Mucho más que un amigo - Karen Templeton - E-Book
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Mucho más que un amigo E-Book

KAREN TEMPLETON

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Beschreibung

¿Vecino, manitas y… marido? "Solo es un amigo", era el mantra que Laurel Kent se repetía durante su embarazo mientras fingía no quedarse mirando embobada a Tyler Noble, su espectacular vecino. Sin embargo, le resultaba casi imposible ignorar las chispas y las mariposas que sentía en el estómago cada vez que Tyler la miraba. Para Tyler era toda una ironía estar reparando la tapia que separaba su jardín del de Laurel cuando lo que más deseaba era que no hubiera ningún tipo de barreras entre ellos. Era cierto que Laurel estaba embarazada, y que insistía en que no estaba buscando marido, pero Tyler sabía que si le daba una oportunidad, podría demostrarle que él era la pieza que le faltaba para completar su nueva familia.

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Seitenzahl: 233

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Karen Templeton-Berger

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Mucho más que un amigo, n.º 2032 - diciembre 2014

Título original: More Than She Expected

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5604-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

UN rayo le cegó un segundo antes de que el trueno retumbara en toda la casa. Tyler se levantó de un salto del sofá, cruzó la cocina y abrió la puerta del patio.

—¡Boomer! ¡Entra en casa!

Pero la única respuesta fue la del viento sacudiendo los árboles y la de otro trueno estremecedor. Tyler salió al patio con paso decidido. El cielo estaba negro como el carbón.

—¡Boomer! —volvió a gritar, pestañeando para protegerse del viento.

Aquello era una locura. ¿Cómo demonios podía perderse un perro de casi cuarenta kilos? Y un perro que normalmente esperaba a que amainara la tormenta escondido debajo de la cama.

—Maldita sea, chucho, ¿dónde te has metido?

Rodeó el jardín, esquivando las hojas que salían volando de los árboles. Desde detrás de una maraña de hiedra y arbustos, la cerca se movió peligrosamente. Con el corazón latiendo a toda velocidad, Tyler llamó a Boomer, apartó los arbustos y salió por la puerta lateral del jardín.

—¡Boomer! —volvió a gritar con el agua resbalando por su rostro.

—¡Aquí, aquí!

Tyler miró a derecha e izquierda.

—¡Detrás de ti! ¡En el porche!

Giró entonces sobre sí mismo. Y allí estaba su maldito perro, temblando en brazos de su vecina. Laurel, creía que le había dicho que se llamaba cuando se había mudado a aquella casa varios meses atrás. Boomer hundió la cabeza al ver a Tyler. Sus ojos de color ámbar brillaron como linternas en su dulce rostro negro.

Empapado, pero inmensamente aliviado, Tyler abrió la puerta de hierro y vadeó el río que acababa de formarse sobre el camino de cemento. La casa de su vecina era idéntica a la suya, un edificio de una planta con tejado a dos aguas, buhardilla y porche. Pero la de Laurel era una auténtica casa de muñecas de color amarillo claro y azul, y la de Tyler era oscura y muy viril.

—Estaba arañando la puerta de mi casa —le explicó Laurel por encima del repiqueteo de la lluvia.

Boomer le lamió la cara mientras movía el trasero a toda velocidad.

Riendo, Laurel se echó hacia atrás y dejó escapar un «¡oh!»cuando Boomer la tiró al suelo.

Tyler agarró a Boomer del collar, y tiró de él antes de que aquella pobre mujer terminara ahogada en baba de perro.

—Lo siento —se disculpó.

—Tranquilo, no pasa nada —contestó Laurel.

Se levantó sin dejar de sonreír mientras arreglaba el cuello del blusón que llevaba. Aquel era su atuendo habitual. Casi siempre llevaba blusas anchas combinadas con pantalones estrechos. En realidad, Tyler apenas la había visto. Lo único que sabía de ella era que tenía el pelo castaño y liso. Suponía que tenía un aspecto agradable, pero no podía decirse que fuera una mujer despampanante.

Pero cuando la miró a los ojos, Tyler estuvo a punto de tropezar con el perro. Aquellos ojos eran azules como... ¿como los de los ángeles si los ángeles tuvieran los ojos azules? Sí, serían de ese mismo color.

—Se llama Boomer, ¿verdad? Es encantador. ¿Qué raza es?

—Es un bóxer con un poco de mezcla de rottie. Y es mi niño, ¿verdad, granuja? —le dijo, tomando la cabeza del perro entre las manos.

Boomer ladró, sacudiendo sus enormes carrillos y Tyler advirtió la mirada que le estaba dirigiendo Laurel. Una mirada muy parecida a las que le dirigía su madre adoptiva cuando hacía algo que no debía.

—¿Qué pasa? Quiero mucho a mi perro.

Laurel volvió a reír.

—Sí, ya lo veo. Esto me resulta un poco embarazoso, ya sé que me dijiste cómo te llamabas cuando nos conocimos, pero…

—Me llamo Tyler. Y tú eres Laurel, ¿verdad? Laurel... Espera, no me lo digas —sonrió y la señaló—. Laurel Kent.

—¡Vaya! ¡Qué memoria!

¿Para los nombres de las mujeres? Desde luego. Una habilidad que había ido perfeccionando desde que sus primeras hormonas le cegaron a los diez u once años. Además, había sentido más curiosidad por su vecina de la que estaba dispuesto a admitir. Por lo que él sabía, rara vez salía de casa. Tampoco él hacía mucha vida social durante la semana, pero como la tienda de objetos de segunda mano de la que era propietario no estaba demasiado lejos, solía comer en casa y siempre veía el viejo Volvo de su vecina en el camino de la entrada. Y las únicas visitas que recibía eran la de una anciana que conducía un elegante Prius.

Boomer le lamió la mano.

—Odia las tormentas, por eso no consigo entender que se haya escapado.

—Pues esta no es la primera vez que viene a verme.

—¿Estás de broma?

—No.

A pesar de la sonrisa de su vecina, Tyler advirtió el recelo en su mirada. Y las arrugas que aparecieron en las comisuras de sus párpados. Debía de ser un par de años mayor que él. ¿Tendría unos treinta y cinco años, quizá?

—¿Así que no le dejas pasar a la casa de los vecinos?

—¡Claro que no!

Miró a Boomer, que había plantado los cuartos traseros sobre el porche y estaba bostezando sonoramente, y después miró a Laurel, que, no sabía por qué, le parecía más guapa cada vez que la miraba. Aunque no era su tipo. De eso estaba seguro.

—¡La cerca! —exclamó Tyler, chasqueando los dedos—. Seguro que hay un agujero en alguna parte.

—Es posible. Aunque no entiendo por qué no llama directamente a la puerta de atrás.

Volvió a sonreír y el cerebro de Tyler dejó de funcionar un instante.

—Eh… En cuanto deje de llover, iré a revisar la cerca. Y si hay un agujero, lo arreglaré para que Boomer deje de molestarte.

—Bueno, sí, supongo que deberías arreglarlo, pero... —volvió a mirarlo—. En realidad, no me importa que me haga compañía —se hizo un largo silencio—. ¿Te apetece pasar a mi casa? Puedo preparar un té o algo...

—No, gracias, estoy empapado. Y, por si no lo has notado, mi perro apesta. Además, seguro que estás ocupada.

En los labios de Laurel revoloteó una sonrisa mientras se cerraba el blusón. Hacía un frío poco habitual en junio.

—En ese caso, lo dejaremos para otro momento.

—Sí, claro.

Tyler agarró al perro del collar y comenzó a tirar de él.

—Que pases una buena noche —se despidió de Laurel, sintiéndose como si se estuviera escapando de algo.

Laurel observó a Tyler y al perro alejarse y dejó escapar un largo suspiro. ¿Cómo se le había ocurrido invitar a aquel hombre a tomar un té? Habían sido sus hormonas, eso era todo. Esa era la única razón que podía justificar su loca y absolutamente inapropiada atracción por su guapo, atlético, rubio y sexy vecino.

Un vecino guapo, atlético, rubio y sexy que tenía debilidad por las mujeres guapas, rubias, sexys y más jóvenes que él. Tampoco podía decirse que hubieran sido docenas. Y Laurel suponía que todas ellas, bueno, en realidad habían sido solo dos, eran personas agradables. Quizá excesivamente entusiastas cuando lanzaban risitas estúpidas. Por lo menos una de ellas. Pero la cuestión era que ninguna de las dos significaba nada para Tyler. Y tampoco ella. Que, además, no era ni rubia ni joven. Por no hablar de sexy. Así que dudaba seriamente de que Tyler pudiera estar interesado en ella.

Aunque, en realidad, tampoco ella tenía interés alguno en él.

Invitarle a pasar a su casa, ¡qué locura! Laurel abrió la puerta y entró. La sinfonía de colores que la recibió la hizo sonreír. Habían pasado tres meses desde que había firmado la hipoteca y todavía le costaba creer que hubiera sido capaz de arrojar todas las precauciones al viento y se hubiera comprado una casa.

Se llevó la mano al vientre, que comenzaba a asomar bajo el blusón. Hablando de lanzar precauciones al viento...

Mientras caminaba, sonrió al recordarse que el silencio que la rodeaba no se prolongaría durante mucho tiempo. Y ensanchó la sonrisa cuando llegó a la que sería la habitación de su hijo. Allí, apoyada contra el marco de la puerta, se estremeció con una combinación de ilusión y miedo.

Desde luego, no era así como había imaginado convertirse en madre. Por supuesto, su abuela se había ofrecido a ayudarla, pero Marian McKinney tenía ochenta y cinco años.

Decir que aquellas no eran las condiciones que había imaginado para la maternidad era quedarse corta. Pero allí estaba, embarazada y sola. Así que podía llorar y lamentar la crueldad del destino o podía tragarse las penas, pensar en todas las cosas buenas que tenía y prepararse la mejor limonada de su vida.

Sonrió. Debería pintar la habitación de amarillo, como la limonada. O como el color del sol.

Sonó entonces el timbre de la puerta. Frunciendo el ceño, Laurel regresó al vestíbulo y se asomó a la mirilla. El corazón le latió con fuerza al ver a Tyler.

—Ya he localizado el problema —anunció su vecino en cuanto le abrió la puerta—, ¿quieres salir a verlo?

—Sí, claro.

—Aunque a lo mejor deberías cambiarte de zapatos —le aconsejó, señalando las bailarinas con la cabeza—. Está todo bastante mojado.

Minutos después, con las playeras bien atadas, Laurel seguía a su vecino hacia el patio trasero, que necesitaba, desesperadamente, un buen corte de césped. Tyler le señaló una esquina en la que la cerca de madera se inclinaba peligrosamente.

—¡Vaya! —Laurel suspiró—. Supongo que eso significa que tendré que arreglar la cerca.

—Me temo que no servirá de mucho. Boomer ha cavado un agujero por debajo. Así que en lo que estoy pensando es en poner una tapia de bloques de hormigón.

—¿Como si esto fuera una prisión? No, me temo que no estoy de acuerdo.

Tyler se echó a reír. Y comprobó que su risa era agradable. Además de formársele hoyuelos en las mejillas.

—No tiene por qué ser gris. Ahora hay bloques de hormigón de muchos colores. Después podrás deshacerte de esa cosa —señaló la cerca de madera—, no tendrás que preocuparte por poner otra hasta dentro de mucho, mucho tiempo. Si es que alguna vez hay que llegar a cambiarla.

—Supongo que es una buena idea. ¿Y cuándo podrías ponerte a hacerlo?

—El fin de semana que viene —le guiñó el ojo—. Y si quieres, tú también podrías ayudar.

¿Estaba coqueteando con ella? Probablemente era algo que llevaba impreso en sus genes. Como el pelo rubio y aquellos ojos castaños con pintitas doradas.

Suspirando, Laurel se obligó a desviar la mirada y volvió a concentrarse en el agujero.

—No sé si te seré de gran ayuda —musitó. Algo que habría podido decir incluso sin estar embarazada—. ¿De verdad sabes levantar una tapia?

—¿No confías en mí? —preguntó Tyler, llevándose la mano al corazón.

—Teniendo en cuenta que estamos hablando de cientos de kilos que podrían caer sobre mi... —se miró a sí misma—, sobre mí, me parece prudente preguntarlo.

—Y a mí me parece justo que lo preguntes. Pero sí, claro que sé. He trabajado en la construcción.

—¿Y has hecho algo que puedas enseñarme?

—Vaya, una clienta difícil. No te gusta que te engañen, ¿eh?

—Solo estoy siendo práctica. ¿Qué me dices? ¿Puedes enseñarme algo?

—En realidad, construí una tapia para... para alguien no hace mucho tiempo. No está lejos de aquí. Podría llevarte a verla. Incluso podrías empujarla, para ver si es segura —se echó a reír—. Después, podemos ir a comprar los bloques de hormigón para que elijas el color.

—Parece un buen plan. Pero como la tapia es compartida y tú vas a hacer el trabajo, yo pagaré los bloques.

—Pero como no tendríamos que estar haciendo esto si no hubiera sido por mi perro, yo me niego.

—No seas tonto. Si no puedo ayudar físicamente, por lo menos déjame hacerme cargo de los gastos.

—¿Qué tal una comida casera a cambio de mi trabajo?

—¿Teniendo en cuenta mis escasas habilidades culinarias? Imposible.

Tyler pareció tan desilusionado que Laurel estuvo a punto de soltar una carcajada.

—¿No sabes cocinar?

—¿Te refieres a tomar diferentes ingredientes al azar y convertirlos en algo sabroso? Me temo que no. Pero como suelo comer —cada hora o dos horas últimamente—, estoy segura de que se me ocurrirá algo. Para eso creó Dios las tiendas de delicatessen, ¿verdad?

Tyler sonrió. Fue una sonrisa adorable.

—Desde luego.

Laurel le devolvió la sonrisa, tomó aire y preguntó:

—¿Cuándo podemos ir a ver esa tapia?

La sonrisa de Tyler se ensombreció, pero solo un instante.

—Déjame llamar para ver si podemos ir mañana. ¿Te vendría bien?

—Desde luego.

Porque cuanto antes acabaran con aquella tontería, mejor para todos.

Boomer permanecía sentado entre los dos, alternando jadeos con lametones mientras Tyler aparcaba en la entrada de la casa de Starla. Laurel iba a su lado con un bolso enorme en el regazo y la mirada fija en el parabrisas. A pesar de lo habladora que había demostrado ser el día anterior, no había dicho más de diez palabras durante todo el trayecto.

Y el silencio de Laurel le ponía nervioso. ¿Tendría él la culpa? ¿Habría dicho o hecho algo que la había molestado? En realidad, tampoco podía decir que le importara. Al fin y al cabo, solo eran vecinos. Vecinos que iban a mirar una tapia.

Además, Laurel era una mujer con clase, una persona con verdadera clase. Algo que Tyler nunca había tenido y nunca tendría. Tampoco podía decirse que fuera escoria, aunque a veces había estado a punto de convertirse en ello para desesperación de sus padres. Porque por mucho que uno intentara podar y domar a un arbusto silvestre, las raíces continuaban siendo las mismas. Y eso quería decir que el arbusto siempre recuperaba su naturaleza salvaje. Y aunque esas raíces no habían representado ningún problema para muchas de las mujeres que había conocido, estaba convencido de que lo serían para Laurel.

Así que su ego sufría porque, aparentemente, Laurel era la primera mujer, aparte de su madre adoptiva, inmune a sus lisonjas.

—Bonita casa —comentó Laurel mientras abría la puerta del coche.

La casa de Starla era una casa de color blanco que resplandecía bajo el intenso sol de la tarde.

—Sí, es bonita —contestó.

Pero debió de decirlo en un tono extraño, porque Laurel lo miró intrigada. Aunque inmediatamente, sacudió la cabeza y salió del asiento de pasajeros. El perro pasó por delante de ella y corrió hacia Starla, que había salido a recibirlos sonriendo. Acababa de salir del trabajo y todavía iba con vaqueros, un polo de color blanco y la larga melena recogida en una coleta. A Tyler le parecía extraño que a veces pareciera mucho más joven de los cuarenta y ocho años que tenía y otras mucho mayor. Suponía que era el precio a pagar por haber sido adicta a las drogas.

Starla consiguió liberarse del desbordante recibimiento de Boomer y se volvió hacia Laurel.

—Encantada de conocerte, cariño. ¿Quieres tomar algo? Un té con hielo, un refresco...

—Solo hemos venido a ver la tapia —le recordó Tyler con voz queda.

—¿Y qué? ¿No puede tomar un refresco mientras mira?

—Gracias, pero no hace falta —respondió Laurel sonriendo—. ¿Pero puedo pasar al baño?

—Por supuesto, vamos...

Tyler frunció el ceño. No habían pasado ni diez minutos desde que habían salido de casa y el plan, su plan, era enseñar la tapia y marcharse antes de que nadie empezara a hacer preguntas.

Siguió a las dos mujeres y al perro con el ceño fruncido al interior de la casa, donde Starla condujo a Laurel hasta el final del pasillo. Boomer se acercó al sofá para provocar a la señora Slocombe, la enorme gata gris de Starla, que dormía pacíficamente hasta que Boomer le plantó el hocico en la cara.

—Entiendo que no lo sabe, ¿verdad? —dijo Starla.

Tyler se volvió, dejando a la gata maullando tras ellos.

—¿Por qué va a tener que saberlo? Solo es mi vecina.

Starla se cruzó de brazos y lo miró con dureza. Pero tras aquella dureza había una tristeza que Tyler no podía negar. Sobre todo porque, en parte, él era el responsable de ella.

—Has hecho mucho por mí, Tyler —dijo Starla suavemente—. Mucho más de lo que nunca habría esperado. ¿Por qué no puedes dejarlo pasar? Lo digo en serio. ¿Qué diferencia puede haber? Eso no va a cambiar nada.

El tema afloraba tan a menudo que, a aquellas alturas, cualquiera diría que Tyler tenía que haber superado ya el dolor. El sentimiento de culpa que era incapaz de ignorar. Y sí, también el enfado, porque cada vez que Starla le hacía esa pregunta, él le explicaba el por qué. Y en cada ocasión, volvían a lo mismo. Ella le pedía perdón, él ponía las condiciones para exonerarla y ella jamás le daba una respuesta satisfactoria cuando le preguntaba por la identidad de su padre.

Y, por supuesto, Tyler no iba a volver a hablar sobre el tema estando Laurel a punto de entrar en el salón. De hecho, oyó que abría la puerta y la sintió detenerse en una de las pocas fotografías que Starla conservaba del pasado. Por supuesto, no podría ver en ella nada de particular.

—¿Estás mejor? —le preguntó Starla a Laurel.

—Sí, mucho mejor —se volvió después hacia Tyler—. ¿Me enseñas la tapia?

—Claro —contestó.

La condujo hacia la cocina y salieron al patio trasero por una puerta de cristal. El jardín de Starla no tenía nada en especial, pero Tyler lo cuidaba más que el suyo, puesto que no tenía tiempo para los dos.

Sin decir palabra, Laurel cruzó el césped empapado y presionó las manos contra la tapia. Después, se colocó en perpendicular a la tapia y miró hacia el final, seguramente para asegurase de que estaba recta, asumió Tyler. A continuación, miró a Tyler y levantó el pulgar, haciéndole reír.

Tyler oyó abrirse la puerta de la cocina y vio a Starla salir al patio con una bandeja en la que llevaba una jarra, unos vasos y un plato. Se había quitado la ropa de trabajo, se había puesto un vestido largo y se había dejado la melena suelta.

—Lo sé —dijo mientras dejaba la bandeja en una mesita del jardín—. Pero si alguien no me ayuda a comerme esas galletas, terminaré comiéndomelas todas yo.

—¿Galletas? —preguntó Laurel, acercándose rápidamente hacia allí.

—De chocolate y dulce de leche —contestó Starla.

Laurel parecía a punto de gritar de emoción.

—¿Las has hecho tú?

—Por supuesto, cariño.

Con expresión casi reverencial, Laurel agarró una galleta y le dio un mordisco.

—¡Dios mío! ¡Son increíbles!

—¡Gracias! —Starla sonrió radiante—. Por favor, cómete todas las que puedas.

Laurel rio con aquella risa profunda y sincera que a Tyler estaba comenzando a gustarle en exceso.

—Te vas a arrepentir de haber dicho eso —le advirtió Laurel mientras tomaba otra galleta.

—Mira, te prepararé una bolsa.

Mientras Starla regresaba al interior de la cocina, Tyler comentó:

—Parece que tienes hambre.

Laurel sonrió y mordió otro pedazo.

—Están buenísimas, toma —le tendió una—. Pruébala.

—Ahora no me apetece mucho, pero gracias. Desde luego, le has arreglado el día a Starla.

—Lo único que he hecho ha sido reconocer lo ricas que están las galletas. No creo que sea para tanto.

Tyler pensó en las mujeres con las que normalmente salía, siempre perfectamente arregladas. Y en que a él le gustaba que se esforzaran en gustarle. Salían juntos, se divertían durante una temporada y en cuanto alguno de ellos se aburría, se separaban sin más. Porque la vida era mucho más fácil cuando las relaciones tenían fecha de caducidad.

Pero de pronto aparecía aquella mujer a la que le importaba muy poco impresionar a nadie y se montaba toda una revolución en su pecho. ¿Qué demonios era aquello?

Starla regresó con una bolsa de plástico llena de galletas y Tyler tuvo que admitir que le conmovía ver feliz a aquella mujer que llevaba tanto tiempo sin serlo. Pero como no le apetecía pensar en ello, se volvió de nuevo hacia Laurel.

—¿Y qué? ¿Crees que mi trabajo está a la altura?

—Bueno, no es que yo sepa mucho de tapias, pero parece que sí. La harás tú. Dijiste que podíamos comprar los bloques cerca de aquí, ¿verdad?

—La tienda está a unos diez minutos de nuestras casas. Podemos ir a encargarlos ahora mismo si quieres.

—Me parece bien —vaciló un instante—. En cuanto vaya otra vez al cuarto de baño.

Tyler la observó regresar al interior de la casa pensando que aquella mujer tenía algo especial. Entre otras cosas, era capaz de hablar de ir al cuarto de baño sin ningún tipo de evasivas. Tyler suponía que era una mujer que nunca había tenido que ocultar nada. Y ese era el motivo de que le afectara con tanta intensidad.

Porque Tyler ni siquiera se conocía a sí mismo. Toda su vida era como una gran mentira. Bueno, quizá no una mentira exactamente. Pero sí un misterio.

Miró a Starla, la persona que tenía la llave para resolver aquel misterio. Hasta que lo resolviera, todas las Laurel del mundo estarían fuera de su alcance. Por muy cálida que fuera su risa.

Capítulo 2

TE importa que ponga algo de música? —preguntó Tyler cuando volvieron a la camioneta.

Porque en aquel momento su cerebro necesitaba descansar. Y como no podía evitar que Laurel continuara oliendo deliciosamente, ni que sus ojos fueran tan azules, a lo mejor la música le servía para distraerse.

—Claro que no —contestó Laurel, aferrándose a su enorme bolso.

Y cuando comenzó a sonar el grupo favorito de Tyler, sonrió ligeramente y sacudió de manera casi imperceptible cabeza.

—¿No te gusta Green Day? —preguntó Tyler.

—Es solo que hacía mucho tiempo que no los oía —contestó Laurel con su perenne sonrisa.

Tyler alargó la mano y quitó la música.

—Pero no tienes por qué...

—De todas formas, ahora no me apetece oírlos.

Llegaron al final de la manzana. Laurel cambió de postura.

—Starla es un encanto, ¿verdad?

Genial. Se decidía a hablar justo cuando a él no le apetecía decir una sola palabra.

—Me recuerda un poco a mi madre —continuó diciendo Laurel—. Aunque mi madre ahora tendría… veamos... sí, sesenta y un años. ¡Vaya! Se me hace muy raro pensarlo.

—¿Tendría?

—Sí, murió cuando yo tenía once años.

—Vaya, lo siento.

—No te preocupes, han pasado ya más de veinte años. Dicen que el tiempo lo cura todo, aunque yo no estoy segura de que sea del todo cierto. A lo mejor mitiga el dolor, pero... —se llevó la mano a los labios—. Lo siento, estoy divagando.

—No te preocupes —mientras fuera ella la que hablara, no tenía ningún problema—. ¿Y tu padre?

—Murió de un ataque al corazón cuando yo tenía quince años. Pero la verdad es que prácticamente no le veía desde que mi madre murió.

—¿Por qué no?

—¿Quién sabe? Nunca hablamos de ello. Aunque supongo que no se veía a sí mismo como padre soltero. O como padre. En realidad, nunca había ejercido mucho como tal.

—¿Y dónde terminaste viviendo?

—Con mi abuela, la madre de mi madre. Supongo que fue lo mejor. Yo la adoraba y ella también me quería, algo que no puedo decir de mi padre. Y como mi abuelo había muerto un año atrás... Bueno, supongo que así nos ayudamos a no caer en una depresión. Por lo menos, eso fue lo que consiguió mi abuela conmigo.

Se detuvieron en un semáforo.

—No sé cómo se puede ser tan miserable con un niño. Me refiero a tu padre, claro.

—Supongo que la gente es como es. En cualquier caso, todo salió como se suponía que tenía que salir.

—Y tu abuela es esa anciana que suele ir a tu casa —dedujo Tyler mientras se ponían de nuevo en marcha.

—Sí, supongo que la has visto. Es pequeña, con el pelo blanco, y conduce un Prius. Hace unos meses vendió su casa y se fue a vivir a Sunridge.

—¿Esa comunidad de jubilados que hay encima del centro comercial?

—Sí, ¿has ido alguna vez? —Tyler negó con la cabeza y ella se echó a reír—. Pues te juro que si no hubiera límite de edad, me entrarían ganas de mudarme allí. Mi abuela dice que es la antesala del paraíso. El caso es que fue entonces cuando compré esta casa.

—Espera... ¿Y durante todo ese tiempo estuviste viviendo con tu abuela?

—Bueno, estuve fuera los años de la universidad, y también cuando estuve viviendo en Nueva York. Después, volví con ella —dijo sin mostrar el menor síntoma de vergüenza—. En primer lugar, porque no soportaba que envejeciera sola y, en segundo lugar, porque de esa forma podía ahorrar para la entrada de una casa.

—Pero... ¿no fue eso muy duro para tu vida personal? —al oírla suspirar, añadió—. Supongo que me estoy pasando de la raya.

—Asumiendo que hubiera alguna.

—¿Alguna raya o alguna vida personal?

—Las dos cosas. Aunque mi abuela siempre me dejó muy claro que tenía que vivir mi vida. Por supuesto, dentro de lo que se consideraba razonable. Siempre me animó a tomar mis propias decisiones sin preocuparme de lo que pudieran pensar los demás. Por eso decidí regresar a Jersey, para estar con ella mientras ella me quisiera a su lado.

—Y al final, fue ella la que decidió dejar de vivir contigo.

—Más o menos. Pero continuamos viéndonos por lo menos un día a la semana —sonrió.

—¿No sales con nadie? —Laurel lo miró con cierta hostilidad—. ¡Eh! Has sido tú la que has dicho que no había ninguna raya que cruzar. Y me resulta curioso que estés siempre en casa. Pareces una persona agradable, y no estás nada mal...

Laurel volvió a reír.

—Y yo que pensaba que eras un hombre encantador.

—Además —continuó Tyler—, tienes una risa muy bonita.

—Vas a conseguir salvarte en el último minuto.

—Por no mencionar que tienes un sentido del humor más que decente.

—¡Vaya! Gracias.

—De nada —se interrumpió un instante—. ¿Crees que soy un hombre encantador?

—Te he visto de vez en cuando con tus amigas. Y lo que creo es que eres un encantador de serpientes.

—¿Has estado espiándome?

—¿Y eso lo pregunta un hombre que acaba de preguntarme por qué siempre estoy sola en casa?

—Tocado —llegaron al final de la calle y al sentir que estaban ya casi en casa, Boomer posó la cabeza en el hombro de Tyler y aulló suavemente—. Tranquilo. Por lo que dices, parece que tu abuela es la única persona que frecuentas. Y no es por ofender a tu abuela, pero...

—Me gusta estar sola. No siempre, pero, es como mejor estoy, de verdad. Además, soy escritora. No salgo mucho porque trabajo en casa. Y todas mis amigas tienen su propia vida. O viven fuera. Se casaron, formaron familias y... bueno, estoy segura de que a todas nos gustaría vernos más, pero siempre estamos ocupadas y... —se encogió de hombros en el momento en el que giraban hacia casa de Tyler—, así es la vida, ¿no?

—Supongo que sí —Tyler salió de la camioneta, abrió la puerta trasera de la casa para que entrara el perro y la cerró.

Boomer comenzó a aullar.

—No parece muy contento —dijo Laurel cuando Tyler volvió.