Obras completas de Fernán Caballero. Tomo XVI - Cecilia Böhl de Faber - E-Book

Obras completas de Fernán Caballero. Tomo XVI E-Book

Cecilia Böhl de Faber

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Beschreibung

Una de las mejores maneras de acercarse al folclore y al pensamiento tradicional de la España del siglo XIX es leer a Cecilia Böhl de Faber.Este decimosexto volumen de «Obras completas de Fernán Caballero» acoge parte del refranero de esta importante escritora española, quien siempre fue una apasionada de la lengua y la cultura populares. El refranero se divide en apartados temáticos y recoge multitud de refranes, dichos, proverbios, trabalenguas, romances, poemas e historias populares y creencias de mediados del siglo XIX.«Obras completas de Fernán Caballero» es una serie de volúmenes que recogen la producción literaria de la escritora Cecilia Böhl de Faber, quien publicó en vida bajo el seudónimo masculino Fernán Caballero. En la colección completa de sus obras se recogen relatos, novelas de costumbres, poemas, refranes y dichos, cartas y otros escritos.

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Cecilia Böhl de Faber

Obras completas de Fernán Caballero. Tomo XVI

 

Saga

Obras completas de Fernán Caballero. Tomo XVI

 

Copyright © 1912, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726875270

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

SECCION ALEGRE Y FESTIVA

DISTRIBUCION DEL TRABAJO EN LAS ESTACIONES DEL AÑO

USOS Y COSTUMBRES DE LOS CORTIJOS

Un buen viejo iba á rayar un cortijo, y le dijo á su mayordomo, estando en el campo:

—Ate usté al caballo.

Y contestó aquél:

—Como no lo ate aquí á un cardo lechal.

—Pues vamos más allá.

Llegaron á otro sitio y volvió á decir:

—Ate usté al caballo.

Y respondió:

—Como no lo ate á un cardo lebrel.

—Pues vamos más adelante á ver.

Llegaron á otro terreno, y repitió el amo:

—Ate usté al caballo.

Y contestó:

—Como no lo ate á una jara.

—Pues vamos á otro sitio, y para.

Estando más lejos, le dijo que atara al caballo, y respondió:

—Como no lo ate á un padrijo.

Y contestó al instante:

—Pues raya ahí el cortijo. ¿No sabes el refrán: “Adonde se cría el padrijo raya tu cortijo;” Y el otro: “La tierra del padrijo para tu hijo, y la del yezgo para tu yerno?”

——

En los cortijos y haciendas

hay muchos que están contentos;

son los hombres desatentos,

y ninguno bien criado;

las mujeres, tal ganado

que quitan al hombre el brío;

los chiquillos muy bravíos,

los mocitos remolones

y la miseria á montones;

á esto llaman un cortijo.

——

El que dijo cortijo,

todo lo dijo.

——

Madre que manda á su hijo á un cortijo,

¡vaya una madre; pero vaya un hijo!

——

Hijo Pedro, ara poco y vente presto.

——

¿Por qué hiciste la obra mal?

Por salir á mi jornal.

——

¿Quién es el capataz de este cortijo?

—El tío Tello. —Así anda ello.

En el cortijo del tío Lucas

mandan todos y el amo nunca.

——

En el cortijo de Pedro Espiga

el que no mande, que lo despidan.

——

Más vale ser amo en el infierno

que mozo en la gloria.

——

No hay tierra tan brava que resista al arado;

ni hombre tan manso que quiera ser mandado.

——

Cuando el gallo canta

y el burro rebuzna,

si no han dado las doce,

va para la una.

——

Ya va apareciendo el lucero matagañanes.

——

Cuando el carro empina el jopo,

de allí al día falta poco.

——

Cuando el carro vuelve el rabo,

ó quiere amanecer ó es día claro.

——

Cuando el mochuelo pía ya es de día.

I INVIERNO

Alabao!... arribaaa... á trabajar...!

¡Ay qué tres golpes tan fieros

que llegan al corazón

y dan fatigas de muerte!

Permita Dios que reviente

quien llama así tan temprano,

y tan tarde da de mano

y anda siendo todo el día

verdugo de los cristianos.

——

Santa Pereza, Santa Flojaina

y Santa Entretenía, su hermana.

——

Bendito y alabao,

que me hallo vestío y aparejao.

——

Arriba, gañanes,

que las migas están hechas.

——

Las mañanas que son frías,

los amigos verdaderos,

ni se dan los buenos días,

ni se quitan el sombrero.

——

Si te gustan migas canas

á voces te llamaré;

mientras ordeño las cabras

ten el cabo la sartén.

——

Migas hechas con gorrones

no las hacen todos los hombres.

——

A los desdichados

se les hielan las migas entre la boca y las manos.

——

Vamos á las mal hechas y bien merecías

(al revés te lo digo pa que lo entiendas).

——

Gracias á Dios, hijos míos,

que ya es la hora llegá,

que nos comamos las migas

calientes y bien tostás.

——

Suelen caerse algunas tornas en las migas, y dicen unos:

—Aquí hay un pajuco.

—Por eso no hay cudiao, que á angarilla cabemos.

Otros dicen:

—Quita allá esas pajas, que me dan bascas.

Concluídas, van á coger los apaños que puedan buscar, y toma cada uno su ahijada, coyunda, reja, barsón y látigo.

Los de bueyes, que son los que llevan las yuntas á la besana, salen, y al llegar al sitio del trabajo, dice el aperador: “A uncir.” Y cada uno engancha su yunta, y entonces el aperador les grita: “Vamos, hijos, como los perros á las alcachofas”, y salen arando.

——

Al salir el sol se entonaba en otros tiempos el Santo Dios : hoy se dice:

“Eso se va quedando más perdío que el Santo Dios entre los trabajadores.”

——

Además cantaban:

En el nombre sea de Dios

y de la Virgen María,

por ser la primera copla

que he cantado en este día.

——

Poca gente,

pero valiente.

——

El que más trabaja gana menos,

y lleva roto el aparejo.

——

Ese nació para arao

y se volvió timonero.

——

Coscorrón de arado,

no es vedado.

——

No se saca arador

á palo de azadón.

——

No hay tal rezagada

como la de la arada.

——

El que le habla á un arado,

tiene que estarse parado.

——

A las nueve, para echar el cigarro, grita el aperador:

—¡Eh!... A volverlas y á encender; dejarlas claras.

Se reúnen, y hay quien diga:

—Siéntate, c..., que por el campo anda el mulo.

—¿No hay alguno que dé un cigarro?

Y no falta quien responda:

—Tabaco, papel y candela, gorra entera.

——

A uso de Utrera,

cada uno de su faltriquera.

Concluído, beben y dicen:

—Beberemos agua, y cambiaremos el paso.

——

A las once vuelven á reunirse segunda vez para otro cigarro, y suelen decir algunos, haciéndose los remolones y mostrando en la mano poco tabaco.—Completa aquí; á lo que le contestan:—Acorta el papel; y añaden: Eso es mucho papel y poco tabaco, ó avíate con ése.

A esto sigue el beber agua, y dicen después:

El agua es fría,

y más quien con ella convía.

——

A las doce llaman á revesar, que es relevar las yuntas que han estado arando desde la mañana por otras de refresco para la tarde.

Síguese echar otro cigarro, y beber agua como antes.

——

En dando las tres,

se deja el tajo donde esté.

——

Y viendo que en otros tajos se reúnen para tomar el tente-en-pie, gritan para llamar la atención del aperador:

—Cuidao con la que se ha armao allí ahora! Se están pegando aquéllos pocos palos...!

Y responde el aperador:

—Echármelas reondas; que es hacer redondela con todas las yuntas, y formando ellos rancho aparte, saca cada uno lo que lleva, que llaman el roijo, como queso, higos, aceitunas y el pan.

Entonces se les oye decir:

El que quiera un buen almuerzo,

pan y queso.

——

Para comer pan y aceitunas,

más vale estarse en ayunas.

——

Los miajones de un zurrón,

por la tarde buenos son.

——

Si alguno pidiera á otro algo, se oye contestar:

De dame un queso, á daca un queso, van dos quesos.

Uno que he dado, y otro que de tomar he dejado.

——

A la caída de la tarde, dicen los trabajadores:

—Ponte, sol, y con eso, te daré un queso.

Contestando el aperador:

No te pongas, sol,

que tengo preso á un trabajador.

——

Más tarde otros exclaman:

O estamos en tierra de bureo,

ó es que yo no veo.

——

—Oye —grita otro—, parece que el mundo se va quedando muy chico.

—Como que ya nos hemos quedao á la sombra.

——

Hombre sin abrigo,

pájaro sin nido.

——

Aunque me ves con este capote,

otro tengo en el monte.

——

Anda el hombre á trote

para ganar su capote.

II PRIMAVERA

Se levantan perezosamente al ser de día después de los gritos de llamada del aperador, que les dice:

—Arriba, muchachos, que

Quien temprano se levanta

faena adelanta.

Toman los avíos de pan, aceite, ajos y sal; se encaminan al tajo; uncen los bueyes; preparan la besana; hacen candela y tuestan los panes, refregándoles después ajos y echándoles aceite y sal para comerlo, y dicen:

——

Las virtudes de la tostada:

Da de comer y beber,

enjuga el vientre y afila el diente,

y pone las mejillas colarás:

estas son las virtudes de la tostá.

——

No hay luz mejor que la de la mañana,

ni comer, que á buena hambre,

cuando hay gana.

A las nueve dice el aperador:

Al maimón,

que la gayumba ya floreció.

——

Entonces dejan el trabajo y toman las sopas, y refieren:

Las virtudes de las sopas:

Siete cosas hacen las sopas;

quitan el hambre y la sed,

llenan el vientre y limpian el diente,

hacen sufrir y dormir,

y la mejilla roja venir.

——

A torrezno de tocino

buen golpe de vino.

——

Límpiate, que estás de huevo.

——

No hay más sentimiento para la boca

que, estando abierta, se caiga la sopa.

——

El camino de la boca

nadie lo equivoca.

——

Quien bien come el pan

no ha menester manjar.

——

De la mano á la boca

se pierde la sopa.

——

Ni mesa sin pan,

ni ejército sin capitán.

——

Pan puja,

que no hierba mucha.

——

Las sopas,

lo mismo son muchas que pocas:

(Porque se van á los zancajos.)

——

Pan con pan,

comida de tontos.

——

Do entra conducho

no entra pan mucho.

——

Donde entran tajás

no entran rebanás.

——

Después de mediodía hacen un gazpacho.

A las cuatro el bocaíllo, y dicen:

Anda la galga suelta:

De hambre parte un clavo.

——

Dame donde me asiente,

que yo haré donde me acueste.

——

En ruin jato,

poco rato.

——

El que guarda en el campo,

guarda para otro.

——

Arre, jopo!

á otra parte otro poco.

(Alude al perro que se acerca.)

Si llega un pobre, dice el manijero.

No se echan á pedir

por no hacerle á usted mal tercio.

——

En cuanto digo y hago,

pierdo un bocado.

——

A palabras necias

oídos sordos.

——

Tiene cara de renegao.

——

El que da lo que tiene

á pedir viene.

——

Quien poco tiene y eso da.

pronto se arrepentirá.

Pero el que no tiene y no pide

mal vive.

——

Mal da quien no ha

——

De lo poco sobró

y de lo mucho faltó.

——

A la caída de la tarde exclaman:

Gocemos del sol mientras dure.

——

No tiene nada, ni con el sol puesto.

III VERANO

El invierno es ido,

y el verano venido.

——

—Mozo, ¿quieres amo?

—A la mosca, que es verano.

——

Las noches son más cortas, y cuando se levantan aún les duran los residuos de la cena, y apenas toman algo sino un aguadillo, compuesto de aceite, vinagre y sal; á dos cucharadas de este caldo y un bocado de pan de cada vez, le llaman una muletilla porque, como suele decirse:

De paja ó heno,

el pancho lleno.

——

Donde entra carducho,

¡ojalá que hubiera mucho!

——

Luego marchan á segar, y se les oye decir;

Ata el saco,

que ya espiga el diablo.

Se refiere al centeno que espiga antes que

el trigo; por eso el trigo le dice al centeno:

—Centenillo el de la pata vana,

temprano espigas y tarde granas.

Y el centeno le responde al trigo:

—Cállate, barbúo,

que para tu cuenta bien te ayúo.

Porque sirve al trigo en su falta, tanto

para el pan como para los animales.

Sin embargo, se dice:

Coma yo el pan moreno,

y no tenga centeno.

——

Al empezar á segar exclaman:

Cuidao con meter la hoz en mies ajena.

De esa manera,

segarse ha la avena.

——

Déjate correr por ese rastrojo,

lagarto cojo.

——

A las ocho, el salmorejo, que es una especie de gazpacho espeso con aceite, sal, vinagre y migajones de pan. Para pedir se les eche alguna cosa más, dicen:

—¿No hay quien traiga por ahí un cebillo? (que viene á ser pimiento, tomates, pepino y cebolla).

——

Para empezar á comer dice el aperador:

—Vamos, muchachos, al rin ran,

al lava uñas y gasta pan.

——

Al concluirse las sopas, añaden:

¿No hay quien eche una firmilla?

——

¿Y el que echa las firmas, dónde está?

——

Quieren manifestar que venga el casero con la alcuza á refrendarles el pasaporte, que es echarles aceite en el caldo restante para el mójilis con que terminan.

Jesús y mojo,

y al último que le tapen los ojos.

——

A las diez, las sopas del caldero, oyéndoseles:

En el verano,

en todos los cerritos hay sopas.

——

En el verano,

cualquier vallao mantiene un tunante.

——

Más vale agua de carne

que carne de agua.

——

Al ir acabando de comer:

—Más vale dar una vuelta por aquí

que por la plaza.

Echan después el cigarro, cogen el barquino, se atracan de agua y vuelven al trabajo.

Después de mediodía, al llegar la hora de la comida, se reúnen bajo del sombrajo y aguardando la caldereta, es cuando reina allí mayor animación y se les oye mayores ocurrencias.

¿Quién echa cuenta en medios días,

habiendo días enteros?

——

Saca la navaja y corta la oreja;

á diez cuartos vale la carne de oveja,

el que la quiere la come,

y el que no, la deja.

——

Con los que estamos

benedicamos.

——

Buena boca tiene

para bendecir campos.

——

A buen bocado

buen grito.

——

Hambre que espera hartura

no es hambre ninguna.

——

Si quieres comida mala,

come la liebre asada;

y si buena,

la oveja en caldereta.

——

Carne, carne cría,

ypeces, agua fría.

——

Jesús y comamos,

y que no vengan más de los que estamos,

y si alguno viniere más,

que traiga los ojos tapados

y las manos amarrás.

——

Ese debía haberse muerto

once años antes de nacer.

——

Se le cayeron los palos del sombrajo.

——

Al coger las tajadas:

Por una voy, y dos vengáis,

y si venís tres, que no os caigáis,

y si cuatro, garabato,

y si venís cinco, á todas vos jinco.

——

Bien come el gañán,

si se lo dan.

——

Mira las cosas que pasan;

abrid el ojo que carne asan.

——

Tiene el comer engañoso,

mucho y apriesa.

——

El que se traga un hueso,

confianza tiene en su pescuezo.

——

Más vale una mala olla

que un buen potaje.

Tanta carne como un pulgar,

pone al alma en buen lugar.

——

Más quiero onza de tocino

que ocho de aceite.

——

Barriga caliente,

pie durmiente.

——

El que se sienta y no se tiende,

la mitad del descanso pierde.

——

Hombre cansado

descansa acostado.

——

Un hombre cansado

y bien comío,

apenas se acuesta

se queda dormío.

——

Después de reposar la comida brevemente continúan las faenas interrumpidas hasta mediar la tarde, en que toman el gazpacho; cogen los llaveros, y al echar los avíos en el dornillo, dicen:

Por un ajo que salte,

no se deja majar el gazpacho.

——

Sal con tomates

jamón de pobres.

——

La calabaza del pobre

hace á vino y á vinagre.

——

Miga gordo,

que con lo menúo me ahogo.

——

Yo siquiera lo migo en el suelo,

pero tú ni en el caldero.

——

Los gañanes ni caldo dejan, y si lo dejan, repiten otra vez con él:

Beberemos agua,

para no temblar después de muertos.

——

Bebe más que una mula agua.

——

Miráis lo que bebo,

y no la sed que tengo.

——

El trabajo en las eras consiste en volver la parva, que son las gavillas extendidas en forma de redondel, para trillarlas, removiéndolas con frecuencia con los bieldos; aventar luego al aire, aprovechando la marea favorable para apartar la paja del trigo; una vez limpio éste de polvo y paja, meterlo en costales y llevarlo al granero. Por eso dicen:

Trillar lloviendo,

aventar sin viento

y comer sin gana,

es contra la naturaleza humana.

——

No se puede dormir

y guardar la era.

——

El trillar con burros

es cagar la parva.

——

Vaya el trigo á la era

y vaya como él quiera.

——

Como la parva no se aviente con otro aire...

——

A buen viento va la parva.

——

No hay aire, por malo que sea,

que no favorezca á alguno.

——

Vamos al grano,

que la paja se la lleva el aire.

——

Al que anda alrededor de la era,

el polvo se le pega.

——

Mientras descansas

maja esas granzas.

——

Entre tanto, lleva ese canto.

——

Todo es nada,

sino trigo y cebada.

——

A cualquier cosa

le llaman trigo.

——

Más vale que sobre día

que no que falte noche.

IV OTOÑO

La presente estación se considera como el principio del año agrícola, en que se repara el apero y se compran los nuevos utensilios para la labranza. También se despiden y reciben trabajadores, y comienzan las faenas de preparar las tierras con los abonos, barbechando las que han de servir para las sementeras, que se aran después en Octubre.

En esta temporada de cultivar suele ser la temperatura de los días muy variable, é interrumpen á veces los trabajos; así dicen cuando amanece un día claro:

Sol madruguero

no dura día entero.

——

Sol de invierno

sale tarde y pónese presto.

——

Aludiendo á los mozos que se presentan

á buscar amos, dicen éstos:

Al que quiere trabajar

nunca le falta dónde.

——

Ese es de los que están contentos

donde no están.

——

Hombre holgazán,

en el trabajo se lo verán.

——

El mozo perezoso,

por no dar un paso da ocho.

——

La cuenta del perezoso,

lo que no se hace hoy

mañana tampoco.

——

Que trabajen los borricos,

que para eso los ha criao Dios.

——

El borrico malo se mantiene sano,

y al bueno le quitan el pellejo.

——

Si ése fuese destajero,

no llegaba á dos cuartos.

——

Dios quiera que orégano sea

y no se nos vuelva alcarabea.

——

A ése se le figura

que todo el monte es orégano.

——

Los hay pintaos y jabaos

que pasan la raya de brutos.

——

Pasa, rayao,

que otros más gordos han pasao.

——

Veremos quién le compra

los cascabeles al toro.

Los cascabeles los compraré,

pero veremos quién se los va á poner.

Al que el amo quiso mal,

con un buey lo mandó á arar.

——

Arre, buey burro, dicen, y es porque el burro tira al frente y el buey se inclina al lado, resultando trabajar éste por los dos.

——

Hacienda que no se ve,

poca cosecha hay que coger.

——

Hacienda que no veis,

¿para qué la queréis?

A las nueve toman el ajo molinero, que consiste en hacer hervir al fuego en una gran sartén agua con sal; después en un lebrillo despedazan una porción de pan en trozos pequeños; á éstos le vuelcan el agua, dejándolo así hasta que se esponja, que les echan las especias majadas con ajos y pimentón, y enseñándoles el llavero que contiene aceite, remueven todos á compás las sopas con su cuchara, empezando á comer seguidamente.

——

Las teleras de los cortijos fueran buenas, si lo que le falta de harina no lo tuvieran de arena.

En pasando pan,

comprad.

——

Toma, toma,

para que almuerces y comas.

——

El que á ése le da una hogaza

le da un canto.

——

El ajo

no llega al tajo.

——

Ese era ajo amasado.

——

Sin ése se ha de hacer el ajo.

——

El que se pica,

ajos come.

——

Al mozo que le sabe bien el pan,

pecado es el ajo que le dan.

——

Ajo hervío,

ajo pedío.

——

A las doce hacen un gazpacho ligero, echan el cigarro, y vuelven al trabajo hasta la tarde, que toman el bocaíllo.

Tengo una gente

que ni para comer se sienta;

(pero se echa).

——

En la resolana

se acaba el pan antes que venga la gana.

——

De lo que no ha de venir,

pedir.

——

Tiene las tripas como cañón de órgano.

——

Tripas llevan pies,

que pies no llevan tripas.

——

Si tuviéramos dinero

para pan, carne y cebolla,

nuestra vecina nos prestara una olla.

——

El pan anda roando por las estrellas

y el dinero por el suelo.

——

¿Qué es eso?

Pan y queso;

algo es queso,

pues se da á peso.

——

Bendito sea Dios,

que á la uva le puso el pezón,

que si el pezón no fuera,

todo el mosto se le saliera.

——

Para terminar la faena, ya cerca de la oración, dice el aperador: Ave María.

Y ellos contestan:

Más vale un Avemaría

que doscientos Alabao sea Cristo.

(Que es la voz con que empiezan el trabajo.)

——

Si les pagan y no están conformes con el jornal, dicen:

Trabajo es trabajar si la ganancia es poca y no hay que llevar de las manos á la boca.

——

Trabajar sin ajustar,

al tomar el dinero será el suspirar.

——

Para no ganar ná,

quieto en mi lugar.

——

Contar mal y porfiar.

——

No es mucho lo que pide,

si encuentra quien se lo dé.

Lo comido, por lo servido.

——

Eso es pan para hoy

y hambre para mañana.

——

Servimos y no medramos,

ganar con que nos vamos.

——

Mozo bueno, mozo malo,

quince días después del año.

——

No digas mal del año,

hasta que sea pasado.

——

Allá van los días,

después del sol puesto.

——

Apunte usté; entró y salió,

coger la manta y quéese usté con Dios.

——

Muertos y por nacer,

venid á comer.

——

Llega, como llegan los perros al mercado,

con los pies atados.

——

Ya sabemos

lo que es necesidad.

Nunca es tarde

si la dicha es buena.

——

Acude al golpe, torpe.

——

¿Oístes, ó fué golpe que te distes?

——

Se quedó por estas que son cruces.

——

El vientre ayuno

no oye á ninguno.

——

Lo que no entra por el diente

no lo quiere el vientre.

——

Entre la boca y el estómago

muchas veces hay guerra.

——

A pan de quince días

hambre de tres semanas.

——

Toman lo que les dan

y lloran por lo que queda.

——

El hambre tiene mala cara.

——

A buen coscorrón

no hay mal humor.

Barriga de pobre,

caldera de infierno.

——

Es una mala guinea

comerse carne que se apalea,

porque después de pegarle,

hay que arrimarle á bordo

aceite, vino y vinagre.

——

El que come carne de grulla

cien años dura.

——

Quien regüelda, hambre muestra,

y quien suspira, harto está.

——

Hijo de la que salta y topa,

dame acá la bota.

——

En una vasija grande

cabe lo poco y lo mucho.

——

En esto de los platos hay muchos engaños,

unos son hondos y otros son llanos.

——

Más platos

y menos manteles.

——

Al que pone la mesa

se le mancha el paño.

——

Comed, gañanes,

que en la olla hay más.

——

Primero llenan el ojo

que la barriga.

——

Tiene el comer engañoso,

que parece que come mucho,

y es verdad.

——

Tiene lleno el saco,

y llora por lo que queda en el plato.

——

Mientras más me digas,

más me cabe en la barriga.

——

Un ojo al plato,

y otro al gato.

——

Sape, que estás más pesao

que un gato en matanza.

——

Le dice el hueso al perro:

—Qué duro estoy!

Y el perro le contesta:

—Qué espacio vengo!

——

Me he quitao de todos los vicios;

y el tabaco lo fumo, lo chupo y lo masco.

——

Ese, no tiene vicios chicos.

——

Deja el vicio por un mes

y él te dejará por tres.

——

No es por vicio,

sino por tu servicio.

——

Señores, voy á contar

lo que ha pasado en el barrio:

por el jopo de una zorra

tres mujeres pelearon:

la una María el Dolor,

la otra María el Rosario

y para acabar la fiesta

acudió María Gilando.

——

Ya hemos comido:

hartos estamos.

——

Dios le dé salud á nuestros amos

para que nos den de comer bien

y nos paguen los jornales también.

Amén.

——

A volar, pajaritos, al monte,

que viene la noche.

——

Cada mochuelo á su olivo.

——

Al pajar,

y sin gruñir.

——

No hay tal cama

como la de la enjalma.

——

Viéneme el mal

que me suele venir,

que después de harto

me suelo dormir.

——

La maña del judío,

que después de harto

se queda dormío.

——

Lo mejor es tenderse á la bartola,

roncar bien

y dejar rodar la bola.

Sin cuidaos ni atenciones,

deudas ni pretensiones,

y lo demás para los murmuradores.

——

Poca bulla,

que está el techo bajo.

——

Como tres en una zapata,

que el que antes se levanta

ése se la calza.

——

A una telera en un pajar,

¿no le harías tú ná?

——

Tapar ese agujero, aunque sea con un cuerno.

que las tornas salen volando y llegan al techo.

——

Cada ovejorro

que se rasque su piojorro.

——

Cógelas á tiento,

y mátalas callando.

——

Las coge al vuelo.

——

Cada uno tiene su modo de matar pulgas,

unos con los pies y otros con las uñas.

Para lo que se mata,

con la uña basta.

——

A uso de mi tierra,

el último cierra.

——

El último que se acuesta

apaga el candil y cierra la puerta.

——

Mira que la puerta

se va á salir de quicio.

——

Mañana será otro día

y verá el tuerto los espárragos.

__________

LAS NOCHES DE INVIERNO EN LAS GAÑANÍAS

LUNES

CUENTOS

I

El caballero de las llaves cruzadas era un labrador muy rico que tenía fama en su pueblo de compasivo, y era muy apreciado de todo el mundo, porque favorecía generosamente á cuantos iban á implorar su caridad para remediarse en sus apuros y necesidades.

Acudió á sus puertas cierta noche un pobre hombre con ánimos de pedirle un cerdo para el gasto de su casa aquel año y con propósito de pagárselo á su tiempo tan luego como llegase la recolección. Paróse en su ventana, como retraído algún tanto por el bochorno que le ocasionaba entrar con semejante petición, porque hasta cierto punto podría parecerle á aquel señor inoportuna á hora algo avanzada de la noche entrar molestando para lo que no era absolutamente necesario.

Aparecióse un compadre suyo que pasaba casualmente por allí y le preguntó qué hacía parado, siendo tan tarde, á las puertas de aquella casa.

—Compadre —le contestó—, aquí estoy, si entro ó no entro, á pedirle un cerdo á este buen señor hasta que se le pueda pagar.

—No sea usted tonto —repuso aquél—. que lo fiado á casa llega y, como dice un refrán, fiado y bien pagado no disminuye estado.

—No lo crea usted —añadió en seguida el otro—, que también dice otro refrán: cochino fiado, buen invierno y mal verano. Y otro: puerco fiado gruñe todo el año. Y, por último, el diablo no es puerco y gruñe.

—Pues, compadre, si á refranes vamos, hay también uno que dice: Comeréis el puerco y mudaréis de acuerdo. Yo voy á entrar con usted para pedirle dos, y dé adonde diere.

Esta expresión la escuchó el caballero desde adentro y se apercibió para recibirlos. Penetrando ambos, saludaron al labrador y cada cual expuso su pretensión de la manera más sumisa.

—Vengo por un cochino para pagárselo á su merced cuando pudiere.

Y el otro dijo:

—Y yo por dos para pagarlos también, si Dios quisiere.

Apenas concluyeron de hablar contestó al primero:

—Pues tú llevarás uno y los que quisieres.

Y al otro le respondió:

—Y tú no llevarás ninguno y dé donde diere. Porque al agradecido se le debe dar más de lo pedido, pues de hombre agradecido todo bien creído; pero el que no es agradecido, no es bien nacido: el que no agradece no merece y dé do diere, ruede el mundo como quisiere.

El primero le dió las gracias al caballero, y el otro salió de estampía sin ver la puerta por donde salía, diciendo:

—Este bueno malo es.

—Pues, compadre —repuso el otro—, cada uno habla de la feria como le va en ella.

II

Este era un labriego que le tocó la suerte de soldado, y lo destinaron, después de aprendida la instrucción, á la asistencia de un Auditor de guerra. Ibale tan bien con su nuevo amo, las comidas, buen trato y vida descansada, que al preguntarle cualquiera cómo le iba en el servicio de las armas, contestaba siempre que en vez de servir al rey el rey era quien le estaba sirviendo á él.

Al ver á su amo leer con tanta frecuencia los expedientes de las causas, concibió la idea de buscar un maestro que lo enseñase á leer y á escribir. Ajustóse con uno á quien pagaba los sábados la cantidad que se había convenido; pero pasaban días y más días, semanas y meses y no había podido aprender más que hasta la h á fuerza de gran trabajo y repeticiones que pusieron á prueba la paciencia del preceptor.

El asistente, viendo, de igual modo, que pasaba tiempo y más tiempo y no adelantaba una letra más del abecedario, dijo allá para su capote:

—Este hombre se va á llevar poco á poco todo lo que ahorro, y me voy á quedar sin dinero y sin saber leer. Yo quisiera despedirlo, pero no sé cómo hacerlo, porque me da mucha vergüenza.

Mas estando un día dando la lección y quedándose parado en la h porque se le había olvidado, al cabo de rato que le había dejado el maestro discurrir á ver si recordaba el nombre, levantó la cabeza y dijo con gran calma:

—Maestro, ¿sabe usted que estoy pensando una cosa?

—¿El qué?—repuso ya aburrido el preceptor.

—Que mi amo se ha quedado calvo de tanto leer y yo no quiero que me suceda á mí lo mismo.

Y rompiendo la cartilla, añadió:

—Con que ya hemos concluído.

—Hijo —repuso el maestro—, si hubieras pensado eso desde la primera semana, tú y yo nos hubiéramos ahorrado el trabajo de ocho meses, porque tú has perdido el tiempo y el dinero y yo la paciencia y lo que ganar no espero.

III

Llegó un muchacho á su casa un día diciendo á su padre con mucho alboroto:

—Padre, padre, me he encontrado en el campo una cosa que valía mucho.

—Hijo, ¿qué es? —le preguntó en seguida.

—Ay padre, una cosa que vale más que usted.

—Pues, hijo, di lo que es, que me tienes con cuidado.

—Padre, una cosa que vale más que usted y que madre.

—Hijo, anda ya, dilo sin que se entere nadie para no perderlo.

—Ay padre, si vale más que usted, que madre y que el burro.

—Alma de cántaro, revienta de una vez.

—Padre, vale más que usted, que madre, que el burro y el perro.

—Ea, hijo, acaba con doscientos mil demonios.

—Pues, padre, ¿sabe usted lo que es? un nio de urracas calentitos para poner, mírelo usted.

Y metiéndose la mano en el pecho sacó el hallazgo.

IV

Un labrador rico, que podía sentar plaza de catedrático de economía, llevaba veinte segadores para recolectar pronto unas cebadas que esperaba con ansia el alcalde del pueblo. El día primero observó nuestro hombre que sus gentes comían demasiado, y con el objeto de ahorrar alguna cosilla en este ramo, llevó al campo por la mañana el almuerzo, la comida y la cena, seguro de que, encontrándolo todo frío, comerían indudablemente menos.

Se sientan los segadores y almuerzan.

—Hoy —dice el amo, que no era pariente de Salomón— podremos comer cuando queramos, porque temiendo que nos hagan esperar mucho, he mandado traer la comida al mismo tiempo que el almuerzo.

—Yo —dijo uno de los segadores— creo que nos podemos ahorrar el tiempo que se emplea en sentarse y levantarse, comiendo ahora y dejando todo el día libre para segar, que con la tripa llena lo haremos como unos desesperados.

La idea es aprobada por unanimidad; los segadores se abalanzan á la cesta y despachan la comida como si hubiera ayunado ocho días.

—¡Oh! ¿Cómo vais á segar ahora? —dijo el labrador, no atreviéndose á resolver si lo hecho le convenía, económicamente hablando, ó le perjudicaba.

—Me parece —dijo un segador— que nuestro amo ha traído también la cena, y para no pensar en más comida que la cebada, creo que podíamos cenar ahora y despues segaríamos con mayores deseos de dar gusto.

El labrador conoció que aquello no podía convenirle; pero la cena estaba en poder de los segadores y no hubo remedio: cenaron.

Las provisiones se habían concluído, las botas estaban pez con pez y los segadores dormían, sin fuerzas para levantarse ni para hablar.

—Señores —dijo el labrador votando de cólera—, he dado á ustedes gusto en todo: creo que es ocasión de que ustedes me le den principiando á segar.

—¿Qué dice?—preguntó uno.

—No es poca su ambición —repuso otro—. No se contenta con lo que hemos hecho entre comida y comida y quiere todavía que seguemos después de la cena. ¡Vaya un avaro!

Eran las seis de la mañana.

V

Un muchacho que llevaba la comida á su padre que trabajaba en el campo, advirtió que se desprendía muy buen olor de lo que iba dentro del puchero.

—¡Qué rico estará! —decía para sí.—

¡Cuánto me gustaría probarlo!

Algunos pasos más adelante volvió á tentarle el diablo, y, más resuelto esta vez, se engulló una tajada, diciendo para sí:

—¡Qué diantre! por una tajada más ó menos no ha de notar mi padre la falta.

Siguió haciéndose la misma cuenta con la segunda, tercera y cuarta tajada, y una tras otra las apuró todas.

Conociendo entonces su falta y deseoso de librarse de los azotes de su padre, discurrió el ardid de echarse á llorar amargamente en cuanto llegó al sitio donde estaba su padre.

—¿Qué tienes, hijo mío?—le preguntó el padre al ver su llanto.

—¡Qué he de tener! que al bajar la cuesta pegué un tropezón, se me cayó el guisado al suelo y no he podido recoger más que el caldo.

VI

Se cuenta de un labrador en cierto pueblo de Andalucía que, siendo pobre, había enriquecido poco á poco y comprado muchas posesiones á costa de trabajos y fatigas, principiando sólo con un burro que le había ayudado á crear su fortuna. Agradecido el buen hombre por los muchos servicios que le había prestado el animal, lo cuidaba con sumo esmero y regalo, no permitiendo que se ocupase más en las faenas del campo.

Así pasó un determinado número de años, y envejeció, cuando fué acometido de la enfermedad que al fin le ocasionó la muerte. Lloróle inconsolable, y no sabiendo qué hacer para que no fuese pasto de las aves de rapiña, discurrió enterrarlo; pero aún temiendo que así tampoco podría estar seguro de la rapacidad de los carnívoros, le ocurrió la idea de llevarlo á enterrar al cementerio del pueblo dándole sepultura á las altas horas de la noche. Hízolo así al instante; pero fué descubierto á los pocos días, y averiguado todo lo acontecido, se le citó ante la justicia ordinaria para formarle el correspondiente proceso. Compareció ante el tribunal y, después de haber respondido afirmativamente á todas las preguntas y ser condenado al pago de las costas por la profanación del lugar sagrado, dictóse auto de exhumar al borrico y arrojarle al campo, más la pena de la multa prescrita por las leyes.

Entonces dijo:

—Lo acepto todo, señores; pero vosotros ignoráis sin duda que era un borrico de tanto talento, que hizo testamento y dejó para vuestras señorías dos mil pesos.

—¡Ah! —dijo al momento el juez asombrado de tal rasgo de generosidad— queda revocada desde ahora la sentencia. Borrico que tal hace, requiescat in pace.

Y respondieron todos:

—Amén.

VII

Había una vez un trabajador del campo que se jactaba de que se iba siempre antes que lo despidieran de cualquier cortijo donde lo buscaban para ir á trabajar. Se presentó en uno donde había falta de braceros y desde luego fué admitido. Pero no faltó entre los demás quien lo conociera, y le dijo al aperador en secreto la costumbre que tenía de alabarse por su despedida á la mejor ocasión. Entonces el aperador contestó:

—Dejádmelo á mí, que yo lo despacharé con salero.

Llegó el sábado por la tarde y hallándose todos reunidos en el patio, dijo el aperador á los que tenía junto á sí para pagarles:

—Ahora veréis cómo voy á despedir al de los calzones azules.

En efecto: comenzó á pagar á algunos, y prevenidos ya todos para abuchearlo y divertirse con él, al punto gritó el aperador, diciendo como en ademán de irle á pagar:

—¡Eh, el de los calzones azules!

Y no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando se volvió como un rayo el llamado y contestó:

—Que busque usted á otro, que yo no vengo el lunes. Si vine á trabajar, ahora digo que me despido, y peón despedido dinero en mano. Apunte usted: entró y salió; déme usted los jornales y quédese con Dios.

Quedando el cortijo en profundo silencio.

VIII

Fué una vez á confesarse un muchacho que guardaba puercos; se arrodilló ante el cura y viendo éste que no empezaba, al cabo de un rato le dijo:

—Anda, hijo, ¿qué haces?

—Padre—le respondió el muchacho—, yo guardar cochinos.

—No te pregunto eso, hijo, sino ¿qué empiezas?

—Padre, no empiezo ahora, ya hace mucho tiempo que estoy de porquero con el tío Currito.

—Lo que quiero decir es que te persignes, digas la confesión y luego tus pecados.

—¡Ay, padre, si nunca me dan pescao!

Ayudóle el cura al preámbulo de la confesión, que ignoraba, y en seguida le dice:

—¿Y tú sabes tu obligación?

—Sí, padre, guardar el ganao.

—¿Y tú procuras que no entren en la posesión de otro para que no hagan daño?

—Yo, padre, sí; pero algunas veces...

—¿Qué?...

—Toma, que se van ellos solos.

—Pero, hijo, ¿y cómo es eso?

—Mire usté, padre, pongo una comparanza. Usted es el verraco y yo soy la puerta zahurdera; mete usté el jocico, deja usté caer la piedra y sale usté corriendo con la jonda de los demonios, y yo salgo corriendo detrás: “Chito... Chito... Chito”, y se me mete usté en la huerta del tío Bastián y se come usté el fruto, ¿lo pueo yo remediá?

IX

Presenciaba cierto aldeano la ejecución de un reo, y para que no le robasen veinte pesos duros, como veinte soles, que había sacado el pobre de algunas arrobas de carbón, los metió en una bolsa de cuero, y pesos duros y bolsa en unas fuertes alforjas de cáñamo que llevaba al hombro y que sujetaba con sus brazos. Un ratero, que había olido los mejicanos, le seguía la pista con el deseo de averiguar si eran falsos.

Con esta idea acercóse cuanto pudo á la espalda del aldeano, sacó una aguja y fué cosiendo bonitamente la alforja á su chaqueta. Cuando concluyó esta operación introdujo suavemente su mano entre la alforja y el hombro de su dueño, y en una de aquellas oleadas de gente, que son tan comunes en tales ocasiones, tiró con fuerza y fué la alforja del dinero á parar á su espalda.

—¡Mis alforjas! ¡Que me han robado mis alforjas!—gritó el pobre hombre desesperado.

—Mire usted—le dijo el ratero con calma, tocándole en el hombro—, para que no me robasen éstas las he cosido á la chaqueta. ¡Si usted hubiera hecho lo mismo!...

El infeliz miró la alforja cosida con ojos alelados y dijo cándidamente:

—¡Qué despejado es usted! ¡Ah, si se me hubiera ocurrido esa idea!

X

Un aldeano llevaba de parte de su amo al señor del pueblo un canasto de peras de regalo, y halló en la escalera dos grandes monas con vestidos azules bordados de oro, y su espada ceñida, que se arrojaron á la fruta al momento que la vieron. Como el aldeano no había nunca visto esta clase de animales, se quitó la montera con mucha cortesía y las dejó hacer lo que quisieron. Apenas las monas agarraron algunas peras se marcharon á comerlas: entonces cargó con su canasto y se presentó al señor: éste notó la falta y preguntóle en qué consistía, á lo que contestó:

—Señor, lleno venía; pero los señoritos, vuestros hijos, han tomado las que faltan y quedan comiéndolas en la escalera.

Algunos criados que habían sido testigos del lance, descubrieron la sencillez del aldeano y fué muy celebrada en la casa y en todo el pueblo tan singular ocurrencia.

XI

Un labrador había pedido prestado doscientos reales á un vecino suyo y no pensaba ya más en devolvérselos.

Un día que fué á vender unos pollos á la ciudad le ocurrió consultar el caso con un abogado. Este, colocándose en el punto de vista del deudor, le preguntó si había dado recibo de los doscientos reales á su acreedor.

—No—dijo el patán.

—Pues, entonces—repuso el abogado—, enviadle á la porra...

Satisfecho nuestro hombre con el dictamen del letrado, dióle las gracias, y se preparaba para marcharse, cuando el abogado le llama y le dice:

—Amigo mío, ¿no me pagáis la consulta?

—Diga usted, señor abogado, ¿por ventura le he firmado á usted recibo?

—Ya se ve que no.

—Pues entonces ¡vaya usted á la porra!

XII

Un licenciado del ejército, que se retiraba á su casa sin oficio ni beneficio, halló por casualidad la receta de unas píldoras para curar todas las enfermedades habidas y por haber, que se le había perdido á un charlatán. Como no lo era él poco, se presentó en el pueblo diciendo que había estudiado medicina, y como le creyesen buenamente sus paisanos, principió á ejercer la profesión con todo descaro, propinando siempre la misma medicina para todas las enfermedades, aunque la causa de ellas fuese contraria.

Las píldoras obraban á las mil maravillas, algunos enfermos se curaron, otros se murieron; pero las píldoras no desmerecían por esto, y el charlatán, menos.

Un día se le acercó un paisano y le dijo: —Las píldoras de usted, ¿curan todas las enfermedades? ¿Podrán curar también la mía?

—De seguro—repuso nuestro hombre con el aplomo de un charlatán—. Pero ¿qué enfermedad es?

—Mi enfermedad es, señor, que se me ha perdido una burra y por más diligencias que practico no puedo encontrarla.

El médico se turbó con esta contestación; pero luego sacó media docena de píldoras y le dijo con bastante seguridad:

—Tómelas usted, buen hombre, y verá prodigios.

El paisano las tomó con fe y se salió al campo; y como la medicina le obligase á separarse del camino, se acercó á un espeso cañaveral... y, ved aquí una coincidencia extraña, estaba allí su burra.

Esta cura prodigiosa ha sido la base de la fortuna del curandero, porque el campesino principió á publicar que aquel médico, no sólo curaba las enfermedades, sino que daba recetas para encontrar las burras perdidas, que por cierto no es poco.

XIII

Un hombre fué conducido ante el magistrado por la sospecha de haber robado un hermoso carnero á un pastor llamado Bonifacio Conde Sanz Díaz, y le preguntó si sabía leer.

—Un poco, señor—respondió.

—Pues entonces no podías ignorar de quién era el carnero que confesáis haber hallado y que, sin embargo, decís ser vuestro, pues ya ves que tiene la marca de estas cuatro iniciales, B. C. S. D.

—Es verdad que las tiene; pero como las iniciales no las entiende más que el que las pone, yo creí que decían: buen carnero sin dueño.

XIV

Había una vez un labrador que plantó un higueral acompañado de un amigo suyo que le ayudó con su dirección á la obra, señalando las distancias de unas estacas á otras con cierto artificio para que á su tiempo pudieran extenderse sus ramas y producir ópimos y sazonados frutos.

Agradecido el labrador, no sólo por la molestia personal que se había tomado su amigo, sino por la inteligencia que había demostrado en la plantación de tal arboleda, le ofreció que de los primeros frutos que se cogiesen le mandaría una cesta para que fuese el primero que los probase.

Transcurrieron cinco años, y el higueral se mostraba el más lozano y frondoso de aquellos contornos. Cargóse de abundantes frutos, y cuando estuvieron en sazón, cogió un par de higos de los mejores y más vistosos para cumplir el ofrecimiento que había hecho á su amigo. Colocólos primorosamente entre verdes hojas en una cestita y se los remitió con un labriego al pueblo inmediato de su residencia. Llevaba una carta en que le recordaba la promesa, diciéndole que le remitía los dos mejores higos que habían echado las higueras para que los probase, según lo ofrecido. El labriego no hacía más que mirarlos por el camino y de vez en cuando le daban tentaciones de probarlos; pero como el obsequio era tan corto, se retraía de satisfacer su deseo.

Cada vez que los miraba se le despertaba el apetito, hasta que no pudiéndose contener, tomó uno y se lo metió en la boca, siendo tan grato á su paladar mientras lo comía, que, como suele decirse, los dientes se le hacían agua. Encendióse más en deseos de acabar con el otro y discurrir el medio de salir bien de su compromiso. Mas no siendo posible realizarlo, se presentó después al sujeto para quien llevaba el regalo y entregándoselo con la carta, notó que no iba más que un higo, cuando aquélla decía que dos. Preguntóle al conductor que, leyendo en la carta que iban dos, cómo no veía más que uno.

—Pues ahí verá usted; la carta dice que dos y no traigo más que uno.

—¿Y en qué consiste eso? La carta dice que dos.

—Sí, señor, dos.

—Pues tú no traes más que uno.

—Sí, señor, uno.

—Entonces ¿dónde está el otro?

—Señor, me gustaba tanto el verlos y traía tan fijos los ojos en ellos, que me parecía oirles decir: cómeme... cómeme... y no pudiendo resistir más, cogí uno y me lo comí.

—Y ¿cómo hiciste eso?

—Señor, de esta manera.

Y cogió el otro y se lo comió.

XV

Habiendo publicado un bando el alcalde de un pueblo en que ofrecía cierta cantidad de dinero, mayor de lo presupuestado para semejantes casos, á los que presentaran en el Concejo lobos vivos ó muertos, encontróse un arriero en el camino uno vivo y logró, valiéndose de sus mañas, cazarlo para obtener uno de los premios anunciados por el alcalde. Llevaba su burro con una carga de coles, y había necesidad de pasar un río; he aquí el conflicto en que se hallaba nuestro hombre, porque siendo la barca pequeña, no podía pasarlos todos juntos, ni dejar al lobo solo con el burro por temor de que lo matara, ni dejar al burro con las coles para que no se las comiera.

Paróse á pensar qué haría para que todos pasasen salvos de aquel peligro. Resolvió, en fin, su problema, y pasó primero al burro solo, después pasó al lobo y lo dejó solo también en la opuesta orilla y se trajo al burro otra vez consigo. Le dejó donde estaban las coles y éstas se las llevó al lado del lobo; por último, volvió por el burro solo y todos ya juntos á su vista prosiguieron su camino.

XVI

Este era un labrador ruin y cicatero que no le daba higos á sus trabajadores porque decía que eran muy entretenidos para comerlos, pues tenían cinco golpes y se perdía mucho tiempo con sacarlos del zurrón, quitarles el pezón, abrirlos, sacudirlos la polilla y llevárselos á la boca.

Por eso pensaba que sería más económico darles sólo queso, porque éste, decía allá para sus adentros, no tiene más que tres golpes: sacarlo del zurrón, soplarlo y comérselo, según aquel refrán: el rico lo manda, el pobre lo raspa y los gañanes lo soplan. Hízolo así, diciéndoles á los trabajadores:

—Pan y queso mesa puesta es. Y no tanto queso como pan, porque algo es queso, pues se da á peso.

Ajustó sus cuentas al fin de la temporada, y se encontró con que había gastado doble más de lo que valían los higos que hubieran podido consumir, á pesar del tiempo empleado en los cinco golpes. Cumpliéndose aquello de que la bolsa del miserable llega el diablo y la abre.

XVII