La Dorotea - Lope de Vega - E-Book

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Лопе де Вега

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Beschreibung

Publicada en 1632, "La Dorotea" es la gran obra, de raíz autobiográfica, del dramaturgo español Lope de Vega.

"La Dorotea" es una tragicomedia en cinco actos centrada en la pareja formada por Dorotea ( Elena Osorio) y un estudiante de escasos recursos, Fernando ( el propio Lope). Su apasionado amor peligra a causa de la madre de la primera, Teodora, que desea el matrimonio de Dorotea con el rico indiano Don Bela tras la mediación de una alcahueta llamada Gerarda.

En "La Dorotea" un Lope septuagenario rememora sus amores casi adolescentes con Elena Osorio siguiendo la estructura de "La Celestina" en un claro homenaje a Fernando de Rojas. Los escandalosos amores de Elena Ososrio terminaron en un proceso y una sentencia de destierro.

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Lope de Vega

La Dorotea

Tabla de contenidos

LA DOROTEA

PRELIMINARES

LAS PERSONAS QUE SE INTRODUCEN

ACTO PRIMERO

ACTO SEGUNDO

ACTO TERCERO

ACTO CUARTO

ACTO QUINTO

LA DOROTEA

Lope de Vega

PRELIMINARES

SUMA DE PRIVILEGIO

Tiene privilegio por diez años Frey Lope de Vega Carpio para imprimir este libro, intitulado «La Dorotea», sin que otro ninguno le pueda imprimir ni vender sin su licencia en el dicho tiempo, con las penas en él contenidas: firmado de su Majestad y refrendado por don Fernando de Vallejo, su secretario.

Fecha en Madrid a 14 de setiembre de 1632.

SUMA DE TASA

Está tasado este libro por los señores del Real Consejo, a cuatro maravedís y medio cada pliego; tiene treinta y cinco pliegos y medio, que al dicho precio monta cuatro reales y veinte y cuatro maravedís.

Dada en Madrid a 14 de setiembre de 1632.

FE DE ERRATAS

Mager aunque, quita aunque, fol. 39.

De su, di de tu, 52.

Ha hecho, di has hecho, 141.

Amenaceis, di amaneceis, 160.

Defensadara, di desenfadara, 226.

La de mis ojos, di la que de mis ojos, 275.

Carros, di Arcos, 249.

Delectione, di delectatione, fol. último.

Este libro, intitulado «La Dorotea», con estas erratas, está bien y fielmente impreso conforme su original.

Madrid y setiembre 7 de 1632.

El Licenciado Murcia de la Llama.

AL ILUSTRÍSIMO Y EXCELENTÍSIMO SEÑOR DON

GASPAR ALFONSO PÉREZ DE GUZMÁN EL BUENO,

CONDE DE NIEBLA

Escribí «La Dorotea» en mis primeros años, y habiendo trocado los estudios por las armas debajo de las banderas del excelentísimo señor duque de Medina Sidonia, abuelo de V. excelencia, se perdió en mi ausencia, como sucede a muchas; pero restituida o despreciada (que así lo suelen ser después de haber gastado lo florido de la edad) corregí de la lozanía con que se había criado en la tierna mía, y consultando mi amor y mi obligación la vuelvo a la ilustrísima casa de los Guzmanes, por quien la perdí entonces: donde si viniera de buen semblante, será en ella alguno de los armiños de sus generosas armas; y si vieja y fea, la opuesta sierpe a la insigne daga del coronado blasón de su glorioso timbre. V. excelencia tiene el nombre de Bueno por naturaleza y sucesión de tantos príncipes que lo fueron: con esto sólo lisonjeo su grandeza, pues es título que se traslada del mismo Dios, que guarde a V. excelencia muchos años.

Frey López Félix de Vega Carpio.

AL TEATRO DE DON FRANCISCO LÓPEZ DE AGUILAR

Como nuestra alma en el canto y música con tan suave afecto se deleita que algunos la llamaron armonía, inventaron los antiguos poetas el modo de los metros y los pies para los números, a efeto de que con más dulzura pudiesen inclinar a la virtud y buenas costumbres los ánimos de los hombres; de que se colige cuán agreste y bárbaro es quien este arte —que todos los incluye— desestima, respetado de los antiguos teólogos, que con él alabaron y engrandecieron —aunque engañados— sus fingidos dioses, hasta los nuestros, con sagrados himnos el verdadero y sólo. Pero puede asimismo el poeta usar de su argumento sin verso, discurriendo por algunas decentes semejanzas; porque esta manera de pies y números son en el arte poética como la hermosura en la juventud y las galas en la disposición de los cuerpos bien proporcionados, que el ornamento de la armonía está allí como accidente y no como real sustancia.

De suerte que si alguno pensase que consistía en los números y consonancias, negaría que fuese ciencia la poesía. La Dorotea de Lope lo es, aunque escrita en prosa, porque siendo tan cierta imitación de la verdad, le pareció que no lo sería hablando las personas en verso como las demás que ha escrito; si bien ha puesto algunos que ellas refieren, porque descanse quien leyere en ellos de la continuación de la prosa, y porque no le falte a La Dorotea la variedad, con el deseo de que salga hermosa, aunque esto pocas veces se vea en las griegas, latinas y toscanas.

Consiguió, a mi juicio, su intento, aventajando a muchas de las antiguas y modernas —sea dicho con paz de los apasionados de sus autores—, como lo podrá ver quien la leyere; que el papel es más libre teatro que aquel donde tiene licencia el vulgo de graduar, la amistad de aplaudir y la envidia de morder. Pareceránle vivos los afectos de dos amantes, la codicia y trazas de una tercera, la hipocresía de una madre interesable, la pretensión de un rico, la fuerza del oro, el estilo de los criados; y para el justo ejemplo, la fatiga de todos en la diversidad de sus pensamientos, porque conozcan los que aman con el apetito y no con la razón, qué fin tiene la vanidad de sus deleites y la vilísima ocupación de sus engaños.

Lo que resulta dellos dijeron lepidísimamente Plauto en su Mercader y Terencio en el Eunuco; porque cuantos escriben de amor enseñan cómo se ha de huir, no cómo se ha de imitar; porque este género de voluntad —como Bernardo siente— ni tiene modo, ni modestia, ni consejo.

Si algún defeto hubiere en el arte —por ofrecerse precisamente la distancia del tiempo de una ausencia— sea la disculpa la verdad; que más quiso el poeta seguirla que estrecharse a las impertinentes leyes de la fábula. Porque el asunto fue historia, y aun pienso que la causa de haberse con tanta propiedad escrito; yo lo he sido de que salga a luz, aficionado al argumento y al estilo. Al que le pareciere que me engaño, tome la pluma; y lo que había de gastar en reprehender, ocupe en enseñar que sabe hacer otra imitación más perfeta, otra verdad afeitada de más donaires y colores retóricas, la erudición más ajustada a su lugar, lo festivo más plausible y lo sentencioso más grave; con tantas partes de filosofía natural y moral que admira cómo haya podido tratarlas con tanta claridad en tal sujeto.

Si reparare alguno en las personas que se tocan de paso, sepa que los del tiempo en que se escribió eran aquéllos, y los trajes con tanta diferencia de los de agora que, hasta en mudar la lengua, es otra nación la nuestra de lo que solía ser la española. Aquello se usaba entonces y esto agora, que así lo dijo Horacio, con haber nacido dos años antes que fuese la conjuración de Catilina; y más antiguas son las comedias de Aristófanes, Terencio y Plauto, y se leen con lo que usaban entonces Grecia y Roma; y entre las nuestras, más cerca de nuestros tiempos, la Celestina castellana y la Eufrosina portuguesa. Demás que en la Dorotea no se ven las personas vestidas, sino las acciones imitadas.

También ha obligado a Lope a dar a la luz pública esta fábula el ver la libertad con que los libreros de Sevilla, Cádiz y otros lugares del Andalucía, con la capa de que se imprimen en Zaragoza y Barcelona, y poniendo los nombre de aquellos impresores, sacan diversos tomos en el suyo, poniendo en ellos comedias de hombres ignorantes que él jamás vio ni imaginó, que es harta lástima y poca conciencia quitarle la opinión con desatinos. Y así suplica a los ingenios bien nacidos y bien hablados en cuyas lenguas vive la alabanza y cuya pluma jamás se vio manchada del vituperio, que no crean a estos hombres a quien la codicia obliga a tanta insolencia, y sólo lean a Dorotea por suya, sin reparar asimismo en aquellos ignorantes que trasladan sátiras de sus costumbres, no perdonando edades, noblezas, religiones, honras ni lugares altos; hombres que no saben de los libros más de los títulos, y que al fin los dejan como cosa que compraron para engañar y la venden porque no la han menester, aborrecidos del mundo, la escoria dél, la envidia de la virtud, émulos carcomidos de la gloria de los estudios ajenos, a quien compara San Agustín a las lagunas en cuyo cieno se crían serpientes y animales inmundos, de quien ya queda esperando que entretenga la risa de los príncipes soberanos con las lágrimas de la honra, aunque no es posible que sus divinos entendimientos crean (en agravio de los estudios de la virtud) la bárbara lengua y pluma de la ignorante envidia, fiera a quien doran los dientes las heridas de la gloriosa fama cuando piensan que los tiñen en la inocente sangre.

DON FRANCISCO DE QUEVEDO VILLEGAS,

CABALLERO DEL HÁBITO DE SANTIAGO,

SEÑOR DE LA TORRE DE JUAN ABAD,

EN EL PRÓLOGO DE LA COMEDIA EUFROSINA

Con grande gloria de la virtud y buen ejemplo, se han escrito en España, con nombre de comedias (fuera de las fábulas), historias y vidas que a la virtud y al valor enseñan y mueven con más fuerza que otra alguna cosa, como se ve con admiración en las de Lope de Vega Carpio, tan dignas de alabanza en el estilo y dulzura, afectos y sentencia como de espanto en el número, demasiado para un siglo de ingenios, cuanto más para uno solo a quien en esto siguen dichosamente muchos que hoy escriben. Etc.

EL MAESTRO JOSÉ DE VALDIVIELSO,

CAPELLÁN DEL SERENÍSIMO CARDENAL INFANTE

Atentamente he visto La Dorotea de Frey Lope de Vega Carpio, del hábito de San Juan, por mandado y comisión de V. A. No tiene cosa opuesta a nuestra sagrada fe y a la honestidad y decoro de las costumbres. De su artificio y estilo, que ejemplar enseña y dulce entretiene, no me atrevo a exagerar mi sentimiento; porque los censores de los libros tienen ya quien lo sea de sus censuras, en ofensa grande de la confianza que V. A. hace de sus estudios.

Y así diré solamente que tiene La Dorotea hermosura y entendimiento para salir a luz, siendo V. Alteza servido: que éste es mi parecer.

En Madrid a 6 de mayo de 1632.

El Maestro Joseph de Valdivielso.

DE DON FRANCISCO LÓPEZ DE AGUILAR

Vi, por mandármelo el señor don Juan de Velasco y Acevedo, electo prior de Ronces Valles y vicario general de Madrid, La Dorotea, de Frey Lope de Vega Carpio, del hábito de San Juan y príncipe de los poetas castellanos; y hallé en ella estilo elegante y puro y tal que se puede decir justísimamente lo que en otra ocasión escribió un sabio por él:

Vsque adeo vt Plauti non sit cultiue Menandri

Carpiaco eloquio pulchris eloquium.

Gusté de sabrosísimos y agudos donaires, cuadrándole muy bien lo que por él cantó contra un infausto gramático:

Quid dignum ferula tua notaste

In Vega nitido elegantiarum

Parente omnium et omnium leporum,

Omnium quoque calculis perito?

Noté, finalmente, no común erudición en las materias y ciencias, que toca con grande y clara noticia dellas, mereciendo en todo rigor de justicia el grande, aunque breve, elogio deste verso:

Scientiarum Vega Carpius Phoenix.

Lo que no hallé en todo el contexto fue cosa que se oponga a la piedad y doctrina católica ni publique guerra a las buenas costumbres, antes en prosa grave y versos dulces y pulidos todo lo referido. Puédesele dar la licencia que merece y suplica.

En Madrid, 6 de mayo de 1632.

LAS PERSONAS QUE SE INTRODUCEN

DOROTEA, dama.

TEODORA, su madre.

GERARDA, su amiga.

D. FERNANDO, caballero.

JULIO, su ayo.

CELIA, criada de Dorotea.

FELIPA, hija de Gerarda.

CESAR, astrólogo.

LUDOVICO, su amigo, y de D. Fernando

D. BELA, indiano.

LAURENCIO, criado suyo.

MARFISA, dama.

CLARA, criada.

LA FAMA.

CORO DE AMOR.

CORO DE INTERÉS.

ACTO PRIMERO

Escena I

Teodora.-Gerarda

GER.- El amor y la obligación no sólo me mandan, pero porfiadamente me fuerzan, amiga Teodora, a que os diga mi sentimiento.

TEO.- ¿En qué materia, Gerarda?

GER.- De Dorotea, vuestra hija.

TEO.- No es tanto que ella yerre como que vos lo advirtáis.

GER.- Como eso puede nuestra amistad antigua y el amor que la tengo.

TEO.- Bien se conoce del afecto con que desde el principio de nuestra plática me la habéis encarecido.

GER.- La mayor desdicha de los hijos es tener padres olvidados de su obligación, o por el grande amor que los tienen, o por el poco cuidado con que los crían.

TEO.- ¿Puédese negar a la naturaleza el amor de la sangre, ni el de la crianza a sus gracias, desde la lengua balbuciente hasta el discurso de la razón?

GER.- Puede, cuando el castigo importa.

TEO.- En la parte de la naturaleza, sería quebrar un hombre su espejo porque le retrata, pues el inocente cristal lo que le dan eso vuelve; y en la de la crianza, lo que sucede a los animales y aves, que se crían todo el año para matarlos un día.

GER.- Si el hijo retrata al padre en las costumbres, perdónele porque le parece. Si no, bien puede quebrar el espejo, pues que no le retrata; que cuando vos érades moza, lo mismo hacíades con el cristal que no os hacía buena cara.

TEO.- Eso de cuando érades moza, pudiérades haber excusado, que ahora también lo soy.

GER.- Desconfío de persuadiros a lo que vengo, porque si vos os dais a entender que sois moza, mejor perdonaréis a vuestra hija sus defetos; que ningún juez sentencia animosamente si es culpado en el mismo delito, y en vuestra edad sería poca prudencia acercarse a morir y comenzar a vivir.

TEO.- ¿Tanta edad os parece que tengo?

GER.- En buena fe, que es punto el de vuestros años, que cualquiera jugador le quisiera más que la mejor primera.

TEO.- La tema deste mundo más general es quitarse años a sí y ponerlos a los otros; y es necedad inútil, porque lo mismo piensa a un tiempo el que se los pone al otro, y cada uno se los quita.

GER.- Pues yo ¿qué me quito?

TEO.- Gerarda, Gerarda, si vos queréis haceros odiosa y que huyan de vos vuestras amigas, no hallaréis mejor invención que andar calificando las edades; porque no hay secreto que más se sienta descubrir que el de los años, y ya sé que hay personas tan curiosas desta impertinencia, que por su gusto buscan los libros del bautismo de los otros y encubren con invención la parroquia donde se bautizaron. Yo tengo, gracias a Dios, todos mis dientes cabales, que si no son tres, no me falta ninguno.

GER.- Galana es mi comadre, si no tuviera aquel Dios os salve.

TEO.- Mi brío suple cualquier defecto.

GER.- La casa quemada, acudir con el agua.

TEO.- Yo sé que envidian mis amigas la tez de mi rostro.

GER.- Como esas necedades hará la envidia.

TEO.- Que como nunca me afeité no me la quebraron los aderezos fuertes, tan opuestos a la verdad, que adelgazan y quiebran.

GER.- Harto es que el tiempo no haya echado sulcos por tierra tan suya.

TEO.- Lo que no puedo negaros es que estoy un poco más fresca de lo que solía; pero por eso gozaré de dos mocedades.

GER.- La mula buena, como la viuda, gorda y andariega.

TEO.- Las canas aún se dejan entresacar de los demás cabellos, y yo siempre tuve lunares; demás de ser indicio de poco sentimiento no tener canas a su debido tiempo.

GER.- Siempre fuistes muy sentida.

TEO.- Cuando éstas sean canas, la luna tiene manchas. ¿Y por qué no ha de valer a las mujeres lo que se permite a los hombres? Y en verdad que creo que no sois vos tan niña, que, si no me acuerdo mal, me trujistes de las andaderas en casa de mis padres.

GER.- Nunca yo hubiera dicho aquello de cuando érades moza, que tan fuertemente me habéis castigado. Si así riñérades a Dorotea, no os murmuraran vuestras vecinas, y tuviérades mejor opinión en la Corte. Pero diréisme vos que quien tunde el paño, quita la cresta al gallo.

TEO.- ¿Pues qué hace Dorotea que merezca mi indignación?

GER.- ¿Para qué fingís ignorancia, pues no sois marido bien acondicionado? ¿Pensáis persuadirme que no lo sabéis, como aquello de los años?

TEO.- Diréis que la festeja don Fernando: ¡qué gran delito! ¿Y para eso Gerarda, veníades tan armada de sentencias y tan prevenida de advertimientos?

GER.- Hoy es día de echad aquí, tía. Yo, amiga, no soy de aquellas que lo son de la merienda, del presente, del juego y del coche al río, ni me ha conocido nadie por sumillera del ajeno gusto. ¿Qué ropas ni basquiñas tengo por eso? ¿Qué moza he conducido? ¿En qué sala he estado mirando los retratos o hablando con los pajes? A lo que venía me movieron dos cosas, el servicio de Dios y vuestra honra.

TEO.- Diréis que no la tengo, porque aquel señor extranjero regaló a mi hija. Eso fue con mucha honra y con palabra de casamiento.

GER.- Robles y pinos, todos son mis primos.

TEO.- Fuese a su tierra. ¿Qué milagro? También se fue Eneas de la reina Dido, y el rey don Rodrigo forzó a la Cava.

GER.- Que no me espanto deso, Teodora, que ya se sabe que libro cerrado no saca letrado.

TEO.- Siempre fue la cartilla de los maldicientes la hipocresía. No veréis memorial que no comience diciendo que es por excusar la ofensa de Dios, y es por enemistad o celos. ¡Ay, Gerarda, Gerarda!, parecéis al negrillo de Lazarillo de Tormes, que, cuando entraba su padre, decía muy espantado: "¡Madre, coco!"

GER.- ¿Pues qué tengo yo para que me parezcan los otros negros? ¿Porque no me veo? Mi hija Felipa ya está casada, y cuando no fuera mujer de bien como lo es, ¿corre eso por mi cuenta, o por la de su marido?

TEO.- Quien al asno alaba, tal hijo le nazca.

GER.- Los padres, Teodora, somos como las aves. En sabiendo volar el pájaro, ayúdele el aire y válgale el pico. Pero Dorotea, que no está fuera de vuestras alas, y que cada día vuelve a reconocer el nido, y que ha cinco años que este mozo la tiene perdida, sin alma, sin remedio, y tan pobre (por no darle disgusto, o por miedo que le ha cobrado), que ayer vendió un manteo a una amiga suya, y dice que por devoción y promesa trae un hábito de picote la que solía arrastrar Milanes y Nápoles en pasamanos y telas. ¿Para qué será bueno que ande de recoleta por un lindo, que todo su caudal son sus calcillas de obra y sus cueras de ámbar; esto de día, y de noche broqueletes y espadas, y todo virgen, capita untada con oro, plumillas, banditas, guitarra, versos lascivos y papeles desatinados? Y ella muy desvanecida de que se canten por el lugar, a vueltas de sus gracias, sus flaquezas. ¡Qué gentil Petrarca para hacerla Laura! ¡Qué don Diego de Mendoza, la celebrada Filis! ¡Ay, Teodora, Teodora! La hermosura, ¿es pilar de iglesia, o solar de la montaña que se resiste al tiempo para cuyas injurias ninguna cosa mortal tiene defensa? ¿O es una primavera alegre de quince a veinte y cinco, un verano agradable de veinte y cinco a treinta y cinco, un estío seco de treinta y cinco hasta cuarenta y cinco? Pues desde allí, ¿para qué será bueno el invierno? Que ya sabéis que las mujeres no duran como los hombres.

TEO.- Más cincos habéis dado que un juego de bolos.

GER.- Pues sabed que todos son de largo, y que se pierde el juego. Los hombres en cualquiera edad hallan sus gustos, y son buenos para los oficios y para las dignidades; tienen entonces más hacienda, y son más estimados. Pero como las mujeres sólo servimos de materia al edificio de sus hijos, en no siendo para esto, ¿qué oficio adquirimos en la república? ¿Qué gobierno en la paz? ¿Qué bastón en la guerra? Volved, volved en vos, Teodora. No acabe este mozuelo la hermosura de Dorotea, manoseándola; que ya sabéis con qué olor dejan las flores el agua del vaso en que estuvieron. Yo he sabido que un caballero indiano bebe los vientos desde que la vio en los toros las fiestas pasadas, que estaba en un balcón vecino al suyo. Y sé yo a quién ha dicho, que me lo dijo a mí, que le daría una cadena de mil escudos con una joya, y otros mil para su plato, y le adornaría la casa de una rica tapicería de Londres, y le daría más dos esclavas mulatas, conserveras y laboreras que las puede tener el rey en su palacio. Es hombre de hasta treinta y siete años poco más o menos, que unas pocas de canas que tiene son de los trabajos de la mar, que luego se le quitarán con los aires de la corte; y yo vi el otro día un rétulo en una calle que decía: "Aquí se vende el agua para las canas". Tiene linda presencia, alegre de ojos, dientes blancos, que lucen con el bigote negro como sarta de perlas en terciopelo liso; muy entendido, despejado y gracioso; y, finalmente, hombre de disculpa, y no mocitos cansados, que se llevan la flor de la harina y dejan una mujer en el puro salvado, que ya entendéis para lo que será buena.

TEO.- Grita, niños, que baja el vino; hoy a cuatro, mañana a cinco. Si traíades, Gerarda, esa correduría, ¿para qué era menester tanta retórica? ¿Veis cómo os dije yo que el memorial comenzaba por el servicio de Dios y acababa en el del diablo?

GER.- Yo, amiga, vuestro bien miro, vuestra honra y la desa pobre muchacha, que mañana se marchitará como rosa, y buscaréis dineros para curarla; que esto le dejará don Fernandillo, y no los juros y regalos del indiano. Para todo acontecimiento, Teodora, hombres, hombres, y no rapaces, que con la saliva de las mujeres les sale el bozo. Con esto me voy a rezar a la Merced ; que en verdad que no me iré a casa sin encomendar a Dios vuestros negocios.

Escena II

Dorotea.-Teodora

DOR.- ¡Brava conversación has tenido con la bendita Gerarda! ¿Piensas que no lo he oído? Pues aunque me estaba tocando, más tenía los oídos en su plática que los ojos en mi espejo. ¿Esto quieres tú oír, y que se te atreva una vil mujer, por el interés que le han dado, a decirte en tu cara que des lugar a un hombre para que yo le admita?

TEO.- Quedo, señora dama, quedo; que si a mí me pierden el respeto, ella ha dado la causa.

DOR.- ¿Yo la causa? ¡Gracia tienes! ¿Cuándo tuve yo más dicha contigo? ¡Qué presto diste crédito a Gerarda! ¡Qué presto pudo persuadirte lo que deseabas! Buena eras para juez; dichosa contigo la primera información, desdichada la segunda.

TEO.- ¿Puedes tú negar cosa alguna de cuanto ha dicho, ni poner falta en una mujer honrada que sólo pretende el servicio de Dios y nuestra honra? ¿Debe de ir agora a que la premie por ventura el indiano? Pues en verdad que fue a rezar a la Merced por nosotras, y que es mujer que le encargan lo mismo enfermos, necesitados y presos.

DOR.- Enfermos de amor, necesitados de remedio para sus deseos. y presos de su apetito.

TEO.- ¿En esta mujer pones falta? ¡Buena lengua se te ha hecho! ¡Qué cierto es perder la vergüenza tras la honra! ¿Qué día se fue a comer Gerarda sin haber visitado todas las devociones de la Corte? ¿En qué jubileo no la hallarán devota? ¿Qué sábado no fue descalza a Atocha? ¿Qué doncella no ha casado? ¿Qué casada no ha puesto en paz con su marido? ¿Qué viuda no ha consolado? ¿Qué niño no ha curado de ojo? ¿Qué criatura no se ha logrado, si ella le bendice las primeras mantillas? ¿Qué oraciones no sabe? ¿Qué remedios como los suyos para nuestros achaques? ¿Qué yerba no conoce? ¿Qué opilación no quita? ¿A qué partos secretos no la llaman? Finalmente, para la dicha de una casa no es menester más de que ella la perfume.

DOR.- No te desvanezcas en su alabanza, que todas esas gracias tienen diversos sentidos; y si no son ironías, no se han de entender literalmente.

TEO.- La bachillera ya comienza a hablar en el lenguaje de su galán: aprovechada está de parola. ¿Es eso lo que le enseña? De ironías quedará rica literalmente. ¿Sacólas de los sonetos? Pierda la ignorante la flor de su juventud en esas boberías; que cuando más medrada salga, quedará celebrada en un libro de pastores, o la cantarán en algún romance, si de cristianos, Amarilis; si de moros, Xarifa; y el galán, Zulema.

DOR.- ¡Notable batería hizo en el muro de tu entendimiento la fisionomía liberal del rico indiano! ¡Así suelen ser ellos, como te le pintó la Circe! y ¡qué bien supo apocar y disminuir las partes de don Fernando! ¡Qué bien la pagas en elogios el gusto que te ha hecho! Con esa información, ¿quién no la tendrá por santa, sus devociones por verdaderas, y sus medicinas por milagros? Añade a las yerbas que conoce, las habas que ejercita ; y en vez de las bendiciones, los conjuros que sabe. Pues si hablas en el mal de ojo, ten por cierto que son más los que contenta que los que quita. Ella fue por quien conociste al conde: ponga faltas o don Fernando, que no podrá decir con verdad ninguna más de que es pobre; pero ¿qué riqueza como la de su entendimiento, persona y gracias?

TEO.- ¡Oh, loca, desdichada, perdida, engañada de otro loco! ¿Qué gracias, qué persona, qué entendimiento tiene, si le confiesas pobre? ¿Cuándo has visto sobre sayal pasamanos de oro? Estarás muy desvanecida con que te llama la divina Dorotea. Yo visitaré tus escritorios, yo te quemaré los papelotes en que idolatras y esas locuras en que estudias vocablos que no nacieron contigo. No te quedará señal deste mozo, si yo puedo, y ojalá te le pudiera sacar del alma. ¿Qué me miras? ¿Gestos me haces? Por el siglo de tu padre, que si te doy una vuelta de cabellos, que no has de haber menester rizos; y dile a don Fernando que haga versos a este sujeto, y que me llame Nerona, sacrílega, atrevida a la cabeza del sol, y que cuantas hebras te quite se me vuelvan rayos.

DOR.- Haz burla, no importa. Afea mis pensamientos, infama mis costumbres. ¿Qué muertes de hombres has visto a nuestra puerta por vanidades mías? ¿Qué casada se ha quejado de la mala vida que le ha dado su marido por mi causa? ¿A qué fiesta voy? ¿De qué ventana me quitas? ¿Qué galas me murmuran adonde voy a misa?

TEO.- ¡Eso que no es nada! Pues ¡triste de ti!, ¿por quién haces esa penitencia? Di que eres virtuosa porque ese mozo te tiene hechizada por darle gusto; porque ya debe de amenazarte, que es lo último del trato de semejantes hombres. Pues desengáñate, Dorotea, que no le has de ver ni hablar más en tu vida. ¡Tú pobre, yo sin honra; tú con hábito de picote todo un año, y yo molestada de mis amigas todos los días! Resuélvete, que te tengo de cortar el cabello y encerrarte donde aun el sol tenga asco de entrar a verte, o has de dejar esa perdición, esa locura, esa costumbre, ese trato infame. ¿Lloras? Bien haces, pero no pienses enternecerme; que no hago yo aquí papel de galán celoso, sino de madre honrada.

Escena III

Dorotea sola

DOR.- ¡Ay, infeliz de mí! ¿Para qué vivo? ¿Para qué solicito conservar la más triste vida que se ha dado a esclava? ¿Cuál mujer de mis años la pasa con tantos sobresaltos y desdichas? ¿Dónde me lleva este amor desatinado mío? ¿Qué fin me promete tan desigual puedo querer sino quererte? ¿En qué puedo emplear mis años como en servirte? ¿Qué puedo yo desear como agradarte? ¿Qué riqueza como oirte? ¿Qué tiempo más bien empleado que en tus brazos? ¿Cómo viviré yo sin ti? Menos falta me puede hacer la vida que tus ojos. ¿Quién me consolará de no verte, después de tantos años de gozarte? Ese agrado tuyo, ese brío, ese galán despejo, esos regalos de tu boca, cuyo primer bozo nació en mi aliento, ¿qué Indias los podrán suplir, qué oro, qué diamantes? Mas ¡ay triste!, que desta amistad nuestra está ofendido el cielo, mi casa, mi opinión y mis deudos. Mi madre me persigue, las amigas me riñen, los vecinos me murmuran, las envidias me reprehenden, mi necesidad ha llegado a lo último. Fernando no tiene más que para sus galas. Mira las otras mujeres con ellas, ya le parecerán mejor; que el adorno y la riqueza añaden hermosura y estimación, y la pobreza del traje descuida los ojos y hace que una mujer cada día parezca la misma; y la diferencia causa novedad y despierta el deseo. Esto no podrá durar para siempre; y como no hay cosa más pública que el amor, aunque jamás lo crean los amantes, será imposible librarle de algún fin desdichado o en la vida o en la honra; y lo que más se debe temer, en el alma. ¿Para qué quiero aguardar a que te canses y me aborrezcas, a que te agraden las galas de otras, y este sayal que visto sea silicio de tus brazos y penitencia de tus ojos? No quiero aguardar al fin que tienen todos los amores; pues es cierto que paran en mayor enemistad cuanto fueron más grandes. —Celia, Celia: dame el manto, y di a mi madre que voy a misa. —Resuelta estoy. ¿Qué aguardo? ¡Jesús! Parece que tropecé en mi amor. ¡Oh amor, no te pongas delante! Déjame ir, pues me dejaste determinar, que en las mujeres la resolución es difícil, la ejecución es fácil.

Si habemos de ser enemigos después, más vale que ahora nos concertemos amistad, que cuando el trato cesa sin agravio, bien se puede conservar en llaneza sin reprehensión, y en voluntad sin miedo. —Celia, Celia: dame el manto, y di a mi madre que voy a misa. —Resuelta estoy. ¿Qué aguardo? ¡Jesús! Parece que tropecé en mi amor. ¡Oh amor, no te pongas delante! Déjame ir, pues me dejaste determinar, que en las mujeres la resolución es difícil, la ejecución es fácil.

Escena IV

Don Fernando.-Julio

JUL.- Con poca gracia te levantas.

FER.- Mil desasosiegos he tenido esta noche.

JUL.- ¿No has dormido?

FER.- Poco y con mil congojas.

JUL.- Del calor serían.

FER.- No, sino del primer sueño.

JUL.- ¿Qué soñabas?

FER.- Una confusión de cosas.

JUL.- ¿Qué sueño hay tan claro que no sea confuso? Los que grave y suavemente duermen, dice el filósofo que no sueñan. Pues soñaste y con fatiga, no tenías quieto el ánimo. Los que sueñan, no por otra causa piensan que ven lo que sueñan, que porque la inteligencia está constante y sosegada; lo que acontece al ligero sueño, no al que por mucho calor se recoge a la parte interior. Soñamos lo que habemos hecho o queremos hacer, y también de lo que deseamos nacen tales imaginaciones y pensamientos. Por eso es opinión del mismo que los virtuosos sueñan mejores cosas que los malos, viciosos y de perversas costumbres.

FER.- Ya comienzas a cansarme con tus filosofías. Déjame, Julio.

JUL.- Dime por tu vida el sueño.

FER.- Ya te digo que me dejes, Julio. ¿Por ventura presumes interpretarle? ¡Qué gentil José estaba preso conmigo!

JUL.- Anfitrión fue el primero que interpretó los sueños; y porque esto es de Plinio, el mismo dice que poniéndose la parte siniestra del camaleón al pecho, sueña un hombre lo que quiere, o lo hace soñar a quien quiere.

FER.- ¡Como eso dirá Plinio!

JUL.- Cornelio Rufo soñó que perdía la vista, y despertando se halló ciego.

FER.- Maldito seas, bachiller histórico, que así me quieres dar pena, entendiendo por conjeturas la causa por que la tengo. Soñaba, ¡oh Julio!, que había llegado el mar hasta Madrid desde las Indias.

JUL.- Ahorrárase mucho porte desde Sevilla a Madrid. Di adelante.

FER.- Llegaba furioso hasta la puente.

JUL.- ¡Pobre de Illescas!

FER.- En una famosa nave enramada de jarcias y vestida de velas, venía un hombre solo, que desde el corredor de popa arrojaba a una barca barras de plata y tejos de oro.

JUL.- ¡Quién estuviera en la barca!

FER.- Estaba, ¡ay de mí!…

JUL.- Dilo, ¿qué tiemblas?

FER.- Estaba Dorotea.

JUL.- ¿Y tomaba el oro?

FER.- Con las dos manos.

JUL.- Hacía muy bien, y pluguiera a Dios que yo estuviera con ella, que aun durmiendo no tuve tanta dicha en mi vida. ¡Oh!, si fuera verdad eso que soñaste, ¡qué salieran de mujeres a la mar de Madrid! Y más si arrojaban oro.

FER.- ¿Salieran muchas?

JUL.- Más que al Prado. Pero ¿en qué paró la mar? Que estás más triste que si temieras anegarte en ella.

FER.- En que al salir de la barca Dorotea y Celia cargada de oro, llegué yo a hablarla, y se pasó de largo sin conocerme.

JUL.- ¿Y deso estás triste?

FER.- ¿Es poca la causa?

JUL.- Pues ¿qué querías? ¿Que te diese del oro?

FER.- No, sino que me hablase.

JUL.- ¿Soñando pides correspondencias?

FER.- ¿Por qué no? Pues como yo me quejé de su desprecio, también podía Dorotea hablarme.

JUL.- Quiero interpretar el sueño.

FER.- Habrás leído a Artemidoro.

JUL.- Como deseas dar a Dorotea lo que no tienes, dese pensamiento y solicitud ha nacido que la soñases rica.

FER.- Amor quiera que esa sea la interpretación legítima.

JUL.- Dichoso eres, pues la enriqueces.

FER.- No creas en sueños.

JUL.- No sé lo que te responda, pues siempre sueño que soy pobre, y despierto soy lo mismo.

FER.- ¿Con oro han de vencer a Dorotea?

JUL.- Tendrá disculpa.

FER.- Ovidio dijo que más daño había hecho el oro que el hierro.

JUL.- Estaría mal con el oro, cuyas virtudes no digo, porque le temes. Pero ¿qué muerte se ha dado con él, si no es la de Creso, que por su codicia se le dieron derretido? Y sabemos que hay oro potable que conserva la vida, y al fin entra en la confección de alquermes.

FER.- Si yo tuviera oro, no le comiera aunque me diera mil vidas.

JUL.- Pues ¿qué le hicieras?

FER.- Diérale a Dorotea.

JUL.- Basta el que le ha venido de las Indias. Pero pídele hoy algunos tejos, y haremos el potable, que es desta suerte, según dotrina de León Suabio: Toman en hoja o en polvos una onza y resuélvenla en humor, añadiendo de vinagre destilado lo que basta; destílase después a veces separado, hasta que no queda sabor de los dos juntos; echase luego en cinco onzas de agua ardiente, y conservado un mes y reposado, se toma poco a poco.

FER.- No hay cosa de que no quieras saber algo, y de todo no sabes nada. ¿Qué filósofo antiguo o moderno no ha dicho mal del oro?

JUL.- El oro es como las mujeres, que todos dicen mal dellas y todos las desean; y al fin es hijo del sol retrato de su resplandor y vivífica naturaleza.

FER.- No es por eso amarillo.

JUL.- Pues ¿por qué?

FER.- Por el miedo que tiene de que le busquen tantos.

JUL.- ¡Qué cosa más trivial y vieja! Perdóneme Diógenes.

FER.- Más viejo es el oro.

JUL.- Es verdad, y sus canas son la plata.

FER.- Ni la cama dorada alivia al enfermo, ni la buena fortuna hace al necio sabio.

JUL.- También te puede perdonar Sócrates.

FER.- Dame aquel instrumento, estudiante de pesadumbres.

JUL.- Dellas y de filosofía estoy graduado.

FER.- Saltó la prima.

JUL.- Sería de la puente, aunque no hay río.

FER.- Yo la oí esta noche.

JUL.- Desvelado estabas.

FER.- En Dorotea.

JUL.- Yo pensé que en ir a la mar a buscarla.

FER.- El que dijo que fuera comodidad hallar a comprar cartas y barbas hechas, ¿por qué no dijo instrumentos templados?

JUL.- Porque fuera imposible, siendo las cuerdas de la materia que ves, porque con la humedad bajan y con mucha calor suben, Finalmente, son como algunas mujeres, que siempre es menester templarlas.

FER.- Por eso tiran de su condición, para que alcancen al punto del que las templa.

JUL.- Muchas quiebran.

FER.- Buscar las finas y arrojar las falsas; que así hacen los músicos.

JUL.- Una curiosidad hace a ese propósito.

FER.- ¿Cómo?

JUL.- Que cuando desatan la madeja, la dan con el dedo, teniendo en la boca el cabo de la cuerda; y si hace dos sombras, la dejan por falsa y pasan a otro tercio. Y así se ha de probar la mujer; y en haciendo dos sombras a cada parte, mudarse al tercio de otra.

FER.- Yo he templado.

JUL.- A mi costa, que lo he oído.

FER.- Oye un romance de Lope.

JUL.- Ya te escucho.

FER.-

A mis soledades voy,

De mis soledades vengo,

Porque para andar conmigo

Me bastan mis pensamientos.

No sé qué tiene el aldea

Donde vivo y donde muero,

Que con venir de mí mismo,

No puedo venir más lejos.

Ni estoy bien ni mal conmigo;

Mas dice mi entendimiento

Que un hombre que todo es alma

Está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,

Y solamente no entiendo

Cómo se sufre a sí mismo

Un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,

Fácilmente me defiendo;

Pero no puedo guardarme

De los peligros de un necio.

El dirá que yo lo soy,

Pero con falso argumento;

Que humildad y necedad

No caben en un sujeto.

La diferencia conozco,

Porque en él y en mí contemplo

Su locura en su arrogancia,

Mi humildad en mi desprecio.

O sabe naturaleza

Más que supo en este tiempo,

O tantos que nacen sabios

Es porque lo dicen ellos.

Sólo sé que no sé nada,

Dijo un filósofo, haciendo

La cuenta con su humildad,

Adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,

De desdichado me precio;

Que los que no son dichosos,

¿Cómo pueden ser discretos?

No puede durar el mundo,

Porque dicen, y lo creo,

Que suena a vidro quebrado

Y que ha de romperse presto.

Señales son del juicio

Ver que todos le perdemos,

Unos por carta de más,

Otros por carta de menos.

Dijeron que antiguamente

Se fue la verdad al cielo;

Tal la pusieron los hombres,

Que desde entonces no ha vuelto.

En dos edades vivimos

Los propios y los ajenos:

La de plata los extraños,

Y la de cobre los nuestros.

¿A quién no dará cuidado,

Si es español verdadero,

Ver los hombres a lo antiguo

Y el valor a lo moderno?

Todos andan bien vestidos,

Y quéjanse de los precios,

De medio arriba romanos,

De medio abajo romeros.

Dijo Dios que comería

Su pan el hombre primero

En el sudor de su cara

Por quebrar su mandamiento;

Y algunos, inobedientes

A la vergüenza y al miedo,

Con las prendas de su honor

Han trocado los efectos.

Virtud y filosofía

Peregrinan como ciegos;

El uno se lleva al otro,

Llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,

Universal movimiento,

La mejor vida el favor,

La mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,

Y no me espanto, aunque puedo,

Que en lugar de tantas cruces

Haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros,

Cuyos mármoles eternos

Están diciendo sin lengua

Que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo!

Porque solamente en ellos

De los poderosos grandes

Se vengaron los pequeños.

Fea pintan a la envidia;

Yo confieso que la tengo

De unos hombres que no saben

Quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,

Sin tratos, cuentas ni cuentos,

Cuando quieren escribir,

Piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,

Tienen chimenea y huerto;

No los despiertan cuidados,

Ni pretensiones ni pleitos;

Ni murmuraron del grande,

Ni ofendieron al pequeño;

Nunca, como yo, firmaron

Parabién, ni Pascuas dieron.

Con esta envidia que digo,

Y lo que paso en silencio,

A mis soledades voy,

De mis soledades vengo.

JUL.- ¿Cómo no has cantado alguna cosa de Dorotea?

FER.- Por la pesadumbre que me ha dado aquello del oro.

JUL.- Pues ¿por qué no había de tomarlo?

FER.- Porque como la perdiz conoce el halcón que la ha de matar, conozco yo que me ha de matar el oro.

JUL.- Tienen oro y mujer correspondencia y simpatía; ni hay requiebro que las agrade como decirles que son como un pino de oro, y esto, no porque son altas y dispuestas, sino porque es el árbol más grande, para que sea más el oro.

FER.- Paréceme que siento chapines.

JUL.- Ese ruido y el de las cantimploras dicen que es el mejor.

Escena V

Dorotea.-Celia.-Don Fernando.-Julio

DOR.- Llama recio, si no te duele la mano.

CEL.- Si ha rondado don Fernando, dormirá, como se usa, haciendo noche lo mejor del día.

FER.- Mira, Julio, que nos quiebran la puerta.

JUL.- Alguno habrá rodado desde el cuarto de arriba, o es pobre y sordo. ¿Quién está ahí?

CEL.- Abre, asaeteado.

JUL.- Celia, señor, Celia. Papelito tendremos.

FER.- ¿Desa manera lo dices, hombre sin alma?

JUL.- ¿Dónde vas, que has quebrado la guitarra por salir de prisa?

FER.- A recibir el arco embajador de los dioses, la aurora de mi sol, la primavera de mis años y el ruiseñor del día, a cuya dulce voz despiertan las flores, y como si tuviesen ojos abren las hojas.

CEL.- No vengo sola.

FER.- ¿Quién viene contigo, que me has turbado? ¡Jesús! ¿Es Dorotea? ¡Bien mío! ¿El manto sobre los ojos? Entra, entra. ¿Qué traes, que tropiezas? ¡Ni Celia alegre, ni tú descubierta! Cometa hay en el cielo: el príncipe Amor debe de estar enfermo. ¿Aún no hablas? Siéntate, mi señora, siéntate. La escalera te ha desalentado. Un poco de agua, Julio.

JUL.- ¿Trairé con ella otra cosa?

FER.- Pensé que habías venido. Señora, ¿qué es esto? ¿Por qué me matas? ¿Hante dicho algo de mí? Tu madre me habrá levantado algún testimonio porque me dejes. Pues plega al cielo que si he mirado, visto, ni oído ni imaginado otra cosa de cuantas él ha hecho, fuera de tu hermosura, que la mar que esta noche he soñado me anegue y me sepulte, y el oro que te daban te conquiste.

JUL.- Aquí está un búcaro y unas alcorzas.

FER.- Come, bebe, o aquí están mi corazón y mi sangre. ¿Qué tienes? ¡Desmayóse! ¿Qué es esto, Celia? ¡Muerto soy, acabóse mi vida! ¡Ah, mi señora! ¡Ah, mi Dorotea! ¡Ah, última esperanza mía! Amor, tus flechas se quiebran; sol, tu luz se eclipsa; primavera, tus flores se marchitan; a escuras queda el mundo.

JUL.- Celia, encender quiero un hacha.

CE. — Calla, pícaro, que no estás en la comedia.

JUL.- Tenle bien esa mano, que se araña el rostro.

FER.- ¡Oh Venus de alabastro! ¡Oh aurora de jazmines, que aún no tienes toda la color del día! ¡Oh mármol de Lucrecia, escultura de Michael Angel!

JUL.- Agora yo juraré que es casta.

FER.- ¡Oh Andrómeda del famoso Ticiano! Mira, Julio, ¡qué lágrimas! Parece azucena con las perlas del alba. Desvíale los cabellos, Celia; veámosle los ojos, pues se deja mirar el sol por la nube de tan mortal desmayo.

DOR.- ¡Ay, Dios! ¡Ay, muerte!

FER.- Ya volvió a concertarse cuanto habías dejado descompuesto; ya el amor mata, ya el sol alumbra, ya la primavera se esmalta, y yo estoy vivo. Pero ¿cómo la primera palabra ha sido las dos cosas más poderosas, Dios y la muerte?

DOR.- Porque Dios me libre de mí misma, y la muerte ponga fin a tantas desventuras como cercan mi afligido corazón y flaco espíritu; que la mujer más fuerte al fin es obra imperfecta de la naturaleza, sujeto del temor y depósito de las lágrimas.

FER.- Cuando naturaleza, atendiendo a lo más perfecto, por falta de la materia no hizo lo que pretendía, que es el hombre, sacó muchas ecepciones de la común flaqueza.

JUL.- Dice muy bien don Fernando, y así vemos Artemisas para la memoria, Carmentas para las letras, Penélopes para la constancia, Leenas para los secretos, Porcias para las brasas, Déboras para el gobierno, Neeras para la lealtad, Laudomias para el amor, Clelias para el valor, y Semíramis para las armas que con el peine en los cabellos salió a ganar victorias mejor que Alejandro con la fuerte celada.

FER.- Y entre ellas, Julio, cuenta la perfección de la hermosura de Dorotea, la limpieza de su aseo, la gala de su donaire, la excelencia de su entendimiento, en que fue superior a todas; y esto no lo digan mis ojos, no mi amor, no mi conocimiento; calle mi voluntad y hable la envidia; que no hay mayor satisfacción que remitirle las alabanzas.

DOR.- ¡Ay, Fernando!, que no hay en la desdicha letras, en la fortuna gobierno, aunque fuese próspera, lealtad en los imposibles, brasas en la influencia, valor con las estrellas, amor en las violencias, secreto en las tiranías, constancia en las envidias, y armas en las traiciones.