A solas con mi jefe - Emily Delevigne - E-Book

A solas con mi jefe E-Book

Emily Delevigne

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Beschreibung

MIA En el momento en el que mi jefe, Miles Wright, me propuso ir a su cabaña de Monte Rainier para una reunión de negocios con los accionistas, supe que no era una buena idea. Después de todo, y a pesar de ser el hombre más atractivo que he visto en mi vida, nuestra relación no es la mejor, y prefiero verlo solo en la oficina. Sin embargo, nada me prepararía para quedarme atrapada a solas con Miles… en medio de una tormenta de nieve. Sin luz. Sin línea. Resistirme a la tentación y a sus ojos grises nunca había sido tan difícil… MILES Quedarme encerrado por un vendaval con mi eficiente y, para qué mentir, preciosa secretaria, Mia Silver, era lo último que me podía imaginar cuando fuimos a una reunión a mi cabaña de Monte Rainier. Atrapados mientras una espesa capa de nieve cubre las carreteras y la puerta de mi casa, soy incapaz de mantener las distancias y no sentirme atraído por la forma en la que sonríe cuando algo le hace gracia o la forma en la que sus ojos brillan cuando me pillan observándola… Sé que entre nosotros hay una conexión sexual irrefrenable, y aunque me prometí no tener relaciones con nadie de mi empresa, Mia hace que cada vez me cueste más ser fiel a mis principios.

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Primera edición: enero de 2024

Copyright © 2023 Irene Manzano Pinto

© de esta edición: 2024, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-10070-01-1BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografías de cubierta: 13nuta /eshaabdulqayyum1081/freepik.comImagen de interior portátil: Imagen de @macrovectorImagen de interior maleta: Imagen de @freepik

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

1

Olympia, Washington (Estados Unidos)

Mia

—Esto es una idea terrible —dije mientras observaba cómo mi mejor amiga se sentaba encima de mi enorme maleta para poder cerrar la cremallera—. Van a ser solo tres días.

—En tres días pueden pasar muchísimas cosas, sobre todo cuando es invierno en Monte Rainier. —Taylor consiguió cerrarla tras soltar un gemido por el esfuerzo—. Joder, ha costado. Ahora temo levantarme de la maleta y que explote.

—Los tacones eran innecesarios —señalé, y me senté en el borde de mi cama.

—No lo son si tienes una cena en una cabaña junto a otros empresarios. Eres la secretaria de Miles Wright, tienes que estar deslumbrante. —La fulminé con la mirada y ella alzó las manos—. Siempre lo estás, pero allí tienes que estarlo aún más.

—Sigo sin entender por qué Miles ha insistido en que nos desplacemos hasta su enorme casa en Monte Rainier y nos reunamos con algunos de los accionistas. Podríamos haberlo hecho en la oficina. —Estiré la mano para acariciar las orejas de Queen, mi querida perra. Sus ojos marrones me observaban atentamente—. Prométeme que me mandarás todos los días fotos y vídeos de mi Queen.

—Te lo prometo. Voy a cuidarla muchísimo.

Asentí con confianza a sabiendas de que iba a ser verdad y me tumbé. Pensar que en menos de veinticuatro horas estaría en un coche con Miles Wright y tendría que aguantarlo durante algo más de una hora y media de viaje me producía… dolor de cabeza. Como mínimo. Me resultaba terrible tener que estar encerrada con él en un espacio tan pequeño mientras un tenso silencio llenaba el ambiente. Porque Miles era incapaz de dirigirse a sus trabajadores si no era para hablar sobre negocios o estallar porque no habíamos hecho el trabajo a tiempo. Algo que no solía suceder. Todos éramos bastante eficientes.

Taylor se tumbó a mi lado y me miró.

—¿Qué te preocupa?

—Estar encerrada en un coche con mi jefe —respondí—. Se me va a hacer el trayecto larguísimo.

—Pues para mí no sería tan terrible. —Su voz sonaba divertida, y la miré con una ceja alzada—. Está buenísimo.

—No pensarías eso si estuvieras con él diez minutos a solas.

—Si tan terrible es, ¿por qué no has dejado el trabajo?

Suspiré y me incorporé sobre los codos.

—Me paga bien, me gusta mi trabajo y me pilla cerca de casa. Sé separar mi vida laboral de la personal.

—Me alegro por ti. —Taylor estiró la mano y acarició a Queen—. Yo sería incapaz de no devorar a Miles con la mirada si lo tuviese delante. Es la tentación personificada.

No respondí, y no porque no quisiese soltar un comentario mordaz sobre mi jefe, sino porque… tenía toda la razón.

Mi jefe era…

¿Cómo describir a un hombre que es capaz de hacer que hasta una estatua cobre vida y suspire por él?

Miles Wright era… diferente.

Y con «diferente» me refería a que no había ningún hombre como él. Era alto, cerca del metro noventa, con un cuerpo atlético al que le sentaban de maravilla los trajes de chaqueta que llevaba a la oficina. Con hombros anchos y una espalda amplia, la tela solía tensarse sobre él cuando se movía. Describir a Miles con palabras era no hacerle justicia. Sus ojos grises como el acero eran tan bonitos que a veces te preguntabas si realmente eran reales o usaba lentillas. Y no, no usaba lentillas. Al parecer los había heredado de su padre, quien solía presentarse en las oficinas una vez al mes.

—Tampoco es para tanto —susurré.

Mi amiga soltó una carcajada.

—Ya, claro. Y por eso pones esa cara de «es un maldito bastardo sexy». Supéralo. Tu jefe está bueno.

No, si eso ya lo había aceptado.

Miles me había corrompido para el resto de hombres. Pocos tenían su porte elegante y sus inmaculados gestos de cortesía. Sabía que Miles iba a ser el yerno perfecto cuando se casara.

—Lo tengo superado. —Mi estómago gruñó en ese momento y miré al exterior, donde ya comenzaba a anochecer. Tenía que sacar a Queen antes de que hiciera demasiado frío—. Voy a bajar a Queen a la calle. ¿Quieres que pidamos algo para cenar esta noche?

—No puedo quedarme hasta tan tarde, cariño —dijo Taylor, que se incorporó de la cama—. He quedado con Trey.

Oh, claro. No todos tienen la misma inexistente vida social que yo.

Sonreí, intentando no mostrar lo poco que me apetecía quedarme a solas en mi pequeño piso. Había pensado en cenar con Taylor y que se quedara a dormir.

Me levanté para ir con ella hasta la puerta. Mi perra nos siguió todo el tiempo y esperó impaciente a que le pusiera su arnés y su carrea para salir a la calle. Sin embargo, cogí las llaves de repuesto que había sobre el mueble de la entrada y se las di a Taylor.

—Aquí tienes las llaves.

—Mañana vendré a por ella después de trabajar y me la llevaré a casa. —Taylor me miró con tristeza a sabiendas de que odiaba separarme de Queen—. Disfruta, Mia. A Queen no le va a pasar nada. Son solo tres días.

Miré a mi perrita y sentí un pequeño pinchazo en el pecho.

—Me la llevaría…

—¿Para qué? Estoy yo para cuidarla. Además, ya sabes que no le sientan bien los viajes en coche.

Asentí, pues tenía toda la razón.

—Ten cuidado —dije cuando una corriente fría me golpeó de lleno—. No salgas esta noche. Hace mucho frío.

—Trey vendrá a casa, así que no saldremos ninguno de los dos. —Taylor estiró los brazos para rodearme con ellos y yo hice lo mismo—. Descansa. Mañana va a ser un gran día.

Se separó de mí y me guiñó un ojo. La vi marcharse por el largo pasillo de mi rellano hasta al ascensor. Me esperé a que las puertas de acero se abriesen y me despedí con la mano una última vez antes de cerrar la puerta.

Suspiré y miré a Queen, que movía la cola con rapidez.

Cogí mi abrigo azul marino que solo utilizaba cuando sacaba a Queen en invierno y me agaché para ponerle el arnés, la correa y su abriguito. Luego cogí mi móvil, que descansaba en el mueble donde habían estado las llaves, y me lo metí en uno de los bolsillos.

—De acuerdo, salgamos antes de que las temperaturas caigan aún más.

Unos quince minutos más tarde, cuando regresábamos de camino a nuestro bloque de pisos, Queen se paró en un árbol para olerlo. Miré a mi alrededor mientras esperaba pacientemente a que terminara y me sorprendió ver tanta gente en la calle con el frío que hacía. Tampoco ocurría que yo tolerara muy bien las bajas temperaturas.

Una farola parpadeó sobre mi cabeza y alcé la mirada. La ciudad se fue iluminando poco a poco como si fuera un árbol de navidad y hubiesen enchufado las luces.

En ese momento mi móvil sonó. Fue un pitido corto que me dejó saber que se trataba de un mensaje. Lo saqué del bolsillo y miré la hora. Eran las nueve de la noche, y había hablado con mi familia hacía unas tres horas, por lo que dudaba que se tratara de ellos.

Al desbloquearlo, el nombre que vi en la pantalla me provocó un ligero mareo.

«Miles Wright».

Toqué la pantalla para entrar en el mensaje.

Mañana a las diez de la mañana pasaré a recogerte. Miles W.

Puse los ojos en blanco. ¿Por qué demonios ponía su nombre al final del mensaje? Era un mensaje informal y me aparecía su nombre guardado, por lo que era innecesario.

Pero así era mi jefe, incapaz de no dejar claro que él era quien se dirigía a ti, como si debieses sentirte agradecida.

Lo dejé en leído y guardé el móvil. Estar tres días con mi jefe en una cabaña para reunirnos con los accionistas y engatusarlos para que soltaran dinero no era mi plan ideal. Prefería el trabajo de oficina. Reunirnos con los accionistas significaba hacerles la pelota —o al menos hacerles yo la pelota— para limar las asperezas que Miles levantaba con sus frías palabras. Si por él fuera, compraría las acciones y los echaría a patadas. Tenía dinero. Podía hacerlo. Lo malo era que su imperio se había construido a los pocos años de haberlo levantado, y él no había puesto todo el capital. Otras personas habían confiado en su buen ojo para los negocios y habían invertido en él, lo que había ayudado a que Wright Enterprises fuese actualmente la empresa líder en el sector informático.

Queen ladró, y bajé la vista.

—¿Ya? ¿Nos vamos a casa?

Mi perra volvió a ladrar y continuamos con nuestro camino. Cuando me enteré de esa famosa reunión y de que debía asistir estando de vacaciones, Miles me ofreció un buen extra que no pude rechazar. Con ese dinero iba a poder pagar el seguro del hogar y del coche sin preocuparme por nada. A pesar de su fachada de jefe serio, distante y un poco gilipollas, dentro de él había una persona trabajadora que se sacrificaba por su negocio y que trataba a sus empleados con respeto. Nadie en la plantilla se quejaba de su sueldo y de las horas de trabajo semanales, pero, a cambio, Miles exigía el máximo rendimiento. No permitía que ningún trabajador intentase escaquearse o estuviese con el móvil más tiempo de la cuenta.

Al llegar al portal de mi bloque de pisos, saqué las llaves para abrir y fuimos hasta el ascensor. Mi móvil volvió a vibrar y fruncí el ceño. ¿Quién sería esa vez? Al sacarlo, vi el nombre de mi jefe de nuevo.

Silver, espero que tengas hecha la presentación para la reunión.

Miles W.

Puse los ojos en blanco. Así era él, constantemente comprobando que todo estaba bien. No soportaba que algo saliera como él no lo esperaba.

Todo preparado, señor Wright.

Escribí esa respuesta con rapidez, y justo cuando pensaba bloquearlo, vi un nuevo mensaje.

Mañana no me hagas esperar.

Miles W.

Resoplé y me guardé el móvil. Si seguía mandándome esos mensajes, pensaba bloquearlo hasta el día siguiente.

Las puertas de acero se abrieron y Queen y yo salimos del ascensor. Ella comenzó a tirar para llegar a casa y supe que había pasado algo de frío. En cuanto abrí, fue directa a su cama del salón, donde se tiró y comenzó a revolverse entre sus mantas.

Fui hasta el sofá y me dejé caer. Me froté las manos una contra otra para entrar en calor y miré al exterior a través de la ventana. Ya era de noche, y, a pesar de ello, Olympia parecía un pequeño sol con todas las luces que había en la ciudad de los bloques de viviendas y los grandes edificios. Me gustaba vivir allí, conectada, cerca de todo lo que necesitaba.

Mi estómago gruñó, y recordé que no había cenado todavía.

Me incorporé y fui hasta la entrada, donde había dejado el móvil junto a las llaves. Pedí comida china y regresé junto a Queen, que se había quedado dormida. Estar sin ella tres días se me iba a hacer eterno… sin contar que iba a cambiar su compañía por la de mi jefe.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Una cosa era estar con Miles en la oficina, rodeado de otros compañeros, y verlo apenas un par de horas para que luego él se encerrara en su despacho y yo en el mío, pero otra cosa muy distinta era estar con él durante tres días seguidos viviendo bajo el mismo techo.

Tendréis habitaciones separadas, Mia, tranquila.

Sacudí la cabeza cuando noté que me empezaba a poner nerviosa ante el hecho de estar tanto tiempo con él. Encendí el televisor y vi una película que iba por la mitad. Intenté comprender de qué iba cuando, diez minutos más tarde, llamaron al telefonillo.

Aquí está la comida, pensé con alegría. Tenía tanta hambre que sentía que había un monstruo en el interior de mi estómago arañándome y exigiéndome que introdujera algo de alimento en mi cuerpo.

Pagué el pedido y regresé al salón, donde Queen me esperaba sentada en el sofá, esperando a que le diera su ración.

Puse los ojos en blanco y sonreí. Mi vida con Queen era perfecta. Nuestro pequeño hogar, nuestros momentos, nuestra complicidad… ¿Podía un perro ser tu alma gemela? Porque dudaba que fuera a conocer a alguien capaz de llenarme tanto como lo hacía ella.

Le corté un trozo del rollito de primavera y se lo tendí.

—¿Me prometes que durarás toda la vida?

Queen miraba la comida con ansias mientras la baba comenzaba a caer de su boca. Le di el trozo de rollito y yo me llevé a la boca otro trozo que me arrancó un gemido. Comimos con tranquilidad mientras el frío del exterior parecía ir a más. Las ventanas comenzaban a estar empañadas por el contraste de temperaturas. La estufa nos calentaba y nos mantenía pegadas la una a la otra. Cuando quise darme cuenta, ambas nos quedamos dormidas en el sofá, con los envases vacíos de la comida china y la televisión puesta.

Dormir con Queen me daba una sensación de seguridad y bienestar que me relajaba. La apreté contra mi pecho y terminé por abandonarme a los brazos de Morfeo.

2

Mia

Un segundo pitido terminó por hacerme poner los ojos en blanco mientras tiraba de mi enorme maleta con todas mis fuerzas. Quien me viese iba a pensar que me iba un mes en vez de tres días.

Maldita Taylor…

Mi mejor amiga me había metido en la maleta tantos vestidos sexis y tantos zapatos de tacón que iba a poder cambiarme cada tres horas y no repetir conjunto. Me preguntaba qué pijama habría escogido, porque yo me había centrado en la ropa interior y en el neceser del aseo.

Otro pitido más resonó en el exterior, y apreté los dientes.

—¡Ya voy! —grité en cuanto abrí con el pie la puerta del portal cuando toqué el interruptor.

Fulminé con la mirada a mi jefe, que tocaba el claxon mientras miraba por la ventanilla con seriedad.

Se señaló el carísimo reloj que llevaba en la muñeca, y bufé.

—¡Aún no es la hora! —repliqué mientras bajaba los escalones e iba hacia él. Me paré justo en la ventanilla del copiloto y saqué mi móvil—. Quedan diez minutos.

Él suspiró y salió del coche. Se recolocó la chaqueta negra que llevaba y avanzó hacia mí. Tragué saliva y contemplé cómo me cogía la maleta de las manos y se encaminaba con ella a la parte de atrás del coche. Cerró el maletero y me observó a través de sus gafas de sol, que, por cierto, le sentaban genial.

—Me gusta la puntualidad.

—Soy puntual —señalé con irritación.

Miles me abrió la puerta del copiloto, y cuando me incliné para entrar, un olor fresco y limpio penetró en mis fosas nasales. Cerré los ojos durante unos segundos y suspiré. Pasé tan cerca de él que mi hombro rozó su pecho y noté que algo cálido recorría todo mi cuerpo. No era nada nuevo. Miles causaba estragos en mí, pero también en el resto de la población femenina. Me lo tomaba como una de las muchas consecuencias de trabajar para él.

Me pasé las manos por mi melena de color azabache y cerré los ojos durante unos segundos.

La puerta del piloto se abrió y sentí su presencia de lleno, como si un tsunami me hubiese golpeado.

—Deja de hacer el ridículo. No es hora de dormir.

Contuve un gemido de frustración.

—No pensaba dormir —aclaré.

Él no dijo nada, solo arrancó el coche y encendió el navegador. Ver sus dedos moverse por la pantalla táctil no debería resultarme sexy, pero lo hacía. Me encantaban sus manos grandes y firmes. Me parecían lo más erótico que había visto en toda mi vida. Me las imaginaba sobre mi cuerpo mientras…

—¿Has traído la presentación?

Me sonrojé al percatarme de que me había pillado mirándolo fijamente.

Sacudí la cabeza para salir de mis ensoñaciones y metí la mano en el bolso para mostrarle el pendrive negro que había guardado hacía unos días. Me consideraba una mujer muy precavida y responsable. Si me mandaban algo para una fecha en concreto, por norma general lo tenía hecho para antes.

—Aquí está.

—Bien. —Fue su respuesta.