Las bizarrías de Belisa - Lope de Vega - E-Book

Las bizarrías de Belisa E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

Las bizarrías de Belisa es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas de enredo del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo.

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Seitenzahl: 80

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Lope de Vega

Las bizarrías de Belisa

 

Saga

Las bizarrías de Belisa Copyright © 1634, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618235

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

BELISA, dama.FINEA, su criada.CELIA, dama.LUCINDA, dama.FABIA, criada.DON JUAN DE CARDONA. TELLO, su criado.OCTAVIO, galán.JULIO. CONDE ENRIQUE. FERNANDO, criado del Conde.[Criados.][Músicos.][Dos hombres.]

[La escena es en Madrid y extramuros.]

 

Acto I

[Sala en casa de BELISA.]

[Escena I]

Sale BELISA con vestido entero de luto galán, flores negras en el cabello, guantes de seda negra, y valona y FINEA.

 

FINEA ¿Así rasgas el papel?

BELISA Cánsame el Conde, Finea.

FINEA ¡Qué ingratitud!

BELISA Que lo sea

me manda amor.

FINEA Fuego en él,

que pienso que no es tan vario 5

en sus mudanzas el viento.

BELISA Navega mi pensamiento

por otro rumbo contrario:

castigó mi voluntad

el cielo.

FINEA No sé si diga, 10

que justamente castiga,

señora, tu libertad.

Tanto despreciar amantes,

tanto desechar maridos,

tanto hacer de los oídos 15

arracadas de diamantes,

claro está, que habían de dar

[esa] ocasión al amor,

para vengar tu rigor.

BELISA Bien se ha sabido vengar. 20

FINEA ¡Oh qué bien los has vengado

con querer agora bien

a quien, ni aun sabes a quién,

ni él tampoco tu cuidado!

Tus desdenes con razón 25

agora diciendo están:

«¿qué se hizo el Rey Don Juan?

los Infantes de Aragón

¿qué se hicieron?»

BELISA No presumas

que desta mudanza estoy 30

arrepentida, aunque doy

agua al mar, al viento plumas;

porque tengo la memoria

deste necio amor tan llena,

que juzgo poca la pena 35

para tan inmensa gloria.

¿Llaman?

FINEA Sí.

BELISA Pues quiero hablarte

con más espacio después;

mira quién es.

FINEA Celia es,

que ha venido a visitarte. 40

 

[Vase.]

[Escena II]

[CELIA, BELISA.]

 

CELIA Prospere tu vida el cielo.

BELISA No sé, Celia, si querrá

tener ese gusto ya.

CELIA Ya la novedad recelo:

dijéronme que te habían 45

visto con luto en la calle

Mayor, aunque gala y talle

la causa contradecían:

y hallo que todo es verdad;

pero tanta bizarría 50

no es tristeza.

BELISA Celia mía,

murió.

CELIA ¿Quién?

BELISA Mi libertad.

CELIA Es imposible que en ti

haya faltado el desdén.

BELISA ¿No es faltarme querer bien? 55

CELIA ¿Tú quieres bien?

BELISA Yo.

CELIA ¿Tú?

BELISA Sí,

ya cesaron mis rigores.

CELIA Veré primero sembrado

de estrellas del cielo el prado,

y el cielo de hierba y flores, 60

y trocando el natural

efeto veré también

a la envidia decir bien,

y a la virtud hablar mal;

veré la ciencia premiada 65

y a la ignorancia abatida,

que es la verdad bien oída,

y que la lisonja enfada,

y el imposible mayor

dar honra al que está sin ella, 70

que crea, Belisa bella,

que puedes tener amor.

BELISA Una tarde (cuando el sol

dicen que en el mar se esconde,

y se le ponen delante 75

las cabezas de los montes,

cuando por aquella raya,

que con varios tornasoles

divide el cielo y la tierra,

y los días y las noches, 80

nubes de púrpura y oro

van usurpando colores

a las plumas de los aires,

y a las ramas de los bosques)

iba sola con Finea, 85

amiga Celia, en mi coche,

tan sol de mi libertad,

cuanto luego fui Faetonte,

que nunca verás tan altas

las soberbias presunciones, 90

que no las fulminen rayos

como a las soberbias torres.

Era en la parte del Prado,

que igualmente corresponde

a esa Fuente, Castellana 95

por la claridad del nombre,

que también hay fuentes cultas,

que, aunque obscuras, al fin corren

como versos y abanillos,

quiera el cielo que se logren. 100

Iba Finea cantando

en gracia de mis blasones

finezas del Conde Enrique

(que ya conoces al Conde,

y a sus papeles escritos, 105

para que, cuando me toque,

como papel de alfileres,

tenga papeles de amores)

y a mis locas bizarrías,

desprecios y disfavores, 110

como si hubiera nacido

de las entrañas de un roble,

cuando veo un caballero

con el semblante conforme

al suceso que esperaba. 115

Volvió la cara, y paróse

a escuchar quién le seguía

pero con pocas razones

desnudando las espadas

los ferreruelos descogen. 120

El que digo, el pie delante,

con el contrario afirmóse,

gala y valor, que en mi vida

vi hombre tan gentilhombre.

No era el otro menos diestro. 125

No te parezca desorden,

que siendo mujer te cuente

lo que es bien que ellas ignoren

que aunque aguja y almohadilla

son nuestras mallas y estoques, 130

mujeres celebra el mundo,

que han gobernado escuadrones:

Semíramis y Cleopatra,

poetas e historiadores

celebran, y fue Tomiris 135

famosa por todo el orbe.

¿No has visto cuando dos juegan,

que sin conocerse escoge

uno de los dos quien mira,

sin que el provecho le importe, 140

y quiere que el otro pierda,

sin saber que esto se obre

por conformidad de estrellas,

que infunden inclinaciones?

Pues desa suerte mi alma 145

súbitamente se pone

al lado del que juzgaba

por más galán y más noble.

Alzó el contrario de tajo,

a quien mi ahijado embebióle 150

una punta, con que dio

en tierra, mas levantóse

presto, porque después supe

que traía un peto doble

de Milán, labrado a prueba 155

del plomo, que muros rompe.

Acudieron a este punto,

tirándole varios golpes,

tres hombres a mi galán,

cosa indigna de españoles. 160

Pero dicen entre amigos,

que el enemigo perdone,

que sólo es vil el que huye,

y valiente el que socorre.

Con razón, o sin razón, 165

salto de mi coche entonces,

quito la espada al cochero,

que arrimado a los frisones

miraba a pie la pendencia,

todo tabaco y bigotes, 170

como si estuviera el necio

de la plaza en los balcones

y el Conde de Cantillana

acuchillando leones:

y partiendo al caballero, 175

me pongo de Rodamonte

a su lado. ¡Cosa extraña!

En fin, hombres de la Corte,

pues se volvieron humildes,

los que llegaron feroces. 180

Agradecido el galán

de dos tan nuevas acciones,

comenzó a hablarme, y no pudo,

porque de lejos dan voces

que la justicia venía, 185

que no hay Santelmo en el tope

después de la tempestad,

que como una vara asome.

Díjele: «En mi coche entrad,

que si los caballos corren 190

(porque éstos no son de aquellos

que repiten para cofres),

presto estaremos en salvo.»

Entró el galán y sentóse

en la proa, y yo en la popa, 195

como campos fronte a fronte.

Viendo que nadie venía

templó el cochero el galope,

y en la Fuente Castellana

para descansar, paróse. 200

Yo siempre que voy al Prado

llevo un búcaro, tomóle

el cochero, y dionos agua,

dile yo una alcorza, y diome

las gracias en un requiebro 205

que la mano agradecióle.

Con esto le persuadí

a que dejando favores,

me contase la ocasión

de la pendencia, que sobre 210

cosas de amor sospechaba,

que hay profetas corazones,

pues antes que la dijese,

celos me daban temores,

que el que ha de matarla, sabe 215

la garza entre mil halcones.

En fin, dijo de esta suerte...

(Agora a escucharme ponte,

para que como él a mí,

de mi desdicha te informe): 220

«Yo soy don Juan de Cardona,

hijo del señor don Jorge

de Cardona, aragonés,

y doña Juana de Aponte;

nací segundo en mi casa, 225

y así mi padre envióme

a Flandes, donde he servido

desde los años catorce

hasta la edad en que estoy;

volvieron informaciones 230

de mis servicios, y cartas

de aquel ángel, que coronen

los cielos, Infanta de Austria,

de divinos resplandores,

tía del Rey, que Dios guarde. 235

Pretendí luego en la Corte

a guisa de otros soldados;

pero entre otras pretensiones

de un hábito, vi una tarde

con otro de chamelote, 240

un serafín de marfil

con toda el alma de bronce:

quedé sin ella, seguíla,

servíla, y agradecióme

la voluntad, retirando 245

todo lo que no es amores.

Gasté, empobrecí; mi padre,

enojado, descuidóse

de mi socorro, y Lucinda

(que éste es de esta dama el nombre), 250

desdeñosa, a puros celos

me mata viéndome pobre:

que no hay finezas que obliguen,

ni lágrimas que enamoren.»

Cuando esto dijo, quisiera 255

sacar los ojos traidores,

que por otra habían llorado.

¡Mirad qué envidia tan torpe!

Prosiguió que la pendencia

fue por ser competidores 260

él y el galán, porque teme

que si la obliga, la goce.

Finalmente paró el caso

en tantas lamentaciones,

que sin saber por qué causa, 265

quise arrojarle del coche.

Él llorando y yo sin alma

llegamos casi a las once

a mi posada. Roguéle

que me viese, y respondióme, 270

que sería esclavo mío,

con mil tiernas sumisiones,

y despedido e ingrato

a ver su dama partióse.

Quedé tan necia que apenas 275

sé por qué, cómo ni dónde

amo, envidio, y con los celos

temo que loca me torne,

porque pienso que es castigo

de aquellos tiranos dioses 280

Venus y Amor, de quien hice

burla, y los llamé embaidores.

Troqué las galas en luto,

la libertad en prisiones,

la bizarría en descuidos, 285

y en humildad los rigores.

Ni voy al Prado ni al río,

no hay cosa que no me enoje;

a la música soy áspid,

veneno a fuentes y flores, 290

soy, no soy, vivo, no vivo,

y entre tantas confusiones,

ni sé dónde he puesto el alma,