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Algunos caracteres son indomables, así lo comprueba el padre Buendía cuando la madre de Mauricio y Raimundo le encarga que eduque a sus hijos y los convierta en hombres de provecho. Sin embargo, con el tiempo, la personalidad violenta y orgullosa de Raimundo no hace sino intensificarse y, cuando el joven se reencuentra con la mujer a la que molestó de niña (la estrella de Vandalia), hará todo lo posible para conquistarla.
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Seitenzahl: 151
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Cecilia Böhl de Faber
FOLLETÍN DEL «DIARIO DE BARCELONA» (REPARTO GRATIS Á LOS SUBSCRIPTORES)
Saga
La estrella de Vandalia
Copyright © 1855, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726875515
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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mi querida amiga:
Ha poco que leia en una obra del distinguido autor contemporáneo francés Paul de Molène, el siguiente trozo, que tan magnífica y justamente califica la ridícula tendencia de la literatura moderna, que ha resuelto amalgamar los vicios con el cristianismo, é incluir en un mismo anatema la pura y rígida virtud, á la cual llama intolerancia, y toda autoridad, que llama despotismo. Advertirémos que Mr. Molène pertenece á la escuela liberal sensata.
Dice así:
«Lo falso siempre me ha herido; y las necedades sacrílegas que oía en aquella casa me causaban á veces verdaderos accesos de indignación. Allí se oía hablar de un Cristo amigo de las rameras, protector de revoluciones, austero por un capricho místico, pero complaciente con todos los vicios, tierno con toda torpeza; en fin, jefe de una tribu gitana. Cornelia pretendía ser la Magdalena; sólo que reemplazaba por una orgullosa melancolía la humilde tristeza del arrepentimiento cristiano; pertenecía á la escuela de la disolución declamatoria; pensaba concienzudamente que las escenas y francachelas á que había asistido, y los amantes que sucesivamente había tenido y dejado, marcaban su frente con el sello del ángelcaído.»
Nosotros los ortodoxos, por la gracia de Dios; nosotros los no contaminados de los modernos sofismas y falsos giros religiosos, si bien tenemos que renunciar en nuestras novelas á los efectos dramáticos y romancescos de dicha escuela libre y declamatoria, y ceñirnos á la sencilla fe del carbonero, esperamos hallar en su puro círculo pinturas y sentimientos que merezcan la aprobación y adquieran las simpatías de las personas que son altamente cultas, sin dejar por eso de ser rígidas en punto á moral y religión.
Esta esperanza me ha animado á tomarme la libertad de dedicar á usted esta obrita, que por titulo lleva el dictado y armas de Carmona, esto es, La Estrella De Vandalia.
Si he trasladado al pueblo de usted el teatro de la presente Relación, ha sido arrastrado por la fuerza y por el encanto de los recuerdos que conservo de ese lindo pueblo. Es, entre esos recuerdos, el más lisonjero y el más grato á mi corazón la amistad con que me honró una persona que, por su clase, por su mérito, por su delicada benevolencia y exquisita finura, ocupa en Carmona, como ocuparía en todas partes, un lugar tan distinguido y preferente.
Este recuerdo me impulsa á ofrecer á usted en estas hojas otro, hijo del primero, que resplandecerá siempre en mi mente, como resplandece en nuestro suelo La Estrella De Vandalia.
Fernán Caballero
Todo hombre que tiene una pluma en la mano, debe ante todo tener algo que decir; es preciso, sobre todo, que sea sincero y crea en su obra.
Champfleuri
Á seis leguas de Sevilla, andadas por el hermoso y bien denominado camino Real, que, aunque ya arruinado, es una de las grandes obras de Carlos III, se encuentra la antigua ciudad de Carmona. Hállase labrada la ciudad primitiva sobre una alta roca, como un bienteveo quealgún rey de la Andalucía Baja hubiese erigido para abarcar con la vista sus dominios. Viniendo por el camino de Sevilla, se eleva el terreno paulatinamente y casi sin sentir, hasta atravesar un gran arrabal ó ciudad nueva, y llegar á la grandiosa puerta moruna, que forma un largo y estrecho callejón, entrecortado por una especie de patio ó plazoleta. Esta entrada es ya pendiente, prolongándose la cuesta mas ó menos suavemente por las calles, hasta el pinacho de aquella inmensa roca, desde donde desciende el terreno abruptamente, y principia la magnífica vega que cubren campos de trigo, que en primavera forman un mar sin límites, verde como la esperanza, y en el estío un mar dorado como la abundancia. Á la derecha concluye este inmenso paisaje en la sierra de Ronda y á la izquierda en Sierra Morena, á cuyos pies caminan hacia el mar las aguas de sus arroyos, que reunidas toman el nombre de Guadalquivir.
Lo magnífico y sorprendente de esta vista tendría en otros países una fama y renombre universales, y habría sido descrita mil veces, tanto en novelas como en poesías. Pero en España es poco común el gusto y la pasión por las bellezas campestres, las que suelen admirar sin que en este sentimiento tomen parte ni el corazón ni el entusiasmo. Una vista, por bella que sea, se suele apreciar, digámoslo así, clásica y no románticamente.
La bajada en la de que hablamos es casi perpendicular, y no la puede arrostrar la carretera, que rastrea penosamente el primer tercio, y ciñe después á la peña como un cinturón, salvando su mayor altura; después de lo cual, vuelve á emprender su ascensión hasta llegar al alegre y activo arrabal, en que se hallan casas nuevas y bonitas, los paradores, los mesones, el correo; en fin, cuanto pertenece á la vida de movimiento; dejando tranquila, gracias á su altura, á la aristocrática y antigua ciudad, con sus casas solariegas, sus iglesias y conventos, sus grandiosas ruinas moriscas, y los trozos que aun conserva de los muros que la ceñían cuando tenía fuerza y mando. Todo en la ciudad es antiguo, bello y digno. Sólo en su parte más alta á la derecha, esto es, hacia el Levante, ha labrado la era moderna un feísimo telégrafo, que lleva la matrona como sello de actualidad en su frente, en la que parece una berruga. No es culpa nuestra si los telégrafos son feos, si son caricaturas de torres, si hacen muecas, como decía un amigo nuestro; si, simbolizando la velocidad, son unas moles pesadas y sin gracia; si, significando la publicidad y las comunicaciones, son frondíos y mudos oráculos que despiertan la curiosidad sin satisfacerla, envueltos como lo están para los profanos en silencio y misterio. Ni que, al pasar por ellos la acción y la vida, queden ellos inertes y muertos, como si protestasen contra ambas; ni, por último, que, careciendo de belleza en su forma y de poesía en su objeto, sean grotescas esfinges que solemnizan la cotización de la Bolsa.
No concebimos el moderno afán por vestirlo todo con la misma librea, y por querer borrar en los países y en los pueblos la nacionalidad que les es peculiar. De todas las tiranías, la de la uniformidad es la que más se resiste á la independencia popular. Arrancar á países, pueblos y personas su ser, su carácter, su individualidad, es la más cruel, la más necia y la más antipoética arbitrariedad. Uniformar á los pueblos como á los presidiarios, diciéndoles: «No seréis lo que habéis sido, no seréis lo que os llevan á ser vuestro suelo, vuestro cielo, vuestro carácter é inspiración espontánea; formaos sobre este modelo único y uniforme en el universo; todos sois carneros de una misma manada, menos nosotros que somos los pastores y zagales, llevando á guisa de cayado la pluma», esto está muy bueno para los que se erigen en pastores; pero para los que se quiere convertir en uniformes carneros no tiene ningun género de seducción y de simpatía.
En España, más que en otro país alguno, tienen las provincias diversas y marcadas fisonomías; así como las tienen distintas entre sí los pueblos de una misma provincia. Todo aquel que haya permanecido en ellos, y los haya observado con cuidado y con amore, podrá haber notado lo que dejamos dicho. Pero ¿qué autor se rebaja á observar y describir material y moralmente un pueblo de campo, para pintar después sus costumbres y detallar su localidad? Verdad es que, si á esto uniesen datos históricos, y las tradiciones y leyendas que les son peculiares, harían obras originales, simpáticas y provechosas, dando á conocer y poetizando nuestro hermoso país, que tanto se presta á esto último. Pero hoy día, segun dice Mr. Etienne, lo que agrada es poetizar el mal.
Los rasgos peculiares á Carmona son, en lo material, un aseo excesivo, tan general y erigido en costumbre, que no lo ostentan, ni lo pregonan, ni aun lo notan. El famoso aseo de Holanda podrá ser más ostensible; pero ni es tan genuino, ni tan general. Cada casa, cada calle se presenta tan pulcra, que inspira el verlas un inexplicable bienestar; y lo mismo las habitaciones de los pobres que las de los ricos. En las casas humildes vese en los patios rivalizar la cal de Moron y las flores, como para probar que el aseo y el primor, sin ser dispendiosos, pueden prestar á la vida bienestar, encanto y elegancia natural. En lo moral, el rasgo que distingue á la generalidad de los carmonenses es la religiosidad, y, por consiguiente, la caridad. Y hemos presenciado allí tales rasgos de ambas sublimes virtudes (que en sí resumen todo el Decálogo: A Dios Sobre Todo, Al Prójimo Como Á Ti Mismo), que hemos exclamado con entusiasmo que bien merece Carmona la denominación que le dieron los romanos y le otorgaron por armas, que es una estrella con este mote: «Sicut Lucifer Lucet In Aurora, Sic In Vandalia Carmona». (Como brilla la estrella de la mañana en la aurora, brilla en Vandalia Carmona.)
Como prueba de esta religiosidad y de esta caridad, muestra la cantidad y hermosura de sus iglesias y conventos, así como la de sus instituciones de beneficencia, que queremos consignar, para ponerlas al frente de las raquíticas obras de la filantropía.
Hubo en otros tiempos en Carmona escuelas de primeras letras y dos cátedras de gramática al cargo de los Jesuítas, y cátedra de filosofía en el convento de Santo Domingo: todo de balde; muchas fundaciones de dotes para pobres; una dotación para estudiar en Salamanca, que fundó el Arcediano D. Luis Puerto; tres dotes anuales para pago del colegio mayor de Sevilla, que fundó el señor Sarmiento. La marquesa viuda del Saltillo fundó un hospicio para niñas huérfanas. El número de estas niñas no está prefijado, sino que entran cuantas pueden sostener las rentas con que dotó dicha señora al establecimiento que fundó. En época reciente, siendo elegidos administradores el señor marqués del Valle y su hermano el dignísimo presbítero señor D. Juan Tamariz, pudieron sostener dichas rentas 45 niñas internas y 150 externas, á las que se daba enseñanza de balde. Hemos visto aquel inmenso salón, y las 150 sillitas en que se sientan las inocentes, que ha reunido la caridad para enseñarles á conocer á Dios y á trabajar, y hemos pensado con dulce consuelo que, si hay mucho malo en el mundo, hay también mucho bueno.
Tiene Carmona cuatro conventos de monjas, y uno que se demolió para mal situar una plaza de abastos; cinco de frailes, San Francisco (hoy parador de diligencias), San Jerónimo (demolido), y Santo Domingo, extramuros; San José y el Salvador, cuya hermosa fábrica atestigua fué de los Jesuítas en la ciudad. Su iglesia mayor, Santa María, es magnífica, y la labró Antón Gallegos. Su parroquia de San Pedro fué edificada por Andrés Acebedo, natural de Carmona, que murió á los cuarenta años, y fué muy sentido. Su torre y su capilla de Dios son dos obras maestras de arte y de buen gusto, que si estuviesen en otro país tendrían fama europea.
En una de las calles que avecinan á San Felipe estaba situada una casa, la que, como todas las principales, tenía un zaguán hábilmente enchinado de menudo guijarro. En éste se hallaban las puertas de las cuadras y escalera para subir á los pajares. A la derecha estaba la puerta, por la que se entraba en el gran patio, en el que naranjos y limoneros encerrados en sus arriates circulares dejaban entre sí espacio á las macetas, que según la estación se renovaban, trayéndoles allí la primavera las bellas rosas, como para obsequiar al suave azahar; el verano, la odorífica albahaca y los frescos pinos, que viven de agua como el camaleón de aire, y en el estío hacen tan dulce contraste con la agostada naturaleza en el campo; y el invierno, las constantes y monótonas laureolas, abortado laurel de flexibles é inodoras ramas, sin tronco y sin altura.
En un ángulo se hallaba un jazmín, que por sí, y sin ser guiado, había subido tanto, y se había hecho tan frondoso, que cubría las ventanas alambradas de un granero, formando para el salón de los garbanzos unas floridas celosías, que hubiesen envidiado los gabinetes de las más elegantes beldades.
Este patio tenía una alegría espléndida como la de los niños. Sus corredores habían sido abiertos; mas, fuese á causa de las mejoras y comodidades que consigo trae el tiempo, ó bien la necesidad— pues, á no dudarlo, y según lo afirman ancianos observadores, el clima en España es más frío de lo que fué antiguamente—, estos corredores habían sido cerrados con tabiques, que tenían ventanas y puertas de cristales. El que estaba al frente de la sala formaba una galería que servía de antesala; la casa era espaciosa. A la espalda se hallaban en amor y compaña, y en simpática conversación, el jardín con sus flores que perfumaban, el corral con sus gallos que cacareaban sin aprensión ni timidez, el lavadero cubierto de un espeso emparrado, debajo del cual cantaban las lavanderas, y encima del cual cantaban los pájaros con ellas á porfía; y la puerta de la cocina, por la que se arrojaban los recios y prosaicos sonidos del almirez, como repicando triunfalmente la fiesta de San Positivo.
Todas estas cosas no se amalgamaban; convenido. Una elegante superlativa y un dandy quintesenciado se horripilarían de esta democracia doméstica. Y, no obstante, el aseo y el primor es tal, que formarían un lazo de union entre estas cosas opuestas, si no lo formase ya el ser el pueblo, así como las cosas referidas, esencialmente campestres.
El segundo piso de la casa sólo se componía de graneros, teniendo, como la tienen allí muchas casas, una torre ó mira. Pero la escalera que subía á esta torre se había caído muchos años había; y, no siendo ni los anteriores ni los presentes dueños aficionados á las buenas vistas, no había sido reedificada esta escalera, y aquella torre quedaba del todo olvidada, sirviendo sólo de inexpugnable baluarte á las lechuzas y otras aves agrestes.
Los hombres en general están dispuestos á elogiar las edades pasadas, aun con detrimento de la suya; pero el orgullo de los modernos no ha vacilado en atribuirse la preferencia sobre todos los que les han precedido. La misma disposición hubo en Roma en los últimos días de la República.
Santiago Clemente García
En esta casa vivía Doña Amparo Figueras, viuda de D. Juan Trigo, rico labrador afortunado y jovial, que murió porque Dios quiso, que por su voluntad no hubiese muerto, como aquel portugués al que pusieron dicha asercion por epitafio.
Doña Amparo era una mujer de más de cuarenta y tantos años, fresconaza, activa, bondadosa y razonable, sin más defecto que el de una economía demasiado inclinada á traspasar sus límites. Criada en casa de sus padres, labradores también, llevaba la labor con inteligencia y acierto desde que murió su marido. Pero, en cuanto á educar á dos hijos que tenía, conociendo que no estaba á su alcance el hacerlo, había tomado al efecto, desde la exclaustración, á un religioso del convento de San Jerónimo, que era lejano pariente suyo, y que tenía la merecida fama de ser un hombre, no sólo ejemplar en sus costumbres, sino docto y erudito. Efectivamente, el Padre Buendía, que había tenido gran intimidad y exclusivo trato con los libros, tenía mucha erudicion, pero poca ciencia de mundo. Conocía á fondo las crónicas; pero lo contemporáneo pasaba para él casi desapercibido. Sabía latín y griego, pero no sabía una palabra de francés ni de inglés; por lo cual en nuestra ilustrada y extranjera corte habría pasado por un Mastodonte ó un Megaterio. Nadie cual él conocía la historia en sus faces religiosa, política y guerrera; pero, en cuanto al mundo, era un laberinto para su abstraída mente, por el que pasaba conducido por la rutina, como un ciego sordo conducido por su perrito.
Cuando la exclaustración, el Prior de su Comunidad, que tenía gracia, le había aconsejado que, al quitarse los hábitos, se hiciese, para reemplazarlos, un vestido de pergamino. Su parienta D.a Amparo cuidó, con poco buen gusto y con mucha economía, de su equipo en aquella ocasión, al traérsele á su casa; de lo contrario, no se puede colegir lo que hubiese sucedido. Unos pantalones negros muy holgados, medias de estambre negras con fuertes zapatos, una levita de paño basto amplia y muy larga, un sombrero de copa muy baja y ala muy ancha; tal fué el equipaje con que se presentó á los sesenta años el pobre Padre Buendía. Y en él se halló, á pesar de estar todo hecho como para un señor mucho más grueso que él, tan atado, que este malestar redobló la profunda tristeza que sentía al salir de aquel precioso convento, situado al pié de la formidable altura en que se presenta la Estrella De Vandalia al que del Norte de España baja á Andalucía.