Rosario de sonetos líricos - Miguel De Unamuno - E-Book

Rosario de sonetos líricos E-Book

Miguel de Unamuno

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Beschreibung

Unamuno se presentó como poeta cuando ya era conocido en otros campos, ya que su dedicación a la poesía brota en él tardíamente, pero pronto se convirtió en una práctica habitual, ya que, entre su primer poemario, Poesías (1907), y el Romancero del destierro (1928), publica siete libros. El rasgo distintivo de su poesía es el carácter confesional: él autor coincide con el sujeto lírico, lo que explica la diversidad de contenidos que trata y convierte su poesía en un testimonio de su evolución espiritual y artística.

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Rosario de sonetos líricos

Miguel De Unamuno

 Copyright © 2018 by OPU

Rosario de sonetos líricos

Breve e amplissimo carme… fosti d'arcan dolori arcan richiamo. Carducci. Rime nuove. Al soneto.
I OFERTORIO
A mi querido amigo Pedro Eguillor.

No de Apenino en la riente falda, de Archanda nuestra la que alegra el boche  recojí este verano á troche y moche frescas rosas en campo de esmeralda. Como piadoso el sol ahí no escalda los montes otorgóme este derroche de sonetos; los cierro con el broche de este ofertorio y te los doy, guirnalda. 

Van á la del Nervión desde la orilla esta del Tormes; á esa mi Vizcaya llevando soledades de Castilla. No con arado, los saqué con laya; guárdamelos en tu abrigada cilla por si algún día en mí la fé desmaya.

II PUESTA DE SOL

¿Sabéis cuál es el más fiero tormento? Es el de un orador volverse mudo; el de un pintor, supremo en el desnudo, temblón de mano; perder el talento ante los necios, y es en el momento en que el combate trábase más rudo, solo hallarse sin lanza y sin escudo, llenando al enemigo de contento. 

Verse envuelto en las nubes del ocaso en que al fin nuestro sol desaparece es peor que morir. Terrible paso sentir que nuestra mente desfallece! Nuestro pecado es tan horrendo acaso que asi el martirio de Luzbel merece?

III ¡FELIX CULPA!

De fruta henchido el árbol de la vida yérguese enfrente al árbol de la ciencia lleno de flores de aromosa esencia por Dios á nuestros padres prohibida. Mas el provecho por el goce olvida la mujer, y abusando de inocencia al hombre da —feliz desobediencia!— flor de saber que á más saber convida.

Desde entonces el pago del tributo de nuestra muerte es de la vida el quicio; envuelta el alma en el cristiano luto rendimos á desgana el sacrificio de la virtud para cojer su fruto, ¡mientras florece perfumado el vicio!

IV LA VIDA DE LA MUERTE

Oir llover no más, sentirme vivo; el universo convertido en bruma y encima mi conciencia como espuma en que el pausado gotear recibo. Muerto en mí todo lo que sea activo, mientras toda vision la lluvia esfuma, y allá abajo la sima en que se suma de la clepsidra el agua; y el archivo

de mi memoria, de recuerdos mudo; el ánimo saciado en puro inerte; sin lanza, y por lo tanto sin escudo, á merced de los vientos de la suerte; este vivir, que es el vivir desnudo, no es acaso la vida de la muerte?

V BAJO ETERNA LUNA

Cayó este más al borde de la senda escalando la cumbre á paso tardo, y de la cruz al pié rendido el fardo de su dolor dejó, piadosa ofrenda. Veía en lo alto palpitar la tienda en donde clava el sol su primer dardo y el último y en donde el cielo pardo baja en niebla sin lluvia que la ofenda.

Iba tras el descanso su fatiga á ver del sol la refulgente cuna, huyendo de la sombra que atosiga al corazón, y sin aurora alguna, duerme muy lejos de la cumbre amiga su sueño eterno bajo eterna luna.

VI PREMATURO AMOR

Y dijo: «Tiemblas? por qué, si aun no está maduro? Cálmate, niña, te traeré el espejo ó si no mírame, que en el reflejo te verás de mi cara. Es el conjuro de un amor todavía en el oscuro rincón del nido. Cuando se haga viejo verás que fué nuestro mejor consejo dejarlo estar mientras era harto puro. 

Considera, si al cabo te decides, estando como está la fruta verde, que si se entra temprano en ciertas lides urge acabar lo que una vez se muerde, aun cojiendo dentera, y nunca olvides que es el que pone más el que más pierde.»

VII AL AZAR DE LOS CAMINOS

Nudo preso al azar de los caminos bajo el agüero de una roja estrella, él desde el cierzo, desde el ábrego ella, rodando á rumbo suelto peregrinos. Al mismo arado uncieron sus destinos y sin dejar sobre la tierra huella se apagaron igual que una centella de hoguera. Y se decían los vecinos:

De dónde acá ese par de mariposas? y hacia dónde se fué? cuál su ventura? su vida para qué? como las rosas se ajaron sin dar fruto; qué locura quemarse así las alas! ¡Necias cosas de amor, siempre menguado pues no dura!

VIII EL FIN DE LA VIDA

Fué flor que al árbol arrancó el granizo y luego en tierra el sol la vió, despojo, entre el polvo rodar por el rastrojo del viento al albedrío tornadizo. Mantillo al fin la oscura flor se hizo al pié escondido de espinoso tojo y en el trascurso de un ocaso rojo la enterró vil gusano. De su hechizo

quedó libre el perfume, lo que aspira hacia el cielo inmortal, templo de calma en que no hay ni granizo ni mentira; que es el cuerpo algo más que vil enjalma de la mente; para el canto es lira, y es el fin de la vida hacerse un alma.

IX

Pasaron como pasan por la cumbre regazadas las nubes del estío sin dejar en los riscos el rocío de sus pechos; pasaron, y la lumbre del sol, desenvainada, pesadumbre para su frente fué; lejos el río por la fronda velado, á mi desvío cantando reclamaba á la costumbre.

De la montaña al pié verdeaba el valle del sosiego en eterna primavera, rompía entre sus árboles la calle pedregosa que sube á la cantera, y era el del río el susurrar del dalle de la muerte segando en la ribera.

X

Tus ojos son los de tu madre, claros, antes de concebirte, sin el fuego de la ciencia del mal, en el sosiego del virgíneo candor; ojos no avaros de su luz dulce, dos mellizos faros que nos regalan su mirar cual riego de paz, y á los que el alma entrego sin recelar tropiezo. Son ya raros

ojos en que malicia no escudriña secreto alguno en la secreta vena, claros y abiertos como la campiña sin sierpe, abierta al sol, clara y serena; guárdalos bien, son tu tesoro, niña, esos ojos de virgen Magdalena.

XI NUESTRO SECRETO

No me preguntes más, es mi secreto, secreto para mí terrible y santo; ante él me velo con un negro manto de luto de piedad; no rompo el seto que cierra su recinto, me someto de mi vida al misterio, el desencanto huyendo del saber y á Dios levanto con mis ojos mi pecho siempre inquieto.

Hay del alma en el fondo oscura sima y en ella hay un fatídico recodo que es nefando franquear; allá en la cima brilla el sol que hace polvo al sucio lodo; alza los ojos y tu pecho anima; conócete, mortal, mas no del todo.

XII FRATERNIDAD

Tiéndele tu mirada, blanda mano de salvación, y así tal vez su pecho sollozando alzará del duro lecho de su vergüenza y su dolor insano. Más de uno á quien pecar le puso cano, rodando por el polvo, ya maltrecho, sintió de pronto el corazón rehecho al tocar la sonrisa de un hermano.

Del yermo que su triste planta pisa haz que una flor tan sólo el suelo alfombre, flor á que meza la celeste brisa de la humana hermandad, que no se asombre de que le miren sin hostil requisa y que en sí mismo se descubra al hombre.

XIII OJOS DE ANOCHECER

Ojos de anochecer los de tu cara y luz de luna llena dentro de ellos suave lumbre de argénteos destellos que entre las sombras blancos surcos ara. Al fulgor dulce de la luna clara de tus ojos parecen tus cabellos sobre tu frente misteriosos sellos que sellan el secreto que te ampara.

Y allá, más dentro, en el cerrado limbo del corazón un encendido brote de flor de infinitud, rojo corimbo de estrellas que el Destino echó por lote en tu senda, y ciñéndolas de nimbo la niebla del misterio que es tu dote.

XIV RUIT HORA

Mira que van los días volanderos y con ellos las lunas y los soles susurrando cual huecos caracoles