Las ferias de Madrid - Lope de Vega - E-Book

Las ferias de Madrid E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

Las ferias de Madrid es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo.

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Seitenzahl: 96

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Lope de Vega

Las ferias de Madrid

 

Saga

Las ferias de MadridCopyright © 1588, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618266

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAS QUE HABLAN EN ELLA:

GUILLERMO, buhonero PIERRES, buhonero LUCRECIO,caballero ADRIÁN, caballero CLAUDIO, caballero BELARDO, viejo VIOLANTE, dama, su hija PATRICIO, su marido Dos MUCHACHOS Un MUCHACHO que vende aguardiente Tres VILLANOS ROBERTO, caballero LEANDRO, caballero ALBERTO, caballero EUFRASIO, dama TEODORA, su criada EUGENIO, dama Un ESCUDERO viejo ISIDRO, lacayo Un LADRÓN Un ALAGUACIL ESTACIO, paje FREGONA HOMBRE, embozado MORENO Dos CRIADOS

JORNADA PRIMERA

Salen GUILLERMO y PIERRES, buhoneros

 

GUILLERMO: ¿Que en esa acera pusiste

tu aparato y tienda, Pierres?

Guarda que el lance no yerres

que en la de enfrente tuviste.

No te fue mal otros años

con el puesto que te di.

PIERRES: Antes, por ganar, perdí;

hay un provecho y mil daños.

GUILLERMO: Pues la luz, ¿no es de importancia?

PIERRES: Sí, pero tiene aquel lado

descubierto y me han robado

la mitad de la ganancia.

 

GUILLERMO: ¡Qué bien nos dio de comer

el amigo!

PIERRES: ¡Largo cuenta!

A fe que tiene pimienta,

pero no para beber.

Conocíle yo en Amberes,

pobre y de bellaco talle,

que vendía por la calle

hilo, antojos y alfileres,

y agora está rico a costa

de nuestras pobres haciendas.

GUILLERMO: ¿Descubriremos las tiendas?

PIERRES: Ganar quieres por la posta.

GUILLERMO: Mal me fue por la mañana.

PIERRES: Descubre, que dio la una.

GUILLERMO: Espero mejor fortuna

si esta tarde no se gana.

Descubren las tiendas, y sale LUCRECIO

 

LUCRECIO: ¡Oh, pesia tal con el pesado yugo,

que a fuerza quiere ya romper el cuello

y que ha de ser un vulgo mi verdugo!

Colgada veo de un sutil cabello

toda la fuerza del cabello mío.

Rómpase ya, que gusto de rompello

Maldiga Dios aqueste desvarío

de ferias o de diablos, que me tiene,

antes que entre el invierno, helado y frío.

Todos los años por aciago viene

la fiesta de este santo, como martes,

y para todos es fiesta solene.

 

Sale ADRIÁN

 

ADRIÁN: ¿Úsase, por ventura, en otras partes

aquesta negra feria o borrachera,

grande invención de un bachiller en artes?

Paréceme esta plaza a la quimera,

compuesta de oro, paños y cebollas:

aquí cuelga un tapiz; allí, una estera.

También se venden perlas como pollas,

y como rica seda, verde esparto,

camas de campo y coberteras de ollas.

LUCRECIO: ¿Dónde bueno, Adrián?

ADRIÁN: Cansado y harto.

LUCRECIO: ¿De ver la feria?

ADRIÁN: Más de huír la feria.

LUCRECIO: ¿Huír? ¡Mala señal!

ADRIÁN: No tengo un cuarto.

LUCRECIO: ¿Por Dios, que ha sido general miseria!

En cueros he quedado.

ADRIÁN: Así nacistes;

tendréis menos calor.

LUCRECIO: Y más laceria.

Contadme, pues, las ferias que le distes

a la señora doña

ADRIÁN: Quedo; basta,

no la nombréis.

 

LUCRECIO: ¿Parece que la vistes?

ADRIÁN: Dile de ferias una gran canasta.

LUCRECIO: ¿Qué tantas fueron?

ADRIÁN: No, la cesta sola.

LUCRECIO: Empeñado quedáis.

ADRIÁN: Mucho se gasta.

LUCRECIO: ¡Ah, quién fuera serpiente que la cola

metiera en los oídos al encanto

de un ¡"Dadme ferias, dadme ferias"! ¡Hola!

¿Qué es aquesto, señor? ¿Dice algún santo,

algún doctor, algún antiguo o nuevo,

que esto tenga razón?

ADRIÁN: De vos me espanto.

¿No lo recibe el vulgo? Yo lo apruebo,

que pone leyes como el rey.

LUCRECIO: ¡Ah, carga

de vil pobreza, que a los hombros llevo!

Reciba el vulgo que la calza larga

llegue al tobillo, y la camisa, al hombro

adobada y tiesa, que parezca adarga;

y los sombreros, como yo los nombro,

panes de azúcar, y que chico y grande

se igualen en vestir, que no me asombro,

todo lo sufro bien; pero no mande

que la feria de aquél que compra y vende

tan recebida entre mujeres ande.

Si el otro vende y compra, no se entiende

que, porque él lo dé sin alcabala,

aquella ley aquésta comprehende.

Si mi dama quiere alguna gala,

para dársela yo, ¿qué es de importancia

que lo mande la feria?

ADRIÁN: Es ley.

LUCRECIO: Es mala.

Feria, ¿qué dice?

ADRIÁN: Pueblos son en Francia,

¡por Dios!, que habéis de dar o ser un necio.

LUCRECIO: Por dar lo soy.

ADRIÁN: Apruebo la ignorancia.

LUCRECIO: El que la hacienda tiene a menosprecio,

gaste, deshaga, trueque, cambie, corte,

aquesto compre, aquello ponga en precio;

pero el que vive, como yo, en la corte

de sólo su milagro, ¿no es forzoso

que en dar lo que no tiene se reporte?

ADRIÁN: ¡Por Dios, que andáis, Lucrecio, escrupuloso!

¿Con el vulgo os tomáis?

LUCRECIO: ¿Pues no?

ADRIÁN: Dejadle,

que es monstruo de mil formas espantoso.

Confieso yo que os quieran y de balde,

sí aquesto puede ser, que en amor puede,

y tiene la pobreza el padre alcalde.

Y cuando tanto bien se le concede

al pobre enamorado, que su dama

de sólo puro amor pagada quede.

¿No veis? Que sale el pajecillo, el ama,

la vecina, la deuda, hermana o prima

con quien ha de cobrarse nueva fama.

Y que como a las tales no lastima

el regalo que hacéis a la parienta,

y cada cual el interés estima,

si no las contentáis, está la cuenta

tan en la mano y la ocasión tan cierta,

que habéis de veros en notable afrenta.

Luego, la moza que os abrió la puerta,

os la cierra con mil inconvenientes

y en todo un año no la halláis abierta.

La hermana dice luego que las gentes

murmuran de aquel hombre, y que es mal hecho

abrir la boca a tantos maldicientes,

y que es hombre galán, mas tan estrecho

como de la cintura del dativo,

y que es un hombre honrado y sin provecho,

y que hay otros cien mil, y algún cautivo,

hombre de gusto, honor, hacienda y talle,

que en dar la suya no se muestra esquivo.

Una y otra comienzan a alaballe,

y alábanle de suerte, que en dos días

le dejan sin la dama y en la calle,

donde, si hacéis más llanto que Macías,

se han de reír de vos.

LUCRECIO: Amigos vienen.

Salen CLAUDIO y ROBERTO

 

ROBERTO: Podéisles dar algunas niñerías.

CLAUDIO: ¿De éstas que ahora los buhoneros tienen?

ROBERTO: Así me lo parece.

CLAUDIO: Que otras tiendas,

ni por el pensamiento me convienen.

Tengo empeñadas por Madrid mil prendas

por esta negra...

ROBERTO: ¡Paso! ¿Qué hay, amigos?

Bien es que tal lugar le reprehendas.

LUCRECIO: Roberto, ¿cuándo fuimos enemigos

del señor Claudio?

CLAUDIO: Nunca tal, por cierto:

antes mis secretarios y testigos.

ADRIÁN: Bésoos las manos.

CLAUDIO: Juego al descubierto

con gente honrada.

 

LUCRECIO: A lo menos, vuestra.

¿Qué habéis feriado?

CLAUDIO: Dígalo Roberto.

ROBERTO: Muy poco o nada, que en la casa nuestra

han hecho las mujeres voto expreso

de no pedillas.

LUCRECIO: ¡Virtuosa muestra!

CLAUDIO: Si va a decir verdades, pierdo el seso

por unos ojos de una rebozada,

y aquí se me ha perdido.

ADRIÁN: ¡Bueno es eso!

CLAUDIO: Yo sé que es buena ropa y que me agrada,

y a fe que, si la encuentro, que sospecho

que ha de volver con ferias y obligada.

ADRIÁN: Si por ventura somos de provecho,

iremos en su busca.

CLAUDIO: Enhorabuena,

que a todo llevo descubierto el pecho.

LUCRECIO: ¿Adónde la perdistes?

CLAUDIO: Iba llena

esa Calle Mayor de cortesanos,

y allí se me perdió.

ADRIÁN: Pues no os dé pena:

moved los pies y aparejad las manos.

 

Vanse [todos], y salen EUFRASIA, dama, y TEODORA,

criada suya, con mantos y rebozo; un ESCUDERO viejo con ellas.

Hablan las dos aparte

 

EUFRASIA: (¿Cómo haremos, Tedora,

para engañar este viejo)

 

TEODORA: (¿Cómo? Tomando el consejo

que ayer te dije, señora.

¡Maldito sea, y qué necio!

¡No se hiciera perdedizo!)

ESCUDERO: ¡A fe que está llovedizo!

¡No tiene un pantuflo precio!

Como salen del calor,

daña mucho la humedad.

EUFRASIA: (¡A fe que dices verdad;

eso será lo mejor.)

¡Ah, Juan Francisco!, ¿no oís?

ESCUDERO: No oigo a vuesas mercedes.

EUFRASIA: ¿Cómo?

ESCUDERO: Quítanme el Paredes,

el Mendoza y el Solís.

En otras casas me honraban:

llamábanme todo el nombre.

EUFRASIA: (¡Qué pesado que es el hombre!) Aparte

TEODORA: Por cierto, necias andaban.

Hacéis, mi señora, ultraje.

¿No basta un nombre decir?

ESCUDERO: Huélgase el hombre de oír

lo bueno de su linaje;

siempre el bien hablar se estima.

EUFRASIA: Andad por mi prima luego.

TEODORA: ¡Qué sosiego!

ESCUDERO: ¿Qué sosiego?

¿Por su prima?

EUFRASIA: Por mi prima.

ESCUDERO: ¿Estará agora en su casa.

EUFRASIA: Si no estuviere, no venga,

y si está, no se detenga.

 

ESCUDERO: ¿No ve la gente que pasa?

Harále mal al preñado.

EUFRASIA: ¡Anda con la maldición!

ESCUDERO: ¡Harto buenas ferias son!

TEODORA: Por ellas está enojado.

Dale sus ferias, señora.

EUFRASIA: Tomad esos cuatro reales.

ESCUDERO: ¡Ellos son de manos tales!

¡Dios te lo pague, Teodora.

Agora voy en un brinco.

¿Dónde aguarda?

EUFRASIA: En San Miguel.

ESCUDERO: Quede con ella.

TEODORA: Y con él

vaya él mismo.

ESCUDERO: Y otros cinco.

Vase el ESCUDERO

 

EUFRASIA: ¿Que se fue? ¡Gracias a Dios!

A solas hemos quedado.

TEODORA: El parte bien descuidado.

¿Qué habemos de hacer las dos?

EUFRASIA: Meternos entre esa gente,

donde aquéste no nos halle.

TEODORA: Echemos por esta calle

a aquellas tiendas de enfrente.

EUFRASIA: ¡Buena está la ropería!

TEODORA: ¡Qué hermoso manteo aquél!

¡A fe que hiciera por él

cualquiera bellaquería

EUFRASIA: ¿Sirviérasme de alcahueta?

TEODORA: ¿Hay en él para los dos?

EUFRASIA: Yo ruin y la manta vos.

TEODORA: ¡Ay, señora, qué discreta!

¡Bienhaya quien te parió!

¡Con razón te sirvo y amo!

EUFRASIA: Ya llega gente al reclamo.

TEODORA: De aquesos ojos salió.

¡Por tu vida, mi señora,

que no seas boba! Tomemos

lo que nos dieren, pues vemos

tan buena ocasión agora.

EUFRASIA: Tengo lo que he menester,

y, al fin, si vengo a tomar,

he de obligarme a pagar.

TEODORA: Todo lo puedes hacer.

¡Por mi alma que eres necia!

Si no quieres para ti,

déjame tomar a mí,

que soy pobre y no Lucrecia.

¿No harás bien a tu criada?

¿No es mejor, aunque porfías,

que te sobren niñerías

y no que te falte nada?

 

EUFRASIA: ¡Ay, Teodora, mi marido!

TEODORA: ¿Por dónde?

EUFRASIA: Vesle, allí viene.

TEODORA: Que te encubras te conviene,

pues no sabe que has salido.

EUFRASIA: Ya sabes la necedad

de sus celos ordinarios.

Sale ALBERTO, caballero, e ISIDRO, lacayo

 

ALBERTO: A fe que son necesarios

dineros en cantidad.

¿Salió fuera tu señora?

ISIDRO: Cuando salí quedó en casa.

ALBERTO: ¡Buena es la ropa que pasa!

EUFRASIA: (Éste me conoce agora.)

ALBERTO: ¡Estos son los bellos ojos!

¡A fe que el manto es bizarro!

¿Para qué tanto desgarro?

¿Para qué conmigo enojos?

¿Soy registro del lugar?

(¡Conózcola, vive Dios, Aparte

y aun sospecho que a las dos!)

ISIDRO: (¡Podémosla pellizcar!) Aparte

Diga, señora cuñada

TEODORA: ¿Cuñada? ¿Han visto el picaño?

ISIDRO: Óyete, Mateo de hogaño...

TEODORA: Daréle una bofetada.

ISIDRO: Si mi señor se concierta,

luterana, has de estar

mano sobre mano, o dar

gritos en la casa, puerca.

Echa fuera esa limpieza,

¡bienhaya quien te parió!,

y daréte ferias yo.

TEODORA: No me quiebre la cabeza.

ALBERTO: En eso no ha de parar.

Daré ferias; daré, digo;

más Pedro soy que Rodrigo:

sé dar y tengo qué dar.

Lleguemos a aquella tienda.

EUFRASIA: Enhorabuena, lleguemos.

(Teodora, ¿qué tomaremos?) Aparte

 

TEODORA: (Cuanto hubiere que se venda.)

ALBERTO: Llama ese gabacho, Isidro.

ISIDRO: ¿Duerme, buen hombre?

 

PIERRES: Aquí estoy.