Las justas de Tebas y Reina de las Amazonas - Lope de Vega - E-Book

Las justas de Tebas y Reina de las Amazonas E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

Las justas de Tebas y Reina de las Amazonas es un texto teatral de Lope de Vega. Ubicado en la antigua Grecia, narra la historia de la reina de las Amazonas, quien decide disfrazarse de hombre para participar en las famosas justas de Tebas.

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Seitenzahl: 80

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Lope de Vega

Las justas de Tebas y Reina de las Amazonas

 

Saga

Las justas de Tebas y Reina de las AmazonasCopyright © 1916, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618204

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Elenco

ARDENIO, príncipe EBANDRO, su criado EL REY DE TEBAS DÉLBORA, princesa, su hija ADBERITE, reina de las amazonas PIRENE, su criada JELANDO, príncipe DRUSO, su criado LOTARO, rey, embajador fingido UN CRIADO suyo OTRO CRIADO SERGESTO, duque BRICEDIO, príncipe TODOS

Jornada I

(Salen DÉLBORA, princesa y EBANDRO, criado de ARDENIO, con una sortija en la mano.)

PRINCESA.

Alabo el raro juicio,

Ebandro, del que talló

la piedra, cuyo artificio

así en ingenio mostró

5

de su grato amor indicio.

Las culebras esmaltadas

por la sortija enlazadas

ha sido nueva invención.

 

EBANDRO.

Son de un triste corazón

10

fantasías trasnochadas.

¿No ves que se están mordiendo?

 

PRINCESA.

Quien las teme las resista.

Aquestas letras no entiendo.

Lee.

 

EBANDRO.

Soy corto de vista.

 

PRINCESA.

15

Ten.

 

EBANDRO.

Muestra ofendido.

 

PRINCESA.

Empresa celosa ha sido.

 

EBANDRO.

Dice que ofende, ofendido,

y que, mordiendo, te muerde.

 

PRINCESA.

Entre memorias se pierde.

 

EBANDRO.

20

Para ganarse perdido.

 

PRINCESA.

Desesperar se confiesa.

 

EBANDRO.

En la letra de la piedra

se ve lo poco que medra.

 

PRINCESA.

¿Qué peso es este?

 

EBANDRO.

El que pesa

25

esta pluma y esta hiedra.

 

PRINCESA.

En lo verdadero estás.

Parece que pesa más

esta pluma que esta hiedra.

 

EBANDRO.

Así se muestra en la piedra,

30

y en el favor que le das.

 

PRINCESA.

(Morirán sus confianzas.)

Declárame, Ebandro, en suma,

lo que de su pecho alcanzas.

 

EBANDRO.

Que pesa más esta pluma

35

que todas sus esperanzas.

 

PRINCESA.

Mas dile tú que se acuerde

que la hiedra, siempre verde,

a la firmeza se aplica,

porque un verdor siempre aplica,

40

que en ningún tiempo se pierde.

Y siendo aqueste color

la firmeza que le das,

dirás, Ebandro, mejor

que esas plumas pesan más

45

que su firmeza y amor.

 

EBANDRO.

Divinamente la truecas.

 

PRINCESA.

De querer.

 

EBANDRO.

Pues ¿de qué pecas?

 

PRINCESA.

De alguna, ¿no se te alcanza,

que es hierba verde esperanza,

50

mas antes de hierbas secas?

El campo seco, agostado,

es imagen verdadera

de la esperanza que espera

que de su manto esmaltado

55

le vista la primavera.

Que si está verde la hierba,

que su verdura conserva,

¿qué esperanza significa,

pues a esperar no se aplica

60

lo que a su tiempo reserva?

 

EBANDRO.

Délbora, si mi señor

quiere que agora concuerde

esa hiedra a su dolor,

es porque todo lo verde

65

es de esperanza el color.

Porque en su opinión me afirme,

contigo es bien lo confirme;

si es siempre verde la hiedra,

bien claro dice esta piedra

70

que tiene esperanza firme.

 

PRINCESA.

Has hecho buen argumento.

A tu ingenio lo agradece.

 

EBANDRO.

Yo todo a tu entendimiento,

pues quien a tu luz se ofrece

75

no puede errar pensamiento.

 

PRINCESA.

Por Júpiter, que es razón

que estorbe tu discreción

al infante algún desdén

a que me obligó mi bien

80

y su prolija pasión.

Y pues eres tan discreto,

con esto, Ebandro, concluyo,

este favor te prometo:

que por ti, y en nombre suyo,

85

tu piedra y sortija aceto.

 

EBANDRO.

Beso tus reales pies;

que como tus pies me des,

haré cuenta que mi boca

la parte del suelo toca

90

que yo tomara después.

 

PRINCESA.

Alzate, Ebandro.

 

EBANDRO.

Sospecho

que ha de ser parte mi fe

para que ablandes el pecho

y al infante se le dé

95

la prenda de su derecho.

Entre el estruendo y ruido

de príncipes que han venido

a fama de tu hermosura,

viene a probar su ventura

100

más penado y más perdido.

Y pues en cuanto desees

lleva el infante la joya,

es justo que en él te emplees

y que juntes a su Troya

105

la gran Tebas que posees.

Perdona mi atrevimiento,

que mi leal pensamiento

me obliga, por mi señor,

a procurar su favor.

 

PRINCESA.

110

Basta, Ebandro; bien lo siento.

Soberbio viene el troyano.

 

EBANDRO.

Antes humilde se ofrece

a tu valor soberano.

Si alguien del cielo, merece

115

tocar tu divina mano…

 

PRINCESA.

A aqueste balcón me subo.

 

EBANDRO.

(En poco mi suerte estuvo.)

¿Dices del infante, en fin?

 

PRINCESA.

Que su pasión me detuvo.

 

(Vase la PRINCESA.)

EBANDRO.

120

Si en ti daba la princesa,

por Júpiter, que me pesa.

Bien le paga tanto amor;

pero yo sirvo a señor

para sentarme a su mesa.

125

Este que viene es Jelando,

nuestro rival enemigo,

que también espera, amando,

de su amor dulce castigo

y de esperanzas el cuándo.

 

(Sale JELANDO y DRUSO, su criado.)

JELANDO.

130

Vuélveme, Druso, a contar

aquel valor soberano

de quien, no solo a su hermano,

que a mil mundos puede honrar.

Como testigo de vista,

135

cuenta la paz de sus tierras

y con qué fuerzas de guerras

las extranjeras conquista.

 

EBANDRO.

Ahora bien, partirme quiero

a lo que Délbora encarga.

 

(Vase EBANDRO.)

DRUSO.

140

Por más que en esto sea larga,

quedará mi lengua corta

para el valor que derrama,

que humanos ingenios bastan.

Si los diamantes se gastan

145

de las lenguas de la fama

de tu valor, raro y solo,

tal hizo al tuyo ser parte,

que te da más guerra, en parte,

que Diana al sacro Apolo.

150

Lleno de penas y enojos

volvió el príncipe de Atenas;

tu hermana, las manos llenas

de los grecianos despojos.

Yo la vi de fina malla

155

cubrir sus carnes hermosas,

con razones animosas

animando a la batalla.

Y aunque de oíllo te asombres,

porque menos tiempo esperes,

160

con solas diez mil mujeres

vi huir quince mil hombres.

Al fin, la greciana armada,

que más los destruye, jura,

de su rostro la hermosura,

165

que no el valor de su espada.

Disculpas deben de ser;

mas ellas, en conclusión,

matan con brazo varón,

no con ojos de mujer.

170

Al fin, con esfuerzo tanto,

a pesar de cualquier hombre,

suena de Adberite el nombre

desde el Termo hasta el Janto.

 

JELANDO.

Si por engañar mi oído,

175

mi Adberite ensalzas más,

al fin a entender me das

que ha la batalla vencido.

Por esta nueva, si es cierta,

vengo a conocer mejor

180

cuán divino es el valor

si en mujer famosa acierta;

que, puestas donde a sus nombres

se les guarde triunfo eterno,

en la templanza y gobierno

185

hace ventaja a los hombres.

Y es verdad que en la presente

ocasión se determina

aquesa reina divina

venir a Troya con gente.

 

DRUSO.

190

Como ha sabido tu intento,

y de Arquimundo la guerra,

viene a defender su tierra

y a tratar tu casamiento.

Viene a verte, porque creo

195

que, según amor la anima,

en menos ser reina estima

que cumplir este deseo.

 

JELANDO.

Dime, ¿por ventura es bella?

Porque apenas fui nacido

200

cuando me fue defendido

gozar de mi madre y de ella,

que la amazona no puede

criar el hijo varón.

 

DRUSO.

Es tanta su perfección,

205

que a tanta naturaleza excede.

El cuerpo tiene gentil,

entre robusto y brioso;

el brazo, blanco y nervioso,

que cubre un velo sutil;

210

su rostro a la nieve iguala;

mirando a sus ojos, ciego,

que, airados, despiden fuego,

y, mansos, blando regala,

con unas vivas centellas

215

roban las prendas mejores,

y, tiranos o señores,

al fin se quedan con ellas.

Una madeja vistosa

de cabello negro, y tal,

220

que como palio real

cubre la frente espaciosa.

Tiene, señor, aunque poca,

que de exceder me retiro,

parte del color de Tiro;

225

tiene una rosa en la boca.

Esta dicen que, cortando

una vez el niño Amor,

se hirió el dedo, y de dolor

volvió a su madre llorando.

230

El cuerpo es medio y fiel;

el rostro y pecho, engastado,

un pecho tiene cortado

justamente, aunque cruel;

que viendo tantos despojos

235

como pudiera rendir,

se atreviera competir

con sus bellísimos ojos.

Y contando el uno de ellos,

está cierto el ciego dios

240

que, siendo los ojos dos,

no se tomará con ellos,

que como en ellos ha hecho

amor nido soberano

para estancia del verano,

245

dice que le falta un pecho.

 

JELANDO.

Con justa razón se abona,

por la razón que has mostrado,

traer el pecho cortado,

como es costumbre amazona.

250

Vuélvete, Druso, que siento

ruido en aquel balcón,

que no en balde el corazón

alborota al pensamiento.

Después me dirás despacio

255

lo que resta.

 

DRUSO.

¿Dónde haré

que tu guarda y gente esté?

 

JELANDO.

A la puerta de palacio.

 

DRUSO.

(Apretole amor la cuerda;

que, en abriendo la ventana,

260

ni se acordó de su hermana,

ni aun de sí mismo se acuerda.)

 

(Vase DRUSO.)

JELANDO.

Acabe el sol de mostrarse

de luz en el alma mía;

mire que le aguarda el día

265

que con él quiere adornarse.

La noche de mi dolor

me tiene hasta agora en calma.

¡Ay, Dios! Amanezca al alma

el alma de su favor.

270

Y si de mi sol que espero