Una chica de época - Nicola Marsh - E-Book
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Una chica de época E-Book

NICOLA MARSH

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Beschreibung

Las modas cambian… ¡pero no el verdadero amor! Chase Etheridge estaba organizando el evento más importante de su carrera: la despedida de soltera de su hermana. Solía ser un hombre muy controlado, pero la situación lo estaba desbordando y sabía perfectamente a quién culpar: a Lola Lombard, organizadora de la fiesta, reina del vintage y una auténtica rubia explosiva. Detrás de los tirabuzones y el carmín rojo de Lola se escondía una chica que siempre había creído que valía poco. Chase tendría que convencerla de que la amaba tal y como era, ya fuera vestida con un glamour de los de antes o con un vestido de novia.

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Seitenzahl: 191

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Nicola Marsh. Todos los derechos reservados.

UNA CHICA DE ÉPOCA, N.º 2429 - noviembre 2011

Título original: Girl in a Vintage Dress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-073-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

EN EL momento en que Chase Etheridge se adentró en Errol Street un escalofrío le recorrió la espalda.

Como si no fuera ya bastante calvario el tener que conducir por el norte de Melbourne, por el barrio de las afueras de la ciudad que había sido su hogar, ahora entraba en esa calle cargada de recuerdos que hacía tiempo había borrado de su memoria.

Errol Street representaba todo aquello de lo que había escapado, todo lo que preferiría olvidar.

Y sin embargo allí estaba, conduciendo en medio del tráfico, buscando un sitio para aparcar, intentando concentrarse en la carretera y disipar los recuerdos que pasaban por su mente como en la reposición de una película de serie B.

Sus paseos en bicicleta por Arden Street para ir a ver los entrenamientos de los Kangaroos, su querido equipo de fútbol australiano, el camino a la escuela del barrio o cuando iba a recoger a Cari de casa de una amiga: no es que fueran malos recuerdos, eran más bien instantáneas de su pasado. Un pasado en el que había criado a Cari y asumido demasiadas responsabilidades desde muy joven. Un pasado en el que se había hartado de preparar bocadillos para el recreo, revisar los deberes y hacer cenas. Un pasado que le había negado la oportunidad de ser un niño.

Aunque algo bueno había salido de todo aquello. Cari, su hermana, lo adoraba y él sentía lo mismo por ella. Haría lo que fuera por su hermana, y ésa era la única razón por la que estaba allí.

Aparcó su Jaguar con cuidado, ignorando una inusitada sensación de nervios en el estómago. ¿Nervioso él? Era una idea ridícula, como podía confirmar cualquiera de sus empleados en Dazzle.

¿Firmar contratos millonarios? ¿Arrasar en la industria del entretenimiento? ¿Ser el mejor en su negocio? Todo eso podía hacerlo con los ojos cerrados. No tenía tiempo para ponerse nervioso y, sin embargo, no pudo evitar cierta ansiedad al recorrer aquella calle renovada y llena de cafés y boutiques de moda, tan distinta de la Errol Street que recordaba.

Y por si volver a recorrer las calles de su pasado fuese poco, tenía que meterse en una de aquellas tienditas vintage que eran el último grito para organizar la despedida de soltera de su hermana. Semejante panorama le pondría los pelos de punta al más recio de los hombres.

Sonó un pitido proveniente de su teléfono móvil y se apresuró a responder a un mensaje de texto de su secretaria, Jerrie, con un ojo puesto en su teléfono inteligente y otro en los escaparates de las tiendas hasta localizar la que estaba buscando. Go Retro.

El nombre estaba escrito en letras curvadas color rosa pastel sobre un fondo de zapatos, sombreros y lápices de labios; hubiera preferido estar en cualquier otro lugar, pero tenía un negocio que atender y precisamente los negocios eran su especialidad.

Mientras enviaba otro mensaje a Jerrie, abrió la puerta empujándola con el hombro y entró en la tienda, calculando mentalmente los márgenes de beneficio y las nuevas fechas, anticipando su respuesta a la próxima pregunta de su eficiente secretaria.

Una campanilla tintineó sobre la puerta, pero él no levantó la vista; fruncía el ceño viendo el correo electrónico de Jerrie con la lista actualizada de invitados para el lanzamiento de la agencia de modelos de esa noche.

–Disculpe.

Chase levantó un dedo, indicando que no estaba dispuesto a que lo interrumpieran mientras resolvía aquella última contrariedad.

–Aquí no están permitidos los móviles.

Tenía que haberlo imaginado. Una tienda que se dedicaba a la estética retro seguro que vivía sumida en la Edad Media.

–Sólo será un minuto…

–Lo siento, son las normas de Retro.

Antes de que pudiera argumentar una respuesta, el teléfono voló de sus manos, lo que hizo que por fin alzara la vista, dispuesto a arremeter contra la impertinente vendedora.

–Cómo se atreve…

El resto de su diatriba murió en sus labios cuando su mirada furiosa se encontró con los ojos marrones más grandes y cálidos que había visto en su vida, enmarcados por unas larguísimas pestañas que les daban un aire de fragilidad.

No estaba acostumbrado a que nadie le plantara cara, y mucho menos una rubia de un metro setenta y curvas esculturales que parecía salida de los años cincuenta, con el pelo recogido en ondas y adornado con una cinta con el mismo estampado de topos de su vestido rockabilly.

–Me atrevo porque soy la propietaria, y las normas son las normas.

Ella se guardó el teléfono inteligente de él en el bolsillo de la voluminosa falda y se atrevió a dedicarle una sonrisa.

–Se lo devolveré cuando se marche. Veamos, ¿en qué puedo ayudarle?

Chase la miró con el ceño fruncido y, cuando estaba a punto de pedirle que le devolviera su teléfono para largarse inmediatamente, detectó un atisbo de miedo detrás de aquellas pestañas infinitas cubiertas de rímel.

Por mucho que alardeara de audacia en su papel de «policía», a la propietaria de todas estas fruslerías no le gustaba hacer de jefa malvada. En eso se identificaba con ella, de modo que metió las manos en los bolsillos del pantalón y echó un vistazo a su alrededor, contemplando el establecimiento por primera vez.

Un frenesí de colores invadió sus sentidos: rosas artificiales decorando sombreros pastilleros negros, guantes color naranja y azul verdoso asomando de cajas floreadas, boas de plumas color esmeralda cubriendo los hombros de maniquíes vestidas de satén y pañuelos con estampados de cachemira floreados. No eran más que pequeñas muestras de la mercancía desplegada por todos los rincones de la tienda.

A su juicio, que se decantaba por líneas modernas y elegantes en todos los ámbitos, desde el mobiliario hasta la moda, aquel lugar era una pesadilla.

–¿Está buscando algo en concreto? ¿Una prenda de vestir? ¿Accesorios? ¿Algo especial para su esposa?

–No tengo pareja –dijo él, notando que se le empezaba a instalar un ligero dolor de cabeza por detrás de los ojos ante la increíble invasión visual de flores, volantes, plumas, brillos, vestidos y adornos chillones que centelleaban bajo la suave iluminación de las lámparas halógenas, la única concesión al siglo XXI que había en todo el local.

–Ah. Bueno. La verdad es que tenemos cosas para todos los gustos –dijo ella con un deje de diversión en la voz mientras lo miraba para calcular su talla.

–No quiero nada para mí –respondió él indignado.

–No hay de qué avergonzarse. Puede probarse cualquier cosa que le guste.

Él se quedó boquiabierto. Le habían tomado por muchas cosas en su vida, pero nunca por un travesti.

–¿Es siempre tan directa con sus clientes?

–Sólo con los recalcitrantes –respondió ella.

Una sonrisa iluminó su cara, y encendió una chispa en sus ojos que la hizo pasar de guapa a preciosa.

–Lamento sacarla de su error de apreciación ante una posible venta, pero las mujeres con las que salgo no ponen en duda mi masculinidad, de modo que le agradecería que hiciera lo mismo.

Ella se sonrojó, la sonrisa se esfumó de su rostro mientras miraba a otro lado y en ese instante él volvió a detectar el mismo atisbo de vulnerabilidad que había percibido antes.

Las mujeres de su entorno, tanto profesional como social, nunca daban muestras de vulnerabilidad. Eran mujeres seguras, seguras de su talento y de sí mismas, mujeres que sabían lo que querían y no tenían reparos a la hora de ir a por ello.

Aquella mujer tenía tan poco que ver con ellas como él con su pasado, y sin embargo había algo en ella que lo intrigaba profundamente.

Siempre había confiado en su instinto y en ese momento le decía que tenía que averiguar qué era lo que la movía antes de contratarla.

Ella se aclaró la garganta.

–Bien, ahora que hemos dejado claro que no está interesado en un vestido de noche color mandarina de los años veinte, ¿en qué puedo ayudarle?

Sonreía un poco y lo miraba dudosa, como si estuviese convencida de que, en cuanto mirase a otro lado, él no tardaría ni un minuto en probarse una enagua de tul.

–Tengo entendido que organizan fiestas de cumpleaños.

Ella asintió, sacudiendo la gran onda de pelo que llevaba prendida sobre la frente.

–Así es. Ofrecemos cambios de imagen, fotos, disfraces y todas esas cosas. A las mujeres les encanta.

Hizo una pausa y sus carnosos labios rojos dibujaron una sonrisa traviesa.

–Y a algunos hombres también.

Chase se encontró devolviéndole la sonrisa, cuando en realidad lo que quería decirle era que empezaba a hartarse de que cuestionara su masculinidad.

–¿Se podrían aplicar ese tipo de cosas a una despedida de soltera?

A ella se le iluminaron los ojos.

–Por supuesto. Unas cuantas horas de diversión para la futura esposa…

–Yo estaba pensando más bien en una semana.

Ella arqueó una ceja perfectamente depilada.

–¿Una semana?

–Exacto.

Él empezó a pasearse por la tienda, jugueteando con una horquilla cubierta de purpurina, un pañuelo de lunares… incapaz de ver por sí mismo en qué radicaba el atractivo de todo aquello pero sabiendo que a Cari le encantaría ese sitio.

Y lo que quería Cari, él se lo daba. Su hermana era la única persona que había estado a su lado durante todos esos años y, de no haber sido por ella, cuando era aún un muchacho… Reprimió un escalofrío.

–A ver si lo he entendido bien. ¿Quiere que amenice una despedida de soltera de una semana?

–Ajá.

Chase se detuvo frente al mostrador cubierto de cestas llenas de complementos femeninos y folletos, asombrado por la cantidad de trastos que ocupaban el menor espacio disponible.

–Eso es imposible.

–No hay nada imposible –dijo él mientras la observaba retocar un maniquí, ajustando el ancho cinturón, alisándole la falda–. He consultado sus tarifas en su página web. Estoy dispuesto a pagarle el doble de lo que cobra por hora y a correr con todos los gastos de transporte.

Ella abrió aún más los ojos, asombrada, y él continuó, consciente de que su oferta era demasiado atractiva como para rechazarla.

–Y como director ejecutivo de Dazzle, de la que sin duda habrá oído hablar, estaré encantado de recomendarla personalmente para próximos eventos relacionados con la moda en los que se requiera una nueva visión.

Ella lo miró largamente con sus grandes ojos marrones, una mirada fija que le hizo sentirse extrañamente incómodo. Al ver que no parecía entusiasmada por su propuesta, comprendió que tenía que pasar al plan B: desplegar su arsenal de halagos y zalamerías.

Pero el plan B se topaba con un obstáculo: ni siquiera sabía cómo se llamaba la chica y era consciente de que, si le preguntaba su nombre ahora, perdería mucho terreno.

–Entonces, ¿qué me dice?

La muchacha se enderezó, se echó los rubios tirabuzones detrás de los hombros con un movimiento de la mano y le clavó una mirada que lo decía todo sin ni siquiera abrir la boca.

–Muchas gracias por la oferta, pero la respuesta es no.

CAPÍTULO 2

A LOLA no le gustaba que la manipulasen. Ya había tenido suficiente de eso cuando era más joven gracias a su madre, finalista de Miss Australia, y a su hermana, modelo de pasarela.

«Tienes que ponerte vaqueros acampanados, nunca de pitillo. No te pongas la falda evasé; te hace el trasero gordo. El que te va es el lápiz de labios color coral, no el rosa, pareces demacrada».

Las actitudes prepotentes la sacaban de quicio y desde el momento en que el señor Perfecto entró pavoneándose en su territorio, ignorando por completo las reglas de la casa, se había estado preparando para la batalla.

Los teléfonos móviles no tenían cabida en Go Retro por un motivo. Para su negocio era esencial intentar recrear un ambiente vintage y, teniendo en cuenta que esos aparatos infernales no existían en el pasado, había establecido como norma de la casa que no se utilizaran en su adorada tienda.

También detestaba su ruido constante: los zumbidos, los timbres y el repiqueteo de los dedos escribiendo en esas pantallas en miniatura como si a sus propietarios les fuera la vida en ello.

¿Cómo podía alguien permanecer colgado de un teléfono cuando estaba rodeado de toda esa belleza? Acarició lentamente un vestido de fiesta de los años cuarenta en terciopelo bermellón, apreciando su tacto afelpado, su elegancia atemporal, rozó con la punta de los dedos un pañuelo floreado de seda que sin duda tendría innumerables historias que contar sobre los cuellos que había rodeado a lo largo de los años.

Echó una ojeada a los clips adiamantados para zapatos, los lápices de labios carmesíes de distintas marcas, los tocados colocados en ángulos desenfadados adornando las cabezas de las maniquíes vestidas con cortes clásicos. Cada uno de los artículos había sido elegido con mimo, confiando en que serían motivo de alegría para su próximo propietario, aportándole la misma alegría que ella había sentido al descubrirlo. Rodeada de todos esos magníficos tesoros del pasado, ¿cómo no sentirse tentado?

–Necesito una respuesta.

Estas palabras la hicieron salir de su ensueño de repente y contemplar al ignorante que tenía delante y que sería incapaz de apreciar la más hermosa pieza vintage aunque ésta se resbalase del maniquí y fuese a caer sobre su impresionante torso.

Ese mismo torso impresionante hizo que desease salir corriendo, esconderse en el cuarto de atrás y dejar aquel asunto en manos de Immy. Los hombres como él le provocaban un miedo incontrolable: elegantes, zalameros, triunfadores. Hombres que lo tenían todo y que sabían cómo emplear sus muchos talentos naturales. Hombres que podían usar su atractivo y su éxito para deslumbrar a una chica como ella. Hombres como Bodey.

Se enderezó, molesta por haber dejado que su pasado se infiltrase en el presente y aún más molesta por haber dejado entrever su miedo cuando aquel tipo entró en la tienda como si fuera el rey y señor del lugar.

¿Conque aquel hombre se creía que iba a poder mangonearla para que aceptase su propuesta a base de un despliegue de billetes endulzado con una recomendación personal?

Se veía que era un hombre acostumbrado a lograr lo que se proponía: todo en él era de diseño, desde su cabello castaño con un corte de pelo impecable, hasta la punta de sus mocasines italianos, pasando por su carísimo traje gris marengo que debía de costar más que el escaparate completo de la tienda.

En cuanto a Dazzle, por supuesto que había oído hablar de ella. Cualquiera que viviese en Melbourne conocía la excelente reputación de la empresa de eventos. Si querías organizar un evento realmente especial, Dazzle se encargaba de todo, desde malabaristas a tragafuegos, pasando por grupos de rock internacionales. ¿De modo que él era el director ejecutivo? Alguien como él tenía que estar acostumbrado a imponer su voluntad y a no aceptar un no por respuesta. Pero siempre hay una primera vez para todo. ¿Quería una respuesta? Ella tenía una respuesta para él, tan sólo tenía que articularla en términos más propios de una señorita que los que se le pasaban por la mente en aquel momento, y que iban en la línea de «métete tu oferta por donde te quepa».

Su desdén por la prepotencia de él debió de resultar evidente, pues él se pasó la mano por el rostro y, cuando la dejó caer, su expresión arrogante había sido remplazada por una sonrisa compungida.

–Mire, siento haber entrado aquí dando voces y avasallando. Pero es la reacción de un hombre desesperado.

Ella dudaba mucho que, con aquellos ojos irresistiblemente azules, su carismática sonrisa y una voz suave como la miel, aquel hombre hubiera estado alguna vez desesperado.

Interpretando su silencio como un signo de aliento para seguir, él tendió las manos hacia ella con aire suplicante.

–Es mi hermana la que se casa. Es una mujer increíble, un exasperante y adorable manojo de contradicciones a la que le debo mucho. Se merece lo mejor y a ella le encantan estas cosas antiguas, así que se me ha ocurrido organizarle esta sorpresa.

Estupendo. Como si sus ojos celestes centelleantes de sinceridad no fueran suficiente, la insinuación de que bajo su tono duro se escondía un chico tierno y encantador al poner a su hermana por las nubes echó por tierra la decisión de ella de decirle dónde podía meterse su descabellada oferta.

–¿Cuándo es la boda?

–Dentro de seis semanas. Una ceremonia privada y sencilla, por eso quiero darle este capricho.

–¿No hay damas de honor para organizarlo?

Él negó con la cabeza.

–Por lo visto no tiene tiempo para toda esa parafernalia. Está demasiado ocupada.

La forma culpable en que miró hacia otro lado al hacer ese comentario indicaba que él sabía perfectamente lo que era estar ocupado y el hecho de que hubiese encontrado el tiempo de organizar una despedida de soltera para su hermana cuando seguramente era lo menos urgente de todas las notas importantes de su agenda causaron en ella una gran impresión. Como si su atlética planta de metro noventa, esos ojos azules y su encantadora sonrisa no se la hubieran causado ya.

–Es abogada de empresa; tenaz, obstinada y adicta al trabajo.

Lola estaba segura de que la novia no era la única de la familia que podía jactarse de esas cualidades.

–Siempre le han encantado estas cosas antiguas, y cuando la vi ojeando una revista la semana pasada, suspirando al leer un artículo sobre un curso de etiqueta organizado por el propietario de una tienda vintage en Inglaterra, pensé que éste sería el regalo de bodas perfecto.

De acuerdo, lo admitía. Su hermana parecía la candidata perfecta para una fiesta Go Retro. Pero eso era todo. Ella había organizado fiestas de cumpleaños, unas horas de escapismo para mujeres que compartían su pasión. Y había cosechado críticas muy favorables, pero aquel hombre no hablaba de una tarde. ¿Quería contratarla durante toda una semana?

–Cari apreciaría esto muchísimo más que cualquier cafetera o iPad, que son mis únicas ideas de regalo alternativas.

Él volvió a sonreír y esa vez una sensación desagradable se agitó en el pecho de Lola.

–Así que, ¿qué dices? –continuó él.

Lola se había dicho a sí misma que rechazaría la propuesta, pero la sinceridad con que le había hablado le había llegado hondo. Según la descripción que le había hecho de su hermana, tenía en la cabeza la imagen de una mujer de negocios atrapada por el ritmo frenético de su carrera, que no tenía tiempo para celebrar una boda como es debido.

Si aquél era el único lujo que iba a permitirse, una semana alejada de su apretada agenda en la que se daría el gusto de una despedida de soltera Go Retro que nunca olvidaría, ¿cómo iba a negarse? En cuanto a la recomendación personal de su cliente, por mucho que quisiera no podía ignorar los papeles de la hipoteca esparcidos sobre la mesa de su despacho. La crisis económica, los tipos de interés por las nubes y la caída del consumo estaban pasándole factura a su negocio, a pesar estar muy de moda, de su atractiva página web y su mercancía de calidad. Si Go Retro no empezaba a obtener mayores beneficios, tendría que cerrar la tienda, y eso era algo que no quería ni pensar. Llevaba mucho tiempo esforzándose por hacer realidad su sueño. Y no estaba dispuesta a renunciar a él por mero orgullo.

Pero no quería rendirse sin ponérselo difícil, así que le dio un precio que era el triple de su tarifa horaria multiplicada por siete, esperando que él regateara, pero no lo hizo.

–Puedo extenderle un cheque o hacer una trasferencia a su cuenta ahora mismo –dijo él con una sonrisa–. Pero para eso necesito que me devuelva mi teléfono.

Sus ojos azules se detuvieron en las caderas de ella, que se agarró al mostrador intentando disimular su azoramiento.

Había perdido algo de peso desde la adolescencia y había aprendido a destacar sus bazas disimulando sus puntos flacos, pero las viejas inseguridades resurgían cada vez que se sentía observada, especialmente si era un hombre guapo el que la miraba de arriba a abajo.

¿Tenía demasiadas caderas? ¿La cintura demasiado ancha? ¿El trasero demasiado grande? Aunque la moda vintage, de la que era una fiel seguidora, le permitía sacar el máximo partido a sus curvas, que un chico como aquél la contemplara con tanta atención le hacía querer esconderse detrás del mostrador.

No es que no estuviera acostumbrada a las miradas masculinas de admiración, lo que la asustaba era lo que podía surgir de esta mirada, y eso a pesar de encontrarse en el lugar donde se sentía más cómoda del mundo.

–¿Lo tiene escondido en los pliegues de la falda? ¿O

se ha sacado algún truco de la manga para confiscármelo definitivamente?

Ella metió la mano en el profundo bolsillo y buscó a tientas el teléfono, deseando devolvérselo y atajar de una vez la potente mirada de aquellos ojos azules que parecían traspasar el bordado calado con hilo metalizado y la tela de lunares de su vestido de vuelo favorito.

–Aquí tiene.

Al dárselo, sus dedos se rozaron y una sacudida semejante a una descarga eléctrica le subió por el brazo provocando un cosquilleo en lugares que no habían sentido eso en mucho, mucho tiempo. Mal asunto.

Los hombres con los que había salido alguna que otra vez eran tan distintos a aquél como su vestido vintage y el traje de diseño de él. Eran artistas, músicos, tipos despreocupados con un estilo de vida bohemio y completamente ajenos a las presiones de la vida moderna.

Ése era el tipo de hombre que la atraía. No los tipos ricos y obsesionados por su trabajo, capaces de camelar a cualquiera gracias a sus encantos.

Lo sabía por experiencia. Había hecho la prueba saliendo con uno y todavía se estaba arrepintiendo.

–Gracias.

Como si el breve roce de sus dedos no hubiese sido suficiente para desconcertarla, su sincera sonrisa hizo que a ella le temblaran las piernas ligeramente; intentó ocultar sus nervios bajo una actitud cortante.

–Ni siquiera sé cómo se llama –dijo, jugueteando nerviosa con las cestitas llenas de horquillas para el pelo que había sobre el mostrador, recolocándolas en un desorden cuidadosamente construido.

–Chase Etheridge.

Él le tendió la mano y ella tragó saliva, maldiciendo en silencio su propia estupidez. Era evidente que como el hombre educado que era le estrecharía la mano. Algo que no le hubiera supuesto el menor problema en cualquier otro momento, pero que ahora le parecía una pésima idea tras su extraña reacción de hacía un momento. Mal asunto.

–Lola Lombard.

–Bonito nombre.

Él la miró fijamente a los ojos.

–Precioso.