Siempre fuiste tú - Emily Delevigne - E-Book

Siempre fuiste tú E-Book

Emily Delevigne

0,0

Beschreibung

ABBEY Siempre he tenido claro que quería casarme con Garret, uno de los mejores amigos de mi hermano mayor. Rubio, alto, guapo… Es espectacular. El problema es que da la sensación de que no sabe ni que existo y, a pesar de todos mis esfuerzos, prefiere salir con una mujer distinta cada día. Para empeorar todo esto, está Will…, el otro mejor amigo de mi hermano, quien parece estar decidido a seguirme como una sombra e irritarme con sus constantes pullas, y por quien comienzo a sentirme atraída… WILL Llevo toda la vida enamorado de Abbey: es dulce, preciosa y saca lo mejor de mí. ¿El problema? Dice estar locamente enamorada de Garret. Lo que ella no sabe es que estoy dispuesto a darlo todo para que se dé cuenta de que yo soy el hombre de su vida.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 116

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición: julio de 2022

Copyright © 2022 Irene Manzano Pinto

© de esta edición: 2022, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-19301-26-0BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografía: Harold Stiver/ShutterstockFotografía de modelo: iStock.com/kupicoo

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

Epílogo

Contenido especial

Prólogo

Diez años atrás

Abbey

Salía del colegio con la mochila colgada de un asa cuando un sonido conocido me hizo levantar la vista del suelo. Dejé de prestar atención a los cordones de mis zapatos nuevos y a la voz de mi amiga Ava, que una vez más me preguntaba sobre mi hermano Stephen.

¿Qué más le daba mi hermano? Solo era un adolescente que se dedicaba a jugar al baloncesto y beber refrescos hasta las tantas de la noche. Nada especial. Su vida giraba en torno a los deportes, sus amigos y los videojuegos. A veces me preguntaba cómo podía ser feliz con tan poco. Y cómo a Ava podía parecerle interesante.

Porque para ella lo era. A veces la pillaba mirándolo de reojo. Otras se sonrojaba y se apretaba las manos mientras mi hermano me daba la mitad de su bocadillo con cara de disgusto. Me amenazaba día sí y día también sobre el hecho de abandonar el desayuno en la mesa de la cocina. Sin embargo, él era demasiado bueno como para dejar a su hermana pequeña con el estómago vacío hasta la hora del comedor.

Y todo por dormir cinco minutos más, estar en ese mullido colchón que, según mi padre, era tan duro como una piedra y terminaría por darme problemas de espalda.

Así estaban las cosas en casa.

—¿Me estás escuchando, Abbey? —me preguntó Ava, que me sacudió el brazo con suavidad.

No, por supuesto que no.

Toda mi atención estaba puesta en Garret.

También conocido en mi fantasiosa imaginación como «Futuro Marido Garret».

Oh, esos ojos azules, ese pelo rubio desordenado, esa voz que ya tenía un deje masculino propio de la adolescencia… Quería casarme con él. Lo deseaba tanto que a veces lo dibujaba en mi cuaderno de matemáticas. Ponía corazones rosas con ángeles alrededor, que más bien parecían avispas, y niños. Muchos niños. Los que tendríamos en un futuro.

Luego me llevaba la bronca por parte de mi maestra y me obligaba a arrancar la hoja delante de toda la clase. Pero a mí me daba igual. De hecho, siempre hacía otro dibujo de Garret al día siguiente, y mucho más bonito.

Porque él era el hombre de mis sueños.

No me importaba que mi madre se riera de mis constantes ensoñaciones mientras le contaba con lujo de detalles cómo sería nuestra boda: un perrito blanco nos traería los anillos mientras Garret me esperaba al final de la iglesia, mirándome con adoración, como si fuera la única mujer en su vida, la que le quitaba el sueño y lo dejaba sin aliento. Luego tendríamos una casita en la playa donde nos despertaríamos con el arrullo de las olas, porque yo era así de caprichosa y quería escuchar el mar, y me prepararía el desayuno.

Lo deseaba con cada poro de mi ser.

Garret se acercaba hacia nosotras junto a mi hermano y Will, el otro mejor amigo de Stephen.

Will era muy guapo. De hecho, la mayoría de mis amigas se quedaban mirándolo y me preguntaban cada dos por tres si salía con alguien. ¿A quién le importaba? ¡Porque a mí no! Sí, podía ser que fuera más guapo que Garret, o que sus ojos oscuros no lucieran tan infantiles y superficiales, pero yo tenía toda mi atención en Garret.

Sería mío tarde o temprano.

Para mi decepción, Garret ni siquiera me dirigió ni una sola mirada o saludo cuando los tuvimos enfrente.

Este chaval no aprendía. Para él era mucho más interesante mirar el móvil y las largas piernas de las chicas de su clase. Esa era una de las cualidades que menos me gustaban de él: parecía ser tan simple como una pared en blanco.

Aunque me decía de vez en cuando que eso cambiaría con el paso de los años, que ganaría madurez y sería como Will.

—Eh, ¿adónde vas? —preguntó mi hermano, que alzaba una ceja en mi dirección.

Will esbozó una sonrisilla que hizo sonrojar a Ava.

Suspiré internamente.

—A casa —refunfuñé.

—Mentirosa. Mamá me ha dicho que te vas a casa de Ava u otra amiga sin avisarla. O a la colina detrás de casa, donde te acabas rompiendo los pantalones.

—Oh, la colina … —Fue mi turno de ponerme roja como un tomate—. Ha sido una sola vez.

—Tres —me corrigió mi hermano.

—¿Qué más da? Hoy pensaba volver a casa directa —gruñí, apretando las asas de la mochila.

Era mentira. Pensaba irme a la colina y tirarme por ella mientras Ava y yo nos reíamos a carcajadas. Era una maravilla sentir la hierba contra el rostro mientras todo daba vueltas a nuestro alrededor. Era como perder el control de todo y dejarte llevar: no había deberes, ni tampoco la obligación de acostarse temprano…, solo diversión y vueltas. Muchas vueltas.

—Ve directa, ¿te enteras? Tengo partido de baloncesto y no quiero llegar tarde —me advirtió con severidad.

Pues por tan solo haberlo dicho, pensaba desviarme de mi trayectoria y quedarme una media hora más. Solo que no pensaba decírselo, por supuesto. Me negaba a encerrarme en casa mientras Garret jugaba al baloncesto con ellos dos y acaparaba la atención de las chicas del instituto.

Absolutamente no.

Yo tenía que estar allí.

La idea se fue formando poco a poco en mi mente hasta cobrar forma y sentido.

Supe que mi hermano se olía algo, ya que puso los ojos en blanco.

—Directa a casa.

—¿No podemos ir con vosotros? —pregunté, aunque a Will. Él, por algún motivo, nunca me negaba nada.

Will disfrutaba irritándome, tomándome el pelo mientras se reía a carcajadas y me tiraba con suavidad del pelo. Así era él. Sin embargo, lo quería. Me defendía de las burlas de otros niños. Siempre estaba allí para mí. No importaba cuál fuera la situación o la gravedad de esta. Will era como una sombra que se cernía sobre aquellos que se atrevían a meterse conmigo, ya fuera por los granos que comenzaban a salirme o por los aparatos que llevaba para corregirme los dientes.

Sí, no estaba en el mejor momento de mi vida. Físicamente hablando, pero mi madre decía que era guapa, y yo me lo repetía a diario.

Volviendo al colegio, Stephen solo se metía si era estrictamente necesario y me veía llorar.

Will no. Will actuaba a la mínima.

—¡Ni en broma! —saltó mi hermano, que retrocedió un paso.

En ese momento, Garret miró su reloj y llamó la atención de mi hermano con un suave golpe en el hombro.

—Voy tirando para allá.

—De acuerdo —soltó Stephen.

Esa vez no pude contener un suspiro de queja.

Jo.

Había deseado que se quedara un poco más. Solo lo suficiente como para recrearme en lo guapo que era. Lo vi marcharse con paso seguro y sin mirar atrás ni una sola vez. A veces me cabreaba lo mucho que pasaba de mí. De hecho, más de una vez había estado presente cuando una niña de un curso superior, Kaia, se metía conmigo y me empujaba hasta golpearme contra la pared del pasillo.

A Garret le daba igual.

Pero yo pensaba ponerle solución a eso.

Lo malo era que aún no sabía cómo.

—Que se vengan —dijo Will, que habló por primera vez.

Ava y yo lo miramos con sorpresa y alegría.

—¿Qué? ¿Y eso por qué?

—De esa forma puedes asegurarte de que luego vuelva a casa contigo.

Mi hermano murmuró una palabrota por lo bajo, como si el hecho de que yo fuera unos diez años más pequeña me hiciera desconocedora de su significado. La gran mayoría de las palabras malsonantes que conocía las había aprendido en el colegio. Sobre todo por Nancy, una de mis compañeras de clase, que se jactaba de ser capaz de decir unas treinta palabrotas en treinta segundos sin respirar. ¿Era posible? Yo lo dudaba.

Tras un momento de deliberación, mi hermano asintió.

—De acuerdo. Vamos.

Di un salto en modo de victoria y comencé a andar. Mi hermano iba el primero, encorvado. Soltaba una retahíla acerca de la mala idea de Will y de lo poco que molaba tener una hermana pequeña tan latosa como yo.

Ava, poco a poco, se fue colocando al lado de Stephen.

Yo alcé una ceja. ¿Qué tramaba esta loca?

—Deja en paz a tu amiga. Para ella es un momento clave.

Miré a Will, que andaba a mi lado. Hube de alzar la cabeza, y tuve un buen perfil de su mandíbula y sus labios.

Sí, debía admitirlo. Era bastante guapo.

—Tiene once años.

—Como tú.

—Es muy joven para ir detrás de él —dije por lo bajo, como la buena amiga que era, preocupada de que se fijara en un chico tan simple como Stephen.

—Tú haces lo mismo con Garret, ¿no?

Giré la cabeza con brusquedad y lo fulminé con la mirada.

—Eso no es verdad.

—Lo es —rebatió con sorna—. Solo hay que verte. ¿Qué te gusta tanto de Garret para que pases por alto que para él no existes?

Sus palabras, que no eran nuevas para mí, me hirieron.

—Ya se dará cuenta —fue todo lo que dije.

—Eso es lo que te crees tú.

No quise siquiera darle voz ni forma al pensamiento que se formó en mi mente y que le daba toda la razón a Will. Algo dentro de mí sabía que Garret nunca se fijaría en mí, que él siempre sería ese planeta que yo querría pisar y hacer de él mi hogar. Sin embargo, para él yo no era más que una de esas muchas estrellas que deseaban recibir su atención.

Will, al percibir mi incomodidad, se aclaró la garganta.

—Este fin de semana me voy con mi padre a Nueva York.

Agradecí el cambio de conversación, ya que me olvidé por completo de Garret.

—¿En serio? ¿Y eso por qué?

—Quiere que haga mis estudios universitarios allí.

A juzgar por su voz, aquello no le hacía ni pizca de gracia. Parecía reacio a la idea de abandonar Helena, Montana, y dejarlo todo atrás. Pensé que si yo tuviese la oportunidad en el futuro de irme a Nueva York, lo haría con los ojos cerrados.

—Parece que no estás muy contento con la idea.

—Mi vida está aquí. —Hizo una pausa antes de continuar. El hecho de verlo por primera vez asustado y vulnerable hizo que estirara la mano y entrelazara mis dedos con los de él. Will me dedicó una sonrisa triste—. No quiero marcharme.

—Pero nosotros iríamos a verte. Stephen, Garret, mis padres, yo… Haríamos que tuvieses un pedacito de Helena cerca de ti.

Will murmuró algo por lo bajo y apretó sus dedos contra los míos. Volvió a mostrar esa fortaleza tan característica de él que iluminaba a todo el que pasaba por su lado.

Así era como me gustaba verlo.

—Eres tan especial que no te das cuenta de ello, Abbey. Eres demasiado especial para alguien tan corriente como Garret. Y espero que te des cuenta de ello un día.

Fruncí el ceño y quise protestar, pero no me lo permitió.

Deshizo el apretón de nuestras manos y me alborotó el pelo.

—Espero que en el partido me animes a mí, ¿eh?

—Eso dalo por hecho —dije sin dudas. Nunca le fallaría. Nos cuidábamos mutuamente. Éramos como el sol y la noche. Nos complementábamos. Nos apoyábamos. Quizá yo no lo hiciera tanto como él conmigo, pero lo intentaba. Al menos todo lo que me permitía mi ser.

Nuestras miradas se encontraron y ambos sonreímos.

1

Abbey

Odiaba los deportes.

Con toda mi alma. Y no era que yo fuera precisamente torpe, pero aborrecía con cada poro de mi ser sudar, esforzarme y notar cómo mis pulmones me amenazaban con dejarme sin respirar. Era como ser testigo del colapso y no poder hacer nada por evitarlo.

Mi hermano, Stephen, de hecho, solía reírse de mí y de mis constantes expresiones faciales cuando iba a correr con él. Yo le respondía enseñándole el dedo o tirándole el objeto más cercano que tuviese, que podía ser una botella, una piedra o cualquier cosa que encontrara por la calle.

Recordar que al día siguiente iba a ir a correr con él provocó que me estremeciera, porque, además, que yo me animase a acompañarlo ocurría como mucho dos veces al año, en navidad, cuando todos nos reuníamos.

Y aquellas navidades no iban a ser diferentes.

Y, sin embargo, allí estaba yo.

Abbey Winters, dispuesta a jugarme el cuello por una chorrada.

En una clase magistral de judo, con el corazón aporreándome el pecho y un sudor frío recorriéndome la espalda. ¿Quién demonios me había metido en aquel lío? Yo. Solamente yo. Porque así era desde pequeña: impulsiva, alocada y con la horrible tendencia a actuar antes de pensar. Y, una vez más, pagaría cara aquella osadía que había heredado de mi tía.

Pero todo tenía una razón. Por muy impulsiva que fuera, si yo decidía llevar algo a cabo era porque había una razón de peso detrás de mis tejemanejes. Aun así, en ningún momento había pensado en la posibilidad de que mi compañera en aquella clase tuviera una estatura cercana al metro ochenta, brazos rollizos y una cara de no haber pegado ojo en toda la noche.

Me va a hacer papilla, pensé antes de desviar la mirada hasta la razón que me había conducido a apuntarme allí.

Garret Davis.