La mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de la Grecia - Cecilia Böhl de Faber - E-Book

La mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de la Grecia E-Book

Cecilia Böhl de Faber

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Beschreibung

Si de algo fue una gran defensora Cecilia Böhl de Faber fue de la educación universal, en una época donde buena parte de la población era iletrada o no se preocupaba por facilitar el acceso a la educación, en especial, a las mujeres. «La mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de la Grecia» es aquello que promete, un libro didáctico dirigido a los más pequeños, con una prosa entretenida y sencilla, sobre las grandes historias y leyendas de la mitología grecolatina, así como un recorrido por los personajes más ilustres de la Grecia clásica.

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Seitenzahl: 147

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cecilia Böhl de Faber

La mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de la Grecia

 

Saga

La mitología contada a los niños e historia de los grandes hombres de la Grecia

 

Copyright © 1888, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726875461

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

La Mitología contada a los niños

Capítulo I

Muchas cosas hay que no podéis aprender, niños míos, lo uno porque no están a vuestros alcances y las aprenderíais sin comprenderlas, lo cual es tarea de loros; lo otro, porque no se puede exigir de vuestra móvil atención la perseverancia necesaria para fijarse todo el tiempo que sería preciso para explicároslas. Pero como tampoco os debéis criar ignorantes, desaplicados ni ociosos, convendría que las personas que se interesan por vosotros pusiesen la enseñanza a vuestro alcance. La que procuraré daros en este libro, que os dedico, sobre la Mitología, no es la suficiente, y más adelante necesitaréis adquirirla más cumplida; pero las nociones que ahora recibáis, serán como las aguas de una buena otoñada, que, sin labrar la tierra, la preparan para recibir el cultivo a su debido tiempo, puesto que las cosas que en la niñez se aprenden no se olvidan nunca; lo cual sé por experiencia. Para probároslo, os referiré una cosa que leí cuando niño en un libro de enseñanza religiosa, que fue uno de los que me prepararon para celebrar debidamente el más feliz e inolvidable día de mi vida, aquel en que hice «mi primera comunión». Decía el excelente maestro que lo escribió, dirigiéndose a sus discípulos: «Hijos míos, si os pareciese largo el tiempo que invirtáis en leer lo que para vosotros escribo, tened presente que mucho más largo ha sido el que he invertido yo en escribirlo». Y esto, que nunca he olvidado, me ha servido toda mi vida.

Recuerdo esto y os lo refiero, niños míos, por dos razones, la una para probaros que no se olvida lo que en la niñez se aprende, la otra para que tengáis presente que más me ha costado a mí en tiempo y trabajo el escribir estos apuntes sobre la Mitología, que a vosotros costará el leerlos.

Mitología es una palabra compuesta de dos voces griegas, que expresan o creencia o religión fabulosa.

Los hombres olvidados del verdadero Dios, su Criador, inventaron divinidades a su albedrío; porque en el alma que Dios crió con soplo divino, existe siempre un anhelo, una necesidad de elevarse y someterse a un poder superior, que se adora, se respeta y se invoca. Cuando el hombre ya no siente esas altas y divinas inspiraciones... compadecedle, porque ahogó su alma.

La Mitología es, pues, una religión que crearon los gentiles, y de ella me propongo dar a vosotros una clara, aunque sucinta, idea.

Capítulo II

Empezaron aquellos espíritus extraviados por adorar como dioses al sol y a la luna, porque son lo más bello y admirable de lo creado. Pero con el tiempo este estéril culto no les bastó, y se pusieron a adorar a los hombres que entre ellos descollaban y a las cosas, a las que daban personalidad o personificaban: así lo hicieron con las virtudes, y aun con los vicios. Esto es, pues, la Mitología o Fábula, esa religión de los paganos, disparatada, descompuesta y hasta criminal, que habría caído entre nosotros los cristianos en el olvido y desprecio que merece, a no ser porque la embellecieron los afamados poetas griegos y latinos, cantándola, y los excelentes artistas atenienses con sus obras maestras, que siempre se dirigieron al culto de sus falsos dioses. Así, embellecida y poetizada, ha seguido dando imágenes y alegorías a los poetas, y modelos a los artistas, por lo cual se presentan de continuo a nuestra vista producidos esos lindos emblemas que creó la florida imaginación de aquellos poetas, y vemos copiadas sus perfectas obras artísticas; y sucede que aquel que no sabe a lo que se refieren, ni lo que significan, pasa en sociedad por un ignorante y se expone a no comprender ni las cosas que ve ni las cosas que oye.

Tan generalizado y esparcido está el conocimiento de la Mitología, que existen cantidad de expresiones hasta populares que dimanan de ella, cuales son: un pánico, la rueda de la fortuna, un alcides, una bacanal, y otras calificaciones. También en el Zodíaco, o curso anual del sol, han conservado los astrónomos los emblemas que empleó aquélla para el mismo objeto.

Dicen que Nino, soberano del Imperio asirio, fue el primero que introdujo entre los hombres esta idolatría, levantando a su padre, a quien deificó o hizo dios, una estatua, y forzando a su pueblo a que la adorase; y siguiendo este giro, fueron deificados Saturno, Júpiter y otros soberanos. Pero no tratamos de investigar eruditamente el origen de la Mitología, ni de inquirir la realidad que sirvió de base a este deforme parto de imaginaciones ricas y extraviadas; sólo tratamos de tomar una corta, pero exacta, idea de ella misma. Como no es historia, ni es doctrina, ni tiene leyes, ni consecuencia, os daremos a conocer por su orden sus dioses, sus semidioses, genios y ninfas, y de estas relaciones parciales se desprenderá ese conjunto que forma la Mitología.

Capítulo III

Saturno

Empezaremos nuestra relación como las amas cuando os cuentan sus bellos cuentos de encantamientos. Casáronse... ¿quién pensaréis? El Cielo y la Tierra. Al Cielo llamaron los latinos « Coelum» y los griegos « Uranus»; a la Tierra, «Vesta», y también «Rea».

Tuvieron dos hijos, era el mayor un tremendo gigante llamado Titán, y el segundo fue el Tiempo, llamado Saturno. Por incontestable derecho de primogenitura pertenecía a Titán el imperio del Universo. A instigaciones de su madre se lo cedió a Saturno; pero con la condición de que no había de criar ningún hijo varón, lo cual prometió; y habiéndose casado con Cibeles, cada vez que ésta paría un hijo varón, se lo engullía como si fuese un merengue. Observad, no obstante: la parte de alegoría que encierra este hecho horrible y disparatado, prueba que el tiempo engulle a sus hijos, esto es: un siglo a los años, los años a los meses, los meses a los días, los días a las horas, que son sus propios hijos.

En una ocasión tuvo Cibeles mellizos: escondió a uno, que era varón, y sólo enseñó a su marido a la niña. Otros dicen que le presentó un canto, que, sin descubrir el engaño, se tragó Saturno, sin que se le atorase, con lo que quieren demostrar que todo sin excepción lo consume el tiempo.

Titán supo esto, y que el niño (que era Júpiter) existía, y ofendido de ese engaño hizo la guerra a su hermano Saturno, a quien venció y puso preso. Pero cuando Júpiter llegó a ser hombre, libertó a su padre, y Titán y los demás Titanes, hijos de éste, fueron vencidos y exterminados por él.

El destino había predicho a Saturno que su hijo le quitaría el reino del cielo pagano, que se llamaba «Olimpo». Así fue que persiguió a su hijo; pero fue vencido por éste, que lo desterró del Olimpo. Saturno se refugió a la parte de Italia en que después fue labrada Roma, que recibió el nombre de « Latium», derivado de « latere», que significa estar escondido.

Representaban a Saturno como un viejo con grandes alas, para figurar lo aprisa que vuela el tiempo; tenía en una mano un reloj de arena y en la otra una hoz, con la que va segando las cosas todas, aun aquellas a las que él mismo ha dado existencia.

Las fiestas que se hacían a Saturno eran llamadas «Saturnales», y ¡qué tales no serían de descompuestas y groseras, cuando aun en nuestros días sirve esa voz para designar reuniones escandalosas y odiosas!

Ya estáis, pues, enterados del origen y del principio de la Mitología; de que el Cielo « Uranus» se casó con la Tierra «Vesta»; que tuvieron dos hijos, «Titán» y el «Tiempo» o «Saturno»; que éste tuvo por mujer a «Cibeles», y por hijos, primero a Júpiter y Juno, y más adelante a Neptuno, Plutón y Ceres, de quienes os hablaré más adelante; por ahora lo que os suplico es que no olvidéis lo referido, para que no esté yo haciendo este trabajo en balde.

Capítulo IV

Cibeles

A Cibeles, mujer de Saturno, han dado los poetas varios nombres, que han tomado de las montañas de Frigia en donde más principalmente se la veneraba y que son «Dindimena, Berecinthia e Ida». También era nombrada Magna-Mater por ser la madre de los dioses de primera categoría, como asimismo « Ops y Tellus (Tierra)»; porque así como su marido presidía en el cielo, ella presidía en la tierra y procuraba socorros a los mortales. Representábanla sentada en tierra y con un tamboril en la mano y algunos animales a su lado; otras veces en un carro, del que tiraban leones, con una corona de murallas y torres o bien de ramaje, llevando en la mano una llave en señal de que en invierno encierra la vegetación y en la primavera la abre con mano liberal. Los sacerdotes de Cibeles se llamaban «Dáctilos», que significa «dedos»; por ser su número diez, el mismo que el de los dedos. Celebraban estos sacerdotes las fiestas de su diosa con gritos confusos, tamboriles y pífanos.

Algunos la han denominado Vesta, por lo que muchos eruditos han creído que había dos Vestas, y aun hay otra tercera más moderna que presidía al fuego. Numa Pompilio, rey de Roma, le consagró un altar, y ordenó que jóvenes doncellas que se llamaron «Vestales», cuidasen de tener en él siempre fuego encendido. Considerábase el que se apagase como una gran desgracia, y si sucedía por descuido de las Vestales, eran éstas severamente castigadas. Renovábase el fuego en marzo, y sólo debía encenderse por medio de los rayos del sol.

Capítulo V

Júpiter

Después que este desterró a su padre, según os he referido, repartió con sus hermanos el imperio del Universo; dio el de las aguas a Neptuno, el de los infiernos a Plutón y se reservó el del Cielo u Olimpo. Mas en tanto la Tierra, mujer de Titán, furiosa contra Júpiter, porque había muerto a sus hijos los Titanes, crió los gigantes , hombres tremendos en estatura y fuerza. Fueron los principales entre éstos: Encelado, Briareo o Egeón, y Giges.

Colocaron montañas sobre montañas para escalar el Cielo, pero habiendo sido rechazados por Júpiter con sus armas, que son los rayos y las centellas, quedaron sepultados debajo de las mismas montañas que habían amontonado. Los demás dioses que convocó Júpiter en su ayuda, se espantaron tanto con la vista de aquellos gigantes, que huyeron a Egipto, donde se disfrazaron de animales y plantas, y por eso en Egipto se rinde culto a muchas de éstas y de aquéllos. Sólo Baco, hijo de Júpiter, tuvo valor para combatir a los gigantes, lo que hizo tomando la forma de un león y animado por su padre, que le gritaba «Evoe, eu, uie», que quiere decir: valor, valor, hijo mío.

Egeón o Briareo tenía cincuenta cabezas y cien brazos. Encélado era el más poderoso; Júpiter lanzó sobre él el monte Etna, y en Sicilia cuando había temblor de tierra decían que provenía de los esfuerzos que hacía Encelado por libertarse del peso que le oprimía.

Cibeles había parido a Júpiter en Creta, donde permaneció escondido en su infancia en un antro denominado Dicté, al cuidado de dos ninfas llamadas Melisas, que lo sustentaron con la leche de la cabra Amaltea, que Júpiter premió después transformándola en estrella y a las ninfas dándoles un cuerno de Amaltea al que dio la virtud de contener cuanto se le pedía; éste es el famoso cuerno de la abundancia, que satisfacía todos los deseos, y la más ilusoria de todas las invenciones del paganismo. Los deseos de los hombres son como las cabezas de la hidra, cuando uno se satisface, nacen varios en su lugar. El verdadero cuerno de la abundancia es gozar de lo que se tiene, por poco que sea, y no desear más.

Cuando Júpiter hizo al hombre, los demás dioses celosos quisieron hacer otro tanto, y contribuyendo cada cual con algo, crearon a una mujer, que llamaron Pandora, que quiere decir formada por los dones de todos; Júpiter por castigar el orgullo de aquéllos en haber querido competir con él, dio a Pandora una caja que contenía todos los males. Pandora se la llevó a Epitemeo, que fue su marido, el que abrió la caja y todos los males se esparcieron por la tierra; de aquí provino al mundo la edad de hierro.

Júpiter tuvo muchas mujeres, lo mismo que el gran turco. De la primera y principal que reinó con él en el Olimpo, que es Juno, tuvo cuatro hijos, que fueron Hichia, divinidad que presidía a los partos, y tuvo un templo en Roma; Menaque, algunos creen que era la luna; Hebe diosa de la juventud, y por último Vulcano; este pobrecito nació tan feo, que al verlo su padre le dio un puntapié y lo echó del Olimpo a la tierra, de cuya caída quedó cojo. Para indemnizarle lo hizo Júpiter forjador de sus rayos, por lo cual son tan renombradas las fraguas de Vulcano.

Los eruditos piensan que entre los reyes de Creta ha habido varios con nombre de Júpiter, que pueden haber sido el origen de este fabuloso dios. El más célebre, dicen, fue contemporáneo del patriarca Abrahán. Júpiter tuvo muchos nombres, que no es necesario retener, pero que es bueno saber para poderlos recordar si se viesen escritos. Son éstos: Opimo, Stator, Jove, Diespiter, Denio, Lapis, Tonante, Capitolino, Olímpico y Ammón, que es el más antiguo.

Capítulo VI

Neptuno y las ninfas marinas

También a este hijo suyo ocultó Cibeles en una cabreriza de Arcadia, llevando a Saturno, que se lo engulló, un potrito que le dijo haber parido. Cúpole en suerte el imperio de los mares, ríos y arroyos.

Enamoróse de Anfitrite, que no lo quiso hasta que un buen mediador, que fue un delfín, la persuadió que recibiese al dios de los Mares por esposo. Era este dios su abuelo, por ser padre del Océano, que lo era de Anfitrite, a quien tuvo de Doris, hija de Nereo y de Tetis. Tuvieron por hijos a los Tritones, las Nereidas, que eran las ninfas de la mar, y las Náyades, que lo eran de los ríos, que figuraban medio mujeres y medio pescados. Lo representan sentado en una concha de gran tamaño, tirado por hipopótamos unas veces, y otras por caballos marinos, cuyos cuerpos terminaban en cola de pescado, llevando en la mano un tridente que tenía tres puntas, para significar el triple poder que tenía de conservar la mar, de solevantarla y de apaciguarla. Habíanlo fraguado los Cíclopes, y tenía el poder de abrir la tierra cuando Neptuno la golpeaba con él.

Nereo, divinidad marina, hijo del Océano y de la Tierra, casó con Doris, y tuvo por hija a Tetis. Era ésta tan hermosa, que muchos dioses la pretendieron; pero habiendo sabido que un oráculo de Temis decía que Tetis tendría un hijo más famoso y más grande que su padre, todos desistieron en sus pretensiones, y Tetis tuvo que casarse con un simple mortal que fue Peleo, hijo de Eaco, rey de Egina. Fueron convidados a sus bodas todos los dioses y divinidades, menos la Discordia, que por vengarse tiró en la mesa del festín una manzana, con un letrero que decía: «A la más hermosa»; y queriéndosela apropiar todas las diosas, se la disputaron, tanto, que resultaron grandes males, como sucede siempre que todos quieren una misma cosa, a la que por amor propio o ambición creen tener opción o derecho; por eso se dice aún en nuestros días que ciertas cosas son la «manzana de la Discordia».

Scila y Caribdis son dos monstruos marinos. La primera había sido una bella ninfa de quien se enamoró Glauco, y no siendo correspondido logró que la hechicera Circe la transformase en un monstruo, de cuyo cuerpo salían porción de cabezas de perros, las que con sus continuos ladridos atemorizaban a cuantos se le acercaban. La pobre Scila desesperada se tiró al mar en el estrecho de Sicilia. Al frente está un peligroso remolino en que fue transformada Caribdis, que había robado los bueyes de Hércules; por lo cual se dice al que por huir de un mal paso o mal encuentro se halla otro, que salió de Scila para entrar en Caribdis, como suele suceder a los barcos en ese estrecho.

Las Sirenas, hijas del río Acheloo, poseían con tanta perfección la música, que habrían hecho hoy día gran papel entre los filarmónicos. Dicen que para castigarlas de la mala vida que llevaban, fueron transformadas en pájaros, conservando cabeza de mujer; pero comúnmente se les representa como mujeres de cintura arriba, y lo demás como pescados, que en las orillas del mar cantan para atraer a los navegantes a su perdición sobre los escollos. Así es que el canto de la Sirena sirve para definir una cosa suave y dulce que arrastra a un peligro. Conocéis, pues, los habitantes con los que la imaginación de los griegos pobló la mar. Después bajaremos a sus infiernos, que son menos divertidos.