Los balcones de Madrid - Tirso de Molina - E-Book

Los balcones de Madrid E-Book

Tirso de Molina

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Beschreibung

Los balcones de Madrid es una de las comedias de capa y espada de Tirso de Molina, también llamadas comedias palatinas. Se basa en una historia de amor galante entreverada con aventuras, articulada en torno a una trama de comedia de enredo. En ella asistimos a los ardides de tres damas para esquivar la prohibición de sus tiránicos maridos.

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Seitenzahl: 93

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Tirso de Molina

Los balcones de Madrid

 

Saga

Los balcones de MadridCover image: Shutterstock Copyright © 1620, 2020 Tirso de Molina and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726548860

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAS QUE HABLAN EN ELLA:

El CONDE, don CarlosDon JUAN, galánDon ALONSO, viejoDon PEDRO, galánDon ÁLVARO, viejo, amigo de don AlonsoCORAL, gracioso criado de don JuanDoña ANA, prima de ElisaDoña ELISA, hija de don AlonsoLEONOR, criada de doña Elisa

JORNADA PRIMERA

Salen LEONOR con manto y doña ANA sin él

 

ANA: ¿Eso viste? ¡Que eso pasa!

LEONOR: Ésta es la pura verdad

en fe de la voluntad

que, después de mi casa

eres vecina te debo.

Reconocimientos labras

ya en obras y ya en palabras,

tantos en mí que me atrevo

a revelarte secretos

que mi señora me fía.

ANA: Querrá el Amor algún día

que con mayores efetos

me desempeñe. Leonor,

sé entretanto mi acreedora.

En efeto, ¿tu señora

tiene a mi don Juan amor?

En efeto, ¿sus engaños

me pretenden usurpar

la acción que puede alegar

quien ha que le ama dos años?

LEONOR: En esa parte podré

disculpar a mi señora

justamente. Pues, si ignora

tus desvelos y no fue

como amiga consultada

de tus cuidados por ti,

¿en qué te ofende?

ANA: Salí,

Leonor, cierta y desdichada

en mis sospechas. Mudó

don Juan voluntad y afetos

y, mudándolos, sujetos

de su esperanza dejó

quejas que buscan venganza

contra quien no ha delinquido.

¿Podrá ser que de su olvido

tome mi agravio venganza?

Pared en medio tenemos

las casas donde habitamos.

Por primas nos visitamos;

como amigas nos queremos;

mas, pues celosa examino

ofensas que Amor me avisa,

desde hoy más recele Elisa

las obras de un mal vecino.

Fizcalizarán mis penas

acciones que la dan alas

murmurando de las malas,

maliciando de las buenas.

Tomaré satisfacción

del agravio que me adviertes;

pero en efecto, ¿en las suertes

que echa la superstición

esta noche, salió Elisa

con don Juan?

LEONOR: Y tú también

con don Pedro.

ANA: En su desdén.

De sus mudanzas me avisa,

que es don Pedro pretendiente

de tu señora, anterior

en frecuencias y en favor,

ya olvidado por ausente.

LEONOR: Si has de prevenirte en esto,

con mi advertencia prosigo:

envió Elisa conmigo

un papel en que echó el resto

de finezas...

ANA: No seguras.

...y dentro dél encajó

la suerte que les tocó.

No te diré las locuras

que con el epigrama hizo,

con la suerte y el papel;

diversas veces en él

puso, y no se satisfizo,

los labios. Dióme esta joya.

Prometió sacarme un manto.

Si su olvido sientes tanto,

Sinón soy, Elisa es Troya,

procura tú ser Ulises.

Engaños a Elisa venzan,

y mientras estos comienzan,

adiós, hasta que me avises.

 

Vase LEONOR

 

ANA: No tienen otro caudal

los agravios y los celos

sino ardides. Prevendrélos

contra un hombre desleal.

Guerra es amor competido;

engaños usa también.

Celos industrias me den

pues que no me dan olvido.

Busquen mis solicitudes

castigos para traiciones,

enredos para ficciones,

trazas para ingratitudes,

para su engaño desvelos;

para mis venganzas modo.

Pero ya lo he hallado todo

pues soy mujer y con celos.

 

Vase doña ANA. Salen como de noche el CONDE y don JUAN

 

CONDE: ¡Templada noche!

JUAN: Muere

en ella el año, y cuando expira, quiere

obligarnos su blanda despedida;

que el huésped bienhechor tarde se olvida.

CONDE: No sé yo que pudiera

competirla la mansa primavera.

¡Qué clara! ¡Qué agradable!

JUAN: A mis venturas favorece afable.

¡Ay, Conde y señor mío!

Si Amor rapaz es todo desvarío,

y como niño estima

juguetes con que más su fuego anima,

un favor, un juguete,

fortunas esta noche me promete

que estorben mi tristeza

si del modo que acaba el año, empieza.

CONDE: Agravio me habéis hecho,

don Juan, cuando os presumo satisfecho

de la amistad que os fío,

con el nombre de "Conde y señor mío."

Dejad títulos graves

que los de la amistad son más süaves;

pues siendo vos mi amigo,

éste es, sólo, el blasón a que os obligo.

Aunque tan recatado

hallo de mi amistad vuestro cuidado,

y en él tan poco os debo

que llamaros amigo no me atrevo.

JUAN: Creed que si fïárosle rehuso,

no es por dudar de vos; mas porque el uso,

que yo frecuento poco,

no ha de juzgarme amante sino loco.

Y, porque viváis cierto

de que por esto el alma os he encubierto,

aunque desacredite

con vos mi seso y vuestra risa incite,

oíd filosofías

de un peregrino amor que ha muchos días

que siéndole obediente

en mí es naturaleza, no accidente;

pero con presupuesto

que no ha de seros, Conde, manifiesto

el nombre de la dama

que me ha juramentado, y de mi llama

tanto el secreto estima,

que hasta en los ojos su silencio intima.

CONDE: Con peligrosa usura

os empeña, don Juan, esa hermosura.

Decid, que yo os prometo

que por mí no peligre ese secreto.

JUAN: Yo, amigo Conde, adoro

la perla más que al nácar, más que al oro;

al diamante que engasta

la forma, más que a su materia. ¡Basta!

Quiero decir con esto

que adoro a un alma con amor honesto,

tan libre de apetito,

que aun el pensarlo juzgo por delito.

CONDE: Las gracias de un valiente entendimiento

enamoran tal vez el pensamiento;

y si él solo os recrea,

la dama debe ser, don Juan, tan fea

que el apetito os tasa

y amando al dueño perdonáis la casa.

¿De qué os sirven los ojos

si estímulo no son de sus despojos?

¿Tenéisla por hermosa?

JUAN: Llamen reina de flores a la rosa,

a Apolo las estrellas,

que ésta es la rosa y sol de todas ellas.

Blasone golfos de oro

la ninfa de Agenor que sobre el toro

nombró a Europa por ellos.

Diga la antigüedad que en los cabellos

de Elena y de Lucrecia

Arabias peinó Italia, Ofires Grecia.

Frecuente agora el uso

sutilizando el ébano difuso

aunque el francés lo tache,

cubra España sus sienes de azabache;

que mi amorosa prenda

ni el oro es bien que su cabeza ofenda,

ni el ébano, que en hilos

de nuestra patria abona los estilos.

Pues haciendo amistades

estas dos encontradas cualidades,

ni el sol podrá dar quejas

de que su luz no mira en sus madejas,

ni de ellas forma injurias

el azabache natural de Asturias,

pues de estos dos extremos,

el medio hermoso dilatado vemos.

Tan cándida la frente

espaciosa, venusta, transparente,

que en su alabastro puro,

por lo exterior al centro conjetura,

habitación hermosa

del alma que organiza y, ingeniosa,

asombra entendimientos,

oficina de tales pensamientos.

Dos arcos la rematan,

y entrambos semi-esferas se dilatan

sobre los ojos bellos

que, en fe de los que matan,

triunfante siempre, el niño dios en ellos

quiso con muestras reales

coronarlos también de arcos triunfales.

Yo sé que si los vieras,

para vivir mil veces mil murieras,

porque con dulces ceños

al paso que son graves son risueños.

Desde ellos se origina

un trozo de alabastro que termina

las dos mejillas bellas,

sutil la proporción, en medio de ellas.

Y allí el jazmín nevado y clavellina,

casados sus colores,

auroras son del sol. ¡Si fueran flores

los labios encendidos!

Dos arcos pueden ser de dos Cupidos,

y aunque purpúreo el fuego,

la risa abrasa en ellos al sosiego.

Alcaides son de nieve,

en nácares menudos que Amor bebe

y en listas condensada,

perlas los juzga el alma que abrasada

se asombra suspensiva

de que la nieve junto al fuego viva.

Yo he visto en su garganta

tanto marfil con alma, plata tanta,

que en su comparación es etiopisa

la que en Moncayo eterna no se pisa.

Y está en sus manos bellas,

cuyos dedos eclipsan las estrellas,

que en oro las coronan,

tanto puro candor, blancas blasonan,

que apenas de mi amor podrán las penas

juzgar si manos son o si azucenas.

Su talle tan honesto

tan airoso, bizarro, y tan dispuesto,

que solamente el uso

no la necesidad corchos le puso.

Ves, Conde, este retrato

de la hermosura, celestial ornato,

pues con ser como pinto,

mi amor del ordinario es tan distinto,

que puesto que los ojos

se deleitan tal vez en sus despojos

sin detenerse en ellos,

viriles sólo son viendo por ellos

al huésped que en tal casa

mi voluntad honestamente abrasa.

¿No has visto en los antojos

que con ser de cristal nunca los ojos

en ellos se detienen,

sino que por su medio a alcanzar vienen

el objeto que intentan

aunque hermosos la vista no violentan?

Carlos, ¿nunca sediento

te sirvió el vidrio puro de instrumento

en que el agua sabrosa

te brindaba la sed apetitosa?

¿Hiciste entonces caso

del encarnado búcaro del vaso,

puesto que cristalino

mereció estimación por peregrino?

Deleitóle sin duda más de paso

porque solo tu fuego

pretendía en el agua tu sosiego.

Pues yo del mismo modo

tomo en el agua en que se cifra el todo

de mi amada belleza

y no paro por el fruto en la corteza.

CONDE: Bien dicen que es locura

amor; que en cada cual mostrar procura

el modo en que se extrema.

Mas, don Juan, cada loco con su tema.

Yo estoy también perdido

por cierta dama de quien habéís sido

tan acertado Apeles

que juzgo que cohechó vuestros pinceles,

porque es, don Juan, la propia

de quien me tiene loco vuestra copia;

puesto que estoy sujeto

no al abstracto cual vos, sino al concreto.

JUAN: ¿Qué? ¿Vos sois, Conde, amante

de hermosura a la mía semejante?

CONDE: Sirvo con tierno trato

una belleza de quien es retrato

la discreción que hicisteis,

de suerte que sospecho que quisisteis

darme con ella celos

si no es que Amor duplica paralelos.

JUAN: ¿Y sois correspondido?

CONDE: Recíproco favor han conseguido

mis dichas hasta agora,

puesto que honestamente me enamora.

JUAN: ¿Vive cerca?

CONDE: Hasta en eso

se logran coyunturas que intereso.

Bien cerca de aquí habita.

JUAN: Conde, si como a mí no os necesita

la fe del no nombrarla,

fïadme su noticia.

CONDE: Fuera darla

ocasión de perderla.

JUAN: Y si yo os aseguro de tenerla

de tal suerte escondida

dentro del alma que jamás os pida

justa satisfacción de esos agravios,

privilegiada siempre de mis labios,

¿por qué queréis causarme

sospechas que se atrevan a matarme?

CONDE: Porque vuestro secreto

engendra en mi temor el mismo efeto.

Pintáisme vuestra dama

y mientras me ocultáis cómo se llama,

creyendo yo que es ella

la misma que pretendo, una centella

de celos es, bastante

para abrasar al Troya de un amante.

JUAN: ¡Qué tanto se parece

a la que os he pintado!

CONDE: No merece

que otra alma ni otra vida

en distintos sujetos las divida.

La frente, los cabellos,

las cejas, la nariz, los ojos bellos,

las mejillas, la boca,

el cuello hermoso de cristal de roca,

las manos, cuerpo y brío,