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La discordia de los casados es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo en torno a una noble princesa huérfana que debe atenerse a los deseos de su padre y desposar a un hombre de quien no está enamorada para asegurar la defensa de su reino.
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Seitenzahl: 87
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
La discordia en los casadosCopyright © 1611, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617818
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Salen ALBERTO y LEONIDO
ALBERTO: Casaráse la Duquesa,
Leonido, como es razón,
que pese o no pese a Otón.
LEONIDO: Todos dicen que le pesa,
y está a impedirlo dispuesto.
ALBERTO: ¿De qué le puede pesar
a un hombre particular
desinteresado en esto?
LEONIDO: El se debe de entender.
ALBERTO: Pues entenderáse mal;
porque si ha de ser su igual,
el rey de Frisia ha de ser.
Esto conviene a su Estado
y a nosotros un señor
de real sangre y valor,
y tan gallardo soldado,
que no ha de salir Otón
con desatinos tan grandes,
si Alemania, Francia y Flandes
ayudan su pretensión.
LEONIDO: No pienso yo que camina
por darla a otro rey, pues creo
que a diferente deseo
los pensamientos inclina.
Y es tan feo y desigual,
que a decirle no me atrevo.
ALBERTO: La ambición, Leonido, es cebo
dulce, engañoso y mortal.
¿Qué quiere en Cleves Otón?
LEONIDO: Ser duque.
ALBERTO: Ni aun lo imagines.
LEONIDO: Pues, ¿a qué blancos o fines
mirará su pretensión,
si tiene un hijo mancebo,
de la Duquesa galán?
ALBERTO: Si ellos de concierto están,
yo cumpliré lo que debo
al duque muerto y a mí
con aventurar la vida.
Salen la Duquesa ELENA y OTAVIA, dama
ELENA: De vuestro engaño advertida
al desengaño salí.
¿Qué modo de hablar es ése,
Leonido, en mis propios ojos?
LEONIDO: Tu daño y nuestros enojos,
de que es razón que nos pese.
¿Al rey de Frisia es razón
que se anteponga un vasallo
y que después de llamallo
su venida impida Otón?
¿Qué respuesta se ha de dar
a un rey soldado y mancebo?
ELENA: Para mí, Leonido, es nuevo
que Otón me quiera casar.
Y si más lejos lo mira
como en Francia, juzga mal.
LEONIDO: Sujeto más desigual
murmuran; pero es mentira
y odio que tienen a Otón
de verle tan poderoso,
que él es hombre generoso
y envidias civiles son.
Tú eres prudente y altiva;
tu padre es muerto; esta tierra
teme ocasiones de guerra,
que en dueño vasallo estriba.
Admite al rey, y harás cosa
digna de tu nombre claro;
que debajo de su amparo
quedas segura y dichosa.
Vuelve los ojos a ver
cuántos daños al honor
nacieron de un loco amor
y un gobierno de mujer.
Yo he dicho más que pensaba:
a mi lealtad lo perdona.
La condición, la persona
del rey todo el mundo alaba.
Él está cerca: yo voy,
señora, a besar su mano.
Vase
ALBERTO: Ya parece intento vano,
si en el mismo engaño estoy,
despedir, duquesa, un rey.
Tus grandes, con justo acuerdo
de un voto prudente y cuerdo,
siguiendo la antigua ley,
guardada por la memoria
de tiempo inmortal en Cleves,
a quien dar crédito debes
para conservar la gloria
de tus heroicos pasados,
un rey te dan por marido.
Si algún vasallo atrevido
quiere alterar tus estados
con desigual ambición,
no me tendrás de tu parte
mientras Amor no te aparte
de los consejos de Otón.
Al rey de Frisia te han dado
por marido; ése obedezco
por señor, y así le ofrezco
mi espada, deudos y Estado.
Esto es seguir lo que es justo.
Yo voy a besar su mano.
Vase
ELENA: ¿Qué es esto?
OTAVIA: Que algún villano
quiere intentar tu disgusto,
pensando en esta ocasión
descomponer tu quietud.
ELENA: Creo lo de la virtud
y de la lealtad de Otón;
mas cuanto mi casamiento
se va dilatando, Otavia,
tanto el vulgo necio agravia
su honor y mi pensamiento.
Muriendo el duque me dijo
que por padre me dejaba
a Otón.
OTAVIA: ¡Bien seguro estaba
de la ambición de su hijo!
Pero suspende, señora,
la plática.
ELENA: ¿Viene?
Salen OTÓN y PINABELO, su hijo. Los dos hablan aparte
OTAVIA: Sí.
OTÓN: Otavia sola está aquí.
PINABELO: Bien puedes hablarla agora.
OTÓN: Las nuevas te vengo a dar
de que el rey viene y se acerca.
ELENA: ¿Qué dicen de verle cerca?
OTÓN: Que tú le has hecho llamar.
ELENA: No te pregunto si yo
le he llamado, pues si él viene
alguna licencia tiene,
y quien pudo se la dió.
Lo que se dice pregunto
de venir el rey aquí.
OTÓN: Que viene a casarse.
ELENA: ¿Ansí?
OTÓN: Y yo lo sé en este punto,
de que formo justo agravio,
pues sin Otón no es razón
que te hayas casado.
ELENA: Otón,
tú eres hombre viejo y sabio:
ya conoces las mujeres.
Con serlo, es opinión mía
que la más cuerda en un día
tiene diez mil pareceres.
A mí, con esta disculpa
no tienes de qué culparme.
OTÓN: Debo, Señora, quejarme,
si ya el quejarme no es culpa,
del agravio que me has hecho.
ELENA: No estoy yo casada, Otón,
sino puesta en la ocasión.
OTÓN: Agora me has satisfecho.
No diré yo que has negado.
ELENA: ¿Qué sacas de esta razón?
OTÓN: Que mujer y en la ocasión,
haz cuenta que te has casado.
¡Y cuán mejor te estuviera
casarte en tu tierra!
ELENA: ¿Aquí?
Pues, ¿quién se igualara a mí
ni a decirlo se atreviera?
OTÓN: ¿Quién? Yo, que tu sangre soy.
ELENA: Es de muy lejos.
OTÓN: No es,
y más si el espejo ves
en que imitándome estoy.
¿No pudiera Pinabelo,
mi hijo, ser tu marido?
¿No es, como el rey, bien nacido
y en quien deposita el cielo
las virtudes que se ven?
¿No era mejor que un extraño
que, por interés y engaño,
te escribe y te quiere bien?
¿No era mejor que tuvieras
un esclavo, y no marido?
ELENA: Calla, Otón, que vas perdido;
ni pienso que hablas de veras.
El dueño que he de tener
no ha de ser menos que yo,
que nunca se sujetó
a su inferior la mujer.
No quiero esclavo rendido,
como a tu hijo has pintado,
sino a quien pueda mi estado
llamar señor; yo, marido.
Si bien se ha de gobernar
la mujer ha de tener,
no quien sepa obedecer,
sino quien sepa mandar.
Si con dueños de valor
somos terribles, quien tiene
dueño que a mandarle viene
¿cómo guardará su honor?
La cabeza es el marido;
subir a lugar tan alto
los pies era dar un salto
muy loco y desvanecido.
Mi cabeza más grandeza
requiere, y pies no me des,
porque nunca de los pies
se hizo buena cabeza.
Vanse ELENA y OTAVIA
OTÓN: ¿Qué te parece?
PINABELO: Que ha sido
justo que así te haya hablado,
que este desprecio ha causado
la sombra de su marido.
En virtud de que ya viene
porque tú te descuidaste
a la humildad que mostraste
este atrevimiento tiene.
¿Acuerdas cuando casada
con el rey de Frisia está
y que por la posta ya
anticipa su embajada,
y te admiras que se atreva
al respeto de tus canas?
OTÓN: De mis esperanzas vanas
no quise intentar la prueba.
Tarde hablé ya; mejor fuera,
Pinabelo, haber callado.
Un pecho determinado
¿qué respetos considera?
Envidias nuestras han sido
las que han tratado en sujeto
que tenga tan breve efeto
el dar a Elena marido.
Pero venga en tan mal punto
como yo se lo deseo,
que de mi venganza creo
que todo le viene junto.
O me ha de costar la vida
o no han de vivir en paz.
PINABELO: No hay cosa más pertinaz
que una esperanza perdida.
¿De qué sirve que sustentes
lo que no puede durar?
OTÓN: Los dos se podrán casar...
PINABELO: Pues, ¿qué te queda que intentes?
OTÓN: Eso déjamelo a mí,
que si un año se gozaren,
ni a la sucesión llegaren
que pensé tener de ti,
yo quedaré sin honor
y sin vida quedaré.
Vase
PINABELO: Y yo, entre tanto, ¿qué haré,
lleno de envidia y de amor?
Que aunque mi padre prometa
la venganza que procura,
¿qué importa a mi desventura
si la duquesa le aceta?
Que llegue la ejecución
es lo que debo sentir,
que no he menester vivir
si toma el rey posesión.
El estorbar que se casen
es lo que me causa pena;
que, una vez robada Elena,
mas que mil Troyas se abrasen.
Salen el REY de Frisia y AURELIO, ROSELO y ENRICO, caballeros galanes, de plumas y bandas, botas y espuelas
REY: ¡Bravas postas!
AURELIO: No has corrido
mejores caballos.
REY: Creo
que he venido en mi deseo,
con tanta furia he venido.
Aquí es forzoso parar,
aunque mi deseo no,
porque adelante pasó
luego que me vió llegar.
ROSELO: No porque faltan caballos
paramos en esta aldea,
mas porque más dulce sea
tu presencia a tus vasallos.
Que es bien que sepan que vienes,
porque el esperar el bien
suele aumentarle también.
REY: Ni amor ni cuidado tienes,
¡pesi a tal!, Roselo amigo:
¿qué rienda, aunque sea de honor,
cuando va corriendo Amor
tendrá su furia?
ROSELO: No digo
que dilates la jornada;
pero que sepan que llegas.
No digan, señor, que ruegas.
REY: Amor no repara en nada.
A Elena vi, disfrazado,
con aquel luto que hacía
sombra al más hermoso día,
eclipse al sol más dorado.
Si la muerte da tal fruto
entonces tuve por cierto
que fuera bien ser el muerto
por ser causa de aquel luto.
Aunque luego me resiste
de perderla con morir,
el ver que es mejor vivir
por gozar de quien le viste.
¿No has visto el sol, que la cara
por algún nublado asoma,
que lo negro el torno toma
claridad de su luz clara?
¿No has visto una imagen bella
que el ébano en la moldura
hace mayor su blancura
y que resplandece en ella?
¿No has visto un diamante fino
que en el oro brilla y salta
cuando de negro se esmalta
con su resplandor divino?
¿No has visto luna menguante
salir tarde a esclarecer
la noche, o irse a poner,
Venus hermosa, al Levante?
¿No has visto perla oriental
en negro abalorio puesta
o en lazos de saya honesta
puntas de blanco cristal?
Pues tal la duquesa hermosa
con el luto parecía:
imagen, diamante, día,