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Las ferias de Madrid es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo.
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Seitenzahl: 96
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
Las ferias de MadridCopyright © 1588, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618266
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Salen GUILLERMO y PIERRES, buhoneros
GUILLERMO: ¿Que en esa acera pusiste
tu aparato y tienda, Pierres?
Guarda que el lance no yerres
que en la de enfrente tuviste.
No te fue mal otros años
con el puesto que te di.
PIERRES: Antes, por ganar, perdí;
hay un provecho y mil daños.
GUILLERMO: Pues la luz, ¿no es de importancia?
PIERRES: Sí, pero tiene aquel lado
descubierto y me han robado
la mitad de la ganancia.
GUILLERMO: ¡Qué bien nos dio de comer
el amigo!
PIERRES: ¡Largo cuenta!
A fe que tiene pimienta,
pero no para beber.
Conocíle yo en Amberes,
pobre y de bellaco talle,
que vendía por la calle
hilo, antojos y alfileres,
y agora está rico a costa
de nuestras pobres haciendas.
GUILLERMO: ¿Descubriremos las tiendas?
PIERRES: Ganar quieres por la posta.
GUILLERMO: Mal me fue por la mañana.
PIERRES: Descubre, que dio la una.
GUILLERMO: Espero mejor fortuna
si esta tarde no se gana.
Descubren las tiendas, y sale LUCRECIO
LUCRECIO: ¡Oh, pesia tal con el pesado yugo,
que a fuerza quiere ya romper el cuello
y que ha de ser un vulgo mi verdugo!
Colgada veo de un sutil cabello
toda la fuerza del cabello mío.
Rómpase ya, que gusto de rompello
Maldiga Dios aqueste desvarío
de ferias o de diablos, que me tiene,
antes que entre el invierno, helado y frío.
Todos los años por aciago viene
la fiesta de este santo, como martes,
y para todos es fiesta solene.
Sale ADRIÁN
ADRIÁN: ¿Úsase, por ventura, en otras partes
aquesta negra feria o borrachera,
grande invención de un bachiller en artes?
Paréceme esta plaza a la quimera,
compuesta de oro, paños y cebollas:
aquí cuelga un tapiz; allí, una estera.
También se venden perlas como pollas,
y como rica seda, verde esparto,
camas de campo y coberteras de ollas.
LUCRECIO: ¿Dónde bueno, Adrián?
ADRIÁN: Cansado y harto.
LUCRECIO: ¿De ver la feria?
ADRIÁN: Más de huír la feria.
LUCRECIO: ¿Huír? ¡Mala señal!
ADRIÁN: No tengo un cuarto.
LUCRECIO: ¿Por Dios, que ha sido general miseria!
En cueros he quedado.
ADRIÁN: Así nacistes;
tendréis menos calor.
LUCRECIO: Y más laceria.
Contadme, pues, las ferias que le distes
a la señora doña
ADRIÁN: Quedo; basta,
no la nombréis.
LUCRECIO: ¿Parece que la vistes?
ADRIÁN: Dile de ferias una gran canasta.
LUCRECIO: ¿Qué tantas fueron?
ADRIÁN: No, la cesta sola.
LUCRECIO: Empeñado quedáis.
ADRIÁN: Mucho se gasta.
LUCRECIO: ¡Ah, quién fuera serpiente que la cola
metiera en los oídos al encanto
de un ¡"Dadme ferias, dadme ferias"! ¡Hola!
¿Qué es aquesto, señor? ¿Dice algún santo,
algún doctor, algún antiguo o nuevo,
que esto tenga razón?
ADRIÁN: De vos me espanto.
¿No lo recibe el vulgo? Yo lo apruebo,
que pone leyes como el rey.
LUCRECIO: ¡Ah, carga
de vil pobreza, que a los hombros llevo!
Reciba el vulgo que la calza larga
llegue al tobillo, y la camisa, al hombro
adobada y tiesa, que parezca adarga;
y los sombreros, como yo los nombro,
panes de azúcar, y que chico y grande
se igualen en vestir, que no me asombro,
todo lo sufro bien; pero no mande
que la feria de aquél que compra y vende
tan recebida entre mujeres ande.
Si el otro vende y compra, no se entiende
que, porque él lo dé sin alcabala,
aquella ley aquésta comprehende.
Si mi dama quiere alguna gala,
para dársela yo, ¿qué es de importancia
que lo mande la feria?
ADRIÁN: Es ley.
LUCRECIO: Es mala.
Feria, ¿qué dice?
ADRIÁN: Pueblos son en Francia,
¡por Dios!, que habéis de dar o ser un necio.
LUCRECIO: Por dar lo soy.
ADRIÁN: Apruebo la ignorancia.
LUCRECIO: El que la hacienda tiene a menosprecio,
gaste, deshaga, trueque, cambie, corte,
aquesto compre, aquello ponga en precio;
pero el que vive, como yo, en la corte
de sólo su milagro, ¿no es forzoso
que en dar lo que no tiene se reporte?
ADRIÁN: ¡Por Dios, que andáis, Lucrecio, escrupuloso!
¿Con el vulgo os tomáis?
LUCRECIO: ¿Pues no?
ADRIÁN: Dejadle,
que es monstruo de mil formas espantoso.
Confieso yo que os quieran y de balde,
sí aquesto puede ser, que en amor puede,
y tiene la pobreza el padre alcalde.
Y cuando tanto bien se le concede
al pobre enamorado, que su dama
de sólo puro amor pagada quede.
¿No veis? Que sale el pajecillo, el ama,
la vecina, la deuda, hermana o prima
con quien ha de cobrarse nueva fama.
Y que como a las tales no lastima
el regalo que hacéis a la parienta,
y cada cual el interés estima,
si no las contentáis, está la cuenta
tan en la mano y la ocasión tan cierta,
que habéis de veros en notable afrenta.
Luego, la moza que os abrió la puerta,
os la cierra con mil inconvenientes
y en todo un año no la halláis abierta.
La hermana dice luego que las gentes
murmuran de aquel hombre, y que es mal hecho
abrir la boca a tantos maldicientes,
y que es hombre galán, mas tan estrecho
como de la cintura del dativo,
y que es un hombre honrado y sin provecho,
y que hay otros cien mil, y algún cautivo,
hombre de gusto, honor, hacienda y talle,
que en dar la suya no se muestra esquivo.
Una y otra comienzan a alaballe,
y alábanle de suerte, que en dos días
le dejan sin la dama y en la calle,
donde, si hacéis más llanto que Macías,
se han de reír de vos.
LUCRECIO: Amigos vienen.
Salen CLAUDIO y ROBERTO
ROBERTO: Podéisles dar algunas niñerías.
CLAUDIO: ¿De éstas que ahora los buhoneros tienen?
ROBERTO: Así me lo parece.
CLAUDIO: Que otras tiendas,
ni por el pensamiento me convienen.
Tengo empeñadas por Madrid mil prendas
por esta negra...
ROBERTO: ¡Paso! ¿Qué hay, amigos?
Bien es que tal lugar le reprehendas.
LUCRECIO: Roberto, ¿cuándo fuimos enemigos
del señor Claudio?
CLAUDIO: Nunca tal, por cierto:
antes mis secretarios y testigos.
ADRIÁN: Bésoos las manos.
CLAUDIO: Juego al descubierto
con gente honrada.
LUCRECIO: A lo menos, vuestra.
¿Qué habéis feriado?
CLAUDIO: Dígalo Roberto.
ROBERTO: Muy poco o nada, que en la casa nuestra
han hecho las mujeres voto expreso
de no pedillas.
LUCRECIO: ¡Virtuosa muestra!
CLAUDIO: Si va a decir verdades, pierdo el seso
por unos ojos de una rebozada,
y aquí se me ha perdido.
ADRIÁN: ¡Bueno es eso!
CLAUDIO: Yo sé que es buena ropa y que me agrada,
y a fe que, si la encuentro, que sospecho
que ha de volver con ferias y obligada.
ADRIÁN: Si por ventura somos de provecho,
iremos en su busca.
CLAUDIO: Enhorabuena,
que a todo llevo descubierto el pecho.
LUCRECIO: ¿Adónde la perdistes?
CLAUDIO: Iba llena
esa Calle Mayor de cortesanos,
y allí se me perdió.
ADRIÁN: Pues no os dé pena:
moved los pies y aparejad las manos.
Vanse [todos], y salen EUFRASIA, dama, y TEODORA,
criada suya, con mantos y rebozo; un ESCUDERO viejo con ellas.
Hablan las dos aparte
EUFRASIA: (¿Cómo haremos, Tedora,
para engañar este viejo)
TEODORA: (¿Cómo? Tomando el consejo
que ayer te dije, señora.
¡Maldito sea, y qué necio!
¡No se hiciera perdedizo!)
ESCUDERO: ¡A fe que está llovedizo!
¡No tiene un pantuflo precio!
Como salen del calor,
daña mucho la humedad.
EUFRASIA: (¡A fe que dices verdad;
eso será lo mejor.)
¡Ah, Juan Francisco!, ¿no oís?
ESCUDERO: No oigo a vuesas mercedes.
EUFRASIA: ¿Cómo?
ESCUDERO: Quítanme el Paredes,
el Mendoza y el Solís.
En otras casas me honraban:
llamábanme todo el nombre.
EUFRASIA: (¡Qué pesado que es el hombre!) Aparte
TEODORA: Por cierto, necias andaban.
Hacéis, mi señora, ultraje.
¿No basta un nombre decir?
ESCUDERO: Huélgase el hombre de oír
lo bueno de su linaje;
siempre el bien hablar se estima.
EUFRASIA: Andad por mi prima luego.
TEODORA: ¡Qué sosiego!
ESCUDERO: ¿Qué sosiego?
¿Por su prima?
EUFRASIA: Por mi prima.
ESCUDERO: ¿Estará agora en su casa.
EUFRASIA: Si no estuviere, no venga,
y si está, no se detenga.
ESCUDERO: ¿No ve la gente que pasa?
Harále mal al preñado.
EUFRASIA: ¡Anda con la maldición!
ESCUDERO: ¡Harto buenas ferias son!
TEODORA: Por ellas está enojado.
Dale sus ferias, señora.
EUFRASIA: Tomad esos cuatro reales.
ESCUDERO: ¡Ellos son de manos tales!
¡Dios te lo pague, Teodora.
Agora voy en un brinco.
¿Dónde aguarda?
EUFRASIA: En San Miguel.
ESCUDERO: Quede con ella.
TEODORA: Y con él
vaya él mismo.
ESCUDERO: Y otros cinco.
Vase el ESCUDERO
EUFRASIA: ¿Que se fue? ¡Gracias a Dios!
A solas hemos quedado.
TEODORA: El parte bien descuidado.
¿Qué habemos de hacer las dos?
EUFRASIA: Meternos entre esa gente,
donde aquéste no nos halle.
TEODORA: Echemos por esta calle
a aquellas tiendas de enfrente.
EUFRASIA: ¡Buena está la ropería!
TEODORA: ¡Qué hermoso manteo aquél!
¡A fe que hiciera por él
cualquiera bellaquería
EUFRASIA: ¿Sirviérasme de alcahueta?
TEODORA: ¿Hay en él para los dos?
EUFRASIA: Yo ruin y la manta vos.
TEODORA: ¡Ay, señora, qué discreta!
¡Bienhaya quien te parió!
¡Con razón te sirvo y amo!
EUFRASIA: Ya llega gente al reclamo.
TEODORA: De aquesos ojos salió.
¡Por tu vida, mi señora,
que no seas boba! Tomemos
lo que nos dieren, pues vemos
tan buena ocasión agora.
EUFRASIA: Tengo lo que he menester,
y, al fin, si vengo a tomar,
he de obligarme a pagar.
TEODORA: Todo lo puedes hacer.
¡Por mi alma que eres necia!
Si no quieres para ti,
déjame tomar a mí,
que soy pobre y no Lucrecia.
¿No harás bien a tu criada?
¿No es mejor, aunque porfías,
que te sobren niñerías
y no que te falte nada?
EUFRASIA: ¡Ay, Teodora, mi marido!
TEODORA: ¿Por dónde?
EUFRASIA: Vesle, allí viene.
TEODORA: Que te encubras te conviene,
pues no sabe que has salido.
EUFRASIA: Ya sabes la necedad
de sus celos ordinarios.
Sale ALBERTO, caballero, e ISIDRO, lacayo
ALBERTO: A fe que son necesarios
dineros en cantidad.
¿Salió fuera tu señora?
ISIDRO: Cuando salí quedó en casa.
ALBERTO: ¡Buena es la ropa que pasa!
EUFRASIA: (Éste me conoce agora.)
ALBERTO: ¡Estos son los bellos ojos!
¡A fe que el manto es bizarro!
¿Para qué tanto desgarro?
¿Para qué conmigo enojos?
¿Soy registro del lugar?
(¡Conózcola, vive Dios, Aparte
y aun sospecho que a las dos!)
ISIDRO: (¡Podémosla pellizcar!) Aparte
Diga, señora cuñada
TEODORA: ¿Cuñada? ¿Han visto el picaño?
ISIDRO: Óyete, Mateo de hogaño...
TEODORA: Daréle una bofetada.
ISIDRO: Si mi señor se concierta,
luterana, has de estar
mano sobre mano, o dar
gritos en la casa, puerca.
Echa fuera esa limpieza,
¡bienhaya quien te parió!,
y daréte ferias yo.
TEODORA: No me quiebre la cabeza.
ALBERTO: En eso no ha de parar.
Daré ferias; daré, digo;
más Pedro soy que Rodrigo:
sé dar y tengo qué dar.
Lleguemos a aquella tienda.
EUFRASIA: Enhorabuena, lleguemos.
(Teodora, ¿qué tomaremos?) Aparte
TEODORA: (Cuanto hubiere que se venda.)
ALBERTO: Llama ese gabacho, Isidro.
ISIDRO: ¿Duerme, buen hombre?
PIERRES: Aquí estoy.