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Una de las mejores maneras de acercarse al folclore y al pensamiento tradicional de la España del siglo XIX es leer a Cecilia Böhl de Faber. En este decimoséptimo volumen de «Obras completas de Fernán Caballero» se recoge parte de la producción poética de esta importante escritora española. La antología se inicia con sus poemas religiosos y villancicos, como «Camino de Belén» o «La huida de Egipto», y le siguen las canciones populares. La recopilación se cierra con una serie de adivinanzas en verso.
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Seitenzahl: 264
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Cecilia Böhl de Faber
Saga
Obras completas de Fernán Caballero. Tomo XVII
Copyright © 1914, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726875263
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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POESIAS RELIGIOSAS
El poeta nace,
y el orador se hace.
Caminad, Esposa,
Virgen singular,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
Caminad, Señora,
bien de todo bien,
que antes de una hora
somos en Belén.
Allá muy bien
podréis reposar,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
Yo, Señora, siento
que vais fatigada,
y paso tormento
por veros cansada.
Presto habrá posada
do podréis holgar,
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
Señora, en Belén
ya presto seremos,
que allí habrá bien
do nos alberguemos;
Parientes tenemos
con quien descansar;
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
¡Ay, Señora mía!,
si parida os viese,
de albricias daría
cuanto yo tuviese;
Este asno fuese,
holgaría dar;
que los gallos cantan,
cerca está el lugar.
Nuestra Reina de los cielos
se halla tan avanzada,
que no podía seguir
con su Esposo la jornada.
Le dice á su Esposo:
Me hallo cansada,
ve á un parador
y pide posada.
San José marchó adelante
á procurar la posada;
cuando llegó al parador
se halló la puerta cerrada.
Principió á llamar,
nadie respondía,
y San José afligido
le dice á María:
Esposa mía querida,
vamos marchando á Belén,
que he llamado al parador
y no han querido responder.
Le dice María:
Vuelve á llamar,
que si están los amos,
han de contestar.
Se aproximó San José
y entonces le respondieron:
¿Quién ha llamado á la puerta?
le gritaba el posadero.
Le decía José:
Es un pobre anciano
con su esposa en cinta
que va caminando.
¿A qué llaman á la puerta?
contestaba el posadero:
yo no recojo á los pobres,
y á deshora mucho menos.
La Virgen María
le dice á San José:
vamos caminando
muy pronto á Belén.
Vamos á salir al campo
y dejemos la ciudad,
con el Todopoderoso
nada nos ha de faltar.
Salieron al campo,
hallan un portal
y allí se metieron.
Empieza á limpiar
José los pesebres
para ir juntando paja
para que el Verbo divino,
su Madre lo calentara.
Ya se puso mala
la Virgen María
y San José la cuida
con mucha alegría.
A las doce de la noche,
entre un bello resplandor,
nació el Todopoderoso
y todo el mundo alegró.
Vienen los pastores
á cuidar el ganado
y encuentran á Dios
de frío temblando.
Unos le echan los capotes,
otros marchan por la leña
para calentar al Niño,
Criador de cielo y tierra.
Ya nació Jesús,
contentos están,
adoremos todos
al rey celestial.
El niño Dios ha nacido
en un portal entre pajas
por causa del posadero
que le negó la posada.
El niño de Dios
es tan poderoso
que convirtió aquel portal
en un paraíso hermoso.
Con guitarras y violines,
tambores y panderetas,
cantándole una coplita
queda su madre contenta.
Adoremos todos
al Rey celestial,
que es el que nos dió
el ser natural.
El que negó la posada
al bendito San José,
al meterse para adentro
se le descompuso un pie.
Tanto fué el dolor
que él ha recibido
que marchó saliendo
casi sin sentido.
Se ha metido en la cuadra
sin saber por dónde iba,
y las patas de las bestias
le han dejado sin costillas.
Esto sucedió
con el posadero
que negó la entrada
al divino Verbo.
Sale la luna tan alta
como el sol del Mediodía,
un pastor se fué á Belén
todo lleno de alegría
y preguntó á San José
que cuándo pare María.
A eso de la media noche
el parto le dió á María;
fueran tantas sus desdichas
que pañales no tenía,
y bajó un ángel del Cielo
á visitar la parida;
cinco pañales le trae,
mantillas de grana fina
para que envolviera al Niño
su Madre Santa María.
La Virgen iba al Egipto
huyendo del Rey Herodes,
por el camino ha pasado
muchos fríos y calores.
Al niño lo lleva
con mucho cuidado,
porque el Rey Herodes
quiere degollarlo.
Caminaron adelante,
y á un labrador que allí vieron
la Virgen le preguntó:
Labrador, ¿qué estás haciendo?
El labrador dice:
Señora, sembrando,
unas cuantas piedras
para de aquí á un año.
Fué tanta la confusión
que el Señor mandó de piedras,
que parecía un peñón
y una hermosísima sierra.
Este fué el castigo
que Dios le mandó
por ser mal hablado
aquel labrador.
Caminan más adelante
y á otro labrador se vieron,
la Virgen le preguntó:
Labrador, ¿qué estás haciendo?
El labrador dice:
Señora, sembrando,
un poco de trigo
para el otro año.
Anda por la hoz á tu casa
y ven mañana á segarlo;
si pasasen por aquí
tres soldados á caballo
y preguntaren por mí,
di que lo estabas sembrando
cuando pasé por aquí.
Esto no se ha visto
ni se podrá ver,
entre día y noche
el trigo nacer.
Estando segando el trigo
vinieron tres á caballo,
por una mujer y un niño
y un viejo van preguntando.
El labrador dice:
Cierto que los vi
estando sembrando
pasar por aquí.
Y fué tanta la abundancia
que el Señor mandó de trigo,
que aquel año llenó enteros
los graneros del cortijo.
Y este fué el premio
que Dios le mandó
por ser bien hablado
á aquel labrador.
¿Qué señas tiene esa gente?
No me lo niegue usted, no.
Ella era muy bonita
y el Niño como una flor.
Y á mí me parece
que él era más viejo
y á ella le llevaba
veinte años lo menos.
Los soldados se volvieron
sin esperanzas de hallarlos,
y le dijeron á Herodes
que era imposible encontrarlos.
Aquel Niño era
el Mesías deseado
de todas las gentes
que estaba anunciado.
Y la noche ya llegaba
y la noche ya llegó,
y á su mujer le contaba
y á su mujer le contó.
Y después por la mañana
salió á buscar á un peón,
para acarrear el trigo
desde su campo al mesón.
Sin saber cómo ó por dónde
el Dios Niño se perdió,
quedando José y la Virgen
traspasados de dolor.
¡Oh, santos Esposos!
no tengáis cuidado,
que el placer completo
será al encontrarlo.
No estaba el Niño perdido,
porque con cuidado andaba
recorriendo sus ovejas
que no se le extraviaran.
Llegada que fué la noche
pedía el Niño posada,
por abrigarse del frío
buscando quien le hospedara.
A una puerta se llega
y desde fuera tocaba:
otro niño se la abre
y éste á su madre llamaba.
Madre, á la puerta hay un Niño
más hermoso que el sol bello,
arrecidito de frío
porque el ángel anda en cueros.
Voy á decirle que pase
y aquí lo recogeremos,
con nosotros dormirá
y de cenar le daremos.
Anda ve dile que entre
y aquí se calentará,
porque en este pueblo
ya no hay caridad.
Entró el Niño y se sentó
y mientras se calentaba,
haciéndole mil caricias
el ama le preguntaba:
Dime ahora, Niño hermoso,
¿hacia dónde cae tu patria
y quiénes tus padres son,
que acaso en tu busca andan?
El Niño responde:
Soy de luengas tierras,
mi patria es el Cielo
yo vengo á la tierra.
Mi Madre es una doncella
Virgen y Madre á la par,
porque el Cielo la ha librado
del pecado original.
Mi padre en la tierra
es un carpintero,
y en el Cielo empíreo
es el Dios eterno.
Niño, si quieres quedarte
con nosotros, habitando,
te amaremos como hijo
y éstos serán tus hermanos.
Con nosotros comerás,
estarás bien regalado,
nuestras ropas vestirás
y quedas á mi cuidado.
El Niño responde:
Mil gracias, señora,
yo os compensaré
lo que hacéis ahora.
Poned buena cama al Niño
y hacédsela con primor,
porque todo el mundo es poco
para obsequiar este Sol.
¿Cómo te llamas, Bien mío?
Dímelo ya, por tu amor,
y el Niño con mucha gracia
le contesta: Salvador.
Pues este es el nombre
que mi Padre quiere
tenga en este mundo
y en el que viniere.
El ama, con el buen Niño
toda la noche pasó
en coloquios amorosos
hasta que ya amaneció.
Con una risa graciosa
el Niño se despidió:
Señora, gracias por todo,
y nunca os faltará Dios.
Yo me voy ahora
á encontrar mis Padres,
que me irán buscando
por plazas y calles.
El Patriarca José
junto con la Virgen pura,
en busca va del Infante
traspasados de amargura.
Todo se les vuelve hacer
preguntas y más preguntas,
hasta que llegan al templo
y allí le ven, ¡qué ternura!
Está disputando
con doctores sabios,
y á todos confunde
cuando abre los labios.
¡Oh Virgen llena de gracia!
y vos San José bendito,
regocijaos del encuentro
de Doctor tan chiquitito!
Se perdió el Niño Jesús,
por el mundo anda pidiendo,
llegó á la puerta de un rico
y de allí salió diciendo:
No me han dado nada,
me azuzan los perros:
¿cómo no castiga
Dios á los soberbios?
Camina más adelante
y en la puerta de un pobrete
le ofrecieron al instante
de pan un grande rosquete.
Señora, la paga vendrá,
si no esta noche
por la madrugá.
Antes de que amaneciese
ya estaba el Niño en la puerta
con dos fanegas de trigo
y en la mano una peseta.
Cristo se vistió de pobre
y en casa de un rico entró
á pedir una limosna,
señor, por amor de Dios.
Señor, le dijo, por Dios,
por lo que tenéis de grande,
que me deis una limosna
porque me muero de hambre.
El rico alzó la cabeza
hizo que se sonreía
al ver que un gallardo mozo
una limosna pedía.
Señor, no tenéis oficio
ni cosa que trabajar,
sin duda vienes á ser
de ladrones capitán.
Mi Padre era carpintero
y aqueste oficio aprendí,
y á pedir una limosna
es á lo que vengo aquí.
El rico se ha arrodillado
el rico se arrodilló,
y el rico se ha condenado,
y el rico se condenó.
Jesucristo caminaba
por los montes que solía,
se encontró con un mal hombre,
malo y de malas venías,
le pregunta que si hay Dios,
le dijo que no lo había.
Calla, hombre, que sí hay Dios
y también Santa María
que te puede dar la muerte
ó te puede dar la vida.
Otro día de mañana
la muerte por él venía:
déjame, muerte rabiosa,
déjame seguir la vida,
yo no le temo á la muerte
ni tampoco á quien la envía.
Volvió la muerte otra vez
y la guadaña traía:
Muerte, detente, detente,
déjame siquiera un día;
confesaré mis pecados
y entregaré el alma mía.
Hombre, no puedo dejarte,
que Jesucristo me envía
que te eche á los infiernos,
á los más hondos que había.
Un viernes salió el Señor
á la ciudad de Samaria;
antes de entrar en poblado
la calor lo fatigaba;
hacia un pozo que allí había
muy derecho caminaba,
sobre el brocal se recuesta,
como quien cansado estaba;
desde allí vido venir
á la misma que aguardaba,
con un cántaro en la mano,
y era la Samaritana.
Llenó el cántaro y al punto
á la ciudad se tornaba;
entonces dijo el Señor:
Aguarda, mujer, aguarda,
si quieres darme á beber
una poca de esa agua,
que yo en premio te daré
otra de más importancia,
que nunca has de tener sed
como llegues á probarla.
Pues si tanta virtud tiene,
dame, Señor, de esa agua.
Corre y busca tu marido;
venid los dos en compaña.
Señor, no tengo marido
y nunca he sido casada.
El Señor dijo: Es verdad,
dices bien, Samaritana:
cinco galanes tuvistes
dando escándalo en Samaria,
cinco galanes tuvistes
y sin ninguno te hallas,
y aqueste cántaro es
encubridor de tu infamia.
Entonces la pecadora
abrió los ojos del alma.
¿Sois, Señor, algún Profeta
que mis pecados declaras
y penetras mi interior
sin que se te oculte nada?
Si lo eres, dímelo.
Y Jesús así le habla:
No soy Profeta, le dice,
que soy de tierra más alta:
soy Hijo del Padre Eterno,
el Mesías que se aguarda
que desde el Cielo ha venido
para redimir las almas.
Entonces la pecadora,
puesta en tierra arrodillada,
le dice: Dulce Jesús,
perdonad aquesta ingrata,
que yo en el mundo he vivido
cometiendo grandes faltas.
Tiró el cántaro, y al punto
abrió los ojos del alma,
empezó una vida nueva
y al mundo volvió la espalda.
Así las volvamos todos
como la Samaritana.
Una noche muy oscura
mi Dios por el mundo andaba,
se encontró á Bartolomé
que su ganado guardaba.
El lo agarró de la mano
y lo llevó á la posada.
Mientras la mesa ponían
y la cena se guisaba,
el Señor se entretenía
aderezando la cama.
Cuando cenaron los dos,
de la caridad hablaban,
y Bartolomé decía:
¿De dónde á mí tanta gracia?
El Maestro respondió:
Come, Bartolomé, y calla,
porque yo he venido al mundo
á dar ejemplo á las almas.
Acabaron de cenar
y Jesús se retiraba,
y Bartolomé se fué
á descansar á su cama.
El Señor pasó la noche
en oración sosegada,
pidiendo á su Eterno Padre
porque los hombres se amaran.
Luego que amaneció el día,
El lo viste y El lo calza,
y con su mano derecha
á sus pies lo santiguaba.
Mercedes, Bartolomé,
mercedes de caridad;
la gente va de viaje
y me deben de aguardar.
Allá en mitad del camino
volvió los ojos atrás,
y vido á Bartolomé:
Bartolomé: ¿dónde vas?
Señor, con vos he de ir
á los Cielos á subir.
Bartolomé, no vendrás
ni á los Cielos subirás,
que yo te daré un dón
que no se lo di á varón,
que yo te daré un dado
que no se lo di á vasallo.
En la casa que te nombren
no caerá piedra ni rayo,
ni entrará el demonio en ella,
ni mujer muera de parto,
ni criatura de espanto,
ni el gañán pierda sus bueyes,
ni el pastor á su ganado,
y todos los que te recen
tendrán en la gloria el pago.
Si supieras la entrada que tuvo
el Rey de la Gloria en Jerusalén,
que ni coche ni caballo quiso,
sino un jumentillo que alquilado fué.
Los hebreos luego que supieron
que Jesús venía á Jerusalén,
presurosos á su encuentro salen
con palmas y olivas llenos de placer.
Se presenta como Rey humilde
Jesús á las puertas de Jerusalén,
y alabanzas y cantos resuenan
por los aires al Rey de Israel.
Este pueblo que á Jesús recibe
con tanta alegría y tanto placer
es el mismo que á los pocos días
pidió furioso su muerte cruel.
Viendo Jesús de su Padre
declarada la sentencia,
le obedeció muy conforme,
y antes de partir ordena
hacer con toda su gente
una misteriosa Cena,
sirviendo un Cordero asado,
y para postre de mesa,
les lavó á todos los pies.
Y para que el mundo vea
su fuerza de amor tan grande,
entre nosotros se queda,
y en accidentes de pan,
su Cuerpo y Sangre nos deja.
Este es el gran sacrificio,
del amor divino inmenso,
firmado en el Consistorio
de los divinos decretos,
para redimir al hombre
prevaricador primero
y á todos sus descendientes,
pecadores sin remedio,
en el cual se ha decretado
que el Verbo divino Eterno,
concebido de una Virgen
en el ser humano nuestro,
pague la deuda del hombre
cual mansísimo Cordero,
la justicia que ha violado
el género humano entero.
Por lo tanto, este Dios-hombre,
este Jesús Nazareno,
Hijo de una Virgen pura
y de un pobre carpintero,
esposo virginal de ella,
siendo Hijo del Padre Eterno,
salió sentenciado á muerte
cuando bajó de los Cielos
por amor que nos tenía,
cual Redentor verdadero.
Y habiendo llegado el plazo
de cumplirse lo dispuesto,
sale de Jerusalén
como Isaac verdadero,
sacrificio de inocentes
por los hombres que son reos.
Llegó el Redentor al huerto
llamado de las Olivas
y se puso en oración,
en que á su Padre decía:
“Padre, si posible es
que este Cáliz de agonía
pase de mí sin probarlo,
aparta esta pena mía,
mas tu voluntad, Señor,
se cumplirá, y no la mía.”
Gotas de sangre le hace
sudar, sangre que corría
hasta la tierra en que está
humillado de rodillas,
y un Angel se le aparece
que lo conforta y anima.
¡Oh soberano Señor!
único Rey de los Cielos,
Señor de las majestades
y de los imperios dueño.
Porque fué tu voluntad,
por aquel amor inmenso
que tenías á los hombres,
bajaste desde tu Reino
y tomaste carne humana
para darles el remedio.
El tiempo ya se ha cumplido,
ya se ha cumplido el decreto
de que á tanta perdición
comuniques el consuelo
y salgan de las prisiones
que ocasionó el primer hierro
de nuestros primeros padres,
ofendiendo á un Dios tan bueno.
Recibe este amargo cáliz,
que va lleno de tormentos;
un discípulo será
de tu venta el instrumento,
y otro te negará,
lleno de terror y miedo.
Tu Cuerpo será azotado
con el rigor más severo,
y para que te conforte
me envió el Padre Eterno.
Aquí traigo una toalla
que á vuestra Madre concedo
para que pueda limpiar
el sudor del rostro vuestro,
que lo tenéis manchado
oscurecido ese cielo.
Quédate en paz, Jesús mío,
que yo parto desde un vuelo
al Consistorio divino
por no ver tantos tormentos.
Llegó Judas el malvado
con su infame compañía;
dijo Cristo: ¿A quién buscáis?
A Jesús, le respondían;
y el Señor dijo: Yo soy,
y á tierra todos caían.
Dióles después su licencia,
y á la seña que traían,
rabiosos aprisionaron
al Redentor de la vida.
A palos, á puntillones
y á patadas lo derriban;
lo ataron de pies y manos
y á la ciudad se encaminan
con algazara y estruendo
de voces y gritería.
Entran en Jerusalén,
y por balcones y esquinas,
por puertas y por ventanas,
unos á otros se decían:
Aquí está el facineroso,
aquel que se hacía Mesías.
Se lo presentan á Anás
y éste luego determina
que lo lleven á Caifás,
pues deseado lo había.
Lo recibió muy gustoso;
le dijo si era el Mesías,
conjuróle por Dios vivo,
y el Señor le respondía:
“Tú lo has dicho, y lo verás.”
Y Caifás repetía:
Blasfemó, ¿queréis más pruebas?
Y á Pilatos se lo envía,
y éste lo remite á Herodes,
que verlo también quería.
Le dice que haga un milagro,
mas Cristo no respondía.
Lo trata, al fin, como loco,
y con desprecios y risa
se lo devuelve á Pilatos
para que obre en justicia.
Al ver éste su inocencia,
libertarlo determina,
pero el pueblo lo que quiere
es que le quiten la vida.
Una corona le trazan
con setenta y dos espinas.
Amarrado á una columna
con rigor y tiranía,
los verdugos lo azotaron,
su sangre pura corría.
Pilatos lo muestra al pueblo
y Ecce Homo les decía:
Tened piedad de este hombre;
pero la canalla grita:
“Crucifícalo y que muera”.
Pidió entonces la bacía
y lavándose las manos
aquesta sentencia firma.
Por Tiberio Emperador
mando yo, Poncio Pilatos,
presidente de Judea
por el imperio romano,
jefe de Jerusalén
en este nuestro palacio,
atento á la acusación
que contra Jesús han dado
escribas y sacerdotes
y también los magistrados,
de que su ley la permita
con diabólicos milagros,
porque alborota á los pueblos
con su doctrina engañando,
no paga tributo al César
y otras mil cosas negando,
llamándose de Dios Hijo,
teniéndole averiguado
que es de Nazaret vecino,
Hijo de un pobre artesano,
compañero y muy amigo
de inicuos samaritanos;
que va conquistando gentes
con ánimo depravado
de levantarse en pudiendo
contra todos los romanos.
Mando que entre dos ladrones,
que á muerte están sentenciados,
lo lleven y crucifiquen
en el monte del Calvario,
llevando la cruz á cuestas
hasta llegar á lo alto,
en donde se crucifique
en medio de los nombrados.
Mando también que se ponga
de la cruz en lo más alto
su nombre, causa y por qué
ha sido así castigado,
que todos puedan leerla
en las tres lenguas que usamos:
hebrea, griega y latina
de nuestro Imperio romano,
para que sea escarmiento
y ninguno sea osado
á impedir esta justicia,
pena de ser castigado
con el rigor que la ley
le tiene determinado.
Su fecha en Jerusalén
llena la luna de Marzo,
de la creación del mundo
pasado cinco mil años,
doscientos y treinta y tres,
según llevamos contados.
Quien tal hizo que tal pague,
que así el pueblo lo ha aclamado.
Muera Jesús, muera, muera.
Lo firmo, Poncio Pilatos.
Viernes Santo muy de día
salió Jesús al Calvario
vestido de Nazareno;
de espinas va coronado
y lleva la cruz á cuestas
para ser crucificado.
Por el rastro de la sangre
que el Señor ha derramado
iba la Virgen María
buscando á su Hijo amado.
San Juan y la Magdalena
la iban acompañando.
Por el camino que iba
una mujer se ha encontrado.
¿Qué haces aquí, mujer,
qué haces aquí llorando?
¿Me habrías visto pasar
á mi Hijo muy amado?
Sí, Señora, que lo he visto,
ratito ha que ha pasado
con una cruz en sus hombros
y una cadena arrastrando,
una corona de espinas
y su cuerpo ensangrentado.
Me ha pedido que le diera
un paño de mi tocado
para limpiarse su rostro
que le lleva muy sudado;
tres dobleces tenía el paño,
tres figuras me han quedado.
La Virgen cuando oyó esto,
de pena se ha desmayado,
San Juan y la Magdalena
al punto la levantaron:
Vamos, vamos, mi Señora,
caminemos al Calvario,
que por pronto que lleguemos,
lo estarán crucificando.
Suenan trompetas y cajas
y relinchos de caballos.
Ya le ponen la corona,
ya le remachan los clavos,
y ya levantan la cruz
donde lo han crucificado.
Dijo que tenía sed;
hiel y vinagre le han dado.
Señora, mirad, mirad.
Ya murió vuestro Hijo amado,
ya le hincan la lanzada
en su divino costado.
Ya vienen las tres Marías
con tres cálices dorados
para recoger la sangre
que Jesús ha derramado.
Ya vienen los pajaritos
á quitarle los clavitos,
ya vienen las golondrinas
quitándole las espinas,
ya llegan los gorriones
á quitarle los cordones
y ya la Virgen María
va á recibir en sus brazos
muerto al Hijo de su vida.
Aquel que nació en Belén
adorado de pastores,
hoy se ve en Jerusalén
hecho un varón de dolores
tan sólo por nuestro bien.
Por salvar al pecador
y darle seguro puerto,
Jesús nuestro Redentor
oración hizo en el Huerto
llevado de un fino amor.
Llevado de la codicia
Judas á Cristo vendió,
pero con tanta malicia,
que en el huerto lo entregó
en manos de la justicia.
Judas á Cristo vendió
sólo por treinta dineros,
que luego los devolvió
y en sus arrebatos fieros
de un saúco se ahorcó.
Una recia bofetada
dió á Cristo el cruel sayón
que Pedro hirió con su espada,
y Jesús por compasión
puso la oreja cortada.
Celoso Pedro afirmó
que nunca á Cristo negara,
pero luego sucedió
que antes que el gallo cantara,
por tres veces lo negó.
Qué noche es esta, Jesús,
que tanta pena ha causado
y en tu persona ha quedado
fuerza para tanta cruz
después que tanto has pasado?
Por este Dios Salvador
el hombre fué redimido,
y á tanto llegó su amor,
que quiso ser escupido
por salvar al pecador.
Los verdugos lo azotaban
con golpes tan violentos
que cuando ya se cansaban,
para cobrar nuevo aliento,
con otros se renovaban.
A un balcón fuiste asomado,
azotado y mal herido,
por Pilatos sentenciado,
porque el pueblo enfurecido
te pide crucificado.
Alma, contempla y verás
al bello sol de justicia,
y luego conocerás
que del hombre la malicia
lo pospone á Barrabás.
Un inicuo presidente,
teniendo al pueblo malvado,
sentencia le dió de muerte
al que en Belén fué adorado
de los Reyes del Oriente.
Hoy nadie en favor aboga
del inocente Jesús,
pues la infame Sinagoga
lo ha cargado con la Cruz
y al cuello le echa una soga.
Ya sale el Sol de la gloria
que al abismo causa espanto,
y en los siglos su memoria
impresa quedará tanto
como su muerte es notoria.
Tras de una ronca trompeta,
entre un ejército fiero,
va saliendo por la puerta
el Mesías verdadero
con nuestras culpas á cuestas.
El que á los Cielos sostiene
por redimir el pecado,
entre dos ladrones viene,
que así el mundo le ha pagado
el amor que al hombre tiene.
Aquel que por los profetas
fué anunciada su venida,
va con una Cruz á cuestas,
y en ella dará la vida
entre Dimas y entre Gestas.
Ya el divino Nazareno
va con la Cruz abrazada,
tan humilde, manso y bueno,
que no cometió pecado
y muere por el ajeno.
Como era tanta la sangre
que las heridas echaban,
ya á Jesús fuerzas faltaban;
para andar con más alarde,
su persona atrepellaban.
Hoy ya la más bella Aurora
mira eclipsada su luz
y camina sin demora
á ser con Cristo en la Cruz
del mundo Corredentora.
¿Dónde vas, Madre querida,
Reina del Cielo y la tierra?
Yo te contemplo afligida
porque el mundo pone guerra
al que es Autor de la vida.
Hijo mío, ¿adónde vas
con esa Cruz tan pesada?
Las fuerzas te faltan ya.
Angeles, bajad del Cielo
y ayudádsela á llevar.
Se marchitó la hermosura
de aquel lirio deshojado
en la calle de Amargura,
y su vestido morado
se manchó con sangre pura.
El Sol, divino Jesús,
que al Cielo da la hermosura,
hoy ve eclipsada su luz
en la calle de Amargura
bajo el peso de la Cruz.
¡Qué pena y qué desconsuelo
para la Virgen María,
viendo caído en el suelo
al que es Autor de la vida
y Señor de tierra y cielo!
Ya se ve en tierra caído
el mansísimo Cordero
bajo el peso del madero,
blasfemado, escarnecido
y tratado de embustero.
Como era tanto el tropel
de aquel ejército fiero,
y tan pesado el madero,
dió en tierra segunda vez
el Mesías verdadero.
Segunda vez sin consuelo,
haciéndole todos guerra,
y siendo su boca el Cielo,
con ella besó la tierra.
Vuelven los fieros sayones
con tal ímpetu á tirar,
que le hacen levantar,
y á palos y puntillones
así le hacen caminar.
Pasmaos, Cielos, al ver
cómo va vuestra hermosura,
qué angustiada por querer
muerte de Cruz padecer
por darle al polvo su altura.
Aquella mujer piadosa
que á Cristo el rostro limpió,
triste, afligida y llorosa,
por tres veces se imprimió
la faz de Cristo amorosa.
Ya mil desmayos padece,
ya no puede con el peso,
ya los pasos entorpece,
ya es de penas un congreso,
mas tu amor nunca enflaquece.
Dió la tercera caída,
tan rigorosa y tan fiera,
que no le ha quedado herida
que de nuevo no se abriera
al Redentor de la vida.
Los verdugos infernales
le dieron fuertes puñadas,
tan recias y desiguales,
que sus mejillas sagradas
estampó en los pedernales.
Ya de tres veces caído
se unía en la tierra al Cielo,
¡ay, Jesús, y qué afligido
te contemplo y qué sufrido
por levantarnos del suelo!
Cayó Cristo y su corona
de espinas se la clavó,
y tantas fuentes le abrió,
que su sagrada Persona
con la sangre se cegó.
Viendo que fuerzas no tiene
para el peso de la Cruz,
todos dicen que conviene
que la cargue con Jesús
Simón, hijo de Cirene.
Hoy sufre el Omnipotente
sacrificio voluntario;
por el hombre delincuente
va á morir en el Calvario
de duros clavos pendiente.
Fué misterio incomprensible
ver á Jesús padecer,
siendo el Dios fuerte y terrible,
pero su amor pudo hacer
al impasible pasible.
Por mis pecados, Jesús,
tan liberal y propicio,
siendo del mundo la luz,
hoy se ofrece en sacrificio
en el altar de la Cruz.
Llega, Discípulo amado,
y verás á tu Maestro
desnudo y avergonzado,
en un patíbulo puesto
por redimir el pecado.
Por pagar la culpa ajena
han enclavado á Jesús;
acércate, Magdalena,
póstrate al pie de la Cruz
y acompáñale en su pena.
Llega, María, y verás
á tu Hijo muy amado
de pies y manos clavado:
como Madre, le dirás:
¿Quién así te ha maltratado?
Siendo la perla preciosa
del Padre Eterno escogida,
hoy eres marchita rosa
entre abrojos sumergida
y abrasada mariposa.
Estando en la Cruz pendiente,
clavado con duros hierros,
á su Padre Omnipotente
pidió perdón por aquellos
que le daban cruel muerte.
Una deuda satisfizo
muriendo crucificado,
y entre las gracias que hizo
fué aquel que murió á su lado
que le ofreció el Paraíso.
La redención se efectúa
en la progenie de Adán,
y á su Madre le insinúa
que adopte por hijo á Juan
y á éste por Madre á la suya.
¡Oh Madre, llena de amor,
mar de amargura y de penas!
soy contigo en el dolor,
pues por las culpas ajenas
hoy muere mi Redentor.
De los hombres blasfemado
está mi dulce Jesús,
y de pena traspasado
dijo á su Padre en la Cruz:
¿Por qué me has desamparado?
Sed tengo, lleno de amor
dijo en la Cruz el Mesías,
previendo con gran dolor
los pocos que sacarían
fruto de su Redención.
Los tres Reyes del Oriente
tres misterios te ofrecieron,
y aquesta malvada gente
hiel y vinagre te dieron
para acelerar tu muerte.
En la Cruz enarbolado
dijo el Dios Omnipotente
Ya está todo consumado;
y al mundo dejó una fuente
para lavar el pecado.
El Omnipotente y Santo
á la muerte se prepara;
Cielos, cubríos de espanto.
¡Ay Dios, quién imaginara
que tu amor llegara á tanto!
Cumplidas las profecías
Cristo inclinó su cabeza,
y estando en sus agonías,
á la Majestad inmensa
su Santo Espíritu envía.
El sol ocultó su luz,
la tierra se estremeció
al ver que mi buen Jesús
en el Calvario murió
en el árbol de la Cruz.
Al redimir el pecado
fué tan inmenso su amor,
que murió crucificado
y á los hombres nos dejó
su Cuerpo Sacramentado.
El sol se mira eclipsado
por la muerte de Jesús,
el Demonio queda atado,
triunfante queda la Cruz
y destruído el pecado.
Con este leño has triunfado
del Infierno y de la muerte,
y al mundo has proporcionado
la Redención y la suerte
destruyendo su pecado.
Aquel que culpa no hizo,
por un exceso de amor,
una deuda satisfizo
y abrió para el pecador
las puertas del Paraíso.
La muerte se arrodilló
delante del Padre Eterno
á pedirle á Dios perdón
por la vida del Cordero,
que tan injusta quitó.
Hoy se queda en orfandad
la hermosa Hija del Padre,
y en completa soledad
la que fué del Verbo Madre,
Templo de la Trinidad.
Sois el recreo de Dios,
abrasada mariposa,
la azucena más hermosa;
mas en aquesta ocasión
sois entre espinas la rosa.
Llegan los santos varones,
quitan los clavos y espinas,
con devotas atenciones
tocan las carnes divinas,
imán de los corazones.
A bajarlo van ahora
despedazado y deshecho;
abre los brazos, Señora,
y recíbelo en tu pecho,
porque ha llegado la hora.
Tristes ayes exhalaba
y al cielo llanto subía,
cuando el rostro le enjugaba
con el velo que tenía
y de este modo exclamaba:
Vosotros que me escucháis
si tenéis corazón pío,
mirad si dolor halláis,
ó algún tormento encontráis
que se iguale con el mío.
Danos, Señora, tus penas
acompañar y quebranto
á la sombra de tu manto,
las almas de angustia llenas,
los ojos de tierno llanto.
Tanto á quererme llegaste
del Cielo cárdeno lirio,
que atravesada quedaste
del doloroso martirio
que por mis culpas pasaste.