Al final era él - Emily Delevigne - E-Book

Al final era él E-Book

Emily Delevigne

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Beschreibung

¿Y si me había equivocado? ¿Y si Al final era él? Después de que mi pareja de toda la vida me dejara plantada una semana antes de nuestra boda, decidí cerrarme en banda a cualquier nueva relación. Ni las fiestas con mis amigas ni la Navidad consiguieron levantarme el ánimo y sacarme de mi madriguera… Hasta que apareció él. Matías, el mejor amigo de mi ex. Alto, guapo, ojos verdes… No me fue muy difícil caer en la tentación y dejarme llevar en lo que finalmente fue una noche desenfrenada. Sin embargo, a pesar de que estaba claro que era eso, una sola e increíble noche, ahora soy incapaz de dejar de pensar en él, y es que quizá tenga que admitir que Al final era él el hombre que siempre había deseado.

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Primera edición: diciembre de 2022

Copyright © 2022 Irene Manzano Pinto

© de esta edición: 2022, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-19301-39-0BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografía del modelo: Londondeposit/Depositphotos.comImágenes de interior: Imagen de rawpixel.com en Freepik

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

Epílogo

Agradecimientos

Playlist

Contenido especial

Para ti, lector.

Te deseo una feliz navidad.

1

♫Black Flies, Ben Howard♫

La luz del autobús titilaba como si de un intermitente se tratara. La escasa iluminación del interior me permitía ver con total facilidad la decoración navideña. Era increíble cómo un pueblo podía cambiar por completo con tan solo adornarlo con unas cuantas guirnaldas, bolas y trineos. «Es la magia de la navidad», solía decir mi mejor amiga, Susana.

Yo, sin embargo, lo veía más como un disfraz que ocultaba la fealdad del pueblo. Al final de las fiestas, cuando lo quitaran todo, tendría la sensación de que estaba en un lugar completamente diferente y me sentiría estafada.

De repente mis ojos se enfocaron en el reflejo que me devolvía el cristal de la ventana del autobús, que era el de una chica de veintiocho años de ojos azules y pelo negro.

Al escuchar el nombre de la próxima parada, donde yo me bajaba, me levanté de mi asiento y me coloqué cerca de las puertas de cristal. Hacía tanto frío que, al suspirar, una columna de vaho se escapó de mis labios. Odiaba el frío con todas mis fuerzas. Aún más cuando llevaba capas y capas de ropa para que mis dedos de los pies entraran en calor.

Me sujeté a la barra que había a mi izquierda y enrosqué los dedos en ella.

Joder. Estaba tiritando, y no precisamente porque llevara poca ropa.

En cuanto las puertas de cristal se abrieron, la helada brisa nocturna me golpeó el rostro. Enmudecí y tardé un par de segundos en reaccionar a la persona que me empujaba por detrás para que saliera de una vez.

En cuanto bajé los tres escalones del autobús y me hice a un lado, vi que se trataba de un hombre mayor de unos setenta años. Me fulminó con la mirada antes de continuar con su camino. El autobús se marchó y dejó tras de sí una nube de humo que olía horriblemente.

Agité la mano para alejarlo de mi cara y comencé a andar hacia el restaurante donde había quedado con mis amigas.

Las farolas que se extendían más allá de mi vista estaban decoradas con luces de colores. Y, para qué mentir, para una persona tan huraña como yo, este año eran bastante bonitas. Se trataba de tres líneas de un tono turquesa verdoso con tres estrellas, cada una de un color diferente: amarillo, rojo y verde.

Alcé los hombros para que la bufanda me tapara la parte superior del cuello y la barbilla.

Había muchísimas personas en la calle. Se notaba que estábamos en diciembre y que la gente quería disfrutar de la hermosa decoración y del buen ambiente. No pude evitar recordar lo bien que me lo había pasado yo siendo una niña cada vez que bajaba las escaleras para ver mi árbol de navidad hasta arriba de regalos. Mis padres se lo habían currado muchísimo: ponían tres vasos de leche para los Reyes Magos, tres cuencos de agua para los camellos, un trozo de carbón para asustarme y recordarme que mis prontos debían de ser controlados y unos dulces por si sus majestades querían comer antes de irse.

Sí. Definitivamente, había tenido mucha suerte de tener una familia tan implicada como la mía.

Crucé un paso de peatones antes de seguir recto unos diez metros más. Allí vi el restaurante chino donde Susana me había propuesto quedar junto con las demás.

Al llegar a la puerta, con grandes columnas de color dorado y un dragón en una de ellas que me miraba con expectación y seguridad sobre sí mismo, me quité la bufanda y entré en el restaurante.

Estaba lleno, no había ni un solo hueco libre.

Barrí el lugar con la mirada antes de ver que alguien alzaba una mano.

Esa era Susana.

Me quité el grueso gorro que llevaba y fui hasta ellas.

Era increíble cómo los dueños del local se habían encargado de decorar el restaurante. No había una esquina que no rezumara un aire chino propio de las películas a las que tanto me había aficionado el último año. Una música relajante sonaba por los altavoces, y pensé que no estaba nada mal quedar con ellas allí, a pesar de haber intentado con todas mis fuerzas no pisar aquel pueblo de Sevilla que tan cerca estaba de la capital.

Porque él podría estar allí.

Pensarlo provocó que un escalofrío me recorriera la parte baja de la espalda.

—¡Pero mira a quién tenemos aquí! —exclamó Paula—. ¡Nada más y nada menos que a la famosa Daniela Prada! ¿Cuándo fue la última vez que saliste de tu madriguera? ¿El año pasado?

Solté una carcajada seca antes de darle un abrazo.

—Sigues siendo un incordio, ¿eh?

—Nada ha cambiado —dijo ella antes de guiñarme un ojo—. Me alegro de verte.

Susana se levantó y me rodeó con sus brazos antes de darme un sonoro beso en la mejilla.

—No sabes lo feliz que estoy de que hayas decidido venir.

—Podríamos haber quedado en otro sitio, la verdad —musité, más para mí misma que para ellas.

Ellas no parecieron escucharme, ya que una chica a la que no conocía de nada vino hacia mí para presentarse.

—Tú debes de ser Daniela. Yo soy Mónica. Encantada.

Saludé a la tal Mónica con dos besos antes de sentarme en mi sitio y quitarme el abrigo. Lo coloqué en el respaldo de mi silla y apoyé los codos sobre la mesa. Sí, definitivamente me encantaba la decoración del restaurante. Tomares era un pueblo bastante bonito, muy bien cuidado y sin ningún papel por el suelo. Me pregunté a qué clases cívicas iban sus habitantes para perpetuar ese perfecto orden que existía.

—¿Cómo te ha ido todo, Dani? Llevamos cuatro meses sin vernos —dijo Paula, cuyos ojos verdes me miraban con curiosidad.

Me rebullí, incómoda, en mi silla.

—Bien. No ha ido mal, la verdad.

—¿Sigues trabajando en esa empresa de válvulas?

—¿Válvulas? —preguntó Mónica, extrañada y con curiosidad.

—Nuestra chica es ingeniera química —soltó Susana con orgullo. Estiró una mano y cogió la mía para darle un apretón—. Trabaja en una empresa privada donde venden válvulas por toda Europa.

—Guau… Vaya. Eso es increíble —musitó Mónica.

—Gracias. La verdad es que está bastante bien. Ahora tengo unos cuantos días de vacaciones, así que aprovecharé para descansar —dije.

—Normal. —Paula bufó—. ¿Cuánto tiempo te has tirado sin coger vacaciones? ¿Dos años?

Mónica abrió los ojos de par en par, y no pude evitar sentirme algo rara.

—Sí. Dos años.

—No te habrán puesto ningún pero, ¿verdad? —Susana le dio un trago a su copa de vino, lo que me hizo darme cuenta de la sed que tenía.

—No. Nada. De hecho, mi jefe insistió bastante en que me tomara unos cuantos días libres. —Alcé la mano para llamar la atención de la camarera—. Por cierto, ¿habéis pedido ya de comer?

—No. —Paula negó con la cabeza—. Te estábamos esperando. ¿Es que no has estado nunca en un restaurante chino?

Susana supo justo el momento en el que esa pregunta me rasgaba como un arma blanca que me abría el pecho de garganta hasta el ombligo. Paula hizo un gesto con los labios que expresaba lo mucho que se arrepentía de haber abierto la boca.

Pero era demasiado tarde. El dolor había vuelto a aparecer, y tuve que llevarme una mano al pecho cuando sentí que mi corazón latía desbocado. La boca se me secó, y noté que una sensación helada me recorría todo el cuerpo. Pensar en la última vez que había ido a un restaurante chino y con quién… me desgarraba.

La imagen de sus ojos marrones me golpeó con fuerza.

Me obligué a coger aire y asentí.

—Sí, ¿no te acuerdas? Hace justo un año.

Mi voz sonó ronca y raspada, como si me hubiese estado fumando un paquete entero de tabaco.

Paula también asintió, de forma casi imperceptible.

Mónica, sin saber qué acababa de pasar, aunque consciente de la incomodad que se había instalado entre nosotras, se humedeció los labios y cambió de tema.

—¿Tú también vives en Tomares, Daniela?

—No. —Negué con la cabeza y me rasqué el brazo en un gesto nervioso—. Vivo en Sevilla. Por la Macarena.

—Es una zona preciosa —dijo Mónica.

—Lo es. Sí.

El camarero vino para tomarnos nota, y aproveché para pedirle también mi bebida. Decidí pedirme rollitos de primavera, bolitas fritas y pollo al curry. Sí, pensaba darme un buen atracón. Siempre me habían gustado los restaurantes de comida asiática. Me encantaba cómo el sabor de las especias y las salsas se mezclaban en mi paladar y me hacían viajar lejos de donde me encontraba.

Sin embargo, después de él, no había vuelto a comer en uno. Quizá porque todos me recordaban los momentos tan felices que habíamos pasado. Quizá porque me dolía demasiado seguir viéndolo en cada esquina. A pesar de haber transcurrido un año desde aquel fatídico día, un 15 de diciembre, seguía atada a él. A sus besos, a sus manos recorriéndome el cuerpo, a sus palabras musitadas contra mis labios.

Sacudí la cabeza.

—¿Qué tal vas en la librería? ¿Te gusta? —le pregunté a Susana.

—Me encanta. —Sus ojos brillaron—. No sabes lo mucho que disfruto el trabajar rodeada de libros y personas que me piden libros. Me vuelve loca ver sus rostros cuando recogen el pedido que me han hecho.

Una sonrisa sincera surcó mi rostro.

—Tiene que ser genial.

—Lo es —coincidió Susana.

—¿Adónde vamos a ir cuando acabemos de cenar? —preguntó Paula, que parecía recuperada después de su metedura de pata—. Es viernes por la noche. Me niego a irme a mi casa tan temprano.

—Conozco un sitio que se ha puesto muy de moda —dijo Mónica, que se mostraba muy emocionada ante la idea de ir allí—. Copas y música. —Hizo que sonara como si fueran palabras clave.

Y lo eran.

—Copas y música, ¿eh? ¿Y hay hombres? —preguntó Susana.

—Los mejores —respondió Mónica.

Una alarma comenzó a sonar en mi cabeza.

¿Alcohol? ¿Música? ¿Tíos buenos?

Dios, no era precisamente lo que me había imaginado al salir aquella noche, pero, sin lugar a dudas, llevaba demasiado tiempo lamiéndome las heridas en mi piso. Sí, me habían roto el corazón. Sí, mi vida se había desmoronado cuando él me había dicho que no quería formar parte de todos los planes que yo había montado para los dos.

Pero habían pasado dos años. Merecía ser feliz, disfrutar.

Que salgas no significa que tengas que enamorarte de nadie. De hecho, tan solo hablar y conocer gente será todo un logro.

Todas me miraban fijamente, como si esperasen mi veredicto, como si yo fuese a ser la que decidiese si íbamos a ir o no.

Cogí aire y me encogí de hombros.

—Suena bien.

Susana hizo un gesto de victoria con el puño antes de que Paula silbase.

Si iba a ser una de esas noches en las que mis amigas acabarían quitándose ropa, tirando las bebidas cuando no pudiesen sostenerse sobre sus pies y colándose en la zona del d. j. para cambiar la música…, más me valía cogerme una buena cogorza.

—Vamos a pasarlo genial —prometió Paula.

2

♫Lies in the Dark, Tove Lo♫

No sé a partir de qué chupito dejé de pensar en él, en aquel desastroso día y en las pocas ganas que tenía de estar allí. Pero de repente empecé a bailar con todos los hombres guapos que se me acercaban, e incluso me quedé con tan solo una capa de ropa en la parte superior: una camiseta blanca de manga larga con un poco de escote. Sudaba tanto que más de una vez me tuve que pasar una mano por la frente, y sentía el cabello pegado al cuello.

Joder, hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien.

En mi cabeza no había lugar para malos recuerdos, dolor o lamentaciones.

Mi ex ya no me torturaba como si de un fantasma se tratara.

Alcé las manos por encima de mi cabeza y comencé a bajar los brazos mientras movía las caderas.

—¡Dale duro, nena! ¡Hasta el fondo! —gritó Paula mientras hacía twerking apoyada en la barra, bajo la sorprendida mirada del barman.

Eran tan exagerados sus movimientos que empecé a reírme a carcajadas. Parecía una muñeca de trapo poseída por un demonio. Me despisté y mis pies se enredaron, y terminé deslizándome por el suelo, húmedo por las bebidas que la gente dejaba caer, hasta acabar despatarrándome. Eché las manos hacia atrás para apoyarme y no golpearme la cabeza, aunque no debí de hacerlo a tiempo, ya que me golpeé igualmente.

Abrí la boca por el dolor y gemí.

—¡Mierda!

Paula se tronchaba de la risa mientras Susana intentaba llegar hasta mí. Mónica, en cambio, hablaba con un tío lo bastante buenorro como para que pasara por alto que una de su grupo se había caído.

Tener amigas para esto…

Sin embargo, de repente me vi alzada del suelo. Me habían agarrado por las axilas y tiraban de mí hacia arriba. En unos segundos ya estaba de pie, con la ropa manchada y húmeda y con el orgullo más tocado que el pomo de una puerta.

Al levantar la mirada, enmudecí.

Se trataba de nada más y nada menos que del mejor amigo de mi ex: Matías Casas.

Mi boca se abrió hasta formar una O.

¿Era de verdad o el alcohol me estaba jugando una mala pasada? Sacudí la cabeza y parpadeé varias veces. No, allí estaba Matías. No se había esfumado por arte de magia, nada más lejos de la realidad.

—Dani… Eres tú.

Seguía sin ser capaz de actuar. Llevaba sin verlo mucho tiempo, quizá un año o más. ¿Quién demonios sabía? Después de todo, al romper con mi ex, Matías había pasado al bando enemigo, y me había negado a responder sus mensajes y llamadas. Meses más tarde, eliminé su número de mi teléfono y me dije que no sería capaz de hacer borrón y cuenta nueva si no sacaba de mi vida todo aquello que me recordara a él.

—¿Estás bien? —me preguntó con preocupación.

Fruncí el ceño.

—Lo estaba. Hasta que te he visto —solté sin filtros.

Matías tuvo el descaro de sonreír, y quise borrarle la sonrisa de un puñetazo.

—Vaya. Supongo que no está nada mal después de un año sin vernos.

—Un año y una semana —lo corregí—. Fue antes de que cumplieras los veintinueve, ¿te acuerdas?

A pesar de estar bajo los efectos del alcohol, no pude evitar sentirme algo avergonzada. Matías siempre había sido muy simpático conmigo; de hecho, cada vez que mi ex me había contado una mentira para salir sin mí o habíamos tenido una pelea, él se había puesto de mi parte.

Y no es que yo fuera una novia celosa que no le dejara salir. Ni mucho menos. Pero sus escapadas con su grupo de amigos significaban que habría muchísimas tías, alcohol y seguramente algún que otro beso.

Y me había negado tajantemente a ello.

Ahora me daba cuenta de que lo mejor habría sido haberlo soltado y no haber sostenido una cuerda que tan solo me cortaba las manos.

—Un año y una semana… ¿Por qué no me respondiste a las llamadas? —preguntó, molesto.

Me mordí el labio inferior y suspiré.

Maldito hombre. Malditos ojos verdes. Maldito metro ochenta largo que me estaba haciendo replantearme en ese momento por qué no me había fijado en él en el pasado. Quizá hubiésemos durado menos, pero con total seguridad no andaría despechada, con el corazón roto y una tristeza y una rabia infinitas en el pecho.

Y, según las malas lenguas, follaba como un dios romano.