Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La celosa de sí misma es una de las mejores comedias de intriga escritas por Tirso de Molina. A partir de los celos, Tirso desarrolla uno de sus más interesantes personajes femeninos. El personaje con enorme capacidad imaginativa y cierta herencia del "curioso impertinente" se convierte en su propio rival por el amor de un galán que resulta ser, a la vez, deseado y rechazado. La celosa de sí misma fue escrita por Tirso de Molina hacia 1621, cuando regresaba a Madrid, su ciudad, tras una larga ausencia, y, para su sorpresa se encontró con una urbe modernizada y sobre todo con la magnífica Plaza Mayor, "construida como por ensalmo, durante su ausencia, de orden de Felipe III, por su arquitecto Gómez de Moya, discípulo de Juan de Herrera —herreriana es la fachada posterior de nuestra Catedral— en el brevísimo término de dos años…"
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 100
Veröffentlichungsjahr: 2010
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Tirso de Molina
La celosa de sí misma
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La celosa de sí misma.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@Linkgua-ediciones.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-506-7.
ISBN ebook: 978-84-9953-193-9.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 59
Jornada tercera 103
Libros a la carta 155
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria, en 1600, y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias y por entonces viajó por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
La celosa de sí misma fue escrita por Tirso de Molina hacia 1621, cuando regresaba a Madrid tras una larga ausencia y se encontró con una ciudad modernizada. Esta es una de sus mejores comedias de intriga. A partir de los celos, Tirso desarrolla uno de sus más interesantes caracteres femeninos. El personaje con rotunda capacidad imaginativa y cierta herencia del Curioso impertinente se convierte en su propio rival por el amor de un galán que es deseado y rechazado a la vez.
Doña Magdalena
Don Melchor
Doña Ángela
Don Alonso, viejo
Don Jerónimo
Don Sebastián
Don Luis
Ventura, lacayo
Quiñones, dueña
Santillana, escudero
Criados
(Salen don Melchor y Ventura, de camino.)
Melchor Bello lugar es Madrid.
¡Qué agradable confusión!
Ventura No lo era menos León.
Melchor ¿Cuándo?
Ventura En los tiempos del Cid.
Ya todo lo nuevo aplace
a toda España se lleva
tras sí.
Melchor Su buen gusto aprueba
quien de ella se satisface.
¡Bizarras casas!
Ventura Retozan
los ojos del más galán;
que en Madrid, sin ser Jordán,
las mas viejas se remozan.
Casa hay aquí, si se aliña
y el dinero la trabuca,
que anocheciendo caduca,
sale a la mañana niña.
Pícaro entra aquí mas roto
que tostador de castañas,
que fiado en las hazañas
del dinero, su piloto,
le muda la ropería
donde hijo pródigo vino
en un conde palatino,
tan presto que es tropelía.
Dama hay aquí, si reparas
en gracias del solimán,
a quien en un hora dan
sus salserillas diez caras.
Como se vive de prisa
no te has de espantar si vieres
metamorfosear mujeres,
casas y ropas.
Melchor A misa
vamos, y déjate de eso.
(Mirando al fondo.) ¡Brava calle!
Ventura Es la Mayor
donde se vende el amor
a varas, medida y peso.
Melchor Como yo nunca salí
de León, lugar tan corto,
quedo en este mar absorto.
Ventura ¿Mar dices? Llámale así;
que ese apellido le da
quien se atreve a navegalle,
y advierte que es esta calle
la canal de Bahamá.
Cada tienda es la Bermuda;
cada mercader inglés
pechelingue u holandés,
que a todo bajel desnuda.
Cada manto es un escollo.
Dios te libre de que encalle
la bolsa por esta calle.
Melchor Anda, necio.
Ventura Vienes pollo;
y temo, aunque más presumas,
que te pelen ocasiones;
que aun gallos con espolones
salen sin cresta ni plumas.
Melchor Si yo me vengo a casar
con sesenta mil ducados,
y soy pobre, ¿en qué cuidados
me ha de poner este mar?
¿Traigo yo muchos?
Ventura Doscientos,
si no ducados, escudos,
que de malicias desnudos,
ignoran encantamentos.
Librólos la corta hacienda
de señor, para tu costa,
y aquí correrán la posta
si no les tiras la rienda.
¿Piensas que sin ocasión
traen cordones los bolsillos?
Pues para poder regillos,
advierte que riendas son,
que tira el considerado,
temeroso de chocar;
porque no hay mayor azar
que un bolsillo desbocado.
Melchor Oigamos agora misa,
que es fiesta, y déjate de eso
pues no soy yo tan sin seso
como tú.
Ventura ¡Cáusasme risa!
¿Qué va que antes que a tu suegro
—llamo así al que lo ha de ser—
veas, tienes de caer
en la red de un manto negro?
Melchor Anda, que estás ya pesado.
¿Qué iglesia es ésta?
Ventura Se llama
La Vitoria, y toda dama
de silla, coche y estrado,
la cursa.
Melchor ¡Bravas personas
entran!
Ventura Todos son galanes,
espolines, gorgoranes,
y mazas de aquestas monas.
Melchor Vamos, que es tarde y deseo
ya conocer a mi esposa;
que dicen que es muy hermosa.
Ventura ¿Cuándo has visto tú oro feo?
Con seiscientos mil ducados
de dote, ¿qué Elena en Grecia,
y en Italia qué Lucrecia
se la compara?
Melchor Cuidados
diferentes han de darme
motivo de ser su esposo;
que aunque el dinero es hermoso,
yo no tengo de casarme,
si no fuere con belleza
y virtud. Esto es notorio.
Ventura Entra, que un fraile vitorio
allí el introíto empieza.
Melchor ¡Oh Madrid, hermoso abismo
de hermosura y de valor!
Ventura ¡Oh misa de cazador!
¿Quién te topara en guarismo?
(Vanse los dos. Salen don Jerónimo y don Sebastián.)
Jerónimo Vivimos en una casa,
y así está puesta en razón
nuestra comunicación.
Sebastián Como tan presto se pasa
el tiempo en Madrid, no da
lugar aun de conocerse
los vecinos, ni poderse
hablar.
Jerónimo Disculpado está
nuestro descuido; que aquí
En una casa tal vez
suelen vivir ocho y diez
vecinos, como yo vi,
y pasarse todo un año
sin hablarse, ni saber
unos de otros.
Sebastián Yo fui ayer
—escuchad un cuento extraño—
en busca de cierto amigo
aposentado en la plaza,
ésa que el aire embaraza,
de su soberbia testigo,
usurpando a su elemento
el lugar con edificios,
de esta Babilonia indicios,
pues hurtan la esfera al viento.
Pregunté en la tienda: «¿Aquí
vive don Juan de Bastida?».
Y dicen: «No vi en mi vida
tal hombre». Al cuarto subí
primero, y con una boda
vi una sala que, entre fiestas,
de hombres, y damas compuestas
estaba ocupada toda.
Pregunté por mi don Juan,
y díjome un gentilhombre:
«No hay ninguno de ese nombre
en cuantos en casa están.»
Llegué al segundo, trasunto
del llanto y de la tristeza,
y de una enlutada pieza
vi cargar con un difunto.
Al son de responso y llantos
que a dos viejas escuché,
por mi don Juan pregunté.
Respondióme uno entre tantos:
«No sé que tal hombre viva
en esta casa, señor.»
Subí, huyendo del dolor
funesto, al de mas arriba,
y hallé una mujer de parto,
dando gritos la parida,
y a don Juan de la Bastida
plácemes, que en aquel cuarto
había un año que vivía
con hijos y con mujer;
de modo que llegué a ver
en una casa, en un día,
bodas, entierros y partos,
llantos, risas, lutos, galas
en tres inmediatas salas,
y otros tres continuos cuartos,
sin que unos de otros supiesen,
ni dentro una habitación,
les diese esta confusión
lugar que se conociesen.
Jerónimo Está una pared aquí
de la otra más distante,
que Valladolid de Gante.
Sebastián Bien podéis decirlo así
pero ¿con qué pretensiones
venís a nuestro Babel?
Jerónimo No más que vivir en él,
y gozar sus ocasiones.
Tengo un padre perulero,
que de gobiernos cansado,
treguas ofrece al cuidado,
y empleos a su dinero.
Ciento y cincuenta mil pesos
trae aquí con que casar
una hija, en quien lograr
intereses y sucesos
que en Indias le hicieron rico.
La mitad me cabe de ellos.
Sebastián ¡Bello dinero!
Jerónimo Y más bellos
los gustos a que le aplico
que es de Madrid la hermosura.
Sebastián A todos tenéis acción.
Jerónimo Esperamos de León
un deudo con quien procura
casar mi padre a mi hermana,
que maridos cortesanos
son traviesos y livianos.
Sebastián Elección cuerda y anciana.
Jerónimo Y vos, ¿qué hacéis en la corte?
Sebastián Un hábito he pretendido,
que ya medio conseguido,
temo que el plazo me acorte,
por lo que me ha de pesar
el dejar esta grandeza;
que es común naturaleza
del mundo aqueste lugar.
Hele habitado tres años;
seis mil ducados de renta
como, tomándome cuenta
de toda amores y engaños.
Tengo también una hermana,
que por no hallarse sin mí,
ha un año que asiste aquí.
Jerónimo ¿Y es su patria?
Sebastián Sevillana,
y en belleza y discreción
Vénus del Andalucía.
Y a no ser hermana mía
y extraña en su presunción,
os la pudiera alabar
por Sol de la patria nuestra.
Jerónimo Basta ser hermana vuestra.
Sebastián Sí, pero es nunca acabar
si os cuento en lo que se estima.
De todos hace desprecio;
el mas Salomón es necio
si a pretenderla se anima;
Tersites el más galán,
Lázaro pobre el más Creso,
y el más noble, hombre sin seso.
No quiere venir de Adán,
porque dice que no pudo
progenitor suyo ser
quien delante su mujer
se atrevía a andar desnudo.
Jerónimo ¡Humor singular, por Dios,
y digno por su camino
de estima!
Sebastián Nuestro vecino
sois, y de una edad los dos.
Como nos comuniquemos,
daréis a la admiración,
como a la risa, ocasión
de celebrar sus extremos.
Jerónimo Yo y mi casa hemos de estar
desde hoy al servicio vuestro.
Sebastián Con la voluntad que os muestro,
me habéis siempre de mandar.
Pero ya de misa salen.
Pasad la lengua a los ojs,
si en hechiceros despojos
cuerdas resistencias valen
contra vitoriosas llamas.
Jerónimo Es esta iglesia una gloria
de belleza.
Sebastián Y la Vitoria
la parroquia de las damas.
(Vanse los dos. Salen don Melchor y Ventura.)
Melchor ¿No has oído misa tú?
Ventura ¿Soy yo turco? Siendo hoy fiesta,
¿Sin misa había de quedarme?
Melchor ¿Dónde la viste?
Ventura A la puerta
de esta devota capilla
de la Soledad, y en ella
a un fraile, que esgrimidor,
juntó el pomo a la contera.
¡En qué santiamén la dijo!
¡Oh, quién hacerle pudiera
secretario de la cifra,
o capellan de estafetas!
Entraste tú hasta las gradas,
al olor de la belleza
de damas, tus gomecillos,
que como ciego te llevan;
mas yo que huyo de apreturas,
quedéme a la popa de ellas,
que es rancho de los Guzmanes
en naves, coches e iglesias.
Melchor ¡Ay, Venturilla, cuál salgo!
Ventura Saldrás con el alma llena
de devoción de esta imágen,
que enternece su tristeza.
Es de las mas celebradas
de la corte.
Melchor ¡Ojalá fuera
divina mi devoción,
y la imágen causa de ella!
Devoto salgo, Ventura;
pero a lo humano. ¡Ay, qué bella
imagen vi! si es imagen
quien a sí se representa.
¡Ay si de la Soledad
esta hermosa imagen fuera,
y no de la compañía,
porque ninguna tuviera!
Ventura ¡Al primer tapón zurrapas!
¡Perdido a la primer treta!
¡En tierra al primero golpe,
y al primer lance babera!
¿Mas que has visto alguna cara
margenada de guedejas,
que el solimán albañil
hizo blanca siendo negra;
manto soplón, con mas puntas
que grada de recoletas,
de aquella castaña erizo,
y archeros de aquella alteza,
que al descuido cuidadosa,
al viento de la veleta,
o abanico, te enseñaba
por brújula la cabeza?
Sería peli-azabache
la prohijada cabellera,
puesta, como defensivo
encima de la mollera;
toca y valona azulada,
banda que el pecho atraviesa,
vueltas y guantes de achiote,
guantes de pita, y firmeza,
escapulario y basquiña
de peñasco, a la frailega,
chapín con vira de plata,
crugiendo a ropa de seda,
la camándula en la mano.
Melchor Ventura, palabras deja
aplicadas a tu humor,
y en esa mano te queda,
que es la que he visto no más.
Tausende von E-Books und Hörbücher
Ihre Zahl wächst ständig und Sie haben eine Fixpreisgarantie.
Sie haben über uns geschrieben: