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Anna Zaires

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Beschreibung

Segundo libro de la trilogía de romance oscuro líder de ventas según el New York Times y el USA Today

Secuestrada a los dieciocho. Cautiva durante 15 meses.

Es como en los titulares de las noticias. Y sí, lo hice. La secuestré. Nora, de melena larga y morena y piel sedosa. Es mi debilidad, mi obsesión.

No soy un buen hombre. Nunca he querido serlo. Puede amarme, pero no podrá cambiarme.

Sin embargo, yo sí puedo cambiarla.

Me llamo Julian Esguerra y Nora es mía.

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Hazme tuya

Segundo libro de la trilogía Secuestrada

Anna Zaires

Traducción de Scheherezade Surià

♠ Mozaika Publications ♠

Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares y los acontecimientos son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o sitios es pura coincidencia.

Copyright © 2017 Anna Zaires

https://www.annazaires.com/book-series/espanol

Reservados todos los derechos.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión sin la autorización previa y por escrito del titular del copyright.

Publicado por Mozaika Publications, de Mozaika LLC.

www.mozaikallc.com

Diseño de cuberta de Najla Qamber Designs

najlaqamberdesigns.com

e-ISBN: 978-1-63142-279-9

ISBN impreso: 978-1-63142-280-5

Índice

I. Parte I: La Llegada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

II. Parte II: La Finca

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

III. Parte III: El Cautivo

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Sobre la autora

I

Parte I: La Llegada

1

Julian

Hay días en los que existe esa necesidad de hacer daño, de matar, es demasiado fuerte para negarla. Son días en que la delgada capa de civilización amenaza con desaparecer ante la menor provocación y revelar el monstruo que lleva dentro.

Hoy no es uno de esos días.

Hoy está conmigo.

Vamos en el coche de camino al aeropuerto. Va sentada apoyada en mí, me rodea con los brazos delgados y descansa la cabeza sobre mi hombro.

Mientras la envuelvo con un brazo, le acaricio el pelo oscuro y disfruto de su textura sedosa. Ahora lo lleva largo, le llega hasta su estrecha cintura; hace diecinueve meses que no se lo corta. No lo ha hecho desde que la secuestré la primera vez.

Inhalo su perfume atrayente, fresco y floral, de una feminidad exquisita. Es una mezcla del champú y la química única de su cuerpo; se me hace la boca agua. Me dan ganas de desnudarla, de seguir ese aroma para explorar cada curva y cada recoveco de su cuerpo.

Se me estremece la polla y recuerdo que acabo de follar con ella. Sin embargo, eso no importa. Mi deseo es constante. Ahora me he acostumbrado a este deseo obsesivo, cosa que antes solía molestarme. He aceptado mi propia locura.

Parece estar calmada, incluso contenta, y eso me gusta. Me gusta sentir cómo se acurruca conmigo, cariñosa y confiada. Ella sabe cómo es mi naturaleza verdadera y, aun así, se siente segura conmigo; la he enseñado para que sea así. He hecho que me quiera.

Al cabo de un par de minutos, se mueve entre mis brazos y levanta la cabeza para mirarme.

—¿A dónde vamos? —pregunta mientras mueve las largas pestañas negras de arriba abajo, como si fuera un abanico. Tiene ese tipo de mirada que haría a un hombre arrodillarse ante ella; unos ojos dulces y oscuros que me hacen pensar en las sábanas enredadas y en su piel desnuda.

Hago un esfuerzo por centrarme, pero esos ojos me desconcentran muchísimo.

—Vamos a mi casa de Colombia —digo respondiendo a su pregunta—. El lugar donde me crié.

No he estado allí desde hace años, desde que asesinaron a mis padres. Sin embargo, el recinto de mi padre es una fortaleza y eso es precisamente lo que necesitamos ahora mismo. Durante las últimas semanas he estado implementando nuevas medidas de seguridad para que este sitio estuviera prácticamente acorazado. Me he asegurado de que nadie vuelva a quitarme a Nora.

—¿Te quedarás conmigo? —Oigo el tono esperanzador que hay en su voz y yo asiento, sonriente.

—Sí, mi gatita, estaré allí. —Ahora que la he recuperado, la obsesión por tenerla cerca es demasiado fuerte; no puedo negarlo. Antaño la isla era el lugar más seguro para ella, pero ya no lo es. Ahora ellos saben que existe y que es mi talón de Aquiles, por eso necesito que esté conmigo donde pueda protegerla.

Se lame los labios y sigo con la mirada el camino de su delicada lengua rosa. Quiero envolver su pelo abundante alrededor de mi mano y llevar su cabeza hasta mi regazo, pero consigo reprimir el deseo. Habrá tiempo de sobra para eso cuando estemos en un lugar más seguro y menos público.

—¿Enviarás a mis padres otro millón de dólares? —Sus ojos son grandes e ingenuos cuando me mira, pero oigo el ligero deje desafiante en su tono de voz. Me está poniendo a prueba, tantea los límites de esta nueva etapa de nuestra relación.

—¿Quieres que lo haga? —Se me agranda la sonrisa y me estiro para ponerle un mechón de pelo detrás de la oreja.

Me mira fijamente sin parpadear.

—En realidad no —dice en voz baja—. Preferiría poder llamarlos.

—Muy bien, podrás hacerlo cuando lleguemos. —Le sostengo la mirada.

Abre los ojos y veo que la he sorprendido. Ella esperaba que la mantuviera cautiva otra vez, aislada del mundo exterior. No se da cuenta de que eso ya no es necesario. Ya he conseguido lo que quería: la he hecho completamente mía.

—Vale —dice despacio—, lo haré.

Me mira como si no me acabara de entender, como si yo fuera un animal exótico que no hubiera visto nunca. A veces me mira así, con una mezcla de desconfianza y fascinación. Se siente atraída por mí desde un principio, pero de alguna manera me tiene algo de miedo.

Al depredador que hay en mí le gusta eso. Su miedo y reticencia añaden cierta ventaja a todo el conjunto; hacen que sea mucho más dulce poseerla y sentir cómo se acurruca en mis brazos durante toda la noche.

—Cuéntame algo sobre el tiempo que has pasado en tu casa —murmuro, poniéndola contra mi hombro para que esté más cómoda. Le echo el pelo hacia atrás con los dedos y bajo la mirada hasta su rostro—. ¿Qué has estado haciendo todos estos meses?

—Quieres decir, ¿aparte de echarte de menos? —Esboza una sonrisa burlona.

Una sensación de calor se me extiende por todo el pecho. No quiero admitirlo ni darle importancia. Deseo que me quiera porque tengo una obsesión enfermiza por poseerla, no porque sienta nada.

—Sí, aparte de eso —digo en voz baja mientras pienso en todas las maneras en las que voy a follármela cuando consiga estar a solas con ella de nuevo.

—Bueno, he quedado con algunos amigos —comienza a decir. La escucho mientras me hace un resumen general de su vida desde los últimos cuatro meses, aunque ya me conozco parte de la historia. Lucas tuvo la iniciativa de ponerle a Nora un discreto dispositivo de seguridad mientras yo estaba en coma. En cuanto desperté, me dio un informe detallado de todo, incluyendo las actividades diarias de Nora.

Le debo mucho por eso y por salvarme la vida. Durante los últimos años, Lucas Kent se ha convertido en un activo de valor incalculable para mi empresa. Muy pocos habrían tenido las pelotas de asumir el control. Incluso sin saber toda la verdad sobre Nora, ha sido lo bastante inteligente para saber lo que ella significa para mí y ha tomado medidas para garantizar su seguridad.

Por supuesto, en ningún caso le restringió sus actividades.

—¿Lo has visto? —le pregunto con desinterés al mismo tiempo que levanta la mano para jugar con el lóbulo de su oreja—. Quiero decir, ¿has visto a Jake?

Su cuerpo se vuelve de piedra en mis brazos, y siento la rigidez y la tensión de cada músculo.

—Me crucé con él un momento después de cenar con mi amiga Leah —dice sin mostrar ninguna emoción, mirándome—. Nos tomamos un café los tres, esa fue la única vez que lo vi.

Le sostengo la mirada durante un momento y luego asiento, satisfecho. No me miente; en los informes aparece este incidente en particular. La primera vez que lo leí, quise matar al chico con mis propias manos.

Todavía lo haría si se volviera a acercar a Nora.

Pensar en otro hombre cerca de ella me llena de una furia intensa. Según estos informes, no quedó con nadie durante el tiempo que estuvimos separados… con una notable excepción.

—¿Qué pasa con el abogado? —pregunto en voz baja, haciendo todo lo posible para controlar la rabia que llevo contenida—. ¿Lo pasasteis bien?

Empalidece bajo el tono dorado de su piel.

—No hice nada con él —dice y capto un deje de aprehensión en su voz—. Salimos aquella noche porque te echaba de menos y porque estaba cansada de estar sola, pero no pasó nada. Me tomé un par de copas, pero no pude hacer nada más.

—¿No? —Desaparece casi toda mi rabia. Sé leerla lo suficientemente bien para saber cuándo me miente: ahora mismo me está diciendo la verdad. De todos modos, lo anoto mentalmente para investigarlo más tarde. Como el abogado la haya tocado, me las pagará.

Me mira y siento cómo se disipa su propia tensión también. Sabe distinguir mi estado de ánimo como nadie. Es como si estuviera acostumbrada a mí. Ha sido así desde el principio. A diferencia de la mayoría de las mujeres, siempre es capaz de captar mi verdadero yo.

—No. —Aprieta los labios—. No pude dejar que me tocara. Estoy demasiado jodida para estar con un hombre normal ahora.

Levanto las cejas y, a pesar de todo, me divierto. Ya no es la chica asustada que traje a la isla. En algún punto del camino, mi niña sacó sus garras afiladas y aprendió a usarlas.

—Eso es bueno. —Le paso los dedos por la mejilla, jugando, y luego inclino la cabeza para inhalar su dulce olor—. Nadie tiene permiso para tocarte, nena. Nadie salvo yo.

No responde, se limita a mirarme. No hace falta que diga nada porque nos entendemos el uno al otro perfectamente. Sé que mataré a cualquier hombre que la toque, y ella también.

Es raro, pero nunca había sentido la necesidad de poseer a una mujer; es un territorio nuevo para mí. Antes de Nora, las mujeres eran intercambiables en mi mente, solo eran criaturas sumisas y bonitas que pasaban por mi vida. Me buscaban por voluntad propia, querían que me las follara para luego acabar heridas. Yo las consentía al mismo tiempo que satisfacía las necesidades físicas que tuviera durante este proceso.

Me tiré a la primera mujer cuando tenía catorce años, poco después de la muerte de Maria. Era una de las putas de mi padre; me la envió después de que matara a dos de los hombres que asesinaron a Maria y que castré en sus propias casas. Creo que mi padre esperaba que el sexo bastara para distraerme y evitar que siguiera en ese camino de venganza. Huelga decir que su plan no funcionó.

Vino a mi habitación con un vestido negro ajustado, un maquillaje perfecto y su deliciosa boca pintada de rojo brillante. Cuando empezó a desnudarse delante de mí, reaccioné igual que lo habría hecho cualquier adolescente: con un deseo instantáneo y violento. Pero, en ese momento, yo no era adolescente precisamente. Era un asesino; lo era desde los ocho años.

Esa noche, me la follé bruscamente porque no tenía demasiada experiencia para controlarme y porque quería descargarme con ella, contra mi padre, contra todo el puñetero mundo. Descargué mi frustración en su piel; le dejé cardenales y marcas de mordiscos. No obstante, la noche siguiente volvió a por más, esta vez sin que mi padre lo supiera. Estuvimos follando así durante un mes; venía a mi habitación cada vez que tenía la oportunidad. Me enseñaba lo que le gustaba a ella y a otras muchas mujeres. No quería dulzura y amabilidad en la cama, sino dolor y violencia. Deseaba a alguien que la hiciera sentir viva.

Y resultó que a mí me gustó eso. Me agradaba oír sus gritos y súplicas cuando le hacía daño y la llevaba al orgasmo. La violencia que nacía de mis entrañas había encontrado otra salida y la utilizaba cada vez que tenía la oportunidad.

Por supuesto, eso no bastó. No podía apaciguar tan fácilmente la rabia que tenía dentro. La muerte de Maria cambió algo en mi interior. Ella era lo único puro y bonito de mi vida y se había ido. Su fallecimiento tuvo más efecto que la experiencia que ideó mi padre: eliminó cualquier consciencia que hubiera tenido. Ya no era un chico que seguía de mala gana los pasos de su padre; era un depredador con sed de sangre y venganza. No hice caso de las órdenes de mi progenitor de pasar el asunto por alto; perseguí a los asesinos de Maria uno a uno y les hice pagar por todo, regocijándome en sus gritos de agonía, sus súplicas para que tuviera piedad y para que su muerte fuera más rápida.

Después de eso, hubo represalias y contrarrepresalias. La gente murió, tanto hombres de mi padre como los del rival. La violencia siguió aumentando hasta que mi padre decidió pacificar a sus asociados apartándome del negocio. Me envió lejos, a Europa y a Asia, donde conocí a decenas de mujeres similares a la que me inició en el sexo. Mujeres hermosas y dispuestas con gustos parecidos a los míos. Las ayudé a cumplir sus fantasías oscuras mientras ellas me daban placer momentáneamente. Era un plan que encajaba en mi vida a la perfección, especialmente después de volver a tomar las riendas de la compañía de mi padre.

No fue hasta hace diecinueve meses, durante un viaje de negocios a Chicago, que la conocí a «ella».

A Nora. La reencarnación de mi Maria. La chica que pretendo retener para siempre.

2

Nora

Envuelta en los brazos de Julian siento el zumbido familiar de la emoción mezclada con la inquietud. Nuestra separación no lo ha cambiado ni un ápice. Es el mismo hombre que casi mata a Jake, el que no dudó en secuestrar a la chica que quería.

También es el que casi muere por rescatarme.

Ahora que sé lo que le pasó, veo los signos físicos de su dura experiencia. Está más delgado que antes, tiene la piel algo más bronceada y tirante y los pómulos marcados. Tiene una cicatriz rosa irregular en la oreja izquierda y lleva el pelo negro extremadamente corto. En la parte izquierda de la cabeza, el pelo le crece de una forma un poco desigual, como si también ocultara una cicatriz.

A pesar de esas imperfecciones diminutas, sigue siendo el hombre más guapo que he visto jamás; por eso, no puedo dejar de mirarlo.

«Está vivo. Julian está vivo y yo estoy otra vez con él».

Todo me parece surrealista. Hasta esta misma mañana pensaba que estaba muerto. Estaba convencida de que había fallecido en la explosión. Durante cuatro meses largos e insoportables, me he obligado a ser fuerte, a seguir con mi vida e intentar olvidar al hombre que ahora mismo está sentado a mi lado.

El hombre que me robó la libertad.

El hombre a quien amo.

Levanto la mano izquierda y trazo poco a poco el contorno de sus labios con el dedo índice. Tiene la boca más increíble que haya visto, una boca diseñada para pecar. Cuando lo toco, separa sus preciosos labios y me aprieta la punta del dedo con un diente blanco y afilado, mordiéndolo levemente. Luego se lleva mi dedo a la boca y lo chupa.

Noto un estremecimiento de excitación cuando me lame el dedo con la lengua ardiente y húmeda. Se me tensan los músculos internos y siento cómo se me moja la ropa interior. Dios, qué fácil es cuando se trata de él. Una mirada, una caricia y lo quiero. Mi sexo se hincha, algo dolorido después de la forma en que me ha penetrado antes, pero mi cuerpo ansía que vuelva a hacerlo de nuevo.

«Julian está vivo y me ha apresado otra vez».

Cuando empiezo a asumirlo, le aparto el dedo de los labios y me recorre entera un frío repentino que apaga mi deseo. Ya no hay marcha atrás ni ninguna posibilidad de cambiar de opinión. Julian vuelve a estar a cargo de mi vida y esta vez estoy dispuesta a ir voluntariamente a su telaraña, poniéndome a su merced.

Me recuerdo que, por supuesto, da igual que esté dispuesta o no. Recuerdo la jeringuilla que llevaba en el bolsillo y sé que en cualquier caso, el resultado habría sido el mismo. Consciente o sedada, hoy lo estaría acompañando. Por alguna extraña razón, este hecho me hace sentir mejor. Le pongo la cabeza en el hombro y me relajo.

Es inútil luchar contra el destino de alguien, cosa que estoy empezando a aceptar.

Con el tráfico que hay, el trayecto hacia el aeropuerto nos lleva poco más de una hora. Para mi sorpresa, no vamos al de O’Hare; terminamos en una pequeña pista de aterrizaje donde nos espera un avión grande. Consigo distinguir las letras escritas en la cola del avión: G650.

—¿Es tuyo? —pregunto cuando Julian me abre la puerta del coche.

—Sí. —No me mira ni entra en más detalles. Parece que está escrutando los alrededores con la mirada, como si buscara amenazas ocultas.

Hay algo en su actitud que no recuerdo haber visto antes; por primera vez me doy cuenta de que la isla era tanto su santuario como un lugar donde podía relajarse de verdad y bajar la guardia.

En cuanto me bajo del coche, Julian me agarra el codo y me guía hasta el avión. El conductor nos sigue. No lo había visto antes, ya que había un panel que separaba los asientos traseros del coche de la parte delantera, así que le echo un vistazo mientras nos acercamos al avión.

El chico debe de ser un integrante de las fuerzas de operaciones especiales de la marina. Tiene el pelo corto y rubio y unos ojos pálidos de mirada fría que resplandecen en su cara cuadrada. Es aún más alto que Julian y se mueve con la misma gracia atlética, parecida a la de un guerrero, como si controlara con cuidado todos sus movimientos. Tiene un enorme rifle de asalto en las manos y no me cabe la menor duda de que sabe perfectamente cómo usarlo. Otro hombre peligroso… muchas mujeres pensarán que es indiscutiblemente atractivo, con sus facciones regulares y su cuerpo musculoso. Sin embargo, a mí no me atrae porque yo ya no tengo remedio. Pocos hombres le llegan a la suela de los zapatos al encantador ángel oscuro de Julian.

—¿Qué tipo de avión es este? —pregunto a Julian al tiempo que subimos las escaleras y entramos en una cabina lujosa. No entiendo de aviones privados, pero este parece sofisticado. Intento no mirarlo todo embobada, pero fracaso por completo. Dentro, hay unos enormes asientos de cuero de color crema y un sofá moderno con una mesa de centro delante. También hay una puerta abierta que lleva hasta la parte trasera del avión, donde vislumbro una cama de matrimonio grande.

Me quedo boquiabierta. «El avión tiene una habitación».

—Es uno de los Gulfstreams de gama alta —responde girándose hacia mí para ayudarme a quitarme el abrigo. Me roza el cuello con sus manos cálidas y me provoca un escalofrío placentero—. Es de ultra largo alcance, puede llevarnos directamente a nuestro destino sin tener que hacer escala para repostar.

—Es muy bonito —digo mientras veo cómo Julian me cuelga el abrigo en el armario junto a la puerta; después, se quita la chaqueta. No puedo apartar la mirada de él y caigo en la cuenta de que una parte de mí todavía teme que esto no sea real, de que me levante y descubra que todo esto solo ha sido un sueño… que Julian había muerto de verdad en la explosión.

Pensar en eso hace que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo; él se da cuenta del movimiento que hago de forma involuntaria.

—¿Tienes frío? —pregunta, acercándose—. Puedo ajustar la temperatura.

—No, estoy bien. —Sin embargo, disfruto de su calor cuando me tira hacia él y me frota los brazos durante unos segundos. Siento cómo su temperatura me atraviesa la ropa, ahuyentando los recuerdos de aquellos horribles meses, cuando pensaba que lo había perdido.

Abrazo a Julian por la cintura, con pasión. Está vivo y lo tengo conmigo. Es lo único que me importa ahora mismo.

—Estamos listos para despegar. —Me sobresalta una desconocida voz masculina y suelto a Julian. Miro hacia atrás para ver al piloto rubio que está allí, mirándonos con una expresión impenetrable y dura.

—Bien. —Julian sigue rodeándome con un brazo, presionándome contra él cuando intento alejarme—. Nora, te presento a Lucas. Él me sacó del almacén.

—Ah, vaya. —Dedico al hombre una sonrisa amplia y sincera. Salvó la vida de Julian—. Es un placer conocerte, Lucas. No sé ni por dónde empezar a agradecerte lo que hiciste.

Arquea un poco las cejas, como si hubiera dicho algo que lo sorprendiera.

—Solo hacía mi trabajo —dijo con un tono grave y algo divertido.

Julian esboza una leve sonrisa, pero no responde a eso. En su lugar, pregunta:

—¿Está todo listo en la finca?

—Todo listo. —Asiente Lucas y luego me mira con una cara sin expresión alguna, como antes—. Encantado de conocerte, Nora. —Se da la vuelta y desaparece en la zona del piloto de la parte delantera.

—¿Te hace de chofer y de piloto a la vez? —pregunto a Julian después de que Lucas se haya ido.

—Es muy versátil —responde mientras me lleva a los asientos lujosos—. La mayoría de mis hombres lo son.

Tan pronto como nos sentamos, una mujer morena sorprendentemente hermosa entra en la cabina desde algún sitio de la parte delantera. El vestido blanco que lleva se le ajusta a las curvas y junto con el maquillaje, parece tan glamurosa como una estrella de cine, salvo por la bandeja con una botella de champán y los dos vasos que lleva en la mano.

Se queda mirándome fijamente un instante antes de ir hasta Julian.

—¿Quiere algo más, señor Esguerra? —pregunta mientras se inclina para colocar la bandeja en la mesa entre nuestros asientos. Su voz es dulce y melódica; mira a Julian con deseo y eso me pone de los nervios.

—Esto bastará por ahora. Gracias, Isabella —dice mientras le devuelve una pequeña sonrisa y yo siento una intensa y repentina punzada de celos.

Hace tiempo Julian me dijo que no había tenido relaciones con nadie más desde que me conoció, pero es inevitable preguntarme si ha mantenido relaciones con esta mujer en algún momento del pasado. Es una preciosidad y su actitud deja claro que estaría dispuesta a servirle a Julian cualquier cosa que quisiera, incluida ella misma, desnuda, en una bandeja de plata.

Antes de que mis pensamientos sigan por ese derrotero, respiro hondo y me esfuerzo por mirar a través de la ventana cómo cae la nieve lentamente. Una parte de mí sabe que todo esto es una locura, que no es lógico sentir que Julian es mío. Cualquier mujer racional estaría encantada de que su secuestrador dejara de prestarle atención, pero yo ya no soy razonable cuando se trata de él.

«Síndrome de Estocolmo. Vínculo afectivo tras un secuestro. Vínculo traumático». Mi psicóloga usó todos estos términos en las sesiones que tuvimos juntas; intentó hacerme hablar sobre mis sentimientos hacia Julian, pero era muy doloroso hablar del hombre que pensaba que había perdido, así que dejé de ir. Investigué sobre los términos más tarde y entiendo que puedan aplicarse a mi experiencia. No sé si es tan sencillo o si importa en realidad o no. Nombrar algo no hace que desaparezca. Cualquiera que sea el motivo del vínculo sentimental que tengo con Julian, no puedo hacerlo desaparecer. No puedo obligarme a quererlo menos.

Cuando me giro para ponerme en frente de Julian, la azafata ya se ha ido de la cabina principal. Oigo los motores del avión, listos para despegar y me abrocho el cinturón de seguridad, como me han enseñado a hacer toda la vida.

—¿Champán? —pregunta mientras coge la botella de la mesa.

—Claro, ¿por qué no? —digo y miro cómo, con destreza, me sirve una copa.

Me la da y me acomodo en un asiento espacioso; le doy un sorbito a la bebida mientras el avión despega.

Mi nueva vida con Julian acaba de empezar.

3

Julian

Doy unos sorbitos a la copa mientras observo a Nora mirar por la ventana cómo se aleja la tierra firme. Lleva unos vaqueros conjuntados con un jersey azul de lana y unas gruesas botas de piel negras; creo que se llaman Uggs. A pesar del horrible calzado, sigue siendo muy sexi, aunque prefiero verla enfundada en un vestido veraniego, ya que así podría ver su suave piel brillar al sol.

Por su expresión de tranquilidad, me pregunto qué estará pensando, si se arrepiente de algo.

No debería. Me la hubiera llevado conmigo sí o sí.

Como si notara mi mirada en la nuca, se gira hacia mí.

—¿Cómo supieron de mí? —pregunta en voz baja—. Me refiero a los hombres que me secuestraron. ¿Cómo sabían de mi existencia?

Me pongo tenso al oír la pregunta. Mi mente recrea esas horas previas e infernales al ataque en la clínica y, por un momento, vuelvo a ser presa de esa mezcla inestable de furia abrasadora y miedo paralizante.

Ella podría haber muerto. De hecho, habría muerto si no la hubiera encontrado justo a tiempo. Incluso si les hubiera dado lo que querían, la hubieran matado con tal de castigarme por no haber cedido a sus peticiones antes. La hubiera perdido igual que perdí a Maria. Igual que ambos perdimos a Beth.

—Debió ser la auxiliar de enfermería de la clínica quien te delató. —Mi voz sale con un tono frío y distante mientras coloco la copa de champán en la bandeja—. Angela. Seguro que estaba en nómina de Al-Quadar.

A Nora le brillan los ojos con intensidad.

—Qué zorra— susurra. Percibo dolor e ira en su voz. También noto cómo le tiemblan las manos al dejar la copa sobre la mesa—. Puta zorra.

Asiento para intentar controlar mi propia ira cuando las imágenes del vídeo que me mandó Majid me empiezan a rondar por la cabeza. Torturaron a Beth antes de matarla. La hicieron sufrir. Beth sufrió toda la vida desde que el cabrón de su padre la vendiera a un prostíbulo en la frontera de México a la edad de trece años. Había sido una de las pocas personas de las que jamás había puesto en duda su lealtad.

La hicieron sufrir… ahora me toca a mí hacerlos sufrir el doble.

—¿Dónde está ahora? —La pregunta de Nora me despierta de mi agradable ensimismamiento; me imagino ahorcando a cada uno de los miembros de Al-Quadar. Cuando la miro extrañado, ella aclara—. Angela.

Sonrío por su pregunta ingenua.

—No tienes que preocuparte por ella, mi gatita.

Angela quedó reducida a cenizas, que están esparcidas en el césped de la clínica en Filipinas.

—Pagó por su traición.

Nora traga saliva. Sé que entiende a la perfección a qué me refiero. No es la misma chica que conocí en un club de Chicago. Veo las ojeras que esconden sus ojos y de las que sé que soy responsable. A pesar de todos mis esfuerzos de protegerla en la isla, la fealdad de mi mundo ha acabado destruyendo su inocencia.

Al-Quadar también pagará por ello.

La cicatriz de la cabeza empieza a palpitarme y la toco con suavidad con la mano izquierda. Me sigue doliendo la cabeza de vez en cuando, pero a pesar de ello, vuelvo a ser yo mismo. Teniendo en cuenta que me pasé cuatro meses en estado vegetal, estoy contento con mi situación actual.

—¿Estás bien? —Al rostro de Nora se asoma una expresión de preocupación mientras intenta tocar la zona superior de mi oreja izquierda. Me pasa los delgados dedos por el cuero cabelludo—. ¿Te sigue doliendo?

El roce de sus dedos me provoca un cosquilleo en la espalda. Me gusta esto de ella. Me gusta que se preocupe por mí. Me gusta que me quiera, aunque le haya quitado su libertad, pues tiene todo el derecho del mundo a odiarme.

Yo no apostaría por mí. Soy el típico hombre que sale en las noticias; el típico al que todo el mundo tiene miedo y desprecia. Secuestré a una chica porque la quería, no por otro motivo. Me la llevé y la hice mía.

No tengo excusa por mis hechos. Tampoco me siento culpable. Quería a Nora y ahora está aquí conmigo, mirándome como si fuese la persona más importante de su vida.

Y lo soy. Soy justo lo que necesita ahora… lo que ansía. Le daré todo de la misma manera que ella me lo da a mí. Su cuerpo, su mente, su dedicación. Lo quiero todo. Quiero su dolor, su placer, su miedo y su alegría. Quiero ser su vida entera.

—No, está bien —digo como respuesta a su anterior pregunta—. Ya está casi curado.

Aparta los dedos de mi cabeza, pero yo le agarro la mano porque no quiero que pare de tocarme. Tiene una mano muy delgada y delicada; su piel es suave y acogedora. Intenta quitar su mano de la mía, pero no la dejo, aprieto mis dedos sobre su mano. Su fuerza no tiene nada que hacer contra la mía. No se puede soltar a no ser que sea yo quien lo haga.

De todas maneras, ella no quiere que la suelte. Noto como la emoción le recorre el cuerpo al tiempo que el mío se endurece y un deseo oscuro se despierta en mí otra vez. Alcanzo más allá de la mesa y lenta pero intencionadamente, le desabrocho el cinturón de seguridad.

Me levanto agarrando su mano y la llevo hasta el dormitorio situado al final del avión.

Permanece callada hasta que entramos al dormitorio y cierro la puerta. No es una habitación insonorizada, pero Isabella y Lucas están al principio del avión, por lo que podremos tener algo de intimidad. Normalmente me da igual que la gente me vea u oiga mantener relaciones, pero lo que hago con Nora es diferente. Es mía y no la comparto con nadie más. De ninguna manera.

Le suelto la mano, camino hasta la cama, me siento, me echo para atrás y cruzo los tobillos. Una postura casual, aunque no hay nada de casual en cómo me siento cuando la miro.

El deseo de poseerla es muy fuerte, absorbente. Es una obsesión que va más allá del simple deseo sexual, aunque mi cuerpo arda por ella. No solo quiero follarla, también quiero dejar mi huella en ella, marcarla de dentro a fuera para que no pueda pertenecer nunca a otro hombre salvo a mí.

La quiero entera para mí.

—Quítate la ropa —le ordeno, mirándola a los ojos.

Tengo la polla tan dura que parece que hayan pasado meses y no horas desde que la he hecho mía. Necesito todo mi autocontrol para no arrancarle la ropa, ponerla a cuatro patas y metérsela hasta explotar. Me controlo porque no quiero un polvo rápido. Hoy tengo pensada otra cosa.

Inspiro hondo y me esfuerzo por contenerme mientras veo cómo se va desvistiendo poco a poco. Se ruboriza y respira cada vez más deprisa. Sé que ya está cachonda; tiene el coño caliente, mojado y listo para mí. Al mismo tiempo, percibo duda en sus movimientos y cautela en sus ojos. Una parte de ella me sigue temiendo porque sabe de lo que soy capaz.

Tiene derecho a tener miedo. Hay algo en mí que se alimenta del sufrimiento de los demás, que quiere hacerles daño. Que quiere hacerle daño a ella.

Primero se quita el jersey de lana y deja al descubierto una camiseta de tirantes negra. El color rosa del sujetador se transparenta y eso me excita; hace que me empalme más. Ahora se quita la camiseta de tirantes junto con las botas y el vaquero. Estoy a punto de estallar.

Con ese conjunto de ropa interior rosa es la criatura más atractiva que jamás haya visto. Tiene un cuerpo pequeño pero tonificado y se le notan los músculos de los brazos y piernas. A pesar de su delgadez, sus rasgos son muy femeninos: un culo perfecto y unas tetas pequeñas pero redondas. El pelo le cae por la espalda como una cascada que le hace parecer una modelo de Victoria Secret, pero en miniatura. La única imperfección que tiene es una pequeña cicatriz de apendicitis en la parte derecha del vientre.

Tengo que tocarla.

—Acércate —digo con voz ronca mientras la polla me presiona la bragueta del pantalón.

Se me queda mirando con esos ojos negros, pero se acerca dubitativa, insegura, como si fuese a atacarla en cualquier momento.

Vuelvo a inspirar hondo para tranquilizarme. Sin embargo, cuando ya está cerca, me inclino hacia delante y con fuerza la agarro de la cintura para ponerla entre mis piernas. Su piel es lisa y muy suave al tacto; su caja torácica es tan estrecha que casi puedo rodearle la cintura con las manos. Tanto su vulnerabilidad como su belleza me ponen muy cachondo.

Le desabrocho el sujetador para liberarle los pechos del confinamiento.

Se me seca la boca y el cuerpo se me tensa al ver deslizarse el sujetador por los brazos. Aunque ya la haya visto desnuda cientos de veces, cada vez que la veo es como una revelación. Los pezones son pequeños y de color marrón rosáceo y sus pechos de la misma tonalidad que el cuerpo. No me puedo contener más y estrujo sus suaves montañitas. Su piel es lisa y firme. Tiene los pezones duros. Oigo cómo contiene la respiración mientras mis pulgares acarician los puntiagudos pezones: mi deseo aumenta.

Dejo de tocarle los senos para bajarle las bragas. Le acaricio el sexo con la mano derecha e introduzco el dedo corazón en su pequeño agujero. El calor húmedo de su abertura hace que me termine de empalmar. Gime a la vez que mi pulgar encallado juega con el clítoris. Me pone las manos sobre los hombros y me clava las afiladas uñas en ellos.

No puedo aguantar más. Tengo que poseerla.

—Túmbate en la cama. —Mi voz está impregnada de deseo y aparto la mano de su coño—. Boca abajo.

Gatea obediente mientras me levanto y empiezo a desvestirme.

La tengo muy bien enseñada. Cuando ya me he desnudado por completo, ella ya está tumbada boca abajo con el culo elevado por un cojín. Tiene apoyada la cabeza en sus brazos, pero me está mirando. Noto que está nerviosa, pero sé que ahora mismo me desea a la vez que me teme.

Esa mirada me pone, pero a la vez despierta en mí otro tipo de deseo. Una necesidad más oscura y perversa. De reojo veo mi cinturón en el suelo. Lo recojo, me lo enrollo en la mano derecha y me acerco a la cama.

Nora no se mueve, aunque noto la tensión en su cuerpo. Me tiemblan los labios. «Buena chica». Sabe que será peor para ella si se resiste. Por supuesto, también sabe que compenso el dolor con un placer del que, por supuesto, disfrutará.

Me detengo al borde de la cama, alargo el brazo que tengo libre y resigo el camino de la columna vertebral con los dedos. Tiembla con el roce, lo que me produce una oscura excitación. Esto es justo lo que quiero, lo que necesito: esta conexión oscura y retorcida que hay entre nosotros. Quiero beber su miedo, su dolor. Quiero escuchar sus gritos, sentir sus esfuerzos inútiles para que luego vuelva y se derrita en mis brazos por el éxtasis que le produzco.

Por alguna razón, saca lo peor de mí. Me hace olvidar cualquier atisbo de moralidad que pueda tener. Es a la única mujer que he forzado para acostarse conmigo, la única a la que he querido tanto… y de una manera complicada. Tenerla aquí, a mi merced, es más que emocionante; es la droga más poderosa que jamás haya probado. Jamás he sentido esto por otro humano. Saber que es mía, que puedo hacerle cualquier cosa, es mucho más fuerte que cualquier chute. Con las demás mujeres era solo un juego, una manera de rascarnos lo que nos picaba, pero con Nora es diferente. Con ella es algo más que eso.

—Hermosa —murmullo mientras le acaricio la suave piel de los muslos y nalgas. Pronto estará marcada, pero por ahora solo quiero disfrutar de su suavidad—, muy muy hermosa…

Me inclino hacia ella, le doy un pequeño beso al final de la columna e inhalo el caliente aroma de mujer. Sonrío. La adrenalina me corre por las venas. Me enderezo, doy un paso para atrás y la golpeo con el cinturón.

No suelo usar mucha fuerza, pero ella siempre se sobresalta cuando el cinturón llega a sus nalgas. Emite un quejido suave. Intenta no moverse ni apartarse, sin embargo, no puede evitar agarrar con fuerza las sábanas ni cerrar los ojos. La azoto una segunda vez y luego otra y otra vez. Mis movimientos parecen hipnóticos. Con cada golpe de cinturón, la voy metiendo más a fondo. Mi mundo se va estrechando hasta el punto de solo poder verla y sentirla a ella. Me gusta saborear la rojez de su delicada piel; los gemidos y sollozos de dolor; la manera en cómo su cuerpo tiembla y se estremece de dolor por cada golpe de cinturón, dejando que alimente mi adicción y que tranquilice mi deseo continuo y desesperado.

El tiempo se difumina y se prolonga. No sé si han sido minutos u horas. Cuando por fin paro, ella está tumbada débil e inmóvil. Sus nalgas y muslos están llenos de marcas rosáceas. La expresión de su cara llorosa es de aturdimiento y casi felicidad mientras su delicado cuerpo no para de estremecerse.

Dejo caer el cinturón al suelo, me siento en la cama y con cuidado la cojo para acurrucarla en el regazo. El corazón se me va a salir del pecho y no paro de dar vueltas a todo lo sucedido. Ella se estremece, esconde la cara en mi pecho y comienza a llorar. Le acaricio el pelo lenta y suavemente para que consiga calmarse a la vez que yo.

Ahora necesito consolarla, sentirla en mis brazos. Quiero ser su todo: su protector y su torturador, su alegría y su tristeza. Quiero unirla a mí tanto físicamente como emocionalmente, marcarme hasta el fondo de su mente y su alma para que nunca me deje.

Cuando deja de sollozar, se reaviva mi deseo sexual. Las caricias relajantes se vuelven más decididas, empiezo a recorrer su cuerpo con las manos con intención de excitarla en vez de calmarla. Le paso la mano derecha entre los muslos, provocando que los dedos presionen el clítoris y al mismo tiempo le agarro el pelo con la otra mano y tiro de él para que nos miremos. Ella sigue aturdida, abre un poco la boca mientras me mira y aprovecho para darle un profundo beso. Gime en mi boca, me agarra los hombros y siento cómo va creciendo el calor entre nosotros. Se me contraen los testículos y mi polla tiene ganas de su carne resbaladiza y cálida.

Me pongo de pie con ella entre mis brazos y la tumbo en la cama. Ella se dobla del dolor y me doy cuenta de que las sábanas le rozan las marcas y le hacen daño.

—Date la vuelta, cielo —susurro. Ahora solo quiero complacerla. Hace caso y se da la vuelta para ponerse boca abajo como estaba antes. La coloco de tal manera que solo tiene apoyadas las rodillas y las manos con los codos doblados.

A cuatro patas, con el culo en pompa y con la espalda ligeramente encorvada es la chica más atractiva que jamás he visto. Puedo verlo todo: los pliegues de su delicado coño, el agujero diminuto de su ano, las curvas deliciosas de sus nalgas, ahora rosadas por el cinturón. El corazón me va a mil por hora y siento un dolor punzante en la polla. La agarro de la cintura, le introduzco la punta del pene en el agujero y la meto hasta dentro.

Me rodea su piel caliente y húmeda. Gime, se arquea hacia mí e intenta que se la meta más al fondo, a lo que yo accedo de buena gana. Primero la saco un poco para después meterla hasta el fondo. Grita, repito el movimiento y un cosquilleo me sube por la espalda. Me invaden olas de calor que empiezan a golpearme con desenfreno y me olvido de que le estoy hincando los dedos en la cintura. Grita y gime cada vez más. Noto que está a punto de llegar al orgasmo porque se le contraen los músculos alrededor de mi polla, apretándola bien. No puedo aguantar más. Exploto. Se me nubla la vista debido a la fuerza con que expulso mi simiente, que acaba en sus profundidades.

Jadeo. Caigo rendido a su lado y la pego a mí. Nuestra piel está húmeda por el sudor, lo que hace que nos quedemos pegados el uno al otro. El corazón no deja de latir a mil por hora. Ella también respira deprisa y puedo sentir cómo se le contrae el coño alrededor de mi polla, ya flácida, como si fuese un último orgasmo.

Nos quedamos tumbados, uno al lado del otro, y nuestras respiraciones se van calmando. La abrazo por detrás y noto la perfecta curva de su culo en mi entrepierna. Poco a poco me va inundando una sensación de paz, de alegría. Siempre es así con ella. Tiene algo que hace que mis demonios se calmen, me hace sentir normal, casi… feliz. No puedo explicarlo ni razonarlo; es algo que está ahí. Es lo que me hace poseerla de manera tan desesperada.

Y esto es muy enrevesado y peligroso.

—Dime que me quieres —murmuro mientras le acaricio la parte trasera del muslo—. Dime que me has echado de menos, cariño.

Cambia de postura para estar ahora entre mis brazos y mirándome a la cara. Sus ojos negros son firmes.

—Te quiero, Julian —dice con dulzura mientras me posa su delicada mano sobre la mejilla—. Te he extrañado más a que a la vida misma. Y lo sabes.

Lo sé, pero necesito oírlo de ella. Durante los últimos meses, el aspecto sentimental se ha vuelto tan indispensable para mí como el físico. Me gusta esta peculiaridad. Quiero que me ame y me cuide. Quiero ser algo más que el monstruo de sus pesadillas.

Cierro los ojos, la abrazo más fuerte y me tranquilizo.

Dentro de un par de horas ella será mía en todos los sentidos de la palabra.

4

Nora

Debo de haberme quedado dormida en brazos de Julian porque me despierto cuando el avión comienza a descender. Abro los ojos y miro a mi alrededor; estoy irritada y dolorida por las relaciones que acabamos de mantener.

Había olvidado cómo era hacerlo con Julian, esa catarsis de dolor y éxtasis. Me siento vacía y excitada al mismo tiempo, exhausta pero fortalecida por el torbellino de sensaciones.

Me siento con cuidado y me estremezco cuando las sábanas entran en contacto con el trasero magullado. Ha sido una de las sesiones de azotes más intensas; no me sorprendería que los moratones no desaparecieran hasta dentro de un tiempo. Al echar un vistazo a la habitación veo una puerta que supongo da al baño. Julian no está en la habitación, así que me levanto y voy porque tengo que asearme.