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Los tres maridos burlados es una de las comedias de capa y espada de Tirso de Molina, también llamadas comedias palatinas. Se basa en una historia de amor galante entreverada con aventuras, articulada en torno a una trama de comedia de enredo. En ella asistimos a los ardides de tres damas para esquivar la prohibición de sus tiránicos maridos.
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Seitenzahl: 80
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Tirso de Molina
CIGARRAL QUINTO
Saga
Los tres maridos burladosCover image: Shutterstock Copyright © 1620, 2020 Tirso de Molina and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726548846
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Dos horas antes que el alba abriese las ventanas de cristal para despertar al sol habían todas las damas comprehendidas en la fiesta de nuestros cigarrales, con permisión del nuevo rey, 1 trocado las camas por los juguetones cristales del Tajo, 2 deseosas de ahogar el calor, que atrevido las descomponía, en los brazos de sus diáfanos raudales, yendo a visitarlos en coches al conocido sitio que llaman de Las Azudas,3 donde, más comunicables y menos peligrosas las corrientes del caudaloso 4 río, les previno 5 linfas serviciales que a puros besos refrescaron alabastros y recrearon hermosuras. Bañáronse todas hasta que el sol, deseoso de ver lo que la noche se alababa de retozar, 6 salía presuroso por cogerlas de repente; y saliera con su diligencia si no las avisara la parlera Aurora por medio de las aves, previniéndose con tanto tiempo, que, cuando él se despeñaba de los montes, ya ellas, guardando enfundar 7 pedazos de cielos, habían desamparado relicarios de cristal, y en la güerta de la Encomienda motejaban de dormilones a sus amantes, pues por descuidados habían perdido tan buena coyuntura. 8
Recibiolas don Fernando, y recreó con conservas y confitura los alientos, que siempre sacan de los baños afilado el apetito. Llevolos a todos, después desto, a un soto ameno y privilegiado del sol, 9 hecho a mano de toda la diversidad de agradables árboles, con asientos de olorosas hierbas, alrededor de una fuente artificial centro de aquella circunferencia hermosa; y, coronada 10 de unos y otros, impuso a don Melchor refiriese la novela que le había ofrecido el pasado día, pues del ingenio y sazón con que recreaba en todas materias a sus 11 aficionados se prometía un apacible entretenimiento que divirtiese las horas que faltaban hasta las de la comida; el cual, obedeciendo comedido y dispuniéndose risueño, comenzó ansí:
En Madrid —hija heredera emancipada de nuestra imperial Toledo, que habiéndola puesto en estado 12 y casado sucesivamente con cuatro monarcas del mundo (uno, Carlos Quinto, y tres Filipos), agora que se ve corte, menos cortesana y obediente que debiera, quebrantando el cuarto mandamiento, le usurpa, con los vecinos que cada día le soborna, la autoridad de padre tan digno de ser venerado—, vivían pocos tiempos ha tres mujeres hermosas, discretas y casadas; la primera, con el cajero de un caudaloso ginovés, 13 en cuyo servicio ocupado siempre, tenía lugar de asistir en su casa solamente los mediosdías a comer y las noches a dormir; la segunda tenía por marido a un pintor de nombre 14 que, en fe del crédito de sus pinceles, trabajaba más había de un mes en el retablo de un monasterio de los más insignes de aquella corte, sin permitirle sus tareas más tiempo para su casa que al primero, pues las fiestas que daban treguas a sus estudios eran necesarias para divertir melancolías que la asistencia contemplativa deste ejercicio comunicaba a sus 15 profesores; y la tercera padecía los celos y años de un marido que pasaba de los cincuenta, sin otra ocupación que de martirizar a la pobre inocente, sustentándose los dos de los alquileres de dos casas razonables 16 que por ocupar buenos sitios les rentaba lo suficiente para pasar, con la labor de la afligida mujer, con mediana comodidad, la vida.
Eran todas tres muy amigas, por haber antes vivido en una misma casa, aunque agora habitaban barrios no poco distantes; y por el consiguiente, los maridos profesaban la misma amistad, comunicándose ellas algunas veces que iban a visitar a la mujer del celoso; porque la pobre, si su marido no la llevaba consigo, era imposible poderles pagar las visitas, y ellos los días de fiesta, o en la comedia, o en la esgrima y juego de argolla, 17 andaban de ordinario juntos.
Un día, pues, que estaban las tres amigas en casa del celoso contándoles ella sus trabajos, 18 la vigilancia impertinente de su marido, las pendencias que le costaba el día que salía a misa —que, con ser al amanecer y en su compañía aun de las puntas del manto, porque la llegaban a la cara, tenía celos— y ellas compadeciéndose de sus persecuciones la consolaban, habiendo venido los suyos y estando merendando todos seis, concertaron para el día de San Blas, que se acercaba, salir al sol y a ver al Rey que se decía iba a Nuestra Señora de Atocha 19 aquella tarde, y por ser en día de jueves de compadres, 20 llevar con que celebrar en una güerta allí cercana la solenidad desta fiesta, que, aunque no está en el calendario, se soleniza mejor que las de Pascua; habiendo hecho no poco en alcanzar licencia para que la del celoso necio se hallase en ella.
Cumpliose el plazo y la merienda, después de la cual, asentadas ellas al sol, que le hacía apacible, 21 oyendo muchas quejas de la malmaridada, 22 y ellos jugando a los bolos en otra parte de la misma güerta, sucedió que reparando en una cosa que relucía en un montoncillo de basura a un rincón della, dijese la mujer del celoso:
—¡Válgame Dios! ¿Qué será aquello que brilla tanto? Miráronlo las dos, y dijo la del cajero:
—Ya podría ser joya que se le hubiese perdido aquí a alguna de las muchas damas que se entretienen en esta güerta semejantes días.
Acudió solícita a examinar lo que era la pintora, y sacó en la mano una sortija de un diamante hermoso y tan fino que a los reflejos del sol parece que se transformaba en él. Acodiciáronse las tres amigas al interés que prometía tan rico hallazgo, y alegando cada cual en su derecho, afirmaban que le pertenecía de justicia el anillo. La primera decía que, habiéndolo sido 23 en verle, tenía más acción 24 que las demás a poseerle; la segunda afirmaba que adivinando ella lo que fue no había razón de usurpársele; y la tercera replicaba a todas que siendo ella quien le sacó de tan indecente lugar, hallando por experiencia lo que ellas se sospecharon en duda, merecía ser solamente señora de lo que le costó más trabajo que a las demás.
Pasara tan adelante esta porfía, que viniendo a noticia de sus maridos pudiera ser ocasionaran en ellos alguna pendencia sobre la acción que pretendía cada una dellas, si la del pintor, que era más cuerda, no las dijera:
—Señoras, la piedra, por ser tan pequeña y consistir su valor en conservarse entera, no consentirá partirse. El venderla es lo más seguro, y dividir el precio entre todas antes que venga a noticia de nuestros dueños y nos priven de su interés, o sobre su entera posesión riñan y sea esta sortija la manzana de la Discordia. 25 Pero, ¿quién de nosotras será su fiel depositaria sin que las demás se agravien o haya segura confianza de quien se tiene por legítima poseedora desta pieza? Allí está paseándose con otros caballeros el Conde mi vecino. Comprometamos en él, llamándole aparte, nuestras diferencias, y pasemos todas por lo que sentenciare.
—Soy contenta (dijo la cajera), que ya le conozco, y fío de su buen juicio y mi derecho que saldré con el pleito.
—Yo y todo, 26 respondió la mal casada. Pero ¿cómo me atreveré a informarle de mi justicia, estando a vista de mi escrupuloso viejo, y siendo el Conde mozo, y ciertos los celos, con el juego de manos 27 tras ellos?
En esta confusa competencia estaban las tres amigas, cuando, diciendo que pasaba el Rey por la puerta, salieron corriendo sus maridos entre la demás gente a verle, y aprovechándose ellas de la ocasión, llamaron al Conde y le propusieron el caso, pidiéndole la resolución dél antes que sus maridos volviesen y el más celoso llevase qué reñir a casa, poniéndole la sortija en las manos, para que la diese a quien juzgase merecerla.
Era el Conde de sutil entendimiento, y con la cortedad del término que le daban, respondió:
—Yo, señoras, no hallo tan declarada la justicia por ninguna de las litigantes, que me atreva a quitársela a las demás. Pero, pues habéis comprometido en mí, digo que sentencio y fallo que cada cual de vosotras, dentro del término de mes y medio, haga una burla a su marido —como no toque en su honra— 28 y a la que en ella se mostrare más ingeniosa se le entregará el diamante y más cincuenta escudos que ofrezco de mi parte, haciéndome entretanto depositario dél. Y porque vuelven vuestros 29 dueños, manos a la labor, y adiós.
Fuese el Conde, cuya satisfacción abonó la seguridad de la joya, y su codicia las persuadió a cumplir lo sentenciado. Vinieron sus maridos, y porque ya la cortedad del día daba muestras de recogerse, lo hicieron todos a sus casas, revolviendo cada cual de las competidoras las librerías de sus embelecos, para estudiar por ellos uno que la sacase vitoriosa en la agudeza y posesión del ocasionador 30 diamante.
El deseo del interés —tan poderoso en las mujeres, que la primera, por el de una manzana, 31 dió en tierra con lo más precioso de nuestra naturaleza —, pudo tanto en la del codicioso cajero, que, habiendo sacado por el alquitara de su ingenio la quinta esencia de las burlas, hizo a su marido la que se sigue: