Devórame, Kevin - Emily Delevigne - E-Book

Devórame, Kevin E-Book

Emily Delevigne

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Beschreibung

Taylor Lanson, cansada de depender de los hombres desde adolescente, se ha convertido en una joven independiente y en la única dueña de su destino. Por su parte, el marine Kevin Jones arrastra una pesada carga tras la muerte de su esposa, Claire, que lo lleva a rechazar todas las relaciones que impliquen estabilidad… hasta que conoce a una explosiva y alocada mujer de ojos azules. Su descaro y su sensualidad hacen que la desee como nunca antes había deseado a nadie. Sin poder controlar la inminente atracción que sienten, Taylor aceptará aventurarse en una apasionada relación con el atractivo marine, sin ser consciente de que, una vez superados sus miedos, él está dispuesto a todo por conquistar su corazón.

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Seitenzahl: 230

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Primera edición: junio de 2024

Copyright © 2015 Irene Manzano Pinto

© de esta edición: 2024, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-10070-20-2BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografía del modelo: Igorvetushko/depositphotos.comImagen de interior chapa: Imagen de @freepikImagen de interior pastel: Imagen de @freepik

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

A mi hermana Sandra por ayudarme en los momentos duros. Gracias.

Prólogo

Dos años atrás

Taylor miró fijamente a Dean mientras este dormía a su lado en la estrecha y vieja cama de ella. Las blancas e impolutas sábanas le otorgaban un aura mística y perfecta que estaba a punto de destruir la poca autoestima que le quedaba a Taylor. La luz que entraba por la ventana abierta incidía sobre su pelo castaño claro y le sacaba unos reflejos dorados que acentuaban su belleza, capaz de competir con la del mismo Apolo.

Uno de sus fuertes brazos estaba sobre la almohada, y tenía la cara hacia ese lado. Taylor odiaba que Dean siempre fuese tan perfecto y que, al despertarse, pareciese más un modelo de ropa interior que un hombre corriente recién levantado.

Estaba deseando que se despertase para ver aquellos hermosos ojos azules mirándola, haciéndola sentirse afortunada de tener a un hombre así junto a alguien como ella.

Contuvo el suspiro que estuvo a punto de salir de sus labios y apoyó la cabeza entre las manos. ¿Podía llegar a ser más atractivo? ¿Podía algún hombre superar aquella aura de masculinidad y belleza que desprendía por cada poro de su piel?

Conocía perfectamente la respuesta.

No.

Y lo malo era que no le gustaba experimentar esa clase de sentimientos tan… extremos.

En lo más hondo de su ser sabía perfectamente que Dean no sentía lo mismo que ella. Él no la necesitaba ni la quería de la forma que ella lo hacía, pero, a pesar de todo, lo quería a su lado.

Lo necesitaba.

Llevaban cinco años de relación, y cada día que pasaba era para Taylor como una especie de milagro. Recordó con una sonrisa el día que se conocieron.

Taylor había estado trabajando en un catering en el centro de Nueva York durante dos años para poder ganar algo de dinero antes de ser diseñadora. Necesitaba tener fondos ahorrados por si, finalmente, su sueño acababa estrellado como su familia decía que ocurriría.

Su último trabajo en el catering le dio la oportunidad de conocer a Dean, un modelo cuya carrera estaba despegando. Había aparecido en vídeos musicales de algunos cantantes internacionales, y en anuncios de colonia y de zapatos.

Se había acercado a su grupo con una bandeja repleta de bebidas cuando sus ojos se habían clavado en ella con agradecimiento e interés.

Fuertes, carismáticos…

Habría mentido si hubiera dicho que a partir de ese momento él fue tras ella, porque no ocurrió así. Más bien toda su historia había sido lo contrario a lo que cualquier persona enamorada habría deseado.

A lo largo de la noche y tras ver que él no se acercaba, al terminar su turno decidió arreglarse un poco en los baños femeninos e ir hacia él con su mejor sonrisa, sacando a la superficie aquella coquetería que muchos hombres solían encontrar fresca.

Taylor siempre había tenido en su cabeza que el no ya lo tenía desde un primer momento, así que ¿por qué no intentarlo de todos modos?

Poco a poco fueron quedando con más frecuencia, tanto en la ciudad de Nueva York como en las afueras, donde ella vivía, hasta que llegaron a hacer un año. Taylor había estado deseando alcanzar el dichoso primer aniversario para poder dejar claras sus intenciones y poder decir, de una vez por todas, que aquel hombre era su novio.

Su familia comenzó a tratarla de una manera completamente distinta al conocerlo, como si Taylor hubiese conseguido ingresar de verdad en la familia. Su hermana, una persona fría que no dejaba ver sus sentimientos, se mostró hasta sorprendida.

Taylor recordaba que la satisfacción que sintió en aquel momento fue superior a ninguna otra que hubiera sentido en su vida.

Volviendo al presente, miró el despertador de la mesita de noche, se estiró perezosamente y movió suavemente a Dean por el brazo.

—Dean, despierta —murmuró—. Vamos… Tenemos que ir a la comida con mis padres.

Dean, dándose la vuelta hasta acabar tumbado boca arriba en una postura perfecta, abrió los ojos y sonrió.

—Lo sé. Entra tú antes en la ducha. Tengo que llamar a mi representante.

Intentando controlar la decepción, Taylor se obligó a sonreír.

—Había pensado que podíamos ducharnos juntos… —Pasó suavemente las uñas por el perfilado torso de él, deseando despertar en su novio alguna reacción—. ¿No puede esperar esa llamada?

Dean se incorporó de la cama y le dio un beso casto en la mejilla antes de salir del cuarto completamente desnudo.

—Quizás en otra ocasión, cariño. Esto es urgente.

Acostumbrada a aquellos desplantes, se prometió que aquello iba a cambiar en poco tiempo. Llevaban ya varios años juntos y su familia lo adoraba, y viceversa. Estaba segura de que aquella comida sólo podía conseguir estrechar los lazos que ya de por sí eran fuertes.

Todo sería perfecto.

Sonrió y, encogiéndose de hombros, fue hacia el cuarto de baño mientras tarareaba una canción.

Nada la había preparado para el hecho de que aquella sería la última comida que compartirían como pareja.

1

—Son los peores pasteles que he probado en mi vida —musitó Andrea, una de las dos mejores amigas de Taylor, poniendo cara de asco—. Buf, son horribles. ¿Los has preparado tú? He pensado hasta que estaban caducados, como si los hubieras dejado al aire hasta que se han puesto duros como piedras.

Taylor, con un delantal negro con una calavera estampada, llevó la mirada al techo de su cocina mientras sacaba otra bandeja del horno con unos viejos guantes de cocina de color rosa que odiaba a muerte. El olor que salía de allí era neutral: era como si todavía no se hubiera cocinado nada en él.

—No digas tonterías —le replicó a su amiga, y se preparó para soltar lo que estaba deseando contarle—. Voy a abrir una cafetería-pastelería en el centro de Nueva York.

—¡¿Tú, una pastelería?! —gritó Andrea llevándose las manos a la cabeza mientras miraba con temor la nueva bandeja que había sacado Taylor—. Dios mío, ¿desde cuándo? ¿Para eso querías que viniese, para darme esta noticia? Pues lamento decirte esto, pero te va a durar el negocio un mes.

Taylor miró a su amiga con una ceja alzada.

—Vaya, pensaba que estando con Scott te habrías vuelto más dulce, pero veo que sigues siendo igual de malévola.

Andrea había vuelto con Scott, su novio de adolescencia, después de muchos años separados, y ahora eran una pareja estable. Andrea suspiró y se colocó a su lado, enfrente de la nueva bandeja, que era de galletas. Cogió una con cuidado y sonrió.

—Sabes que te apoyaré y que iré a diario a tu pastelería. Pero no entiendo por qué quieres dejar a un lado el diseño de moda. Ya sabes, modelos guapos con los que liarte sin complicaciones… Pensaba que era tu meta laboral.

—Y yo, pero necesito hacer algo más con mi vida. —Miró la galleta que su amiga tenía en la mano—. ¿Vas a darle un mordisco o no?

—¿Vas a decirme por qué te vas a meter a pastelera? Tay, por si no te has dado cuenta, eres la mujer más moderna e independiente que conozco. Odias la cocina, los niños, los novios tiernos y el color rosa. ¿Se puede saber por qué demonios…?

Andrea se interrumpió cuando el timbre sonó dos veces.

Mirando a Taylor con cautela, esta fue hacia la puerta de su apartamento sin quitarse el delantal negro con la calavera y los guantes rosas.

La dulce y melodiosa voz de Irina, la tercera amiga del grupo, madre soltera, rusa de nacimiento y modelo de profesión, sonó junto a la infantil de Amy, su hija. La niña corrió a los brazos de Taylor para luego ir a la cocina a saludar a Andrea.

—Pero mira quién ha venido a vernos… —musitó Andrea.

—Llegas en un momento perfecto. Acaban de salir las galletas —dijo Taylor.

Irina fue hacia la cocina y miró a Andrea con duda.

—Mmm… ¿Cocinas? —Hizo una pausa y clavó sus ojos en Andrea—. ¿Cocinaba Tay? No lo recuerdo. Pensaba que lo odiaba.

El cascabel que llevaba Salem, el gato negro de Taylor, sonó desde el salón al tiempo que se escuchó también un ronroneo ronco. Amy soltó un chillido y fue corriendo hacia el salón con los brazos extendidos.

—Voy a abrir una pastelería —repitió Taylor, ahora para que lo supiera Irina. Levantó unos muestrarios de colores de pintura para paredes—. He alquilado un pequeño local, y estoy eligiendo los colores adecuados para la decoración más los muebles.

Irina abrió los ojos de par en par y miró a Andrea.

—¿Qué le ha pasado? ¿Se ha dado un golpe en la cabeza mientras se duchaba o por el contrario Kevin la ha endulzado a polvos?

—¿Qué demonios os pasa? ¿Por qué tengo que haberme dado un golpe en la cabeza para que quiera dedicarme a la hostelería? Además, con Kevin solo han sido un par de polvos.

Kevin era un marine amigo y compañero de Scott. Todos sabían que estaba loco por Taylor, pero ella no parecía querer una relación estable.

—Quizás porque nunca te ha gustado, Tay. Odias cocinar.

—¡Eso no es verdad! —exclamó—. Me encantan los pasteles.

—Comértelos, no hacerlos. —Andrea resopló.

—¿Y no has llegado a pensar que quizás tenga mucho éxito, pueda contratar empleados y no tenga que trabajar yo? —replicó. Se quitó los guantes y los dejó sobre la encimera—. Una franquicia. Como Starbucks.

Irina, adoptando el papel de madre, fue hacia ella y la envolvió en un fuerte abrazo.

—Cariño, ¿te ha tocado Kevin la fibra sensible?

Taylor se separó con brusquedad, lo que hizo que la modelo rusa estuviese a punto de caerse al suelo.

—¡No! ¿Qué fibra sensible? Quiero ser empresaria… lejos de la moda.

—¿Y por qué no empresaria en otro sector? ¿Por qué en el de la hostelería? —inquirió Andrea, alejándose de las duras y calientes galletas—. No sé cómo estarán las galletas, pero he probado los otros pasteles y están horribles.

Ira se acercó a la bandeja y cogió una de las galletas.

—Quizás no estén tan malas.

Taylor asintió e hizo un gesto para que su amiga le diera un mordisco. Al hacerlo Irina, sonó un fuerte chasquido seguido de un juramento en ruso.

—Mierda… —musitó—. Creo que me he roto algo.

—Una muela, seguramente. —Andrea se rio—. Tay, soy tu amiga y te quiero, pero creo que deberías hacer otra cosa.

—No están tan malas… —Irina sonrió con esfuerzo—. Se pueden mejorar, y seguro que con una buena publicidad te haces un hueco.

—Y ahí es donde entras tú. Serás la modelo de mi campaña, ¿qué te parece? Con lo buena que estás tendré el local repleto de tíos, y Andrea, con que se traiga a los marines amigos de Scott, me asegurará clientela femenina. ¿No es perfecto?

—Eeeh… Taylor… —Andrea se echó hacia atrás el largo pelo castaño—. No son amigos míos ni nada por el estilo. Ellos trabajan, es decir, no son tíos que se pongan el uniforme para provocar orgasmos por la calle y…

—¿Es que acaso vas a negarme un favor de nada? —la interrumpió Taylor secamente mientras se quitaba el delantal de un tirón—. Quiero ser hostelera, ¿por qué no me apoyas en esto?

Al ver la seriedad en el rostro de su amiga, Andrea guardó silencio. ¿De verdad su sueño era cocinar pasteles? Miró de reojo a Irina. Sus azules ojos estaban clavados en ella con reproche; ¿se habría pasado quizás?

Andrea había pensado desde el principio que iba a ser una broma, que Taylor finalmente se reiría y le diría que tantos orgasmos con Scott le habían nublado el cerebro al creerla.

Pero no, aquel momento no llegaba.

Y parecía que no iba a llegar.

Extrañada, se encogió de hombros.

—Claro que te apoyo, aunque creo que acabarás aburriéndote de esto a las dos semanas. Irina hará de modelo y yo intentaré que Scott convenza a sus amigos, de acuerdo…

—… menos a Kevin.

—Menos a Kevin, para que… Espera. —Andrea la miró con una ceja alzada—. ¿Cómo que menos a Kevin?

—Kevin está coladito por ti. Le romperías el corazón si no lo invitases —aseguró Irina.

—Ira, cállate. No me hagas sentir mal, porque no lo vas a conseguir. Kevin se queda fuera de esto y no hay más de que hablar. —Taylor cogió la primera bandeja de pasteles y los tiró a la basura sin ningún miramiento. Iba a hacer lo mismo con la bandeja de las galletas cuando sonrió y miró a sus amigas. Las dos dieron un pequeño salto, sorprendidas.

Se acercó poco a poco a ellas con una sonrisa en el rostro.

—Ya que ambas me apoyáis y habéis dicho que vais a ayudarme…

—Mmm… Eso no ha quedado claro, Tay… —dijo Andrea.

—… vamos a celebrarlo. Una galleta para cada una y… —fue hacia la nevera y sacó la leche— un vaso de leche para acompañarlas.

—¿Leche? —Andrea bufó—. Esto se pone cada vez peor. ¿No puede ser café, batido o…?

—Leche —dijo Taylor con determinación.

En ese momento entró Amy cargando con un agotado Salem, que intentaba huir de los pequeños pero fuertes brazos de la niña.

—¿Galletas y leche? ¡Yo quiero!

—Oh, yo te doy mi galleta y mi vaso de leche. Yo tengo que irme ya; Scott está esperándome —exclamó Andrea con falsa tristeza—. Bueno, otro día me invitas, Tay.

—No te preocupes, que todavía no he tirado todas las galletas. Es más, podéis hasta repetir. —Sonrió maliciosamente—. Coged todas las que queráis.

Amy gritó con alegría mientras dejaba en el suelo al gato e iba corriendo hacia las galletas. Andrea suspiró y cogió una con resignación.

—Creo que hoy no cenaré…

—No seas tan mala —murmuró Irina mientras Taylor les ponía leche a Amy en un vaso y a Salem en un cuenco—. Igual quiere ser hostelera de verdad.

—¿Desde cuándo? Ayer dijo que pidió una pizza porque pasaba de cocinar y de que se le quedara el olor a comida en la ropa. No se puede cambiar tan rápido de opinión.

—Bueno, dale un tiempo. —Irina se encogió de hombros, moviendo su largo pelo oscuro—. Quizás acabe aburriéndose de todo esto.

—Pensaba que hoy nos invitaría a tomar una copa o algo parecido… —Andrea se llevó el filo de su galleta a la boca.

—¿A las cuatro de la tarde? Creo que esta es la hora de la merienda en el estado de Nueva York, no la de ir de copas. —La modelo rusa se rio suavemente antes de darle un mordisco a su galleta—. Déjala; quizás sea uno de sus muchos caprichos. Me apuesto lo que quieras a que en dos semanas acaba aburriéndose y lo deja.

Andrea clavó la mirada en Taylor. Su pelo rubio, en melena corta hasta los hombros y liso, caía con gracia sobre su bonito y níveo rostro. Se preguntó qué tendría en la cabeza, qué le habría hecho cambiar de opinión en cuanto al trabajo de la noche a la mañana. Taylor odiaba cocinar, y siempre compraba comida casera o precocinada, todo con tal de mantener la cocina limpia y no generar olores, ya que, según ella, eso le restaba elegancia.

Además, Tay amaba la moda. Le encantaba ir a la última, vestir a los demás, pensar en nuevas ideas de diseño mientras las horas pasaban y pasaban, olvidándose incluso de comer.

No, definitivamente aquello olía a gato encerrado.

Andrea estaba deseando hablar con Scott para preguntarle si sabía algo del rollo que se traían Kevin, uno de los mejores amigos de Scott, y Taylor, ya que Andrea no quería acosar a su amiga a preguntas sobre la relación que tenía con el marine. Si Taylor no contaba nada, ya lo haría más adelante, así que la dejaría tranquila. Se comió lo que quedaba de galleta con un buen trago de leche, intentando eliminar el ligero sabor a mantequilla quemada que le invadió la boca. Al final no estaba tan mala.

Sonrió y abrazó a sus amigas.

—Estaba riquísima, pero ahora tengo que irme.

—¿No quieres más? —le preguntó Amy.

—No, no, para ti, cariño —le dijo a la niña. Miró a Irina—. ¿Por qué no te llevas algunas a casa?

—¡Oh, sí! ¿Podemos, mamá? ¿Podemos? —exclamó la pequeña.

—Oh… Claro —consintió Irina.

—Yo me voy. Hablamos mañana, chicas. Que disfrutéis del resto de la merienda. Creo recordar que también tienes masa de pastas en la nevera, Tay, ¿verdad?

Irina la miró con furia.

—Serás…

—¡Sí! ¡Más galletas! —exclamó Amy con efusividad.

Andrea salió corriendo del apartamento de Taylor antes de que Irina la matase, o, aún peor, antes de que Taylor la invitase a comer algo más.

Andrea entró en la casa de Scott con una gran sonrisa. Bueno, en la casa de los dos. Llevaban apenas dos meses viviendo juntos y todavía le costaba llamar a aquello su hogar. Su perra, Blanca, fue corriendo hacia ella, moviendo el rabo con frenesí mientras exigía caricias a ladridos.

Se agachó y la abrazó con fuerza, hundiendo el rostro en el limpio pelaje. Cerró los ojos.

—Dios mío, qué bien hueles.

—¿Qué tal la merienda? Llegas muy pronto.

Andrea abrió los ojos y alzó la vista para clavarla con puro deleite sobre aquel enorme y moreno marine al que tanto amaba y que se acercaba hacia ella.

Sus oscuros ojos la miraban con ganas y felicidad, hasta provocar que un intenso rubor cubriese sus mejillas. El pelo, negro y de punta, le daba un toque juvenil que competía con la seriedad de sus atractivos y severos rasgos.

Y, poniéndole la guinda al pastel, llevaba aquel chándal negro que le quedaba como un guante. Se preguntó si debajo de la sudadera llevaría una camiseta de tirantes o de manga corta…

—¿Sales a correr?

—Sí, con Tyson.

Tyson era el enorme pitbull de Scott.

—¿Ibas a dejar a mi Blancasola?

—Ya estás tú aquí —musitó con una pícara sonrisa. Envolvió la cintura de Andrea con sus fuertes brazos y la apretó contra su cuerpo—. Además, si me llevo a Blanca, Tyson estará más pendiente de jugar con ella que de hacer deporte.

Andrea colocó las manos sobre sus brazos, notando sus fuertes músculos.

—Por cierto, ¿sabes algo de Kevin y Tay?

Su novio la miró con el ceño fruncido mientras aquel calor conocido comenzaba a recorrer el cuerpo de Andrea, sintiendo cada parte de la anatomía de su novio sobre ella.

—¿Me preguntas eso a mí cuando tú acabas de verla? —preguntó extrañado.

—Eeeh… Digamos que la cosa no ha ido como esperaba.

—¿Qué ha pasado?

Andrea apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos, disfrutando de la cercanía. Sus manos se movieron por el cuerpo de él.

—Te lo resumiré en pocas palabras. Tay quiere ser hostelera. Lo sé, es increíble; y encima ya ha alquilado un pequeño local. Hoy nos ha invitado a una merienda en la que había pasteles y galletas que había hecho ella misma, y estaban horribles. —Se quedó callada y terminó el recorrido por el cuerpo masculino hasta llegar a las firmes nalgas. Las apretó. Sintió la risa en su pecho, contagiándola—. Eso ha sonado fatal.

—Mmm… Sí es raro. ¿Taylor cocinando?

—¡Eso es lo que no entiendo! Pero creo que incluso se ha molestado por lo poco que me he tomado en serio su noticia.

Scott olisqueó su cuello y su oreja, lo que hizo que Andrea se estremeciera.

—Es normal, nadie cambia tanto de la noche a la mañana.

—¡Eso he dicho yo, e Irina me ha reñido!

—El problema es que en vez de guardarte tus pensamientos los has mostrado, y puede que la hayas herido. Llámala y apóyala: ella lo haría. Además, no creo que le dure mucho. Quizás necesitaba cambiar un poco su vida, ¿no crees? Puede que esté cansada de la monotonía…

Andrea retiró la cabeza de su pecho y lo miró fijamente; ¿de verdad toda aquella reflexión la había hecho Scott? Parecía conocer mejor a su amiga que ella misma… Sin poder evitarlo, se sintió mal. ¿Se habría pasado con Taylor? Pocas personas sabían que dentro de aquella fuerte armadura se escondía una de las personas más sensibles y frágiles del mundo entero.

Al cabo de unos segundos, Scott le estampó un beso entre las cejas. Ella frunció el ceño.

—No sabía que fueses tan empático.

—Lo intento. —Se encogió de hombros. La besó en los labios castamente y se alejó, antes de que ella profundizase el beso. Ella lo miró irritada—. Ahora me voy a correr antes de que se haga más de noche. Llama a Taylor y dile que estarás encantada de ayudarla. Yo puedo llevar a su local a algunos compañeros marines y…

—¡Oh, se me olvida! —Puso los dedos en la boca masculina—. No digas nada a Kevin.

—¿Cómo? ¿Por qué no?

—Ni idea, pero eso es lo que me ha dicho Taylor. Está prohibido que Kevin se entere de nada.

—No tiene sentido. Se acuesta con él.

Andrea se alejó con una sonrisa.

—Ahora ya no eres tan empático, ¿verdad? —Se rio—. Vete antes de que oscurezca más y te resfríes.

Asintiendo, Scott se fue al jardín, donde estaba Tyson. Este salió de su caseta y ladró, saludándolo. Scott lo acarició con suaves pero firmes palmadas en el fuerte lomo. Le anudó la correa y sonrió, pensando en Kevin: estaba seguro de que aquella explosiva e hiperactiva rubia le traería muchos más problemas de los que le había traído Andrea a él.

Sin perder un segundo más, salió de la casa y echó a correr.

Taylor comenzó a recoger la cocina con una mueca. Podía sentir el olor de la mantequilla y otros ingredientes incrustados en su piel. Ni siquiera lavándose con un estropajo conseguiría desprenderse de aquel olor a comida quemada, que estaría con ella durante días y días. Mientras, su gato la miraba con la lengua fuera como si de un perro se tratase.

Dejó de limpiar el horno y se quedó sobre sus rodillas, irritadas por estar tantas horas agachada.

¿Estaría equivocándose? ¿Podría tener razón Andrea y no ser aquello más que otro de sus muchos caprichos?

Tiró la bayeta con fuerza contra el suelo, maldiciendo.

—Joder.

Quedaban apenas cuatro días para ir a la comida familiar, y poco a poco se había hecho a la idea de ir sola, aguantar el escrutinio de su familia y la mirada de compasión de Dean, como si a ella le importase siquiera que formase una preciosa pareja con su hermana Ashley.

Si por ella fuera, los mandaría a todos bien lejos.

Había pospuesto la comida lo máximo posible, hasta que finalmente no encontró más excusas para no ir.

Había sido incapaz de responder a Andrea el porqué de ser hostelera. Su pequeño taller de diseño de ropa estaba hundido, como el mismo Titanic. Siempre había pensado que su originalidad la sostendría, pero la salida de otros talleres más baratos habían hecho que sus principales clientes dejasen de pedirle encargos de un día para otro.

Necesitaba encontrar urgentemente un trabajo.

Lo único que faltaba para que su familia se riese de ella era estar en paro.

Se miró las manos y suspiró.

Estaban rojas, hinchadas y duras, como si de un muñeco de plástico expuesto al crudo sol de agosto se tratase.

—Todo esto es una estupidez.

Salem apareció en ese instante, se frotó contra sus rodillas y maulló.

Taylor sonrió y lo cogió entre sus brazos.

—Vuelves a ser el único que está siempre conmigo. —Soltó un beso en su suave y oscura cabeza—. Quizás no sea mala idea vestirte con un esmoquin y llevarte a la comida. Darles una peor imagen de la que tienen de mí no es posible.

Se levantó del suelo con las rodillas temblorosas, dio una patada al estropajo y se fue de la cocina con el gato. Apagó la luz y decidió que, por aquel día, ya había sido suficiente.

Lo conseguiría. Abriría la dichosa pastelería y, ¡qué demonios!, si acababa fallando estrepitosamente, siempre podría encontrar otra cosa.

En aquellos momentos era cuando verdaderamente necesitaba ver a Kevin.

Sí, era su culpa no haber formalizado la relación, pero lo último que buscaba era una pareja estable. Pensar en todos los sacrificios que tendría que hacer le provocaba mareos.

Recordó cuando tuvo que dejarse el pelo largo como el de su hermana, cuando Dean le dijo que un corte hasta los hombros otorgaba masculinidad a las facciones. Y ella, cómo no, se lo dejó largo, incluso llevó extensiones, con las que tuvo que pasar por tirones y nudos que luego tenía que deshacer durante horas.

Para ser sincera, de lo único que no se había quejado Dean había sido de su trabajo. De todas formas, Taylor no se lo habría permitido. Había marcado ese límite con fuego.

Se dejó caer como un peso muerto sobre el negro sofá de cuero y gimió de placer.

—Oh, demonios, Salem, estoy hecha polvo.

Su mirada se dirigió hacia el teléfono cuando comenzó a sonar. Sin mirar quién era, lo puso en silencio y cerró los ojos.

Solo deseaba evadirse del mundo durante unos minutos.

2

Taylor terminó de dar forma a unos pasteles y los miró después de alejarse un paso. Se cruzó de brazos.

—Son amorfos. Como mi vida sexual.

Andrea se rio y puso su bandeja al lado. Los de ella tenían forma de corazón, con un pequeño hoyo en el centro donde iría crema.

—Mira los míos, ¿no son geniales?

Taylor miró a su amiga con una ceja alzada y luego dirigió los ojos hacia el limpio delantal de Andrea con el nombre de la pastelería-cafetería, «La cafetería de Tay», en cursiva y con un pequeño pastel de chocolate al lado que intentaba comerse a otro pastel de color rosa. Al principio sus amigas lo habían definido como algo demasiado violento, pero finalmente, al ver que Taylor no iba a cambiarlo, no le insistieron para que pusiera otra cosa.

Taylor miró su delantal negro.

Estaba completamente manchado de harina y mantequilla, como si una niña en vez de una adulta se hubiese puesto a cocinar.

Bufó.

—A la mierda. Estos serán de prueba y los tuyos, para vender. —Se encogió de hombros, cogió más masa y se la dio a Andrea—. Ahora estrellas. Quiero forma de estrella. Los corazones están pasados de moda.

—¿Pasados de moda? —Andrea soltó una carcajada—. El amor nunca está pasado de moda.

—¿Qué diablos te pasa, que te has vuelto tan rosa? —exclamó Taylor—. Dios mío, creo que voy a empezar a odiar a Don Mojabragas.

Las mejillas de Andrea se volvieron de un rojo granate. Taylor sonrió con satisfacción.

—No sé ya cómo decirte que no lo llames así.

—¿Por qué? Ni que estuviese diciendo una mentira…

Andrea soltó un suspiro.