La tentación - Emily Delevigne - E-Book

La tentación E-Book

Emily Delevigne

0,0

Beschreibung

La vida de Sadie está a punto de cambiar. Después de trabajar durante años para la empresa automovilística McKay, esta es absorbida por Larsen, su mayor competidor del sector, y los trabajadores de la antigua plantilla de McKay tendrán que pasar un período de prueba si quieren mantener su trabajo. Decidida a olvidar sus problemas laborales, sale a cenar con sus amigas y conoce a un atractivo desconocido que le hará una vivir una noche de pasión. Sin embargo, lo que no se espera es que ese desconocido sea Hunter Larsen, su nuevo jefe… Una serie de malentendidos hará que tengan que fingir que son pareja, lo que no debería ser un problema si no fuera porque Sadie es incapaz de controlar la atracción que siente hacia Hunter…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 332

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición: abril de 2022

Copyright © 2022 Irene Manzano Pinto

© de esta edición: 2022, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-18491-69-6BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografía de cubierta: IStock.com/D-Keine y Andrew Zarivny/Shutterstock

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

Para Santos, Mimi y Lola.

1

Aquel cóctel que le había servido el barman, un Blue Hawaii, no estaba resultando ser tan bueno como Sadie había pensado en un primer momento. El sabor era fuerte y, cada vez que daba un trago, sentía que una bola de fuego laceraba su garganta. Se replanteaba dejarlo y pedir otro. Después de todo, no merecía la pena beber aquel cóctel azul solo porque le hubiese resultado llamativo.

El motivo que la había hecho ir a ese pub no era la gran variedad de bebidas que ofrecían. Tampoco, que la alta clase social de Las Vegas, la ciudad más grande del estado de Nevada, se reuniera allí.

No. Lo que la había llevado a acudir a aquel pub caro y prestigioso era la despedida de soltera de Natalie.

Cada una de sus amigas había aportado una sustanciosa cantidad de dinero para pasar una noche llena de diversión, que incluía strippers, visitas a casinos y una limusina alquilada que las recogía cada vez que deseaban cambiar de lugar.

Aquel era el último destino, el exterior del casino que se encontraba al lado del hotel Bellagio, donde pasarían una noche…

Y menos mal, pensó Sadie con una sonrisa. Había ahorrado durante meses el dinero suficiente como para ir a Japón y a Corea del Sur. Sin embargo, cuando su grupo de amigas había insistido en pasar una noche alocada para celebrar la despedida de soltera de Natalie, Sadie había sido incapaz de negarse.

Así pues, había gastado lo que había ahorrado para viajar a Asia en aquella pequeña aventura.

Natalie era demasiado dulce y buena como para negarse a ir a una simple despedida de soltera que incluyera hombres semidesnudos, bebidas, karaokes y casinos, y eso la llevaba a cuestionarse si su amiga había tomado la decisión correcta a la hora de aceptar la proposición de matrimonio de Christian.

Dove, otra de sus amigas, fue hasta ella y le rodeó los hombros con un brazo.

—¿Y esa cara? ¿Por qué sigues en la barra? Ya tienes tu bebida.

Sadie se encogió de hombros y alejó de ella su consumición.

—Sabe fatal. Es como tragar gasolina.

—¿Puedo probarla? —le preguntó Dove, que ya había cogido la copa.

—Toda tuya. Yo me pediré otra.

Dove le dio un trago y crispó los labios en una mueca. Tardó unos segundos en hablar.

—Fuerte. Fresca. Ácida. Como yo. Me gusta.

Sadie contuvo una sonrisa.

—Pues llévatela. A mí no me apetece quedarme sin garganta por tener el capricho de una bebida azul.

—Tienen que gustarte las emociones fuertes para tomarla —le señaló Dove, guiñándole un ojo.

Sadie puso los ojos en blanco.

—No me van las emociones fuertes.

—Mentirosa. En lo más profundo de tu ser, eres la peor de todas nosotras —soltó Dove con fingida inocencia antes de marcharse con la copa hacia una de las mesas de juego.

Dove, con su melena rubia y rizada, ocupó un asiento al lado de un hombre trajeado al que parecía irle bastante bien en una partida de Black Jack. Su amiga le guiñó un ojo a Sadie, inició la conversación con el desconocido y se acercó la bebida de forma seductora a los labios. Su lengua rosada asomó cuando lamió una gota que se había deslizado por el cristal.

Bingo. Lo tenía en el bote.

Cómo no…

La eterna soltera que disfrutaba de la compañía de los hombres más atractivos de Nevada. Delgada y menuda, llamaba la atención en cualquier sitio al que fuese. Trabajaba en la misma empresa que ella, al igual que Natalie, donde se habían conocido las tres.

Mientras que Dove era abogada, Natalie formaba parte de Recursos Humanos. Llevaban un par de años más que ella trabajando en la empresa McKay, dedicada a la industria motriz.

No era un secreto que, tras la muerte de su fundador, Robert McKay, sus hijos habían sido incapaces de mantener al alza los buenos datos que su fundador había dejado. Eso había sucedido apenas tres años atrás, cuando de la noche a la mañana Taylor convocó una reunión urgente con los asesores y demás altos cargos de la empresa. El trabajo de la plantilla había conseguido a duras penas solventar todos los problemas que habían aparecido a lo largo de tres años, desde falta de liquidez hasta perder parte del predominio que había ganado con Robert McKay.

De ser la primera empresa motriz en vender vehículos en Estados Unidos, habían bajado varios puestos y dejado de ser una referencia en el mercado.

Sadie había conocido a Robert en el primer año de trabajo, cuando su proyecto para aumentar las ventas le había resultado lo suficientemente atractivo como para hacerla fija y elegirla entre los treinta aspirantes presentados y escogidos previamente entre cientos y cientos. Ella, una chica recién salida de la facultad, con aspiraciones y sueños alimentados por su abuela Carmen.

El futuro no parecía tan prometedor como cuando Robert McKay vivía, pero su actitud positiva y el apoyo de su abuela y de sus amigas eran suficientes para tirar hacia delante… Especialmente en esos momentos, cuando McKay había sido absorbida por la empresa noruega Larsen.

Decidida a no pensar más en el trabajo, suspiró y se colocó un mechón de la melena detrás de la oreja.

Sadie esbozó una sonrisa, apoyó el codo en la barra barnizada y miró en dirección a Natalie.

Su amiga, junto con Olivia, la prima de Natalie, se había unido a Dove.

Quizá debía dejar de pensar en el trabajo e ir con ellas. La empresa no era suya, no la había fundado. Hiperresponsabilizarse era uno de sus grandes errores.

Sadie levantó la mano para llamar al barman.

—Disculpa, ¿puedes ponerme algo que no lleve alcohol? Lo que sea.

El atractivo barman asintió.

—Ahora mismo.

Unos minutos más tarde, Sadie se había alejado de la barra para acercarse a sus amigas. Habían conseguido una mesa apartada que ofrecía una buena vista del lujoso interior. No pudo evitar fijarse en el barnizado suelo de parqué, impoluto y sin un solo rayón. O en la lámpara que colgaba del techo, con miles de cristales multicolores, que le otorgaba el toque elegante que enfriaba la ostentosa decoración.

Sadie estaba dándole un trago a su copa cuando Dove apareció con muchos chupitos. El camarero de un rato antes la ayudó a dejar otros sobre la mesa antes de marcharse.

Natalie alzó una ceja.

—Yo dejé de emborracharme cuando acabé la universidad.

—¡Anda ya! Dentro de una semana te casas. Dejarás de ser una sexy solterona para convertirte en una devota esposa, así que vas a desmelenarte en los días que te quedan libres.

Sadie ocultó una sonrisa tras su copa. Dove entornó los ojos.

—Y ni se te ocurra pensar que tú no vas a participar —le dijo Dove a Sadie—. Todas vamos a emborracharnos.

—No sé… Me sienta fatal el alcohol y hago cosas de las que luego no me acuerdo —protestó Sadie.

Natalie encontró la excusa perfecta para no participar.

—Si Sadie se echa para atrás, yo también.

Dove fulminó a ambas con la mirada. Sadie suspiró y asintió.

—De acuerdo.

—¡Bien! Se me ha ocurrido un juego muy divertido mientras ese sexy barman me tiraba los trastos. Vamos a ir por turnos. A la que le toque, tiene que hacer el reto que una de nosotras le imponga. Si no, tiene que beber un chupito.

Sadie pensó que, después de todo, no iba a ser un juego tan extremo como había pensado en un primer momento.

Olivia se frotó las manos con ansiedad.

—Me encantan estos juegos.

—¡Bien! Decidamos a pares y nones quién es la primera —dijo Dove.

Sadie, a sabiendas de su mala suerte, se aclaró la garganta.

—¿No debería comenzar Natalie? Al fin y al cabo, es ella la que se va a casar.

La aludida la fulminó con la mirada, y Dove asintió.

—Sí, tienes toda la razón. Y por vender a tu amiga, tú serás la siguiente, Sadie.

Las rondas fueron sucediéndose a lo largo de la noche. Se intercambiaban los turnos para que Dove no fuera la única en establecer los retos. En uno de ellos, Dove tuvo que acercarse a la barra para pedirle al barman su número de teléfono, que, por cierto, se lo dio; Natalie se colocó en medio de la pista de baile para gritar que se casaba; Sadie tuvo que entrar en el baño de los hombres y girar tres veces sobre sí misma, y Olivia fue a pedirle el número de teléfono a un atractivo desconocido…, aunque su esposa apareció a última hora y estuvo a punto de sacarle los ojos.

Con el alcohol fluyendo por sus venas y más envalentonada, Dove la señaló con el dedo. Sus ojos azules refulgían de maldad.

Ella se estremeció.

—Sadie, vamos a subir el tono de tus retos. Después de todo, no te has expuesto tanto como las demás.

—¡Cómo que no! —se quejó, golpeando con el puño en la mesa—. He tenido que entrar en el cuarto de baño de los hombres.

—¡Estaba vacío! —añadió Natalie, cuyos ojos castaños lucían divertidos. Parecía haberle cogido cierto gusto al juego—. Vamos, Sadie. Desmelénate. De todas formas, no vas a volver a ver a nadie de este casino.

Tras reflexionar durante unos segundos, Sadie asintió con resignación.

Eso era cierto.

Aquello era lo bueno de Las Vegas: era tan condenadamente grande que resultaba casi imposible encontrarte a la misma persona dos veces. Había sido una ventaja cuando su expareja decidió darle una patada en el culo e irse con su compañera de trabajo, una rubia bastante guapa llamada Britney. No quería ni pensar lo incómodo que podía ser verlo junto a ella. ¿Mostraban complicidad? ¿Habían empezado antes de que Dean cortara con ella?

Ya habían pasado ocho meses, por lo que ella había decidido eliminar los pocos recuerdos que atesoraba de su relación y enfocarse en su futuro profesional, que tampoco parecía muy esperanzador tras la adquisición de la empresa por parte de Larsen.

No tenía nada que perder, ¿así que por qué no disfrutar de la noche? Sin miedos. Sin vergüenza. Con total seguridad, estaba lo bastante borracha como para no acordarse de lo que iba a hacer esa noche.

Decidida, asintió.

—De acuerdo. ¿Qué queréis que haga? Os recuerdo que siempre puedo recurrir al chupito.

—Llevas demasiados —señaló Olivia—. No creo que te apetezca otro.

Maldita fuera la prima de Natalie. Aquella chica era demasiado observadora.

—Cierto. —Dove aplaudió, satisfecha—. Mmm… Déjame pensar…

—¡Lo tengo! —saltó Olivia, que se levantó de la silla de un salto. Todas la miraron con expectación, menos Sadie, que temía lo que podía idear aquella cabeza—. ¿Ves a ese grupo de hombres trajeados? Fuera, en el exterior.

Todas se echaron hacia delante para fijarse en un grupo de hombres que hablaban de espaldas a ellas. A Sadie le llamó la atención el más alto de todos. Su cuerpo era fuerte y sólido, como si entrenara diariamente. Sus hombros, anchos y musculosos, daban paso a una espalda digna de un deportista que pasaba gran tiempo ejercitándose. Además, llevaba una camisa blanca que le sentaba de maravilla y le daba un aspecto serio y formal que atraía varias miradas femeninas.

¿Llevaba traje? Eso parecía, al igual que el resto. ¿Empresarios en una reunión?

No pudo ver su rostro a pesar de intentarlo. En lo que pudo fijarse fue en el Rolex que llevaba en una de sus muñecas. Guau, definitivamente, debía de ser un hombre de negocios, al igual que el resto que lo rodeaba.

Un pez gordo.

Dove se humedeció los labios.

—Joder, ¿por qué no los he visto antes? Están buenísimos.

Natalie asintió de forma rotunda.

—Cierto. Pero creo que no deberíamos involucrarlos en nuestros juegos infantiles. Se ven demasiado… formales.

—¡Y una mierda! —saltó Olivia—. No vamos a volver a verlos. Hagamos lo que hagamos, se quedará en este casino. No saldrá de aquí.

Olivia tenía razón. Y Sadie era incapaz de apartar los ojos del espectacular espécimen masculino.

—Oh, oh… Mirad a Sadie. Le brillan los ojos —señaló Natalie con una sonrisilla.

¿Para qué negarlo? Estaba deseando que el hombre se diese la vuelta para verle la cara. ¿Era tan guapo como imaginaba? Desde luego, tenía un cuerpo digno de admirar. A esa distancia, distinguió unas manos grandes y poderosas. Cada minuto que pasaba, conseguía más detalles del atractivo desconocido.

—Normal, ¿a quién no? —murmuró Dove, que se mordía el labio inferior—. ¿Podemos saltarnos el turno de Sadie y que me toque a mí?

—¡No! Tú ya tienes al barman. Ahora le toca a ella.

—No es lo mismo ni de lejos. ¿Has visto todos esos trajes hechos a medida? Son sexys y tienen Rolex. Son mucho mejores partidos que el barman. Además, yo no me he fijado en el mismo que ella. Yo me refiero a…

—Es el turno de Sadie —la interrumpió Natalie—. Olivia, di tu reto antes de que Dove se vaya hacia el grupo.

—No me importa que sea Dove la que se acerque. —Y no mentía. Sadie no se sentía cómoda acercándose a desconocidos, por muy atractivos y espectaculares que fueran.

Se preguntó si estaba lo suficientemente borracha como para aceptar la posibilidad de que el desconocido la rechazara.

Un rechazo es lo que menos necesito ahora. Me haría papilla la autoestima, pensó sin estar muy convencida.

—¡Ni hablar! Ya que Olivia parece consumida por el alcohol e incapaz de continuar, yo seré quien te dé tu reto. —Natalie le guiñó un ojo con malicia—. Quiero que vayas hacia el más alto y lo invites a una copa.

—¿Qué? —saltó Sadie, retirando la mirada del trasero del ardiente desconocido—. ¡Ni en broma!

—¡Oh, vamos! Lo haría hasta yo con los ojos cerrados —murmuró una adormilada Olivia, dejándose caer sobre su asiento. La diversión parecía haber pasado a un segundo plano. Ella y Dove habían sido las dos que más chupitos habían tomado.

Natalie suspiró y se acercó a su prima.

—Me la voy a llevar ya para casa. Ha bebido demasiado.

Sadie sintió que un repentino alivio se adueñaba de ella. Una cosa era fantasear desde lejos, sin exponerse a un evidente rechazo, y otra, ir hasta un desconocido que claramente no se iba a fijar en una mujer como ella. Estaba casi segura de que a aquel hombre le gustaban las mujeres altas, con el cuerpo tonificado, unos carnosos labios rojos y manicura francesa.

Ella no se consideraba fea, ni mucho menos, pero distaba de pertenecer a ese canon de belleza de mujeres explosivas, como era el caso de Dove.

Sadie y Dove se despidieron de las dos y las acompañaron hasta el exterior, donde las esperaba uno de los muchos taxis que solían pasar por Las Vegas Boulevard South. Después de todo, la mayor parte de los turistas se concentraban en la parte de los casinos, y el Bellagio era uno de los más famosos.

Natalie metió a su prima en el interior del vehículo y le colocó el cinturón. Ella se dejaba hacer en silencio, con la cabeza apoyada en el respaldo mientras emitía unos sonidos que le hicieron saber que dormía. Luego fue el turno de Natalie, que se despidió de sus amigas con un gesto de mano.

La noche era fresca y Sadie agradeció que la brisa nocturna enfriara el calor que desprendía su piel. Había bebido, aunque no tanto como Olivia y Dove. Sin embargo, su amiga aguantaba mucho mejor el alcohol que la prima de Natalie.

Dove se cruzó de brazos cuando el taxi se alejó de donde ellas estaban.

—No has hecho el reto. ¿Debo ir a por tu chupito o vas a acercarte a ese hombre?

Sadie notó cómo la boca del estómago se le cerraba.

—¿Es necesario?

—No sé… Compruébalo por ti misma. Si te das la vuelta, puedes mirarlo a la cara. Y créeme, es muy, pero que muy sexy.

La voz de Dove había adquirido ese tono sensual que aparecía cada vez que veía a un hombre lo suficientemente guapo como para animarla a actuar. Era el paso previo a poner en marcha sus pies y dejar salir todo su encanto.

Con la curiosidad martilleando en su cabeza, Sadie echó un vistazo por encima del hombro en la dirección que su amiga le señalaba.

Oh, joder…

Craso error.

Él le devolvía la mirada mientras hablaba con el grupo de hombres que lo rodeaba.

Maldición, estaba tremendo, y no pudo evitar el impulso de humedecerse los labios. Gesto que él siguió con determinación.

Ni en sus más prohibidas fantasías habría sido capaz de imaginarse tal perfección de rasgos. Sus ojos eran de un tono oscuro, casi negro, que ocultaba todas sus emociones y secretos. Era como verse reflejada en las oscuras aguas de un lago que la invitaban a sumergirse en ellas.

—Está bueno, ¿eh? Pero hazme el favor de dejar de babear. Que se note que eres una mujer a la que le sobran los amantes —dijo con ironía.

Que le diesen a Dove y a su extraño sentido del humor.

Aquel dios pagano bien merecía la pena que lo mirara con adoración. ¿Cuándo había sido la última vez que Sadie había experimentado un verdadero flechazo de deseo? Porque su cuerpo estaba reaccionando a la enloquecedora y peligrosa mirada de aquel extraño. Los cincelados rasgos de su nariz y su boca formaban un rostro masculino y regio. Su mandíbula estaba oscurecida por una barba incipiente que aumentaba el aura de peligro que desprendía por cada poro de su piel. Sus pómulos contribuían a aumentar su atractivo.

Oh, joder, se dijo Sadie de nuevo, incapaz de echar el freno a los pensamientos lascivos que inundaban su cabeza.

Vio que él tragaba saliva y su garganta se movía en un gesto sensual.

Por favor, que parara aquella tortura. Un intenso calor se había apoderado de su cuerpo y comenzaba a moverse de forma nerviosa sobre los talones.

—De acuerdo, a la vista de que no eres capaz de salir de tu estupor, me iré a la barra y te daré cinco minutos para que te acerques —dijo Dove—. Si no, vendré y le diré que quieres pasar una noche loca con él.

Al escuchar sus palabras, Sadie sacudió la cabeza.

—¡Ni se te ocurra! Como mucho me traerás un chupito.

—El chupito no está a la altura de ese hombretón. Aprovecha esos cinco minutos que te doy.

Dove se marchó al interior del casino, Sadie supuso que para tomarse algo o hablar con el barman. Definitivamente, su amiga estaba impecable con aquel vestido plateado y aquellos peligrosos tacones que estilizaban sus delgadas piernas. Varias miradas masculinas la seguían con cautela e interés.

Y ella lo sabía, pues se movía con la seguridad de una mujer que tenía una autoestima de acero.

Sadie había vuelto a centrar su atención en el grupo de hombres trajeados cuando, para su propia decepción, se percató de que ya no estaba el que le interesaba. Un suspiro escapó de sus labios. Parte de la adrenalina que había sentido solo con pensar en acercarse se esfumó de golpe. Quizá había malinterpretado el interés que había visto en su mirada. Quizá la distancia y la noche le habían jugado una mala pasada.

Fuera como fuese, se había quedado sin reto… Y sin aquel buenorro que prometía una buena y divertida noche.

«Has sido demasiado lenta, pierdes facultades», le susurró una acusadora voz en su cabeza. ¿Era verdad? Después de su tremenda decepción con Dean, una parte de sí misma le impedía actuar, como si esperase que de esa forma pudiera perder la oportunidad de conocer gente nueva… Y así evitase el rechazo.

Pensó que por aquel hombre bien habría merecido la pena intentarlo.

¿Qué se suponía que debía hacer? Al parecer, el atractivo desconocido se había marchado y Dove esperaba…

—¿Puedo invitarte a una copa? —preguntó una ronca voz masculina.

Sadie se dio la vuelta para saber quién hablaba con ella, y los ojos se le pusieron como platos.

Oh, joder. Joder, ¿me está hablando a mí?, se preguntó sin moverse ni un ápice. Incluso aguantaba la respiración.

Era él. El ardiente desconocido trajeado. ¿De verdad estaba hablando con ella? Porque le parecía inaudito que un hombre como él se hubiese acercado cuando cualquier mujer del casino parecía haber buscado la ocasión perfecta para entablar conversación, esperando una mirada cómplice o un gesto que las alentara.

Un olor fresco y especiado llegó hasta sus fosas nasales y tuvo que alzar la cabeza para mirarlo.

Su corazón comenzó a latir acelerado.

—Claro. Me encantaría —soltó Sadie en cuanto su cerebro procesó las palabras.

Él hizo un gesto con la mano para señalarle una de las mesas libres del exterior. Sadie esbozó una sonrisa nerviosa y se sentó cuando él le retiró la silla.

Vale, incluso sus modales eran impecables.

De acuerdo, soy una mujer adulta. No puedo enamorarme del primer hombre guapo y con educación que pase por delante de mis narices.

Notó el roce de sus dedos en la espalda cuando empujó la silla. Apenas un sutil toque que despertó un escalofrío en su cuerpo. Ese fue el desencadenante de que la única neurona que le quedaba se fundiera.

Cuando él ocupó la silla de enfrente, sus ojos se clavaron en ella con firmeza.

—Yo soy Sadie —dijo, estirando la mano.

—Encantado, Sadie. —Él se la estrechó. Notó la fuerza que fluía por sus dedos—. Hunter.

Hunter. Cazador.

Demonios, si hasta el nombre le quedaba bien.

A esa corta distancia, Sadie pudo apreciar con mayor claridad sus rasgos. Había tal simetría en ellos que parecían haber sido tallados por un habilidoso artista. Cada ángulo de su rostro le sumaba masculinidad y el oscuro vello incipiente apenas tapaba las líneas de su mandíbula.

Se preguntó cómo sería al tacto, qué podía pasar si ella pasaba los dedos…

No, definidamente no. Era un reto. Iban a tomar algo y luego iban a despedirse para no verse nunca más… Por mucho que en su cabeza se hubiera formado la brillante idea de pasar una noche de sexo con Hunter.

Una camarera apareció justo en ese momento para anotar sus consumiciones. Hunter pidió un bourbon. Ella, una copa sin alcohol.

Al captar su mirada, se sonrojó.

—He bebido demasiado esta noche —se excusó.

—No hay ningún problema. ¿Celebrabais una despedida de soltera?

—¿Cómo lo sabes?

Hunter hizo el amago de una sensual sonrisa. Unos hoyuelos aparecieron en sus mejillas.

—Teníais chupitos y os levantabais todo el tiempo sin dejar de reíros.

—Así que nos espiabas…

—No, la verdad es que no —admitió de buen humor, cruzándose de brazos. Sadie vio cómo la camisa blanca se tensaba sobre los musculosos hombros—. Uno de mis amigos estaba en el cuarto de baño cuando has entrado.

Sadie jadeó.

—Pero… Yo no he visto a nadie.

—Según me ha dicho, has sido como un borrón. Has entrado, has dado tres vueltas sobre ti misma y te has ido corriendo.

—De acuerdo, sí, celebrábamos la despedida de soltera de una de mis amigas —admitió ella al fin.

—Y tu reto era acercarte a invitarme a una copa, ¿verdad?

Su habilidad para atar cabos la sorprendió. Hunter no solo era observador y discreto, sino que analizaba cada cosa que pasaba a su alrededor.

A saber lo que estaba pensando de ella en esos momentos.

—Sí.

—Te he visto bastante apurada cerca de la parada de taxis —señaló él, apoyando los codos en la mesa. Desprendía un aura de masculinidad y dominio que la cautivó—. He querido ahorrarte el mal trago.

Aquello le sentó como un jarro de agua fría. ¿Así que no la había invitado porque le resultara atractiva?

Se le formó un nudo en la garganta que le impedía tragar saliva, por lo que se dedicó a sonreír con cierta tirantez, buscando la forma de ocultar lo abochornada que estaba.

Después de todo, no era nada agradable que el hombre más atractivo que había visto en su vida le dijera que solo la invitaba a un trago para ahorrarle beber un chupito por perder un estúpido reto.

Se mordió el interior de la mejilla.

—Vaya, gracias. Me has ahorrado un chupito —dijo con falsa alegría, quizá demasiado exagerada.

Hunter esbozó una media sonrisa que mostró unos dientes blancos y perfectos.

—No he terminado la frase. —Su voz adquirió un ligero matiz ronco—. También me ha dado la oportunidad perfecta para acercarme a ti.

Sadie sintió que le ardían las mejillas y sus labios se arqueaban hacia arriba. ¿Qué se suponía que debía decir? Después de Dean, había renunciado a los hombres para lamerse las heridas en soledad. Aquello era algo nuevo para ella.

El poco alcohol que había ingerido hizo que respondiera sin pensárselo dos veces.

—Me alegra saber que no solo me has invitado por pena.

Hunter fue a hablar cuando la camarera dejó las bebidas sobre la mesa. Al colocar la de él, se tomó más tiempo del necesario. Se agachó y musitó algo que Sadie fue incapaz de entender. Él apenas hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza. La mujer le echó una descarada mirada a Hunter, movió las esplendorosas caderas que tenía y se marchó.

Sadie le dio un buen trago a su bebida antes de abrir el bolso y buscar la cartera.

—¿Te marchas?

—Bueno, ya me has hecho el favor de acercarte, y creo que esa camarera te ha prometido algo que ningún hombre es capaz de rechazar, así que ahora es mi turno de devolverte el favor.

Justo cuando Sadie iba a sacar un par de billetes y pasar por su lado, él estiró una mano para agarrarla por la muñeca.

Notó sus dedos, mucho más grandes que los de ella, justo en la zona donde le latía el pulso. Transmitían calor y firmeza, y se sorprendió de que aquel sutil gesto hiciera que se le erizara el vello de la nuca. Sus ojos oscuros también la retenían.

—No te vayas, por favor. Me gustaría disfrutar un poco más de tu compañía.

Con el corazón bombeándole con fuerza contra el pecho, asintió y volvió a su sitio.

Hunter no había podido despegar los ojos de Sadie desde el primer momento en que la había visto en el casino. Pobre, y ella se pensaba que la había invitado por pena… Más bien había estado buscando la excusa perfecta hasta que apareció ante sus narices.

Mientras hablaba con el gerente de Recursos Humanos y su mano derecha, Ronin, su atención había estado puesta en Sadie. Su rostro en forma de corazón estaba desprovisto del interés que parecía brillar en los ojos de las otras mujeres. Ser el director ejecutivo de una de las empresas más importantes del mercado provocaba ese efecto: interés. Hunter desconfiaba de todos aquellos que se le aproximaban. Su círculo social era muy reducido, excepto cuando tenía que establecer una relación cordial con socios y compañeros de trabajo.

Ahí se permitía bajar las defensas.

Eso no quería decir que no se relacionara con las mujeres… Ni mucho menos. Siempre y cuando quedara claro por ambas partes que solo iba a ser una noche.

Hunter se había acostado con mujeres bellas y exóticas, desde modelos de largas piernas hasta desconocidas que se le habían acercado en una de sus muchas salidas con Ronin. Atraía a las mujeres, a ellas les gustaba el magnetismo de poder y firmeza que desprendía, y a él, disfrutar de la belleza femenina.

Sin embargo, no le había hecho falta aproximarse a Sadie para saber que la deseaba. Desde el primer momento había captado su atención, como si se tratase de una luz en la densa oscuridad de la noche.

Destacaba entre su grupo, callada, sosegada y tranquila, al contrario que su otra amiga rubia.

Esa aura de inocencia y desconocimiento del género masculino era lo que lo había absorbido por completo. Sí, sabía que lo había mirado desde la distancia, con unos increíbles ojos verdes que contrastaban con el oscuro maquillaje ahumado que llevaba.

Sadie no había entrado avasallando, no se había planteado ni por un segundo acercarse a él si no hubiese sido por el maldito reto.

Pues bien, él había tomado la iniciativa, aunque le hubiese contado la mentira de que lo había hecho como un favor hacia ella.

Que lo creyera con tanta facilidad lo había sorprendido.

El objetivo de Hunter era pasar una noche con Sadie, una noche donde ambos iban a disfrutar para luego no volver a verse más. La pregunta era si ella estaba de acuerdo o no.

Su melena, de un castaño claro, estaba suelta sobre sus hombros, lisa y espesa. Acariciaba su piel, bronceada por el sol, y exaltaba el color de sus ojos. Era delgada, quizá demasiado para su gusto, que solía fijarse en mujeres con curvas, pero había algo en Sadie que lo atraía.

Y pensaba descubrirlo en aquel momento.

—¿En qué trabajas? —preguntó Hunter antes de darle un trago a su bourbon.

—Trabajo en una empresa motriz como secretaria del director —le explicó con cierta timidez.

Vaya, no se lo había esperado.

Hunter se fijó en sus delgadas y delicadas manos, que agarraban su copa con firmeza.

—¿Qué te hizo trabajar allí?

—Acababa de terminar en la universidad cuando vi en su página web que convocaban una especie de concurso donde aceptaban proyectos innovadores. Aquellos que llamaran su atención serían seleccionados y tendrían la oportunidad de incorporarse a la plantilla. No me lo pensé dos veces y mi proyecto de la universidad lo enfoqué en ellos.

Así que además de guapa era inteligente. Tenía iniciativa. Le gustaba.

—Te fue bastante bien.

Una sonrisa orgullosa iluminó su rostro.

—Sí, no me lo podía creer. Mi sueño, desde pequeña, era entrar en una empresa con esas características. Me enfoqué en la innovación, en el diseño y en la sostenibilidad. —Sadie se llevó un dedo a la barbilla y se dio unos golpecitos—. Efectuaron algunas modificaciones, pero me hicieron fija después de seis meses de prueba.

¿Quién demonios era Sadie y por qué su gerente de Recursos Humanos no la había encontrado? Ronin se aseguraba cada año de trabajar de forma selectiva con algunas universidades en busca del talento de esa joven mujer. Ellos apostaban por los jóvenes, por sus ideas, al contrario de lo que hacían la mayoría de las empresas, que pisaban terreno seguro.

A él le gustaba apostar, arriesgarse.

Sadie esbozó una tímida sonrisa cuando él se dedicó simplemente a mirarla. Escudriñó la simetría de sus rasgos, aquella pequeña y puntiaguda nariz que le daba aspecto de hada, o los altos pómulos que realzaban su rostro.

Bien, sí, la deseaba. Aquel sentido de la iniciativa que tenía lo había vuelto loco. Su cuerpo estaba tenso, ansioso por tocarle aunque fuera la mano. Quizá Sadie no fuese esa clase de mujer que se acercaba en los pubs a conocer hombres, pero sí lo era en el ámbito profesional.

Era como un lobo con piel de cordero.

Hunter se removió de forma discreta sobre la silla cuando notó que su pene se apretaba contra la tela del pantalón.

—¿A qué te dedicas tú, Hunter?

Joder, su voz era dulce y pausada, y escucharla diciendo su nombre hizo que la imaginara en otras circunstancias: por ejemplo, debajo de él.

—¿Qué crees que hago?

Sadie ladeó la cabeza y entrecerró los ojos. Lo estudió durante unos largos segundos y apoyó los codos sobre la mesa.

—De acuerdo. Creo que me hago una idea.

—Adelante —la apremió él.

—Llevas un traje hecho a medida bastante caro, por lo que debes de ocupar un puesto alto. Miras a los demás con seguridad y fiereza, como si nada consiguiera desestabilizarte. Tiendes a dar órdenes en vez de sugerir, así que eso apoya mi teoría sobre que debes de ser un pez gordo.

Maldita fuera, había acertado todo.

En ese momento entendió por qué su jefe la había contratado. Era muy observadora, y no mostraba sus cartas hasta haber hecho un exhaustivo análisis de la situación.

Justo cuando pensaba preguntarle en qué empresa trabajaba, y ver si podía llevársela a la suya, apareció la chica rubia que había estado con ella en la despedida de soltera.

—Sadie, ¿te vienes conmigo en un taxi o te quedas? —Preguntó eso último mirando a Hunter. Sus ojos le echaron un rápido vistazo. Él ni se inmutó. Estaba acostumbrado—. Por cierto, soy Dove.

—Hunter —respondió, estrechándole la mano.

Pasaron unos largos segundos en los que Sadie pareció meditar sobre si debía quedarse o no.

Hunter esperaba que se quedara. Joder, lo deseaba. Hacía bastante tiempo que no conocía a una mujer tan interesante. Si en un principio su objetivo había sido acostarse con ella, admitía que no le importaba nada que pasaran toda la noche conversando. Quizá, de esa forma, traspasara todas las capas que la rodeaban para llegar hasta su núcleo, donde estaba seguro de que iba a encontrar a una mujer más desmedida y salvaje.

—Me quedaré un rato —terminó por decir Sadie.

Dove alzó una ceja en señal de incredulidad.

—Me aseguraré de que llegue a casa —añadió Hunter, que no retiraba su mirada de la de Sadie.

Dove contuvo una sonrisa perezosa y asintió.

—De acuerdo. —Se agachó para darle un rápido abrazo a su amiga. Hunter pudo enterarse de lo que le dijo—. A por todas.

2

«No me van las emociones fuertes»; aquellas habían sido sus palabras a Dove antes de conocer a Hunter. En ese momento rebotaban en su cabeza, y se preguntaba si quizá podría hacer una excepción. Después de todo, no iba a volver a verlo después de esa noche… Y tras lo de Dean, no había sentido ninguna química sexual parecida a la que hacía arder su cuerpo con solo tener los oscuros ojos de Hunter sobre ella.

Era como ser observada por unos ojos felinos que a duras penas dejaban entrever sus intenciones.

Sadie apretó los dientes y cruzó las piernas.

Le encantaban las manos de Hunter. Eran grandes y cuidadas, fuertes y firmes, y supo que tenía que hacer grandes maravillas con ellas. Se las imaginó sobre sus pechos para bajar luego por su vientre…

Genial, estaba mojada.

De acuerdo, tenía que tomar una decisión. ¿Era capaz de dejarse llevar? Solo una noche, sin consecuencias ni ataduras. Él no iba a quererlas, y ella estaba demasiado preocupada por su futuro laboral como para que le importase.

La pregunta era cómo podía proponérselo sin sonar desesperada. Un «¿Te vienes a mi casa?» o quizá «¿Echamos un polvo?». Sí, Dove tenía razón. Sus habilidades sociales apestaban.

Sadie dio un último sorbo a su bebida, la dejó sobre la mesa y miró fijamente a Hunter.

Él esperaba, como si supiese lo que iba a decir.

—¿Te apetece tomarte algo en mi casa?

Hunter también terminó su bebida y no apartó en ningún momento sus ojos de ella.

—¿Así? ¿Al grano? Un poco directa, ¿no? —bromeó.

Sadie se humedeció los labios en un gesto nervioso.

—No me gusta andarme por las ramas.

Mentira, siempre se andaba por las ramas, pero él no necesitaba saberlo.

Eso era lo bueno de los desconocidos. Podías actuar de una forma completamente diferente sin que te lamentaras de tus acciones más tarde. Ellos nunca iban a saber que fingías o que sacabas la parte más descarada de ti misma, aquella que guardabas en lo más recóndito de tu ser.

Hunter no decía nada. De hecho, seguía observándola.

Sus mejillas se pusieron rojas, y se levantó.

—Olvídalo, ha sido una locura.

Él también se incorporó, y a pesar de no ser la primera vez que Sadie lo veía de pie, se sorprendió por lo alto que era. Debía de rondar el metro noventa.

—Mi coche está por allí —dijo con un tono ronco, ofreciéndole la mano.

Sadie no dudó ni un solo segundo en aceptarla. Entrelazó sus dedos con los de él. Allí donde sus pieles se tocaban, un intenso calor la devoraba. Se extendía por su cuerpo con rapidez, aturdiéndola.

Cuando llegaron hasta el vehículo en cuestión, Sadie abrió los ojos de par en par. Se trataba de un Lexus LS negro, cuyo precio solía oscilar entre los cien mil y los ciento cincuenta mil dólares. ¿Cómo demonios podía permitirse tal vehículo? Sí, su ropa era de buena calidad y sus modales impecables, pero nada la había preparado para pensar que quizá Hunter no fuese un simple empresario.

Debía de ser algo más.

Hunter le abrió la puerta del copiloto sin despegar sus felinos ojos de ella.

—¿Quieres echarte atrás? Puedo dejarte en tu casa.

¿Arrepentida? ¡Y una mierda!

—No, mi invitación sigue en pie —contestó Sadie; se metió en el coche y se abrochó el cinturón—. A no ser que tú quieras echarte atrás —dijo, repitiendo sus palabras.

Él ocultó una sonrisa, cerró la puerta y se dirigió hacia el asiento del conductor.

El coche era espacioso, con asientos de piel y un increíble olor a nuevo flotando en el aire. El diseño era oscuro e innovador, con más botones y pantallas de los que Sadie había visto alguna vez en su vida. Estaba segura de que era exclusivo, pues difícilmente un hombre como él se conformaría con algo ordinario.

Hunter arrancó el motor y siguió sus indicaciones. Las luces de la ciudad incidían sobre el coche y formaban un hermoso espectáculo acompañado por las risas y las divertidas voces de las personas que iban a Las Vegas con un claro objetivo: pasar una noche loca que las hiciera evadirse de su día a día.

Más o menos era lo que ella había hecho al invitar a un desconocido a su casa.

Ignoraba si se debía al alcohol o al simple hecho de que Hunter era un hombre arrebatador y atractivo, pero deseaba llegar a casa y averiguar qué cuerpo escondía aquel caro traje.

Cuando llegaron a la zona residencial, en los suburbios de Las Vegas, Hunter aparcó en el primer sitio libre que encontró. A vista de pájaro, aquella área era geométricamente perfecta. Las hileras de casas estaban a la misma altura y se juntaban entre ellas para luego dar lugar a calles que conectaban la zona con el centro de la gran ciudad. Se trataba de Spring Valley, a unos pocos kilómetros de Las Vegas.

Allí se respiraba un ambiente relajante y familiar, alejado de la alborotada y ruidosa vida de la gran ciudad.

—Bonita zona.

—Gracias —dijo ella mientras lo llevaba hasta su casa. Siguieron el camino de piedra que conducía hasta la puerta—. La heredé de mi abuelo materno. Yo solo le di una nueva apariencia.

Sadie le hizo un gesto para que entrara. Cuando él pasó por su lado, su olor le impactó en el rostro. Demonios, lo deseaba, quería pasar una noche entera divirtiéndose con Hunter. ¿Lo malo? Que no sabía cómo entrarle. Estaba claro que él conocía sus intenciones, pues no lo había invitado a su casa para jugar a las cartas. Sin embargo, tuvo la sensación de que él no iba a hacer nada hasta que ella diese el primer paso.