Sin límites - Emily Delevigne - E-Book

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Emily Delevigne

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Beschreibung

La vida de Bella es un desastre: ha sido descartada en su última entrevista de trabajo, su pez, Felipe, ha muerto después de acompañarla durante casi diez años y la parte trasera de su coche ha quedado destrozada por un golpe que le ha dado otro vehículo. ¿Lo único que la anima? Su mejor amigo, Alberto, quien le propone salir para olvidarse de todos sus problemas. A quien no espera encontrarse esa noche es a Logan, el chico del que estaba enamorada cuando era una niña. Logan se ha convertido en un reputado cirujano que ofrece a Bella un empleo temporal. ¿El problema? La química que surge entre ellos hace que, poco a poco y sin quererlo, ninguno de los dos quiera separarse del otro ni un solo minuto…

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Primera edición: septiembre de 2021

Copyright © 2021 Irene Manzano Pinto

© de esta edición: 2021, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-18491-53-5BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografía del modelo: Opolja/Depositphotos.com

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

1

—¡Oh, vamos! Alegra esa cara, Bella. Tampoco es para tanto, ¿no? Estoy segura de que encontrarás otro puesto de trabajo que se ajuste a tus características —le dijo su tía Luisa antes de girarse hacia su hija con orgullo.

Bella notó que la sonrisa que había forzado durante los diez últimos minutos comenzaba a flaquearle. Era incapaz de entender cómo su familia se alegraba tanto de que hubiese perdido la oportunidad de trabajar en uno de los mejores colegios de Sevilla, con un currículo casi impecable y mucho dinero invertido. Incluso sus padres parecían alegrarse.

Excepto su abuela Eleonora, que alzaba una ceja en un sutil gesto de desprecio.

Sin embargo, Bella repasaba todos y cada uno de sus pasos, aquellos que habían provocado que la entrevista de trabajo no fuera fructífera. La había hecho en francés, vestida con una de las faldas de su abuela y entrando en el colegio con el pie derecho. Sí, con el pie derecho. Según Eleonora, de esa forma era imposible que le fuera mal.

Y al parecer no le podía haber ido peor.

Por más que analizara meticulosamente sus acciones, no encontraba ningún fallo que hubiese llevado al entrevistador a elegir a su prima antes que a ella. Y pensar en la horrible falda que había usado para que le diera suerte, la de su abuela, no hizo más que aumentar su bochorno.

Bella observó a Lía, que aceptaba las felicitaciones de los miembros de su familia. Los abrazaba mientras una enorme sonrisa decoraba su bello rostro. Sabía que debía acercarse y felicitarla, pero sentía que su boca estaba llena de veneno, y se negaba a mostrar lo mucho que le dolía que todos hubiesen preferido que le diesen el puesto a Lía antes que a ella.

La bella Lía, de cabello rubio dorado y ojos azules, cuya altura sobrepasaba el metro setenta, parecía más una modelo que una profesora de francés, mientras que Bella había tenido la mala suerte de heredar el metro sesenta de su abuela. La más baja de la familia.

Sin embargo, aquello no había sido lo único malo que le había sucedido.

No, ni mucho menos.

Cuando había cogido el coche para ir a comprar al supermercado, otro vehículo le dio por detrás, en el parachoques trasero, y eliminó toda la pintura de su vehículo en la zona golpeada. Al salir para comprobar los daños, se percató de que la carrocería de esa parte estaba hundida.

Bella había cogido aire, en un fallido intento por calmar la ira y la desesperación que ardían en su interior. Se repitió varias veces que todo se debía a las obras de la calle y no a su mala suerte.

Tras haber rellenado los papeles junto a la otra conductora, con alguna que otra queja por su parte, regresó a su piso. Allí descubrió que su pez, Felipe, había fallecido después de acompañarla cerca de diez años.

Experimentó tanta tristeza que se había derrumbado en la entrada de su hogar, con las bolsas de comida a ambos lados de su cuerpo, los papeles del coche y el pequeño cuerpo de Felipe flotando en la pecera.

Y ahí estaba en ese momento, en casa de su tía Luisa. Deseaba marcharse y lamerse las heridas en la intimidad, donde no tuviese que fingir más.

Su abuela se acercó hasta donde ella estaba y le dio un suave codazo en las costillas.

—Esto es el colmo. ¿Por qué no te vas a casa?

—Creo que debería acercarme —susurró Bella, cansada—. Pero no me apetece. Aunque Lía no me ha hecho nada.

—No, no directamente. Solo seguir tus pasos cuando no sabía qué hacer.

Bella giró la cabeza para mirar a su abuela, cuyos ojos castaños brillaban de enojo y rabia.

—No es ilícito.

—A ti te ha pasado algo más; tienes los hombros hundidos y los ojos húmedos.

—Me han dado en la parte trasera del coche y Felipe ha muerto.

—Vaya…

Bella asintió con tristeza.

—Me temo que tus consejos no me han ayudado mucho —le musitó con un hilo de voz al ver que las arrugas de la frente de su abuela se acentuaban—. Ni entrar con el pie derecho ni ponerme tu falda de mil colores.

—Necesitas una limpieza de aura, cariño. Te ha mirado un tuerto —dijo su abuela con convicción.

Suspirando, Bella sacudió la cabeza.

—Creo que por ahora paso.

—Pues no deberías. Percibo tu aura un poco manchada; ¿por qué no vienes esta tarde a mi casa? Te prepararé galletas.

Alzando una ceja, Bella sintió que parte de su tristeza desaparecía al pensar en las deliciosas galletas de su abuela. Aún recordaba cuando su abuela las hacía tanto para Lía como para ella cuando regresaban de gimnasia rítmica. De pequeñas las dos primas habían estado unidas, o al menos la distancia entre ambas no era tan pronunciada.

Tras asentir, se inclinó para darle un beso en la arrugada mejilla.

—De acuerdo, pero tengo que irme pronto. He quedado con Alberto; hoy es jueves, y sabes que siempre nos vemos un rato.

—Ese chico va detrás de ti.

—¡Abuela! Es mi mejor amigo, y el año pasado babeaba por Lía, así que no lo creo. Tenemos los límites muy bien definidos.

—No sé si será suficiente con una limpieza de aura, quizá…

Antes de que su abuela prosiguiera, Bella cogió una profunda bocanada de aire y fue hasta su prima. Contempló dolida las miradas de su madre, Rosario, y del resto de su familia, brillantes de gozo y satisfacción mientras una muy feliz Lía no paraba de sonreír, triunfante y con un nuevo empleo que le permitiría mudarse a una de las mejores zonas de Sevilla.

No, la vida no era justa. Fue Bella quien encontró esa oferta de trabajo. Se lo había contado a su madre por la noche, con una nueva esperanza anidada en el pecho y una nueva motivación que diese un vuelco a su monótona vida. Sin embargo, al día siguiente su madre había ido con la buena noticia a Luisa, quien indudablemente la hizo llegar hasta Lía.

La traición que había sentido era similar a la de un cuchillo partiéndola en dos, dejándola fría y desamparada, con una herida sangrante que supuraba cada vez que veía a su familia.

Con un suspiro, Bella estuvo tentada de salir corriendo cuando los ojos azules de Lía cayeron sobre ella. Fingió la mejor de las sonrisas e ignoró las súplicas de su cuerpo por alejarse de allí.

Felicitó a la nueva trabajadora del colegio privado más exclusivo de Sevilla.

—Tienes mala cara. ¿Necesitas un abrazo?

Bella levantó la mirada del vaso de chocolate que tenía entre las manos y miró a Alberto. El calor de la bebida la alejaba del frío, que la sumía en una profunda desazón. Ni siquiera su abuela había conseguido restaurar parte de esa paz interior que siempre la había acompañado, y que era como un bálsamo en sus peores días.

Pues aquella tarde era inútil. Nada la calmaba, nada la sanaba. La ira, la injusticia y la tristeza le impedían avanzar, y la ahogaban en un llanto silencioso.

—No he tenido un buen día —musitó Bella con un hilo de voz. Contempló los árboles del parque de María Luisa, teñidos de tonos otoñales.

—Creo que, si te desahogas, aliviarás parte de tu carga.

Bella bajó la vista hasta su chocolate, huyendo de la mirada verde de Alberto. Temía que la suave brisa que se había levantado terminara por hacerla llorar.

—No me han cogido para la oferta de trabajo de la que te hablé.

—¿Ese colegio esnob?

—Ese mismo.

—¿Y por qué? Tienes un buen currículo, no consigo comprenderlo.

Eso mismo se decía ella cada vez que no accedía a un buen puesto de trabajo. ¿De qué servía tener un currículo impecable si se quedaba a las puertas? Siempre había alguien mejor que ella, más preparado y habilidoso.

—Han escogido a Lía —murmuró con voz ponzoñosa.

Alberto abrió los ojos de par en par.

—¿A Lía? ¿Ves? Te dije que no le dijeras nada a tu madre.

—¡Pero es mi madre! —saltó ella sin demasiada energía; luego contempló a un par de pájaros posados en una de las ramas más altas del árbol—. Quería compartirlo con alguien. Necesitaba compartirlo.

—Y te ha salido el tiro por la culata.

—Nunca mejor dicho —susurró Bella. Dejó el vaso del chocolate a un lado, apoyado en el banco—. No sé qué me ha dolido más: no ser escogida o ver la mirada de satisfacción de mis padres por lo de Lía.

—Es algo que nunca comprenderé —dijo Alberto antes de terminarse su café y tirarlo a la papelera más cercana—. Quizá fuese la falda de tu abuela. ¿Entraste con el pie derecho?

—Hice todo lo que ella me aconsejó, y nada ha servido.

—¿Qué es esta flor que tienes en el pelo? —Alberto le retiró una pequeña florecilla y algunos pétalos que había sueltos por su cabello.

—Antes de quedar contigo he ido a visitar a mi abuela. Me ha hecho una limpieza de aura. Cree que me ha mirado un tuerto.

—Oh, ¿te encuentras mejor?

—La verdad es que no —se sinceró Bella, hipando al batallar contra las lágrimas, que exigían derramarse—. Felipe ha muerto.

—¿Tu pez?

—Y eso no es todo: me han golpeado en la parte trasera del coche.

—Demonios, quizá sea cierto que te ha mirado un tuerto, Bella.

Tras asentir, Bella contempló el sol, que poco a poco parecía querer ocultarse entre los edificios. Era octubre y anochecía con premura, lo que a Bella le dejaba una sensación de desasosiego que la asfixiaba por las noches. A veces llegaba a la triste conclusión de que estaba sola, de que no tenía a nadie que comprendiera de verdad cómo se sentía… Menos Felipe, que la mayor parte de las veces la había mirado con sus redondos ojos a través de la pecera, haciendo gestos con la boca que parecían decirle algo. O eso había creído Bella; su abuela decía que eran estupideces y que no era nada más que un pez.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—No lo sé; el hecho de pensarlo hace que me sienta aún más deprimida. Solo quiero olvidarme del día de hoy.

—Desde luego, tienes razones de sobra para odiar al mundo —musitó Alberto sin dejar de observarla—. ¿Vas a seguir con tu empleo en el bar o te vuelves a vivir con tus padres?

—Dejé el trabajo pensando que me aceptarían en el colegio —murmuró Bella, abochornada—. Y prefiero cortarme un dedo antes que volver a casa y escuchar lo felices que están mis padres por Lía. Me buscaré algo. Tengo ahorros; puedo tirar de ellos durante varios meses antes de regresar con mi abuela.

Alberto intentó ocultar una sonrisa.

—La famosa Eleonora. ¿Estás segura de que quieres vivir con ella? Con todas esas muñecas que tiene, sus libros de conjuros…

—He dicho que solo sería así de ser estrictamente necesario. —Bella se estremeció al pensarlo—. Me niego a vivir el que se supone que es el mejor período de mi vida cortando ramitas y haciendo conjuros mientras Lía se forra.

—Hay gente que nace con suerte, y otras…

—… que no, y a ese grupo pertenezco yo —concluyó Bella, viendo cómo poco a poco se le acercaba una paloma.

—¿Qué hay de la que era tu mejor amiga en el colegio?

—Volvió a California junto a su familia.

—Oh, te iba a sugerir que trabajaras para ellos. Recuerdo que eran una familia adinerada y tenían una multinacional de tecnología.

—Sí, sí que lo eran, pero ni siquiera mantuve el contacto con ella. Era muy pequeña.

Un tenso y pesado silencio los envolvió. Bella se cruzó de brazos cuando un aterrador frío se apoderó de ella y heló cada centímetro de su piel. Pensar en su futuro la desconcertaba y le provocaba un vértigo en la boca del estómago que le impedía comer.

—¿Sabes? Creo que, hagas lo que hagas, te será imposible desconectar.

—En eso llevas razón —convino Bella.

—Vayamos a cenar a algún sitio bueno y olvidémonos de las obligaciones. Vamos, levanta.

Alberto la agarró de la mano y tiró de ella. Bella accedió y arrojó el resto de su chocolate a la basura.

—Ni siquiera te he preguntado qué tal te va. Soy una pésima amiga.

—No, no lo eres —le dijo Alberto mientras salían del parque—. Has tenido un mal día y necesitas que te escuchen. Yo he pasado por situaciones muy desagradables y nunca me has echado en cara que no te haya escuchado, así que hoy soy todo tuyo. Pasaremos una noche tan buena que te olvidarás de tu preciosa prima y de la dichosa oferta de trabajo. ¡Vamos!

Bella lo siguió durante toda la noche con pies de plomo. Cenaron en un restaurante japonés bastante caro y luego se marcharon a un pub irlandés donde tomaron una copa dentro del local, lejos del frío que se había levantado y de la soledad que parecía envolver las calles de Sevilla.

Por primera vez en mucho tiempo, Bella decidió tomarse una copa con alcohol, por lo que recibió una aprobadora mirada por parte de Alberto. Este se pidió un cubata de whisky bastante cargado que terminó por hacerle perder la poca decencia que tenía y llevarla hasta la pista del pub, donde había un par de parejas bailando.

Bella debía de tener muy poca cantidad de alcohol en las venas, pues le resultaba terriblemente bochornoso bailar. Alberto la pegó a su cuerpo y, tras pisarla unas cuantas veces, comenzó a seguir el ritmo de la canción. Bella suspiró y puso los ojos en blanco, incapaz de no contagiarse del buen humor de su amigo. Encontraba bastante divertidos sus intentos por querer cantar la canción, inventándosela y dando alaridos.

Bella soltó una fuerte carcajada antes de percatarse de que había un grupo de mujeres que miraban a Alberto con interés. Había una castaña bastante guapa que sabía que a él le gustaría. Contuvo una sonrisa y se acercó a su oído.

—Hay una mujer muy guapa que no aparta la mirada de ti.

Alberto alzó una ceja.

—Me importa un cuerno, hoy es noche de amigos.

—Mírala al menos, ahora cuando nos demos la vuelta. Te encantará, créeme.

Bella hizo que giraran de la forma más elegante que pudo y estuvo a punto de perder el equilibrio cuando sus pies se enredaron con los de él. Alberto, conocedor de su poca habilidad para bailar en pareja, los plantó firmes en el suelo y la agarró.

—Cierto, es guapa.

—Y te mira.

—Me está mirando.

—Pues acércate. Yo voy a tomar un poco el aire. Cuando vuelva quiero verte hablando con ella, ¿te enteras?

Bella se separó de Alberto con una sonrisa antes de irse al exterior, donde una bofetada de aire frío la recibió. Suspiró y vio cómo su aliento se convertía en una pequeña columna de aire que salía desde su boca. Sin embargo, agradeció el respiro, gracias al que podía dejar de sonreír y fingir que estaba bien, que se había olvidado del terrible día que se había cernido sobre ella.

Apoyada en una de las paredes del pub, contempló desde la distancia a alguna que otra pareja o grupos de amigos. Se movían hacia los bares para refugiarse del frío y pasar un buen rato.

Bella se alarmó cuando un pensamiento cruzó su cabeza: no había alimentado a Felipe en todo el día. Fue a moverse cuando la realidad cayó sobre ella: ya no tendría que ocuparse de él nunca más. Felipe la había dejado.

No llores, no es para tanto. Era un pez… Mi pez. Con un nudo de emociones que la asfixiaban, decidió que entraría en el pub para coger su bolso y despedirse de Alberto. Necesitaba marcharse a casa. Ya.

Se dio la vuelta y agarró el picaporte de la puerta para tirar de ella y entrar cuando una voz masculina y aterciopelada la paró.

—¿Bella Grande? ¿Eres tú?

Bella frunció el ceño cuando escuchó su apellido y se giró con extrañeza hacia el desconocido que se había dirigido a ella.

Se trataba de un hombre muy alto, fornido y de rostro bastante atractivo y varonil. Estudió sus ojos azules, mientras llegaba hasta ella un familiar recuerdo que no terminaba de distinguir.

—¿Te acuerdas de mí?

Bella lo estudió a conciencia, desde la recta nariz hasta sus sensuales labios. Se recreó en los huesos que formaban su atractivo rostro y en el vello incipiente que oscurecía su mandíbula. Sin embargo, no fue hasta que volvió a centrarse en sus ojos azules que consiguió identificar al dueño de aquella mirada felina.

—¿Logan?

Él sonrió y avanzó otro paso hacia ella, lo que provocó que tuviera que alzar la cabeza un poco más. Demonios, se había olvidado de lo alto que era. Debía de rozar el metro noventa sin problemas.

—El mismo. Te ha costado reconocerme —señaló Logan. Tenía las manos metidas dentro de su chaqueta de cuero.

—No mucho. Tienes los mismos ojos que Casie —dijo Bella con una inexplicable alegría que le calentaba el pecho—. Dios mío, cuánto has cambiado. Quiero decir, te recordaba enorme, pero no tanto.

Logan curvó las comisuras de la boca hacia arriba, sin despegar su mirada de ella.

Bella sintió que volvía a tener catorce años, que estaba en la enorme casa de Casie, encerrada en su cuarto mientras se entretenían con todos los juguetes que tenía. Y aun así, su atención siempre volvía al hermano mayor de Casie, Logan. Aquel chico alto y desgarbado que la había ayudado más de una vez cuando se habían metido con ella por su baja estatura y su cara llena de acné.

Recordaba los saltos que le daba el corazón cada vez que lo escuchaba con algún amigo, bajando las escaleras para marcharse a dar una vuelta. O la simpática mirada que le dirigía cuando la veía en el colegio y que provocaba que se le encendieran las orejas.

Y allí estaba el hombre en el que aquel chico alto y desgarbado se había convertido. Más alto, más fornido. Sus largas piernas estaban enfundadas en unos vaqueros oscuros. Estaba impecable, guapo a rabiar, y ella se preguntó adónde iría.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Bella.

—Vivo al lado. Estás en Nervión, y yo vivo justo en ese ático —le dijo señalando a sus espaldas un conjunto de pisos muy elegantes.

Bella alzó una ceja antes de estirar una mano y golpearlo en el hombro.

—¡Pero habíais vuelto a California!

—A pesar de que mis padres son estadounidenses, yo nací aquí, por lo tanto soy español, y puedo volver. Pero sí, nos marchamos. Yo volví hace tres años, aproximadamente. —Logan se tocó el hombro—. No recordaba que tuvieras tanta fuerza —bromeó.

Ella soltó una carcajada.

—No fui yo quien practicó kung-fu. Por cierto, ¿y Casie? ¿Qué ha sido de ella?

—Casie se quedó en California. No ha vuelto desde entonces, pero se alegrará de saber que estás bien.

Bella apretó los labios en una tensa sonrisa y asintió varias veces, moviendo apenas la cabeza. Tras coger aire, bajó la vista y la clavó en sus endemoniados tacones, que comenzaban a herirla en la parte baja de los dedos y en los talones.

—Podríamos quedar un día y ponernos al tanto de todo —le sugirió Logan.

Ella alzó la cabeza.

—Claro, me encantaría. Hace muchísimo que no te veo.

—¿Dónde trabajas? Podría pasarme un día a la hora del desayuno.

Bella notó que su sonrisa desaparecía de forma súbita. Recordó el motivo por el que se encontraba allí. Como si la herida de su pecho volviera a sangrar, ella se llevó una mano a la zona y se aclaró la garganta.

—Yo… Es una larga historia. Digamos que… estoy de baja. Sí, tengo unos asuntos que resolver.

Logan frunció el ceño, aunque tuvo la prudencia de no preguntarle nada.

—¿Estás sola?

—No, mi amigo está… divirtiéndose.

Él alzó una ceja. Bella estiró la mano para agarrarlo de la manga de la chaqueta y acercarlo hasta ella para pegarlo al cristal de pub. El enorme cuerpo de Logan tocó el suyo, y le llegó un olor masculino y especiado. Bella inspiró y cerró los ojos antes de señalarle con el dedo sobre el cristal. Alberto estaba de espaldas a ellos, y apenas pudo reconocerlo, ya que estaba en una de las esquinas casi en penumbra, besándose con la mujer que antes habían visto.

—¿Ves?

—Se lo está pasando bien, de eso no hay duda. Tengo la sensación de que lo conozco. —Él sacudió la cabeza—. Estaré equivocado. Entonces, ¿qué haces fuera?

—Necesitaba que me diera el aire —respondió antes de girarse y contemplar el oscuro cielo que envolvía la ciudad de Sevilla, repleto de estrellas que conseguían en cierta forma dar un toque cálido al frío firmamento—. La verdad es que me apetecía irme a casa, pero tampoco quiero cortarle el rollo.

—¿Quieres que te lleve? Tengo el coche en el garaje. Tardaremos cinco minutos.

—No te preocupes. —Bella hizo un gesto desdeñoso con la mano—. Llamaré a un taxi.

—¿Estando yo aquí? Ni en broma, vamos. Te llevo. Tú me guías. —Al ver que Bella seguía sin aceptar del todo su ofrecimiento, retrocedió unos pasos para alejarse de ella—. No me importa, en serio. Por tu rostro diría que has tenido un día difícil y quieres descansar.

Bella apretó los dientes antes de asentir. Sacó el móvil de su bolso y le escribió un rápido mensaje a Alberto. Sabía que, si le decía que deseaba marcharse a casa, él insistiría en acompañarla y echaría a perder una noche maravillosa junto a aquella despampanante mujer de melena castaña. Y ya la había acompañado lo suficiente aquel día para poder descansar de su función como niñera.

Al acabar, guardó el móvil y comenzó a caminar junto a Logan, rodeándose el cuerpo con los brazos cuando una fría brisa le acarició el rostro.

—¿Tienes frío?

—No —mintió ella—. Para nada. Qué noche tan bonita hace.

Logan alzó la mirada hacia el cielo y asintió.

—Sí, una noche preciosa.

—¿Tienes que madrugar mañana?

—Sí, pero hoy me costaba conciliar el sueño, así que decidí ir a tirar la basura a estas horas. ¿Quién iba a decirme que me encontraría a la mejor amiga de mi hermana?

—Estuvimos muy unidas de pequeñas.

—¿Qué tal está Eleonora? Aún recuerdo todas las limpiezas de aura que me hacía cada vez que te llevaba de regreso a su casa después de pasar el día con Casie.

Bella se sonrojó, aunque agradeció que la escasa luz de las farolas no iluminase su rostro lo suficiente como para que él lo notase.

—Me temo que sigue igual, con sus pócimas y limpiezas.

—Es única —afirmó Logan, alzando la comisura derecha de su boca. Su voz se había vuelto más masculina y ronca, pero Bella la encontraba muy atractiva para un hombre de su tamaño—. Quizá me haga falta una.

—Oh, no lo digas ni en broma —saltó Bella, y captó la atención de Logan—. Hoy me ha hecho una limpieza y me he presentado en Sevilla oliendo a plantas, con el pelo repleto de pétalos y flores.

—¿Cuál ha sido esta vez el motivo?

—Dice que me ha mirado un tuerto, que mi aura estaba algo oscura. —Bella se encogió de hombros. Ambos cruzaron un paso de peatones en silencio antes de que ella prosiguiera—. No creo que sirva para nada.

Logan la miró con el ceño fruncido antes de sacar las llaves y abrir la puerta de la entrada al bloque de pisos, que comunicaba con el garaje.

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Bella Grande? Te recordaba feliz y positiva, con tus dos largas trenzas y el vaquero repleto de parches. —Él le echó una apreciativa mirada—. Ya no queda nada de ella. Eres toda una mujer.

Bella permaneció callada, básicamente porque ya no quedaba nada de aquella niña en su interior. No fue hasta los diez años que comenzó a ser consciente de que toda su familia sentía cierta predilección por Lía, por su cabello dorado y por sus grandes ojos azules. Tierna y encantadora, sabía cómo ganarse a la gente. Al contrario que Bella, que batallaba consigo misma cada vez que tenía que pasar por una entrevista de trabajo. Sus habilidades sociales palidecían al lado de las de su prima.

Ambos entraron en el bloque de pisos y se dirigieron al ascensor. Logan pulsó el botón menos uno y bajaron en silencio.

Una vez estuvieron en el aparcamiento, él le señaló su vehículo. Bella silbó por lo bajo.

—Vaya… Menudo coche.

—¿Te gusta?

—Sí, aunque no me esperaba que te hubieses comprado uno de tantas plazas.

Logan apretó los labios en una tensa sonrisa antes de hacerle un gesto con la cabeza.

—Vamos, móntate.

Durante el trayecto, Bella agradeció que Logan hubiese puesto el calefactor, pues tenía las manos y la punta de la nariz congeladas. Apenas había coches en el trayecto de regreso hasta casa, pero recordar que Felipeno estaría allí para acogerla, mirándola a través del cristal de la pecera, le arrancó un tembloroso suspiro. Había estado acompañada por aquel pez casi los diez últimos años. Recordó cuánto disfrutaba cada vez que le echaba comida y él ascendía para capturar las escamas de alimento.

Estuvo a punto de abrir la ventana del coche y tirarse por ella cuando le vino otro recuerdo. El lunes tendría que llevar el coche al mecánico que le habían asignado para reparar el golpe que había recibido en la parte trasera. ¿Y si era verdad? ¿Y si la había mirado un tuerto? Nunca había creído en las palabras de su abuela, quien había encontrado una enorme pasión en el ocultismo tras la muerte de su marido.

Decidida a no pensar más en su mala suerte, se aclaró la garganta.

—Entonces, ¿ya no vuelves a California?

—Bueno, iré para visitar a mis padres y a Casie. Pero eso es todo. Sevilla es mi hogar. Me gusta Sevilla.

Bella asintió y lo miró. Se fijó en sus grandes manos, en lo elegantes que se veían sobre el volante. Llevaba un reloj plateado cuyo valor debía de ser bastante alto, aunque la chaqueta de cuero lo tapaba cuando bajaba los brazos.

Con una nostálgica sonrisa, recordó los buenos momentos que había pasado en la casa de Casie, todas las veces que la habían invitado a cenar, los calurosos veranos en la amplia piscina bajo aquellos frondosos árboles… Los Levine se habían portado de maravilla con ella, tratándola como otro miembro más de la familia. Cuando se habían marchado a California, Bella había sentido que le arrancaban un importante trozo de su vida. Se sintió sola y desestabilizada, sin ningún lugar al que pertenecer.

Otro fugaz recuerdo cruzó su mente. Su enamoramiento de Logan. Las miradas furtivas que le echaba cada vez que pasaba por su lado, la sonrisa cálida y tierna que le dirigía cuando la veía.

Al verlo de nuevo después de tantos años, se había llevado una sorpresa.

Nunca se habría imaginado que el guapo aunque desgarbado Logan se acabaría convirtiendo en un hombre adulto que casi rozaba los dos metros, y cuya devastadora sonrisa había ganado encanto y sensualidad con los años. No pudo evitar preguntarse si el paso del tiempo había sido tan generoso con ella como lo había sido con él.

No poseía la belleza angelical de Lía, ni su don de gentes, pero era diferente a su familia. Era la única que había salido a la rama de su abuela Eleonora. Morena y bajita.

—¿Qué hay de ti? ¿Deseando marcharte de España? Recuerdo lo mucho que insistías en irte a California.

—Yo solo quería estar con vosotros —admitió ella con una leve sonrisa.

—Lo sé, y sabes que para nosotros eras parte de la familia. Aunque no consigo comprender qué pasó entre tú y Casie para que os distanciarais.

—Perdimos el contacto. Éramos pequeñas.

Logan no parecía muy convencido con su explicación, pero asintió.

—Hay algo que no me cuadra —musitó él, y giró hacia la derecha cuando ella se lo indicó.

—¿El qué?

—Cuando tú eras una niña y yo apenas un adolescente recién entrado en la pubertad, me asombraba tu buen humor para afrontarlo todo. Siempre que te veía estabas sonriendo. Tus ojos brillaban y me saludabas desde lejos. Saltabas de un lado a otro y volvías a casa con un agujero nuevo en los pantalones.

Bella se sonrojó.

—Era un desastre.

—Eras luz, eso decía mi padre, y yo no podía estar más de acuerdo. En cambio, te veo unos cuantos años más tarde y pareces otra persona. Más apagada, más triste. Quizá habría sido buena idea que te hubieras venido a California —bromeó, lo que le sacó una sonrisa.

—Me tendrías que haber llevado con vosotros.

—Estuve tentado.

Bella soltó una suave carcajada.

—Habría sido genial.

—Tu madre se habría llevado un buen susto.

—Ni siquiera creo que hubiera notado mi ausencia hasta seis meses más tarde.

Logan alzó una ceja y la miró un instante antes de volver a concentrarse en la carretera.

—Siempre te acompañaba de regreso a la casa de tu abuela.

—Ella es la que me ha criado. Mis padres trabajaban hasta tarde. Los veía algunos fines de semana, cuando no se marchaban junto a Luisa y los demás a pasar el sábado y el domingo en el campo.

—¿Por qué no ibas con ellos?

—Prefería quedarme con vosotros. Tus padres me invitaban a todos los sitios a los que ibais.

—Oh, cierto.

—Es ahí mismo, ese bloque de pisos de ladrillo —le dijo antes de señalarle dónde vivía.

Logan paró justo enfrente y puso las luces de emergencia. Bella se colgó el bolso del hombro y se giró hacia él.

—Gracias por traerme. Y me alegro de verte —musitó con premura, deseando llegar a casa y caer en un reparador sueño que borrase la angustia y el dolor del día. Sabía que se comportaba de forma fría y distante, que, seguramente, unos días más tarde se arrepentiría de no haber pasado más tiempo con él para saber sobre Casie y su familia. Pero aquella noche se veía incapaz de mantener la compostura por más tiempo.

—Igualmente, cuídate.

Logan contempló cómo la delgada figura de Bella desaparecía al entrar en el bonito bloque de pisos en el que vivía. Llevaba la cabeza agachada y los hombros hundidos, como si todo el peso del mundo cayera sobre ella. Había notado desde el principio su imperiosa necesidad de querer volver a casa, retorciéndose las manos contra el estómago y rehuyendo su mirada. Bella podía haberse convertido en toda una mujer, pero la niña que había sido seguía dentro de ella, y eso le permitía saber que algo malo le había sucedido.

Apenas se había percatado de que era ella hasta que tiró la basura y miró justo la acera de enfrente, donde una mujer de baja estatura tomaba el aire, fuera del pub. La había contemplado con ojo crítico, y le había resultado familiar el color azabache de la melena y la forma en la que se ondulaba suavemente en las puntas. Sí, Bella había cambiado por completo. Poco quedaba de la niña que pasaba casi la mayor parte de los días en su casa, junto a su hermana Casie.

En su lugar, había una mujer de belleza inusual aunque atrayente.

Su melena oscura, que de pequeña había sido larga, se la había cortado a la altura de los hombros, espesa y brillante. La usual curva de su sonrisa seguía igual, pero había adquirido un toque sensual y femenino que la alejaba de la inocencia de la niñez. Sus labios eran finos, al igual que su nariz. En cambio, sus ojos pardos, iguales a los de su abuela Eleonora, seguían siendo un misterio para él. Durante su adolescencia, recordaba días en los que los veía completamente verdes, como un campo húmedo por el rocío de la mañana. En cambio, había otros días en los que le parecían más tostados, con un delicado tono marrón claro.

Y así seguían, aunque aquella noche lucían más verdes, quizá por las espesas y oscuras pestañas que rodeaban sus ojos. O quizá por el suave maquillaje que llevaba. Maquillaje que no había conseguido ocultar la tristeza de su mirada.

Desconocía si se equivocaba o no, pero apostaría lo que fuera a que el motivo de su desasosiego se debía a su familia; estaba seguro.

Logan quitó las luces de emergencia y luego metió la primera marcha para hacer el mismo recorrido de regreso a su hogar. Algo que durante todos aquellos años le había rondado la cabeza era qué sería de Bella Grande. ¿Seguiría con la misma relación extraña que mantenía con sus padres? ¿O habría puesto tierra de por medio? Sin lugar a dudas, a él le parecía la opción más acertada.

Logan dudó que volviera a ver a Bella otra vez, pues se había marchado del coche casi de un salto. Suspiró y decidió centrarse en la carretera. Su vida ya era lo suficientemente caótica como para preocuparse por una vieja amistad del pasado.

2

Una semana más tarde

Bella aligeró el paso al mirar una vez más su móvil y comprobar que llegaba tarde a la quedada con Alberto. Había salido temprano de su piso. Sin embargo, eso no había impedido que se encontrara con su tía Luisa, quien se tomaba un café con Lía en la cafetería de al lado de su bloque. Durante unos veinte minutos, tuvo que escuchar lo bien que le iba a su prima y lo aceptada que era en el contexto del colegio, tragando sus palabras como si de veneno se trataran.

Cuando pensaba que había conseguido sanar con respecto al tema del trabajo, su familia se encargaba de reabrir la herida, y volvían a dejarla confundida y desanimada. Deseaba pasar página y centrarse en sus futuras posibilidades profesionales, pero no podía. Algo se lo impedía, arrastrándola una y otra vez al punto de partida.

Cuando Bella vio a Alberto, suspiró. Estuvo a punto de llevarse por delante a una mujer al caminar más deprisa.

—¡Lo siento! Te prometo que he salido temprano.

Alberto alzó una ceja antes de envolverla en sus brazos.

—Me debes un café.

—Acepto ese castigo. ¿Dónde quieres?

—Sígueme. Han abierto uno nuevo a la vuelta de la esquina y estoy deseando probarlo.

—De acuerdo. —Bella asintió y lo siguió. Poco a poco recuperó un ritmo de respiración regular—. ¿Qué tal vas con la mujer que conociste en el pub? ¿Os seguís viendo?

Alberto torció el rostro en un gesto de malestar.

—Demonios, no. Incluso creo que repetir fue un tremendo error.

—¿Qué ha sucedido? Llevamos sin hablar tres días, y estabas bien con… ¿Lucía?

—Daniela —la corrigió, estremeciéndose al decir su nombre—. Ni me hables de esa mujer, prefiero olvidar nuestro último encuentro. Cada vez que lo pienso me entran ganas de vomitar.

Bella abrió los ojos de par en par, confundida ante su drástico cambio de opinión. Recordar aquella fatídica noche en la que ella había tenido el ánimo por los suelos la crispó. Sin contar su encuentro con Logan.

Aclarándose la garganta, se abrochó todos los botones de la chaqueta al sentir algo de frío.

—Bueno, ¿por qué tanta prisa por vernos hoy? No sueles dejarme cinco llamadas perdidas si tardo un poco más de lo normal en contestarte.

—Tengo buenísimas noticias para ti —le dijo Alberto. Luego le señaló la cafetería a la que quería ir, bastante coqueta y pequeña—. Es ahí. Cojamos sitio antes de que llegue alguien más.

Unos diez minutos más tarde, ambos habían ocupado la última mesa disponible del interior. Tras haber pedido sus consumiciones, Bella se quitó la chaqueta y la dejó a un lado junto a su bolso.

Contempló la exquisita decoración del local. Todos los muebles eran de color blanco roto, y las paredes estaban empapeladas de tonos pastel que le daban un toque relajante y formal. Había muchísimas ventanas que dejaban pasar la luz del sol, aunque las lámparas del interior iban a juego con el resto de la decoración.

—Te he conseguido trabajo —le soltó Alberto a bocajarro.

Bella sintió un repentino dolor en el cuello cuando giró la cabeza con brusquedad para mirarlo. Llevándose una mano a la zona, gimió.

—¿Cómo?

—Que te he conseguido trabajo, y bastante bien pagado. Quizá no sea definitivo, pero te servirá hasta que consigas entrar en un colegio. —Cuando Bella fue a hablar, él alzó la mano—. Lo sé, lo sé, me amas. Soy tu mejor amigo; solo es un pequeño favor. No tiene mayor importancia.

—Yo… No sé qué decir. ¿De qué va el trabajo?

—Cuidar niños. Bueno, en realidad una niña, pero habrá noches en las que tendrás que dormir allí. El padre es uno de los cirujanos más reconocidos del país, y suele estar viajando para dar conferencias, siempre y cuando no lo soliciten para alguna cirugía. ¿No es increíble?

—¿Y de qué lo conocías? —le preguntó Bella. Musitó un «gracias» cuando el camarero dejó los cafés en la mesa.

—¡Soy abogado! Conozco a todo el mundo en Sevilla. —Alberto resopló antes de echar un sobre entero de azúcar al café—. Mi cliente se está divorciando de su mujer, y en una de esas charlas matutinas que mantengo antes de enfrascarme en mi trabajo me soltó que necesitaba una niñera que cuidara de su hija y que le reforzara diferentes áreas de conocimiento: Francés, Matemáticas… Está en primaria, así que enseguida se me vino tu nombre a la cabeza.

Bella lo miró con los ojos abiertos de par en par, preguntándose hasta qué punto las palabras de Alberto eran verdaderas.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Es esta una de tus bromitas?

—No, para nada. Tan verídico como que estudié Derecho —le respondió Alberto antes de acercarse la taza a los labios. Al quemarse la lengua, soltó una maldición por lo bajo—. Le he dado tu número. Supongo que te escribirá un mensaje uno de estos días. Espero que no te importe… Pensé que te alegrarías.

—Para nada, te agradezco que hayas pensado en mí.

—Bien, pero no le digas nada a tu familia; tienen el inexplicable poder de fastidiar todos tus planes.

Bella contuvo una sonrisa antes de levantarse y abrazarlo. Quizá y después de todo, las cosas podrían ir a mejor. Saber que iba a acabar el año con trabajo era la mejor noticia que podía haber recibido. Sobre todo después de la muerte de Felipe y de su fracaso a la hora de acceder como maestra a uno de los mejores colegios de Sevilla.

Alberto le dio unos golpecitos en la espalda con suavidad.

—¿Sabes? Quizá la limpieza de aura que te hizo tu abuela hizo su efecto.

Bella se separó de él y volvió a su sitio, alzando una ceja.

—No digas eso ni en broma. Estoy cansada de aspirar humos, tener flores en el pelo y oír la constante voz de mi abuela cantándome en un idioma que desconozco.

—Diciéndolo así… Por cierto, ¿volviste a ver a tu amigo? Ese que te encontraste en el pub. No me contaste mucho más.

—No —le respondió ella con rotundidad antes de negar con la cabeza—. Tuvo el detalle de llevarme a casa, recordamos nuestra infancia y nos despedimos. Ya te lo conté hace unos días. No estaba para socializar, solo me apetecía taparme con la manta y olvidarme del mundo.

—Creo que alguna vez me hablaste de él; ¿el hermano de tu mejor amiga?

—Sí. Bueno, de cuando era una niña. Ni siquiera sé cómo reaccionaría si volviera a verla —le confesó, apretando los labios en un mohín—. Encontrarme a su hermano fue… raro.

—Ya veo, ya. —Alberto dio otro sorbo a su café antes de soltar un improperio—. ¡Mierda! Definitivamente no está tan bueno como pensaba.

—¿Quién te lo ha recomendado?

—Otro de mis clientes, y a este lo tenía en alta consideración con respecto a exquisiteces.

En ese momento, el móvil de Bella vibró. Resopló y lo buscó dentro del bolso con desgana, completamente segura de que sería su madre. ¿Con qué le saldría esa vez? ¿Otra buena noticia relacionada con su prima? ¿Alguna queja por no haberse pasado por casa después de aquella fatídica noche?

Lo desbloqueó y oyó de fondo las quejas de Alberto. Estuvo a punto de dar un salto en la silla al ver que se trataba del cliente al que Alberto le había dado su número.

—¡Ya me ha escrito!

Alberto dejó el café en la mesa y se estremeció.

—Asqueroso, es como agua sucia. —Al clavar sus ojos en ella, alzó una ceja—. Oh, ¿quién te ha escrito?

—¡Tu cliente! ¡Me ha mandado un mensaje! Me pide que quedemos mañana por la mañana para una pequeña entrevista. —Bella frunció el ceño al pensarlo durante unos segundos—. No sé hasta qué punto me gusta lo de la entrevista…

—¡No seas tonta! Solo no te pongas la horrible falda de tu abuela; huirá en dirección contraria al verte.

Bella respondió al mensaje antes de guardar el móvil en el bolso y suspirar. Las manos le temblaban por la emoción.

—¿Y si no le causo buena impresión?

—Él se lo perderá, y me encargaré de hacerle recordar la mala decisión que ha tomado. De todas formas, mi cliente es bastante perspicaz, y dudo que pase por alto el potencial que tienes. Y ahora, dime que no te vas a tomar ese café. Vayamos a otro sitio; me están entrando náuseas.

Ella puso los ojos en blanco ante sus dramáticas palabras, pues dudaba que aquella cafetería fuese tan mala y, al mismo tiempo, no tuviera ni una sola mesa libre. De hecho, muchos otros clientes recién llegados se daban la vuelta al percatarse de que no quedaba ningún sitio libre.

Cogió su café, y apenas le había dado un sorbo cuando un sabor amargo y quemado le inundó el paladar.

—Vale, tienes razón —acordó ella. Sacó algo de dinero y lo dejó encima de la mesa—. Ahora marchémonos a otro sitio.

Bella regresó a su piso alrededor de las ocho y media de la tarde, con el estómago vacío después de que Alberto se hubiese tenido que marchar para atender un caso de emergencia. Ni siquiera les había dado tiempo a sentarse y pedir sus consumiciones cuando su mejor amigo le había dirigido una sonrisa de disculpa antes de esfumarse. Y en todo ese tiempo, Bella había caído en la cuenta de que ni sabía el nombre de la persona con la que se encontraría, ni tenía una idea sobre su aspecto que la ayudara a diferenciarlo.

Más que una entrevista de trabajo, parece una cita a ciegas, se dijo con humor antes de sacar las llaves del bolso.

Una vez en el ascensor, cuando las puertas se abrieron, Bella salió y se dirigió hacia el interruptor de luz más cercano, pues difícilmente sería capaz de introducir la llave en la cerradura con tanta oscuridad. Sin embargo, no fue hasta que el pasillo se iluminó que vio a su prima Lía esperando en la puerta de su hogar, con una bolsa de comida y un bonito jersey que contrastaba con su melena dorada.

Sorprendida, sus ojos se abrieron de par en par.

—¡Lía!

—Oh, hola, Bella. Te he estado llamando, pero no respondías.

Sí, eso era verdad, y Bella no lo había hecho porque no le apetecía en absoluto hablar con ella. Cada vez que la veía, recordaba lo injustas que habían sido las circunstancias que le habían hecho perder la oportunidad de trabajar en un colegio.

—Lo siento, he estado ocupada. ¿Llevas mucho tiempo esperando?

—No, solo diez minutos. —Lía alzó la mano en la que llevaba la bolsa blanca. Desprendía un delicioso olor a pollo frito—. Traigo comida. He pensado que sería una buena idea cenar juntas.

Bella asintió varias veces de forma mecánica antes de abrir la puerta de su hogar. Luego le hizo un gesto para que entrase. En unos quince minutos, preparó la mesa para que Lía sacara toda la comida que traía: pollo frito, patatas fritas, salsa y unas bolas de queso deliciosas. No le hizo falta preguntar dónde lo había comprado: la tienda de comida casera de abajo era bastante famosa, y rara vez no tenía una enorme cola de clientes esperando su turno.

Lía no apartaba sus ojos de ella, en silencio, hasta que por fin pareció animarse a hablar.

—Yo… Tengo una noticia que darte.

Bella alzó una ceja mientras masticaba.

—De acuerdo, tú dirás.

—¿Te acuerdas de Moses?

—¿El estadounidense con el que salí el tercer año de facultad?

Lía se sonrojó antes de asentir.

—Sí, ese mismo.

Bella suspiró, esperándose la inminente noticia.

Si era del todo sincera, no había salido con él, pero no porque ella no quisiera. Moses le había dejado claro desde el primer momento que no quería nada serio con ella, que ambos tendrían total libertad para irse con otras personas donde y cuando quisieran. Lo malo había sido que la inocencia e ignorancia de aquel momento la habían hecho hacer oídos sordos a su advertencia, y había decidido acostarse por primera vez con un hombre que no la miraba ni dos veces al entrar en la clase.

Pero Bella se había encaprichado de su pelo rubio corto, de sus ojos azules y de su hermoso rostro, y no se lo había pensado antes de invitarlo a casa de sus padres.