Almas que pasan - Amado Nervo - E-Book

Almas que pasan E-Book

Amado Nervo

0,0

Beschreibung

Este volumen forma parte de la serie Obras Completas de Amado Nervo. Se trata de una selección de cuentos breves: "Lía y Raquel", "El miedo a la muerte", "La última guerra", "Los dos claveles", "Dos rivales" o "Una esperanza", donde el autor regresa a los temas que lo hicieron conocido.-

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 132

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Amado Nervo

Almas que pasan

OBRAS COMPLETAS DE AMADO NERVO Volumen

Saga

Almas que pasan

 

Copyright © 1920, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726679953

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ES PROPIEDAD DE LOS HEREDEROS DEL AUTOR *

TODA EDICIÓN FRAUDULENTA SERÁ PERSEGUIDA POR LA LEY * *

Alos cuarenta y ocho años, el 25 de Mayo de 1919, murió en Montevideo el poeta Amado Nervo. Fué este gran poeta de Méjico una figura del Madrid literario. En nuestra ciudad vivió sus años últimos al dejarla para volver a su país, en donde muy pronto le habían de encomendar el alto puesto diplomático que le llevó a las repúblicas del Plata, se despedía de sus amigos con un «hasta la vuelta», expresión de sus deseos más íntimos; pero quizá él mismo, aunque dejó puesta su casa, no confiaba del todo en volver: mentalmente, no dejaría nunca de añadir aquel «si Dios quiere» de algún libro suyo. Y Dios no quiso.

Los que le trataron en Madrid, muchos, sin duda, pero cuán pocos íntimamente, no es fácil que le olviden. Hombre de letras y hombre de mundo, formado en la escuela «modernista» y en el ambiente cosmopolita de París, encontró, en la calma y en la sencillez del nuestro, plácido refugio, muy conforme a su espíritu recatado. Era, en todos los lugares donde se reunen unos cuantos amigos de las letras, como un pasajero cordial, bienvenido siempre; dejaba en ellos la amenidad de su charla sutil, este hombre que parecía hecho para hablar; su palabra abundante, sugestiva, enamorada de un concepto, lo iba trabajando, puliendo, retocando hasta que lo dejaba luciente por todas sus facetas. Hacía de la conversación obra de arte: sus ademanes distinguidos puntuaban y subrayaban, y toda la luz del espíritu se concentraba en su fina máscara azteca.

Pero sólo era un pasajero. Gustábale vivir retraído, en una habitación abierta a las cumbres lejanas y al cielo de Madrid, entre libros y papeles, con un telescopio que le servía de Pegaso para escaparse del mundo y recorrer las constelaciones amigas. Por un balcón frontero a la Sierra, asestaba el anteojo a1cielo y paseaba su imaginacion de astro en astro. Pero ya él nos reveló su secreto:

Te engañas: más lejos fuí

que la estrella más lejana.

Tenía delante el Madrid más hermoso, el que, sin tropezar en edificaciones mezquinas, apoyándose en1 la mole del Palacio Real, se asoma a las riberas de Manzanares, sobre las que ascienden los macizos de la Casa de Campo, los encinares del Pardo y las tierras que se remontan hasta los nevados picos del Guadarrama. El poeta, sensible a tal hermosura, prefería, sin embargo, leer en las estrellas. Buscaba en ellas tal vez la cifra de su sino; pero ésa estaba escrita en el hemisferio austral, y acaso la haya podido leer, antes de morir, desde las riberas del Plata.

*

La vida de Amado Nervo—tal como nos la deja ver, libro tras libro, su obra de escritor—no fué más que una larga preparación para la muerte. Aunque lo disimulara con su gracia cabal de hombre de mundo, con su perfecta cordialidad de espíritu, algo había en él que le mantenía como distante y ponía muchas veces en sus palabras un eco del grave diálogo interior.

En sus libros no tenía para qué disimular: ahí está su fuerza. La mundanidad, lo pegadizo del ambiente en que se movía y del trato de gentes, no falta en ellos; mas cuando todo eso haya caído, aun quedará la substancia real, no escasa tampoco en sus páginas.

Amado Nervo fué un enamorado de la vida. No se vea en esto contradicción con lo ya dicho; al contrario: de tanto amarla, fué aprendiendo a morir. La naTuraleza toda y luego la fe le daban testimonios de vida eterna. La muerte no era más que el paso inevitable, para el cual es preciso abandonarlo todo: dulces hábitos, objetos familiares, amores de la tierra. Pero esta separación le llenaba de melancolía. Si una estela hubiese de perpetuar su recuerdo, la querríamos como aquella de la dama helénica llamada Hegeso, en el Dipylon: del cofrecillo de sus joyas, traído por una doncella, levanta pensativa una presea con la que ya nunca se adornará.

Una disposición especial de su espíritu le hizo ver, en la hermosura del mundo, lo pasajero como primera cualidad. En unos versos muy conocidos le echa la culpa a Kempis; pero ya es sabido que cada cual encuentra en la Imitación aquello que más conviene a su estado de alma.

Como la dama griega a sus joyas, tuvo Amado Nervo afición a las sensaciones nuevas, a las palabras poco usuales. En el movimiento literario que se suele llamar modernista, y del que fué uno de los propulsores en lengua española, acentuó, entre todos, una tendencia al preciosismo, alma de sus libros primeros. Se equivocó al dar el nombre de Místicas a uno de sus libros; en él triunfaba y se exaltaba la liturgia, o sea la mística reducida a símbolos y fórmulas, el preciosismo de la mística. Seguía entonces corrientes muy francesas: Verlaine, Huysmans. En el libro de Nervo hay, como en Parallèlement, un doble canto:

Carne, carne maldita, que me apartas del cielo; carne tibia y rosada, que me impeles al vicio: yo rasgué mis espaldas con cilicio y flagelo por vencer tus impulsos, y es en vano: ¡te anhelo a pesar del flagelo y a pesar del cilicio!

Pero ahí está su camino de Damasco: pronto desaparecerá todo el décor de misales, incensarios, cirios, reclinatorios, cúpulas, y quedará un anhelo vivo de amor; todavía es necesario que el dolor del hombre—reflejado en los versos a la «amada inmóvil» del libro Serenidad—venga a libertarle. Después de Serenidad, sus libros llevan nombres significativos: uno de versos, Elevación; otro de prosa, Plenitud. Este es ya de 1918.

¿Un libro de prosa? Como prosista, Amado Nervo no llegó a culminar. Hay en El éxodo y las flores del camino, en Almas que pasan, en Ellos, en Plenitud, temas curiosos, asuntos bien atisbados; pero siempre el asunto es superior al desempeño. No es su prosa como la de Darío (la de Los Raros, Peregrinaciones o Tierras solares), prosa de poeta con virtud intima, puramente literaria. La de Nervo vale por lo que dice. Y Nervo tiene, en cambio, un don de contar que resaltaba eminentemente en su conversación; comunicado a su prosa, basta para salvarla. Como versificador ya es cosa distinta. No fué nunca versificador impecable, antes al contrario: va con valor hacia la palabra conveniente, que no siempre es la necesaria; tiene, a veces, vanos alardes seudocientíficos; en cambio, ¡qué sentimiento de la armonía general del poema, del corte de la estrofa, qué arte en las repeticiones, qué garbo en la aportación de elementos exóticos, y cuando su preciosismo se clarifica, qué admirable sencillez, qué acierto en la eliminación de ornatos superfluos!

Desde el libro En voz baja, de 1909—dejando aparte las secciones que en él son antiguas, como ocurre en Serenidad (1914)—, se ve este nuevo afán de simplificación. Coincide con la abundancia de temas relativos al más allá. Las lecturas del poeta son entonces de teosofía, de religión. Las poesías que se agrupan en el último libro citado con el título general de... Ad astra son también significativas. Hablando de sucesos que le afectaron muy hondamente, solía decir: «En Sirio no hay revoluciones.»

*

Sin embargo, en todos sus libros, desde los primeros, se dan esas escapatorias ideales, esas huídas del mundo de las formas, que tan bello se apareció también a sus ojos, con atractivos y encantos nunca totalmente desvanecidos para él?

Ya en sus primeros versos, coleccionados en las Perlas negras, de 1898, oye, en un rumor familiar,

... la voz de un espíritu que pasa

agitando sus alas en la sombra.

O en otros, más antiguos sin duda, que incorporó en los Poemas de 1901, el llamamiento de lo infinito:

¡Pobre espíritu que avanza

con su galera por los

oceanos, hacia un Dios

y un ribazo que no alcanza!

Ese impulso hacia lo eterno, esa atracción de lo desconocido, laten aun en sus más sensualmente refinadas poesías: en las de El Exodo y las Flores del Camino, o en Las Místicas, de religiosidad exaltada por la sugestión de la liturgia, con sus esplendores formales y transcendentales.

Y desasido estoy de toda cosa,

declaraba al final de aquel libro por el que desfilan todas las sensaciones que un mundo aun no gozado, multiforme, con una maravilla a cada vuelta del sendero, puede ofrecer a un hombre, mozo aún, que ve delante de sí lo que mucho tiempo soñó de lejos; y, en sus momentos de concentración religiosa, iba a refugiarse, como los místicos, en la llaga divina:

¡Hoy bendigo a Jesús en la tormenta,

hoy su roto costado en mi sangrienta

guarida, en lo infinito de mi noche!

En estas y en otras palabras de análogo sentido se ha de ver el hilo conductor, el camino de Santiago, que, pasando a través de tantos libros suyos de índole diversa, va enlazándolos con los últimos, esos libros llamados Serenidad,Elevación, Plenitud, que son, casi por entero, «a lo divino»; pero no ya a la manera que podríamos llamar decorativa de Las Místicas, ni dentro tal vez, aunque no falte la intención, de la ortodoxia más pura. Un panteísmo de fisonomía franciscana: esto es la religiosidad de Amado Nervo. Recuérdese la Hermana Agua. Y nótese que en sus libros, hasta la duda misma tiene aspecto de fe: «Vale más errar creyendo que errar dudando», se lee en Plenitud.

No ha solido ser éste el Amado Nervo que llegó más al público. Sus figuras y evocaciones literarias, sus tipos exóticos, sus símbolos, en una palabra, sus modernismos, privaron por mucho tiempo junto a los de Rubén. Entre nosotros se dijo «Rubén Darío y Amado Nervo», como se dijo, más adelante, «Rubén Darío y Santos Chocano». Se alababa así lo menos importante de los tres poetas, quedándonos con el esplendor verbal de Darío, con la gracia rítmica de Nervo y con la simetría forzada de Chocano, sin que llegásemos a distinguir, en los tres poetas, lo substancial de lo caduco. Todos repetíamos los extraños nombres que Amado Nervo poetizaba:

Ainó Ackté, lirio del Norte,

Ainó Ackté, gran rosa-té...

O bien:

Dijo Balduina Van-der-Rotten: —Más que mis finas blondas de Brujas, tocas y cofias de Malinas, más que mis granjas úberes y que mis gordos quesos, amo y busco la música sonora de los besos.

Había en aquellas composiciones, y más todavía en otras suyas, un toque preciosista, vestidura de una delicadeza fundamental de su alma. Luego se fué ésta despojando, y ya no eligió figuras y símbolos que la contuvieran, sino que se expresó con sus anhelos, inquietudes y esperanzas en versos desnudos: en la mayoría de sus versos de Madrid. Mas lo que de él se prefería, y hay todavía mucho que aprender en ello, eran las modulaciones nuevas de aquellos sus versos «modernistas», tan finamente cortados. Nadie que tenga despierto sentido de la rítmica olvidará, sobre todo si se los oyó decir al poeta, algunos de corte no usual:

Se lo veda la divagación del contrapunto,

o débilmente acentuados, según los preceptos retóricos:

¡Sé piadosa... como un rayo de luna!

¡Sé suave... como un soplo de brisa!

No ha faltado quien eche en cara a Nervo el apartamiento de este mundo de sensaciones, de voluptuosidades tan bien cantado por él en otros días, con motivo de la expresión más despojada, de la ideología menos concreta, de la simple conformidad, del

¡Gracias, está bien!

con que acogía los bienes y los males de la vida, como si fuesen dones celestiales. No le perdonaron, tomándolas al pie de la letra, las palabras que puso al frente de su libro Elevación: «Este libro sin retórica, sin «procedimiento», sin técnica, sin literatura, sólo quiere una cosa: elevar tu espíritu.» Pero, como antes hicimos observar, a eso iba, atraído sin saberlo a ciencia cierta, aunque presintiéndolo y anhelándolo desde el fondo de su corazón. Aquí está el verdadero Amado Nervo, distinto, aunque no contradictorio, del poeta de las que llamó, bien persuadido de su pasajero encanto, las «flores del camino».

Al poeta se le puede discutir en sus versos, no en sus intenciones; hartos versos frívolos, hartas composiciones flacas se encontrarán en los libros de Nervo para que se le vaya a pedir cuentas de su renunciamiento, para que se le haya querido hacer canter de la vida, lo que no fué nunca, porque hasta en sus momentos más mundanos pensaba en otra cosa. Y siempre al lado de aquellos versos frívolos, de aquellas composiciones flacas, se podrán señalar aciertos indudables que vuelvan la balanza al fiel.

En definitiva, éstos son los que cuentan. Para la gloria literaria de Nervo, de todos sus libros se pueden extraer, en abundancia, hermosas poesías; la serie de ellas ofrece, además, una trayectoria espiritual constante, definida, ascendente.

La enfermedad y el dolor acrisolaron su poesía. En Elevación había estrofas de presentimiento, que se ha realizado ya. Véanse las tituladas Expectación.

Siento que algo sublime va a llegar en mi vida.

¿Es acaso la muerte? ¿Por ventura el amor?

Palidece mi rostro... Mi alma está conmovida

y sacude mis nervios un sagrado temblor.

Siento que algo sublime va a encarnar en mi barro,

en el mísero barro de mi pobre existir.

Una chispa celeste brotará del guijarro

y la púrpura augusta va el harapo a teñir.

Siento que algo solemne se aproxima y me hallo

todo trémulo: mi alma de pavor llena está.

Que se cumpla el destino, que Dios dicte su fallo,

mientras yo, de rodillas, oro, espero y me callo,

para oir la palabra que el Abismo dirá.

Cuando un poeta hace versos así, ya casi no es de este mundo. La muerte viene a sellarlos, a declarar su sinceridad profunda, a convertir el motivo literario en grito de hombre, que siempre halla eco en los demás.

 

Enrique díez-canedo.

LÍA Y RAQUEL

I

Eran dos hermanas, las dos hermanas de todos los cuentos, y, como las dos hermanas de todos los cuentos, una rubia, morena la otra; sólo que aquí la rubia era hermosa y la morena era fea y contrahecha. La rubia era la guapa de la familia, aquélla para la cual se compran las telas y las joyas, la que el papá y la mamá invitan con insistencia al teatro y a visitas, en tanto que dicen a la otra: «Tú no has de querer ir, ¿verdad?; debes de estar cansada...»

La morena era una verdadera «Cenicienta», la Cenicienta sin encanto de esta historia sin interés; una Cenicienta cuyo pie no iría nunca a buscar el príncipe maravilloso para calzarle el chapín de cristal hallado en el camino...