Noches de tormenta - Emily Delevigne - E-Book

Noches de tormenta E-Book

Emily Delevigne

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Beschreibung

Me llamo Storm Sheridan, y mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados. Tras la muerte de mi madre, después de cuidar de ella durante mucho tiempo en casa, he terminado por recluirme aún más y aceptar que ya nada volverá a ser como años atrás. Sin embargo, por insistencia de mi hermana, Rain, he accedido a salir una noche con ella y un grupo de amigas. No habría habido ningún problema en ello si no hubiese sido porque he cometido el error de acostarme con Devin, un rico empresario de Nantucket… y al que conozco desde siempre. Me llamo Devin Hardy, y deseo a Storm desde que tengo uso de razón, y, aunque sé que le gusto, siempre se ha mostrado reacia al amor. No hay ninguna mujer que se iguale a ella, y tras esa noche en la que finalmente pude disfrutar de su cuerpo desnudo, no puedo sacármela de la cabeza. Se suponía que solo sería una noche, que no volveríamos a repetir…, pero siempre acabo buscándola en el mismo lugar.

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Primera edición: mayo de 2024

Copyright © 2024 Irene Manzano Pinto

© de esta edición: 2024, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-10070-15-8BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®Fotografías de cubierta: BHPX/Freepik y Sonar/gyn9037/Depositphotos.comImagen de interior brújula: Imagen de FreepikImagen de interior tormenta: Imagen de upklyak en Freepik

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

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3

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5

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Epílogo

Agradecimientos

Contenido especial

Para mi editora, Conchi Gábana.

Gracias por apoyarme en todo.

Esta novela es lo que es gracias a ti.

1

Storm

«Recuento de fin de año.

-Salud: Bastante buena. No me puedo quejar.

-Sexo: mejor no contestar. No recuerdo la última vez.

-Amor: Mucho. Estoy enamorada de mi sobrina Erin».

Terminé de completar el cuestionario de la revista y solté un suspiro. La verdad era que lo único bueno que me había pasado últimamente era el nacimiento de mi sobrina, Erin. Por lo demás, mi vida era sencillamente plana, monótona y… triste.

Triste desde que mi madre había fallecido y un insondable vacío se había instalado en mi pecho. Cada vez que pensaba en el hecho de que era huérfana, de que mi madre se había marchado para siempre, unas terribles ganas de llorar florecían. Quizá no ayudaba el hecho de que siguiese en la casa familiar y de que cada rincón me recordara a ella. Quizá tampoco lo hacía el que mi hermana viviese con Zack y que el insoportable silencio de la casa me engullera todas las noches.

Comenzaba a estar cansada de la rutina que seguía día tras día. Me levantaba, desayunaba, abría las ventanas para que el aire fresco, cargado de un intenso olor a césped y lluvia, inundara la casa y luego comenzaba a limpiar. Terminaba pintando un nuevo cuadro o retocando alguno de los que tenía a medias para luego tumbarme en el sofá y soportar de la mejor forma posible el ensordecedor silencio. Me encantaba mi oficio de pintora, aunque tenía que reconocer que siempre necesitaba de otros trabajos aparte para complementarlo, ya que no era suficiente para pagar las facturas.

Guardé el bolígrafo en mi bolso y me incorporé de la silla que había ocupado cuando mi hermana salió de la consulta del pediatra. La pequeña Erin me dirigió una enorme sonrisa al verme y mi corazón se derritió.

—¿Ya has terminado?

Mi hermana asintió.

—Erin está perfecta. Y se ha portado muy bien.

Fui hasta el carrito y la liberé de todos los enganches que la mantenían en su sillita. Luego la cargué en brazos y la pegué a mi pecho para inspirar su olor a bebé.

Dios, cómo amaba a mi sobrina.

Tenerla a mi lado provocaba que la tristeza que me embargaba al pensar en mi madre se borrara un tanto.

—¿Nos tomamos un café? Es temprano —pregunté. No quería despedirme todavía de Erin.

Mi hermana, Rain, contuvo una sonrisa y asintió.

—Sí, vamos.

Caminamos hasta el centro del pueblo, donde había una cafetería bastante grande y famosa por los estupendos cafés que servían. Las navidades ya habían pasado, y habían retirado la decoración que había iluminado las calles. Sentía que ya podía respirar con tranquilidad. Ver tantas familias felices y unidas me recordaba lo sola que me sentía y la gran ausencia que nuestra madre había dejado tras su marcha. Rain había estado cada uno de los días de navidad en casa, trayéndome a Erin y sacándome a comer junto con Zack, su pareja, que también ponía gran empeño en animarme.

Yo fingía, pero lo que ni mi hermana ni Zack podían entender era lo unida que yo había estado a mi madre. Sabía que Rain también lo estaba pasando mal, pero ella había vivido alejada de nosotras durante diez años. Diez años en los que yo me había dedicado en cuerpo y alma a cuidar de nuestra madre, a entenderla y a centrarme en ella. No había existido nadie más para mí.

Rain se había marchado de Nantucket al morir nuestro padre, cuando ella solo tenía quince años. Habían tenido juntos un accidente en barco, en el que nuestro padre había fallecido. Rain se culpó desde el principio de su muerte, y con esa carga huyó un año después del suceso. Tuvieron que pasar diez años para que regresara a Nantucket, donde yo había permanecido cuidando de nuestra madre, quien, tras faltar nuestro padre, nunca volvió a ser la misma. Afortunadamente, la vuelta de Rain, a pesar de que fue difícil, sobre todo porque yo le guardaba mucho rencor por habernos abandonado a nuestra madre y a mí, al final solo trajo cosas buenas, tanto para ella como para mí misma: ella se liberó de su complejo de culpa y yo olvidé ese rencor que le había guardado por abandonar el hogar familiar. Además, Rain había encontrado el amor con Zack, y juntos habían tenido a su preciosa hija.

Volviendo al presente después de recordar toda la historia con Rain, me puse a pensar en lo perdida que me encontraba en ese momento.

No sabía qué hacer ni cómo comportarme en la mayoría de las ocasiones. Me sentía casi siempre fuera de lugar.

Al llegar a la cafetería, encontramos una mesa libre en el interior del local, cerca de la ventana. La ocupamos con rapidez y pedimos un par de lattes.

Puse a Erin sobre mis piernas y dejé que jugueteara con algunos mechones de mi oscuro pelo.

—¿Qué tal vas? —preguntó mi hermana de repente.

La miré.

—¿A qué te refieres?

—Ha pasado un año desde la muerte de mamá.

Apreté los dientes y cogí aire.

—No me apetece hablar de ello.

—Te entiendo, de verdad. Yo también la echo de menos, pero creo que deberías comenzar a salir, conocer gente… Estar encerrada en casa no es bueno para ti. Ni tampoco es lo que mamá querría…

Sentí una súbita oleada de ira. ¿Por qué no podía dejar el tema a un lado? No estaba preparada para hablarlo. Necesitaba que pasara el tiempo, necesitaba curar mis heridas y aceptar que nunca más volvería a sentirme como me había sentido al tener a mi madre a mi lado. Siempre viviría con la sensación de que me faltaba algo, de que la vida se había cebado con nosotras y que, después de arrebatarnos todo, esperaba que sonriéramos y siguiéramos como si nada hubiera pasado.

Que se joda la vida, que se joda todo…

—¿Storm?

Suspiré y acaricié los cortos mechones de Erin.

—¿Qué?

—¿Puedes al menos intentarlo?

—¿Intentar el qué? —pregunté con desgana. ¿Cuándo demonios iba a llegar la camarera con nuestros lattes?

—Ya te lo he dicho. Salir. Conocer gente.

—Ya salgo.

—No cuenta que sea conmigo o con Rosie.

Puse los ojos en blanco.

—¿Y por qué no?

—Porque eres joven. Porque tienes que vivir. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con un hombre?

Hice el mayor de los esfuerzos para que no se reflejase lo mucho que me afectaba su pregunta. Si era honesta conmigo misma, desde que mi hermana se había marchado tantos años atrás, mi vida se había centrado en cuidar de mi madre. Había dejado mis necesidades y mis deseos apartados para asegurarme de que atendía a mi madre como se merecía.

Y, ahora que se ha ido, me siento perdida.

Me había olvidado de mis sueños, de qué quería hacer con mi vida y de lo que había hecho antes de imponerme el rol de cuidadora. Habían sido muchos años sintiéndome así, siguiendo una misma tónica, y ahora me estaba resultando muy difícil cambiar todo eso.

Me sentía náufraga y huérfana.

—No lo recuerdo —admití.

—Entonces es que te hace falta salir. ¿Sabes que Rosie ha quedado hoy con Penelope, la chica que me sustituye en el Donna’s? Van a ir a un pub. Voy a escribir a Rosie ahora mismo para decirle que vas con ellas.

Puse los ojos en blanco y suspiré. Cuando a mi hermana se le metía algo en la cabeza, no había forma de hacerle cambiar de opinión. Pensé que quizá podía estar con Rosie y Penelope un par de horas y luego irme a casa.

Asentí y vi que una sonrisa surcaba el rostro de Rain.

—De acuerdo —claudiqué.

—¡Bien! —Rain aplaudió—. ¿Ves, Erin? Tu tía también hace caso a mamá.

Pasamos el resto de la mañana dando una pequeña vuelta por varias tiendas después de terminarnos nuestros lattes en la cafetería. En una tienda de ropa infantil por la que siempre pasábamos en nuestros ratos de paseo terminé por comprarle a Erin un pijama con pinta de ser muy calentito, con dibujos de conejos, y un peluche a juego. Me encantaba consentir a mi sobrina. Me resultaba sorprendente el poder que tenía sobre mí. Aunque hubiera tenido un día terrible, mi mal humor desaparecía con tan solo mirarla.

Cuando me despedí de ellas cogí un autobús. Me senté en el único asiento libre que quedaba y observé el cielo. A pesar de haber amanecido despejado, algunas nubes pesadas y gruesas comenzaban a oscurecerlo. Lamenté no tener en ese momento un lienzo sobre el que pintar. Luego recordé que tenía el móvil, así que pensé en hacer una foto para dibujarlo después.

Busqué el teléfono en el interior de mi bolso y lo alcé para capturar el hermoso paisaje.

Tomé un par de fotos y las contemplé con ojo crítico. Me fijé en los haces de luz, en la forma en la que las nubes se erizaban al estar cerca del mar o en cómo el verde de los árboles contrastaba con los tonos grisáceos del pavimento. Vivir en Nantucket era un privilegio. Un gran privilegio. Por ese mismo motivo me había costado tanto entender por qué mi hermana se había marchado en el pasado. No fue hasta que nos sentamos a hablar, un par de años atrás, que fui consciente del peso que se había echado sobre sus jóvenes hombros al culparse de la muerte de nuestro padre. Recordé cómo Rain me contó cómo había ocurrido: había sido ella, que tan solo era una niña, quien había insistido a nuestro padre ese fatídico día para salir a navegar, cuando el cielo amenazaba tormenta, si bien nada presagiaba que fuera a ser tan terrible como finalmente fue. Por supuesto que nunca había sido su culpa, y al final pudo llegar a esa conclusión y pudimos arreglar todo lo que se había estropeado en el pasado entre nosotras. Fue doloroso, pero al mismo tiempo sanador para las dos.

Cerré los ojos y suspiré.

Habría dado todo lo que tenía por volver a tenerlos. A mi padre y a mi madre. Por poder retroceder en el tiempo y sentirlos a mi lado, escuchar cómo mi padre tocaba el piano para que Rain se uniera a los pocos minutos, o volver a ver la sonrisa de mi madre al contemplar la familia tan espectacular que había creado junto a su marido.

Habíamos sido una familia perfecta.

Y la vida nos había separado con demasiada rapidez.

A veces me encontraba odiando al creador del universo, o a quien fuera que moviera los hilos del destino y nos hubiese hecho vivir la muerte de mis padres. Sentía que estaba llena de rabia, resentimiento y dolor. Esos sentimientos solo desaparecían cuando estaba con mi sobrina, cuando la alzaba en brazos y su olor a bebé me inundaba. Era como encontrar la paz y la solución a todos mis problemas.

Y, sin embargo, cuando Erin y Rain se marchaban… el dolor volvía a retorcerme el corazón con saña.

Regresé a la realidad cuando el autobús llegó a mi parada. Me bajé y contemplé las hojas de los árboles. Me metí las manos en los bolsillos del abrigo y cogí una gran bocanada de aire. Si estaba cansada de mi día a día, de cómo el dolor me golpeaba cada vez que recordaba a mi madre, ¿no debía hacer algo para remediarlo?

No supe cuánto tiempo estuve perdida en mis pensamientos, pero de repente me encontré, sin darme apenas cuenta, enfrente de la puerta de mi casa.

De la casa de mis padres.

El lugar donde mi madre había pasado sus últimos momentos de vida.

Me llevé una mano al pecho al sentir que el corazón parecía estar a punto de salírseme del pecho.

Definitivamente, necesitaba hacer algo con mi vida.

2

Storm

Cuando acepté salir con Rosie, íntima amiga de mi hermana, y con Penelope, la chica que estaba sustituyendo a Rain por su baja por maternidad, había supuesto que cenaríamos y luego tomaríamos una copa en un sitio relajado. Después de todo, era mi primera salida después del fallecimiento de mi madre.

En verdad, no había salido desde que había comenzado a cuidarla.

Sin embargo, allí estaba.

Miré a mi alrededor con espanto.

—¿Qué demonios es este sitio?

Rosie me dirigió una mirada cargada de intención.

—Es el nuevo pub de Zack y Devin. ¿No es una maravilla? Ha sido incluido en varias revistas como uno de los lugares más populares del estado. Este verano va a ser imposible entrar.

Me guardé mi respuesta a su pregunta.

Definitivamente, no me parecía una maravilla. De hecho, me arrepentía de haber sucumbido a los tonos lastimeros de mi hermana para acompañar a Rosie y Penelope. Pero, si era sincera, el pub estaba muy bien decorado. No era en absoluto parecido a esos antros oscuros con poca ventilación en el que un nauseabundo olor te penetraba las fosas nasales.

Allí la gente iba muy bien vestida, y unas enormes ventanas, que se encontraban abiertas de par en par, impedían que el olor corporal se concentrara. En la barra trabajaban dos chicas y dos chicos muy atractivos. Una música pegadiza resonaba por los altavoces y, para mi propia sorpresa, me vi moviéndome al ritmo que iba marcando.

—Voy a pedir algo; ¿qué queréis?

La amiga de Rosie, Penelope, era una chica de veintiocho años con una larga melena oscura que enmarcaba un rostro atractivo y exótico. Envidiaba lo bien que le quedaban los tatuajes en sus brazos y la seguridad que desprendía por cada poro de su piel, como si la opinión de los demás no fuera relevante para ella.

—Un Manhattan —respondí a Rosie, y le tendí un billete.

Penélope sacudió la cabeza.

—Vamos por rondas. A esta invito yo —dijo—. Rosie, ¿vienes conmigo a por las copas y me ayudas?

Rosie me miró para confirmar que no me importaba quedarme sola. Hice un gesto afirmativo con la cabeza.

—No te preocupes. No me moveré de aquí.

Las vi alejarse en dirección a la barra y me crucé de brazos. Contemplé con curiosidad a la gente que bailaba, lo bien que se lo pasaban con sus amigos. Sus rostros reflejaban lo relajados que estaban, ajenos a lo que sucedía fuera de esas paredes y a las desgracias que otros podían estar viviendo en ese preciso momento.

Un súbito dolor me desgarró el pecho. La imagen de mi madre apareció en mi mente.

Sacudí la cabeza y suspiré largamente.

Apreté los dedos contra mis brazos e intenté desviar mi atención de mis oscuros y tristes pensamientos. Mis ojos terminaron por centrarse en un hombre alto de pelo oscuro que se encontraba oculto en la penumbra. Destacaba entre los demás, y no supe si era por cierta aura de peligrosidad y rigurosidad que lo rodeaba o por la forma en la que su camisa blanca se apretaba a su pecho, un torso trabajado que atraía la mirada de otras mujeres alrededor.

Pero sobre ese cuerpo atlético, fuerte y enorme destacaban unas manos grandes que no pude evitar imaginarme sobre mi cuerpo en ese preciso momento.

Sorprendida por mi reacción, desvié la mirada repentinamente.

¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué quería mirarlo otra vez? Era como si una mano invisible me agarrara del mentón y me girara la cabeza hasta la esquina donde había visto al hombre.

Para mi propia decepción, cuando volví a mirar, él ya no estaba.

—¡Aquí estás! —exclamó Rosie, que se había recogido su melena castaña rojiza en un moño—. Toma. Tu Manhattan.

Cogí el cóctel con confusión, todavía con la imagen de aquellas grandes manos en mi mente.

—Hay hombres muy guapos. —Penelope llevaba un vestido negro muy estrecho que dejaba ver su estupenda figura por el ejercicio que debía de hacer diariamente—. Voy a acercarme a ese. Deseadme suerte.

Antes de girarme para ver a quién se refería, emití una pequeña súplica para que no fuese el tipo que había atrapado mi atención tan poderosamente. No había conseguido ver su rostro, pero estaba segura de que lo hubiera podido distinguir con tan solo ver sus manos otra vez.

Oh, joder…, ¡qué manos!

El alivio relajó mi cuerpo al cerciorarme de que Penelope se había colocado al lado de un rubio alto y guapo. Esbocé una sonrisa y le di un sorbo a mi bebida.

—Me temo que no veremos a Penelope mucho más hasta que nos marchemos de aquí —señaló Rosie.

—No pasa nada.

—¿Sabes? Cuando tu hermana me dijo que te apuntabas, tuve un montón de dudas sobre qué sitio escoger. —Sonrió—. Quería que te sintieras cómoda.

La ternura se apoderó de mí. Entendía por qué Rosie era la mejor amiga de Rain. ¿Cómo no iba a serlo? Aquella mujer cegaba a cualquiera con su amabilidad.

—Me gusta mucho el sitio. Gracias.

—Bien. Ahora tómate tu bebida tranquilamente. Hasta que no lleves tres encima no vas a comenzar a bailar ni a pasártelo bien. —Me agarró de la mano y me hizo dar un sorbo—. Eso es.

—Puedo pasármelo bien sin beber alcohol —dije, quizá con mayor brusquedad de la que había querido.

—Eso no lo dudo, pero quiero que disfrutes tanto que dejes a un lado tus recelos. Imagínate que eres otra persona. Libérate. Mañana puedes volver a tu rutina, pero esta noche… —Me guiñó un ojo—. Esta noche no eres Storm.

La música cambió de golpe a una que arrancó a bailar a todos, incluida a Rosie.

Sus palabras calaron profundo en mi ser. Las repetí en mi mente una y otra vez. ¿Sería demasiado egoísta si me olvidaba por aquella noche del peso que arrastraba? Liberarme una sola vez. Luego, al día siguiente, regresaría a mi monótona vida, a esa casa silenciosa que desprendía por cada una de sus esquinas el olor a mi madre. Esa casa que me asfixiaba al mismo tiempo que me traía buenos recuerdos de mi infancia.

Solo una noche, por favor.

Me suplicaba a mí misma ser otra persona. Durante unas pocas horas. Solo unas pocas horas.

Apreté los dientes y asentí.

El rostro de Rosie se iluminó cuando alcé mi copa y me la tomé de un trago. El alcohol me quemó la garganta y mis ojos se humedecieron.

—¡Esa es mi chica! —gritó Rosie.

Y, sin pensarlo dos veces, me dirigí a la barra… a por mi segunda copa.

La anticipación hacía que me hormiguearan las yemas de los dedos. Comenzaba a sentir el hechizo de la música recorriendo mi cuerpo. Mi yo receloso, desconfiado y herido se había ido a la parte más recóndita de mi mente. Volvía a ser esa joven del instituto que salía con chicos, que se lo pasaba bien y que luego regresaba a casa para estar con su familia.

Me apoyé en la barra y un camarero bastante atractivo ignoró a quienes estaban allí para atenderme a mí. Sus ojos verdes brillaron.

—¿Qué puedo ponerte, preciosa?

Su cumplido me halagó y una sonrisa fugaz iluminó mi rostro.

—Un Manhattan, por favor.

—Ahora mismo —respondió, y me guiñó un ojo.

Un olor fresco y especiado llegó hasta mis fosas nasales. Inspiré y me estremecí. Mi cuerpo reaccionó de inmediato y me humedecí los labios.

Sabía que había alguien detrás de mí, aunque a una distancia prudencial para no presionarme ni agobiarme.

Noté los pezones duros y un calor electrizante recorrerme todo el cuerpo.

Cuando el camarero me puso delante mi bebida, vi una mano estirada con un par de billetes.

—Yo pago.

Esa voz…

Me giré con lentitud y me encontré con el pecho fuerte que había visto hacía un rato cubierto por la camisa blanca, que, a juzgar por la tela, debía de ser bastante cara. También comprobé que las grandes manos eran las mismas que tanto me habían impactado. Alcé la cabeza y me encontré con los cálidos y oscuros ojos de Devin Hardy.

Oh, Dios… Por supuesto que es él.

Hice el mayor de los esfuerzos por no fijarme en la perfección de sus rasgos, en cómo sus ojos parecían devorarme y su carnosa boca se curvaba en una sonrisa sexy y desenfadada.

—Devin —susurré.

Supe que no me había oído a causa de la música, pero sí que pudo leer mis labios.

—Storm Sheridan…

Su saludo, en el mismo tono que el mío, me mandó una descarga que me recorrió entera, de pies a cabeza. Conocía a Devin desde hacía años. Había comprado muchos de mis cuadros para decorar su hotel, el Blue Moon, en el que era socio de Zack, y su despacho. Le estaba eternamente agradecida por su ayuda y por recomendarme a otros clientes. Sin embargo, siempre lo había visto como a alguien muy lejano a mí. Una persona de éxito, con una vida libre de obligaciones. Lo consideraba un alma libre, tan lejos y diferente de mí. Su ropa de calidad y sus modales impecables me hacían sentir una paria.

—¿Te apetece que nos sentemos fuera? —preguntó después de acercarse a mí para que lo oyera bien.

Su olor me nubló los sentidos durante unos fugaces segundos.

Asentí.

—Claro.

Cogí la copa y lo seguí hasta el exterior. Cada paso que daba hacía que una alarma se encendiera en mi cabeza, como si estuviera a punto de cometer un error del que seguro que me iba a arrepentir más tarde.

Una vez fuera, Devin me agarró del brazo con suavidad y me llevó hasta una de las mesas que había libres. Al sentarnos, su rodilla rozó uno de mis muslos. Me pregunté si el hecho de que me hubiese bebido ya una copa era el causante de que me ardiera tanto la piel y desease probar tan poderosamente los labios de Devin.

Le di un trago a mi nueva copa y la dejé en la mesa con una sonrisa nerviosa. Hacía bastante tiempo que no bebía, y no me gustaba cómo me sentía a la vez: obnubilada, mareada y excitada.

Aunque estaba segura de que esto último se debía más a Devin que al alcohol.

Eché un vistazo a nuestro alrededor y sentí una suave presión en la garganta al percatarme de que no era la única que encontraba a Devin arrebatador. Incluso habría jurado que dos mujeres que se encontraban cerca de nosotros, una castaña y una rubia, estaban esperando a que yo me fuera para acercarse a él.

Apreté los dientes y crucé las piernas.

—¿Qué haces aquí?

Su voz, masculina y ligeramente ronca, hizo que se me erizara el vello de la nuca.

—¿No soy bienvenida? —pregunté como respuesta.

Él bufó.

—Por supuesto que lo eres. La pregunta es: ¿qué te ha hecho salir de tu escondite y venir a uno de los sitios más concurridos de todo Nantucket?

Buena pregunta.

No quería responder, no quería decirle que aquella noche me había dado una tregua, que me había permitido vivir y olvidar que mi madre había fallecido.

Le di un nuevo trago a mi copa y me encogí de hombros.

—¿No puede solo ser que me apetece salir?

—¿Viniendo de ti? No. —Negó con la cabeza y las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba—. Siempre hay una razón detrás.

Decidí permanecer callada durante unos segundos. Volví a dar un sorbo a mi Manhattan y supe que estaba cometiendo un error. El alcohol fluía por mis venas con rapidez y mi lengua comenzaba a soltarse cada vez más.

—¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

—Es mi local. —Me guiñó un ojo—. Me gusta dar una vuelta de vez en cuando y ver cómo va todo.

—Ya, claro… —Me crucé de brazos—. ¿Después de un largo día de trabajo en el hotel me vas a decir que no prefieres estar en casa?

Se encogió de hombros. Habría podido jurar que sus ojos negros habían brillado.

—Digamos que hoy no me apetecía quedarme en casa solo.

—Así que buscabas compañía… femenina —añadí con una sonrisa juguetona.

Definitivamente, el alcohol me está afectando.

Sin embargo, me estaba gustando tanto el juego en el que habíamos entrado que no me importaba en absoluto. Esa noche era otra mujer.

Más desinhibida, más libre.

—Yo no he dicho eso.

—No hace falta. Puedo verlo en tu mirada —señalé.

Él alzó una ceja y se inclinó lo suficiente para que la distancia entre ambos fuera corta. Muy corta.

Mi corazón se saltó un latido y noté que un calor intenso y pegajoso se instalaba entre mis piernas. No recordaba la última vez que me había acostado con un hombre, pero, desde luego, sabía que nunca antes me había sentido tan excitada por la idea de acostarme con alguien.

Pero es que Devin no es cualquiera…

—¿Y si te dijera que te buscaba a ti, que me he enterado de que estabas aquí y que he venido a verte?

La sola idea de que eso fuese posible me hizo soltar una carcajada.

Me incliné también para acortar un poco más la distancia entre nosotros y me mordí el labio inferior.

—Eso es bastante improbable.

Él no dijo nada. Tampoco era necesario.

La idea de acostarme con Devin comenzó a parecerme de lo más atractiva. De todas formas, ¿qué podía perder? No me quedaba nada. Mi madre había fallecido, mi hermana ya tenía su propia familia… y yo seguía viviendo en puntos suspensivos, como esperando que de un momento a otro todo fuera a encajar de forma perfecta. El replantearme el día de mañana, cómo iba a continuar, cómo iba a seguir adelante, me producía vértigo e inseguridad a partes iguales.

De repente, el móvil de Devin comenzó a sonar.

Él susurró hacia mí algo en señal de disculpa. Respondió la llamada y supe, por la forma en la que movía la cabeza y los hombros, que iba a tener que marcharse.

Colgó y se guardó el móvil.

—Debo irme.

Asentí un par de veces.

—Claro.

—Espero volver a verte por aquí. —Me dedicó una mirada larga que estuvo a punto de hacerme sonrojar—. Estás preciosa, Storm.

Mis ojos se abrieron de par en par, y antes de que pudiese decir nada, él se había levantado y se marchaba. Lo contemplé desde mi posición mientras una miríada de sentimientos contradictorios se formaba en mi pecho. Las ganas de que hubiese pasado algo entre nosotros me hizo apretar los muslos.

—Eh, ¿qué haces aquí? Te estábamos buscando.

La voz de Rosie me trajo a la realidad.

Sacudí la cabeza y me incorporé.

—Acababa de ver a alguien conocido.

Rosie asintió y estiró una mano para que entrelazara mis dedos con los de ella.

—Venga. La fiesta no ha hecho más que empezar.

3

Storm

Me desperté en mi habitación a las ocho de la mañana, con un tremendo dolor de cabeza y con las cortinas abiertas de par en par. Tenía algunas lagunas de la noche anterior, pero recordaba haberme excedido un poco con el alcohol y acabar vomitando fuera, en una maceta, bajo la atenta mirada de una camarera.

Por favor, que Rosie no le cuente nada a mi hermana, pensé.

Me senté en el borde del colchón y sentí un repentino mareo.

Definitivamente, había bebido demasiado.

Me incorporé como pude y fui hasta el baño, iluminada por la luz que entraba por las ventanas de la casa. El dolor de cabeza era tan profundo que tropecé con mis propios pies y me dejé caer sobre el inodoro. Llevaba muchísimo tiempo sin emborracharme. De adolescente lo había hecho un par de veces. Quizá alguna más. Pero, sin lugar a dudas, la noche anterior me había pasado.

Un cuarto de hora más tarde, una vez aseada y vestida con ropa cómoda, bajé por las escaleras y me dirigí a la cocina. Por una vez agradecí el ensordecedor silencio de las paredes que me rodeaban. No habría podido escuchar la voz de mi hermana Rain en ese momento, y aún menos sus risas por estar yo en aquel estado.

Puse la cafetera y comencé a leer los mensajes del móvil. Respondí a los de Rain y Rose para luego navegar por internet y buscar alguna oferta de trabajo. Pintar llevaba demasiado tiempo y no me daba tantas ganancias. Podía mantenerlo como un pasatiempo con el que sacar algo de dinero, pero poco más.

Empecé a ojear las ofertas y bufé.

La lista era desesperanzadora: cuidadora de una mujer mayor que se orinaba encima; paseadora de perros, lo que implicaría recoger cacas, y eso era un rotundo no; cocinera en un restaurante donde pedían tres años de experiencia, de los que carecía, y finalmente uno que llamó mi atención. Más o menos. Tampoco era que fuera mi trabajo ideal, pero sí una vía para pagar las facturas hasta que me saliera algo mejor.

Leí el texto de la oferta y contuve un suspiro:

«Se busca persona a la que le gusten los animales, con carné de conducir. Horario flexible para trabajar en una finca, donde tendría que alimentar a gallinas, caballos, cerdos… Interesados, llamen al número que aparece a continuación».

Quizá no fuese una apasionada de los animales como mi hermana Rain, pero sí que me paraba muchas veces en la calle cuando veía al perro de la vecina. No habría mucha diferencia, ¿verdad? Además, «alimentar» no significaba limpiar las cacas. Solo tendría que coger un saco de pienso y echarlo donde me pidiesen. Y pagaban bien la hora, lo que era un plus.

Sin pensármelo dos veces, decidí que iba a llamar en cuanto desayunase.

Estaba dispuesta a dar un pequeño paso para mejorar mi vida.

Con valentía no esperé más; me tomé de un trago el café y marqué el número.

Un par de horas más tarde, después de recoger la casa y responder a la llamada de mi hermana, fui directa al hotel Blue Moon, propiedad de Zack, mi cuñado. Le había prometido a Rain que cuidaría de Erin mientras ella hacía unos recados e iba al banco.

Al parecer, mi sobrina estaba en el hotel con Zack, a quien no le importaba ignorar las llamadas y sus obligaciones si estaba con alguno de sus hijos. Zack, aparte de a Erin, tenía a su hijo Chris de su matrimonio anterior. Así era él, un padrazo de los pies a la cabeza. Sin embargo, Rain me había insistido en que me llevara a Erin para que Zack pudiera trabajar. Había quedado con mi hermana un poco después, para comer juntas, y luego vendría Zack con nosotras. Luego, por la tarde, yo tenía la entrevista para la oferta de trabajo, así que tendría todo el día ocupado.

Entré en el Blue Moon y me dirigí a la zona de los ascensores. Cuando llegó uno, me metí y me crucé de brazos esperando a que las puertas de acero se cerraran cuando una mano lo impidió, interponiéndose entre ellas.

Alcé una ceja, curiosa.

Un cuerpo alto, delgado y estilizado se interpuso en mi campo de visión. Mis ojos se encontraron con un traje de chaqueta caro que cubría un torso trabajado y bien formado.

Subí la vista cuando me encontré con unos ojos oscuros.

Unos ojos oscuros que pertenecían nada más y nada menos que a Devin.

Sentí la vergüenza acumulándose en mis mejillas al recordar que había vomitado en una de sus macetas.

Hecho que él no sabía.

O eso esperaba. ¿Me habría grabado alguna cámara de seguridad? Aquello me hizo sentir un repentino mareo.

Una sonrisa lobuna apareció en el atractivo rostro de Devin.

—Buenos días —dijo.

Su voz masculina y suavemente ronca me recorrió la espalda.

—Buenos días. —Fue mi respuesta.

Nos quedamos en silencio y a solas cuando las puertas del ascensor se cerraron. Me tensé de forma involuntaria y me pregunté por qué no había nadie a esas horas. ¿Acaso no era temporada alta? En Nantucket siempre lo era. Estar a solas con él no era bueno para mí. En primer lugar, porque me tentaba muchísimo. Después de la noche anterior, en la que me había permitido dejar mis inhibiciones a un lado, deseaba con todas mis ganas poder besarlo. Esa boca carnosa y masculina me pedía a gritos un beso.

Una pena que nos separaran tantas cosas.

Miré la pequeña pantalla digital que indicaba en qué planta estábamos. Los números se sucedían uno tras otro… y Devin no apartaba sus ojos de mí.

Cuando no pude aguantarlo más, lo encaré.

—¿Por qué me miras tanto?

—Me gusta mirarte. —Se cruzó de brazos, y me tensé—. ¿Sabes que tienes una nariz perfecta?

Lo miré con sorpresa cuando estiró una mano y me acarició la nariz con el dedo índice.

—Creo que nunca antes había visto… —sus ojos se clavaron en los míos. Luego tragó saliva— tanta perfección.

Decir que me quedé sin palabras era quedarse corta. No sabía si acababa de soltarme un piropo o si simplemente sentía admiración por mi nariz.

Él prosiguió:

—Es pequeña, recta y un poco respingona. Y luego tienes esos ojos…

Las puertas del ascensor se abrieron y una familia entró. Los dos dimos los buenos días. Él con indiferencia, yo con nerviosismo.

Dios, ¿por qué me hormiguean las yemas de los dedos?

Mi corazón comenzó a latir con rapidez cuando la familia se hizo hueco y Devin y yo acabamos pegados a la parte trasera. Sus dedos rozaban los míos y un intenso calor comenzaba a apropiarse de mí. Sentí el irrefrenable impulso de pegarme a él, de impregnarme del olor fresco que desprendía y…

Las puertas se abrieron y Devin se apartó de mí con facilidad, como si él no hubiese sentido nada.

Ni el calor.

Ni las chispas.

Nada.

Me dirigió una rápida mirada.

—Storm…

Mi nombre sonó en sus labios de forma sexy y ronca.

Y, al estar lejos de él, mi cuerpo se enfrió con rapidez. No pude responderle, aunque él tampoco esperó nada por mi parte.

Desde que tenía uso de razón me había mantenido alejada de Devin. Provenía de una familia con dinero que poco tenía que ver con la mía. Siempre con ropa buena y de marca, viajando de un lado a otro y codeándose con la gente más poderosa de Estados Unidos. ¿Qué pintaba yo, una chica de una familia obrera que se dedicaba a pintar cuadros y a cuidar de su madre?

O al menos, cuando tenía a mi madre…

Dejé escapar el aire de mis pulmones y miré la pantalla.

Maldita sea, me había pasado de planta.

Salí disparada en cuanto las puertas se abrieron y me dirigí a las escaleras. Noté que el móvil vibraba en el bolsillo trasero de mi pantalón y supe que esa era Rain. Seguramente se estaba preguntando dónde demonios estaba…

Dejé a Devin fuera de mis pensamientos y me preparé para ir en busca de Erin.

4

Devin

Miré por la amplia ventana de mi despacho cómo Storm salía del hotel con Erin en brazos. Le daba besos por toda la cara y la levantaba por encima de su cabeza. Había tanta complicidad entre las dos que sentí una gran frustración cuando dobló la esquina y desaparecieron.

Me aparté de la ventana y me senté a mi escritorio para continuar trabajando.

Sabía que Storm estaba pasando por una mala temporada. El fallecimiento de su madre la había afectado más que a su hermana, Rain. Y era entendible. Storm había sido quien había cuidado a su progenitora en cuerpo y alma. Su dedicación había sido admirable y asombrosa. Nunca la había escuchado quejarse, tampoco poner mala cara por no poder salir a dar una vuelta o tener que levantarse por la noche cuando su madre necesitaba algo. Y sabía que su partida la había marcado. Estaba más callada y menos viva. Era como una vela cuyo fuego se había apagado casi por completo.

Le faltaba vitalidad.

Dios, llevaba años enamorado de Storm.

Desde el instituto, me había quedado prendado tras verla por primera vez. Sus ojos, rodeados por unas densas pestañas oscuras, eran de un color azul grisáceo. Luego estaba aquella nariz respingona y perfecta que me apetecía observar durante horas. O su boca, carnosa y tentadora, que ocultaba unos dientes blancos y rectos.

Storm era perfecta.

No había nadie que la igualara.

Y el hecho de que no tuviera ni una sola posibilidad de estar con ella, de probarla y besarla me frustraba.

Me pasé una mano por el rostro y me obligué a concentrarme en todos los correos que me esperaban cuando llamaron a mi puerta.

Supe quién era cuando entró sin esperar mi respuesta. Era Zack, mi socio y mejor amigo, quien parecía poco contento de haberse separado de su hija.

—Terminemos rápido. He quedado para comer con mis chicas.

Suspiré y me eché hacia atrás en mi silla acolchada.

—¿Fuiste así de pesado con tu hijo mayor? —pregunté a pesar de saber la respuesta.

Zack me ignoró y ocupó una de las sillas frente a mi mesa. Sacó el móvil del interior de la chaqueta y comenzó a escribir un mensaje. Supuse que a Rain. Si hubiera tenido que describirla, habría dicho que era una mujer independiente, valiente y fuerte. De las dos hermanas Sheridan, ella había sido siempre la problemática, la que en vez de intentar solucionar los problemas con palabras decidía incluir los puños. Pocas personas se habían atrevido a meterse con ella mientras estábamos en el instituto.

Contuve una sonrisa cuando mi móvil vibró.

Eché un vistazo a la pantalla y esbocé una sonrisa.

—¿Quién es? —preguntó Zack de repente.

Alcé una ceja en su dirección.

—¿No estabas ocupado escribiéndole a Rain?

Él se encogió de hombros.

—He terminado. ¿Quién te escribe a ti?

—Es uno de los trabajadores de mi finca —respondí—. Me escribe para decirme que acaba de llegar el caballo árabe que compré el mes pasado.

Zack bufó y comenzó a hablar de negocios. Los caballos eran mi gran pasión. Me encantaba presentar a mis equinos a concursos de doma clásica y vaquera. Era un hobby que había heredado de mi padre, y, además, era también una forma de mover las grandes cantidades de dinero que ganaba con el hotel. Tenía mi finca a las afueras de Nantucket, cerca de la costa, con unas vistas dignas de una película. También me dedicaba a la compraventa, aunque había una serie de ejemplares que decidía quedarme, entre ellos un viejo caballo español de color blanco que llevaba conmigo desde que era un potro.

—¿Me estás escuchando?

Alejé de mi cabeza los pensamientos que me arrastraban de vuelta a mi finca y asentí.

—Sí.

—Bien, porque quiero terminar pronto.