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Jan se mete en un buen lío cuando «toma prestada» la varita mágica de su padre, el Gran Mago, y se teletransporta, sin querer, a la enigmática Zona Oscura. ¿Logrará regresar a casa? Lo que no imagina es que el camino hacia la legendaria Ciudad Perdida estará lleno de peligros... y de criaturas fantásticas que cambiarán su destino para siempre.
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Seitenzahl: 84
Veröffentlichungsjahr: 2025
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jordi sierra i fabra
CRÉDITOS
Primera edición: octubre 2025
© del texto: Jordi Sierra i Fabra
© de las ilustraciones y cubierta: Raquel Ochoa
© de la corrección: Milena Hidalgo
© de la maqueta: Diana Fernández
Pyjama Books, SL. 2025
Avenida de Menéndez Pelayo, 67
28009 Madrid, España.
Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-84-19135-59-9
THEMA: YFB
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de los titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
SINOPSIS
Jan se mete en un buen lío cuando «toma prestada» la varita mágica de su padre, el Gran Mago, y se teletransporta, sin querer, a la enigmática Zona Oscura.
¿Logrará regresar a casa?
Lo que no imagina es que el camino hacia la legendaria Ciudad Perdida estará lleno de peligros... y de criaturas fantásticas que cambiarán su destino para siempre.
CAPÍTULO 1
De cómo empezó la insólita aventura de Jan, el hijo del Gran Mago, por jugar con la varita mágica de su padre.
El día en el que, como cada año, comenzaba el curso académico, Fantasy era una fiesta.
Todo estaba a punto, la ciudad engalanada, los mandamases y los contadores, los jueces y los artistas, los magos en sus distintas categorías, la gente que vibraba con el más feliz y alegre de los días. Terminaba el verano y comenzaba los meses de aprendizaje, estudio y vida. Nadie quedaba al margen. Ninguna persona era ajena a la celebración. Todos querían estar presentes cuando el Gran Mago pronunciara su solemne discurso.
¡Ah, el Gran Mago!
Sin duda era centro de todas las miradas.
El personaje más emblemático de Fantasy.
Alto, poderoso, panzón, con un egregio gorro de hechicero y su bata de estrellas. Tenía ojos de gato y una enorme barba tras la cual, escondida, se suponía que estaba la boca. Las manos eran enormes. Impresionaba nada más verlo. Encima, ese día vestía sus mejores galas y enarbolaba su más famosa varita mágica...
Todos querían ver cómo levantaba a Mayestática, la varita de las varitas, surgida del más milenario roble abatido por un rayo tiempo atrás. Todos querían escucharle pronunciar su conjuro para que las puertas de la Asamblea se abrieran de par en par dando por iniciado el año mágico de turno.
Mayestática no era muy grande, pero sí muy especial. Medía poco menos de cuarenta centímetros, exactamente treinta y siete, tenía una empuñadura gruesa y terminaba en punta. De un extremo a otro se retorcía de una forma extraña. Carecía de nudos y era muy, muy poderosa. Toda la energía de aquel rayo se había concentrado en ella. Y era brutal. Por esa razón a Mayestática solo podía utilizarla
el poder de un gran mago, como el Gran Mago. Pocos eran capaces de dominarla.
Salvo excepciones, Mayestática únicamente era empuñada ese día en concreto. El resto del año se guardaba en la vitrina de las varitas del Gran Mago, en la Mansión de Piedra.
Mientras se preparaba para salir de casa y daba los últimos toques a su atuendo, Jan, el hijo del Gran Mago, miraba a su padre con admiración y respeto.
Un día sería como él.
Aún le faltaba mucho, pero un día sí, lo sería. Antes tenía que crecer y, sobre todo, mejorar las notas. Porque si en algo flojeaba Jan era en los estudios.
Eso y que era... bueno, por decirlo de una forma suave, «un poco patoso».
El Gran Mago abrió la Cámara Prohibida de su mansión. En el centro, en la vitrina, podían verse sus varitas. Tenía cuarenta y siete. Un tesoro. Las había grandes, pequeñas, de maderas diversas y hasta dos de metal, que eran las más imprevisibles. Mayestática estaba en el centro.
La elevó con solemnidad, cerró la vitrina y salió con ella.
Lo que sucedió en ese momento fue... casualidad.
—¡Petros, ven!
El Gran Mago podía ser el Gran Mago, pero su mujer era de armas tomar. Ella no necesitaba varitas mágicas para ser obedecida. Incluso su marido le tenía miedo y respeto.
—¡Voy!
El Gran Mago dejó la varita sobre una mesa.
Jan estaba allí.
Siempre había visto a Mayestática en la vitrina o en manos de su padre. Ni la había tocado.
La tentación fue demasiada.
La varita de Jan era algo así... como un mondadientes. Y sólo la utilizaba en clase, para practicar. Por supuesto que hacía sortilegios minúsculos. Había que estar muy concentrado para mover cosas o cambiar de forma un objeto.
Así que... Jan tomó la varita.
Al instante sintió una especie de corriente eléctrica recorriéndole la mano, el brazo, todo el cuerpo. Incluso más allá de eso, su mente se llenó de luz.
Sintió el poder.
Roc, el perro de la familia, dio un paso atrás.
Samu, el periquito, dejó de piar.
Lo único que quería Jan era... probar.
Hacer algo pequeño, pequeñito...
—¡Aguilus! —apuntó con la varita a Samu.
No, el periquito no se convirtió en un águila. Lo que hizo fue crecer, crecer y crecer...
Hasta terminar ocupando toda la jaula.
El pobre ya no piaba. Parecía una sardina en una lata. Ahora su voz era gruesa y grave:
—Pi-o, pi-o, pi-o...
Roc ladró.
—¡Retrocesus! —gritó Jan agitando de nuevo a Mayestática.
Lejos de volver a su estado natural, Samu siguió igual. En cambio Roc se convirtió en una tortuga.
Jan no sabía que su perro soñaba todas las noches con tortugas.
El periquito, el perro... Jan empezó a sudar.
Se las iba a cargar.
O arreglaba el lío o su padre era capaz de... ¿Cómo se decía que todo fuera igual que antes?
—¡Totus... totus...! —No encontraba las palabras—. ¡Totus...!
Y sucedió lo inesperado.
Porque, de pronto, la habitación entera desapareció, incluidos Roc y Samu.
¡Flash!
Jan se encontró entonces en un lugar oscuro, frío, lleno de árboles secos, tierra gris y silencio. Un lugar del que nunca había oído hablar y que parecía sacado del más horrible libro de terror y misterio jamás escrito.
Se quedó paralizado.
Miró a Mayestática.
—¡Por favor! —le suplicó al borde de la desesperación.
La varita no hizo nada.
—¿Y ahora qué hago? —suspiró Jan.
CAPÍTULO 2
De cómo apareció en aquel mundo oscuro y tenebroso un inesperado amigo dispuesto a ayudar a Jan, metido en un lío de mil demonios.
Jan dio unos primeros pasos muy asustado.
No tenía ni idea de dónde estaba. Nadie le había hablado en la escuela de submundos como aquel. Pero más allá de su miedo, pensaba en su padre, que en ese instante estaría echando en falta a Mayestática.
Eso sin contar que vería a una tortuga en el salón, a un periquito que no cabía en su jaula y que... su hijo había desaparecido.
Vamos, que sumaría dos y dos y le saldría cuatro.
—He de volver —miró suplicante a la varita mágica.
Era extraño. Parecía que Mayestática hubiera perdido su poder y estuviera fría, como lo estaba aquel lugar. Jan no sentía nada al tocarla. Salvo unas cosquillas.
—¡Regresus! —probó.
La punta de Mayestática soltó unos leves chisporroteos.
A Jan no se le daba bien el latín para los hechizos. Quizá fuera eso.
Allí no había caminos, no había nada, ningún punto de referencia. De hecho no había ni horizonte. Los árboles secos lo cubrían todo, y más allá de ellos la penumbra era más y más cerrada. No se veía el cielo. Era como si un pavoroso incendio lo hubiera arrasado todo. Pisar aquella tierra gris era como caminar sobre una alfombra. Incluso era algo pegajosa. Lo único agradable era el aire. Olía bien.
—¿Hay alguien ahí? —gritó Jan.
Y para su sorpresa, le respondió una voz.
—Sí, hay alguien: yo.
Jan buscó al dueño de la voz.
No vio nada a ras de suelo, así que levantó la vista.
Entonces descubrió dos enormes ojos que le miraban fijamente.
Y detrás de los ojos... una lechuza de aspecto sereno.
—¿Quién eres? —preguntó Jan acercándose a ella.
—No, primero ¿quién eres tú? —objetó la lechuza.
—Me llamo Jan. Vengo de Fantasy.
—¿Fantasy? Me suena ese nombre. — La lechuza parpadeó una vez, pero como si lo hiciera a cámara lenta—. Tengo un problema de memoria, ¿sabes? —Se estiró un poco—. ¿Y qué estás haciendo aquí, Jan de Fantasy?
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes?
—Me he perdido.
—Pues este no es muy buen lugar para perderse.
—¿Vas a decirme quién eres?
—Mi nombre es Serena.
—¿Y dónde estoy?
—Está claro, ¿no? En la ZO.
—¿En la qué?
—¡La Zona Oscura! —se impacientó Serena—. ¿En tu mundo no utilizáis siglas para resumir las cosas?
—No.
—Menudo atraso. ¿Cómo has podido perderte? Pareces un chico listo.
—Estaba... jugando con esta varita mágica en casa y, de pronto, me he visto aquí.
—No parece muy mágica que digamos.
—Pues lo es. Y poderosa. ¿No te digo que estaba en casa y en un abrir y cerrar de ojos me he visto aquí? —Se dio cuenta de un detalle y preguntó—: ¿Cómo es que hablas?
—¿Y por qué hablas tú?
—Bueno... yo soy un niño. Un humano.
—Toma, y yo una lechuza. ¿No hablan las lechuzas en tu mundo?
—Más bien no.
—Bueno, ¿y qué vas a hacer ahora, Jan?
—No tengo ni idea, pero he de regresar a casa.
—Sí, mucho mejor. En confianza, esto es muy aburrido.
—¿Hay algún lugar a dónde ir?
—Pues... no sé.
—¿Un camino, una puerta...?
—Ni idea. Aunque...
—¿Qué? —la apremió nervioso al ver que se detenía.
—Creo que cerca de aquí hay un poste con unas señales. Quizá te ayuden.
—¡Lo que sea! ¿Por dónde hay que ir?
Serena movió la cabeza. Pareció rotarla 360º. Desde luego, con esa mirada fija y tan seria, impresionaba un poco. Sin embargo, tenía aire de ser muy afable.
—No estoy segura —dijo la lechuza—. Vayas donde vayas, todo parece igual.
—Por favor...
—Vamos por este lado. —Señaló con un ala.
Y tras bajar de la rama del árbol se posó en el hombro izquierdo de Jan.
