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La prueba de los amigos es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso articulado en torno a un rico heredero que hace del dinero el máximo valor de su vida y la dama que de él se enamora.
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Seitenzahl: 96
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
La prueba de los amigosCopyright © 1604, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618099
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Entren FABIO, FABRICIO, TANCREDO, FULGENCIO y otros, de acompañamiento, y FELICIANO, con un luto; y detrás de todos GALINDO, lacayo, con otro luto a lo gracioso
FABIO: Téngale Dios en el cielo,
que, juzgando por sus obras,
mejor padre, muerto, cobras
que le perdiste en el suelo;
tales fueron sus costumbres,
que pienso que, desde aquí,
le puedes ver como allí
se ven las celestes lumbres.
FULGENCIO: En mi vida supe yo
dar un pésame, Tancredo.
TANCREDO: No me dio cosa más miedo,
ni más vergüenza me dio.
¿Cómo diré que, en rigor,
de consuelo le aproveche,
"¿Vuesa merced le deseche
por otro padre mejor?"
FULGENCIO: Eso fuera desatino;
óyeme e imita luego.
TANCREDO: ¿En fin, vas?
FULGENCIO: Temblando llego.
Como el gran padre divino
lo es de todos inmortal,
consuelo podéis tener,
que os ha de favorecer,
Feliciano, en tanto mal;
su falta se recupera
con poneros en su mano.
FABRICIO: No es posible Feliciano
que en vos Everardo muera,
quedando tan vivo en vos,
que sois su traslado cierto;
pero guárdeos Dios, y al muerto
téngale en su gloria Dios.
FULGENCIO: ¿Aún no llegas?
TANCREDO: No he podido
sujetar mi mal humor;
dar el pésame es mejor
de este hipócrita fingido,
a este alcahüete bellaco,
a este Pármeno fïel,
que yo me avendré con él.
FULGENCIO: ¿Va el pésame?
TANCREDO: Ya le saco.
Señor Galindo, ya es muerto
su padre de Feliciano;
que vos quedáis, es muy llano,
por su padre...
GALINDO: Si, por cierto.
FULGENCIO: Sacad del capuz la cara.
GALINDO: Mejor está en el capuz,
pues ha faltado la luz,
que hoy nos deja y desampara.
¡Ay, mi señor Everardo!
¿Dónde hallaré tal señor?
TANCREDO: Su hijo tiene valor
y es caballero gallardo;
mejor amparo tenéis,
buen dueño habéis heredado.
GALINDO: Todo a todos ha faltado.
¡Triste de mí!
TANCREDO: No lloréis.
GALINDO: Yo lloro con gran razón;
el pan a llorar me mueve.
TANCREDO: (Mejor el diablo le lleve Aparte
que lo siente el bellacón.)
FABRICIO: Quedad con Dios, Feliciano,
y pues que sois tan discreto
con sentimiento secreto
dad al público de mano;
prudente sois, esto basta.
FULGENCIO: Adiós, Feliciano.
FABRICIO: Adiós.
FELICIANO: Con todos vaya.
TANCREDO: Y con vos
quede.
GALINDO: Lindo humor se gasta.
Vanse FABIO, FABRICIO, TANCREDO, FULGENCIO, y los otros
FELICIANO: ¿Fuéronse esos majaderos?
GALINDO: Ya la escalera trasponen.
FELICIANO: Los hábitos me perdonen.
GALINDO: Todos nacimos en cueros;
éstas son borracherías
que el loco mundo ha inventado.
FELICIANO: El lutazo me he quitado.
GALINDO: Yo, las mortíferas chías;
salgo de la negra tumba
como espada de la vaina.
FELICIANO: Aquí la tristeza amaina.
GALINDO: El retintín me retumba
de un poquito de chacona.
FELICIANO: No bailes, Galindo, tente
que no quiero que la gente
murmure de mi persona.
GALINDO: Calla, señor, ¡pesia mí!
¿Es la ventura que ves
para que puedan los pies
tener sufrimiento aquí?
Quando tiene un enemigo
un hombre, y se muere o va,
¿no se alegra?
FELICIANO: Claro está.
GALINDO: Pues si está claro, eso digo,
¿Qué enemigo capital
como el viejo que hoy te falta?
Baila, brinca, tañe, salta.
FELICIANO: Fue padre, y haremos mal.
GALINDO: ¿Qué más quieres que viviera?
¡Ojalá llegues allá!
Con quatro sietes se va;
mira si es mala primera.
Es bueno, yo lo confieso;
pero que hoy vive imagina,
y por tus gustos camina,
verás lo que siente en eso.
Ni tendrás solo un real,
ni de libertad una hora;
mira si truecas agora
en tanto bien tanto mal.
Treynta mil ducados deja,
que, si va a decir verdades,
treinta mil necesidades
te lastimaban la oreja,
y éstas todas las remedias.
¿Era mejor, Feliciano,
ser por puntos cirujano
de los puntos de tus medias?
¿Era mejor no tener
que gastar con Dorotea
para que quien la desea
la pueda a tus ojos ver,
y aun gozarla, como sabes?
FELICIANO: Calla, no me digas eso;
perderé, Galindo, el seso
antes que de hablar acabes.
Diez años antes quisiera
que fuera muerto el que ya,
como tú dices, se va
con tan hermosa primera.
Si un hijo del viento gasta,
y no hay más que la comida,
en el juego de esta vida
a un padre rico bien basta
que a siete y seis entre un as;
que es lástima envejecer
un hijo mozo, y tener
muchas vezes treinta y más.
Pero gente suena; toma
el capuz, ¡pesia a mi mal!
GALINDO: ¡Otra vez tumba mortal!
FELICIANO: Son chapines.
GALINDO: Manto asoma
Sale LEONARDA, dama
LEONARDA: Aunque no era, Feliciano,
esta ocasión para verte,
al pésame de la muerte
de un padre noble y anciano,
bien puede venir Leonarda,
con la justa pretensión,
que más de tu obligación
que de tus prendas aguarda.
Cuanto a ser tu padre el muerto,
Dios sabe que me ha pesado;
no cuanto a haberle culpado
en nuestro justo concierto,
del cual sospecho que agora
tendrás memoria y de mí,
que por darte gusto fui
a iguales padres traidora.
Que si él, como tú decías,
tu casamiento estorbara
quando con él se tratara,
y su aspereza temías,
ya no podrás, Feliciano,
huir el rostro a mi honor,
muerto aquél cuyo rigor
fuera conbatido en vano.
(Pues el estar sin hacienda Aparte
ya no puede ser excusa,
ni menos quedar confusa
por deudas, pleito, o contienda).
Ya quedas libre, señor
de tu hacienda y tu persona;
mi causa quien soy te abona;
tu deuda, mi propio honor.
Que en efecto...
FELICIANO: No prosigas.
¡Que locas sois las mujeres!
¿Que agora me case quieres?
¿Aquí me fuerzas y obligas?
¡No está del muerto la cama
fría del calor que tuvo
cuando en ella enfermo estuvo,
y ya a la boda me llama!
¡No está libre el aposento
de humo de tanta cera,
y ya quien que la quiera
para fiesta y casamiento!
¡Aún cantan quiries allí
sobre tumbas y memorias,
y ya quiere que haya glorias
de desposorios aquí!
¡Apenas allí, tan triste,
cesa de réquiem la misa,
y aquí con tal gusto y prisa,
a la de fiesta se viste!
¡Apenas lugar he dado
a que el pésame me den
y ya me da el parabién
del paramal de casado!
¡Veme de luto cubierto,
y ya me obliga a bailar!
LEONARDA: Siendo mujer, fuera errar;
mas no, siendo padre el muerto.
¿Que importa que esté caliente
la cama en que no dormías
y en cuyas sábanas frías
durmió un padre impertinente?
El humo de tanta cera,
¿qué importa? ¡Mas estás ciego
del humo, infame, del fuego
que abrasar tu honor espera;
que, según van las historias
que de Dorotea oí,
cantarán quiries por tí,
y ella en tu hacienda las glorias!
Ésta sí será la misa
de réquiem y de dolor
a la muerte de tu honor,
de que ya el luto te avisa.
Sigue la vil Dorotea,
vuelbe a mi deuda la cara,
pues ya tu amor no repara
en que de otros muchos sea.
Los hombres eso queréis;
lo que es de otros siempre amáis,
de lo que solos gozáis
poca estimación hazéis.
Celos os hacen querer,
lágrimas mucho os enfadan,
lo que las libres agradan
cansa una honrrada mujer.
La conpetencia os abrasa,
las traiciones os afinan,
los desdenes os inclinan,
y el ver mucha gente en casa.
Compráis donde hay mucha gente,
que por eso es vino amor,
no donde se guarda honor
y entra el amor solamente.
Fiéme de ti, gozaste
de mí, dejásteme así;
por el honor que te di
tu palabra me enseñaste.
No tiene honor, ni es posible,
el que no vuelve a cobrarla,
que empeñarla y no quitarla
llaman bajeza terrible.
Espero en Dios que ese luto
traerán tus deudos por ti,
para que yo coja ansí,
como la esperanza, el fruto;
que con sólo verte muerto
podré yo quedar vengada,
vïuda sin ser casada,
y tú, infame, en el concierto;
que de él y tus juramentos
allá me pienso vengar;
¡que a fe que irás a lugar
donde juzgan pensamientos.
Vase LEONARDA
FELICIANO: ¿Fuése?
GALINDO: Por las escaleras.
FELICIANO: Ojalá por las ventanas.
¡Qué de maldiciones vanas!
¡Qué de soñadas quimeras!
¡Qué de cansadas razones!
¡Qué de locas vanidades!
¡Cómo pondera verdades
y cómo culpa traiciones!
Basta, que ya las mujeres,
sólo que los labios abras,
quieren trocar a palabras
sus mal gozados placeres.
¡Pesia tal! Cuando algún preso,
porque de palabra afrenta
a otro honbre, el juez se contenta
que pruebe que está sin seso.
Que muchos hay que han probado
que estaban fuera de sí.
¿Por qué no me vale a mí
haber lo mismo jurado?
Quando gocé esta mujer,
palabras le di, confieso;
pero, si estaba sin seso,
¿por qué no me ha de valer?
Que vino como llegar
a ejecutar un deseo;
luego sin culpa me veo.
¿Por qué me obliga a casar?
Porque he llegado a gozarla,
¿qué hombre cuerdo no dirá
que se casará y que hará
mil cosas hasta engañarla?
Pero, engañada, no sé
qué ley obliga a un forzado,
que fuerza es haber llegado
donde dice que llegué.
Si a mí me hicieran casar
por fuerza, no hiciera efecto;
que a fuerza estuve sujeto.
¿Qué ley me pudo obligar?
GALINDO: ¡Extrañas leyes inventas!
¿Fuerza es llegar a engañar
una mujer?
FELICIANO: ¿No es forzar
el alma, al caso que intentas?
GALINDO: No, sino dejar llevarse
del apetito sin rienda
para que jure y se ofenda,
por su gusto, en perjurarse.
No hay fuerza en el albedrío.
La virtud ha de vencer:
fuerza pide la mujer;
¿y ésa es fuerza, señor mío?
Porque, en fin, hizo, forzada
de tu ruego y diligencia,
menos fuerza y resistencia
y dio lugar engañada.
Y aquí no vale decir
que quitó el seso el Amor;
quien jura y quita el onor,
ha de cumplir o morir.
FELICIANO: ¿Tú me predicas?
GALINDO: ¿Qué quieres?
En llegando a la razón,
no hay amo.
FELICIANO: ¡Terribles son,
cuanto a su honor, las mujeres!
Dame medias de color;
iréme a desenfadar.
GALINDO: La noche dará lugar;
ve, por tu vida, señor,
a que el pésame te dé
la gallarda Dorotea.
FELICIANO: Cree que el pláceme sea
del dinero que heredé,
de que ya se juzga dueño.
GALINDO: ¡Que bien le sabrá sacar!
FELICIANO: Yo me sabré reportar.
GALINDO: ¿Tú?
FELICIANO: ¿Pues no?
GALINDO: ¡Cosa de sueño!
Pues a fe que te importara
irte poco a poco en esto.
FELICIANO: Aconséjasme muy presto;
lo de adelante repara,
que agora, por Dios, que quiero
gastar por un año u dos
pródigamente.
GALINDO: ¡Por Dios,
que es lindo amigo el dinero!
Gasta, cobra amigos, da;
sé liberal, noble, honrado;