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La devoción del rosario es un auto sacramental atribuido a Lope de Vega. Siguiendo la estela de este subgénero, se articula como un texto teatral de profunda raigambre católica y enseñanza moral, en este caso articulado al uso del rosario cristiano en la Península Ibérica.
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Seitenzahl: 84
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
La devoción del RosarioCopyright © 1996, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617801
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
(Sale PEDRO GERMÁN, monje, solo.)
PEDRO GERMÁN ¡Dios sin principio y sin fin,
cuyos soberanos pies
pisa el mayor serafín!
¡Dios uno y Personas tres,
que entender quiso Agustín,
y en el ejemplo del mar,
que el niño encerrar quería
en tan pequeño lugar,
vio que ninguno podía
tan gran piélago aplacar!
¡Dios, de quien sólo creer
es más justa reverencia
que no intentaros ver,
cuál impulso, qué violencia
aquí me pudo traer!
Señor, en mi celda estuve:
¿cómo me traéis aquí?
Mas... ¿qué prometida nube
de oro y sol se acerca así
que sobre mis hombros sube?
Como si en una linterna
su cuerpo el sol se encerrara,
le alumbra la luz interna
y la superficie clara,
bañada en su lumbre eterna;
juntos caminan los dos
al monte de vuestro cielo.
¿Qué es esto, divino Dios?
O es que Vos bajáis al suelo
o sube algún santo a Vos.
(Suspéndese el monje, y con música sube por una canal una figura de papa, con capa y tiara.)
¡Valgame el cielo!, podré
decir por este varón
que por las nubes se ve:
¿Quién es éste, que de Edón
sube, puesto que no fue
con vestidura vestida?
Sí, que es el alba ceñida,
y la capa y la tiara
vencen del sol la luz clara
por el oriente esparcida.
¿Quién serás, confesor santo,
con ese precioso manto,
tú que por corona tienes
tres esferas en las sienes
que tus canas honran tanto?
Tu luz apenas resisto;
más bien muestras, verde cedro,
ya sobre el Líbano visto,
que eres sucesor de Pedro,
aquel Vicario de Cristo.
(Tocan cajas destempladas; sale un CAPITÁN y cuatro soldados, que son VIVALDO, NICOLO, ALESIO y ANTONIO, con cruces en los pechos.)
CAPITÁN Ya no hay que hacer aquí; cubrid de luto
las cajas, las trompetas y las armas.
El general murió; cesó la guerra.
VIVALDO Desdicha general de Italia ha sido,
de España y Francia y las naciones todas
que del nombre católico se precian.
NICOLO Descanse el fiero turco, crezca el número
de mamelucos y de zapas fieros;
discurra el mar de Ebrón, ya con sus naves,
pues faltó ya quien le pusiese freno.
VIVALDO Ya el otomano, casa prodigiosa,
su nombre ensalce y su corona aumente.
ANTONIO Duerme en Constantinopla, turco fiero,
del acero católico seguro,
pues el nuevo Godofre parte al cielo.
PEDRO GERMÁN Soldados generosos, caballeros
ilustres, que mostráis en la cruz roja
serlo de Cristo, ¿dónde vais tan tristes?
¿Quién es el capitán que lloráis muerto?
CAPITÁN El muerto general que nos preguntas,
que, como en soledad estás, lo ignoras,
es el Sumo Pontífice, el gran Pío.
Pío segundo es muerto, y el primero,
que, después de las armas celestiales,
con las humanas quiso echar del mundo
el fiero turco, destrucción de Hungría,
llevósele la muerte; el pastor muerto,
las ovejas se esparcen.
PEDRO GERMÁN ¡Triste caso,
aunque para el bendito Padre alegre,
pues ya sus obras y deseo santo
el ciclo premia con laurel eterno!
VIVALDO Bendícenos y ruega por nosotros.
PEDRO GERMÁN El cielo os dé su bendición.
(Vase.)
CAPITÁN Vivaldo,
aquí no hay más que hacer, que ya de Ancona
quieren sacar el cuerpo.
VIVALDO Yo querría
acompañarle.
CAPITÁN Vamos.
ALESIO Pues concede
tantas gracias el cielo a quien a Roma
llegare con el cuerpo, ¿qué soldado
dejará de ganarlas? ¡Cuerpo santo,
a vuestro lado iré deshecho en llanto!
(Vanse; quedan solos ANTONIO y NICOLO.)
NICOLO ¿De qué tan suspenso estás,
Antonio, en esta ocasión?
ANTONIO De que mi buena intención
llegó hasta serlo, y no más.
Mi estudio dejado había
por las armas de la fe,
que en naciendo profesé,
que es ciencia que a Dios me guía.
El Pontífice supremo,
como sabes, me había dado
de esta facultad el grado,
para el alma honor extremo.
Porque de esta borla roja,
cruz santa que traigo al pecho,
fue de aquel gran sabio hecho
que los infiernos despoja.
Llegamos todos a Ancona,
muere el santo general,
que en mejor carro triunfal
divino laurel corona,
y vuelvo con tal tristeza
de ver que me he de quitar
la cruz sin pasar el mar
que con tanta fortaleza
mártir pensaba yo ser
a manos del turco fiero,
que temo como primero
a mi estudio no volver.
Porque si otra vez el mundo
me vuelve a su confusión,
¿qué más cierta perdición
que entrar en su mar profundo?
NICOLO Todos habemos venido
a ser de Cristo soldados,
por ver, de tantos llamados,
quién llega a ser escogido;
pero pues la santa empresa
que hacía contra el impío
turco el Pontífice Pío
aquí con su muerte cesa
y no hay príncipe cristiano
que la quiera proseguir,
con su cuerpo quiero ir
ansí, Antonio, porque gano
tan grandes indulgencias
como por tener que hacer
en Roma.
ANTONIO No puede ser,
por algunas diferencias
que traigo conmigo en mí
en materia de mi Estado,
acompañarte, que he dado
en lo que nunca creí.
Vete, Nicolo, en buen hora.
NICOLO Prospere tu vida el cielo,
(Vase.)
ANTONIO ¡Adiós, peligros del suelo,
bien que el cielo vulgo adora!
¡Adiós, locas pretensiones!
¡Adiós, esperanzas vanas,
pues no os desengañan canas
ni os obligan sinrazones!
¡Adiós, servir y no ver
para siempre el galardón!
¡Adiós, hermosa opinión,
vanaglorioso placer!
¡Adiós, amistad fingida!
¡Adiós, verdad despreciada,
que quiero en breve jornada
poner en salvo mi vida!
Servir a Dios es seguro;
todo lo demás, dudoso.
(Sale COSME, camarada de ANTONIO, soldado roto con cruz al pecho.)
COSME ¡Adiós, celada! ¡Adiós, coso!
¡Adiós, berberisco moro!
¡Adiós, morillos, pues ya
Murió Pío y yo quedé
de defensor de la fe.
ANTONIO ¡Cosme!
COSME Cóseme tú a mí,
que tú harto cosido estás.
¡Ah, guerra de Satanás,
medrado vuelvo de ti!
De donde pensé sacar
fama eterna y un tesoro,
dándome el alarbe moro
ocasión de pelear,
Pío, por estarse holgando,
allá en el ciclo se fue
a descansar; yo quedé,
pollo aterido, piando.
ANTONIO Cosme, criado y amigo
de aqueste Antonio, que ya
huyendo del mundo va
como de un grande enemigo.
Pues ya la santa jornada
que hacía el segundo Pío
contra el turco poderío
para que dio la cruzada,
cuya divina señal
nuestros pechos ilustraba,
se acabó por lo que acaba
todo aquello que es mortal,
yo no pienso dar la vuelta
a la patria sin vencer
otro enemigo.
COSME Si el ver
que tu voluntad resuelta
quiere la guerra seguir
no me pone inclinación,
¿bajos mis intentos son?
¿No te merezco servir?
¿Tan mal camarada he sido?
¿No te he dado en las posadas
las gallinas encerradas,
el cabritillo escondido?
¿Qué Pollo se me escapó,
como yo de ojo le viese,
que a tu plato no trujese?
¿Quién te sirvió, como yo?
Y como tú te inclinaras,
¿quedar hermosa doncella
que no durmieras con ella?
ANTONIO Calla, Cosme. ¿No reparas
que de aquesas sinrazones,
hechas contra voluntad,
de sus sueños se ha de dar
cuenta? En confusión me pones.
COSME ¿Ya predicas? ¡Pesía a tal!
Vamos y el pesar destierra.
ANTONIO No, Cosme; no es esta guerra
la que tú piensas.
COSME Pues ¿cuál?
ANTONIO Es contra el mundo.
COSME Que sea
contra mil mundos.
ANTONIO Tu celo
conozco; pero es el cielo
por lo que aquí se pelea.
COSME ¿El cielo?
ANTONIO Sí, que dél son
el mundo, carne y demonio
contrarios.
COSME Sospecho, Antonio,
que tratas de religión.
Mas dime claro tu intento.
Tu hechura soy, ¿qué reparas?
ANTONIO Pues el tuyo me declaras,
escucha mi pensamiento.
El ilustre y noble Cosme
de Médicis, que a Florencia
dio el más rico ciudadano
que las historias celebran;
aquel de quien pronostican
todos los hombres de letras
que dél han de suceder
pontífices a la Iglesia,
reyes en Francia y España;
aquel que en virtud y hacienda
sobrepujó a cuantos hombres
sin título el mundo cuenta;
aquel que cuando murió
Pedro, que su hacienda hereda,
mirando la que tenía,
halló en sus libros de cuenta
que ningún hombre, alto o bajo,
de cuantos hay en Florencia
le dejaba de deber
dineros, que fue grandeza
que de ninguno se escribe;
entre muchas excelencias,
tuvo la mayor de todas,
que fue conocer la deuda
en que estaba a Dios, y así
propuso satisfacerla,
porque solía decir,
lleno de risa y modestia:
«Aunque más a Dios le pago,
cuando a las cuentas se llega,
hallo que siempre me alcanza,
siempre quiere que le deba.»
En los montes Pesulanos,
por ser tan propias las peñas
de aquel santo que solía
buscar el cielo por ellas,
aquel jerónimo insigne
que, por ser tan dura puerta
del alma el pecho de un hombre,
llamó en él con una piedra,
edificó un monesterio,
y no lejos dél y entre ellas
otro que llama abadía,
cuyo dueño el nombre muestra
al seráfico Francisco,
hombre que desde la tierra
por cinco escalas de sangre
se le entró a Dios por las venas.
Otro edificó notable,
pero dentro de Florencia;
uno a Santa Berdiana,
y al santo mártir de guerra
que hasta los huesos asados
sirvió de Cristo a la mesa,
hizo un templo suntuoso;
y sin éste, en cuatro iglesias,
las capillas y retablos,
y a todas dio tantas rentas,