se le presentaba la mayor oportunidad de su carrera profesional: promocionar la escuela de surf de Archer en Torquay. Pero para hacerlo tenía que encontrarse en persona con él. No podía permitirse perder aquel encargo. Necesitaba el dinero desesperadamente. No solo por ella, sino también por su madre.

La música seguía sonando a todo volumen, llenándole la cabeza de recuerdos y el corazón, de anhelo. Le encantaba la música latinoamericana... su ritmo, sus canciones, la pasión y sensualidad que transmitían sus voces y letras. Le recordaban un tiempo idílico en el que bailaba toda la noche bajo las estrellas, en las playas de Capri. Un tiempo en que se mantenía a base de pasta y Chianti y de las palabras que le susurraba su primer amor.

Archer.

La música pareció apagarse, ahogada por el sentimentalismo que invadía su sentido común. No podía malgastar el tiempo en recuerdos. Archer podía haber sido el primero, pero no el único sueño al que había renunciado.

Presenciar el infierno que vivía su madre había echado por tierra sus ilusiones.

Ella se parecía más a su padre, por cuyas venas corría la fogosa sangre italiana y con quien compartía un optimismo idealista, una impulsividad desatada y un gusto desmedido por la comida, la moda y la seducción. A Callie le habían parecido unas cualidades admirables, hasta que descubrió de primera mano la otra cara de la moneda. El egoísmo de su padre tampoco conocía límites.

Renunció a la idea de ser como su padre y se cerró en banda al amor y la pasión descontrolada. Sí salía de vez en cuando con hombres, y le gustaba hacerlo, pero sin dejar que ninguno se le acercara demasiado.

Al menos, tanto como se había acercado Archer.

–Maldito seas, Archer Flett –masculló mientras le daba una tercera patada a la mesa.

La limpieza doméstica tal vez no la hubiera ayudado a desahogarse, pero de todos modos se preparó concienzudamente para la reunión. Un impecable traje de negocios, el pelo recogido en un moño y un maquillaje inmaculado le demostrarían al surfista que ya no ejercía ningún hechizo sobre ella.

Al menos, no mucho.

La minúscula oficina de CJU Designs no sorprendió a Archer por sus reducidas dimensiones. Los obsesos de la informática no necesitaban mucho espacio para trabajar.

Sí se sorprendió, no obstante, con los colores que adornaban las paredes. Tonos magentas, carmesíes y turquesas contra lienzos blancos llamaban la atención y ofrecían un toque alegre y luminoso a lo que, de otro modo, hubiera sido un cubículo apagado y anodino escasamente amueblado con una pequeña mesa de cristal, una sillón ergonómico y una silla de respaldo alto para acomodar al cliente de turno. Todo excesivamente simple, salvo por los colores. Daba la impresión de que aquella chalada de la informática intentaba romper un molde y demostrarse algo a sí misma y a sus clientes.

A él lo único que tenía que demostrarle era que podía hacerse cargo del proyecto. Por lo demás, como si le apetecía colgar la luna de su pared.

Buscó alguna foto a su alrededor, sintiendo curiosidad por la gerente de marketing con la que llevaba años trabajando por internet. Había investigado a fondo CJU Designs antes de decidirse a contratar sus servicios y solo había encontrado opiniones positivas de sus anteriores clientes, incluidos muchos deportistas.

La gerente era escrupulosamente profesional, siempre cumplía los plazos e ideaba los eslóganes perfectos para cualquier producto o marca que le encargaran.

Pasó un dedo por la impoluta superficie de la mesa y se preguntó cómo afrontaría una campaña de esa envergadura. La primera escuela de surf para jóvenes tenía que ser un éxito y para ello había que darla a conocer.

Archer había hecho surf en los mejores destinos del mundo y en todos se había encontrado con el mismo tipo de jóvenes que perdían el tiempo bebiendo y fumando marihuana en la playa y aprovechando de vez en cuando alguna ola. Muchachos sin ningún objetivo en la vida que intentaban dar una imagen moderna y despreocupada cuando la apatía y el hastío se reflejaban en sus rostros.

Era la primera oportunidad de Archer para hacer algo útil. Y, con suerte, demostrarle a su familia lo equivocados que habían estado al juzgarle.

Nunca había comprendido por qué no confiaban en él. ¿Lo veían como demasiado narcisista? ¿Demasiado indolente? ¿Demasiado obsesionado con su carrera?

Tom y Trav tampoco lo habían ayudado mucho cuando intentó hablar con ellos unos años antes. Los dos habían respondido con evasivas a las insistentes preguntas de Archer, insistiendo en que Frank les había hecho jurar que no dirían nada.

Archer tomó entonces la decisión de olvidar su orgullo y recuperar el vínculo con sus hermanos. Tal vez no fueran los amigos que una vez fueron, pero la relación había mejorado mucho. No así con su padre.

Le dolía no saber el motivo por el que lo habían dejado de lado, y aquella desconfianza lo había hecho alejarse de todos ellos. Tenía la esperanza de que su nueva escuela de surf posibilitara el acercamiento.

Mientras pensaba en su familia andaba de un lado para otro de la minúscula oficina. No soportaba los espacios reducidos. Su lugar estaba al aire libre, en el agua, sin nada que se interpusiera entre el océano y él salvo una tabla aerodinámica de fibra de vidrio.

No había nada mejor.

Unos tacones se acercaban por el pasillo. Se giró hacia la puerta y vio entrar en la oficina a Calista Umberto.

El estómago le dio un vuelco igual que le ocurrió la primera vez que pilló una ola de diez metros. Pero mientras él se quedaba mirándola como un pasmarote, ella ni siquiera pestañeó al verlo. Lo cual solo podía significar una cosa.

Lo había estado esperando.

Y en aquel instante lo vio con claridad... CJU Designs... Calista Jane Umberto.

El hecho de que recordara su segundo nombre lo irritó tanto como descubrir la identidad de la gerente de marketing con la que había trabajado online durante los últimos tres años.

La mujer por la que a punto estuvo de perder la cabeza en una ocasión.

Callie. Su Callie...

–Por todos los santos... –masculló. Cruzó el cubículo en tres zancadas y la agarró impulsivamente, antes de percatarse del paso atrás que había dado ella.

El olor a gel de franchipán lo envolvió al instante y desenterró los recuerdos de unos paseos por la playa de Capri bajo la luna, de besos largos y apasionados a la sombra de un limonero, de una piel exquisitamente suave e impregnada con aquella fragancia floral.

Cada vez que viajaba a un lugar paradisíaco para hacer surf, ya fuera a Bali, Hawái o Fiji... el olor del franchipán lo transportaba a aquel tiempo mágico y peligroso en el que estuvo a punto de perder la cabeza por una mujer.

Al cabo de unos segundos se dio cuenta de la rigidez de Callie, a quien obviamente no le había hecho gracia que la abrazara, y la soltó mientras se reprendía en silencio a sí mismo. Se echó hacia atrás y buscó algún gesto de complicidad en su rostro. Algo que le hiciera ver que también ella recordaba todo lo que una vez compartieron.

Callie tenía la boca firmemente cerrada, pero el brillo de sus ojos era inconfundible. Aquellos ojos de color chocolate con motas doradas que Archer había visto tantas veces arder de pasión, entusiasmo y amor.

Fue lo último por lo que huyó de Capri sin mirar atrás, y haría bien en tenerlo presente antes de perderse en unos recuerdos que podrían echar a perder el inminente acuerdo de negocios.

–Me alegro de verte, Archer –dijo ella en un tono frío y cortés que no se parecía en nada a la Callie que él recordaba–. Siéntate y podremos empezar.

Él sacudió la cabeza, cada vez más confuso. Callie se comportaba como si apenas se conocieran. Como si nunca se hubieran visto...

Y él la había visto demasiado bien, por amor de Dios. Durante una semana tórrida y salvaje se había deleitado con su cuerpo desnudo.

–¿Estás hablando en serio?

La pétrea fachada de Callie pareció resquebrajarse cuando se puso a juguetear con la pulsera de su muñeca derecha. Era un gesto que había repetido a menudo la primera noche en Capri. La noche que se conocieron. La noche que estuvieron hablando y paseando durante horas, antes de acabar en la cama. La noche en que se fundieron de tal modo que Archer se quedó tan aterrorizado como incapaz de resistirse a su encanto.

En Callie había descubierto una mujer atrevida, descarada, hermosa, risueña, lista y ocurrente que se deleitaba con el linguini y la salsa napolitana. A todo lo que hacía y probaba le ponía la misma pasión, ya fuera el pan recién hecho mojado en aceite de oliva, los paseos nocturnos por los pedregosos senderos junto al mar o las noches que pasaban explorando sus cuerpos.

Aquella mujer llena de fuego y vitalidad era todo lo contrario a la autómata fría e imperturbable que acababa de entrar en la oficina... salvo por el detalle de la pulsera.

–Me tomo muy en serio el trabajo, ¿tú no? –a pesar de su aparente profesionalidad siguió girando la pulsera.

–Ya habrá tiempo para eso –repuso él, y señaló el portátil de la mesa–. Lo que quiero saber es por qué te has ocultado detrás de tu ordenador todo este tiempo.

Callie lo miró con ojos muy abiertos y la punta de su lengua asomó por la comisura de los labios.

Unos labios carnosos, exuberantes, hechos para saborear los platos más exquisitos y los pecados más lujuriosos.

–No me oculto detrás de nada –protestó, con una voz tan recatada como su traje negro a medida.

Archer tuvo que admitir, no obstante, que el traje le quedaba muy bien. Ceñido en los lugares adecuados, se acampanaba en el dobladillo y acababa por encima de las rodillas, y lo combinaba con una camisa de seda color esmeralda que insinuaba el comienzo del escote.

Estaba molesto porque ella no se hubiera alegrado de verlo. Aunque considerando la forma en que se habían separado, tampoco podía extrañarse por su fría reacción.

–¿No se te ocurrió que tal vez me gustara saber que la gerente de marketing con la que me he estado comunicando por e-mail es alguien que...?

¿Qué? ¿Alguien con quien mantuvo la aventura más excitante de su vida? ¿Alguien con quien intimó más de la cuenta? ¿Alguien por quien habría renunciado a su libertad si no hubiese estado tan afectado por las revelaciones de sus padres?

Callie entornó la mirada.

–¿Alguien que qué?

–Alguien que conozco –concluyó él, acompañando la pobre respuesta con su sonrisa más encantadora por si acaso.

Ella se limitó a apretar más los labios y rodeó la mesa para tomar asiento, lo que le dio a Archer una breve pero aprovechada oportunidad para admirar su espectacular trasero.

A Archer lo volvían loco aquellas curvas. Había visto muchos cuerpos esculturales en las playas de medio mundo, pero la figura de Callie era sencillamente...

Inolvidable.

Ella le lanzó una mirada asesina, como si pudiera leerle el pensamiento, y le indicó la silla frente a la mesa. La princesa de hielo por la que pretendía pasar era cada vez menos convincente.

–Lo que pasó entre nosotros no guarda la menor relación con nuestros negocios, de modo que no diré nada... y menos después de cómo acabó todo –le clavó la mirada, desafiante, y él optó por no responder–. Cuando le ofrecí mis servicios a tu empresa no sabía quién era el dueño de la misma –pulsó distraídamente la barra espaciadora con el pulgar... Otro signo que delataba su aparente compostura–. Cuando empezamos a intercambiar e-mails, todo marchaba tan bien que no quise complicar las cosas.

–¿Complicarlas cómo?

Un ligero rubor coloreó sus mejillas. Sí, aquello se ponía más interesante por momentos.

–¿Qué quieres que te diga? El pasado siempre lo complica todo.

–Habla por ti –dijo él. Entrelazó las manos detrás de la cabeza y se regodeó con el conflicto de emociones que ardían en sus ojos. La mujer fogosa y visceral que él conocía comenzaba a dejarse ver–. Yo jamás permito que nada se interfiera en mis asuntos.

–Ya lo sé –murmuró ella, y él tuvo la decencia de mostrarse arrepentido.

Se había valido de su carrera como surfista profesional para acabar con la aventura de Capri. En su momento le pareció tan buena excusa como cualquier otra. Cualquier cosa antes que contarle la verdad sobre su familia.

–¿Va a ser esto un problema para ti? –le formuló la pregunta de manera clara y directa, temiendo recibir una respuesta afirmativa.

No se sentía contrariado por verla. Todo lo contrario. Además, iban a tener que pasar algún tiempo juntos en Torquay para poner en marcha la campaña promocional de la escuela de surf.

Torquay... La boda de su hermano... Necesitaba una acompañante para presentarse ante su familia.

Tenía ante él la solución a otro de sus problemas. Una auténtica chica de ciudad que le sirviera como parachoques en el próximo reencuentro familiar.

Claro que, de momento, no le diría nada de eso a Callie. Necesitaba su experiencia para lanzar el negocio y no podía asustarla antes de tiempo.

–¿Por qué sonríes? –le preguntó ella, con el ceño fruncido.

Él se inclinó hacia delante y apartó el portátil que se interponía entre ambos.

–¿Quieres este proyecto?

Ella asintió con un atisbo de miedo en los ojos. Perfecto. Tenía miedo de perder una oportunidad inmejorable para su carrera profesional. Y miedo, seguramente, de acompañarlo a Torquay a pesar del gélido tratamiento que le estaba dispensando.

–Supongo que sabrás que este proyecto implica pasar mucho tiempo juntos en Torquay.

La expresión de Callie casi lo hizo reír.

–¿Por qué? Siempre he trabajado en solitario, y los resultados han sido excelentes, como habrás podido comprobar.

Archer negó con la cabeza. Estaba dispuesto a llevársela a Torquay, aunque tuviera que recurrir al chantaje.

–Lo siento, pero para este proyecto no me sirve una gerente de marketing que trabaje a distancia. Tendrás que ser mi sombra para comprender lo que pretendo conseguir con la escuela de surf. De lo contrario, el proyecto será un fracaso.

La torva mirada de Callie podría haberlo cortado en dos.

–¿Cuánto tiempo?

–Una semana.

Ella arrugó la nariz al tiempo que ahogaba un gemido, y Archer tuvo que reprimir otra carcajada.

–Viendo tus anteriores trabajos, estoy seguro de que querrás dar lo mejor de ti en esta campaña. Podrás estar de regreso en casa para celebrar la Navidad.

Apelar a su orgullo profesional era un táctica infalible.

–De acuerdo. Lo haré –aceptó entre dientes.

–Una cosa más... –añadió él–. En ese tiempo tendremos que vivir juntos.

Capítulo 2

CALLIE miró a Archer sin poder creerse lo que estaba oyendo.

Aquel surfista arrogante y chulesco de ojos azules y pelo rubio la estaba chantajeando.

Se cruzó de brazos y se recostó en el asiento mientras le clavaba una mirada de incredulidad.

–Nunca pensé que Archer Flett tuviera que recurrir al chantaje para conseguir que una mujer viviera con él.

Los ojos de Archer se iluminaron con un brillo de admiración que a Callie no le gustó nada. No quería recordar cómo la había mirado en Capri, con aquella expresión de indulgencia que rayaba en la adoración.

Pero por mucho que la admirara se había largado, y ella haría bien en recordarlo. Por desgracia, no podía decirle que se largara con su proyecto a otra parte, pues necesitaba desesperadamente el dinero.