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Plutarco - La obra se iniciaba con las vidas hoy perdidas de Epaminondas y Escipion, que irían probablemente precedidas de una introducción global y la dedicatoria a Quinto Sosio Senecion, amigo suyo y de Trajano ademas de dos veces cónsul, en los años 99 y 107. Asimismo, la mayoría de los pares de biografías incorporan un prologo y todas (salvo Temistocles-Camilo.
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Veröffentlichungsjahr: 2016
ARÍTIDES - MARCO CATÓN - FILOPEMEN TITO QUINCIO FLAMINIO - PIRRO
I.- Aristides, hijo de Lisímaco, era de la tribu Antióquide y de la curia Alopecense.
Acerca de su patrimonio corren diferentes opiniones, diciendo algunos que pasó su vida en continua pobreza, y que a su muerte dejó dos hijas, que estuvieron mucho tiempo sin casar por la estrechez de su fortuna. Mas contra esta opinión, sostenida por muchos, tomó partido Demetrio Falereo en su Sócrates, refiriendo que en Falera conoció cierto territorio que se decía de Aristides, en el que había sido sepultado. Hay además algunos indicios de que su casa era acomodada, de los cuales es uno el haber obtenido por suerte la dignidad de Epónimo, que no se sortea-ba sino entre los que eran de las familias que poseían el mayor censo, a los que llamaban quinienteños. Otro indicio es el ostracismo, porque no le sufría ninguno de los pobres, sino los que eran de casas grandes, sujetos a la envidia por la vanidad del linaje. Tercero y último, haber dejado en el templo de Baco, por ofrenda de la victoria obtenida con un coro, unos trípodes que todavía se muestran hoy, conservando esta inscripción: “La tribu Antióquide venció; conducía el coro Aristides, y Arquéstrato fue el que ensayó el coro”. Pero éste, que parece el más fuerte, es sumamente débil; porque también Epaminondas, que nadie ignora haberse criado y haber vivido en suma pobreza, y Platón el filósofo, dieron unos coros que merecieron aprecio: el uno de flautistas, y el otro, de jóvenes llamados cícli-cos, suministrando a éste para el gasto Dión de Siracusa, y a Epaminondas, Pelópidas; no estando los hombres de bien reñidos en im-placable e irreconciliable guerra con las dádivas de los amigos, sino que teniendo por in-decorosas y bajas las que se reciben por avaricia, no desechan aquellas que no se toman por lucro, sino para cosas de honor y luci-miento. Panecio manifiesta que, en cuanto al trípode, se dejó engañar Demetrio de la semejanza de los nombres. Desde la guerra pérsica hasta el fin de la del Peloponeso sólo se halla, en efecto, haber vencido con coro dos Aristides, de los cuales ninguno era este hijo de Lisímaco, sino que el padre de uno fue Jenófilo y el otro fue mucho más moderno; como lo convencen el modo de la escritura, que es de tiempo posterior a Euclides, y el hablarse de Arquéstrato, de quien en el tiempo de la guerra pérsica ninguno dice que fuese maestro de coros, cuando en el tiempo de la del Peloponeso son muchos los que lo atestiguan; mas esto de Panecio necesita de mayor examen. Por lo que hace al ostracismo, incurría en él todo el que parecía sobresalir entre los demás por su fama, por su linaje o por su facundia en el decir; así es que Da-món, maestro de Pericles, sufrió el ostracismo por parecer que era aventajado en prudencia, e Idomeneo dice que Aristides fue Arconte no por suerte, sino por elección de los Atenienses; y si fue llamado al mando después de la batalla de Platea, como el mismo Demetrio dice, es muy probable que en tanta gloria, y después de tales hazañas, se le contemplase por su virtud digno de aquella autoridad, que otros alcanzaban por sus riquezas. De otra parte, es bien sabido que Demetrio, no sólo en cuanto a Aristides, sino también en cuanto a Sócrates, tomó el empeño de eximirle de la pobreza como de un gran mal; porque dice que éste no sólo tenía una casa, sino setenta minas puestas a logro en casa de Critón. II.- Aristides trabó amistad con Clístenes, el que restableció el gobierno después de la expulsión de los tiranos; mirando especialmente con emulación y asombro, entre todos los dados a la política, a Licurgo, legislador de los Lacedemonios, se inclinó al gobierno aristocrático, pero tuvo por rival para con el pueblo a Temístocles, hijo de Neocles. Algunos refieren que, siendo ambos muchachos, y educados juntos desde el principio, siempre disintieron el uno del otro, tanto en las cosas de algún cuidado como en las de recreo y diversión, y que al punto se manifestaron sus caracteres por esta especie de contrariedad; siendo el del uno blando, manejable y versátil, prestándose a todo con facilidad y prontitud, y el del otro, firme en un propósito, inflexible en cuanto a lo justo y enemigo de la mentira, de las chanzas y del engaño, aun en las cosas de juego. Aristón de Ceo dice que la enemistad de ambos dimanó de ciertos amores, hasta llegar al último punto: porque enamorados de Estesilao, natural de Ceo, sumamente gracioso en la forma y figura de su cuerpo, llevaron tan mal la com-petencia, que aun después de marchita la hermosura de aquel joven no cesaron en su oposición; sino que como si se hubieran en-sayado en aquel objeto, con el mismo afecto pasaron al gobierno, acalorados y encontrados el uno con el otro. Y Temístocles, dándose a cultivar amistades, alcanzó un influjo y poder de ningún modo despreciable; así es que a uno que le propuso que el modo de gobernar bien a los Atenienses sería el que se mostrase igual e imparcial a todos: “No querría- le respondió- sentarme en una silla en la que no alcanzaran más de mí los amigos que los extraños”; mas Aristides, manteniéndose solo, siguió en el gobierno otro camino particular: lo primero, porque ni quería tener condescendencias injustas con sus amigos ni tampoco disgustarlos, no haciéndoles favores; lo segundo, porque veía que el poder de los amigos alentaba a muchos para ser injustos, y él entendía que el buen ciudadano no debía poner su confianza sino en hacer y decir cosas justas y honestas. III.- Promovía Temístocles muchas cosas arriesgadas, y en todo lo relativo a gobierno le contradecía y estorbaba; por lo que se vio Aristides precisado a oponerse a muchos de los intentos de aquel; unas veces para defenderse, y otras para contener su poder, acrecentado por el favor del pueblo: teniendo por menos malo privar a la ciudad de alguna cosa beneficiosa que no el que aquel se envalentonase saliéndose con todo. De modo que en una ocasión, habiendo Temístocles propuesto una cosa conveniente, la resistió, sin embargo, y repugnó, aunque no pudo estorbarla, y al retirarse de la junta pública prorrumpió en la expresión de que no podría salvarse la repú-
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