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La quinta de Florencia una comedia teatral del autor Lope de Vega basada en un texto del dramaturgo italiano Matteo Bandello. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo, en este caso conectado con la historia de Alejandro de Médicis y el castigo que impone a uno de sus criados por cometer una violación.
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Seitenzahl: 82
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
La quinta de FlorenciaCopyright © 1600, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618105
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Salen el Duque de Florencia, ALEJANDRO; CARLOS, caballero; OTAVIO, caballero; CÉSAR, secretario, de noche
ALEJANDRO: ¡Hermosa ciudad Florencia!
CARLOS: Después que eres su señor,
tiene Florencia valor,
y hace a Roma competencia.
ALEJANDRO: Como de día no puedo
verla por mi autoridad,
o porque a la gravedad
de mis cosas tengo miedo,
de noche con mejor modo
veo cosas que ha de ver
un príncipe, que ha de ser
un Argos que vele en todo,
que éstas, por ser tan pequeñas,
no llegan a mis oídos.
OTAVIO: Con hechos esclarecidos
al común gobierno enseñas:
República venturosa
la que tal entendimiento
ha puesto en orden.
ALEJANDRO: Mi intento
no aspira a historia famosa,
sino sólo engrandecer
la patria.
CARLOS: Gente atraviesa
a alguna amorosa empresa:
un hombre y una mujer.
Entra CELIO y una mujer con manto
CELIO: No está lejos mi posada,
y con buena colación,
con un corte de jubón,
volveréis menos airada.
Echad por aquesta esquina.
MUJER: Tengo una madre tan vieja,
que me riñe y aconseja
bien diferente doctrina.
Pero ¿qué se puede hacer?
Ya, señor, topé con vos.
OTAVIO: Celio es el hombre, ¡por Dios!
ALEJANDRO: ¿No conocéis la mujer?
OTAVIO: Veamos por su arrogancia
en qué princesa tropieza.
Basta saber la flaqueza,
no sepáis la circunstancia.
CELIO: No querría que saliese
el Duque: echad por aquí.
MUJER: Pues ¿sale de noche?
CELIO: Sí.
Pesaríame que os viese.
Vanse los dos
OTAVIO: Ya lleva Celio esta noche
con quien podella pasar.
CARLOS: Mañana me ha de contar
que es dama de estrado y coche.
¿Cuántas hay que las encuentran
en medio de aquesa calle,
y que con bueno o mal talle,
a tiento en sus manos entran?
Y dejándole la cama
como hospital, tales son,
que luego en conversación
dice: "¡Ah, qué buena dama
aquesta noche gocé!
¡Qué manos, qué olor, qué pechos!"
dejándonos satisfechos
de que Elena o Porcia fue,
y todo el día se están
rascando, y lo he visto yo,
las reliquias que dejó
en la camisa al galán.
ALEJANDRO: Según eso, a la mañana
querrá Celio razonar.
CARLOS: Dos hombres veo pasar
mirando aquella ventana.
Salen HORACIO y CURCIO, vestidos de noche
HORACIO: Si no os importa, señor,
mucho, estar en este puesto,
dejadle os ruego, y sea presto,
que es interés de mi honor.
CURCIO: Lo mismo quise ¡por Dios!
pediros.
HORACIO: Pues fui el primero,
haced luego, caballero,
lo que yo hiciera por vos,
o habráse de remitir
a las armas.
CURCIO: No es posible;
yo estoy bien.
HORACIO: Pues ni imposible
será dejar de reñir.
Meten mano
ALEJANDRO: Allí riñen; mete paz.
OTAVIO: ¡Paso, ténganse!
HORACIO: Si acaso
no llegaran....
CURCIO: ¡Paso, paso,
que estáis ya muy pertinaz!
ALEJANDRO: Si aquesto el Duque supiera,
bien sabéis que se enojara.
HORACIO: Pues si el Duque nos mirara,
¿cuál hombre un hora viviera?
ALEJANDRO: Pues, haced cuenta que os mira,
y andad con Dios.
HORACIO: ¡Qué prudencia!
CURCIO: ¿Si es el Duque?
HORACIO: En la presencia
le parece.
CURCIO: Al mundo admira.
Vanse HORACIO y CURCIO
CARLOS: Música viene, señor;
la música es don del cielo,
de los trabajos consuelo,
y estafeta del honor.
Es para el entendimiento
aire regalado y manso,
es de las penas descanso,
y de la tristeza aumento.
La misma gloria en que está,
el mismo gusto que encierra,
no tiene cosa en la tierra
que más parezca de allá.
Salen dos MÚSICOS cantando
MÚSICOS: "El valeroso Alejandro
de Médicis, que al de Grecia
quitó la gloria en la paz
y la ventura en la guerra,
con el estandarte santo
del que la nave gobierna
del gran Vicario de Cristo,
y las armas de la iglesia,
fue en Florencia el primer Duque,
y a no ser sola Florencia
mayor conquista en el mundo,
segundo Alejandro fuera;
que la espada y la ciencia
le dio Apolo en la paz, Marte en la guerra.
ALEJANDRO: ¡Notablemente han cantado!
La letra me ha satisfecho,
no porque nunca en mi pecho
lisonjas hayan entrado,
mas porque está bien escrita.
CARLOS: No ha pintado mal tu historia
el poeta.
ALEJANDRO: Con mayor gloria
su voz me anima e incita.
OTAVIO: Lo mismo Alejandro hacía,
que en cualquier combate fiero,
o leía un rato a Homero,
o alguna música oía.
ALEJANDRO: Dadle esos cien escudos
en esa bolsa.
OTAVIO: ¿Qué digo,
señores?
MÚSICO 1: ¿Quién es?
OTAVIO: Amigo,
como a las veces los mudos
alcanzan de los señores
más que los que voces dan,
en este bolsico van
cien escudos.
MÚSICO 2: Que tú ignores
que somos hombres, me espanto,
que tenemos de creer,
que eso pueda merecer
la humildad de nuestro canto.
OTAVIO: Aquel Duque os los da.
MÚSICO 1: ¿El Duque?
OTAVIO: Sí.
MÚSICO 1: Dios le guarde.
OTAVIO: Acudid allá a la tarde.
MÚSICO 1: ¡Qué Alejandro!
MÚSICO 2: Así lo es ya.
Vanse los MÚSICOS
ALEJANDRO: ¿Sabéis en qué he parado?
En que aquesto ha sucedido,
y habemos visto y oído,
César palabra no ha hablado.
Ni se rïó viendo al loco
de Celio con la mujer,
ni al reñir quiso poner
mano a la espada tampoco.
Y agora que oyó cantar,
no alzó la vista ofendida.
César, habla, por tu vida,
César, no dejes de hablar.
¿Qué tienes, César amigo?
¿Hay, por ventura, quien tenga
tus partes, y agora venga
a privar tanto conmigo?
¿De qué nace la tristeza?
Tu amigo soy.
CÉSAR: Gran señor,
yo pienso que este rigor
es propia naturaleza.
Tres suertes hay de este mal:
ocio, tristeza y la mía,
que es una melancolía
y una enfermedad mortal.
Es el ocio suspensión
en que está el mismo sentido
sin moverse detenido,
ni tener humana acción.
Es la tristeza tener
por qué estar triste, que un hombre
sabe de su mal el nombre,
y viénese a entristecer.
La fiera melancolía
es estar triste sin causa;
digo, sin la que se causa
de sangre, como la mía.
Doy palabra a vuestra alteza,
que no sé más ocasión.
ALEJANDRO: Causa tus estudios son,
César, de tu gran tristeza.
No escribas más: dale Atilio
mis papeles; tu virtud
estima, y a tu salud
quiero que se ponga auxilio.
Yo pensé que te alegrara
la casa que fabricaste
junto a Florencia.
CÉSAR: Y pensaste
bien, ¡oh, nunca yo la labrara!
ALEJANDRO: ¿Qué dices?
CÉSAR: Que si no fuera
por ella, me hubiera muerto;
tanto me alegra el desierto,
tanto la corte me altera.
ALEJANDRO: Pues, si estás mejor allá,
vete por algunos días.
CÉSAR: No pensé que me darías
licencia.
ALEJANDRO: Ésa tienes ya.
CÉSAR: Beso los pies a tu Alteza.
[Habla OTAVIO aparte a CARLOS]
OTAVIO: (¿Si está enamorado?
CARLOS: No,
pues que licencia pidió
para aumentar su tristeza.)
ALEJANDRO: ¿Qué tratáis?
CARLOS: Pensaba Otavio
que César amor tenía,
porque no hay melancolía
de más rigor que su agravio.
ALEJANDRO: No, porque si lo estuviera,
no gustara de salir
de Florencia, ni vivir
donde a su dama no viera.
Quédate, Otavio, con él;
yo fingiré que me voy,
y sabe lo que es.
OTAVIO: Yo soy
su amigo, y el más fïel,
y pienso que me dirá
la ocasión, si alguna tiene.
ALEJANDRO: Carlos.
CARLOS: Señor.
ALEJANDRO: No conviene
que nos detengamos ya,
que aguardará quien sabéis.
CARLOS: Vamos, señor.
CÉSAR: Y nosotros,
¿no iremos?
ALEJANDRO: Quedaos vosotros,
o entreteneros podéis,
que este negocio es secreto.
Vanse ALEJANDRO y CARLOS
OTAVIO: ¿Por qué piensas que se ha ido
el Duque?
CÉSAR: ¿Está desabrido
conmigo?
OTAVIO: No, que es discreto.
CÉSAR: Pues ¿por qué?
OTAVIO: Porque supiese
por qué causa triste estás.
CÉSAR: ¡No me faltaba a mí más
de que el Duque lo entendiese!
OTAVIO: Luego, ¿no sabré lo que es?
CÉSAR: Debajo de juramento
de callar mi pensamiento,
o que palabra me des
de caballero y amigo.
OTAVIO: Yo la doy, y cuanto puedo
juro; habla, pierde el miedo
y declárate conmigo.
CÉSAR: Otavio, yo estoy enfermo.
OTAVIO: ¿De qué mal?
CÉSAR: No sé qué mal;
basta saber que él es tal,
que ya ni como ni duermo.
OTAVIO: ¿Es accidente, o dolor?
CÉSAR: Todo lo debe de ser.
OTAVIO: Mal dormir, y peor comer,
suele proceder de amor.
Estarás enamorado,
que esto nace de su impulso.
. . . . . . . . . .
CÉSAR: Al corazón me has tocado.
OTAVIO: Pues ¿de quién, cómo o adónde,
que de Florencia te vas?
¿Trátante mal?
CÉSAR: Tú sabrás,
que un gran mal mi bien esconde.
OTAVIO: ¡Válgame Dios! que me has hecho
pensar cosas que me ofenden.
CÉSAR: No creas tú que se entienden
los secretos de mi pecho.
OTAVIO: Duda pongo en tu lealtad:
algo quieres imposible.
CÉSAR: Antes en ser tan posible
está la dificultad.
OTAVIO: ¡Volverme has loco!
CÉSAR: No quiero,
sino que sepas mi daño.
OTAVIO: Habla.
CÉSAR: Oye el desengaño.
OTAVIO: Escucho.
CÉSAR: Espera.
OTAVIO: Ya espero.
CÉSAR: Labré una hermosa quinta
una legua de Florencia,
Otavio, a orilla de un río
que sus campos hermosea.
Puse en ella dos jardines
que a Babilonia pudieran
dar envidia en artificio,
árboles y flores bellas.
Puse cuatro hermosas fuentes
con mil copas de Amaltea,
de pórfido y de alabastro,
y de varios jaspes hechas,
por cuyos dorados caños
vertía un arca secreta,