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La Arcadia es un texto teatral de corte pastoril del autor Lope de Vega. Adscrita a las comedias del Siglo de Oro Español, narra una historia de amor y magia en la que sus protagonistas han de superar ciertas peripecias y enredos en un entorno bucólico para que el amor triunfe. En concreto, asistimos a la historia de Belisarda, pastora a quien su padre ha decidido casar con su mejor amigo. Belisarda habrá de enfrentarse a muchas desventuras hasta poder confesar su amor secreto a Anfriso, el verdadero objeto de sus sentimientos.-
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Lope de Vega
COMEDIA DE LOPE DE VEGA CARPIO DIRIGIDA AL DOCTOR GREGORIO LÓPEZ MADERA DEL CONSEJO SUPREMO DE SU MAJESTAD
Saga
La Arcadia
Copyright © 1598, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726617504
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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COMEDIA DE LOPE DE VEGA CARPIO
DIRIGIDA
AL DOCTOR GREGORIO LÓPEZ MADERA
DEL CONSEJO SUPREMO DE SU MAJESTAD
De haber llegado vuestra merced por tan justos méritos al lugar que tiene en el Supremo Consejo, le dan el parabién, entre infinito número de aficionados a sus virtudes y letras, todos los naturales de su patria, que tanto ha honrado con los singulares frutos de sus estudios; y a los que escriben el arte de la poesía de las comedias, pueden asimismo dársele que de que vuestra merced haya sucedido en la protección y amparo de las que para serlo de los pobres, y honesto entretenimiento de esta corte, se representan en ella y en otras ciudades de España. De estas he escrito muchas, que con ingenio particular me dediqué a este género de letras desde mis tiernos años, aunque para dar satisfacción de otras mayores en diversos libros, llamé las musas a más sublime estilo, puesto que en la Antigüedad no fuera necesario, pues ni el heroico era lírico, ni el epigramático trágico. Así los describe Crinito, y dieron a los cómicos notables honras Italia y Grecia, tanto, que nunca parecen que acaban de alabar graves autores las fábulas y comedias de Sexto Turpilio, mayormente la Lindia, donde celebran aquellos senarios, de que hoy se hicieran tan pocos advertimiento en los teatros de España. De las que he escrito, si bien inferiores a las de tantos ingenios, que las escriben con suma facilidad y elegancia, he dado a luz algunas, para remediar, si pudiese, que las impriman como lo han hecho, tan desfiguradas de sus principios, que tales agravios no se han recibido en el mundo de autor vivo, ni tales testimonios levantado a entendimiento muerto, porque más parecen sueños que versos, y más locuras que sentencias. De las que he dado a luz en esta la quinta parte, y en orden a las demás, la decimatercia. Debíase su dirección justamente a vuestra merced, como primitivo don del nuevo cargo, que ya estos campos son suyos, y pues en algunas se trata tanta variedad de letras humanas y divinas, ¿a quién mejor que al príncipe de todas como son evidente ejemplo “Las Animadversiones al derecho”, “Las Excelencias del Bautista”, “Los Santos de Granada” y “Las Grandezas de España”, que a escribirlas otra pluma, la de vuestra merced fuera la mayor suya? Espero, entre otras cosas, que quien ha escrito e impreso (si bien en tan distintas y altas materias) se dolerá de los que escriben, y que ahora tendrá remedio lo que tantas veces se ha intentado, desterrando de los teatros unos hombres que viven, se sustentan y visten de hurtar a los autores de comedia, diciendo que las toman de memoria de solo oírlas, y que este no es hurto, respecto de que el representante las vende al pueblo, y que se pueden valer de su memoria, que es lo mismo que decir que un ladrón no lo es porque se vale de su entendimiento, dando trazas, haciendo llaves, rompiendo rejas, fingiendo personas, cartas, firmas y diferentes hábitos. Esto no solo es en daño de los autores, porque andan perdidos y empeñados, pero, lo que es más de sentir, de los ingenios que las escriben, porque yo he hecho diligencia para saber de uno de estos, llamado el de la gran memoria, si era verdad que la tenía; y he hallado, leyendo sus traslados, que para un verso mío hay infinitos suyos, llenos de locuras, disparates e ignorancias, bastantes a quitar la honra y opinión al mayor ingenio en nuestra nación y las extranjeras, donde ya se leen con tanto gusto. Pues si aquel antiguo poeta quebró al ollero los vasos con el báculo, porque cantaba mal sus versos, ¿qué harán los que ven contrahacer los suyos de oro en barro? La memoria llamó Aristóteles habitus phantasmatis, y en otra parte, figurationis; en oradores y jurisperitos, famosa joya adquirida y aumentada con la cultura, como Cicerón lo dijo, pero si el filósofo siente que magis memoria vigent, qui obtuso, hebetique ingenio sunt, claro está que no pudiendo esta adquirir, de oír representar, una comedia toda, ha de suplir sus defectos con sus versos, y que siendo de tan corto ingenio, ha de ser disparates lo añadido, porque no es posible que en tanta copia de figuras y diversidad de acciones pueda percibir a la letra más de lo que permite la brevedad del tiempo en que las oye, y que desde allí al que las escribe ha de pasar distancia. Y así llamó San Agustín a la memoria infida custos, y en su Ciudad de Dios: Qui enim debitet multo esse melius habere bonam mentem, quam memoriam quantumlibet ingentem? En sus Tusculanas la llamó Tulio rerun signatarum in mente vistigium; pero no para las mismas palabras, dicciones y versos, donde sería tan notable defecto saltar una sílaba, cuanto más una cadencia. Al Ilustrísimo Arzobispo de Toledo don Bernardo de Rojas, oí un sermón entre los dos coros, y se le envié el día siguiente escrito en verso, como anda impreso en mis Rimas sacras. Esto es posible, porque no se obliga la memoria a las mismas palabras, sino a las mismas sentencias, y es más fuerza del ingenio que suya, pero percibir rigurosamente una fábula toda, de solo oírla las veces que se representa, fuera cosa rara, mas no la habemos visto. Confieso que es una excelente potencia, que non modo philosophiam, sed omnis vitae usum, omnesque artes una maxime continet, y así lo estimo; pero con invención y mentira la desalabo.
Hombres ha habido de gran memoria. Plinio y Gelio escriben de Mitríades que sabía las lenguas de veintidós naciones sujetas a su imperio; dos mil nombres recitaba Séneca, y esto mismo hacía el ilustrísimo señor don Íñigo de Mendoza, catedrático en la Universidad de Alcalá, cuando yo estudiaba en ella. Scipión sabía los nombres de sus soldados, y en las divinas letras supo Esdras de memoria toda la ley y doctrina de los hebreos. Porcio Romanos escribía, y lo mismo estudiaba sin volverlo a leer, pero estos son hombres raros y excepciones de la regla general de Aristóteles, como es ejemplo el insigne jurisconsulto don Francisco de la Cueva y Silva; pero estos que en un acto de comedia ponen innumerables desatinos, ¿qué memoria tienen? Vuestra merced, pues, pondrá remedio, por buen principio de su protección, a este abuso, y recibirá en su amparo la primera comedia de este libro, que, puesto que es de pastores de la Arcadia, no carece de la imitación antigua, si bien el uso de España no admite las rústicas Bucólicas de Teócrito, antiguamente imitadas del famoso poeta Lope de Rueda. Esto entretanto que se le dirigen mayores obras y se celebra su clarísimo nombre, digno de eternos mármoles, aunque ningunos lo serán más que sus mismos escritos, donde la envidia está suspensa, y ella misma alaba lo que admira, que es la mayor victoria.
Capellán de vuestra merced, Lope de Vega Carpio.
La escena es en Arcadia.
BELISARDA
Hermosas luces del cielo
que influís en los mortales,
ya los bienes, ya los males,
ya las mudanzas del suelo;
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supuesto que vuestro celo
es seguir vuestro camino,
¿qué inclinación, qué destino
es este, con que mi amor
va conduciendo mi honor
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al último desatino?
¿A qué más puede llegar
la fuerza de un pensamiento,
que a no tener sentimiento
de morir y porfiar?
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La razón no halla lugar,
porque amor, amor no fuera
cuando a la razón le diera,
puesto que amar altamente
ya es razón; mas fácilmente
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no ama bien quien mal espera,
¿qué esperanza queda en mí
cuando a un tirano me dan,
y dividiéndome van
del primero bien que vi?
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De Anfriso dicen que fui
estos prados y estas fuentes,
cuyas flores y corrientes
son los testigos mayores
de mis presentes favores
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y de mis penas ausentes.
¡Ay, sitio ameno y florido!
¡Cuáles horas tuve en vos!
Tan grande amor de los dos,
¿se ha de trocar en olvido?
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¿Un bien, seis años, querido,
padre ingrato, dejar puedo?
¡Casarme yo!
ANARDA y BELISARDA.
ANARDA
No hayas miedo.
BELISARDA
¡Oh, qué bien me respondió!
Dentro.
ANARDA
No hayas miedo, porque yo
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a Dafne en rigor excedo.
Sale ANARDA.
BELISARDA
¿Eres tú la que dijiste:
“No hayas miedo?”
ANARDA
A una celosa
dije, Belisarda hermosa,
el “no hayas miedo” que oíste.
BELISARDA
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¡Qué estado de amor tan triste!
ANARDA
Pidiome que si me hablase
su pastor, no le escuchase,
y respondí: “No hayas miedo”.
BELISARDA
Si hacerte mi Apolo puedo,
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tu voz por respuesta pase.
¡Ay, Anarda! El padre mío
ha resuelto de casarme
con Salicio, y yo a quejarme
salí al prado de este río,
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y como en amar porfío
a Anfriso, “¡casarme yo!”
dije, y tu voz respondió
a este tiempo: “No hayas miedo”;
de que ya con menos quedo,
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tomando a mi intento el “no.”
ANARDA
Pues no hayas miedo que sea,
que, fuera de que es injusto
casarte contra tu gusto,
ya el cielo tu bien desea,
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pues en tus miedos emplea
mi voz para darte aviso.
¿Sabe estas nuevas Anfriso?
BELISARDA
Ya las debe de saber,
que en el alma desde ayer
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de mis sucesos le aviso.
ANARDA
No entiendo.
BELISARDA
Amor le estampó
del alma en el mismo centro,
y así, cuanto pasa dentro,
lo ve tan bien como yo.
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Cuando mi padre me habló,
Anfriso oyéndolo estaba,
que a los ojos se asomaba
para oír lo que decía,
por donde también salía
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cuando yo a veces lloraba,
porque en tan fuerte ocasión,
mis lágrimas de improviso
eran pedazos de Anfriso
que lloraba el corazón,
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que si en el verano son
hielos las aguas del cielo
cuando graniza, recelo
que no es en mi amor espanto
que del calor y del llanto
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se engendran almas de hielo.
ANARDA
Pésame de tu desdicha,
pero al fin, es cierta cosa
que no fueras tan hermosa
si tuvieras mejor dicha.
BELISARDA
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En una palabra dicha
toda mi desdicha, Anarda,
es que la muerte me aguarda
en los brazos de Salicio.
ANARDA
Bien dan tus ojos indicio
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de tu dolor, Belisarda.
Mas mira qué puede hacer
en tu servicio una amiga.
BELISARDA
Porque yo no se lo diga
(que sé que no he de poder),
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si le ves, hazme placer
de decirle que me casan.
ANARDA
El valle sus cabras pasan.
Yo le diré tu suceso.
BELISARDA
Dile cómo estoy sin seso,
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y que sus ojos me abrasan.
Vase.
ANARDA
Haced fiestas, pensamientos,
haced nuevas alegrías;
vanas esperanzas mías,
bajad, no andéis por los vientos;
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árboles, que siempre atentos
estuvisteis a mis penas;
aguas puras y serenas,
donde mirándome estoy,
oíd las nuevas que os doy,
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de nueva esperanza llenas.
A Belisarda ha casado
su padre, por cuyo efeto
saldrá de mi amor secreto
en público mi cuidado.
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De mi alma ha sido amado
Anfriso sin esperanza,
pero en aquesta mudanza
confío que ha de ser mío,
que en las del tiempo confío,
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que el tiempo todo lo alcanza.
Cuando este mi amor nació,
aquestos sauces nacían;
cuando ramas altas crían,
verdes esperanzas yo.
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Belisarda las perdió,
yo las hallé, ya son mías;
juntas son mis alegrías.
¡Oh, lo que los tiempos saben,
pues no hay cosa que no acaben
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las mudanzas de los días!
ANFRISO, SILVIO y ANARDA.
ANFRISO
Seguro estoy, Silvio amigo,
de que me pidas albricias.
SILVIO
Ni tú dármelas codicias,
ni yo las nuevas te digo,
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para que albricias me des
de que tu dueño se casa.
ANFRISO
Anarda el arroyo pasa.
SILVIO
Haranle cristal sus pies.
ANARDA