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Mujeres y criados una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas del teatro del Siglo de Oro Español, narra la historia de un malentendido amoroso al que siguen numerosas situaciones de enredo en tono desenfadado y humorístico.
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Seitenzahl: 89
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
Mujeres y criadosCopyright © 1614, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618624
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Personajes
El Conde Próspero
Claridán, camarero
Teodoro, secretario
Riselo, gentilhombre
Martes, lacayo
Lope, lacayo
Emiliano, viejo
Don Pedro, su hijo
Florencio, viejo
Luciana, su hija
Violante, su hermana
Inés, criada
Salen el conde Próspero desnudándose, Claridán, camarero suyo, Riselo y otros criados con una fuente para la golilla.
Conde:
Tomad allá, que os prometo
que me ha cansado el jugar.
Claridán:
Cansa el perder.
Conde:
Y el ganar.
Claridán:
Advertimiento discreto.
Mas dicen que preguntando
a un sabio cómo criarían
a un rey los que le servían,
dijo: jugando y ganando,
porque dicen ques la cosa
que más la sangre refresca.
Conde:
¡Propia sentencia greguesca!
¿Hallástela en verso o prosa?
Claridán:
En el sueño que me ha dado
esperarte hasta las dos.
¡Desnúdate, que por Dios
que te ha el perder desvelado!
Conde:
Qué prisa me das…
Claridán:
¿No es hora
de dormir?
Riselo:
Y aun con hablar
tanto lo es de levantar,
que ya se afeita el aurora.
Conde:
¡Poética traslación!
Claridán:
¡Duerme acaba!
Conde:
Claridán,
los que pierden siempre están
después en conversación,
que haya quien juegue a los trucos.
Claridán:
Un hombre es cosa notoria,
que se hace macho de noria.
Riselo:
Dromedarios, mamelucos,
no sufrirán la tahona
deste juego.
Conde:
El ajedrez
es notable.
Claridán:
Desta vez
la noche se va a chacona.
¡Acuéstate ya, por Dios!
Conde:
¿Hay cosa como sentados
al ajedrez dos honrados,
deshonrándose los dos
y diciendo refrancitos?
Riselo:
Es juego de entendimiento
y piérdese el sentimiento.
Conde:
No hay desatinos escritos
como están diciendo allí.
Riselo:
Cierto que el juego ha de ser
juego y no estudio.
Conde:
Anteayer
jugar unos hombres vi
con uno que llaman mallo.
Riselo:
Para el ejercicio es bueno.
Conde:
Tanto ejercicio condeno.
¿Callas Claridán?
Claridán:
Ya callo
por ver si dejas de hablar
y te acuestas.
Conde:
La pelota
es galán.
Riselo:
Ver una sota
los pies arriba asomar
es juego menos dañoso.
Conde:
Si dura una noche o dos
es muy dañoso, por Dios,
y a la salud peligroso.
Claridán:
En fin, ya vueseñoría
determina no acostarse.
Riselo:
Querrá de noche esquitarse
de lo que pierde de día.
Conde:
¿Qué se hizo Florianica,
la de la calle del Pez?
Claridán:
(Él no duerme desta vez).
Conde:
¿Está pobre?
Riselo:
No está rica.
Conde:
Sospecho que se enamora.
Riselo:
Mal la tratan los deseos
destos hombres con manteos
que andan en la corte ahora.
Conde:
¿No hablas ya, Claridán?
Claridán:
Estoy durmiendo, Señor,
que se va la noche en flor.
Conde:
¿En pie duermes?
Claridán:
Soy truhán
que como en pie y duermo en pie.
Conde:
Ahora bien, dejadme aquí.
Claridán:
¿Iremos a dormir?
Conde:
¡Sí!
Claridán:
Dios buenos días te dé.
(Queda solo el conde)
Conde:
Cuidados de Claridán
me han puesto en nuevo cuidado.
¡Notable prisa me ha dado!
Cosa que fuese galán
de mi sujeto amoroso…
¡Que celos no lo dijera!
Un loco mi amor tuviera
si no estuviera celoso.
Vive Dios que puede ser
que me haya dado esta prisa
por verla, que no me avisa
sin causa amor. Sin temer,
temo, luego no es sin causa.
¿Qué perderé por sabello?
Ahora bien, yo quiero vello,
pues temor de amor se causa.
¡Hola! ¡Teodoro! ¡Teodoro!
(Sale Teodoro, secretario)
Teodoro:
¡Señor! ¡Señor!
Conde:
Entra acá.
¿Quién en mi cámara está?
Teodoro:
Nadie, que Fabio y Lidoro
se fueron con Claridán
a sus posadas ahora.
Conde:
Yo he de ver cierta señora.
Dame un vestido galán.
Digo herreruelo y ropilla,
que así en valona me iré.
Teodoro:
¿Qué acero?
Conde:
El que me quité.
Y aquel broquel de Sevilla.
Teodoro:
Voy, y no con poca pena.
Más, que ha de ser por mi mal.
(Sale)
Conde:
¿Hase visto prisa igual?
Mas la prevención es buena.
Yo sabré si Claridán
sirve lo que sirvo yo.
Desde ayer celos me dio.
(Vuelve Teodoro)
Teodoro:
Aquí espada y capa están,
ropilla y sombrero.
Conde:
Muestra.
Teodoro:
¿Quiere vuestra señoría
mi compañía?
Conde:
Sería
dar de mis flaquezas muestra,
y no ha de entender mi dueño
que doy del secreto parte.
(Vístese)
Teodoro:
Bien quisiera acompañarte.
Conde:
No pierdas, Teodoro, el sueño,
que seguramente voy.
Teodoro:
Dios te guíe y con bien vuelva.
Conde:
A esto es bien que me resuelva.
(Vase el conde)
Teodoro:
Celoso del conde estoy
porque ha más de quince días
que mira lo que yo adoro
y los asaltos del oro
son temerarias porfías.
No tengo por hombre cuerdo
quien del oro no se guarda;
no hay petardo, no hay bombarda,
ni de instrumento me acuerdo,
que más brevemente rompa
la puerta a la voluntad,
ni la casta honestidad
más fácilmente corrompa.
Pero, ¿qué puedo perder
en ir a ver si va allá?
Pues no me conocerá
aunque me echase de ver.
Ahora bien, estos son celos;
no los quiero dar lugar,
que de no los remediar
vienen a parar en duelos.
(Éntrase. Salen Claridán, de noche, y Martes, lacayo)
Claridán:
Recorre, Martes, la calle.
Mira si hay algún rumor.
Martes:
Sólo en la calle, Señor,
suena el rumor de tu talle.
Medroso sin causa estás.
Llega y habla descuidado,
que va Martes a tu lado,
de Marte una letra más.
Déjame en aquesta esquina.
Verás que tiemblan de mí
cuantos pasan por aquí.
Claridán:
A esa otra parte camina,
porque si en esquina estás,
como cédula has de ser
que te han de querer ver.
Martes:
Parte y no me enseñes más,
que nadie llega de noche
a le her ni a buscar nada.
Claridán:
Si está Violante acostada…
Martes:
Tarde se apeó del coche.
Mas no temas que se duerma
mujer con amor.
Claridán:
Yo llego.
Martes:
Y yo de miedo me anego,
que es aquesta calle yerma
y, en habiendo cuchilladas,
no hay barbero ni varal;
que en todo este lienzo igual
están las puertas cerradas,
y es gran cosa en las pendencias
la horquilla de las bacías.
Claridán:
¿Estáis solas, celosías?
(Violante en lo alto)
Violante:
Cuando hay celos en ausencias
no se duerme tan despacio.
Claridán:
Bien sabéis vos la disculpa
que reserva de la culpa
a los hombres de palacio.
No se quería acostar
el conde. ¿Qué había de hacer?
Violante:
No hay en amor que temer,
sino sólo el disculpar;
que parece que las culpas
a que ya el amor condena
dan a veces menos pena
que el pasar por las disculpas.
Mañana iremos mi hermana
y yo a tomar el acero.
Claridán:
Y yo en esta noche espero
esa dichosa mañana.
¿Está acostada? ¿Qué hace?
Violante:
De cansada se acostó.
(Entra el conde)
Conde:
Nunca el temor engañó,
que de amor celoso nace.
¡En la reja está, por Dios!
Martes:
Un hombre viene embozado.
Muy ancho viene y cuadrado.
Uno dije, mas son dos.
¿Qué digo dos? Tres parecen.
Yo me escurro por aquí.
Conde:
Claridán habla. ¡Ay de mí!
Mis celos se lo merecen.
Pero bien pudiera ser
que no hablase con Luciana.
¿Cómo sabré si es su hermana
por no darme a conocer?
Pero fingiré un engaño…
¡Ay! ¡Que me han muerto!
Claridán:
Señora:
Martes, mi lacayo ahora,
y valiente, por su daño
se ha quejado. Voy allá,
que me guardaba la calle.
Violante:
No os pongáis por remedialle,
si en tanto peligro está,
adonde os cueste la vida.
Llena quedo de temor.
(Entra el conde por otra parte)
Conde:
Las invenciones de amor
con que sus celos olvida.
Ahora bien quiero llegar.
¡Ah de la reja!
Violante:
¿Quién es?
Conde:
Claridán, que por los pies
nunca pretendo alcanzar
lo que no puede la espada.
Bien podéis, Luciana, hablarme.
Violante:
Bueno… Venís a engañarme,
el alma y la voz trocada.
Que ni vos sois Claridán,
ni yo Luciana.
Conde:
(¡Los cielos
han sosegado mis celos,
que es de Violante galán!)
Violante:
Caballero, no os conozco,
y así, os cierro la ventana.
Conde:
Cerrad, pues no sois Luciana;
que en la voz os desconozco.
(Sale Claridán)
Claridán:
¿Tan presto ocupó el lugar
otro galán? ¡Es esgrima!
Al gran agravio le anima,
que aún no me dejó asentar.
Huyó Martes, que hasta el lunes
alcanzarle no podré.
Vuelvo al puesto que dejé
y hallo los pastos comunes,
pues que me impiden el paso.
¡Ah, caballero!
Conde:
¿Qué quiere?
Claridán:
Que la que espera no espere,
si espera en tal casa acaso.
Conde:
Aquí esperaba un criado
que me pareció infiel,
y ya estoy mejor con él
porque estoy asegurado.
Que dejándome acostar
pensé que a servir venía
la dama a quien yo servía,
pero púdeme engañar.
No es de quien yo pensé amante;
mi maquinación fue vana,
porque yo sirvo a Luciana
y Claridán a Violante.
Claridán:
¡Es el conde, mi Señor!
Conde:
El mismo.
Claridán:
Señor…
Conde:
Detente,
pues ya sabes claramente
qué estado tiene mi amor.
Violante te quiere a ti;
dile que ablande a Luciana,
que Luciana por su hermana
hará lo que ella por ti,
y no seré mal amigo
para venir a tu lado,
porque de Luciana amado
vendré de noche contigo.
Harto he dicho, Claridán.
A buenas noches.
Claridán:
Señor,
iré contigo.
Conde:
El favor
que en esas rejas te dan
no le has de perder por mí.
Yo sé lo que es.
Claridán:
Señor…
Conde:
Tente.
Goza la ocasión presente.
Quédate. Quédate aquí.
(Vase el conde)
Claridán:
Obligado me ha dejado,
aunque puesto en confusión.
Mas cuando amores no son
la misma pena y cuidado,
él quiere bien a Luciana
y ya sabe mi deseo.
(Sale Teodoro)
Teodoro:
El conde es este que veo.
No fue mi esperanza vana.
A la puerta está. ¿Qué haré?
Cierta fue mi desventura.
Hay inconstante hermosura
donde no hay verdad ni fe.
Claridán:
¿Quién va?
Teodoro:
Quien acaso pasa.
Claridán:
Pues pase si pasa acaso.
Teodoro:
Supuesto que acaso paso,
hay cosas en esta casa
que me pueden detener.
Claridán:
Pues no se detenga en ella
porque sabré defendella.
Teodoro:
Y yo la sabré ofender.
Claridán:
¡Es Teodoro!
Teodoro:
¡Es Claridán!
Claridán:
Claridán soy.
Teodoro:
Yo Teodoro.
Claridán:
Si ha de guardarse el decoro
a un dueño amante y galán,
bien puedo yo defenderte
que no llegues a esta casa.
Teodoro:
Sospechando lo que pasa
he venido a ver mi muerte.
Claridán:
El conde se va de aquí,
y me contó que a Luciana
adora, y que yo y su hermana
se lo digamos así.
Me pidió con humildad
que le obliga a acompañarme.
Yo no supe disculparme,
puesto que nuestra amistad
me daba voces, Teodoro.
Que el conde es Señor en fin.
Teodoro:
El conde será mi fin.
Muero y a Luciana adoro.
Claridán: