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Irina Maxwell es una reconocida modelo internacional que disfruta de su apacible vida junto a su hija Amy. De origen humilde, ha luchado mucho por darle a su pequeña un buen hogar, alejada de los hombres y de los múltiples problemas que causan… hasta que Dorek Nowak decide cruzarse en su camino una vez más. Pícaro y terriblemente seductor, el marine Dorek solo tiene un objetivo en mente: derribar las barreras que Irina levanta cada vez que lo ve. Para ello no dudará en utilizar las más tentadoras estrategias, dispuesto a todo por conquistarla.
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Seitenzahl: 180
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Primera edición: julio de 2024
Copyright © 2017 Irene Manzano Pinto
© de esta edición: 2024, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]
ISBN: 978-84-10070-21-9BIC: FRD
Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografía del modelo: Fxquadro/depositphotos.comImagen de interior chapa: Imagen de @freepikImagen de interior zapato: Imagen de @freepik
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
Índice
1
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9
10
Agradecimientos
Contenido especial
Para Coco.
—Descríbeme en dos palabras cómo es tu vida, Irina Maxwell.
Irina miró detenidamente a la periodista que le hacía la entrevista, cuyo cabello oscuro parecía dibujado por un experto dibujante. Si hubiese tenido que ser sincera, habría dicho que su vida era «simple» y «aburrida», pero eso no era lo que deseaban de ella. Irina, como modelo internacional que era, tenía que proyectar una gran imagen de sí misma. Independiente pero no demasiado, fría pero no tan distante y solidaria, aunque evitando pronunciarse políticamente. Y seguridad. Mucha seguridad.
Deseaba soltarse, dejar de ir tantas horas al gimnasio, de tener demasiados viajes, dietas estrictas o de intentar ser perfecta.
De todas formas, pensaba retirarse. Era demasiado joven —aún no tenía los treinta—, pero aquel mundo de la moda la estaba consumiendo, tanto que a veces apenas disfrutaba de tiempo libre. Necesitaba no tenerlo todo planeado, necesitaba la imprevisión en su vida, la irregularidad.
Forzando una sonrisa, se echó su oscuro pelo hacia atrás.
—Se me vienen muchas palabras a la cabeza, pero creo que escogería «felicidad» y «libertad». Estoy en uno de los mejores momentos de mi vida —dijo escuetamente.
—Gracias por todo, Irina.
—A vosotros.
Salió del gran edificio con rapidez y se puso las gafas de sol. No, seguramente no la reconocerían, pero siempre había tenido los ojos muy sensibles a la luz. Miró el reloj de su muñeca y fue lo más rápido que pudo a La cafetería de Tay, donde había quedado con sus amigas. Aquella cafetería pertenecía a una de sus mejores amigas, Taylor, y habían decidido quedar allí.
El negocio de Taylor iba tan bien que la joven había contratado personal suficiente como para no tener que estar metida allí todo el día. Además, en su sexto mes de embarazo, Kevin, su novio, tampoco quería que se esforzara mucho. Hoy les diría a todas si se trataba de un niño o niña, aunque Taylor ya decía que estaba segura de que era niña. Por otra parte, la boda de Andrea, la otra mejor amiga de Irina, sería en apenas un mes. La había adelantado para que Taylor pudiese estar en ella lo más cómoda posible.
Andrea estaba luchando frenéticamente por coordinar todo. Con una sonrisa, Irina pensó en el futuro tan brillante que le esperaba a su amiga. Al menos le quedaban la rubia y elegante Violette y la singular Grace, las nuevas amigas que se habían unido al grupo que en un principio formaban Irina, Andrea y Taylor. La independiente y fría Grace no deseaba a nadie en su vida. Para ella, los sentimientos no conseguían más que traer problemas, y ella deseaba tener una vida muy tranquila. Por su parte, Violette era un alma sencilla, y estaba locamente enamorada de su marido, Duncan. Este último, al igual que Kevin, el novio de Taylor, y Scott, el prometido de Andrea, eran marines, y amigos además. El grupo de amigos marines lo completaban Bryan y Dorek. Dorek…, con quien Irina había tenido algún acercamiento que no había llegado a más.
Cruzó un paso de cebra y las vio sentadas en la terraza del local, tomando algo y charlando animadamente. Taylor fue la primera en verla.
Alzó una mano.
—¡Ira, estamos aquí!
Todas se giraron y sonrieron. Violette tenía a Pearl, su perrita chihuahua, entre sus piernas, quien ladró de forma muy esporádica al verla también.
Llegó hasta ellas y se sentó entre Andrea y Taylor. Dejó su bolso al lado, en una silla libre, y suspiró.
—Ya estoy aquí. Perdonad la tardanza.
—No te preocupes, cariño. Hemos pedido ya. Para ti, un latte.
Irina asintió con una sonrisa.
—Estupendo, gracias.
—¿Qué tal ha ido la entrevista? —Andrea dejó un pequeño cuaderno sobre la mesa, cerrándolo—. ¿Ha sido muy pesada?
—Para nada, ha ido más rápido de lo que pensaba. La campaña de trajes de baños y complementos está yendo genial. Además, no me han preguntado sobre mi vida personal, por lo que… —Sonrió a Andrea y señaló el cuaderno—. ¿Qué es?
—Oh, ¿esto? Los contactos para mi boda. Peluquero, flores… Es una locura todo lo que hay que preparar.
—Puedo darte el número de Anthony. —Violette dio un sorbo a su té—. Él fue el que preparó la mía. Con él no tendrás que preocuparte de nada, aunque… cobra algo caro. ¿Quieres el número? Eso sí, no creo que tu boda quede mejor que la mía —dijo seriamente.
Taylor puso los ojos en blanco.
—Creo que sobrevivirá.
—Le diré que vas de mi parte, así te hará un descuento. —La elegante rubia le guiñó un ojo—. Soy una clienta exclusiva.
Andrea aguantaba la risa, intentando parecer seria.
—Muchas gracias, Violette. Lo llamaré mañana entonces.
—Por cierto, ¿soy la única que está tan mal con la alergia? —Grace habló por primera vez, luciendo unos ojos lacrimosos—. Estoy asqueada con el polvo y el polen. Las pastillas no hacen efecto. Cambiando de tema, me gustaría deciros que en unos meses voy a hacer la presentación de mi nuevo libro; ¿vendríais alguna?
Irina la miró con los ojos como platos.
—¡Por supuesto! No nos habías dicho nada.
—¿Qué guarrada has escrito ahora? —Taylor sonreía—. Oh, no me digas, un bombero cañón con problemas para apagar un fuego…
—Buena idea, pero no. —Grace sonreía con picardía, mordiendo la pajita de su batido de helado de chocolate—. Marines.
—¿Marines? —Violette la miró fijamente durante unos segundos—. ¿En serio?
—Sí, porque a las mujeres nos encantan los hombres con uniformes, a casi todas. Y los marines son como los orgasmos. Poco duraderos pero muy satisfactorios. —Grace abrió su bolso cuando el móvil comenzó a sonar—. Perdonadme; espero una llamada de mi padre.
—Por supuesto. —Andrea asintió.
Al alejarse, Taylor la contempló con una ceja alzada mientras se acariciaba la barriga, que había aumentado bastante en dos semanas. Llevaba una camiseta blanca de premamá y unos vaqueros que acentuaban sus nuevas curvas. Según ella, una de las muchas cosas buenas del embarazo eran el aumento de los pechos y las caderas, y a Taylor, de por sí delgada, le encantaba estar más rellenita. Lo que Irina no le había dicho era que los pechos se quedaban muy estropeados y que no volvían a ser los mismos. No, definitivamente no.
No quería echar a perder su espléndido momento.
—¿Sabéis qué? Algo me dice que hay gato encerrado con Grace.
—¿Gato encerrado? —preguntó Violette.
—Creo que entre ella y Bryan ha habido… algo.
—¿Algo?
Taylor soltó una maldición que hizo girar todas las caras hacia ellas. Había perdido la paciencia.
—¡Demonios! ¿Cómo voy a hablar bien si no me entiendes?
—Lo estás haciendo genial, cariño. —Andrea sonrió—. Sigue.
—Han follado. Lo sé. Lo huelo.
—Yo no huelo a nada. —Violette parecía enfadada. Su perrita ladró antes de cerrar los ojos y quedarse dormida—. ¿Soy la única?
Suspirando, la embarazada continuó.
—Cuando Kevin y los demás se fueron a la última misión, le pregunté a Grace si echaba de menos a Bryan.
—¿Y qué dijo? —Irina, sin poder contener su curiosidad, se acercó más a ella.
—Que no, que no está enamorada. Pero lo dijo de verdad, como si todo le diese igual.
—Bueno, es que no todo el mundo se quiere enamorar, Tay. —Andrea llamó al camarero con la mano—. Está centrada en su carrera como escritora.
—¿Y tanto gana como para poder vivir de ello?
—Suele estar en altas posiciones de ventas. —Andrea se encogió de hombros—. Podríamos preguntarle.
Grace volvió en ese mismo momento, sonriendo plácidamente. Ese día se había rizado el pelo, y, echándoselo hacia atrás, las miró entrecerrando los ojos. Cualquiera que la hubiese visto habría dicho que había estado tomando el sol o sesiones de rayos ultravioleta. Su olivácea piel brillaba bajo los rayos del sol.
—Esta noche trabajo hasta tarde. Pensaba quedarme durmiendo en casa, pero bueno…
—Yo debería irme —dijo Irina de repente mientras dejaba atropelladamente unos cuantos billetes sobre la mesa—. Tengo que recoger a Amy.
—¿Tan pronto? —Andrea bufó—. Pensaba que comeríamos todas juntas.
—Prometo apuntarme la próxima vez. —Sonriendo, dio un beso a todas sus amigas. Luego miró nuevamente el reloj de muñeca—. Lo siento de verdad.
Irina se fue con rapidez sin mirar atrás, cruzando un semáforo en rojo para los peatones, lo que fue seguido por el pitido de un coche que había tenido que frenar. Sentía la mirada de sus amigas en la espalda, pero la cosa era que había visto a un grupo de hombres altos, casi todos morenos menos uno de ellos, y estaba segura de quién se trataba…
Se comportaba como una niña. Lo sabía. Pero la mejor forma de seguir con su tranquila vida era mantenerse alejada de Dorek. Oh… Dorek, aquel marine de ascendencia polaca. Con su cálida mirada siempre siguiéndola a todas partes. O su pelo rubio, tan brillante que muchos modelos masculinos matarían por tenerlo… O sus fuertes brazos cubiertos de aquel vello arena… O su ancha espalda… Dorek era su tentación personalizada. Y no había nada que ella pudiese hacer para evitarlo.
Bueno, sí… Correr.
Lo que estaba haciendo en ese momento.
Las cosas no podían ser tan fáciles como él quería hacerlas parecer. Irina llevaba mucho vivido, sobre todo con los hombres. Si ya de por sí su vida no hubiese sido fácil con un padre que la abandonó al cumplir los tres años, ser criada por una estricta mujer de California debería haber sido un delito. Su madre, enfadada por el abandono de su padre, había intentado hacer de Irina una mujer fuerte e independiente que no necesitase la compañía masculina.
Irina siempre se había preguntado dónde podría estar su padre y si realmente habían sucedido las cosas tal y como las contaba su madre.
Ella quería oír las dos versiones.
Estirando el cuello de un lado a otro, tuvo la sensación de tener un par de ojos aún siguiendo sus movimientos.
Anduvo durante veinte minutos hasta llegar a la guardería. Con casi cuatro años, Amy era el fruto de una relación que no había salido nada bien con un español, Carlos, y quien, de hecho, ya había rehecho su vida con otra mujer. Ahora, afortunadamente, se llevaban bien por el bien de Amy. Irina a veces envidiaba la rapidez con la que algunas personas conseguían olvidar a otras, hacer sus vidas y no mirar atrás. Ella cometía el enorme error de mirar atrás una y otra vez.
Natalie, una de las profesoras de la guardería, estaba en la puerta. Eran tres hermanas que habían ganado una buena fama en apenas unos años. Su profundo amor y comprensión por los niños, además de las buenas críticas, habían convencido a Irina para tener allí a su hija.
Natalie sonrió.
—¡Irina! Vienes antes de lo normal.
—He terminado por hoy. ¿Amy se ha portado bien?
—Genial, como siempre. Hemos tenido clase de español. Hoy venía la chica de Barcelona, ¿te acuerdas de ella?
—Claro. —No, no se acordaba para nada. Hizo un esfuerzo mientras seguía a Natalie al interior del pequeño colegio.
Si hubiese tenido que describir cómo era el centro, las palabras habrían sido «cálido», «acogedor» y «colorido». Los pasillos estaban iluminados por ventanas y claraboyas que dejaban ver el cielo azul, aunque podían taparse con toldos. Las paredes estaban decoradas con los dibujos de los niños y niñas, e Irina reconoció uno de Amy. Con una sonrisa, saludó a la chica que se encontraba en la recepción, organizando cientos de papeles.
A continuación vio las puertas que dividían las distintas clases. Por los cristales vio desde los más pequeñitos, apenas dos años, hasta los de seis años. Finalmente llegó a los de tres y cuatro. No necesitó mucho tiempo para buscar cuando vio el pelo rubio de su hija.
Cuando la profesora abrió la puerta, la atención de todos se enfocó en ellas.
—¡Mamá!
—Amy, hoy te vas antes. Tu mamá está aquí. Recoge tu sitio y coge tus cosas, cariño. Perdona la interrupción, Victoria.
La profesora de español sonrió. Irina no conseguía recordarla, aunque sus ojos casi negros le parecieron familiares.
—No te preocupes, ya casi hemos acabado. Amy va muy adelantada, ¿verdad?
—Sí. —La dulce voz de su hija la embriagó, estremeciéndola.
En poco más de dos minutos salió del centro de la mano de su hija. El sol de primavera impactaba contra ellas, calentándolas.
—¿Qué has hecho hoy?
—Hemos repasado los saludos en español y luego hemos estado haciendo…
Irina escuchaba con atención a su parlanchina hija cuando, al pararse en un semáforo en rojo para los peatones, trastabilló con los tacones blancos que llevaba. Una cálida mirada parda derretida estaba clavada en ella. Cerró los ojos y apretó los párpados, segura de haber visto mal.
Iba a abrirlos cuando…
—Oh… ¡Mamá, mamá! ¡Es Dorek, es Dorek! ¡Mira! ¡Qué de tiempo sin verlo! ¡Viene a saludarnos!
El semáforo se había puesto en verde para los viandantes, pero Irina no cruzó. Tenía la suficiente educación como para no hacerle un desplante a Dorek Alzando la cabeza y tensa como la cuerda de un violín, se obligó a sonreír cuando lo vio caminar hacia ellas, con las manos metidas dentro de los bolsillos de los pantalones negros.
Por todos los santos, qué guapo era…
Su pelo rubio estaba revuelto, como si se hubiese pasado las manos varias veces por él. Llevaba una camiseta blanca que marcaba todos y cada uno de sus trabajados músculos y que hacía que más de uno se girara para mirarlo. Y su forma de andar tan felina…, los anchos hombros, los fuertes brazos cubiertos por vello dorado… Maldición, incluso la forma en que los rayos del sol incidían sobre él. Ninguna portada de revista podía conseguir tal perfección. Era todo lo que una mujer quería.
Curvó las comisuras de la boca hacia arriba.
—¡Dorek! —Amy se lanzó a sus brazos.
Él la cogió y la subió sin ningún problema sobre sus hombros, colocando cada pierna a cada lado de su cabeza.
—Pero bueno, ¿quién es esta chica tan guapa? ¡No será Amy! Has crecido mucho.
—Te hemos echado mucho de menos, Dorek.
—¿Tu mamá también? —La ronca voz del hombre la confundió.
—Las dos —dijo Irina con sinceridad, sonriendo relajadamente—. Hemos estado ocupadas. Solo eso.
—¿Sí? Entonces, si os invito a comer, supongo que me diréis que sí. No soportaría irme sin estar un rato más con vosotras. Incluso os dejo elegir.
Irina frunció el ceño, sorprendida ante la inesperada proposición. Amy no tardó en exclamar efusivamente muchos «sí» antes de mirarla fijamente con sus grandes ojos tostados. Si decía que no, acabaría siendo ella la bruja del cuento y su hija dejaría de hablarle las horas siguientes.
No se sintió enfadada: sabía que Dorek quería algo con ella. Lo había dejado claro desde la primera vez que lo había conocido, cuando Scott y Andrea se reencontraron. Lo malo era que no sabía exactamente para qué, y, además, Irina cogía demasiado cariño a la gente. No pasaría por aquella transición.
Sin salida, asintió.
—De acuerdo, si es lo que quieres…
—Por supuesto, insisto.
—¿Adónde nos vas a llevar? —preguntó Amy sin bajarse de sus hombros.
—Cariño, bájate. Vas a hacerle daño.
—¿Estás bromeando? Apenas la siento.
Comenzaron a andar. Ella lo seguía, observando las bromas que compartía con Amy. Tenían tanta química… Ira frunció el ceño. Ella nunca había tenido esa facilidad para hablar con los hombres. Se trababa, perdía el hilo de la conversación o incluso acababa nerviosa, pensando si lo que decía tenía sentido. Su idioma materno era el ruso, y aunque tenía un inglés fluido, temía no dominarlo nunca del todo.
Tenía muy pocos recuerdos de su padre. Había sido un comandante ruso que, tras conocer a su madre de vacaciones, había decidido tener una familia hasta que, un día, se había ido. Desaparecido. Sin explicaciones. Le había pasado a su madre la pensión sin retraso alguno, pero poco más. Ni fue a ver a Irina ni preguntó por ella nunca. O eso es lo que Irina había vivido. No iba a mentir: tampoco había sido duro para ella, y menos cuando su madre, Katherine, había hecho todo lo posible por hacer de ella una mujer fuerte.
Desgraciadamente, no lo había conseguido.
Todas las mujeres de la familia de Irina acababan solteras y con hijos. Ella no quería eso, pero definitivamente tampoco quería pasar por echarse un novio y que finalmente este no quisiera estar con ella de un día para otro.
Actualmente su madre estaba conociendo a un hombre a través de una aplicación de citas, y parecía ir todo bien, si bien su madre iba con pies de plomo.
—¿Qué te parece, Irina?
La aludida sacudió la cabeza y los miró.
—¿El qué?
—Ir a un restaurante italiano. Me muero de ganas por ir, y Amy piensa lo mismo. ¿Te parece bien?
—Oh, claro, por supuesto. Me encanta la comida italiana.
—Es ese de ahí —señaló Dorek con un gesto de cabeza.
Se trataba de un gran local con la bandera de Estados Unidos y la de Italia en la puerta. De ladrillo de color verde oscuro, se veía elegante y caro. Muy caro. Y aunque ella podía perfectamente permitírselo, que Dorek las invitase no le parecía del todo bien. Los cristales pulcramente limpios dejaban ver el interior perfectamente, con mesas oscuras de madera y manteles blancos que hacían un precioso contraste.
Un toldo verde los recibió y dio paso a que dejaran de sentir los rayos del sol sobre el rostro. Dorek bajó a Amy de sus hombros y la cogió de la mano. Nada más entrar, un camarero moreno de ojos verdes les sonrió.
—Dorek, qué alegría verte. Veo que vienes muy bien acompañado.
Amy soltó una risita antes de sonrojarse.
—Vengo acompañado a mi reserva; espero que no suponga ningún problema —dijo con una sonrisa.
—Para nada. Os enseño vuestra mesa.
El suelo era de parqué barnizado que deslumbraba incluso más que las ventanas. El increíble olor a pasta italiana llegó hasta Irina. Su estómago rugió con fuerza, aunque no se escuchó por la suave música que los rodeaba. Había muchísimas personas comiendo, desde parejas y amigos hasta familias. Ellos parecían una, se dijo mirando de reojo cómo Dorek iba de la mano con Amy.
La conexión entre ellos era muy profunda. Quizás se debía al aura de tranquilidad que el marine desprendía, lo que conseguía que los niños y las personas en general confiaran en él.
Llegaron hasta una mesa que daba a un enorme jardín con un patio de piedras y una fuente. Irina llevaba años frecuentando esa zona y nunca se le había ocurrido ir allí. La fuente tenía forma de ola de mar y una sirena en medio. Refrescaba la zona.
—¿Qué te parece? —Dorek le retiró la silla para que se sentara.
—Gracias. —Le sonrió—. Me encanta.
—Me alegro. —Hizo lo mismo con Amy—. Es uno de mis restaurantes favoritos. Os va a encantar la comida.
—La verdad es que…
Irina dejó de hablar cuando le pareció escuchar la voz de Taylor. Miró hacia la puerta y allí estaban todas sus amigas, acompañadas por Kevin, Scott, Bryan y Duncan. Frunciendo el ceño, sonrió con incredulidad. ¿Qué demonios hacían allí? De repente, se vieron rodeados de todos ellos. Vio cómo Dorek negaba con la cabeza antes de darle un puñetazo juguetón a Kevin en el hombro.
—No puedo deshacerme de vosotros.
Se encargaron de hacer que unieran más mesas para sentarse todos juntos.
—Ha sido casualidad —aseguró Taylor—. Pero no te preocupes, Dorek, que te vas a sentar al lado de Irina.
—No seas grosera, Tay. —Andrea cogió sitio entre Scott y Violette—. Nosotras te dejamos en paz cuando estabas detrás de Kevin.
La rubia puso los ojos en blanco.
—Eso no quiere decir que yo tenga que ser igual.
—Compórtate. —Grace sonreía—. O al menos inténtalo.
Taylor puso los ojos en blanco.
—Oh, demonios, dejad de mirarme.
—Deberías dejar de gritar —le dijo Irina.
—Yo no grito, Ira: yo alzo la voz. —Cogió la carta—. Me muero de hambre. ¡Oh, lasaña!
—¿Hay lasaña? —Grace cogió otra carta—. Qué rica… Y la bechamel…
—Oh, Dios mío. —Andrea soltó una risita—. Creo que soy la única cuerda del grupo. Tú también, Ira.
Violette frunció sus carnosos labios. Luego miró a su enorme marido.
—Debería comer algo que no engordase mucho.
—Por un día no te va a pasar nada. —Duncan le cogió la mano—. Vamos a compartir algo.
—¡De ninguna forma! —Retiró la mano, con una cuidada manicura francesa—. Sigo enfadada contigo por haberme hecho dejar a mi pobre Pearl en casa.
—No puede entrar aquí, Violette. —Scott intentaba contener la sonrisa mientras la aludida lo observaba detenidamente.
—Pues ahora me odia.
—Se ha quedado dormida en el sofá. —Duncan gruñó algo ininteligible antes de llamar al camarero—. Pidamos las bebidas.
El camarero de antes volvió a acercarse y, tras apuntarlas, se fue para dejarles unos minutos más y decidir qué iban a comer. Irina tenía sentimientos encontrados: por una parte se alegraba de que todos hubiesen llegado y que aquella comida con Dorek ya no pareciese una cita, pero por otra parte temía haber perdido una gran oportunidad para llegar a conocer al marine polaco más profundamente.
Mientras hacía como que leía la carta con Amy, miró de reojo a Dorek. Él hablaba animadamente con Scott, soltando unas risas. Nerviosa, tragó saliva.
—Mamá, ¿puedo pedir espaguetis a la carbonara?
—Por supuesto, cariño.
—¿Qué vas a pedir tú, tía Tay? —preguntó la niña mirando a su amiga rubia.
—Pues creo que lasaña. ¿Y tú, guapa? ¿Solo espaguetis? Aprovecha que tu madre tiene dinero y pide…
Perdiendo el hilo de la conversación, Irina dio un pequeño salto cuando alguien la tocó. Era Dorek. Sonriendo, intentó que su voz no temblaba.
—¿Sí?
—¿Confías en mí? Prometo que pediré algo muy bueno.
Vaya, eso no se lo había esperado…
—¿Algo bueno?
—Muy bueno —enfatizó .